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Mordiscos, 1

en Fantasías Eróticas

Londres, 1962.

La música sonaba a niveles ensordecedores, mientras las luces de colores iluminaban alternativamente la discoteca, mostrando los dibujos de las paredes: cabezas de leones, flores enormes, letreros que pedían amor y paz para todo el mundo, una foto de Ghandi, una chica en desnudo dorsal… El humo del tabaco creaba caprichosas formas en medio de las luces y las sombras, dando un ambiente de sortilegio a la sala. Bartholomew aspiraba intensamente el cigarrito liado que la joven le ponía en los labios. Cada vez que el humo salía de sus labios casi cerrados, le invadía una extraña sensación de ingravidez. El joven tenía el cabello muy largo y un poco de barba, de color castaño casi rojizo, y los ojos del mismo color. Era ciertamente gordito, y sus ropas, demasiado ostentosas, de decidido mal gusto, pero había entrado en la discoteca repartiendo billetes, y eso hacía que aumentase instantáneamente su atractivo. La joven rubia, con cara lánguida por el porro, estaba por completo recostada sobre él y se dejaba abrazar hasta que él casi le tocaba las nalgas, mientras ella no dejaba de acariciarle la prominente tripa, también bajando hasta límites, que hubieran sido imposibles de haber estado ella un poco más sobria, y él, un poco más pobre.

Bartholomew lo estaba pasando bien, muy bien en Londres. Con la llegada de la antibaby, la "píldora mágica", que le decían muchos, parecía que ahora todo estaba permitido. Las chicas ya no tenían miedo de acostarse con quien les apeteciera, porque no podía pasar nada. Aquí, a todo el mundo le gustaba beber, fumar y divertirse. Él no tenía problemas para conseguir dinero, y había todo un mundo para gastarlo alegremente. Su vida era una fiesta continua…

-Leche sola. - …que acababa de terminar.

El cazador estaba en la otra punta de la discoteca, en la barra, pero a pesar de la distancia y la música, Bartholomew había podido oírle con tanta claridad como si le tuviese a su lado. El porro se le cayó de los labios y su mano, floja, dejó caer la copa. El ruido era tal en la discoteca, que el estrépito del cristal, ni siquiera se oyó. Pero él sí lo había oído. El cazador se volvió ligeramente en la barra y le sonrió. Con la boca cerrada. Bartholomew intentó tranquilizarse "no va a abalanzarse sobre mí en una discoteca llena de gente…", pensó. Pero eso, era sólo una posibilidad. La gente de su clan había aprendido a guardarse de los cazadores igual que los ratones se protegen de los gatos, pero en los últimos tiempos, se había hecho famosa la crueldad de una pareja de cazadores. Al menos, en ésta ocasión, él estaba solo, no la había traído a ella. Bartholomew sabía a quién se enfrentaba…. Al menos, lo que se podía saber de él.

-Tengo que marcharme… - musitó a la joven rubia. Ésta protestó cuando él se movió, pero él no se detuvo, y comenzó a caminar hacia la barra. No tenía sentido ocultarse cuando había sido descubierto. Y sabía que al cazador le gustaba jugar. Le gustaría oler su miedo… "conocer a tu enemigo, es vencerlo", se obligó a recordar, y echó a andar hacia él. Era consciente de que no ofrecía una imagen nada apropiada para un combate. Llevaba pantalones blancos que tenía que sujetarse debajo de la barriga, de modo que parte de ella quedaba al descubierto, una camisa de tela brillante con estampado de flores, de mangas largas, con escote picudo, un abrigo de pieles sobre ella, y unas botas negras con espuelas, y grandes gafas de sol. Su asesino llevaba sencillas ropas negras, grandes botas y un largo abrigo negro. También su cabello corto y sus ojos maliciosos eran oscuros. Sólo sus dientes eran blancos, como pudo apreciar cuando estuvo a su lado y éste sonrió abiertamente, mostrando sus colmillos.

-¿No te parece que huele a sudor de cerdo por aquí….? – susurró el cazador, a modo de saludo, cuando Bartholomew estuvo a su lado.

-Quiero saber quién te envía. – logró decir.

-Alguien que paga. Yo no necesito saber más, y tú, tampoco. – Tomó un cigarrillo y lo encendió. El joven estuvo a punto de decirle que lo estaba sosteniendo al revés, cuando el cazador se lo metió en la boca encendido y aspiró con deleite. Cuando exhaló el humo, se rió bajamente de la cara de estupor de su presa. Bartholomew pudo entrever la lengua del cazador, quemada, regenerándose rápidamente, hasta que la cicatriz desapareció en pocos segundos. El joven no lo sabía, pero al cazador, el sabor del fuego le gustaba… le recordaba a su mujer, que esa noche, no había podido acompañarle.

-Han sido los Dementia, ¿verdad? – le apremió Bartholomew - ¿Han sido los Dementia?

El cazador, sin dejar de mirarle con socarronería, dio otra calada al cigarrillo, esta vez al derecho, y contestó:

-Asuntos de familia. Al parecer, alguien ha estado metiendo su colita de cerdo, donde no debía.

