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El circo nocturno (2)

en Hetero: Primera vez

¿Cómo podía confesar un pecado como aquél? ¿Cómo admitir delante del cura que debió haberse ido, y no lo hizo? En sus sueños se aparecía siempre su madre, señalándola, y gritándola: "¡Impúdica pecadora! ¿Quieres que los hombres te usen, quieres ser su juguete y que te desprecien después? ¿Quieres tener que criar un hijo sola, despreciada de todo el mundo?" Se despertaba sudando, y lloraba con facilidad.

   Y ahora, salían con que tenía que salir más y pasear, justo cuando ella quería refugiarse en la escuela y no salir para nada, mantenerse así lejos de la tentación, del recuerdo de su pecado... Azahar dijo que se encontraba bien, pero que no deseaba salir, arguyó que tenía miedo a marearse en la calle, pidió que la acompañaran... pero de nada sirvió. Las hermanas vivían en clausura, y ninguna de ellas saldría por ningún motivo. Así que Azahar se vió sola, paseando, intentando no pensar... y sin pensar, sus pasos siempre la acababan llevando al recinto del Circo nocturno. Y siempre se daba cuenta demasiado tarde. El no pensar, no le daba buenos resultados.

     Pero aquella tarde, por mucho que había pensado, también había acabado llegando a la zona del Circo. "¿Porqué?" - se preguntó - "¿Porqué debo revivir mi vergüenza día tras día? ¿Es acaso ésta mi penitencia?"

     - ¿Cómo que se ha largado? No me fastidies, que sin él, no hay número.

     - ¡Como te lo digo! Él y esa lolita medio idiota del trapecio. ¡Los dos han desaparecido! No es la primera vez que Drusila hace eso, probablemente estarán aquí para antes del amanecer, pero esta noche, ¿cómo hago el número sin silueta, yo?

     Azahar pescó la conversación de casualidad, de nuevo oculta tras un carromato. Cerca de él, Spadus y el jefe de pista discutían. Al parecer, el compañero de Spadus en el espectáculo se había fugado con una chica del trapecio, dejando al lanzacuchillos en la estacada.

     - Pues habrá que buscarte a alguien - dijo el jefe de pista, un tipo alto y tan pálido que parecía enfermo - Quizá Anarda, la chica del domador, quiera...

     Spadus y el jefe de pista avanzaban hacia el carromato tras el cual estaba Azahar. Aterrada, se agazapó, intentando dar la vuelta al carromato.

     - O tal vez alguno de los payasos...

     Pasaron de largo junto al carromato. Azahar respiró tranquila y se levanto, aún pegada a la carreta, pero de pronto, Spadus se detuvo sin volverse. Azahar comprendió en un segundo, e intentó echar a correr, pero antes de dar un paso, un silbido cortó el aire y ¡Tchac! Spadus había lanzado uno de sus cuchillos, que se clavó en la falda negra del uniforme de la joven, clavándola al carromato.

     Azahar gritó, mientras el jefe de pista se partía de risa. La muchacha sintió que su rostro abrasaba cuando Spadus, con su media sonrisa, se acercó para quitar el cuchillo. Pero pareció pensarlo mejor, porque hizo un gesto para que el jefe de pista se alejara, y se encaró con la joven.

    - Pero si es mi pequeña admiradora del otro día... - Su  baja voz tenía algo de sibilante, algo que recordaba al silbido de sus cuchillos - Lo lamento, pero ya me duché ayer. Si quieres volver a verme, tendrá que ser mañana... Deja de dar tirones, o se te rasgará la falda.

     ¡Cómo si eso importase mucho ya! El desgarrón lo tenía de todas formas, y tendría que explicar cómo se lo había hecho y qué había ido a hacer en el circo, y...

     - Por favor, déjeme ir... - suplicó, viendo que tirando, el cuchillo no cedía ni un milímetro - No volveré a molestarle, pero suélteme, por favor... Por favor, quiero irme...

     Spadus sonrió abiertamente. Sus fríos ojos se volvieron algo más cálidos.

     - ¿De qué tienes tanto miedo? No voy a matarte... Espera... ¡Si tú eres la chica a la que le di la rosa! ¡Con razón me sonaba tu cara!

     - Yo.. ten.. tengo que irme, por favor, suélteme....

