miprimita.com

Creciendo para Nazario

en Erotismo y Amor

Apenas tenía doce años cuando llegó a la casa y Nazario la vio por primera vez. Había oído hablar mucho de la niña, pero ni la conocía ni la había visto jamás; Nazario se había quedado viudo hacía ya casi diez años, pero desde la muerte de su adorada esposa, que se supiera, no sólo había permanecido en el más absoluto celibato, si no que ni siquiera había vuelto a compartir su hogar con nadie, ni siquiera con un animal doméstico. No tenía hijos ni más familia, ni amigos íntimos... pero su difunta esposa sí los tuvo. La niña era hija de una amiga de su mujer, al parecer había fallecido de una larga enfermedad, y, antes de permitir que enviaran a su hija a un hospicio o a una familia de acogida totalmente extraña, había ordenado en su testamento que prefería que la cuidase Nazario, el marido de su mejor amiga... Nazario no tenía ninguna gana de cargar con una chiquilla a punto de entrar en la edad del pavo; él tenía muy bien organizada su vida, era muy ordenado y limpio; todo tenía su sitio, su hora, su lugar... sin duda aquella mocosa vendría a ponerlo todo patas arriba y ni siquiera podría regañarla, porque no era su hija, y seguro que ella saldría con algún cuento sentimental del estilo de "¿porqué se murió mi madre y me dejó con este ermitaño...?"

Nazario no tenía mucha fe en el género humano, y menos aún en los niños y jóvenes... pero hay que decir en su descargo que tampoco ellos le tenían mucho cariño a él. Era profesor de instituto de lenguaje y literatura, y pasaba por ser uno de los más rígidos, sino el que más, de todo el centro de estudios. Era sin duda un hombre estricto para con los demás, pero también lo era consigo mismo: se cuidaba muchísimo, hacía mucho ejercicio, siempre iba bien vestido y cuidaba con verdadero esmero no sólo de sí mismo, sino de todo cuanto le rodeaba... Pero odiaba a los jóvenes, precisamente por ese mismo motivo: los veía como simples montones de hormonas desordenadas, descuidados, malhablados, peor vestidos, maleducados, ... incapaces de tener un pensamiento bien coordinado, porque sólo eran capaces de pensar en sexo y en divertirse, pero no parecían dispuestos a ser responsables nunca de nada, ni siquiera de sí mismos. Y precisamente él, que no había tenido hijos para no tener que encontrarse nunca en casa aquello que a diario veía en el instituto... precisamente a él, tenían que dejarle a una chiquilla. Nazario tenía parte de razón en que la pequeña Sofía (la llamaban Sofí) iba a descuadrarle la vida,... pero no en el sentido que imaginaba.

Aquella mañana de sábado en que él y Sofí se conocieron, Nazario la miró alzando una ceja y con cara de pocos amigos. Era la misma mirada que dedicaba a sus alumnos cuando le presentaban un ejercicio muy pobre...Sofí le miró desde su escasa altura con curiosidad, pero no dijo nada. De hecho, se pasó el día entero mirándolo todo con curiosidad, pero sin decir nada. Nazario la vio recorrer el salón y mirar el sofá, mirar la mesa, mirar las palabras recortadas que había en una bolsita de plástico y que el propio Nazario había estado sacando y pegando en un folio sin ningún tipo de orden... la niña se quedó contemplando la extraña composición, e interrogó a su anfitrión con la mirada.

- Es un poema dadaísta – dijo Nazario. Sabía que la chiquilla se había quedado igual que estaba, porque no tendría ni idea de lo que quería decir... pero tampoco le apetecía darle mayores explicaciones.

Sofí sonrió y siguió mirando todo, pero sin moverse demasiado. Nazario le enseñó su cuarto, el resto de la casa, y le puso en antecedentes acerca del orden que debía observar con todo, le dijo las horas de las comidas (eran estrictas, le indicó que si se retrasaba, no comería), le planificó las horas de estudio, de diversión y le racionó severamente la televisión y los entretenimientos electrónicos. Sofí no dijo nada, no puso ninguna pega ni malas caras, simplemente se limitó a mirar a Nazario, quien, vestido con uno de los muchos batines de seda que usaba para estar en casa, no se detenía en su largo discurso de órdenes, advertencias, y recomendaciones, más que para tomar aire.

