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Creciendo para Nazario, final

en Erotismo y Amor

Creciendo para Nazario, 2.

(Si recordamos, http://www.todorelatos.com/relato/28919/ Nazario, un viudo y adusto profesor de Lengua y Literatura había tenido que hacerse cargo de la hija de doce años de una de las amigas de su difunta mujer al dejarla huérfana. Lo que en principio le había parecido al profesor un castigo, se reveló un maravilloso regalo, pero Sofí, la niña, va creciendo y cambiando de día en día, y Nazario se da cuenta que su interés en ella ya no es puramente paternal, por mucho que ella lo considere sólo como a un amigo o un padre… creencia que se ve desbaratada, cuando él, accidentalmente la oye pronunciar su nombre y fantasear con él mientras se masturba. El desorientado profesor no puede evitar masturbarse sin ser visto ante la situación y escapar a su cuarto, deseando por una parte que ella no se haya dado cuenta de nada y que todo siga como antes, y sintiéndose cobarde y asqueado de sus sentimientos por otra.)

 

¿Cómo era posible que hubiera llegado al extremo de espiar a Sofí, y excitarse hasta tal punto con aquello? ¡Si no era más que una jovencita que podía ser su hija!, y además, ¿porqué no había sido capaz de entrar y hablar con ella seriamente? Podía haber dejado claras las cosas de una vez para siempre, en cualquier sentido...

Nazario esperaba que Sofí no se hubiera dado cuenta de nada, y así pareció ser, pues ella estaba igual de cariñosa y natural a la mañana siguiente... pero a él no se le iba de la cabeza que la joven había pronunciado su nombre, y le había deseado ardientemente... Ese pensamiento machacaba su cabeza sin descanso y apenas se atrevía a mirar a la joven a los ojos, temeroso de que pudiera descubrir sus sentimientos; temeroso de que pudiera mirarla con excesiva ternura, temeroso… de que ella pudiese amarle.

Su nerviosismo se hizo notar aquélla mañana; le costaba centrarse en preparar el desayuno, estuvo a punto de dejar que se saliera la leche, que se quemaran las tostadas, no sacó la mantequilla de la nevera…Con su amabilidad habitual, Sofí se dio cuenta que algo le pasaba a Nazario y echó una mano en todo, como si estuviera en varios sitios a la vez, para que todo saliera bien, pero no se le ocurrió decirle que estaba cometiendo errores o siendo descuidado. El profesor se dio cuenta del gran tacto de la joven, y eso no hizo más que hacerla crecer ante sus ojos… por primera vez en su vida, deseó haber dado con uno de esos jóvenes conflictivos, una de esas borricas caprichosas que a diario veía en sus aulas, preocupadas sólo por el maquillaje, el teléfono, las modas, y cualquier vociferador de canciones idiotas, ¿porqué Sofí no podía haber sido así? ¿Por qué tenía que ser tan capaz, tan bondadosa, tan cariñosa, tan atenta, tan…. Tan amada? Si Sofí hubiera sido como cualquiera de esas despreciables niñatas, es posible que la casa de Nazario hubiera sido una batalla campal constante… pero al menos tendría el corazón en paz. Ahora esa batalla campal constante se libraba en su interior, y le estaba privando de lo que más había amado, de lo único que en realidad había sido el motor de su vida: el orden. Se estaba descuidando y teniendo fallos… si empezaba por tenerlos en casa, ¿y si los tenía también en clase…? No podía permitírselo…

Nazario apenas se daba cuenta de a qué sabía el desayuno, y permanecía con la vista fija en un rincón. Sofí lo miraba atentamente, ella sabía que algo le preocupaba… pero hasta la fecha, nada había preocupado a Dada hasta el punto de hacerle enmudecer; todo se lo contaba a ella… muy grave debía de ser si no se lo decía, o muy personal. De modo que decidió esperar, mirándole, muda, esperando que se decidiese a contar. En gesto maquinal, Nazario intentó agarrar el café y se lo volcó en la mano, todo el café hirviente le cayó sobre ella, haciéndole ahogar un grito y saltar de la silla, reteniendo una maldición… no tanto por el dolor, sino por la torpeza cometida.

-¡Dada! – se asustó la joven, y corrió a ver la quemadura, con el tarro de mantequilla en la mano. Cogió un pegote con los dedos y lo depositó sobre la mano del Profesor. Se derritió casi al instante, pero no fue lo único que se fundió. - ¿Estás bien, Dada? – y, reuniendo valor, preguntó - ¿Hay algo que te preocupa….? No estás…. No estás como todos los días, Dada, y eso me pone triste… creo que hay algo que te inquieta tanto, que no quieres decírmelo… pero no está bien que lo sufras tú solo… si pasa algo malo, por favor, quiero saberlo, quiero poder ayudarte…

Sofí habló con tanta ternura que las lágrimas estuvieron a punto de asomar a los ojos del maduro profesor. Éste se esforzó por sonreír, y negó con la cabeza.

-No pasa nada… de veras. Acaba tu desayuno, Sofí.

Por primera vez desde que se conocieran, Sofí intentó desobedecer para acompañar a Dada al baño, donde éste se limpiaría mejor la quemadura y se vendaría la mano, pero con una cariñosa mirada, el profesor la tranquilizó y conminó a que terminara su comida. Mientras subía la escalera hasta el cuarto de baño, Nazario podía sentir en su nuca, preocupada y triste, la mirada de Sofí.

"Eres un estúpido, anciano" se dijo frente al espejo, mientras se vendaba la mano cubierta de ampollas. "Eres un estúpido que se cree muy frío y muy insensible, y en realidad no es más hombre que uno de esos críos de catorce años que se creen que engañan a alguien copiando la letra de viejas canciones ñoñas para mandarlas anónimamente a cualquier hiperhormonada que ni siquiera les mirará a la cara, pero que ellos consideran una princesa… Ella no tiene aún veinte años, y tú ya casi cincuenta. A ella se le abren las puertas del trabajo, el progreso y la vida; a ti se te abren las de la jubilación, las pastillas para la tensión y la tumba. Ella está en su estallido sexual, y a ti muy pronto te llegará el ocaso… ¿es a eso a lo que querrías condenarla? ¿A convertirse en la enfermera de un viejo? ¿A renunciar a vivir porque tendría que ocuparse de cambiarte a ti los pañales? Ella te admira con ese tipo de admiración que fácilmente se puede cambiar al amor, y más a su edad… es joven, es influenciable, y tú eres casi lo único masculino que ha conocido… pero eso, no significa que sea correcto. Si de verdad la quieres, viejo estúpido, por mucho que te duela, debes dejarla marchar y no hacerte ilusiones… Nunca será tuya porque tú no debes permitir que llegue a serlo".