     Spadus sonrió, acercó la mano al cuchillo y tiró de él. Tan pronto se vio libre, Azahar intentó salir huyendo, pero una mano de hielo se cerró sobre su muñeca.

     - Espera un momento, mujer... No sé qué te da tanto miedo, pero quiero que sepas que yo no estoy enfadado, ni nada. No me molestaste el otro día, ni los otros días que has vuelto, ni mucho menos hoy, que me puedes ser útil.

     - ¿Útil...? - Azahar tiraba, intentando librarse, pero aquél hombre  estaba tan inmóvil como antes el cuchillo... y a la joven le estaba empezando a picar la curiosidad.

     - Mi ayudante se ha ido, y yo necesito a alguien a quien lanzarle cuchillos. ¿Quieres ser mi partenaire?

     - ¿Su qué?

     - Mi partenaire... algo así como mi ayudante. Es fácil, es divertido, y no es peligroso. Y te pagaré, naturalmente. En el Circo, cada cual tiene su cometido, no puedo pedir a alguien que salga dos veces, y no puedo hacer el número solo.

     Azahar pensó... salir en medio de toda la gente... ¿y si alguien, y si alguna compañera...?

    - Puedes llevar una máscara, si lo deseas - dijo Spadus, como si la leyese el pensamiento.

    Azahar aún se resistió, diciendo que ella tenía que estar de vuelta en el colegio pronto, pero pusieron el número del lanzador de cuchillos en primer lugar, y Spadus se ofreció a acompañarla después hasta el colegio... La muchacha se vio atrapada, y finalmente, ...

     - Ante ustedes, damas y caballeros, el magnífico, el único, el mejor lanzador de cuchillos del mundo: ¡El Gran Spadus, y su encantadora ayudante, Zar!

     En medio de una avalancha de aplausos, Spadus, vestido de frac, con capa y sombrero de copa, salió a la pista central, llevando de la mano a Azahar (cuyo nombre había sido retocado), que vestía una especie de bañador negro lleno de lentejuelas, medias brillantes, y un antifaz de color rojo sangre.

     - No te asustes, todo va a ir muy bien. - susurró Spadus entre dientes.

     Zar sonreía, muy nerviosa. Spadus la ató firmemente a la rueda de madera. Al hacer que comprobaba las ataduras, le dijo al oído:

     - Sobre todo, no te muevas. Si te estás quieta, todo saldrá a pedir de boca.

     A los oídos de la joven llegaron frases como "desafiará a la muerte", pero no tuvo tiempo de tener miedo, porque enseguida se hizo el silencio, Spadus sacó los cuchillos del interior de su capa, y los lanzó, uno tras otro. Los silbidos de las dagas se mezclaban con los gemidos que ahogaba el público, mientras las armas trazaban su silueta en la madera.

    - ¡Más difícil todavía! - dijo el jefe de pista, y Spadus se vendó los ojos, al tiempo que la rueda de madera comenzó a girar. Una especie de vértigo hizo retemblar el estómago de Zar, pero luchó por seguir con los ojos abiertos.

     La madera crujía a cada cuchillada, las armas rozaban el traje y la piel de la joven, pero nunca la tocaban, y finalmente la rueda dejó de girar. Zar sintió que alguien le colocaba una manzana sobre la cabeza, aunque no supo quién, porque estaba demasiado ocupada mirando a Spadus. Éste, aún con la venda, apuntó con una larga daga. Se oyó un redoble de tambor, Spadus lanzó, la daga giró por los aires acompañada de un silbido estremecedor, y con un golpe sordo, atravesó de parte a parte la manzana, clavándose en la madera.

     Entre los aplausos, Spadus avanzó a ciegas hasta la rueda, desclavó la manzana, y aún prendida en la daga, la acercó a la boca de Zar, y él se agachó a su vez, para morder los dos al mismo tiempo la fruta, cada uno por un lado.

     - Lo estás haciendo muy bien... - susurró con la boca llena, antes de volver a la linea de tiro.

     - Por favor, ruego al público silencio absoluto. - La voz del jefe de pista era casi solemne.

     Spadus, con los ojos vendados, tenía dos cuchillos en cada mano.

     - Emperatriz Zar - dijo el lanzacuchillos - Ahora voy a liberarte, asi que no tengas miedo.

     - No, Spadus - contestó Zar, elevando su voz para el público - Sabiendo que eres tú el que lanzas los cuchillos, yo jamás tengo miedo.