-Prácticamente me violó. Me hizo tomar mandrágora, me esposó a las puertas de los lavabos y me arrancó la bragueta. – Hablaba más con la nariz que con la garganta, y siempre parecía hablar con esfuerzo, como si estuviera constantemente constipado o si luchar contra su propio peso le cansara todo el tiempo - Estaba muy a gusto chupándome "mi colita de cerdo", hasta que se enteró de que yo era un Chupacabras. Entonces, ya no le gustó. ¿Ahora, resulta que la he violado?

-Todas mis presas cometen un error de apreciación. – comentó el cazador – Parecen pensar que a mí, me importan en algo las razones de cualquiera. – Bartholomew quedó desconcertado por un instante. – Pero siempre me gusta dar un poco de ventaja. Tienes tres minutos. Corre.

El joven supo que el cazador hablaba en serio, y no intentó sacar más tiempo, ni perder el poco que tenía hablando o suplicando. Se volvió y corrió, tropezando con la gente, intentando salir de la discoteca lo más deprisa que podía. Trastabilló y alcanzó la calle, y echó a correr atropelladamente, esforzándose por pensar…

Alan, el cazador, fumó tranquilamente su cigarrillo y se bebió su leche. No es que adorase su trabajo, pero era divertido. Aunque sin Coral, su esposa, perdía buena parte de la gracia. Cuando estaba ella, se picaban el uno al otro, jugueteaban con la presa como dos gatos con un pájaro con un ala rota, bromeaban y, generalmente, acababan retozando sobre la sangre todavía caliente, dándose un festín de carne y sexo… hoy, no habría nada de eso. Sólo muerte. Y su presa, ni siquiera era una joven chillona de esas que es tan divertido asustar, sino un maldito zombi lamecuellos, como llamaba Alan a los vampiros. Y por si fuera poco, un puto Chupacabras… Un desgraciado, un paria. La escoria social dentro de los mismos vampiros. Un infeliz que no había cometido más error que el de meterse entre las piernas equivocadas. Claro que sólo a un Chupacabras se le podía ocurrir la idiotez de liarse con una Dementia y pensar que viviría para contarlo. Qué aburrimiento.

No obstante, el deber es el deber, se recordó Alan, pagó su vaso de leche y salió al exterior. No le gustaban los vampiros, para él era agradable cargarse a uno, pero no lo era tanto saber que lo hacía por encargo de otro vampiro, que tenía el cinismo de creerse mejor, sólo por pertenecer a otra casta. Los licántropos como Alan se establecían en clanes familiares, los vampiros en castas. Un licántropo no consideraría inferior a un semejante por pertenecer a otra familia. Rival, sí… pero inferior, no. Los vampiros, en cambio, estaban establecidos en rígidas castas, donde los Dementia eran los principales, los que cortaban el pastel. Se decía que descendían del propio Bassarab Vlad Drakul, más conocido como Conde Drácula… pero esto, Alan no acababa de creerlo. Fuera como fuese, los Dementia eran la casta más poderosa, cerrada y endogámica de los vampiros. Controlaban la política en varios países, el tráfico de dinero, armas y drogas… eran salvajes hasta bajo el punto de vista de Alan, y no toleraban los escarceos con vampiros de clanes inferiores.

Por debajo de los Dementia, estaban los Lacrima Sanguis, los únicos vampiros que poseían la fertilidad y que podían reproducirse normalmente, tanto con humanos como con otros vampiros, y que gozaban de gran prestigio por éste motivo, y eran igualmente denostados por aparearse con humanos o vampiros de otras castas inferiores. No obstante, eran apreciados por sus inusuales dotes para la poesía y la literatura, y en general, para casi todo tipo de artes. Después estaban los Semen Minervae, que se ocupaban esencialmente de la investigación y el estudio; los Sensualita, sólo preocupados por el placer en general y el sexo en particular…. Y, bajando, bajando cada vez más en las castas, estaba el último escalón: los Chupacabras. Por no tener, no tenían ni nombre latino de esos que molan. Su nombre, provenía de su tolerancia a alimentarse no sólo con sangre de animales inferiores, sino también –y éste parecía ser su gran pecado- de otro tipo de sustancias, como leche, miel o huevos.

El resto de castas vampíricas se alimentaban sólo de carne o vísceras humanas… alimentarse de un animal inferior, era algo humillante, que sólo podía tolerarse en caso de extrema necesidad, y había muchos vampiros que preferirían dejarse morir de hambre, antes que morder a una vaca, por ejemplo. Pero la idea de tomar leche, era sencillamente impensable. Era como dar carne a un animal herbívoro, o pasto a un lobo. Para el resto de castas, el que los Chupacabras fuesen capaces de digerir esas sustancias, los colocaba a un solo paso de los humanos. No los consideraban vampiros auténticos, sino una especie de abominación abortiva. Algo que iba a ser vampiro, pero se había malformado en el camino. No era de extrañar que cuando la chica, perteneciente a la casta más alta, se enteró de que se había tragado el semen de un Chupacabras, montase en cólera y dijera que la había forzado…. Ser violada por un miembro de la última casta, no era tan vergonzoso como admitir que tú misma le habías seducido y que te habías metido su polla en la boca de mil amores.