Así, Nazario decidió cambiar su modo de actuar para con Sofí. No debía dejar que ella se siguiese encariñando con él y tratándole con tanta confianza y mimo… ella era poco más que una niña y él casi un anciano: no había razón alguna para que le diese un beso cada vez que lo veía en el Instituto; no era su padre, y además daba mal ejemplo a sus compañeros, muchos pensaban que Sofí sacaba buenas notas en todo porque era la niña preferida del profesor, no era cierto, desde luego, pero a Nazario le vendría bien como excusa… Tampoco era preciso que en casa se recostase sobre su hombro cuando veían la televisión, o pusiera sus piernas sobre las suyas, ni que le diese un beso al levantarse y acostarse… a Sofí todo aquello no le cayó muy bien:

-¿Qué no hace falta que te bese…..? – la joven apenas daba crédito a lo que oía.

- Eso he dicho. Sofí, ya no eres una niña. Hasta ahora, eras una adolescente, casi una niña… pero dentro de sólo algunos meses empezarás la Universidad, saldrás a un mundo hostil y cruel y en el que yo ya no podré prestarte ninguna ayuda, y no tiene sentido que te aferres a comportamientos infantiles que hasta ahora, se te podían tolerar por tu corta edad, como es el irme besando o abrazando cada vez que coincidíamos en el Instituto, o el recostarte sobre mí en el sillón como si fueras una niñita, o darme besos todos los días… ese tipo de actitud mimosa se puede perdonar sólo en los niños… pero los mimos hacen seres blandos e incapaces de luchar, con lo cual es un comportamiento que debe acabar desde ya. ¿Entendido?

- Entendido, ¿tengo que llamaros "señor"? – Por primera vez en toda su larga relación, Nazario percibió la rebeldía en la joven. En sus ojos había tristeza, impotencia, rabia, muchas preguntas que quería hacer, cosas que deseaba gritar incluso, pero que eran contenidas… el profesor se sintió satisfecho… si Sofí le tomaba manía, no habría más motivo de preocupación para él.

-No. Bastará con que te guardes el sarcasmo en el bolsillo. Esta noche, no habrá televisión para ti, en su lugar traducirás diez páginas de la Eneida; las quiero para antes de que te acuestes. A lo mejor así, recuerdas el respeto que me debes… esto es fruto de todo lo anterior, no sabes guardar respeto, piensas que todo el mundo va a tratarte como yo, que siempre vas a ser la niña preferida de alguien… y voy a enseñarte que no es así.

-No creí haber sido nunca tu "niña preferida" – se defendió Sofí – pensé que éramos amigos… que nos queríamos, y eso era todo…

Nazario apretó los puños y reprimió el deseo de estrecharla entre sus brazos diciéndola que sí la quería, que la amaba más que a nada en el mundo, más que a su propia vida, cubrirle la cara de besos y apretarla contra su pecho…

-Mal pensado. – dijo con gesto severo – Yo soy tu maestro, y tú mi alumna. Nunca pretendí ser tu padre, no somos amigos, no podemos ser amigos, y no nos queremos. Podemos tenernos afecto, pero nada más. Una relación más estrecha, simplemente daña el proceso, y como se ha visto, tú me acabas de perder el respeto. Precisamente porque no me consideras tu maestro, sino tu amigo… Yo, no soy tu amiguete, jovencita, no puedes tratarme como a tal, ni dirigirte a mí como a tal. Así que también se ha terminado lo de "Dada". A partir de ahora, Nazario. Y yo a ti, Sofía. ¿Alguna pregunta?

Sofí tenía los ojos temblorosos y húmedos… no entendía este cambio. Dada siempre había sido su amigo, su mejor amigo, la persona a la que más quería…. Y no le había perdido el respeto por ello, siempre le había tratado con respeto, nunca había dicho una palabra malsonante delante de él, ni contado un chiste inapropiado, ni se había olvidado de su acción al recogerla… ¿qué había pasado? ¿Dónde estaba su Dada….?

"Por Dios Bendito, que no se eche a llorar… no aquí" pensaba Nazario viendo la expresión de tristeza y profundo desconcierto de la joven "porque si lo hace, será superior a mí, no podré resistirlo… maldita niña, vete a llorar a tu cuarto… no me conviertas en un monstruo haciendo que te mande yo que lo hagas…."

-Ninguna, Da…. Nazario… - la joven bajó la cabeza para que no se le vieran los ojos – lo siento si te he ofendido, no volveré a faltarte al respeto. Voy a hacer mi traducción.

Casi corriendo, la joven subió las escaleras, llevándose el dorso de una mano al rostro y reprimiendo los gemidos. Nazario dejó escapar un suspiro interminable y enterró la cabeza en las manos, deseando poder llorar él también… estaba destrozado. Él sabía que Sofía lo amaba y acababa de hacerle pedazos el corazón, pero aquello era lo más justo, lo más lógico… y por otra parte, no podía dejar de pensar en la entereza de su discípula… Él había pensado que quizá protestase más, que se enfadase o chillase, o le insultase… pero no. Sofía nunca dejaría de ser la pequeña Sofí que lo aceptaba todo y a todo obedecía, siempre que las órdenes proviniesen de Nazario. En su amor adolescente, quizá pensaba que si era muy buena, si obedecía en todo y si era perfecta… volvería a recuperar a Dada, o al menos, Nazario estaría contento de ella.

Aquélla noche, apenas dos horas más tarde, Sofía bajó de su cuarto, toda contrita, con la traducción en las manos, encuadernada y pasada a ordenador, con portada en la que había puesto el título en un wordart y una foto escaneada de un relieve romano. Las páginas estaban numeradas y la joven había añadido un pequeño epílogo acerca de la calidad literaria de la obra relacionada con los aspectos mitológicos y socioculturales de la Roma Clásica, así como una biografía de Virgilio, el autor, y la bibliografía de donde había sacado los datos… Nazario quedó impresionado. Sólo su Sofí era capaz de convertir un castigo en un trabajo extraordinario, y no pudo evitar recordar que había sido él quien le había dicho "las trabajos se hacen; mal o bien, pero hay que hacerlos. Pero cuando se hacen, o se hacen bien, o no se hacen". El profesor se puso en pie para mirar a Sofía, que seguía con la cabeza gacha.