     Spadus esbozó una breve sonrisa, y de golpe, lanzó los cuatro cuchillos. Sonó un cuádruple ¡tchac!, y las ligaduras que ataban a la rueda a la joven por las muñecas y los tobillos se desgarraron por las armas. Zar saltó al suelo mientras el Circo se venía abajo de aplausos. Spadus se quitó por fin la venda de los ojos, y éstos se posaron en los de la joven, que le sonreía. Spadus la cogió de la mano e hizo una reverencia, Zar le imitó, y entre reverencias y aplausos, salieron de la pista.

     - ¡Ha sido estupendo! - gritó Zar, lanzándose al cuello de Spadus, sin dejar de reír.

     - Lo sabía, has estado magnífica, ¡eres la mejor compañera que he tenido jamás! - Spadus la devolvió el abrazo con fuerza. - Nunca me habían aplaudido tanto, ahora el número sí que tiene vida.

     De pronto, Azahar se dio cuenta de que estaba abrazada a un hombre, y le soltó de golpe. De nuevo tenía ganas de huir. Spadus notó el cambio, pero, después de lo que había logrado,  no estaba dispuesto a soltar su presa ya.

     - Zar... Después de la función, siempre hacemos una pequeña fiesta, para celebrar lo bien que ha ido... Esta noche la fiesta sería en tu honor... si te quedaras.... ¿No querrías....?

     - ¿Una fiesta...? - la joven sabía que debía marcharse ya - Yo.. me gustaría, pero... Como muy tarde, antes de las ocho y media debo volver... Y ya se está haciendo tarde..

     - Podríamos pasarlo tan bien... - Spadus la cogió de las manos. - Podemos llamar al colegio... si yo les digo donde estás, no pasará nada... Zar, es tu fiesta, es para ti. Esta noche, tú has sido la estrella. Mi estrella... Tú has salvado mi número, y más que salvarlo, lo has duplicado.... No desprecies ahora el agradecimiento que quiero darte...

     - ... Yo... yo no quisiera....

    

     - ...Sí... sí, Madre, Azahar está aquí, en el Circo nocturno.... Sí... Usted ya sabe, es una chiquilla encantadora, hemos hecho amistad con ella, y hemos querido invitarla a cenar... Sí, desde luego... Naturalmente, yo mismo la acompañaré después... Claro que sí, lo más tardar, a medianoche, y eso como mucho... Gracias, Madre Concepción... Buenas noches.

     Apenas diez minutos más tarde, Azahar estaba sentada en la cama que había en el interior del gran remolque que servía a Spadus de casa. Descalza, y con las piernas cruzadas a la turca, se sentía muy extraña... Estaba bebiendo chocolate, sentada en la cama de un hombre, en compañía de ése hombre, al que conocía de muy poco, pero... sentía una extraña confianza hacia él. Le parecía que no debía tener miedo, le parecía que a Spadus podía contarle todo. Por una parte, algo le decía que no debía estar allí. Que estar a solas con un hombre, que ni siquiera llevaba camisa, que iba sólo en pantalones, no estaba bien... pero por otra, se sentía tan a gusto allí...

     - ¿Sabes bailar? - preguntó Spadus, bebiendo de su taza, que no contenía chocolate, sino una especie de licor rojo muy espeso.

     - ¿Bailar? No.

     - Estupendo, así podré enseñarte... ¿quieres? - Spadus le ofreció su taza.

     - ¿Qué es? - Azahar olisqueó la taza. Olía muy fuerte, pero no era desagradable.

     - Una mezcla. Aquí lo bebemos mucho. Da fuerzas. Y no es amargo.

     La joven dudó, pero finalmente cogió la taza y bebió un sorbito. De inmediato se puso a toser.

     - ¡Fuff! ¡Madre mía, que cosa tan fuerte! - Azahar tenía la impresión de haber tragado fuego, la espesa bebida era salada y muy picante, y estaba muy caliente... pero le dejó en la boca un regusto extrañamente agradable. Spadus se rió.

     - Sí, el primer trago nunca sienta bien del todo... pero luego le coges el gusto, y al final... lo necesitas. Sí... sí, al final te acaba haciendo falta...

