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Belén viviente

en Hetero: General

-Mmmh… sí… así, así… más… ¡ah! Más fuerte… - Cristóbal temblaba de gusto, las manos aferradas a los lados de la silla, intentando aguantar el impulso de lanzarse a por Viola, que, levantada frente a él y vestida sólo con un tanga navideño y un gorrito de Papá Noel, le masturbaba con el pie. La maestra sonreía viendo las caras de gusto que ponía cada vez que le frotaba o le daba un apretón. "Está tan guapo así… con la cara sudada, el pelo pegado a la frente, y esos ojos de vicioso… mmmmh, me lo comería vivo", pensaba la joven, reprimiendo el impulso de montarle como una loca y morderle, quería torturarle un poco más, hacerle sufrir aún un poquito... Muy despacio, retiró su pie y se acercó a él, abriendo las piernas para montarle. El profesor de Química y matemáticas, con el pantalón en los tobillos y la camisa abierta, sintió que el vello de sus muslos se erizaba en un segundo cuando la suave piel de las piernas de Viola rozó las suyas, y asintió con la cabeza imperceptiblemente, jadeando. Viola, tan ansiosa como él, se frotó contra sus piernas, moviéndose como si ya le hubiera montado, pero sin hacerlo, balanceándose, arrimándose más cada vez, bajando lentamente hacia su pene, y cuando estaba a punto de rozarse… Sonó el teléfono.

-¡MIERDA! – Escupió Cristóbal. La melodía del Planeta Imaginario que Viola tenía en su móvil, siempre le había gustado, era Debussy, una versión muy bonita, le recordaba un programa que le encantaba… pero en ese momento, la detestó, la odió con todas su fuerzas, ¡¿quién sería el inoportuno?! La profesora tenía la misma cara que él, pero miró la pantalla y resopló.

-Tengo que contestar. Es Nazario… - dijo, molesta.

-¿Nazario? ¿Y qué tripa se le ha roto para llamarte? – Nazario era el director, jefe de estudios y jefe del seminario de Lengua, Literatura y Arte Dramático en el Instituto donde trabajaban los tres. Era un hombre maduro, muy severo, muy buen profesor, pero muy exigente… y no era el tipo de hombre que llamaría fuera de horarios a una compañera de trabajo, y más aún de sexo femenino, a no ser que fuese por una razón de verdadero peso.

-Diga – contestó Viola, y en la voz ya se le notaba que no estaba de muy buen humor, y no lo mejoró la conversación, a juicio de Cristóbal. - ¿Qué? ¿Y por qué no le llamas a él directamente? – Viola resopló y le tendió el móvil a Cristóbal. – Toma, quiere hablar contigo.

-¿Qué? – ladró Cristóbal. – No, lo siento, no estoy de buen humor… Nazario, sinceramente, me la repanfinfla que sea Navidad, cuando me… cuando me interrumpen mi vida privada, no suelo ponerme de buen humor…

-Lamento mucho si he sido inoportuno – contestó Nazario, aunque no parecía lamentarlo, sino molesto porque el profesor no atendiese a lo que deseaba – Sea lo que sea lo que estabais haciendo, que no quiero saberlo, seguro que podéis retomarlo tan pronto como me escuches. Y no me habría visto en la vergonzosa necesidad de llamar a Viola, si tú, tuvieras el móvil encendido.

-¿Y no se te ocurre pensar, Nazario, que si no lo tengo encendido, será por algo?

-¡Sí, porque quieres escaquearte! – y antes de que el profesor protestase más, continuó – He tenido una idea genial. Y os necesito a vosotros, y a todo el cuerpo docente, y a cuanta gente podáis conseguir por ahí, para llevarla a cabo. Esta Navidad, vamos a hacer crujir el Instituto.

-¿Que quieres hacer QUÉ?

************

-¿Que te prestemos QUÉ?

Oli estaba al teléfono mientras yo terminaba de servir la cena, pizza casera. Román y Kostia estaban ya dormiditos, con suerte, hasta las seis de la mañana, y nos alegraba tener un poco de tiempo para nosotros… si bien yo aún no tenía muy claro si ese tiempo en realidad, iba a durar, cuando le oí decir aquello. Salí al salón, y le vi colgar el teléfono con expresión aturdida.

-¿Qué pasa, Oli?

-Era Nazario… me ha pedido… le he dicho que tenía que hablarlo contigo primero, pero… - Mi marido encogió sus anchos hombros con expresión más desamparada cada vez.

-¿Qué te ha pedido? – quise saber.

-Que le prestemos a uno de los niños.

-¿Eh….?

************

-¿Que tiene que….? ¡Ni hablar, hombre!

-Amador, ¿quién es el director del grupo de teatro….?

-Tú, Nazario, pero…

-¡Ah! Bueno, pues si yo soy el director, se hace lo que YO digo. No me vengas con monsergas, porque tenemos el tiempo muy justo, no estamos para andar montando audiciones como otras veces, ¡hay que hacerlo ya, así que te la traes, que tiene que actuar también ella!

-Pero, Nazario, yo no… no quiero que mi mujer se suba a un escenario….

-¡Ah, qué bonito! Resulta que el señor Amador, Don "Primer Actor" en todas las obras, puede lucirse todo lo que guste, y disfrutar de los aplausos, pero no le da la gana que su mujer, comparta el éxito… ¡qué actitud tan moderna y comprensiva….!

-Nazario… ¡que mis alumnos van a tener cachondeo para todo el año!

-Pues córtales. Eso sería culpa tuya, por darles tantas confianzas y tantas gracietas en clase, ¡he dicho que ella actúa, y punto pelota! ¡Mañana, a las nueve, aquí!

**************

La nieve caía blandamente, y aunque el frío era intenso, Arnela se sentía feliz, el corazón le daba brincos en el pecho y el estómago le giraba, sólo de pensar que él, la estaba esperando… Rino, al que llamaban el Rompebragas, le había propuesto esperarla en su cuarto esa tarde. Las vacaciones de Navidad comenzaban ese mismo día, y quería tener fiesta con ella, celebrar las Pascuas con una tarde de… bueno, a Arnela aún le resultaba difícil pensar en "sexo", no digamos en "folleteo a saco" o similar, ella prefería pensar en términos de "hacer el amor", y aún esa expresión hacía que se pusiera colorada. En ello iba pensando cuando sonó su móvil, y viendo que se trataba del jefe de estudios del Instituto vecino, se apresuró a cogerlo.