Alan salió del bar y olfateó el aire. El olor a sudor y miedo era inconfundible, y estaba por toda la calle, marcando el camino que había seguido su presa, como un farol encendido. Echó a andar a buen paso. No necesitaba ni correr, su presa, aterrada, corría atropelladamente, sin duda intentando buscar una salida, una huída… ahí estaba, al final de la calle, trotando muerto de miedo.

Bartholomew sudaba, apenas podía respirar. Su tripa brincaba al compás de su carrera, y sabía que no podría correr mucho más. Sus piernas protestaban, le dolían los músculos y le pinchaban agujas cada vez que respiraba. Sabía que estaba en muy mala forma, no era ningún luchador, ni nadie poderoso, ni un seductor, ni un literato… sólo era un perdedor, un paria, ¿porqué tenía que tocarle a él? ¡Él no pensaba ir con el cuento a nadie de que una Dementia le había hecho una mamada! ¿No podía la chica callárselo, olvidarlo y en paz…? Mierda, mierda, mierda…. ¿Qué podía hacer? Se detuvo, jadeando, luchando por calmarse un poco para pensar claramente… y entonces, oyó el golpeteo seco de un trote, y supo que su tiempo se había acabado.

Alan alargó la zancada, las garras listas y los colmillos afilados. Sus ojos se centraron en la garganta del vampiro, dispuesto a desgarrar y separársela del cuerpo, se inclinó para correr también con las manos, se impulsó, alargando el cuerpo, se abalanzó con las fauces abiertas, goteando saliva, cayó… y sólo agarró aire. Rodó ágilmente en el suelo, el vuelo de su abrigo aleteó a su espalda. En la calle, ya no había nada. Sonrió y olisqueó. El olor a miedo se desvanecía cerca de él… en la rejilla del alcantarillado. Arrancó la rejilla y se coló por el túnel, oscuro y pestilente. Ratones y ratas. A cientos, huyendo de él. Alan sabía que era uno de ellos. Uno de aquellos animalitos, era su presa, pero en medio de la pestilencia de la alcantarilla, era imposible saber cuál. Un Chupacabras no tiene grandes poderes de transmutación, y no puede mantener la forma durante más allá de un cuarto de hora… pero allí abajo, entre aquélla peste, era más que suficiente. Para cuando recobrase su forma humana, estaría no sólo lejos, sino empapado en mierda de la cabeza a los pies; imposible seguirle el rastro. El jodido perdedor podría sobrevivir allí años, alimentándose de ratas, sin ocurrírsele asomar un pie fuera. Si los Chupacabras habían sobrevivido a lo largo de los siglos, había sido por eso: por ser tan cobardes, que estaban dispuestos a todo por conservar la vida.

Alan soltó una risita cínica. Bueno… la verdad es que no tenía muchas ganas de hacer ese trabajo de todas maneras.

-¡Chupacabras! – gritó a la oscuridad – Sé que puedes oírme. Me han pagado por matarte… Pero si nadie sabe que estás vivo, entonces yo he cumplido mi trabajo y tú puedes conservar la cabeza en su sitio. Lárgate de Londres. Vete de Inglaterra. Vuelve con "tu padre"…. No aparezcas por aquí, o no volverás a tener suerte.

El cazador agarró al azar unos cuantos roedores y se los guardó en bolsillos del abrigo, luego se impulsó flexionando las rodillas, y de un salto, ganó la superficie. Bartholomew le oyó alejarse. Sabía que se había ido, podía sentirlo, sabía que no iba a perseguirle ya… pero de todos modos, permaneció oculto en las cloacas durante varios días, hasta atreverse a salir de ellas, ya en las afueras de Londres.

Madrid, 1963.

Era Enero y hacía frío, mucho frío fuera. Ya había pasado Reyes, las clases habían comenzado de nuevo, y Alfonso Vladimiro, el conserje de noche, volvía a tener ocupaciones. Pero esta noche, se las había saltado. Sabía que no estaba bien, que su lugar estaba vigilando los terrenos y limpiando las aulas después de las clases nocturnas… pero por una vez, ¿quién se iba a enterar? Para cuando empezasen a llegar el director y los maestros, él estaría de nuevo en danza, nadie se enteraría que, durante unas horas, había abandonado el trabajo para estar con ella.

