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Un encuentro sin nombres

en Hetero: General

- No tengo tiempo para andar con monsergas: eres guapa, eres amable y me gustas. Necesito hacerte el amor. Y te prevengo que he sido fino... ahora puedes abofetearme o mandarme a la mierda... o bien, hacer frente a lo que tú también deseas y venir a pasar un rato agradable conmigo.

Nunca olvidaré aquellas palabras...apenas había hablado conmigo diez minutos cuando me soltó aquello, y me dejó sin respiración. Yo era sólo una camarera de un bar pequeño, me tocaba estar en la barra aquélla noche mientras mis compañeras servían las mesas o se ocupaban de la caja. No llevaba puesto nada precisamente especial; se trata de un bar sin pretensiones, y todo el mundo va informal, tan sólo llevaba mis vaqueros viejos y una camiseta negra con una frase de Groucho Marx, el pelo rojizo sujeto con dos prendedores y sin maquillar... no entendí que me vio aquél hombre. Él era alto, realmente guapo y de aspecto distinguido, trajeado de arriba abajo, y secundado por un gorila con pinta de sicario de la mafia. No era común ver a tipos así en El alegre chiscón, que es como se llama el bar. Sí, es común que los tíos intenten ligar con las camareras, lo que no lo es ya, es que un tipo como ese, del que piensas que le basta echar la mano derecha al interior de la chaqueta para tener a sus pies hasta a una reina, le proponga sexo a una chica tan común como yo, a las primeras de cambio, y tan directamente.

"Quizá es que le da morbo acostarse con chicas corrientes... con pobres curritas", pensé. Y también pensé, efectivamente, en darle un sopapo y quedarme tan ancha... pero algo me lo impedía. No sabía qué era, quizá el modo en que me miraba, sin pestañear, sin apartar sus ojos de los míos... o tal vez que sí, desde que entró me había gustado. Era un hombre muy atractivo con su cabello negro y aquellos ojos angulosos que le daban una cierta expresión hostil, y aquella perilla negra que alargaba su barbilla, convirtiendo su rostro en un triángulo invertido... un rostro parecido al de un diablo, peligroso y deliciosamente atrayente. No repitió su pregunta, se limitó a esperar mi reacción. No sonrió ni hizo ningún tipo de gesto de triunfo cuando me vio quitarme el delantal, hablar con el encargado y salir de detrás de la barra. Sólo sus ojos brillaron maliciosa, lujuriosamente, cuando me tuvo junto a él y pasó su brazo por mi cintura, aspirando el olor, la mezcla de perfume y sudor que desprendía mi cuello. Pareció gustarle...

Aún sigo sin saber porqué fui con él aquella noche. No sabía nada de él, ni siquiera su nombre... como en sueños, me senté junto a él en el asiento trasero de un gran coche, mientras alguien conducía y otro alguien permanecía quieto como una estatua en el asiento del copiloto. Apenas pude ver las imágenes de la ciudad, ni recuerdo nada del recorrido que hicimos... sólo se que apenas me senté en el coche, él deslizó sus brazos sobre mi cuerpo y me besó sin decir una palabra. No había ternura alguna en sus ojos, tan sólo deseo, avidez... me dejé llevar y le correspondí. Abrí mis labios y noté las caricias de su lengua explorando mi boca, haciendo cosquillas en mi paladar, frotando mi propia lengua... sus manos me apretaron junto a él y buscaron, ansiosas, mi pecho, masajeándolo con suavidad, y un gemido escapó de mis labios. Sentí que él se alegraba de ello, y dejó caer su peso sobre mí, obligándome a recostarme sobre el asiento. Me daba mucha vergüenza pensar que había más personas en el coche que podían mirarnos, pero muy pronto me di cuenta que aquéllos dos individuos eran más bien dos estatuas; ellos estaban a lo suyo y nada más, lo que pudiera suceder en el asiento trasero, lisa y llanamente, se la traía al pairo.

Las manos de aquél desconocido se perdieron bajo mi camiseta e hicieron a un lado mi sostén, todo ello sin dejar de besarme, lamerme los labios... mis pechos anhelaban sus caricias, y él hacía su antojo de ellos, los movía, los apretaba, pellizcaba mis pezones haciendo que me estremeciera de placer... deseaba atenciones más ardientes y estuve a punto de pedirlas, pero mi anónimo amante se contenía. Mis manos acariciaban su rostro áspero y los duros músculos de su pecho cubierto por una cara camisa de seda suavísima. Intenté desabrochar los botones o aflojarle la corbata, pero cogiendo mis manos entre las suyas, no me lo permitió. Besó mis dedos y mis manos mientras su rodilla se abría paso entre mis piernas para acariciar y dar calor a mi sexo. Ahora era el deseo, no la curiosidad, lo que movía mis impulsos, y no sentí ningún tipo de extrañeza, ni deseos de reconocer dónde me encontraba cuando el coche se detuvo suavemente.