-Diga, señor Nazario.

-Hola, Arnela, buenas noches… Tú decías que te gustaría participar en una de las obras de teatro que hacemos, ¿verdad?

-Oh… ¡sí, sí, señor, me gustaría mucho! – susurró, con su voz de ratoncito de biblioteca.

-¡Vaya, por fin un poco de colaboración! Ven mañana a las nueve, al aula de teatro del Instituto, y si sabes de alguien más que quiera actuar, tráete a todos los que puedas, porque vamos a necesitar gente… - Arnela asentía con la cabeza, cuando un alboroto atrajo su atención. Delante de ella, un grupo de chicas saltaban, animando a alguien; otras parecían asustadas o sorprendidas, un par salieron corriendo, diciendo que iban a buscar al Decano… La joven ayudante del bibliotecario se acercó a ver qué pasaba, y el corazón casi se le paró del susto.

-¡Rino! ¡Pedro! ¡No, estaos quietos!

-¿Arnela….? ¡Arnela! – dijo Nazario, pero nadie le contestó. El móvil estaba tirado en el suelo, sobre la nieve, mientras la joven se abría camino, a fuerza de brazos, entre el círculo de chicas, para separar a Pedro y Rino de su furibunda pelea. Rino sólo llevaba puestos los slips negros e iba descalzo; Pedro tenía la cara congestionada de llanto y sangraba por la nariz.

-¡Basta! ¡He dicho BASTA! – gritó la joven, llevándose varios empellones por parte de los dos chicos, hasta que al fin logró separarlos. Algunas de las chicas se fueron, pero la mayoría se quedaron a mirar. Rino tenía cuatro arañazos marcados en la mejilla, los dos primeros sangraban. Tenía la piel colorada y se agarró los brazos de frío, pero la misma rabia le impedía tiritar, a pesar de que tenía los pies casi azules. Pedro estaba despeinado, con la nariz reventada, un ojo se le estaba hinchando y lloraba de pura impotencia.

-Pedro, no…. Yo no quería que te enteraras así… - Musitó Arnela, acercándose a él. Pedro había sido su novio, hacía casi un año. Es cierto que ella no le había amado, pero sí le había querido… había sido el único chico en su vida, que se había interesado por ella, hasta que Rino se le sinceró. Había estado a punto de prometerse con él, de entregarse a él físicamente… le tenía afecto, lo quisiera o no, y había intentado ocultarle durante el mayor tiempo posible, que le había dejado por Rino, que desde la infancia había sido su mejor amigo… y todo para esto. No, ella no deseaba que se enterase así. Pero eso a Pedro, le importaba un comino.

-Me dijeron que os habían visto… juntos… y no lo quise creer. Voy a… voy a tu cuarto, para intentar hablar contigo… y me encuentro a éste ¡CABRÓN! – Pedro se lanzó de nuevo a por Rino, y Arnela se puso en medio, los brazos extendidos, gritándole que parase, mientras Rino la esquivó para agarrarle de nuevo, y Arnela se metió en medio, chillando.

-¡Quietos, BASTA!

-¡Peleas como una niña, arañando como una puta, so maricón! ¡¿No tienes sangre para pegar con los puños?! – gritó Rino, escupiendo a su antiguo amigo, mientras la joven, haciendo ímprobos esfuerzos, una vez más consiguió separarlos.

-Me encuentro a éste cabrón…. Acostado en tu cama, en calzoncillos, y sobándose como un puto mono mientras olía tus bragas… Pensé que eras una chica especial, alguien con un poco más de sensibilidad… Arnela, pensar que dejas que "eso" te toque… haces que me den ganas de vomitar… - Aquello era más de lo que Rino podía aguantar, que le insultase a él, podía pasarlo y hasta pensar que se lo había ganado… pero Arnela, era sagrada. No le avisó, se tiró al cuello de Pedro y apretó, ambos chicos cayeron al suelo, y chillidos de miedo surgieron entre las chicas que miraban la escena, viendo como Rino, atenazando el cuello de Pedro, le golpeaba la cabeza contra el suelo de tierra.

-¡No, Rino, déjale! ¡Que le dejes, suéltale ahora mismo! – Arnela, aterrada, le sacudió en la cara un sonoro revés, y se agachó. – Pedro… ¿estás bien? – El joven tosió ruidosamente, escupiendo, pálido como un muerto y aturdido, pero ileso. La nieve del suelo húmedo había amortiguado bastante los golpes y Arnela sonrió. – Gracias a Dios…

Un cuchillo que le hubiesen clavado en los riñones y hubieran retorcido después, no le habría hecho tanto daño al Rompebragas. Él había defendido a Arnela, y ella… se lo pagaba preocupándose por su rival, pegándole a él, poniéndose de parte de Pedro… Rino siempre había ido de diversión en diversión, nunca se había colgado de ninguna chica… hasta que conoció a Arnela. Por ella, había traicionado a Pedro, se había puesto en el punto de mira del Decano y había traicionado su más fiel principio: la chica de un amigo, no se toca. ¿Y todo para qué? Para que ella, eligiese de nuevo a Pedro. Se sintió estúpido, miserable y utilizado… la niña perfecta, la sobrinísima del Decano, le había usado para entretenerse, porque era divertido tener sexo con él, y eso Rino lo sabía… pero a la hora de la verdad, para una relación seria, Pedro era un valor seguro, no él. Por primera vez desde que él y Pedro salieran de la residencia femenina pegándose como animales, notó el frío de la nieve.

-Pedro, tenemos que hablar, tengo que explicarte…

-No me tienes que explicar nada, está todo muy claro.

-Aún así, quiero hacerlo. Ven a verme a la biblioteca, cuando quieras, pero ven, por favor… prométeme que vendrás y hablaremos.

Pedro se levantó y se fue sin decir nada. Arnela se volvió hacia el Rompebragas, muy sonriente, pero al verle la cara, se le borró la sonrisa de golpe.

-"¡Suéltale ahora mismo! ¿Pedro, estás bien? ¡Ay, gracias a Dios, menos mal que éste animal no te ha hecho nada, ay, que se me deshace el culo….!" – la imitó Rino, poniendo una ridícula voz de falsete, cruel, pero muy aproximada a la de Arnela.