"Tengo miedo" Le había dicho Tatiana "No sé porqué, pero estoy muy asustada. Por favor, quédate conmigo, quédate hoy…". Vladimiro, a quien los estudiantes llamaban "Vladi dosveces", porque solía repetirlo siempre todo, era un ser muy responsable de su trabajo… pero terriblemente frágil a las súplicas de su mujer. Hay que tener en cuenta que Tatiana era mucho más joven que él, bonita, muy cariñosa, muy simpática y muy sensible. Resultaba difícil negarle nada cuando ella miraba con esos enormes ojos verdes, tan expresivos y tiernos. Vladimiro había accedido, y le pasó el brazo por los hombros para confortarla, los dos sentados en el sofá de la pequeña casita del conserje. Tatiana suspiró de agradecimiento y lo abrazó, pero casi enseguida se levantó del sofá y se dirigió a la cama de matrimonio, la abrió y se metió en ella, sonriéndole incitadoramente.

El anciano conserje sonrió, casi halagado, pero en lugar de ir junto a ella, pasó primero por el baño… para lavarse los dientes. Mientras se enjabonaba cuidadosamente, se miró al espejo, y se consideró afortunado. Tenía ya el cabello cano, aparentaba unos sesenta años, si bien su cuerpo seguía siendo fuerte y en realidad tenía muchos más. Tatiana tenía unos cuarenta, y aunque era, en efecto, mucho más joven que él, aparentaba apenas veinte. Recordó que al principio de que ella se mudase con él, mucha gente del complejo la tomó por hija suya, porque él, también tenía los ojos claros, a veces verdes, a veces azules. No siempre era fácil explicar que no era su hija, sino su… bueno, ni siquiera estaban casados. Vladimiro era consciente que había mucha gente que murmuraba, un hombre tan mayor con una chica tan joven, y encima ni casados, y por si fuera poco…

-Vlaadiiiii… - Tatiana canturreó su nombre, y le sacó de sus pensamientos – Ven, corazón, te estoy esperando…. Ven a abrazarme… - El conserje acabó de enjuagarse y se dirigió a la cama, sonriendo cariñosamente. Tatiana tenía estrellitas en los ojos cuando le vio acercarse, se acostó junto a ella y la abrazó. La joven dejó escapar un suspiro infinito y se apretó contra él, buscando calor – Tenía tanto miedo… - susurró ella

-Eso es por la película. – musitó Vladimiro, acariciándole la espalda lentamente - No deberían hacer esas películas de vampiros tan partidistas, que siempre acaban mal…

Tatiana sonrió. Ella era muy sensible, si decía que estaba asustada, no era por la película ni mucho menos, si no porque había "algo" de lo que tener miedo, aunque ni ella misma supiera aún qué. Puede que algo los amenazase. Puede que estuviese a punto de suceder algo malo, ya fuese político, o meteorológico, o bursátil… siendo muy pequeña, había sido capaz de presentir el Crack del 29, sólo por las sensaciones de inseguridad y sospecha que había en el ambiente. Y eso, Vladi lo sabía. Pero sabía también que, de momento, no había forma de saber qué le daba miedo y precaverse contra ello, de modo que salía por la tangente, para intentar quitar hierro al asunto. Para alguien que no conociese al conserje tan bien como ella, Vladi simplemente podía ser un ancianito despistado, quizá medio senil… ella sabía que bajo esa inocencia desenfadada, había una personalidad astuta. Al menos, la había algunas veces.

La joven le besó en la cara, cerca de la boca, y Vladi le devolvió el beso con ternura, despacio… y antes de poder darse cuenta, Tatiana le había abrazado con las piernas, le había hecho girar para tenerle encima de ella, y se frotaba contra él, moviendo las caderas, ansiosa por tenerle cuanto antes. Al conserje le solía gustar hacerlo más lentamente, tomarse tiempo, siempre tenía un poco de reparo de ir demasiado deprisa, pero Tatiana, en su juventud, era tan apasionada… y esta noche, tenía verdaderas ganas de él. Notó que su cuerpo reaccionaba con energía y se bajó los pantalones del pijama de cuadros y los calzoncillos azules, mientras Tatiana simplemente se despojó del corto camisoncito azul, bajo el cual no solía usar ropa interior, ni aún en invierno, como ahora. En la oscuridad del cuarto, sólo atenuada por la luz de las farolas, sus pequeños y respingones pechos parecían azulados, y Vladi se dejó caer sobre ellos, sintiéndolos en su pecho. El calor de piel contra piel hizo estremecer a ambos, y Tatiana, ya deseosa, se sintió prácticamente inundada.

Vladimiro movió las caderas y su virilidad se frotó contra el sexo de su compañera. Tatiana gimió muy bajito. Tenía una voz aguda, infantil, y siempre hablaba en voz baja. Cuando tenían sexo, apenas se la oía. Sólo Vladi podía escuchar los sonidos de su placer, porque los emitía directamente en su oreja… como ahora. El conserje se dejó deslizar plenamente a su interior, sintiendo su miembro exprimido en su cuerpo estrecho. Tatiana se mordía el labio, retorciéndose de gusto al sentirse atravesada en su carne, dulcemente poseída. El ariete de su compañero empujaba en su interior, abriéndola suave, pero firmemente, mientras ella lo abrazaba con las piernas. Se introducía en ella y su sexo se acostumbraba a él, dando latidos que masajeaban a Vladimiro de un modo maraviloso, lo abrazaban y tiraban de él, hasta que al fin quedaron unidos.