- Has trabajado bien. Estoy contento de ti – El rostro de la joven se iluminó con una sonrisa tan maravillosa, que Nazario tuvo que luchar ferozmente para no devolvérsela – Pero esto no significa que nada de lo que dije antes haya cambiado, Sofía. Debes aprender a tratarme como a tu profesor que soy, y acostumbrarte que en el mundo de fuera, debes tratar así a todo el mundo. Con respeto y con frialdad. Los mimos, son para los niños solamente.

Sofía asintió con la cabeza, obediente, y de nuevo sonrió antes de marcharse. Desde la puerta, se volvió.

-Da…. Nazario – se corrigió rápidamente – Aunque ya no te bese, ¿puedo seguir deseándote buenas noches…..?

Nazario estaba de espaldas a la puerta, y estuvo a punto de dejar caer el trabajo de la joven porque sus manos se quedaron sin fuerzas. ¿Qué debía hacer, decirle que no? Irse de un sitio sin despedirse, era de pésima educación, no podía….

-Claro que sí – El profesor no estaba muy seguro de que fuese su voz la que había contestado, pero se oyó de todos modos. Sofía sonrió.

- Entonces, muy buenas noches, Nazario, que tengas felices sueños, y otra vez, perdona mi enfado.

Cuando oyó cerrarse la puerta de su despacho, el profesor se dejó caer de rodillas en el piso alfombrado… Sofía lo amaba tanto o más que antes. El impedirle que le besara, que le llamara por su apodo, el castigarla… en realidad no servía de nada. Ella sólo veía buena fe y deseos de prepararla lo mejor posible por parte de él; era indudable que creía que este distanciamiento sería momentáneo, hasta que ella aprendiera… o si lo tomaba por algo realmente perpetuo, era indudable que le importaba bien poco, pues sabía que la excelencia de sus trabajos, su obediencia y su dulce carácter acabarían siempre por ganar al viejo profesor. Involuntariamente, Nazario se llevó el trabajo a la nariz… efectivamente, olía a ella. Su sonrisa… su docilidad…su cariño… su obediencia… su modo de intentar parecerse a él… Su cuerpo reaccionó casi sin que él lo notara. Últimamente le estaba pasando a menudo, y no era algo que le agradase. Él siempre había controlado su deseo, igual que lo controlaba todo, pero de un tiempo a esta parte, parecía que su libido no estaba dispuesta a dejarse controlar, y eso era algo que ni con quince años le había pasado… entonces, el ejercicio físico, que practicaba hasta la extenuación, había sido suficiente para calmar sus ansias, pero ahora, a pesar de seguir practicando deporte todos los días, su lujuria seguía reclamando atención. Por más que le avergonzase o asquease, no tuvo más remedio que encerrarse con llave en su cuarto, y en el baño privado de su habitación, desahogarse.

Su pene estaba inflamado y rojo, y apenas lo acarició, el cuerpo entero de Nazario se arqueó de gusto, y hubo de morderse los labios para no gritar, ¡qué placer….! Su mano se deslizaba lentamente arriba y abajo, y con la izquierda, el profesor se tapó la boca, temeroso de que los gemidos que involuntariamente le rasgaban el pecho y se le escapaban, pudieran delatarle. Intentó imaginar otras cosas, evocar escenas de libros como El amante de Lady Chatterley o las imágenes en mosaico que decoraban los prostíbulos de la Antigua Roma… pero no hubo forma: en su mente se había grabado a fuego el momento en que pescó a Sofía en su placer íntimo, y no podía sacarla de allí; pensase en lo que pensase, la imagen volvía siempre… la joven acariciándose, su bellísimo sexo húmedo y tembloroso cuando se bajó las bragas, sus dulcísimos gemidos cada vez que los dedos acariciaban su clítoris produciéndose delicias, y el modo de pronunciar su nombre… Nazario miró su pene, casi morado, supurante, a pesar de que apenas lo había acariciado durante un minuto, y notó que su placer era inminente, el cosquilleo en sus testículos y el dulce picor en el glande se lo anunciaban, y no hizo nada por prolongar el placer, sólo quería acabar, desfogarse, eliminar para siempre esas imágenes que desordenaban su vida y su corazón…

-¿Nazario…? – Sofía llamó a la puerta de la habitación. El profesor bendijo haber cerrado con llave para no verse descubierto, pero tenía que contestar, y si lo hacía en ese momento, su voz le delataría… intentó pensar pero ya era demasiado tarde, y a pesar de haber reducido el ritmo de sus caricias, el placer lo inundó en oleadas cálidas y escalofríos que le hicieron doblarse sobre sí mismo mientras intentaba recoger su eyaculación en papel higiénico - ¿Nazario, estás dormido….?

Fuese o no casualidad, Sofía le ofreció una vía de escape. El profesor siguió con la boca tapada, callado como un muerto, e intentando que su respiración recobrase el ritmo normal. La joven permaneció en la puerta unos segundos más, volvió a llamar, esta vez mucho más suavemente, y finalmente se marchó. Nazario respiró y sintió una vergüenza espantosa. Nunca, jamás, en toda su vida, había pasado por un momento tan embarazoso… pero al menos, su pene estaba ya tranquilo y podría dormir. Al día siguiente ya se enteraría de que lo que ella querría decirle.

 

- ¿Que te han admitido……? – Nazario boqueaba, sin dar crédito a lo que Sofía le decía y la carta que le mostraba, que había llegado la noche anterior.

- Sí, Nazario, ¡SÍ! ¡Me han admitido en tu universidad, la misma en la que tú estudiaste! Bueno, ya sabes que primero deberé hacer el examen de ingreso, sí, pero… ¡sólo los estudiantes con mejores notas, pueden solicitar el examen de ingreso, Nazario! ¡Y lo aprobaré, y estudiaré Filología Hispánica, como tú! ¡Todo esto, te lo debo a ti!

Sin poder contenerse, Sofía saltó a los brazos de su profesor, quien, en la euforia del momento, la estrechó fuertemente entre ellos. Sofía le besó en la cara sin poder dejar de reír, mientras Nazario le llenaba el rostro de torpes besos, donde podía; en la frente, las mejillas, la nariz, la comisura de los labios, mientras giraba con ella casi en brazos, y le parecía que la risa de Sofía sonaba como una campana, era el sonido más agradable del mundo… su batín empezó a abultarse, y Nazario se dio cuenta de lo que ocurría. Bruscamente, apartó a la joven de un empujón y se dio la vuelta. Sofía lo miró con desconcierto.