-Rino, por favor, ahora tú no…

-No, guapa, ahora yo no. Ni ahora, ni nunca, descuida. Si tantas ganas tienes de explicarle algo, adelante, ve, ¡venga, vete con él, qué esperas! No te preocupes por mí, no hace falta, total, ¡yo sólo soy el Rompebragas, no tengo sentimientos, me limito a ir saltando de cama en cama!

-¡No seas idiota, sé porqué lo has hecho, pero yo no podía…!

-"¡Yo no podía, no podía!" – chilló de nuevo con voz aguda – "¡ay, no puedo hacer esto, no puedo hacer lo otro, yo no hago esas cosas!" ¡Siempre dices lo mismo, nunca puedes NADA! ¡Lo único que puedes, es seguir siendo cobarde, amilanada, y ESTÚPIDA! – Rino era consciente de que estaba gritando delante de un corrillo de chicas, que le estaba poniendo la cara en vergüenza no sólo a la sobrinísima del Decano… sino a la chica que amaba. Pero estaba tan dolido, que su rabia hablaba por su boca. – Pues ya estoy harto de que seas así, de que tenga que empujarte porque si no, no andas, y que ahora, me salgas con que le debes explicaciones a él. Así que, hale, ya puedes volver con él, adelante…. Ten la vida perfecta, rígida y aburrida que deseas. No te atrevas nunca a nada, sigue siendo cobarde, y vive segura en tu burbuja. Yo, me largo.

-Pero… espera… por lo menos, sube a buscar tu ropa… - Arnela le miraba al borde del llanto y Rino estuvo a punto de ceder, pero su orgullo no le dejó.

-Yo, no necesito que tú me dejes subir a por mi ropa, no me hace falta que me hagas ese favor. – Buscó al azar con la mirada y señaló con la barbilla a una de las chicas que aún estaban allí. – Ali, ¿a que tú tienes algo para ponerme?

-Cariño, yo siempre estoy dispuesta a "ponerte"…. – Alicia, antigua amiguita del Rompebragas, estaba más que dispuesta a darle en los morros a la sobrinísima, igual que la mayor parte de la Universidad. La ayudante del bibliotecario había cometido el terrible pecado de ser la sobrina del Decano, y eso, era más que suficiente para que un número nada desdeñable de estudiantes le tuvieran tirria. Rino echó su brazo por los hombros de la chica y entraron de nuevo a la residencia femenina. Arnela se quedó allí, de pie, llorando sola sobre la nieve, mientras el resto de las chicas se iban. Sólo cuando todas se hubieron marchado, Arnela quiso echar a correr, volver a casa de sus padres, convencida de que nunca hubiera debido salir de allí, cuando una mano de hierro se cerró en torno a su muñeca. Era una chica. Arnela la conocía de vista, pero nunca se había atrevido a hablar con ella, porque todo el mundo decía que era un pendón, un rompebragas en chica… era muy guapa, muy alta, con una espesa melena oscura y maliciosos ojos negros.

-Uno no debe tomar decisiones en caliente… ven a casa de mi novio y tómate un chocolate con nosotros, anda. – En realidad, no quería. Sólo quería volver a su casa. Pero la joven tenía una mirada tan penetrante, tan… extraña, que de pronto, Arnela se sintió sin voluntad y echó a andar detrás de la joven a la que llamaban la Cometíos Coral, o Loba Coral.

**********

Al día siguiente, en el teatro del Instituto había mucho jaleo. Muchos profesores pululaban por allí, pero también alumnos, incluso Beto, el primo de Oli, y su novia Dulce, y personas a las que no conocía mucho, y que no acababa de entender qué pintaban allí… Tenía en brazos a Kostia, y mi marido, Oli, sujetaba el carrito donde dormía Román. Román casi siempre está dormido. Come, y duerme, es un angelito… Kostia, es más inquieto, y a pesar de que tenga apenas dos meses de edad, ya quiere mirarlo todo, y si intentaba acostarle en el carrito, se ponía a llorar, así que lo tenía en brazos, y no dejaba de mover los ojos enormes que tiene, azules, como los míos, recorriendo toda la sala y dando la impresión de estar encantado con la jarana. Por fin, Nazario subió al escenario y pidió silencio, y todos escuchamos.

-Queridos compañeros. – dijo, con una sonrisa. Conozco a Nazario, sé que si no está su mujer delante (y en aquél momento, no estaba), no es una persona dada a las sonrisas… es como ver sonreír a un tigre; si lo hace, preocúpate – Ante todo, quiero daros las gracias por haber venido tal como os pedí. Sé que anoche no hubo tiempo de explicar nada, así que voy a hacerlo ahora. Para NocheVieja, todos, vosotros y yo, vamos a hacer que éste Instituto vibre… con la representación de un fastuoso Belén Viviente, hecho enteramente por nosotros. Y por eso, preciso la colaboración de todos. No hay mucho tiempo, como podéis suponer, así que he medio repartido ya los papeles de cada uno, si bien hay que terminar de escribirlos… voy a pasar a repartirlos.

-Nazario… ¿tú estás en tu juicio? – Era Amador, profesor de Geografía e Historia, un gran aficionado al teatro, que participaba en todas las que proponía el jefe de estudios, y que, casi por primera vez, se atrevía a cuestionarle… con bastante razón, quedaban apenas diez días para NocheVieja. Nazario le censuró con la mirada. - ¿Te… te has parado a pensar que tenemos, según tu, que escribir la obra, aprenderla, ensayarla, preparar decorado, vestuario, y que todo esté a punto… en unos once días? Por breve que quieras hacer el Belén, no se puede… esto, tendrías que haberlo dicho en Octubre…

-Vaya, supongo que tienes razón… sí, ¿sabes qué? Voy a viajar al pasado para decirle a mi yo del mes de Octubre, que tenga esta idea entonces… oh, qué lástima, no se ha inventado todavía el viaje en el tiempo, ¡bueno, mala suerte, tendremos que hacerlo desde ahora! – borró la sonrisa de su cara y batió palmas para espabilarnos - ¡Vamos, todo el mundo en fila para recibir su papel!