A la hora de la cena, Nazario estaba muy extrañado... ¿qué clase de niña era esa, que no protestaba, ni parecía tener quejas de nada, ni tan siquiera hablaba? Él había esperado incluso que se echara a llorar, pero la pequeña obedecía a todo sin una palabra. Tan sólo le miraba... y a Nazario le tomó muy poco darse cuenta que ella intentaba imitarle.

Sofí tardó un par de días en decidirse a hablar, durante los cuales jamás encontró Nazario un solo motivo de queja, un pequeño pretexto para regañarla... Por mucho que le extrañara al profesor, él y la pequeña se estaban haciendo buenos amigos. Nazario sonreía de vez en cuando, pero por primera vez en mucho tiempo rió con ganas cuando la niña se dirigió a él por primera vez. Estaba de espaldas a ella, y le llamó:

- Dada – dijo sólo.

Nazario se volvió y la miró extrañado.

- ¿Cómo me has llamado?

- Dada – repitió Sofí.

Nazario estuvo a punto de preguntar porqué le llamaba así, cuando la niña miró fugazmente la mesa del salón. Aunque ya no estaba allí, el profesor recordó que lo primero que había visto Sofí había sido el poema dadaísta. Era la primera cosa que relacionó con Nazario, y por eso le había puesto ese nombre. Aquello le hizo reír, y Sofí sonrió por primera vez. Desde aquél momento, el profesor aceptó una excepción a la regla que él mismo había sacado sobre niños y jóvenes, y la pequeña Sofí pasó a ocupar el centro en su mundo. Empezó a quererla tan intensamente que en ocasiones llegó a preguntarse qué hacía con su vida antes... le parecía que el mundo sin ella, ya no tenía sentido. Esto empezó a ocasionar algún problema conforme Sofí iba creciendo.

Nazario recordaba perfectamente la fiesta de Nochevieja en la que Sofí tenía catorce años, cumplidos hacía apenas tres meses... El vestido que había llevado para ir con él a la fiesta de profesores, había sido un regalo del mismo Nazario, aunque él no esperaba que se lo pusiera aquélla noche, se lo había comprado con vistas a "cuando fuese mayor", pero lo cierto es que el vestido, brillante y entallado, le sentaba admirablemente. Es cierto que su pecho aún era incipiente, que sus caderas aún no eran tan curvadas como cabría desearse... pero estaba preciosa. Mientras bailaba con ella, Nazario no podía dejar de pensar que, cuando miraba a sus alumnas, todas le parecían feas... como mucho, alguna había que tenía un rostro delicado y que se podía calificar de bonito, pero la mayoría de las chicas tenían dientes demasiado grandes, o narices deformes, o barbillas salientes... o algún detalle que hacía que quedase patente que aún no estaban completamente desarrolladas, y sus facciones aún tenían que encajar por completo dentro de su rostro... Pero Sofí no era fea, ni se la podía considerar sólo bonita... era hermosa, era encantadora, era preciosa... Sus largos cabellos anaranjados, adornados con pinzas brillantes que le sujetaban los mechones que de otro modo le hubieran caído sobre el rostro... sus grandes ojos verdes en los que Nazario podía verse reflejado... su nariz ligeramente respingona, su boca pequeña, su rostro infantil, casi angelical... su cuerpo delicado...

El profesor recordaba muy bien que tuvo que poner freno a la exaltación que su mente hacía de la pequeña Sofí, pero los ojos de esta no dejaban de mirar los suyos y sonreírle. Para ella, él era siempre Dada, le adoraba, le quería con todo su corazón como a su mejor amigo, ... como a un padre. Como a un padre, y Nazario lo sabía, pero no por eso pudo esa noche apartar los ojos de ella, y darse cuenta de cómo iba creciendo y cambiando día a día...