-Nazario… ¿he… hecho algo…?

- ¡Sí, has hecho algo malo! – Nazario se dio cuenta que estaba gritando. Hacía años que no gritaba, y Sofía nunca le había oído gritar, pero tenía la esperanza que el enfado aplastase la excitación - ¡Te dije ayer mismo que no debías volver a tratarme así! ¿Ya se te ha olvidado? ¿Es este el caso que me haces? ¡Deja de portarte ya como una niña, empieza a madurar, no puedes tratar a la gente como si fueran peluches y lanzarte a abrazarlos a la menor ocasión, o todo el mundo te creerá una idiota e intentarán aprovecharse de ti!

Sofía aguantó el chaparrón.

- Lo… lo siento… me dejé llevar por la alegría… pensé que tú también te alegrarías de esto… a fin de cuentas, lo hemos conseguido juntos…

"No, Sofí… lo conseguiste tú sola… yo sólo fui el trampolín que necesitabas… puse a tu alcance los medios y los hábitos, pero fuiste tú quien sacó provecho de ellos y quien se esforzó para conseguir frutos…eres extraordinaria" pensó Nazario.

- Entiendo que estés contenta. ¡Buen trabajo me ha costado sacar algún provecho de ti! Al menos, no has sido tan decepcionante como el resto de los becerros que me veo obligado a desasnar, y eso desde luego que me alegra…. Pero no es excusa para esa desordenada algarabía de gritos y abrazos.

Sofía pareció a punto de decir que él también la había abrazado y llenado de besos… pero se contuvo. No tenía sentido hacer enfadar más a Nazario. "Parece que por fin lo va entendiendo…" se dijo él "si deja de ser rebelde, es porque ya no le importa tanto. Es mejor así, que deje de importarle cuanto antes, y menos sufriremos los dos.".

La joven prácticamente no pronunció palabra en toda la mañana, y cuando se cruzó con él en el Instituto, se limitó a saludarle con los ojos, sin sonreírle. Nazario se sintió muy satisfecho de su comportamiento. Es cierto que también se sentía un poco solo… mientras tuvo el cariño de Sofía, se había sentido especial… se había sentido querido y lleno de amor, sabía que tenía un tesoro maravilloso para él solo que llenaba sus días y los iluminaba como un sol… pero ese tesoro maravilloso, no estaba destinado a él. Tenía que ser para alguien que realmente pudiera disfrutarlo, que pudiera ofrecerle también una vida entera llena de amor… y de amor pleno, no sólo de cariño, sino también de amor físico. A él dentro de unos años empezarían a fallarle las fuerzas, ¿seguiría ella amándole entonces, o se daría cuenta que se encaprichó de un viejo que desde luego podía amarla, pero no satisfacerla…? Era mejor así, antes que permitir que un día ella se viese en la disyuntiva de cometer infidelidad para encontrar aquello que un cuerpo viejo no podría darle.

Los días siguientes, Nazario se sintió triste y torturado a la vez. Había pensado que el eliminar los diminutivos y el trato cariñoso de su relación con Sofía, sería suficiente… pero, indudablemente, no bastaba. Sofía seguía estando en la casa, y dejando su perfume donde quiera que ella iba. Seguía saliendo a correr con él todos los días, y los ojos del profesor se desviaban hacia los pechos de ella, que rebotaban al ritmo de la carrera, sin que pudiera evitarlo. El olor de su sudor al volver a casa era tan tentador… el sonido de su voz cuando cantaba al ducharse… sus hombros medio descubiertos por los suéter que llevaba estando en casa, sus piernas marcadas por las mallas, sus caderas contoneándose a cada paso que daba… su nalgas cuando se agachaba…y por encima de todo, su amabilidad. Su modo de atender a Nazario de manera que casi parecía que le leyera el pensamiento, de tenerle preparado todo cuanto él quería encontrar… pero no decía una palabra más de las justas. No había conversación entre ellos. Se sentaban a metro y medio de distancia cuando veían televisión, y no había complicidad alguna. Eran como dos huéspedes desconocidos viviendo en la misma casa, siguiendo las mismas rutinas… pero tratándose como extraños. "Nunca será mía…. Nunca será mía… no puede ser para mí…" Por alguna razón, este pensamiento entristecía sobremanera a Nazario, y al mismo tiempo, lo excitaba. Le hacía fantasear con posibilidades… con la idea de que su marido, quien quiera que llegase a ser, no la vería nunca como la había visto él. No la habría visto crecer, cambiar, florecer, pasar lenta y silenciosamente de niña a adolescente y finalmente a mujer… No la habría tenido para él viéndola madurar hermosamente como una planta que se cargase de flores… y sobre todo, no la habría visto en su placer más íntimo, aprendiendo a conocer su cuerpo, aprendiendo a darse placer … y pronunciando su nombre en el momento del orgasmo.

Así pasaron varias semanas. Nazario hubiera dado algo por echar marcha atrás; por disfrutar del tiempo que le quedase con Sofí para él solo, aunque supiera que no sucedería nada, pero al menos, tenerla con cariño de hija, disfrutar de sus besos, sus abrazos, sus sonrisas, su dulzura… pero nada podía hacer ya, y seguía convencido de que aquél era el mejor camino, por más que la tristeza le hubiera hecho ser aún más rígido y adusto con sus alumnos y el deseo no sólo no desapareciese, sino que parecía hacerse más intenso cada día…

-Nazario – dijo por fin Sofía una mañana de sábado – Tengo que decirte una cosa.

-Di – El profesor, comiendo tranquilamente sus tostadas del desayuno, no imaginaba a qué iba a tener que enfrentarse.

-La Universidad…. Da una pequeña fiesta para todos los futuros alumnos, aunque no haya hecho el examen aún… para que vean las instalaciones, y eso, y… y quiero ir. Es esta noche.

Nazario sonrió.

-No hay ningún problema, ¿pensabas que no iba a dejarte ir? Me gustará mucho volver a ver mi vieja Universidad, y….

-No hablo de ir contigo – le cortó ella.

El rostro del profesor cambió por completo. Su sonrisa se esfumó tan rápidamente como si nunca hubiera estado ahí, y por primera vez desde que la conocía, miró con profunda reconvención a Sofía.

-¿Con quién vas a ir? – preguntó secamente.

-Con un chico.

La mano de Nazario se crispó, haciendo trizas la tostada, y Sofía se sobresaltó levemente. Era indudable que para ella, aquello tampoco era agradable.