-Vla… Vladi… - musitó la joven, muy bajito, acariciando con su aliento las orejas y el cuello del conserje. Éste casi no podía hablar, era tan delicioso el estar dentro de ella… se le despertaban la ternura, la pasión… y también el apetito. Tatiana, sonrojada de calor y placer, estaba asombrosamente bonita, y la joven vio que su compañero sonreía y abría las fauces, con los colmillos creciendo a ojos vistas, y negó con la cabeza. - ¡no… aún no… espera, por favor…! – suplicó y comenzó a moverse, ensartándose en el miembro de Vladi, quien, embriagado por el placer que le hizo estremecer de pies a cabeza, olvidó por un momento su Sed y empezó también él a moverse.

¡Qué placer! ¡Qué gusto maravilloso y perfecto…! Los cuerpos de ambos se movían combinados, haciendo que el cabecero de la cama golpease en la pared y que los muelles del colchón protestasen mientras Vladimiro perforaba a su compañera. Las sensaciones tiraban de su cuerpo, haciéndole acelerar, y un indescriptible cosquilleo dulcísimo se expandía desde su miembro por todo su cuerpo, en un gozo delicioso. Tatiana le apretaba con brazos y piernas, besándole los hombros, resistiendo también ella las ganas de morderle, aguantando y "haciéndose sufrir" por retrasar el momento mágico, que ya se acercaba… se acercaba a cada roce de sus sexos excitados, de sus cuerpos trémulos y fusionados. El sexo de Vladimiro frotaba sin descanso el interior de Tatiana, casi febril de felicidad y placer, y él mismo se extasiaba en la dulzura de sentirse casi aplastado en su intimidad tórrida y suave, húmeda y acogedora…

¡Trrrrrrrrrrrrring!

El timbre de la puerta sonó y los dos pararon de inmediato, con un buen susto, Tatiana gritó de forma casi audible, pero el susto duró sólo un segundo… el susto del timbre, porque de inmediato la joven se asustó mucho más, al ver que su compañero estaba a punto de levantarse para ir a abrir, y le atenazó con más fuerza.

-¡No! ¡Ahora no, por favor… termíname! – suplicó, mientras se movía, intentando que Vladi no pudiera parar, y a pesar de que la primera intención del conserje era, efectivamente, abrir, el placer le agarró desde las corvas a los riñones y le hizo sentir que se derretía vivo, de modo que no pudo renunciar, y siguió empujando, saliéndose casi del todo para embestirla de nuevo, con fuerza, recreándose en el calor delicioso que le llenaba cada vez que se introducía hasta el fondo.

-¡Ahora voy…! – gritó hacia la puerta - ¡Voy… voy… me… me voooooy….! – No quería gritar aquello, de verdad que le daba vergüenza y quería contenerse, pero el placer era tan maravilloso, que la voz le salió sin poder contenerse.

"Mierda" pensó Bartholomew en la calle, metiéndose los dedos en los oídos "Esto, no es algo de la vida de mi padre que yo deseara conocer…".

Vladi seguía empujando, cada vez más rápido, ya estaba casi, las piernas le daban temblores y sentía que sus nalgas se acalambraban, mientras Tatiana asentía con la cabeza, con los pies elevados y los dedos encogidos, a punto de estallar, y entonces susurró "ahora", y giró la cara para ofrecerle su cuello. Al conserje le brillaron los ojos, y atacó. Tatiana ahogó un grito, sus uñas se clavaron en la espalda de su compañero, y sintió su carne explotar en la boca de Vladimiro, su sangre ser absorbida, y un calor imposible recorrer todo su cuerpo, cebarse en su vientre, bajar hasta su perlita y estallar por segunda vez, en su vagina, que empezó a titilar y aspirar el miembro de Vladi, que también explotó en ese instante, inundando su vientre de esperma. Vladimiro se estremeció, derramándose dentro de ella, sus caderas dando golpes espasmódicos para expulsar la descarga, mientras su boca se llenaba del sabor cálido, salado y delicioso de la sangre, y Tatiana temblaba entre sus brazos, dando golpes, con los ojos en blanco, tensa debajo de él y con la boca abierta en un grito mudo, soltando sonrisas derrotadas, sólo atinando a susurrar "no pares… no pares….".

Vladimiro sorbió hasta quedar lleno, y hasta que ella dejó de moverse. Los dos estaban satisfechos. Tatiana le soltó de su abrazo dando un suspiro de felicidad absoluta, y el conserje la besó, regurgitando para ella buena parte de la sangre, que la joven tragó ávidamente. Tatiana se quedó amodorrada, y el anciano se levantó a abrir.

-Hola, hijo. – Dijo cuando vio a Bartholomew en la puerta, le dejó pasar y le dio dos besos. Hacía más de diez años que no le veía, pero se portaba como si hubiera estado allí la tarde anterior. Bartholomew conocía bien a su padre, y no le dio importancia. – Perdona que haya tardado en abrir, hijo, hola.