-Pero… señor Nazario… - Mi Oli alzó la voz para protestar. Todos sabíamos que era inútil, cuando Nazario tomaba una decisión, ya fuese sobre el teatro, sobre fechas de exámenes o sobre casi cualquier cosa, no había quien se la quitara de la cabeza, así le arrancases la cabeza, pero lo intentó – Tenga en cuenta… las fechas en las que estamos. – Nazario puso cara de no entender, o de no querer entender – Las vacaciones han empezado… son fiestas familiares… todos tenemos cosas que hacer, comprar regalos, preparar cenas, estar con los nuestros… La idea es muy buena, pero… ¿no cree que sería mejor aplazarlo, para dedicarle todo el tiempo que merece….? ¿El año que viene…?

-Señor Oliver… usted ha hecho referencia a unas fechas entrañables, y tiene razón. Pero, ¿con qué espíritu vamos a celebrar fiestas entrañables, si para ello apuñalamos la esencia misma de éstas? Compartir… ofrecer nuestro tiempo a otros. Dar a los demás. Dar, en general. ¿Tenemos derecho nosotros, profesores, a hablar a nuestros alumnos de desinterés, cuando nosotros mismos somos incapaces de ser desinteresados y entregar nuestro tiempo sin pedir nada a cambio? Señor bibliotecario, su mismo trabajo se basa en compartir conocimientos a cambio de nada, o de una ínfima cantidad; sin ese espíritu altruista, las bibliotecas, ni siquiera existirían… ¿Con qué espíritu hace su trabajo, sabiendo que lo traiciona a cambio de una comilona y unas cuantas chucherías? Sus hijos, tan pequeños, ¿le mirarán con admiración, sabiendo que su padre es capaz de darlo todo por el arte… o se avergonzarán de él, al saber que no fue capaz de sacrificar su comodidad a cambio de ensalzar una fiesta tan hermosa y llevar algo tan bello como un Belén a la práctica? Todos nosotros amamos la Navidad… ¿pero la amamos por los valores que auténticamente representa, o por conseguir un perfume nuevo y burdos caprichos materiales? Todo aquél que no esté dispuesto a demostrar su adhesión al verdadero espíritu de la Navidad, espero que mañana pueda seguir mirándose al espejo sin sentir vergüenza, y hoy, puede salir por esa puerta. – unos cuantos chicos se dirigieron a ella. – Y todo aquél que no esté dispuesto a demostrar su adhesión al verdadero espíritu de la Navidad y sea alumno mío, se quedará sin un punto menos en la nota final. – Con gruñidos, los chicos volvieron a su sitio. – Me enorgullece ver vuestros sólidos valores.

¿Qué podíamos decir….? Nazario era un manipulador de cuidado, pero había logrado hacernos sentir culpables. Todos nos quedamos.

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-¿Guionista y ayudante del director? – Genial, me tocaba escribir la obra, a MÍ.

-¿Herodes….? – dijo Amador

-¿Concubina de Herodes…? – dijo Viola

-Recaudador de Impuestos. Me parece bien. – Sonrió Carvallo.

-No. Ni hablar. Nazario, NO, ¡no voy a ser la Anunciación! – protestó Oli.

-¿Yo no podría ser María….? – intervino Viola. La idea de ser la Concubina de Amador… bueno, de Herodes, estando por allí también su mujer, le parecía un poco violento. - ¡O una pastora!

-Viola, no te ofendas, pero… estás un poco mayor, y…. catada, para hacer de Virgen María. Ya he escogido a una Virgen María.

-¿Quién va a ser? – pregunté yo. Sabía que con eso de "mayor, y catada", también yo misma estaba excluida para hacer de Virgen María, pero quería saber quién era la protagonista.

-Ella. – Nazario señaló con la cabeza hacia una chica de pelo muy largo, suelto hasta casi las nalgas, de rostro muy tímido y delicado, y apariencia frágil y triste. Me quedé asombrada de lo guapa que era, ¿quién era esa chica? No recordaba haberla visto nunca, sin embargo… su cara me sonaba…

-¡Si es Arnela! – me dijo mi esposo, y me quedé muda de asombro, ¡era ella! ¿Pero… desde cuándo era tan guapa esa chica? Junto a ella, había un joven de su misma edad, cabello castaño y cálidos y tristes ojos marrones.

***********

Cuando Pedro se enteró de lo del Belén Viviente y supo que Arnela participaría, le faltó tiempo para apuntarse. Es cierto, le había dicho cuatro verdades, pero… seguía interesado en ella. Y por lo que había podido ver, su ex amigo Rino, la había plantado. Quizás ahora se decidiese a sentar la cabeza y volver con él… su orgullo se resentía, pero si Arnela le pedía perdón por lo sucedido y le pedía volver, él estaba dispuesto a perdonar, y a ayudarla a volver al buen camino, a dar alegrías a sus padres y no ser preocupación para estos. Tenía que admitir, eso sí, que le daba un poco de repelús el pensar que cuando la besase, indirectamente, se iba a tragar las babas del Rompebragas… y esperaba que no hubiera nada peor… no, Arnela puede que hubiera cometido un error, pero no era una cabeza loca, ni una guarra, no habría hecho cosas al Rompebragas con la misma boca con la que besaba a su madre…

Su papel, al igual que el de Arnela, había sido de los pocos que no se habían repartido al azar. Nazario ya tenía elegido para ella el papel de María, y apenas la vio entrar, le pidió que se quitase las gafas y se soltase el pelo, asintió, y le dijo qué iba a hacer. En un principio, la joven se negó, ¡no quería salir tanto! Quería un papel pequeño… Pero Nazario la convenció: "No puedes hacer un papel pequeño, cuando tienes un talento grande". Cuando poco después llegó Pedro y se quedó mirando a Arnela, tan guapísima como estaba, Nazario, que en un principio había reservado el papel de San José para sí, o al menos para un hombre algo mayor, cambió de idea, y se lo ofreció. Pedro aceptó al instante.

Para él, eso del papel, había sido fácil… para el resto, no lo estaba siendo tanto. El primo del bibliotecario, estaba encantado con su papel de Baltasar, "El rey del chocolate", había dicho él, y su novia sería su paje, y al parecer, también ella estaba muy feliz, porque se abrazaron dando saltos, pero mientras, medio reparto estaba persiguiendo a Nazario, pidiéndole cambios, y el profesor se negaba, pero tanto le dieron la lata, que acabó diciendo que, quien quisiera cambiar su papel, se buscase a alguien que lo cambiase con él, y luego vinieran a decírselo para que viese si cuadraba o no. El señor Oliverio, el bibliotecario, se puso a buscar como un poseso alguien que quisiera ser La Anunciación, proponiéndoselo de inmediato a su esposa:

-Oli, no puedo… soy la guionista, ¡tengo que escribir toda la obra, como para actuar en ella encima! ¡Y Nazario la quiere en verso, por si fuera poco!