     Spadus pegó un largo sorbo a la taza. Sus labios quedaron manchados de rojo, y la punta de una lengua más roja aún, asomó para relamerlos, lentamente... Spadus saboreaba con los ojos cerrados, y Azahar vio cómo su lengua se paseaba sobre los labios, y entre los dientes, y cómo su garganta se movía al tragar... De repente, le vino el extraño deseo de morder algo con fuerza, pero se contuvo. Spadus la miró, sonriendo.

     - ¿Sabes una cosa...? Azahar es, realmente, una chiquilla encantadora... pero Zar es una mujer cautivadora.

     La muchacha bajó ligeramente los ojos, pero no pudo evitar notar que, quizá por primera vez, no se había puesto colorada. Miró la sonrisa de Spadus. Una sonrisa extraordinariamente blanca, como la de un artista de cine, o la de un animal carnívoro. Sobre todo aquellos colmillos... le daban una expresión feroz, y graciosa a la vez. Un poco más largos de lo que era habitual, y quizá también un poco más afilados. Alguna malformación dental, supuso...

     - ¿Puedo hacerte una pregunta? - dijo Spadus - ¿Soy el primer hombre al que has visto desnudo?

     - Sí. - No pudo explicarse porque, pero ella no vaciló al responder, y se recostó ligeramente sobre la almohada de la cama.

     - ¿Supongo entonces, que tampoco has besado nunca a un chico, ni mucho menos te has acostado con uno...?

     - Tampoco... - Algo dentro de Azahar parecía gritar "¡peligro, peligro!", pero también estaba empezando a sentir un deseo desconocido... deseo de jugar, de ser traviesa... de ser mala.

     - Pero sí te has masturbado...

     - ¿Qué es eso? - Porque verdaderamente, no lo sabía. Ella lo conocía con el nombre de "autogozo".

     - ¿Quieres que yo te lo enseñe...? - la voz de Spadus era ahora mucho más baja, confidencial, y casi peligrosa. Su sonrisa era mínima, sus manos habían dejado la taza, aún un poco llena, en el suelo, y parecían deseosas de cerrarse en torno a ése algo llamado Zar...

     La joven le miró a los ojos, sonriendo con una mezcla de un poco de miedo, y muchísima curiosidad. Tenía la sensación de que si decía "Sí", lo lamentaría... pero si decía "No", lo lamentaría más aún...

     - ... Quizá. ¿Cómo vas a enseñarme?

     Spadus sonrió con malicia, y sacó un espejito de mano de un cajón de la mesilla. Se sentó junto a Zar, y le pasó un brazo por los hombros. Acercó el espejo a la entrepierna de la joven, y comenzó a levantar la falda negra que cubría sus piernas cruzadas, hasta que en el espejito redondo se reflejó un triángulo de tela blanca.

     - Sostén tú el espejo. - pidió Spadus - Yo voy a necesitar las manos libres...

     La mano de la muchacha temblaba ligeramente cuando cogió el espejo, pero lo mantuvo en su sitio, para ver la mano derecha del lanzacuchillos empezar a acariciar suavemente la tela blanca que cubría su sexo. Las rodillas de Zar temblaron, nunca había sentido nada así. Los dedos de Spadus subían y bajaban, suave y lentamente, rozando apenas su cuerpo... Zar notó como aquella mano empezó a introducirse por un lateral de su ropa interior, rozando ahora el vello púbico, y los tiernos labios de su coñito.

     - Mira esto, Zar... míralo. - Spadus introdujo uno de sus cuchillos por un lado de la tela, y la cortó, para hacerla a un lado. A ella ya no le importaba si volvía al colegio con bragas o sin ellas, y miró su propio sexo. Nunca lo había visto desde ése ángulo, ella sólo lo había visto desde arriba. Estaba cubierto de fino vello rojizo, y la carne rosada estaba ligeramente húmeda y temblorosa de excitación... era muy hermoso.

Spadus dejó a un lado el cuchillo y acarició de nuevo el sexo de Zar, de abajo hacia arriba, empapando sus dedos en la humedad de la joven, y se detuvo en aquél botoncito que la joven había descubierto noches atrás, y que tanto placer le había proporcionado. Zar se estremeció violentamente de placer, y aunque sus ojos se cerraban de gusto, luchó por continuar mirando cómo los dedos del lanzacuchillos hacían círculos sobre su clítoris, subían y bajaban por sus labios vaginales, empapados y brillantes... Spadus entreabrió con sus dedos el sexo de la joven, y lo acarició por dentro.