-No te pido que me digas lo que se sobreentiende – dijo, apretando los labios – quiero saber qué chico es el que va a sacarte de aquí ni un minuto antes de las siete de la tarde, y quien va a traerte aquí ni un segundo después de las diez de la noche.

-¿Diez de la noche…? Pero… pero cuando he ido de fiesta contigo, no…

-ESE, no es el asunto a tratar ahora – la cortó – por tercera vez, y no quiero preguntarlo una cuarta, ¿quién va a llevarte?

Sofía se sonrojó visiblemente cuando contestó:

-Román…. El delantero del equipo de fútbol.

-¡¿QUÉ?! – Román era lo más opuesto a Nazario que uno podía encontrar aunque se lo propusiera… era, desde luego, un muchacho muy guapo, no había chica en todo el instituto que no suspirase por él: era rubio, muy alto, de rasgos finos y suaves, fuerte y se le daba de maravilla el maldito fútbol que Nazario detestaba. Tenía mucho éxito entre sus amigos porque podía tener a cualquier chica a sus pies, y en no pocas ocasiones Nazario le había oído presumir de sus aventuras con un repulsivo nivel de detalle, dejando a las chicas a la altura del betún… pero el profesor no estaba dispuesto a que se aprovechase de su Sofí. – Si piensas que voy a dejar que ese… ese montón de hormonas ególatra y poseído de sí mismo te lleve a ninguna parte, estás muy equivocada, tendría que estar loco para consentir…

-Mucho me temo que tienes que consentir, Nazario – el profesor se quedó callado ante la situación. Era la primera vez que nadie le cortaba, y menos aún Sofía – Una vez me dijiste que no pretendías ser mi padre, ni mi amigo… sólo mi profesor. Pues el profesor sólo tiene derecho a opinar en cuestiones docentes. Soy mayor de edad y salgo con quien quiero, y saldré con él, y volveré cuando lo considere oportuno. Si no eres mi padre ni mi amigo, entonces no tienes derecho a opinar sobre mi vida privada.

-No soy tu padre, es cierto. No soy tu amigo, puede ser… pero como bien dices, soy tu maestro. Y el maestro opina que la reputación es esencial para una persona, y para el bien de tu reputación, ni saldrás con él, ni volverás a esta casa más tarde de las diez en tanto no vayas conmigo.

-Iré. – el tono de la voz de la joven era tranquilo, pero se le notaba que hacía esfuerzos para no exaltarse – No puedes obligarme a quedarme en casa si yo no lo quiero habiendo cumplido la mayoría de edad. Si lo intentas, puedo denunciarte, y lo sabes. De mi reputación me ocuparé yo misma si no te importa, muchas gracias. Tú como profesor, puedes darme la lección, ¡pero no puedes obligarme a que la aprenda! ¿Y sabes qué? ¡No me hace falta aprender más lecciones de alguien que no es mi amigo para lo que no le interesa, pero pretende ser mi custodio cuando sí! ¿Pretendías acaso lucirme esta noche, decir a todo el mundo cómo habías conseguido sacar lo bueno de mí gracias a tus esfuerzos, decir que soy una hermosa escultura modelada por ti, y que sin ti, sería un asnito más de los que pueblan las clases? ¡Pues lo siento mucho, pero vas a quedarte sin tu noche de gloria! ¡Voy a salir con una persona a quien le intereso más que lo puramente académico y voy a divertirme con él!

Mal que le pesase, había acabado levantándose de la silla y elevando el tono de voz, y Nazario también perdió la serenidad:

-¡Vas a salir con un pene con patas al que le importas un pimiento, y que sólo quiere divertirse contigo! ¡Desde luego que se va a divertir, él se lo va a pasar de maravilla con tu cuerpo, pero a ti te va a dejar al margen, y le va a dar igual cómo lo pases tú, él se desahogará contigo mientras tú intentes que te respete como persona, y te ignorará! ¡Y cuando haya conseguido de ti lo que quiera, se largará y no serás para él más que una divertida anécdota para contar a todo el instituto de cómo se hizo con la virginidad de "la niña del profe" en el asiento trasero de un coche!

-De verdad te CREES lo que tú mismo dices de los jóvenes… haces que me den ganas de vomitar…. ¿crees que todos los chicos son así, que solamente buscan descargarse y si te he visto no me acuerdo?

-¡Bienvenida al mundo real, señorita! ¡SÍ! ¡Todos los chicos que conoces, buscan eso y largarse, ¿o acaso crees que Román está pensando en casarse contigo….?!

-Me da igual si lo piensa o no, ¡yo voy a salir esta noche con él, y volveré a la hora que me parezca! Lo que tú pienses, ya me da igual… estoy harta de ser "tu niña… tu creación…" y de deberte a ti todo lo que logro, sin que seas capaz de decirme una palabra amable desde hace semanas y de que me rehuyas como si tuviera la peste, y que exijas de mí todo, sin darme tú nada a cambio… ni siquiera tu amistad… ¡de ahora en adelante, pienso hacer lo que me dé la gana! Tu mismo dices que ya no soy una niña… pues entonces, tampoco vas a mandar en mí como si fuera una niña, ¡iré con él, y si te parece bien o mal, me da lo mismo!

-Si se te ocurre hacer eso…. – contestó Nazario, peligrosamente tranquilo – si se te ocurre desobedecerme… puedes hacer lo que quieras, pero en primera, no se te ocurra pedirme ayuda ni buscar consuelo cuando se eche sobre ti a hacerte algo que tú no desees; defiéndete como puedas, ya que eres tan mayor de edad. Y en segunda, mañana te buscas una pensión. Puesto que ya eres mayor de edad, como has tenido la amabilidad de recalcarme, mis obligaciones para contigo por el testamento de tu madre, han terminado. ¿Quieres ser mayor? Vas a serlo para todo. Te buscas un trabajo, y una habitación y te largas de mi casa y de mi vida…. Y no quiero ni que me mires a la cara… no quiero haberte conocido nunca… Pequeña sanguijuela ingrata… ¡te doy una semana, pasado ese plazo, te pondré la maleta en la puerta y cambiaré las cerraduras!

Si Nazario esperaba que ella diese muestras de sorpresa, o miedo, o que recogiese velas después de aquello, se quedó con las ganas. Sofía siguió con la cabeza alta, los brazos cruzados sobre el pecho y expresión de orgullo. El profesor se dio la vuelta y subió las escaleras hacia su cuarto con paso lento. Le parecía que su cuerpo pesase toneladas, y se llevó una mano al pecho sin darse cuenta. Hoy no saldría a correr. Hoy, no iba a salir para nada.