-Sí, ya sé que… "estabas en el baño". – Vladimiro permaneció pensativo un par de segundos, y luego contestó.

-Lo cierto es que no. Estábamos haciendo el amor.

-¿Cómo?

-Ella debajo, yo encima. Se llama "misionero".

-Eeeh.. no, no, papá, verás… no he querido decir "cómo", en el sentido de… sino… - Bartholomew abría y cerraba la boca, buscando las palabras, y finalmente preguntó - ¿Desde cuándo tienes una compañera?

-Hará un par de años. Un par de años, sí.

-¿Vladi…? – Tatiana salió de la alcoba, atándose la bata azul, y Bartholomew la vio por primera vez. Era pequeñita, menuda, con el pelo castaño claro, corto y con espeso flequillo. Iba descalza, tenía los ojos muy grandes y una expresión en general de fragilidad, casi de desamparo. Daban ganas de tomarla de la mano y llamarla cosas como "tesorito". – Hola. – dijo muy bajito, con su vocecita aguda. – Tú eres Tolo, ¿verdad?

-Sí. – Bartholomew había usado el nombre Bartolomeo cuando vivía con su padre, y a pesar de que no le gustaba nada, iba a tener que volver a utilizarlo, por eso prefería que le llamaran "Tolo", para acortar. Siempre quedaba mejor que "Tolomeo", nombre demasiado a propósito para hacer chistes malos.

-Vladi habla mucho de ti… - Tolo no supo si sonreír o qué, pero su padre sí sonrió.

-Voy a prepararte tu antiguo cuarto. Está como lo dejaste. Igual que cuando lo dejaste, voy a preparártelo. – Tolo asintió. Así era su padre. Con él, no hacían falta explicaciones ni nada semejante. Simplemente, sabía que si su hijo había vuelto, era porque necesitaba un sitio donde quedarse, y ese sitio, era su casa, no había necesidad de hablar nada. Vladimiro se marchó y Tolo y Tatiana se quedaron a solas.

-¿Qué cazador te persigue? – preguntó ella.

-¿Eh? – Tatiana había hablado con absoluta seguridad en su vocecita. Tolo sabía que intentar hacerse el tonto, era imposible, pero, por la fuerza de la costumbre, lo estaba intentando.

-Es tu miedo el que llevaba sintiendo toda la noche… Estás muy asustado, alguien intentó matarte, o cuando menos, hacerte mucho daño. Sólo pudo ser un cazador. ¿Quién fue?

Tolo intentó una vez más negar con la cabeza, hacerse el despistado… pero los enormes ojos verdes de la joven le miraban fijamente, y supo que sería imposible mentir. Se derrotó.

-Alan. – confesó. Tatiana silbó hacia dentro. Alan y Coral eran, sin lugar a dudas, los más feroces cazadores. Algo muy gordo tenía que haber hecho Tolo para que mandaran tras él a semejante pareja de asesinos, pero ya no pudo preguntar qué había sido, porque se empezó a oír un llanto en la habitación, y Tolo reparó que había otro cambio en la casa, además de Tatiana: una cunita, con faldones negros. Estuvo a punto de caerse de culo. Tatiana se inclinó hacia la cuna y sacó de ella un bultito envuelto en mantitas negras, arrullándolo suavemente. Se sentó en el sofá y estuvo a punto de abrirse la bata, pero entonces preguntó:

-Perdona… ¿te va a molestar si la doy de mamar aquí?

"Estoy en su casa. Es la compañera de mi padre, soy un extraño para ella, he venido a refugiarme porque me persiguen dos asesinos que pueden ponerla en peligro a ella misma, a mi padre y a su bebé… y se preocupa porque me incomode si la veo dando el pecho", pensó Tolo.

-No, claro que no, adelante. – La joven sonrió con agradecimiento y se sacó el pecho, acercándose el bebé a él, que se colgó del pezón al instante y comenzó a succionar. Y entonces, Tolo sintió la realidad golpeándole como un mazo. - ¡¿Lacrima Sanguis?! – sólo los vampiros de esa casta tienen la fertilidad, y por tanto, pueden quedarse en estado, ya sea de humanos o de vampiros, o pueden producir embarazos tanto en mujeres humanas como vampiresas, y naturalmente, pueden dar de mamar. Drácula maldito… Su padre estaba liado con una Lacrima Sanguis, la casta más poderosa de los vampiros, sólo después de los Dementia.

Tatiana asintió. No era extraño que los Lacrima Sanguis tuvieran relaciones con otras castas o hasta con humanos, pero sí que lo era que permanecieran juntos después. Por regla general, después de dejar su semilla, o de conseguirla, abandonaban a su compañero sexual para volver con los de su casta, pero es cierto que los Lacrima Sanguis eran dados a las artes y las letras; había algunos que eran notarios o abogados, pero la mayoría eran artistas, poetas… y como tales, un poco dados al romanticismo. Era raro que Tatiana se hubiera quedado junto a su padre, pero entraba dentro de lo esperable. Fuera como fuese, a él le venía bien. Para el mundo vampírico, Bartholomew había muerto, pero si se llegaba a saber que seguía vivo y estaba con su padre… bueno, los Lacrima Sanguis eran casi los únicos que podían poner objeciones a una decisión tomada por los Dementia.