- ¡Aaaaaaaahhh... haaaaaahh...! – La mano libre de Zar se cerró fuertemente sobre el brazo de Spadus, y la risa contenida de éste resonó en sus oídos. La boca del lanzacuchillos se paseó por el cuello de la joven, cálida y húmeda, subió por su cuello, succionó fuertemente, y algo parecido a un rugido salió, casi sin querer, de la garganta de ambos. Spadus buscó la boca de su compañera, para besarla con ansia, mientras sus dedos aumentaban el ritmo de las caricias, y las caderas de Zar se movían solas, buscando más y más placer.

- Zar, esto no es más que una pizca de lo que yo puedo darte... – Spadus bajó descaradamente el ritmo de sus caricias, lo que provocó un suave gemido de impaciencia y deseo en la joven - ¿Quieres más...? Dime que quieres más y te lo daré todo.... pero no puedo dártelo si tú no me lo pides... ¿Quieres ser mía, Azahar?

La joven le miró a los ojos. Los brillantes ojos azules de Spadus la asustaban y la atraían, pero ya no era momento de volverse atrás:

- Ya no me llamo Azahar. – Contestó – Mi nombre es Zar... y soy tuya. Lo quiero.

La voz de la joven había cambiado por completo, ahora era mucho más grave, y destilaba lujuria y deseo. Spadus sonrió y la besó nuevamente. Ella podía notar cómo la presión que notaba contra sus nalgas, apoyadas en la entrepierna del hombre, creció considerablemente al oír esto, y se dejó llevar, mientras las manos del lanzacuchillos tiraron de su blusa de colegiala para arrancarle los botones y dejar al descubierto el sostén, que fue cortado de nuevo por el cuchillo.... Antes de que pudiera darse cuenta, estaba desnuda entre los brazos de Spadus, y sus pequeñas manos luchaban por desvestirlo. Los jadeos impacientes del hombre resonaban en sus oídos, y sus ojos curiosos devoraban nuevamente su cuerpo, cuando él se deshizo de los inútiles pantalones. No usaba ropa interior.

Zar no pudo evitar sorprenderse al comprobar que el cuerpo de Spadus, pese a ser el mismo que vio bajo la manguera, estaba totalmente distinto ahora... sudoroso, impaciente, dispuesto para el combate, y casi salvaje... Dentro de las sábanas, quizá un poco ásperas, de la cama de Spadus, ella notó las manos de su amante acariciar sus muslos para separarle las piernas, mientras su boca chupaba y succionaba los rosados pezones de Zar. El sexo de la joven parecía gritar por obtener su placer, y cuando él subió para besarla, y arrimó su cuerpo al suyo, pudo notar cómo el miembro candente de Spadus buscaba el calor de ella. Zar tuvo la impresión de que aquello era otro de los puñales del lanzacuchillos; una daga ancha y larga, pero ésta vez no se clavaría en la madera, sino en su propio cuerpo, se hincaría en sus entrañas para atravesarla de placer... mientras las manos de la joven acariciaban el duro y sudoroso cuerpo de Spadus, ella pudo ver el esfuerzo y el placer en el rostro de su amante... lo mismo que ella sentía. Deseaba ser penetrada, aunque su cuerpo se resistía. Las piernas de Zar abrazaban y acariciaban al hombre que lentamente se dejaba caer sobre ella.

Los gemidos subían de tono, Zar mantenía fuertemente cerrados los ojos, notaba cómo el sudor bajaba por su frente, y el placer recorría todo su cuerpo, mezclado con un extraño dolor... por nada del mundo hubiera querido parar, el calor subía intensamente, mientras Spadus, incapaz de contenerse por más tiempo, hizo una penetración profunda en el cuerpo de Zar, que la hizo gritar de asombro, dolor y placer al mismo tiempo. Sus uñas se agarraron a la espalda del lanzacuchillos, quien la apretó con fuerza, bombeando dentro de ella, obligándola a gozar más y más, hasta que estalló en un orgasmo mucho más cálido e intenso de lo que ella podía haber imaginado jamás...