Encerrado en su cuarto, oyó a Sofía subir y bajar por la casa, fregando los cacharros del desayuno, arreglando su habitación como tenía por costumbre. Nazario hubiera querido ser aún más orgulloso y gritarle que no hacía falta que limpiase o recogiese nada, que no había ya necesidad de que lo hiciera, y que él no iba a cambiar de opinión… pero le faltaban las fuerzas. Se había sentado en un sillón al subir después de la disputa y no se había movido de ahí desde entonces. En vano había intentado coger un libro, pero no podía concentrarse en la lectura… sólo era capaz de pensar en Sofí. Ya estaba… en realidad, eso era lo que él había querido…. Separarla de él, para que ella pudiera hacer su vida con un hombre más acorde a ella en edad… pero nunca imaginó que sería tan violento, ni tan doloroso… ni que el hombre que ella elegiría, sería un cretino así.

Pasaban las horas y oyó un roce junto a su puerta. El corazón le dio un brinco, ¡ella venía! Sin duda, quería pedirle disculpas, volver dócil como siempre, asegurar que obedecería… casi saltó de su sillón hasta la puerta, pero al abrirla, sólo se encontró una bandeja con la comida y una nota. Sofía no estaba. Quizá se había encerrado en su cuarto… Como fuese, Nazario cogió la bandeja y la nota, que era bien escueta:

"No he cambiado de opinión, y me iré mañana mismo a casa de una compañera ya que mi presencia le resulta tan molesta. Lamento mucho los gastos y trastornos que sin duda le he ocasionado durante mi estancia aquí. Cuando empiece a trabajar, procuraré remitirle dinero para compensar dichos gastos. Ya tengo hecha la maleta, así que cuando esta noche me marche, directamente ya no volveré. Así pues, esto es un adiós".

Como a cámara lenta, Nazario vio la bandeja deslizarse de su mano, el filete y el cuenco de sopa rodar sobre ella, y finalmente caer al suelo con un estrépito que él ni siquiera oyó… la nota voló en círculos hasta caer sobre la mancha de sopa que se extendía por la alfombra. "La pierdo" pensó confusamente "la pierdo… la pierdo…." Su cerebro, tan ágil, tan agudo, tan despierto, ahora parecía embotado, capaz de procesar sólo esa frase. De muy lejos, le llegó el sonido de una puerta al abrirse y cerrarse…

-¡SOFí!- grito, desesperado. El grito de una persona que se queda sin aire, desgarrado… el grito de una persona que siente que le arrebatan la vida. Sus piernas saltaron y le llevaron corriendo por el pasillo, donde la joven acababa de salir de su cuarto, vestida con aquél mismo traje de noche que usó en Nochevieja años atrás y efectivamente con una maleta en la mano, y le miraba asombrada. Quiso abrir la boca, preguntar… pero Nazario se abalanzó sobre ella, abrazándola como si de ello dependiese su vida… y en cierto modo, así era – No…. No te vayas… no me abandones… no quiero que te marches, no quiero que me dejes nunca, Sofí… soy un estúpido… un pobre necio… pero no puedo vivir sin ti. No quiero que te hagan daño, por eso he actuado así… perdona a este pobre viejo estúpido… no me prives de tu compañía, no me dejes sin ti….

Nazario oyó unos débiles sollozos. Sofí sollozaba, abrazada a él. Por un momento, temió haberla ofendido, haberla asustado… pero le llevó muy poco tiempo darse cuenta que ella lloraba de felicidad. Levantó el rostro hacia él, con los brillantes ojos anegados en lágrimas, pero con una sonrisa radiante llena de alegría. Nazario le limpió las lágrimas con los pulgares y le beso la frente, los párpados…

-Dada…. Mi Dada… ¿por qué has tardado tanto….? – balbució la joven. Por un segundo, le miró los labios, y de nuevo a los ojos, acercándose más a él.

"Bueno, viejo estúpido… lo has echado todo a rodar… ella podía haber encontrado un hombre más joven, menos rígido… pero lo has estropeado todo… ¿y sabes qué? Que eres feliz. Y ella también. Porque podría encontrar un hombre más joven o más divertido… pero no uno que la quiera más que tú". Pensó Nazario, y todavía con las manos en las mejillas de Sofí, inclinó su boca hacia la suya y la besó… por un instante, recordó que hacía como veinte años que no besaba a nadie, pero eso se reveló de poca importancia; no había olvidado cómo se hacía. Lentamente, la boca de Sofí se dejó abrir, penetrar, explorar por la lengua de Nazario… la joven sabía a menta, su lengua era dulce y suave, y el cuerpo del profesor reaccionó casi violentamente ante el delicioso estímulo, mientras las manos del mismo recorrían los brazos de Sofí, buscando los tirantes del vestido, para bajarlos… Pero no quería poseerla en mitad del pasillo, por favor, ella se merecía algo mejor. Con esfuerzo, logró separar su boca de la de ella, que gimió deliciosamente impaciente… Nazario la tomó en sus brazos, y la llevó al cuarto de él, depositándola en la cama. Cerró la puerta, y se volvió a mirarla.

Entre las cortinas de la cama, Sofí, tumbada, mirándole, sonrojada, tímida, temblorosa, dudando si mirarle sólo a los ojos o al bulto de su batín… estaba encantadora. Nazario descalzó a la joven, besándole los tobillos, y abrió la cama, para taparla y tenderse junto a ella.

-¿No…. No quieres verme el cuerpo….? – preguntó ella, cuando la tapó con el cobertor. Nazario sonrió.

-Voy a verte el cuerpo… pero antes, me interesa más ver tus ojos. – de nuevo volvió a besarla, atrapándola entre sus brazos "Mía…. Eres mía, mi pequeña Sofí… mía para siempre", logró pensar, mientras sus manos buscaban la cremallera en la espalda del vestido y la bajaban suavemente. Sofí se derretía de impaciencia y ella misma le ayudó a despojarse del vestido. Bajo él, sólo llevaba un sostén adhesivo que no cubría sus pechos, y las bragas. Lentamente, Nazario retiró el adhesivo, y se recreó mirando el rostro de Sofí, entre anhelante y vergonzoso. Con el dedo índice, empezó a acariciar los pezones de la joven que dejó escapar un tierno gemido de placer y sorpresa.

