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A tu voluntad

en Dominación

-Responde mi pregunta – dijo mi Amo con decisión – mientras me embestía una y otra vez. Su pene entraba y salía de mi culo con la fuerza con que  el mar arrecia sobre un acantilado en plena tormenta.

-¡Responde! ¿Quién soy?-

-Mi Amo, sí, Mi Amo – respondí con la voz entrecortada a punto de lanzar mi último gemido antes de que mis sentidos se perdieran en un orgasmo tan intenso que podría decir que esta vez si moriría.

 Él tocó el timbre puntualmente, como es su costumbre, dos veces seguidas sin pausa esperando que al abrir la puerta yo estuviese preparada según lo acordado.

Con vestido y sin ropa interior para que tomase posesión forma inmediata de mi territorio sin mediar barrera alguna.

Sin darme tregua, me estrechò  contra la puerta de entrada. Por un momento, sólo existieron las respiraciones entrecortadas. La humedad de su lengua y la mía  batallando en un duelo de titanes. Sentía como su potente erección presionaba mis entrepiernas.

 De un momento a otro todo resquicio de igualdad desapareció en nuestra batalla. Mi Amo me tomó con fuerza  de las muñecas  y susurrándome al oído con la respiración entrecortada dice:

 — Sabes que mereces un castigo. ¿Cierto?­ -

 Permanecí en silencio  mordiéndome los labios en un intento de ocultar el cierto tinte de temor que envolvía mi piel. Asentí sin decir palabra.

 —Quédate quieta entones  —ordenó.

 Su voz. Tranquila, profunda pero firme se vistió de esa autoridad que empezaba a humedecer cada uno de mis rincones. Mi mente y mi cuerpo sentían el impulso irracional de complacerlo en plenitud.

Obedecí. Me esforcé por permanecer inmóvil mientras me soltaba lentamente mis muñecas.

Una de sus manos comenzó a jugar suavemente entre mis muslos. Me erizó completamente la piel. Deslizó sus dedos por mi monte de Venus con una lentitud premeditada y pasmosa. Subió por mi abdomen, rozó mis pezones.  Subió por mi cuello hasta morder mi oreja.

 —Quieta —insistió, al ver que temblaba.

—No vas a ir a ninguna parte —me susurró al oído.

 Saberme indefensa, junto la perversa y lujuriosa voz y sonrisa de mi Amo. Me excitó aún más. Frote mis muslos uno contra otro en un intento desesperado de intentar calmar el intenso deseo que me consumía. Él percibió el gesto y deslizó una mano por mi  piel hasta curvarla con fuerza contra mi  entrepierna.

 —Me fascina sentir lo mojada que estás. Pero ahora vas a sufrir de placer —murmuró, acariciando con dedos firmes y suaves la entrada húmeda de mi vagina. Apoyó firmemente el talón de su mano sobre mi clítoris y empezó a presionar moviéndola suave y sostenidamente. —.

Antes de que termine la noche vas a suplicar mi guapa.- me advirtió -  te aseguro que vas a rogar de rodillas a que te folle sin piedad.

 Ignoré la  amenaza. Estaba demasiado pendiente de esa mano que recorría y frotaba mi sexo sin piedad. Era delicioso. Estaba en éxtasis. Las yemas de sus  masculinos dedos acariciaban con dedicación la hendidura entre mis pliegues haciendo que mis caderas se convirtieran en miel caliente. Con la otra mano dibujó el contorno de mi cintura  y llegó a un pezón.

 — ¡Mierda! —exclamé al  sentir el pellizco sobre el sensible botón. El dolor, mezclado con placer me  recorrió el cuerpo como una descarga eléctrica.

 Mi amo sonrió masajeando la zona dolorida con la palma ella y volví  a gemir, extasiada. Tener los brazos en alto  hacía que mis pechos estuvieran aún más turgentes Añadió otro punto más de placer cuando selló con sus labios mi tibia boca. Por un momento la sobrecarga de estímulos fue demasiado. Crei que perdería el sentido. La mano  insistente sobre  mi vagina de la cual manaban ríos de fluidos, la otra castigando mis pezones y la lengua y labios  sobre la boca. El orgasmo se acercaba de manera violenta y gemí  moviendo las caderas para aumentar la fricción. Solo necesitaba un poco más. Unos segundos más, un roce más, unos milímetros más para dejarme caer y liberar toda la contención de aquella semana. Tenía estrictamente  prohibido que me tocara y más aún. Que me masturbara.

 Pero un castigo es un castigo.

De un momento a otro rompió el contacto de manera brusca, arrancándose de mí. 

 — ¡Hijo de puta, no pares!  —gemí sin fuerzas clamando con la piel sudorosa por un intenso y tan deseado clímax.

Mi Amo volvió a acercarse. Esbozó una tenue sonrisa. Casi condescendiente. Deslizó nuevamente las manos por el contorno de mi  silueta y se detuvo en mi cintura fijándola contra la pared.  