Nazario no entendía a los padres de algunos de sus alumnos y alumnas, cuando decían cosas como "cuando te quieres dar cuenta, ya tienes una mujer en casa, y tu niña se ha ido para siempre; ¿Cómo pueden crecer tan rápido, cómo lo hacen para cambiar tan de golpe, sin que uno se dé cuenta?". Él sí se daba cuenta del crecimiento de Sofí, tanto que ya empezaba a hacerse ridículo pensar en ella como "la pequeña Sofí", pero, del mismo modo que veía cómo día a día su cuerpo adquiría formas, se redondeaba, sus movimientos aumentaban en gracia y cuando en la clase de baile notaba que el cuerpo de Sofí ya no sólo era ágil, sino también empezaba a ser seductor, del mismo modo, le parecía casi imposible dejar de considerarla como una niña. Sofí era inocente, ingenua... podía ser responsable como un adulto, y al mismo tiempo, parecía imposible que realmente pudiese crecer.

El tiempo pasaba, Sofí cursaba sus estudios en el mismo instituto en que Nazario impartía sus clases, y a pesar de que al principio no le gustó la idea de que su Sofí se juntase con "aquellos burros", finalmente le agradó la idea, pues podían estar juntos a la hora del almuerzo e ir y venir juntos todos los días. Sofí tenía ya dieciséis años, y entonces comenzó la verdadera tortura para Nazario... hasta entonces, Sofí podía ser considerada una niña... pero ahora ya era demasiado tarde para eso. El profesor se miraba al espejo, veía sus cabellos encanecer lentamente mientras su bigote y perilla se hacían grises y se quedaba calvo por la coronilla, mientras su cuerpo seguía fuerte y atlético, pues no lo descuidaba. Sabía que era muy apreciado entre las profesoras, de casi cualquier edad... e incluso entre algunas de sus alumnas. Lo sabía, siempre había sido así, y nunca le había dado importancia, pero lo que le sacaba de quicio es que alguien pudiera mirar con ojos lascivos a Sofí, y sabía que lo hacían.

Sofí parecía hacerse más hermosa cada día que pasaba. Nazario lo veía al despertarla cada mañana, ella lo saludaba cariñosamente besándole la cara, y siempre que lo veía en el instituto, había una sonrisa, un saludo amable, un abrazo para él... a Sofí no le importaba demostrar su afecto en público, pero a Nazario le repugnaba la idea de que algún día hubiera otro con quien tuviera que compartir ese afecto. El profesor veía cómo los chicos se quedaban poco menos que bizcos mirando a Sofí... Durante las clases de gimnasia, en alguna ocasión en que se había quedado a esperarla (solía ser la última clase de ella, y él había terminado ya sus clases del día), había sorprendido a algún que otro chico mirándola con excesiva atención. Los ejercicios en colchonetas parecían una verdadera provocación; Sofí, habituada al ejercicio desde la infancia por Dada, era una auténtica atleta... cuando en alguna ocasión su camiseta había subido demasiado por su estómago por efecto de algún ejercicio, o cuando se doblaba de modo que sus mallas se tensasen sobre sus nalgas, o cuando estiraba las piernas hasta abrirlas de par en par... era muy frecuente que algunos de los chicos tuviesen un urgencia desmesurada por ir a los lavabos.

Nazario encontraba esto repulsivo, pero nada podía hacer para evitarlo.... En algunas ocasiones, al ir a su cuarto a acostarse, había oído gemidos ahogados en el de Sofí. No se lo reprochaba, sabía que era una edad muy mala... pero aquél sonido hacía que la parte baja de su batín se abultase generosamente, y exigiese ser inmediatamente aliviado. El profesor se aliviaba a solas, tal como hacía Sofí, pero no podía evitar pensar, fantasear... intentaba no pensar en ella, pero su imagen aparecía una y otra vez, mirándole, sonriéndole... recordaba sus manos, pequeñas, suaves, que siempre acariciaban su rostro cuando le besaban... el roce de sus cabellos sobre su mejilla cuando lloraba sobre sus hombros... las curvas de su cuerpo, su modo de moverse al andar, el timbre de su voz... la caricia de su respiración cuando se quedaba dormida sobre él... Todo aquello era una tortura, pero tan deliciosa... Nazario se acariciaba el pene recordando todo aquello, intentando que su fantasía no le llevase a imaginar cosas que le aterraba que sucedieran, y que sabía que no estaban bien... en ocasiones había tenido que apretar los dientes hasta que se le acalambraba la mandíbula para reprimir los gemidos... y para no gritar el nombre de Sofí cuando alcanzaba su placer.

