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Gold Collection (7)

en Grandes Series

SÉPTIMA ENTREGA

0:51 horas. Desnuda.

Minutos antes me habría negado seguramente, pero cuando Elisa, tras una orden del hombre, empezó a desabotonarme el vestido para desnudarme, yo ya estaba totalmente entregada al juego. Bajo mi vestido apareció una combinación, esa prenda que tan calientes pone a algunos hombres. También Elisa me desprendió de ella.

Como las bragas ya no las tenía, resulta que me encontraba sólo en sostén; el momento en que mi mata de pelos púbicos asomaron tras quitarme la combinación causaron en mi un poco de rubor, no por mostrar al aire mi zona genital, pues eso formaba parte de la travesura, sino por la profusión del vello, que comparado al de Elisa parecía la selva negra.

Como hubo abandonado Carlos la tarea de comerme el coño, se quedó mirando a mis senos, aún cubiertos por el sujetador, y con clara ansia de verlos, de acariciarlos, de poseerlos. La chica desabrochó por atrás mi prenda interior y la suculenta masa carnosa se desprendió como una explosión de vida, de modo que mi yerno no se descuidó en acercar su boca para succionar el pezón de mi pecho derecho, a la vez que con una de sus manos abarcaba el izquierdo. Antes de eso dijo: "¡Qué maravilla de cuerpo!"

 

1: 08 horas. Caricias y masturbaciones.

Afanado Carlos sobre mis tetas y yo acariciándole la cabeza para que no abandonase ese ejercicio, no reparé en lo que estuviese haciendo Elisa, que permanecía tendida en la cama a mi lado derecho, así que giré la cabeza para mirarla y la hallé acariciándose manualmente su conejito depilado, a la vez que babeaba contemplándonos a nosotros.

Su manera de masturbarse, sin prisa, disfrutando del momento, me impulsó a hacerme lo mismo yo y metí mi mano derecha entre mis piernas buscando con los dedos mi clítoris y dando comienzo a un trato digital muy placentero. Sólo una vez en la adolescencia lo hice y fue una experiencia desagradable que me hizo sentir sucia y culpable. En esta ocasión parecía ser diferente.

A esas alturas, las respiraciones de los tres eran muy agitadas, los gemidos que se oían en el dormitorio eran los de los protagonistas de aquella interminable película porno, procedentes del sonido de la televisión. Miré a la pantalla; allí un hombre viejo puesto en pie se masturbaba frente a la cara de un hombre más joven que estaba sentado en un cómodo sofá, a éste último le mamaba la polla una mujer que permanecía arrodillada junto a él. La secuencia concluía con sendas corridas, la del hombre sentado en la boca de la mujer, y la del viejo en el rostro del joven.

Pude comprobar viendo aquello hasta qué punto podía llegar la depravación humana y como dicen que en ocasiones la realidad supera a la ficción, no quise pensar que más podía pasar entre Carlos, Elisa y yo aquella noche. Probablemente yo tendría un orgasmo rápido, Carlos y Elisa, como jóvenes que eran, practicarían el coito y se acabó. Pero me equivoqué.

Reconozco que la escena de la película contribuyó a excitarme más aún. Y no sé por qué se me vino cierta imagen a mi cabeza: la de mi marido, Fabián, eyaculando sobre el rostro de Carlos. ¿Sería que ahora, excitada, comprendía mejor las necesidades que había tenido mi esposo a lo largo de los años? Mientras tanto a mi yerno le faltaba el oxígeno hundido en mis dos globos, parecía un nómada perdido en el desierto que al encontrar un oasis se saciaba de agua.

Finalmente Carlos alzó su cabeza y salió de la cama para contemplar como Elisa y yo, cada una por nuestro lado, nos masturbábamos. Él agarró su pene y dio comienzo asimismo a un pajeo rítmico y constante; comprendimos que era menester que los tres tuviésemos un orgasmo simultaneo. Elisa se retorcía y yo, dada mi excitación, la imité, aunque el goce me salía de dentro y sentía lo mismo que ella. Carlos cerró los ojos y frunció el ceño anticipando que se corría inminente e inaplazablemente. Soltó un gemido y avanzó un paso hacia delante, colocándose sobre mi cara. Elisa se aproximó a mi rostro sin dejar de acariciar su chichi.

El orgasmo de ambas nos hizo gemir, ella más violentamente que yo, en tanto el semen salía disparado desde el cañón del hombre, que hizo un esfuerzo por apuntar el extremo de su verga hacia nuestras caras. El primer chorro impactó en la frente de Elisa, manchado incluso su cabello. Yo me asusté o sentí asco, no lo sé, y quise apartar mi cara, pero la mujer me sujetó fuertemente la cabeza y el esperma de Carlos comenzó a caer sobre mi rostro, sobre todo en los cristales transparentes de mis gafas, las cuales no me había quitado. Los estertores de aquel enorme mástil aún empujaron cinco o seis descargas, que mi yerno se dedicó a distribuir en toda parte de mi cuerpo que estuvo a su alcance.

Las últimas gotas que pendían de su verga las recogió Elisa con su boca. Luego la muy puerca se puso a lamer lo que posaba sobre mi piel, incluso mis gafas. Se lo consentí, ¿por qué no? Después, con sus labios pringosos de semen me besó en la boca. Fue tremendo.

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