-Irina… ¡no quiero salir de ángel!

-Pero si sales muy poco… sólo tendrás una escena, le dices a Arnela dos frasecitas, y ya está. – El bibliotecario puso cara de fastidio, y su mujer le sonrió – No pongas esa cara… ¡estarás muy guapo de ángel! Ángel mío…

-Siempre me ha de tocar hacer de Oli el Perfecto… en el Belén del colegio, pasaba lo mismo, media hora con las manitas juntas y poniendo sonrisa de idiota, y todo el mundo tirándome fotos y diciendo "¡qué mono, qué mono….!"

-Bueno, Oli, pero eso sería si hicieras del Ángel del Portal, pero vas a hacer de La Anunciación, sólo vas a salir un momento…

En esas estaban, cuando se abrió la puerta del teatro.

-Lo lamento, llegamos un poco tarde. – Quien estaba en la puerta, era una joven mujer pelirroja, peinada con cola de caballo, muy alta y de apariencia atlética. Pedro la conocía, era Sofí, la esposa de Nazario… e iba acompañada por alguien que también Pedro conocía. Sus gafas de sol le ocultaban los ojos y reflejaban la luz en círculos plateados destellantes. El pelo negro peinado ligeramente hacia arriba, brillaba también, engominado. Su ropa negra, sus botas negras, resplandecían con la luz emitiendo suaves chispas, y las espuelas brillaban tanto que dolía mirarlas. Su chupa de cuero negra también parecía relucir al sol invernal, las bandas blancas de los brazos emitían destellos extrañamente alargados, dando la apariencia de una misteriosa aura a su espalda, como cuatro blancas alas. Arnela se le había quedado mirando como si mirase a un ángel, pero Pedro sabía que era un demonio… maldito fuese Rino el Rompebragas. Y maldita fuese también la mujer de Nazario, que tomó del brazo al petulante motero y sentenció – Acabo de encontrar a La Anunciación.

-¡¿Qué?! – La voz de Nazario rompió el hechizo.

-Dadá, sé que parece un poco imposible, - La mujer de Nazario, siempre le llamaba Dadá. Nadie sabe porqué, nadie se ha atrevido nunca a preguntárselo - pero éste chico me ha dicho que quería actuar, que quería ser La Anunciación, y creo que puede hacerlo muy bien.

-Sofí querida, éste chico, con esa cara de golfo que tiene, el único ángel al que puede representar, es al Caído. No se ofenda, señor Ribeiro. – añadió el profesor, mirando a Rino, que se apellida Ribeiro. Éste hizo un gesto vago con la mano, como para indicar que no tenía importancia, y terció:

-Señor Nazario… ¿quién dice que yo tenga que enseñar la cara?

-¿Qué quieres decir? No vas a salir tapado, como si fueras el Zorro.

Por toda respuesta, Rino se sacó de la cazadora una máscara de V, de Vendetta.

-¿Eso? – dijo Nazario - ¡Eso tiene menos pinta de ángel que tú, que ya es decir!

- Señor Nazario, ¿por qué no le da al chico una oportunidad…? – se metió el bibliotecario, sonriendo. – Yo mejor que nadie sé que es un gamberro, pero… - pareció buscar algo positivo que decir del Rompebragas, sin encontrarlo -…. ¡pero sé que tiene mucha presencia, mucha inventiva! Creo que tiene una buena idea, dejémosle expresarla.

Nazario resopló. No le gustaba la idea, pero su mujer le miraba con sus enormes ojos azules y su encantadora sonrisa, y abrió los brazos.

-Está bien. Te haré una prueba. Voy a darte libertad completa, haz La Anunciación como tú quieras hacerla, improvisa… y veremos. ¡A ver, Virgen María, a escena!

Arnela pegó en bote del susto. Estaba tonta perdida mirando al imbécil de Rino, mientras que él pasaba de ella, no la había mirado ni una vez. O al menos, no había modo de saber si la había mirado, porque no se había quitado las gafas de sol. La joven subió al escenario con algo de torpeza, y movió los labios.

-¿Qué…? – preguntó Nazario. Arnela había dicho algo, pero no la había oído ni el cuello de su camisa.

-Que qué tengo que hacer, señor… - susurró. Nazario subió con ella al escenario.

-Ponte de rodillas. Así. Estás rezando. Nada de manos juntas, no estás haciendo la Comunión. Tú simplemente… hablas con Dios. Te sinceras con Él, le cuentas tus cosas… para ti, es un amigo con quien tienes confianza, porque sabes que te quiere. No pongas esa cara de miedo, tú no tienes miedo, tienes seguridad, porque… sabes que Él te cuida, así que no tienes miedo de nada… sonríe, eso es… Mira hacia arriba… No, hacia el techo, no, estás rezando, no buscando arañas, un poco de naturalidad, mujer… eso es, mejor. De momento, vale. Anunciación… cuando lo considere oportuno. – dijo sarcásticamente el profesor, y abandonó el escenario.

De rodillas, los cabellos de Arnela casi rozaban el suelo. Se había colocado las manos cruzadas sobre el corazón, y parecía realmente estar pidiendo algo. A su espalda, muy lentamente, apareció el Rompebragas, y se oyeron varios gritos ahogados. Iba vestido sólo con los pantalones, llevaba el pecho desnudo, mostrando la pelambrera, e iba descalzo, con la máscara puesta. Nazario chistó para que hubiera silencio, Arnela volvió la cabeza, pero el Rompebrabas quedaba fuera de su campo de visión, de modo que volvió a su posición inicial. Muy despacio, como si en lugar de anunciarle nada fuese a asaltarla, Rino caminó hacia ella. Arnela podía sentirle, y parecía nerviosa, pero no abandonó su postura. Cada vez más cerca, Rino se agachó de golpe y la agarró de la cintura, y Arnela pegó un bote y chilló, y todo el mundo se rio.

-¡Silencio! – insistió Nazario. La joven se había puesto muy roja, pero siguió de rodillas. Rino la tomó de las manos y se deslizó frente a ella, manteniéndola cogida de la mano y acariciándole la cara con el dorso de los dedos.