Por otra parte, pasaba muchas horas pensando, preguntándose en quién pensaría ella... ¿quién llenaría las fantasías de Sofí en sus momentos de masturbación? ¿Qué imágenes vería en su mente, y quién sería su protagonista? ¿Qué nombre murmuraría ella en el momento de llegar al orgasmo...? Pasaba revista mentalmente a los chicos que ella conocía del instituto, y no había ninguno que no descartase, por una u otra razón... Mientras intentaba no pensar en la imagen de Sofí acariciándose, con las mejillas rojas por el calor de su cuerpo, los ojos entrecerrados de gusto y su cuerpo estremecido de placer.

Sofí llegó a los diecisiete años, y aquél mismo año terminaría su enseñanza secundaria. Nazario no podía sentirse más orgulloso de ella, él nunca hubiera pensado que aquella niña a la que miró de forma tan poco amistosa, llegaría un día a darle motivos de orgullo... claro que también pensó en su momento que nunca mujer alguna podría excitarle, ni menos hacerle sentir amor, y también se equivocó. En eso iba pensando aquél sábado por la noche en que subía la escalera de la casa hacia su cuarto. Era ya muy tarde, y Sofí se había acostado poco antes que él. Tenía mucho sueño, pero al pasar frente al cuarto de la joven, oyó algo que le despejó por completo:

- Mmmmmmmmmmmmmh.... haaaaaaaaaaaaaaaahhmmmmm.... Dadaaaah....

Nazario se quedó clavado en el pasillo. Sofí tenía su puerta mal cerrada, y por ella podía oír, mucho más claros que nunca, los suaves gemidos que emitía cuando se masturbaba, pero... el oír el apodo que ella le había dado, era algo que nunca hubiera esperado... o mejor dicho, lo esperaba inconscientemente, pero la posibilidad, que ahora era ya una certeza, le llenaba por igual de terror y de gozo. Sabía que debería pasar disimuladamente, llegar hasta su cuarto y cerrar la puerta para no seguir oyendo... sabía que debía hacer como si nunca hubiera oído lo que acababa de oír... pero su cuerpo no parecía estar dispuesto a seguir las órdenes que daba su cerebro, era la primera vez que le sucedía, pero así era. Muy lentamente se acercó a la puerta entreabierta del cuarto de Sofí y escuchó. Podía oír muy claramente el roce de las sábanas contra el cuerpo de la joven, podía oler el débil, pero inconfundible olor a hembra, a sexo, que se escapaba de la habitación. Temía que se arrepintiese de ello, pero giró lentamente la cabeza y miró a hurtadillas por el hueco de la puerta.

Sofí estaba tendida boca abajo, pero de rodillas, de modo que su sexo quedaba alzado, y perfectamente a la vista de Nazario, mientras que la joven, con la cabeza sobre la almohada y los ojos cerrados, no podía ver si alguien desde el pasillo la miraba o no. Sofí se acariciaba lentamente, pero con método... con una mano se hacía caricias en la parte interna de los muslos, mientras con la otra recorría su sexo, aún cubierto con las bragas, de arriba abajo, deteniéndose frecuentemente en el clítoris, donde hacía círculos con dos dedos:

- ¡Ah...! aaaaahh... mmmmhhh... te quiero, Dadaaahh... quiero tu mano... mmmmh... quiero sentir tus manos en mi sexo...

Nazario sudaba copiosamente, pero apenas había visto nada aún. Lentamente, Sofí se bajó las bragas con una sola mano, hasta dejarlas en sus rodillas, y su sexo virginal quedó a la vista. El profesor notó que sus ojos se abrían desmesuradamente para devorar aquella imagen, aquélla intimidad húmeda y rosada que se ofrecía sólo para él. Su erección era tan potente a ese punto que no podía ocultarse bajo su batín. Aunque temeroso de ser descubierto, la situación era excesiva para aguantarla sin corresponder... ya que su querida Sofí estaba dedicándole a él su placer más privado, ¿qué menos que ofrecerle él la misma cortesía? Con todo el silencio que pudo, bajó su mano derecha hasta su pene, le retiró la tela de la ropa interior que aún lo cubría, y comenzó a acariciarlo de arriba abajo, procurando combinar su ritmo con el de Sofí:

- Aaahhh... tus manos... haaaaaahh... grandes y suaves.... mmmmmmmmmh.... tócame con ellas, Dadaaahhh... hazme gozar.... mmmmh... siento tanto placer.... cuando me tocas... haaaaaaaaaaaaaaaahhh...