Vladimiro, ya preparada la habitación de su hijo, volvió al salón y sonrió embobado al ver a su mujer dando la teta al bebé. Tatiana le devolvió la sonrisa cuando él se sentó a su lado, y Tolo se sintió un poco fuera de lugar.

-Ven aquí, Tolo… Tu nueva hermana quiere saludarte. – susurró Tatiana, dando una palmada en el otro asiento del sillón, y el citado obedeció, intentando que no se notara mucho las ganas que tenía de ver al bebé.

"Bueno, en realidad no es ni medio hermana…" se obligó a pensar el joven. Vladimiro era su padre adoptivo, no biológico. Tolo no recordaba quiénes habían sido sus padres, sólo que se habían alimentado de él cuando apenas tenía seis años y habían desaparecido, dejándole con Vladimiro, que entonces era ya conserje del Instituto, aunque por aquellos tiempos, era un centro sólo masculino. Tolo se acostumbró muy pronto a él y si él le adoptó como hijo, también se puede decir que Tolo le adoptó como padre, aunque no les unieran lazos de sangre. Habían vivido juntos durante más de medio siglo, hasta que él decidió irse a "ver mundo", lo que se tradujo en vivir de juerga constante, beber, fumar, y aparearse con cualquier chica que estuviera dispuesta a ello, fuese humana o vampiresa, y que le había llevado a ponerse en el punto de mira nada menos que de los Dementia. Ahora que estaba de vuelta en casa, se sentía extrañamente tranquilo por primera vez en mucho tiempo.

Tatiana hizo eructar a la pequeña y luego se la ofreció con una sonrisa. Tolo puso cara de susto, ¿Él? ¿Coger a la niña, él? ¿Y si se le caía…? Pero Tatiana sonrió con amabilidad y le puso suavemente a la niña en los brazos, colocándosela sobre las rodillas para que estuviese cómodo con ella. Parecía que no pesase nada, y sin embargo su presencia sobre él era consoladora y cálida de un modo asombroso. La pequeña bostezó, mirándole con unos ojos verdes que ya había visto en la cara de Tatiana. Le miró con extrañeza, como si pensara "Esta cara, no la conozco…". Sacó una manita diminuta de las mantitas negras y le agarró los pelos de la barba. Tolo se dio cuenta de que estaba sonriendo y acercó su mano a la de la pequeña, que la tomó y se la acercó a la boca, lamiéndole los dedos.

-¡Ay! – Tolo se quejó, pero no apartó la mano. ¡La niña le había mordido! Sonrió, mostrando sus diminutos, pero afilados colmillos, manchados de sangre.

-¡Oh…. Le gustas! ¡Te ha mordido! – dijo Tatiana - ¡Es el primer mordisco que da, y te lo ha dado a ti!

Tolo sintió la mano de su padre en su hombro, mientras la pequeña se lamía la boca, probando la sangre por primera vez, y sonriendo con agrado.

-¿Cómo… se llama? – quiso saber Tolo.

-Aún no tiene nombre. No tiene nombre aún. – dijo su padre.

-Ponle nombre tú, ya que has sido su primer mordisco.

-Tatiana. – dijo sin dudar. –Iana, para acortar. Tatiana.

(Continuará)

Londres, 1962. (epílogo)

La noche en que Bartholomew huyó, muchos otros niños mamaban del pecho de sus madres, o cuando menos, tomaban alimentos regurgitados por éstas. A Alan le hubiera gustado pensar que eso, para él, se había acabado ya con Bet y Jet, pero había tenido que llegar otro embarazo. El tercer cachorro, y ni siquiera era un macho, sería otra hembra más… Tampoco tenía nombre aún, porque ni siquiera había nacido, pero sería otra criatura berreante a ocupar el tiempo, las tetas, y sobre todo, el cariño de Coral, su mujer. Cuando Alan abrió la puerta de su casa, las gemelas se le echaron a los pies, silbando como las serpientes que eran y mordiéndole las botas, porque sabían a cuero.

-¡¿Qué me has traído, Alan?!

-¡A ti nada, tonta, me ha traído algo a mí! ¡Dámelo, dámelo!