-¿te gusta….? –preguntó, retóricamente, Nazario

-Síiiii…. Sí, Dada…. Más, por favor… mmmmh… es bueno…

Nazario sonrió y beso el rostro de la joven mientras con la punta de los dedos acariciaba los pezones de ambos pechos, produciendo escalofríos de placer en ella. Las mejillas de Sofi estaban incendiadas cuando Nazario usó toda la mano para abrazarle los pechos; con cuidado, la rodeó con uno de sus brazos para poder masajear ambos pechos. Sofí se estremecía de gusto y le apretó las manos con las suyas para que no parase. Nazario descubrió por primera vez cuántas ganas tenía de aquello, qué antojo sentía de juguetear con sus pezones, acariciarlos traviesamente, dar tironcitos de ellos y apretarle los pechos, y sobre todo, disfrutar, saborear intensamente cada espasmo, cada gemido, cada suspiro que la joven emitía por y para él. Sin poder contenerse, se inclinó para besar uno de sus pechos, y lo lamió con la lengua. Sofí frotó su mejilla contra su cabeza para dar a entender lo mucho que le gustaba, porque apenas podía articular palabra por la excitación, y le lamió las orejas y el cuello que quedaban a su alcance. Nazario apresó el indefenso pezón entre sus labios y succionó de él, lamió el bajo pecho y succionó de nuevo, esta vez algo más fuerte… Sofí se contorsionaba entre sus brazos gimiendo como una gatita, y la nariz del profesor se vio inundada por un aroma que ya había olido antes: el olor a hembra que emitía la joven.

Levantó la cabeza, y pudo ver que sus bragas, aún sobre el cuerpo, tenían una delatora mancha húmeda que sobresalía por delante… era indudable que su cuerpo exigía atenciones más ardientes. Con una mano, empezó a acariciar el vientre, plano y suave, de su compañera, quien, sabiendo lo que se avecinaba, sonreía y musitaba algo como "sí…. Sí….". Muy despacio, Dada empezó a acariciar el bajo vientre, y el monte de Venus, aún sobre la tela que lo cubría. Por reflejo, Sofí separó las piernas, para dejar más espacio donde acariciar, y el profesor encontró, en medio de la mancha de humedad, una pequeña elevación en la tensa tela. Sabiendo de que se trataba, lo evitó deliberadamente, produciendo pequeños gemiditos de protesta en su compañera… pero él quería que ella estuviese lo más excitada posible, ya que se trataba de su primera vez… y también deseaba saborearlo, hacerlo lo más largo que pudiera… empezó a acariciar los labios, muy superficialmente, para hacer cosquillas en la vulva. El maravilloso cosquilleo hizo sonreír a Sofí, pero él sabía que precisaba algo más. Cuidadosamente, empezó a meter su mano por dentro de las bragas.

-¡Ah…! Aaaaaaaaaah…. Sí…. Oooh… tu… tus manos, Dada…. Las… las he … deseado tanto…. Síiiiiiiiiiii…. Por favor, sigue….

El tacto de la piel contra la piel, era enloquecedor. Nazario tenía que reprimir sus propios deseos de penetrarla de golpe y bombear… el sexo de Sofí ardía, abrasaba… los rizos de su monte de Venus le acariciaban la piel, y su vulva palpitaba lentamente, invitándole a seguir acariciando, a explorar y encontrar los puntos secretos que la dejarían satisfecha…. Nazario subió y bajó su mano, acariciando por fuera el sexo de Sofí, y empapándose la mano pese a no tocar por dentro… Finalmente, decidió que ya era hora de darle verdadero placer a su Sofí, y haciendo círculos sobre los labios, estos se hicieron más pequeños, hasta dar en el clítoris.

-¡Aaaaaaahh! ¡Sí…. Síiiiiii!, ¡sigue, tócalo, por favor! – el cuerpo de Sofí se arqueó de gusto, y Nazario no pudo resistir seguir haciéndola sufrir: de un tirón la despojó de las bragas, y empezó a acariciar el clítoris, húmedo e hinchado de la joven; lo acarició en círculos, de arriba abajo, lo pescó entre dos dedos y lo frotó, mientras su compañera asentía con la cabeza e intentaba torpemente agarrarle el miembro para acariciárselo a su vez. Abandonando el clítoris por un momento, Nazario acercó dos dedos a la cuevita de Sofí, cálida y chorreante, y probó a meter primero uno de sus dedos. El cuerpo de la joven estaba tenso por dentro y se resistía, pero la lubricación y el deseo de su propietaria se sobreponían a esta dificultad, y el dedo entró sin problemas, mientras con la palma de la mano, Nazario seguía frotando el clítoris.

-Haaaaaaaaah…. Oh, Dada…. Siempre soñé con esto….. oooooooooh…. Tus manos… dándome placer… pero… oooooh, qué buenooooooooooo… tu así no…. No gozas… por favor… penétrame…

Nazario siguió jugando con su dedo un rato más e intentó añadir otro…. Lo cierto era que estaba deseando penetrar a Sofí, pero temía hacerla daño.

-Sofí… - él también tenía la voz entrecortada por la excitación – Eres virgen… puede dolerte si no estás muy húmeda y excitada… es mejor que tú tengas un orgasmo primero, así estarás más mojada… ¿no prefieres…?

-Dada… ya… aaaaaaaaaaah… ya no somos…. Maestro y alumna…. Sino… mmmmmmmmh…¡mmmmmmmmmmhh!.... sino hombre y mujer… y aunque quiero que me enseñes a amar…. Haaaaaaaaaah… también quiero tener voz y voto…. Ooooooooh… por favor… penétrame, quiero que goces conmigo…. Quiero que mi primer orgasmo contigo… sea teniéndote dentro….

Era más de lo que Nazario podía resistir u objetar. Se quitó el batín, bajo el cual no llevaba ropa interior y se acomodó entre las piernas de Sofí. "¿Qué hice tan bueno, Señor, para que me dieras éste premio….? ¿Qué hice tan bueno?" pensó confusamente mientras su glande acariciaba la entrada de la vulva de Sofí, cálida y goteante. A la joven le parecía enorme al tacto, pero sabiendo que su Dada era un maestro en todo, no tenía miedo alguno, sólo deseos de tenerle dentro y satisfacerle, darle tanto placer como él le daba a ella. Lentamente, Nazario empezó a penetrarla. La carne de la joven se abría lentamente para dejarle pasar, para ser suya… en su cara se reflejaba a la vez el dolor y el placer. El glande de Nazario casi chapoteaba, medio dentro de ella, deslizándose sin penetrar… El profesor se agarró el pene y lo guió hacia la entrada, para que no resbalase, y empezó a apretar. Los gemidos de la joven variaron de tono, mostrando sorpresa, dolor… Nazario estuvo a punto de levantarse, pero Sofí negó con la cabeza, y abrazándole por el pecho, le animó a continuar. El profesor no siguió bajando, se limitó a estimular la zona de la entrada, para que se acostumbrase al tamaño… cuando notó que Sofí volvía a sentir placer, de nuevo inició el descenso para penetrar más hondamente.