Sofí acariciaba la entrada de su sexo y lo penetraba ligeramente, chapoteando en su propia humedad. Muy pronto empezó con la otra mano a acariciarse el clítoris. Sus gemidos empezaron a hacerse menos calmados, mientras sus caderas se movían solas, buscando más placer, buscando encontrarse con aquellos dedos, que la joven fantaseaba pertenecían al hombre que se masturbaba frente a su puerta, deleitándose en aquella imagen. Nazario sabía que no soportaría aquello mucho más, era demasiado excitante, no aguantaría mucho más tiempo, pero no le importaba... lo que estaba viendo era tan hermoso. Sofí se estremecía de placer, su cuerpo vibraba de gozo y Nazario no podía dejar de pensar en lo maravilloso que sería acariciar realmente su sexo y provocarle él mismo mucho más placer... el líquido preseminal del profesor había manchado su batín, pero eso no le haría parar. Sofí parecía hacer esfuerzos por ahogar gritos, mientras sus movimientos se habían vuelto mas acelerados:

- ¡Mmmh...! ¡haaah...! Sí... ¡Sí, sí.... ¡ ¡Más... aaaaaah... dame más, Dada, por favor, ya llego, más, Dada, más....haaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaah.....!

La joven susurró ahogadamente algunos gemidos más, y al fin su cuerpo tembló de gozo... sus dedos acariciaron suavemente su sexo, y sus rodillas se deslizaron sobre el colchón, hasta que quedó enteramente tendida boca abajo. Nazario vio que sus manos estaban llenas del semen que acababa de soltar... se apoyó contra la pared y tomó aire silenciosamente. También estaba manchado su batín, pero al menos no había manchado el suelo. Oyó a la joven revolverse en la cama, y se alejó apresuradamente a su cuarto. Apenas podía creer lo que acababa de ver y lo que él mismo había hecho.... por una parte se sentía agradablemente satisfecho; por otra, le parecía aberrante; y por otra, tenía la impresión de ser un cobarde. Acababa de tener un orgasmo magnífico, pero ¿cómo era posible que hubiera llegado al extremo de espiar a Sofí, y excitarse hasta tal punto con aquello? ¡Si no era más que una jovencita que podía ser su hija!, y además, ¿porqué no había sido capaz de entrar y hablar con ella seriamente? Podía haber dejado claras las cosas de una vez para siempre, en cualquier sentido...

Nazario esperaba que Sofí no se hubiera dado cuenta de nada, y así pareció ser, pues ella estaba igual de cariñosa y natural a la mañana siguiente... pero a él no se le iba de la cabeza que la joven había pronunciado su nombre, y le había deseado ardientemente...

Mas de Dita

Luna de miel y sorpresas.

Mucho amor propio, y más amor ajeno.

Chantaje matrimonial

Amores que matan, I

Amores que matan, II

Miguel y yo.

Turbulento verano, II (final)

Turbulento verano.

Con piel de cordero

Examen muy caliente

Demasiados secretos

Mentira sobre mentira

Un día en la piscina

Mi propia confesión

Padre, marido y amante, ¿no tienes bastante?

Más especial Navidad

Especial Navidad.

Desnuda para tí

La gata bajo la mesa de madera.

Travesuras en el coche.

Amar es todo un arte.

Entramos en calor avivando la llama

Hermano contra hermano.

La más dulce tortura es el dolor de corazón.

Haciendo niños... literalmente

Melocotón en almíbar

Melocotón sin almíbar.

La chica nueva y el bedel.

Desahogo

Yo ERA uno de esos amantes...

Quiero y no quiero querer.

Intriga en la Universidad.