- Hemos llegado, señor – se limitó a decir el chofer, que, como pude comprobar, miró sólo a su señor, y sólo le miró a los ojos. Era como si yo misma, o el bulto que mi compañero lucía en el pantalón, su aspecto jadeante y sudoroso...sencillamente no existieran para él.

Mi desconocido amante pasó su brazo por mis hombros, y me condujo a través de un paseo de jardín. Podía oír el murmullo de una fuente en alguna parte, pero no me volví a mirar...deseaba por encima de todo una superficie horizontal y tenerle sobre mí. Recuerdo que pasamos por un vestíbulo dorado ricamente decorado e iluminado... alguien dio un nombre sobre una mesa de mármol y recogió una llave dorada, mientras caminábamos hacia el ascensor. Los dos gorilas quedaron mirando hacia la puerta del ascensor mientras subíamos, y mi amante me acorraló junto a la pared besándome salvajemente e intentando quitarme la camiseta aún antes de llegar a la habitación... no pude evitar reír de deseo al sentir su lengua acariciar mi rostro... con un sonido de tintineo, el ascensor llegó a su destino y cruzamos una puerta blanca. Los gorilas se quedaron en el pasillo, y una voz dentro de mí dijo "al fin solos...."

No creo que fuésemos realmente seres humanos aquella noche... fuimos dos criaturas saciando juntas sus apetitos, gozando el uno del otro de forma animal y maravillosa a un tiempo... mi camiseta voló por los aires, destrozó el cierre de mi pantalón al no poder abrirlo y me tiró contra la enorme cama de la habitación. Abrí mis muslos, ansiosa por recibirle dentro de mí, mientras le tendía los brazos. Tan sólo se descalzó y se colocó sobre mí, besándome como si de ello le dependiera la vida, mientras yo intentaba despojarle de su inútil pantalón y mis caderas se movían solas frotándose contra su cálida erección, buscando dar y recibir placer. Con los pantalones por las rodillas se dejó caer sobre mí, abrazándome con ansia, pegándose a mi cuerpo, buscando mi calor con un gemido de deseo... sus manos pretendían explorar todo mi cuerpo, mi sostén se soltó dejando mis pechos a su merced; los apretó entre sus manos, haciéndome gritar de gusto y besó mis pezones rosados y erectos; podía sentir cada roce de su lengua, cada caricia de sus labios, cada presión de sus dientes sobre mis pechos, mientras le abrazaba la cabeza para que no se detuviese. Sus manos tiraron hacia abajo de mis bragas hasta dejarlas en uno de mis tobillos y tuve que ahogar un grito de placer cuando sus dedos acariciaron por vez primera mi sexo.

Noté las deliciosas cosquillas en mi monte de Venus cuando acarició mi vello, primero sólo con la punta de los dedos, para empezar después a frotarlo, y finalmente, bajar hasta mi abertura y recoger mi humedad en la palma de su mano. Todo mi cuerpo temblaba de excitación mientras buscaba su miembro para acariciarlo, en un intento de corresponder al placer que me proporcionaba. Cambió un momento de posición, y quedó estirado boca arriba en la cama, con su miembro erecto e impaciente mirando al techo, y me pidió que le diese placer... entendí lo que quería, y acomodándome junto a él, empecé a acariciar su miembro suavemente, apretándolo con una mano, mientras con la otra acaricié la cara interior de sus muslos ásperos y peludos y sus grandes y llenos testículos... noté como se estremecía de gozo entre mis manos y mi sexo desbordó jugos ante la satisfacción y excitación que aquello me producía. Noté su mano acariciar y apretar mis nalgas, y mi cuerpo reaccionó como si supiera mejor que yo misma lo que él deseaba... flexioné una de mis piernas, dejándole así paso hacia mi sexo, y noté sus dedos, temblorosos por el placer que recibía, recorrer suavemente todo el conducto de mis nalgas hasta mi sexo, acariciándome, torturándome de placer mientras yo empecé a acariciar con la lengua su miembro supurante de líquidos.