-Soy "papá", no Alan. – dijo él de mala gana, dando puntapiés para librarse de ellas. Las gemelas sólo hacían algún caso a su madre, y como ella le llamaba Alan, las niñas no se hacían a llamarle "papá". Si dependiera sólo de él, ya las habría puesto firmes con un buen par de zarpazos, no eran más que dos caprichosas consentidas que sólo sabían intentar halagar y hacer la pelota, y pelearse entre ellas. Cuando Alan les rugía o amenazaba, ellas reculaban. No se atrevían a enfrentarse a él, y eso le molestaba, ¿qué clase de criaturas había engendrado, que no habían heredado su valor? Sólo se atrevían a morderle cuando estaba dormido. "Cuando crezcan, empezarán a producir veneno, y eso les dará seguridad, y se harán más audaces", le aseguraba Coral, pero Alan no lo tenía claro. De cualquier modo, lo quisiera o no, eran sus hijas, así que se abrió el abrigo y les dejó caer los ratones, mientras sostenía con una mano a los cachorros de dóberman.

-¡Ratones! – chillaron al unísono y salieron en pos de ellos. Eso, no lo hacían mal, tuvo que admitir su padre. Sabían cazar muy bien, eran veloces, letales, aún siendo tan pequeñas… mientras Jet corría a por los ratones, Bet esperaba que su hermana los atrapase y luego se los quitaba. Y también fue la primera en darse cuenta de los cachorros.

-¡Perritos! – dijo, y extendió los brazos todo lo que pudo, intentando coger a los asustados cachorros de dóberman, que, en su miedo, rugían y enseñaban los dientes, y se asombraban de que las niñas no se asustasen de ellos.

-¿Te gustan? Se llaman Drácula y Mircea. – Alan se agachó por primera vez y dejó en el suelo a los cachorros. Drácula intentó morder a Jet, pero ésta se revolvió, le agarró por detrás y le mordió en la oreja, mientras el animal chillaba.

-Son muy feos – opinó Jet.

-Y tú muy tonta. – espetó Alan, y su hija le sacó la lengua cuando no miraba – No son para vosotras, ¿entendido? Son de papá. Si los matáis, os estampo contra la pared. ¿Dónde está vuestra madre?

Las niñas señalaron el cuarto de sus padres, y cuando Alan se marchó, le hicieron burla a sus espaldas. El cazador había registrado el piso de Bartholomew. Junto con discos de vinilo, ropas horteras y marihuana, había encontrado una cesta de perro, con dos cachorritos en ella, los dos dóberman. Uno de ellos se le lanzó a la pierna nada más abrir la puerta, y Alan, instintivamente, lo agarró entre las manos y lo desnucó, arrojándolo despreciativamente al suelo… donde, para su sorpresa, minutos más tarde, el cachorro se levantó de nuevo, sacudió la cabeza y gimió, caminando con la cabeza colgando de lado. Alan lo tomó en brazos y le abrió la boca. Aquéllos colmillos, no eran ya de perro… rió hasta hartarse, y le colocó al animal la cabeza en su sitio, tras lo cual, el perrito le lamió las manos servilmente.

"Perros vampiro" pensó Alan, divertido "Ese cabrito Chupacabras ha estado trasteando en la biología, Satanás sabrá cómo, y ha conseguido perros inmortales". Le pareció un hallazgo tan curioso, que decidió quedárselos, y, ya que eran vampiros, les puso nombres de tales. Drácula y Mircea. Para él, entre un vampiro auténtico, y un perro, no había demasiada diferencia. Abrió la puerta de la alcoba para contarle aquello a su mujer, y se le cayó el alma a los pies. Coral tenía el cabello pegado a la cara por el sudor, la cama llena de manchurrones de sangre, y en el rostro, aún desencajado por los dolores, había una expresión de felicidad, mientras lamía los restos de placenta del cuerpecito del nuevo cachorro.

Alan estuvo a punto de caer de rodillas. Coral no había ido de caza con él, porque su estado de gestación era avanzado, pero, supuestamente, aún faltaba casi un mes para el alumbramiento… Había parido en su ausencia. Es cierto que los licántropos son mucho más fuertes que los humanos, es muy poco probable que una hembra pueda morir en un parto, y este, es terreno exclusivamente femenino, si Alan hubiera estado en casa, ella tampoco le hubiera dejado pasar, ni intervenir… pero al menos, podría haber estado cerca… Coral le miró, sonriendo.

-Debería lanzarte un estilete a las tripas y retorcerlo después… - susurró, cariñosa. – No sabes lo que es el dolor. Ven aquí, y besa a tu nueva hija.

No le apetecía. Alan no era un hombre paternal, bien lo sabía, pero sí que amaba a su mujer, y se acercó a ella, acariciándole la cara sudorosa. Y sólo entonces vio al cachorro, y en ese momento, sí que cayó de rodillas, junto a la cama matrimonial. El cuerpo de su nueva hija, estaba por completo cubierto de fino vello negro, y en el final de la espalda, había una diminuta coletilla de pelo suave. El tercer cachorro, no heredaba la licantropía de serpiente propia de su madre, sino la lobuna de su padre. Salía a él. Y Alan supo que aquél bultito de carne rosada cubierto de vello, acababa de atravesarle el pecho con una garra invisible, y había destruido en mil pedazos su corazón. "Vas a ser la más fuerte de toda mi descendencia" pensó Alan "Eres mi hija favorita, mi cachorro verdadero, mi pequeño yo… Junior".

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