-No te asustes de mí. – dijo. Y Pedro hubiera querido pegarle un tiro en la boca. Rino estaba usando lo que él llamaba "su tono especial para mojar bragas". Una voz profunda, algo más grave de lo habitual, pausada y asquerosamente dulzona… y a juzgar por las caras que ponían las féminas presentes, incluyendo a la propia mujer de Nazario, parecía que tristemente eficaz. – María… tu bondad y tu pureza, han hallado gracia a los ojos del Creador, y te ha elegido para un gran honor, el de llevar en tu vientre su semilla hecha hombre entre los hombres. Dentro de nueve meses, darás a luz a un niño, y le pondrás por nombre Jesús. – Tan suavemente que apenas fue notado hasta que sucedió, el Rompebragas se inclinó más y más sobre Arnela, hasta que la cara de la joven rozó la sonrisa de la máscara, y besó la misma, mientras el motero la abrazaba por la nuca y le apretaba la mano contra su pecho desnudo. Con la misma suavidad con que la había besado, se separó de ella lentamente, manteniéndola cogida de la mano mientras se alejaba de ella, de modo que Arnela, sentada sobre sus talones, se incorporó y estuvo a punto de levantarse e irse con él, con tal de no dejar que la soltara. Alguien empezó a aplaudir, y en segundos, la totalidad de los presentes hizo lo propio. Rino se quitó la máscara, luciendo una gran sonrisa, y se inclinó con elegancia.

-¿Tengo el papel….? – preguntó retóricamente.

-Tengo que pensarlo… - dijo Nazario.

-¿Qué? – varias voces a la vez.

-Sofía… señor Oliver… actúa muy bien, desde luego, ha sido precioso… pero… también ha sido un poco… irreverente, para un ángel. – su mujer le miró con disconformidad - ¡Es pura lujuria! El Decano vendrá a ver la representación, y no creo que le haga mucha gracia ver a su sobrina…

-Dadá, si al Decano no le gusta, que no mire, ¡es teatro, punto! En serio, Nazario, ¿qué más quieres ver? ¡El chico, tiene la gracia en la piel!

El bibliotecario sonreía, asintiendo con la cabeza, pero la sonrisa se le borró de la cara cuando el profesor dijo:

-Está bien… supongo que el señor Oliver, puede interpretar al Angeluya.

-¡¿QUÉ?!

-El Ángel del Aleluya, Angeluya. – le dijo la mujer de Nazario, y todo el mundo asintió. – Le quedará muy bien el papel, ¡creo que no hay nadie como usted para hacer de Angeluya!

La mayor parte de los presentes asentían y sonreían, pero, por alguna razón, el bibliotecario parecía fastidiadísimo.

*************

-Eres igualito, igualito a Oli cuando era pequeño… salvo por el color de los ojos, y porque ahora, me dejan acercarme a ti y cogerte en brazos… - musitaba Beto, con su sobrino Kostia en los brazos, si bien el niño no le prestaba demasiada atención, estaba muy ocupado mirando a su alrededor, y cuando su tía Dulce le acercaba una guirnalda de brillante color rojo, abría mucho los ojos y estiraba su torpe manita para intentar agarrarla, pero todavía no coordinaba bien y no lograba tocarla. Su hermanito, Román, seguía plácidamente dormido, ajeno al ruido general, en el cochecito, junto a ellos.

Beto miraba a los niños alternativamente. Miraba a Dulce, haciendo monerías a Kostia, y cómo le brillaban los ojos ambarinos, casi dorados como los adornos, y pensó lo que pensaba últimamente cada vez que estaba con los gemelos: que le gustaría tanto llevárselos a casa… en algún oscuro rinconcito del corazón del funcionario, había un reloj. Un reloj que, hasta la fecha, Beto había pasado por alto, y sólo había utilizado para regir sus horas de sueño o sus comidas, pero que en aquél momento, quién sabe porqué, hizo girar sus engranajes, la aguja larga llegó a una señal de alarma, y emitió un timbrazo tan sonoro que el propio Beto estuvo seguro de haberlo oído, haciendo temblar todo su interior, y le obligó a soltar la frase:

-Dulce, quiero tener niños contigo.

La joven funcionaria dejó caer la guirnalda del susto, y miró a Beto con los ojos muy abiertos. Y como estaba mirándole a él, no vio que Kostia había tomado la cinta peluda al vuelo. Y éste, por primera vez en su corta vida, sonrió.

***********

-Oli… cielo, lo siento… sé que no querías ese papel… Pero Sofía tiene razón, te va perfecto el papel del ángel, ¿por qué no quieres hacerlo? ¿Qué te da tanta rabia?

Después de su elección definitiva como Angeluya, Oli había puesto cara de verdadero enfado, y se había marchado del patio del teatro, hacia la zona de utilería, detrás del escenario. Estaba de espaldas a mí, con los brazos cruzados sobre el pecho, como un niño enfurruñado. A pesar de saber que no querría hablar conmigo, ni con nadie, sabía también que lo necesitaba, de modo que dejé a los niños al cuidado de Dulce y Beto, y fui tras él. Le coloqué las manos en los hombros y le pregunté de nuevo. Resopló y esperó un ratito antes de contestar:

-Irina, ¿alguna vez has intentado algo, con todas tus fuerzas…. Has luchado por una cosa con todo tu empeño, con todo tu afán,… y ha llegado el universo y ha mandado al cuerno tus esfuerzos sólo con hacer esto? – chasqueó los dedos. – Porque eso, es lo que me está pasando ahora. Y me lleva pasando toda mi maldita vida. No dejo de intentarlo, lo intento una y otra vez… pero no hay manera.

-¿Qué es lo que intentas? – Quise saber. Y mi Oli se volvió, con un aire avergonzado en su rostro inocente. Avergonzado y fastidiado.

-Ser malo. – Mi cara debió reflejar mi sorpresa, porque me explicó – Toda la vida, toda mi vida, he sido siempre el niño dócil, el niño bueno, estudioso, tranquilo, aplicado, educado, seriecito… siempre he sido Oli el Perfecto. Y estoy harto. Llevo toda la vida estando harto. Mi hermana era divertida… ella dejaba los estudios para el último día, salía con amigas, con amigos, salía de casa a escondidas, le regañaban, le echaban broncas… y ella se reía y pasaba de todo. Y todo el mundo la admiraba por ser rebelde, por contestar a los profesores, por ganarse broncas, pero luego le metía a todo el mundo la lengua en el culo, porque aprobaba con buenas notas, aunque su comportamiento no fuese bueno. Y todo el mundo me ponía de ejemplo a mí. Yo tenía que ser el bueno, porque mis padres ya bastante tenían con la cabeza loca de mi hermana mayor. Si yo no era bueno y juicioso, ¿qué consuelo tendrían? Pero yo no quería ser bueno, ni juicioso.