Volví a cerrar los muslos en otro intento desesperado por aliviar mi deseo. Pero nuevamente descubrió mis intenciones.

 — ¡Puta mal criada te he dicho que no te muevas! - Casi podía sentir la lengua en mi interior. Dejarme caer en la autoridad de sus palabras me calentaba aún más—. Abre las piernas. – me ordenó.

 Obedecí sin mayor resistencia  y me sentí  más expuesta que nunca.

Podía percibir la humedad caliente como descendía por la piel sensible del interior de mis muslos. Me retorcí  al sentir el aliento cálido de la boca masculina situada a tan solo unos milímetros de mi sexo.

 — ¡Amo!-  grite cuando él hundió su cara entre mis piernas. Grito que salió de mis entrañas.

 Su lengua  recorrió los labios de mi vagina  y lamió la  hendidura del camino hacia el clítoris. Jugaba una y otra vez con una  lentitud enloquecedora. Me tomó del culo  inmovilizándome aún más, dejándome completamente a su merced. Su lengua me  penetraba de manera infatigable. Cerré los ojos  conteniendo los jadeos. Intentaba controlar mi  instinto con todos los medios a mi alcance. Debía racionalizar la excitación y las sensaciones para evitar la carrera desesperada hacia el orgasmo. Pero mi Amo no me permitía pensar. Cuando senti los dedos incursionar entre mis  glúteos no pude evitar un grito.

Él empapó las yemas en mi humedad y tanteó mi ano  recrudeciendo la placentera tortura. Lo penetró con sus dedos tan sólo unos centímetros, mientras mi vagina  era devorada por la lengua. El orgasmo pendía de nuevo de un delgado hilo de voluntad. El jadeo excitado de mi Amo hizo que me retorciera  hasta el dolor.

 —Fóllame, por favor - gemí y me mordí los labios con fuerza al escucharme.

Jamás pedía nada. Jamás me rebajaba. Mi amo hundió dos dedos en mi vagina, mientras su lengua seguía lamiendo mi clítoris. Buscó la pared superior de mi vagina acariciando con experta pericia el punto más sensible de mi interior—.

 — ¡Quiero que ruegues! – insistió

— ¡Estás loco! —Grite - ¡Ahhhhhhhhh! —volví a  gemir con fuerza cuando él intensificó los movimientos en mi interior.

—Pídemelo, Puta  o te juro que te voy a dejar a medias.

 Mi Amo apoyo  de nuevo la boca sobre mi  vagina y succionó mi clítoris  con  intensidad.

En ese minuto gemi entre sollozos. Mis piernas apenas me podían sostener. Mi vagina se contrajo rítmicamente de manera involuntaria. Necesitaba esa liberación.

 — ¡Fóllame de una vez! - exclame en un susurro casi imperceptible. Mi Amo se retiró nuevamente de mi cuerpo. Gemí  presa de la desesperación.

 — ¿Qué quieres, perra? ¡Dímelo! – me susurró al oído.

 -¡Fóllame Ahora!, ¡Fóllame!,  ¡Fóllame de una puta vez! —murmure agónica

 Mi amo  se incorporó con esa sonrisa que lo condenaría al infierno. Se desabrochó el pantalón con brusquedad. La visión de la enorme erección que se notaba bajo su bóxer negro fue como un regalo divino. Hizo que me deshiciera en deseo.

Se desnudó y se posó sobre mí cuerpo.

—Así no se piden las cosas -, dijo cruelmente frotando su glande por encima de mi clítoris. Pasaba muy cerca de m vagina pero sin llegar a tocarla. Me estremecí.

 -Pídelo por favor- me ordenó

—Por favor, Amo  Por favor. Por favor —obedecí sin ningún reparo ni recato. Había perdido toda contención. Cualquier atisbo de vergüenza había desaparecido. Necesitaba sentirlo dentro. Necesitaba esa liberación.

 Mi amo enterró su pene en mi vagina en un solo y certero movimiento. El grito de alivio mezclado con dolor me hizo perder el control. Comencé a gritar y moverme como una puta salvaje hasta que empecé a viajar por un mundo de espasmos orgásmicos que me llevaron de esta vida.  Pero mi Amo aún no estaba satisfecho. De un solo movimiento me volteó dejando mi ano a su disposición. Cuando me embistió el mundo desparecio bajon mis pies. Estaba entregada. Haría cualquier cosa que él me pidiera. Él era mi Amo, mi Dueño y mi Señor.

Senti como su pene  entraba y salía cada vez con mayor ímpetu mientras me mordía el cabello. Gemía hasta el momento en que no pudo más. En un arranque de placer hundió su pene hasta lo más profundo y estalló en mi interior derramando espasmódicamente su semen como fuente purificadora.

 Por un momento nos desconectamos  de la realidad y nos volvimos solo instinto. Dos animales salvajes exhaustos a merced de la pasión. El depredador y su presa. El ganador y la vencida.