El dolor que había sentido, se esfumaba con rapidez, dejando paso a una sensación de completo bienestar, aún con Spadus dentro de ella. Pero él, no parecía haberse calmado... de hecho, parecía que ahora la bestia acababa de despertar. El hombre olisqueó, y una especie de gruñido salió de su garganta... parecía una fiera hambrienta, y miró a Zar:

- Perdóname, Zar.... pero no puedo evitar hacer esto.

La joven no entendió qué quería decir. Spadus, con una siniestra sonrisa, besó los pechos de Zar, y bajó por su cuerpo, tapándose con las sábanas. Ella notó la cálida boca del hombre bajar por su cuerpo, hasta su sexo, y comenzar a besarlo. A Zar nunca se le había ocurrido la posibilidad de que alguien besara su vagina, y la sorprendió. La cavidad que segundos antes ocupase el miembro de Spadus, ahora la ocupaba su lengua. La joven tuvo que apretar las sábanas entre sus manos para soportar el placer, mientras su cuerpo se incurvaba y notaba como un nuevo orgasmo se avecinaba, mientras Spadus sorbía audiblemente del sexo de Zar, jugando con su lengua en el interior de su cuerpo, y frotando su clítoris sin cesar... El cuerpo de la joven quemaba, chilló de placer, las oleadas cálidas se hacían más frecuentes, y de nuevo, estalló de gozo, sintiendo aquella lengua ávida en su intimidad...

Spadus lamía los labios vaginales de Zar, produciendo sonidos de gozo, y de nuevo su cabeza subió por la cama. La joven quiso mirarle a los ojos, hablarle, decirle que le amaba después de las maravillosas sensaciones que le había dado, pero Spadus volvió la cara, para evitar que le mirase, y en un movimiento reflejo, se tapó la boca con la mano. Zar, aún jadeante, quiso besarle, pero él le apartó el rostro con la mano, jadeando con ansia, buscando su cuello.

- Spadus, ¿qué...?

- Lo siento, Zar.... lo siento mucho...

Pero su voz no sonaba precisamente arrepentida, sino hambrienta, y tan ronca que apenas parecía humana. Zar intentó mirarle a los ojos, pero de nuevo la mano de Zar la hizo volver el rostro, casi con violencia, mientras su boca se pescó de su cuello, con un extraño sonido, como el de un perro al morder la carne. Zar ahogó un gritó, asustada, al notar una punzada de dolor en su cuello... pero entonces, el dolor se desvaneció, dando paso a una intensísima oleada de placer. Spadus la apretó contra su cuerpo, la penetró de nuevo, y succionó con fuerza de su cuello. Zar cerró los ojos y apretó los dientes, disfrutando de un gozo salvaje, animal,... apretó sus piernas contra el cuerpo del lanzacuchillos, moviendo sus caderas en torno al miembro que se hundía en su carne, notando un calor intensísimo en sus entrañas, que estallaba en su interior, y segundos después, se escapaba por su cuello, por el mismo lugar donde mordía Spadus, sorbiendo brutalmente, con los ojos cerrados, sudando y apretándola más contra él... como si pretendiese estrujarla, extraer hasta la última gota de vida de su cuerpo...

Zar sintió frío de pronto. Se sentía débil y enfermiza, y extrañamente vacía... sus piernas, un segundo antes cerradas con tanta fuerza en torno a su amante, se soltaron de golpe, igual que sus brazos. Respiraba con dificultad, y le parecía que apenas veía... Tenía frío y mucho sueño.... le parecía que quería dormir por toda la eternidad. Una negrura suave se cernía sobre sus ojos, pero desde muy lejos le llegaba un sonido de succión, y después un chasquido, como el de una ventosa al separarse de la pared. Zar no podía verlo, pero Spadus acababa de soltarse de su cuello, y con un rugido de placer y satisfacción. Estaba lleno. Sus blancos colmillos, algo más largos ahora, goteaban en rojo, y su rostro amable había tomado una expresión animal, pero al mirar a la joven que tenía exánime bajo su cuerpo, se tornó de ternura.