Yo sabía que mi marido había sido un niño muy bueno, su madre se había hartado de decírmelo… yo misma, era casi la única cosa que Oli había hecho a disgusto de sus padres. Yo era más joven que él, y no era precisamente una chica tranquila, ni modosita, sino que había tenido muchas aventuras antes de conocerle, y supongo que eso, aunque yo no lo dijera, se notaba… en mi forma de vestir, de arreglarme… Pero lo que no sabía, es que Oli no era "el niño bueno" porque le gustase serlo, sino porque se sentía poco menos que moralmente obligado a ello para servir de contrapeso.

-Yo quería ser como ella… - siguió contando mi marido – Quería ser alocado, quería tener amigos… el único amigo que nunca tuve, fue mi primo. Yo sólo tenía compañeros de colegio, nada más, porque fuera del colegio, nadie quedaba conmigo. Era un aburrido. No me gustaba el fútbol, lo detestaba… los juegos de correr, de pegarse, de hacer el bruto… me parecían peligrosos, porque si llegaba a casa manchado o herido, mi madre se disgustaría, y ya tenía bastante con mi hermana. A mí me gustaban los juegos de mesa, los de investigar, hacer experimentos en casa, hacer manualidades… me gustaba leer, y los videojuegos, y mejor cuánto más orientados estuviesen hacia los puzzles… en una palabra: era un puro muermo, lo que se dice un asco de niño. Contra eso, no podía hacer nada, me gustaba ser estudioso… ¡pero eso no me habría importado, si no me hubiesen obligado a ser bueno!

-Oli, cielo… lo que hiciste, fue muy noble, sacrificaste tus deseos, por hacer felices a tus padres…

-¿Y quién se ocupó de hacerme feliz a Mͅ? ¡Tú misma lo dices! "Fue muy noble"…. Estoy harto de ser noble, de ser el buenecito, ¡el maldito pringado! ¡Pero cada vez que intento dejar de serlo, quedo todavía peor!

-¿Qué quieres decir?

-Ahora mismo… me salvo de ser La Anunciación, para ser OTRA VEZ, el Ángel del Belén, ¡llevo desde la guardería haciendo siempre ese papel de idiota, que detesto! Pero, claro, eres el niño estudioso, el niño bueno, y todo el mundo piensa que quedas estupendo de angelito… porque por mucho que te esfuerzas en ser el malo, siempre te sale mal, siempre acabas haciendo bien algo… - le miré, inquisitiva. – Cuando tenía ocho años, quise portarme mal, ser malo con los más pequeños que yo, así que me puse frente a la fuente del patio de los niños de preescolar y les impedí beber. Hacía calor y tenían sed, y yo no les dejaba beber. Empezaron a llorar y se fueron a avisar al profesor de turno, y yo tenía miedo por la que me iba a caer, pero también me sentía orgulloso de mí mismo, iban a meterme un castigo de los buenos por hacerme el chulo con los niños… pero llegó el profesor y me felicitó.

-¿Te felicitó por no dejar beber a los niños? – me extrañe.

-Resulta que alguien había ido a avisarle que el agua de las fuentes, estaba saliendo amarilla. Él pensó que yo me había dado cuenta, y antes de avisar a nadie, había tomado la determinación de proteger a los más pequeños, impidiéndoles beber agua contaminada. No pude sacarle de su error… resultó que una tubería de los baños se había roto, y el agua se había mezclado con la de los retretes… todo el mundo me felicitó. Oli el Perfecto había salvado los inocentes estómagos de todos los niños. Pero esa, no fue la única. Con diez años, me dije que, si no podía ser un malo cruel, sería un científico loco. No te rías, ¡tenía diez años…!

-Lo siento, perdona, cuenta…

-El caso es que, entonces, de vez en cuando, nos subían a los laboratorios para hacer alguna tontería, y yo pensé que si hacía estallar una pipeta, todo el mundo se enfadaría conmigo, y para eso, no tenía nada más que mezclar ingredientes a ojo, y esperar… no caí que aquél, era un laboratorio de niños, y era muy difícil encontrar nada realmente peligroso… finalmente, mientras todos terminaban de diseccionar el ojo de buey que habíamos traído ese día, yo, que ya había acabado, me hice con un recipiente, le eché agua y vi un frasco que decía "agua de vidrio", eché un poco, y luego me escabullí hacia los minerales, buscando alguno que pudiera disolverse… no tenía entonces mucha idea de química, por no decir ninguna, y cogí algunos por que sonaban… pero me confundí. Cogí alumbre, porque lo confundí con azufre, y pensé que olería mal. Cogí sulfato de magnesio, porque lo confundí con magnesia, y pensé que empezaría a echar espuma como una máquina…. Los metí en el tarro de agua, y esperé…

-¿Y qué pasó? – Oli pareció a punto de echarse a llorar de frustración.

-Pasó que me llevé matrícula de honor en Naturales, y una nota a mi casa alabando mi creatividad y mi interés por las ciencias. Aquéllos cristales que había cogido, se disolvieron en el agua… pero no con los efectos que yo pensaba. Se disolvían creando hilillos serpenteantes en el agua, que le daban la impresión de un jardincito de algas muy bonito. El profesor dijo que aquello, era un efecto que se utilizaba en algunos restaurantes de lujo, para adornar jarrones o cosas así, y creyó que yo habría leído cómo hacerlo en alguna parte, y me felicitó por mi inventiva. Oli el Perfecto había dado una muestra de su genialidad…. Y tenía como doce años cuando me harté por completo, y me dije que, si no valía para malo cruel, ni para científico loco, entonces sería un mal estudiante. Y en un examen de Matemáticas, lo dejé todo en blanco. Sólo puse mi nombre, no contesté nada más, me pasé la hora más aburrida de mi vida, pensando en las musarañas y mirando la hoja en blanco, sólo animado por la perspectiva de que me pusieran un cero. ¡Y saqué un maldito sobresaliente!