-¡Aaaaaaaaaaahh… aaaghh… uffffff…. Mghhhhh…! – Sofí sudaba copiosamente y las lágrimas se escapaban de sus ojos sin que pudiera evitarlo. Nazario se maldijo por tener que hacerla pasar por esto, y enjugó sus lágrimas con la mano una vez más, y besó sus ojos, mientras seguía frotándose contra ella. Con la mano libre, mojó bien los dedos y de nuevo acarició el clítoris, intentando paliar el dolor. Dio resultado, y la joven empezó a suspirar de nuevo, pero de placer, y a sonreír. Nazario bajó más… y una oleada de líquido pareció que le inundaba. Sofi ahogó un grito y el profesor estuvo a punto de apartarse, pero de nuevo la joven se lo impidió – Ya…. Ya ha pasado….- dijo ella con evidente esfuerzo – te lo ruego, hazme gozar… dame placer…

Nazario la cubrió de besos, ya tumbado por completo sobre ella, y empezó a bombear, sin dejar por ello de frotar su clítoris. Casi al instante él ya tenía ganas de eyacular, pero su compañera no le iba a la zaga; se estremecía de gozo y su cuerpo se convulsionaba sin que ella fuese consciente.

-Sofí…. Mi pequeña Sofí…. ¡te adoro! – logró decir Nazario, mientras sentía que el placer se adueñaba de él.

-Es… ¡es increíble….! Yo… yo nunca me habiaaaaaaaaaaaaaa… sentido así, …. Aaaaaaaaaaaaah….es como si…. ¡es como si explotara, haaaaaaaaaaah! ¡Sí! ¡Sí!

El calor subía por la espina dorsal de ambos, cuando ella explotó primero con un sonoro grito de alegría, y su sexo se contrajo por el placer. Nazario, al sentir su pene abrazado por las contracciones del orgasmo, no resistió más y también él estalló de placer, las convulsiones le atacaron deliciosamente desde los muslos hasta los hombros y el calor inundó su cuerpo como si acabara de entrar en una bañera de agua caliente… con un suspiro interminable se dejó deslizar y se recostó sobre el pecho de su amante, que le abrazó tiernamente, dedicándole todo tipo de mimos y caricias…

-Haah… haaah… aah… ahora ya… no le pones pegas a los mimos, ¿verdad, Dada….? – preguntó pícaramente la joven, y ambos tuvieron que echarse a reír.

 

 

Más tarde, ya con las sábanas cambiadas, ambos reposaban en la cama, abrazados. La idea de la fiesta de la Universidad había quedado descartada… hoy, querían estar solos y disfrutar de lo maravilloso de estar al fin, juntos. Sin prejuicios. Sin ideas sobre lo que sería mejor o peor, o sobre lo que pasaría dentro de diez, de quince, o de veinte años.

-¿Vas a llamar al tal Román para decirle que no es preciso que venga? – preguntó Nazario – No me gustaría verle llamando a la puerta.

Sofí se limitó a sonreír y no contestó. Bajó la mirada. Pero Nazario la conocía bien, demasiado bien, como para contentarse con una caída de ojos. Inclinándose hasta casi tocarle la nariz con la suya, la interrogó con la mirada. Ella sonrió más.

-Es que de hecho… no va a hacer falta. No iba a venir de ningún modo…

-¿Qué…..? ¿Qué quieres decir…?

Sofí pareció reunir valor.

-Quiero decir… quiero decir que me lo inventé todo, Dada. No hay Román, ni compañera, ni cambio de casa, ni maleta. Todo fue mentira… para hacerte reaccionar, Dada, perdóname, sé que odias la mentira, pero… yo te amo, y sé que tú me amabas también, pero por más que me insinuaba tú querías apartarme de ti, y yo… yo no podía…

Nazario la calló con un beso, largo, profundo, estrechándola contra sí.

-¿Eso quiere decir que no estás enfadado…..? –Preguntó la joven, y Nazario se rió.

- Eres la conspiradora más adorable que jamás haya existido. Siempre te he amado. Desde que eras una niña y me demostraste lo inteligente que eres, te metiste dentro de mi corazón sin que me diese ni cuenta… cuando creciste, empecé a temer que lo que sentía por ti, no era un simple cariño, y luché contra ello… pero era imposible vencer a un sentimiento así. Y hoy… hoy me has demostrado que lo que siento, no es malo, ni algo de lo que me deba avergonzar, ni menos aún algo que deba temer. Te adoro.

La joven se arrebujó contra su pecho, profundamente feliz.

- Cuando llegué a tu casa, me pareciste un tipo curioso… parecías un antipático, pero en realidad eras bueno. Te protegías detrás de todas tus normas y recomendaciones para que nadie pudiese llegar hasta ti… pero desde el primer momento, me gustaste. Porque yo también me escondía…. Me escondía detrás del silencio. Todo el mundo intentaba que yo hablase, pero tú no sólo no lo hiciste, sino que te alegró que fuese tan callada, tú que opinabas que todos los niños eran chillones… Tú hiciste tu discurso de normas, y luego no hablaste más. Eras tan callado como yo. Y pensé que si tú podías ser tan callado como yo, yo podía ser tan ordenada como tú, y quizá así te cayese bien… Y cuando te llame Dada y te reíste con tantas ganas… era la primera vez que yo me reía desde lo de mi madre. Me gustó. Creo que en aquél momento, empecé a enamorarme de ti.

Nazario la apretó contra sí, acariciando sus cabellos anaranjados. La joven, abrazada a él, empezó a acariciarle el pecho, el bajo vientre desnudo… el pene de Nazario de nuevo empezaba a removerse, y su dueño sonrió, mientras buscó la boca de Sofí para besarla y sus manos la tomaron por las caderas para llevarla sobre él. La joven le miró con sorpresa, y él sonrió con picardía:

-Tu maestro, Sofí, tiene muchas otras cosas que enseñarte, así que vamos a empezar…

Sofí se rió con ganas, mientras empezaba la placentera lección.

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