De pronto, la negra oscuridad que cubría los ojos de Zar, empezó a cambiar de color, se hacía roja, como el amanecer de un día frío. Rojo... más y más rojo, hasta que Zar notó que una sustancia cálida se deslizaba por su garganta, y le hacía sentir bien... paladeó y tragó, notando una nueva vida caliente y agradable filtrarse por su cuerpo, devolviéndole calor y fuerza... como si tragase vida. Abrió los ojos, y vio a Spadus besándola. Sus ojos le sonreían, y su garganta se movía lentamente, regurgitando, vertiendo para ella una nueva vida. Zar, sin soltarse de su boca, gimió de placer, abrazándole de nuevo. Un hilillo de color rojo oscuro se deslizó de la comisura de los labios de la joven. Spadus lo recogió con su lengua, y Zar abrió la boca. El hombre dejó gotear su lengua roja sobre la boca de la joven, que saboreó cada gota con ansia....

- Entonces.... ¿Sois vampiros? – Preguntó Zar más tarde, sentada en los escalones del carromato de Spadus, mientras este la rodeaba los hombros con su brazo.

- Sí. Y ahora tú lo eres también. Por eso el Circo nocturno actúa sólo después del atardecer, y por eso nunca nos quedamos demasiado tiempo en el mismo sitio... Cada cual tiene que conseguirse su comida, pero llamaría mucho la atención demasiados ataques en la misma población. Hacía mucho tiempo que no ingresaba nadie nuevo en nuestra cofradía. Sólo alguien que ha sido desangrado por completo, lleva el vampirismo consigo. Por eso procuramos saciarnos de varios bocados cortos, en lugar de uno solo muy largo. Si nuestro número aumentase demasiado, ¿de qué nos alimentaríamos?

- ¿No bebéis nunca sangre de animal...?

Spadus sonrió pícaramente.

- Un verdadero vampiro nunca se degradaría a alimentarse de un ser inferior a él. Es cierto que los humanos son inferiores a nosotros, pero al menos, son la raza de la que nosotros partimos. Alimentarse de simples animales inferiores, queda para las criaturas vulgares, como el hombre.

Zar se quedó pensativa, mientras el viento movía sus cabellos rojos. Hacía mucho que debía haber regresado al colegio, y lo sabía... pero ahora, ni se pensaba la posibilidad de regresar.

- Aquella vida no te pertenece ya, Zar – dijo él de pronto, como si la leyera el pensamiento - .... de hecho, creo que no te perteneció nunca. Tu naturaleza estaba reprimida allí, era demasiado fogosa para ese ambiente, y la represión no hizo sino cicatearte más. Quédate conmigo, Zar. En mis ciento treinta años de vida, he tenido muchas aventuras, pero nunca he tenido una compañera permanente. Jamás había tenido una virgen entre mis brazos, ni había convertido a nadie en lo que yo mismo soy... nunca había sentido esto por nadie.

Él ya sabía que Zar se quedaría a su lado, como lo sabía ella misma... pero le gustó oírselo decir a sí mismo, y a ella le gustó escucharlo. Se besaron una vez más, mientras Spadus acariciaba el rojo cabello de la joven, mucho más rojo ahora en su ligeramente pálido rostro... la débil luz del amanecer se adivinaba ya por el horizonte, y Zar sabía que nunca más volvería a ver a pleno sol, pero aún podía disfrutar de la rojiza luz del frío amanecer, un rojo que una vez se volcaba sobre ella, teñía de rojo todo cuanto miraba, incluida la piel de Spadus, su sonrisa de afilados colmillos, sus labios cuando se posaron de nuevo sobre los suyos, y sus manos en su piel... y hasta su destino, estaría marcado por el color de lo que para ambos sería comida y bebida, lo que corría por sus venas, lo que estaban destinados a cazar y les unía a la vida eterna, que vivirían juntos bajo ése mismo color.

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Mariposa y yo (2)

Mariposa y yo (1)

Internado disciplinario para chicas (2)

Internado disciplinario para chicas.

Argumentos incontestables

Mario y Peach

Buenos días, señor Jameson, III (final)

Buenos días, señor Jameson, II

Buenos días, señor Jameson

Cambio de suerte (2)

Cambio de suerte

Celos

¿Qué me ha pasado?

Creciendo para Nazario, final

El regalo de la Diosa del amor

Ditanieves y los siete mariconchitos (1)

Un encuentro sin nombres

CaperuDita Roja

Creciendo para Nazario

El circo nocturno (1)

Quizá un poco demasiado...

El colgante del Lobo (08)

El colgante del Lobo (07)

El colgante del Lobo (06)

El colgante del Lobo (05)

El colgante del Lobo (04)

El colgante del Lobo (03)

El colgante del Lobo (02)

El colgante del Lobo (01)