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¡Te vas a enterar!

en Sexo con maduras

La observé desde el umbral de la puerta del dormitorio. La miraba con cierto asco y con mucho desprecio, mientras la muy zorra permanecía tapada con la sábana hasta el cuello y con el rostro asustado. Yo sujetaba en mi mano una botella de cerveza, era la quinta que bebía esa noche, y emborracharme fue el único modo de adquirir coraje. Aquella mujer me ridiculizó durante años, insultándome y vejándome. La madre de mi difunta esposa me trató siempre mal y ahora quería vivir junto a mí y mis pequeños hijos, como si yo no tuviese dignidad. La luz de la lamparilla apenas alumbraba el dormitorio en el que durante años Esmeralda y yo fuimos infelices. A una esposa infiel no se la ama, en todo caso se la soporta por amor a unos hijos comunes, pero admitámoslo, ella era una furcia, lo que no significa necesariamente que no sintiera su fallecimiento, acaecido por otra parte en circunstancias traumáticas. Esmeralda era la niña de mamá y la vieja quería defenderla en todas las facetas, eso sí, consintió en que se casase conmigo por mi dinero, pues ellas no tenían donde caerse muertas. Lo que pasa es que un tiempo después descubrieron que de eso no había nada y que en realidad yo estaba arruinado. Fue entonces cuando Esmeralda comenzó a ponerme los cuernos a la vez que sacaba sus propios ingresos extra. Su muerte fue a causa de una asquerosa enfermedad venérea que contrajo al mantener relaciones sexuales con todo tipo de gentuza del sur de la ciudad.

Tras su muerte, la vieja Petra se instaló con nosotros con la excusa de venir a cuidar de sus nietos, a los que siempre había abominado. Llegó a lo grande, como si fuese una reina, relegándome de mi propio dormitorio y de mi cama. Pero yo la iba a dar una lección.

Una noche mandé a los niños al cuidado de una linda prostituta que vivía en el quinto y que me debía más de un favor por mi trato protector con ella. Cuando Eva, que así se llamaba la puta, me preguntó que qué iba a hacer esa noche, y le dije que follarme a mi suegra, se echó a reír a carcajadas y me dio un consejo que consistía en que me prestaría un tarro de lubricante natural, pues era muy posible que encontrase el chocho de la vieja más seco que el cauce del Río Miriñaque y eso podía dolernos a ambos, más si la hembra no se mostraba muy cariñosa y colaboradora. Le pedí a Eva que no dijese ni una palabra a los niños.

La observé desde el umbral de la puerta del dormitorio. La miraba con cierto asco y con mucho desprecio, mientras la muy zorra permanecía tapada con la sábana hasta el cuello y con el rostro asustado. Yo sujetaba en mi mano una botella de cerveza, era la quinta que bebía esa noche, y emborracharme fue el único modo de adquirir coraje. Me preguntó por los niños y le contesté casi con violencia que eso era algo que a ella no le importaba. Todo ello mientras me desnudaba.

- ¿Qué vas a hacer? –preguntó.

- Ahora lo verás.

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