Dulce castigo

Ocaso conmigo por primera vez

El hambre con las ganas de comer

Carvallo, eres un artista

Nuestra primera pelea.

Picor ardiente

Zorra con suerte

La culpa fue de los vaqueros

Milady y yo

Llámame amo

Lujuria accidental.

Después del funeral

Belén viviente 2

Belén viviente

El helado no sacia mi Sed

Calla y come, Imbécil

Chica a la espera

Mímame, Irina

Lucha libre en el barro

Mordiscos, 2, final.

Mordiscos, 1

Jugando más a los medicos

Jugando a los médicos

Déjame conocerte, Ocaso.

Vacaciones en familia, ¿qué bien....?

Atracción física... y música.

Vacaciones en familia, ¡qué asco!

Ocaso y yo.

La doctora y el coronel

Déjate puesta la gorra.

Nido de Mariposas

Viviendo de la muerte

De fiesta con las gemelas

Hazme tuya

Pueden pasar muchas cosas en una universidad

Pueden pasar muchas cosas en una universidad 2

Pueden pasar muchas cosas en una universidad 3 fin

Señora, sí...señor II

Señora, sí... señor

Resopón nocturno

Móntame, Vaquero

Cuestión de labia

Papá: me he enamorado

Esto otra vez no, por favor...

El regreso de Imbécil

Estudiar puede ser un delito, 2

Estudiar puede ser un delito, 1

Indecisión

Hoy te enseño yo

Me siento solo, Mariposa.

¡Te cacé, Conejito!

Os presento a Dulce

Mala, egoísta, promiscua.... y la quiero.

De la nieve al fuego

Clases calientes en el internado disciplinario

Virgo y la tentación

Nada en común

...Y próspero Año Nuevo

Feliz Navidad...

Grita, que nadie va a oírte

Jugando en el coche (Obsesión II)

z+z = jacuzzi

Obsesión

Corazón positrónico, 1

Corazón positrónico, 2

Mariposa y yo (8)

Me gusta el strip-poker

Mariposa y yo (7)

We are the champiooooooons...

We are the champiooooooons... 2

We are the champiooooooons... 3, final

Charla feminista

Olvídame, amor mío

Aullidos (2, final)

Aullidos (1)

Haciendo cositas en la excursión

Por culpabilidad

Caricias en la ducha

Jugando a ciegas

A nadie le amarga un... Beto

Sexsomnia

Traición marital cruzada (1)

Traición marital cruzada (2) ¿Final....?

Llámame.

La cómplice oscuridad

Se llama antes de entrar.

Recuerdos de cine, en el cine

Recuerdos de cine, ya en casa

Enséñame a bailar

Hechos el uno para el otro

¿Qué sabes hacer en diez minutos....?

Aquí te pillo, aquí te mato, 2

Feliz cumpleaños, Irina

Aquí te pillo, aquí te mato

El catarro del recién casado

El uro y la cobra

Internado disciplinario para chicas (3)

Fantasía en Elm Street

Noche de bodas muy deseada

Noche de bodas muy deseada (2)

Mariposa y yo (6)

No es lo que parece

Mariposa y yo (5)

Mariposa y yo (4)

Mariposa y yo (3)

Una tarde ¿aburrida? en casa de sus padres.

Enseñando al que no sabe

Mariposa y yo (2)

Mariposa y yo (1)

Internado disciplinario para chicas (2)

Internado disciplinario para chicas.

Argumentos incontestables

Mario y Peach

Buenos días, señor Jameson, III (final)

Buenos días, señor Jameson, II

Buenos días, señor Jameson

Cambio de suerte (2)

Cambio de suerte

Celos

¿Qué me ha pasado?

Creciendo para Nazario, final

El regalo de la Diosa del amor

Ditanieves y los siete mariconchitos (1)

Un encuentro sin nombres

CaperuDita Roja

El circo nocturno (2)

El circo nocturno (1)

Quizá un poco demasiado...

El colgante del Lobo (08)

El colgante del Lobo (07)

El colgante del Lobo (06)

El colgante del Lobo (05)

El colgante del Lobo (04)

El colgante del Lobo (03)

El colgante del Lobo (02)

El colgante del Lobo (01)