A duras penas podía concentrarme, pues su mano acarició mis labios para después frotar mi clítoris, y empezar a penetrarme con un dedo, muy suave y superficialmente... alternaba las pequeñas penetraciones con caricias circulares en mi clítoris, y me sentía desmayar de gusto. Deliciosos calambres de placer recorrían mi columna cada poco tiempo, y me llenaban de placer hasta los talones, mis piernas temblaban y me sentía más excitada que nunca en mi vida. Quería darle placer también a él, lamí el glande de su miembro en círculos rápidos, y de golpe, lo metí en mi boca, bajando todo lo que pude, hasta casi tocar su muslo con mi nariz... le oí tomar aire y sus dedos se crisparon de gusto en el interior de mi sexo. Pude notar cómo su pene se contraía dentro de mi boca, y lo apreté con mis labios, lo pasé de un lado a otro de mi boca, y fui subiendo lentamente, sin dejar de mover mi lengua. Al llegar a la punta, la lamí voluptuosamente, y comencé a subir y bajar mientras le acariciaba los testículos. Muy pronto le oí jadear y apretar los puños, pero casi enseguida me pidió que me detuviese:

- Por favor... déjame penetrarte. Necesito penetrarte. – Me rogó.

Sonreí. Hizo un movimiento para que me tumbase junto a él, pero en lugar de eso, me monté sobre su cuerpo. Abrió mucho sus ojos angulosos como si estuviera sorprendido, pero aquello pareció agradarle mucho. Me incliné sobre él para que besara de nuevo mis pezones y jugase con mis pechos, lo que hizo gustoso, mientras yo me frotaba contra su sexo... ambos podíamos sentir el calor y la humedad del otro, el deseo del otro... pero yo quería retrasarlo aún un poco más. Agarré su miembro y froté la punta contra mi sexo, haciéndonos cosquillas. Su espalda su curvó de placer, y por primera vez, sonrió. Muy lentamente, metí sólo la punta de su miembro entre mis labios vaginales, dejándole sentir mi calor, y pude leer la impaciencia en sus ojos. Suavemente me dejé deslizar hasta quedar sentada sobre él, entre los satisfechos gemidos de ambos.... la sentí dentro de mí, cálida, deseosa, abriéndose paso entre mi carne anhelante de placer... y comencé a moverme en círculos.

Los ojos de mi amante se abrieron descomunalmente y dejó escapar un gemido ahogado de placer, mientras su frente su cubría de sudor. El calor crecía dentro de mi cuerpo, y, apoyando mis manos en sus hombros, empecé a cabalgarle entre suspiros y estremecimientos. Sus manos se aferraron a mis pechos, apretándolos con fuerza, sus caderas subían y bajaban, ayudando a mis movimientos, podíamos oír el chapoteo que producían nuestros cuerpos y no pude resistir la tentación de aumentar la velocidad. Le vi asentir con la cabeza, como si fuese incapaz de hablar, y mis nalgas rebotaron sobre sus testículos mientras aceleraba, notando cómo su miembro se hinchaba dentro de mí, y cómo su calor y su dureza hacían estragos en mi sensibilidad, frotando mis puntos secretos con mayor fuerza cada vez, produciendo mayor placer a cada embestida, hasta que al fin, yo también me vi sorprendida por un subidón de gozo, y sin poder evitar gritar, noté como el calor y el placer estallaban dentro de mi sexo y se expandían rápidamente por todo mi cuerpo... Casi al instante, noté que él también lo hacía, y pude sentir parte de su cálido esperma resbalar por mi sexo, caer en el suyo y finalmente gotear quedamente hasta la cama.

 

Apenas me di cuenta que estaba abrazada a él, gimiendo suavemente como si ronroneara, y que él me apretaba con fuerza contra sí. Pensé que después de eso me diría algo como "vale, te doy tanto, vístete y ya puedes irte", pero no fue así. Después de aquello, nos hemos visto muchas veces, hemos gozado juntos muchas noches... no es fácil vivir siempre escondidos, y aún sigo sin saber qué le empujó a fijarse precisamente en mí, y qué le hizo enamorarse de mí más tarde. Pero ya no me importa... sólo me importa saber que ya sólo quedan seis meses, que dentro de seis meses será dueño legal de la empresa y podrá divorciarse de esa esposa que le ha negado la vida conyugal desde siempre, y entonces no tendré porqué esconderme más, ni tendré que seguir viviendo a costa suya... porque podré trabajar de nuevo, porque ninguna esposa estúpida vendrá a echarme del mugriento bar de su centro comercial sólo porque yo le he dado a su marido de conveniencia lo que ella no quiso darle jamás. Y mientras tanto, le tengo aquí, junto a mí... ¿qué más se puede pedir?

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