-¿Pero, cómo….? – Yo ya no sabía si reír o llorar, mi pobre Oli…

-Resultó que el profesor quiso ver si realmente estábamos aprendiendo matemáticas o sólo sabíamos hacer cuentas, y puso las preguntas del examen llenas de errores, que permitían sacar las cuentas, pero convertían los problemas en irresolubles y hasta absurdos si uno leía con atención… mis compañeros, intentaron resolverlos, y muchos pensaron haberlo conseguido, ni se dieron cuenta de la trampa…

-Pero el profesor pensó que tú sí, y que por eso dejaste el control en blanco…

-Exacto… fui el único aprobado de la clase, con mi sobresaliente. El resto de las tres clases, suspendió…. Oli el Perfecto atacaba de nuevo. Irina… ¿Porqué ha tenido que tocarme ser el bueno?

Suspiré y le abracé contra mí.

-No lo sé, tesoro… Lo único que puedo decirte, es que tú a mí, me gustas tal y como eres… Piensa que, si hubieras sido un malo cruel, quizá no te hubieras enamorado de mí. Si hubieras sido un científico loco, hubieras estado demasiado ocupado intentando dominar el mundo para hacerme caso, y si hubieras sido un mal estudiante, tal vez no hubieras llegado a bibliotecario, y no nos hubiéramos conocido nunca.

Oli pareció pensativo. Por primera vez, su deseo de ser malo, empezaba a fallarle, porque de haberlo conseguido, tal vez no me hubiera conseguido a mí… y, aunque suene petulante por mi parte, sé que soy lo más quiere en el mundo, junto con los niños. Claro que yo, estoy a la recíproca con él…. De modo que, como no me gustaba que se sintiese mal, y menos en Navidad, ataqué por ese lado.

-Además, piensa que… bueno… no te haces una idea….del mmmmorbo que me da, seducir a un ángel. – Le miré con los ojos entornados, y mi Oli me devolvió una mirada casi de pavor. Una mirada que decía "¿Ahora? ¿¿Aquí??", y yo asentí con la cabeza, lentamente. Mi marido negó, maquinalmente, pero sonreía, sonreía con esa sonrisita de apuro tan adorable que pone cada vez que se da cuenta que no puede resistir, que, por mucho corte que le dé, va a caer una vez más…

-Irina… estamos detrás del escenario… si alguien viene por aquí… - susurró mientras le abrazaba, metiendo las manos bajo su jersey y sacándole la camisa de los pantalones para acariciarle costados, y dio un escalofrío de placer cuando sintió mis manos en su piel. - ¡Haaah…! Mmmh… Irina… piensa… piensa en los niños, que están ahí detrás… qu-qué ejemplo para ellos…

-Un ejemplo buenísimo, sus padres se quieren… - susurré, y puedo asegurar que me imaginé en ese momento a mi Oli vestido con una túnica blanca, con alitas y aureola dorada, y suspiré de placer, lanzándome a por su boca, que taladré sin miramientos, mientras mi mano derecha subió a su cuello y tocó su nuca. Oli gimió en mi boca y rompió a sudar, y sus caderas empezaron a moverse sin que él se diera ni cuenta… la nuca es su punto débil, unas caricias allí y las barreras de resistencia de mi marido se derrumban sin remedio.

-Haaaaaaaaah…. Canalla…. – sonrió, y sus manos, hasta entonces ocultas tras su espalda, reptaron hacia mi cintura. Se las tomé y las llevé a mis nalgas, y Oli empezó a apretarlas, primero con timidez, pero casi enseguida con algo de decisión. Cerca de nosotros, había una vieja mesa, llena de trastos y telas, hice a un lado los cachivaches y le tumbé sobre ella, dispuesta a montarle.

-Oli… te quiero. – musité, saboreando las palabras – Te deseo…. Deseo seducirte, tentarte, hacerte caer en el pecado, en las travesuras como ésta… - Le hablaba en susurros graves, frotándome contra él, notando su erección acariciar mi sexo a través de los pantalones de ambos, dejándome caer suavemente para dejar mis pechos en su cara. Mi marido jadeaba, encantado con lo que le decía. En el sexo, sí que le gustaba ser el tentado, la sola idea le excitaba… y a mí también.

-Irina… tengo que ser fuerte… tenemos que ser fuertes, los dos… no… no es posible que nos pongamos a… a… aaaah… a tener sexo como animales, así, en cualquier rincón… - sonrió, poniendo los ojos en blanco cuando le tomé las manos y le hice llevarlas a mis pechos, bajo el jersey, mientras le desabotonaba el pantalón negro que llevaba y descubría su erección.

-Tus boca dice "no", pero "esto"… - tomé su miembro con la mano y lo acaricié con fuerza, provocando que se estremeciera y tuviera que apretar los dientes para no gritar de gusto ahí mismo -…dice "sí, por favor". Dice "lo quiero ahora". Dice "tómame, qué esperas". – me desabroché yo también el vaquero y lo bajé hasta mis rodillas para montarle, y me froté contra él, ¡ah, Dios mío….! ¡Qué gusto sentir su calor en mi sexo…! Mmmh, nuestros cuerpos se frotaban, acariciándose, dándose calor mutuamente…. Mi Oli ya no podía ni hablar, y yo tampoco… sus manos bajaron a mis nalgas y las apretaron, y su cara era una poesía de "no quiero caer, pero es demasiado bueno para detenerme ahora"… estaba guapísimo, y le besé, jadeando… Mi marido dio un envite con las caderas, y se introdujo en mi cuerpo.

¡Ahora fui yo la que gemí en su boca! ¡Qué maravilla! Era tan delicioso sentirle dentro de mí, estar fundidos una vez más… Mi marido me miraba con los ojos brillantes a la vez de deseo y ternura… me levanté el jersey y me bajé el sostén, y le planté las tetas en la cara. Sentí su respiración hacer cosquillas en mi piel, y empecé a moverme sobre su miembro, de arriba abajo, en círculos…

Mi Oli susurró algo, lamiendo mis pechos, y me apretó más contra él, moviéndose también al tiempo, embistiéndome, frotándose contra mí… ah, tenía que morderme los labios, era tan dulce que tenía ganas de quedarme ronca gritando mi placer, pero no podía, nadie debía oírnos… qué divertido era pensar eso…

-Calla, cielo… - susurré, levantándome un poquito para dejarle hablar. – recuerda que pueden oírnos… ¿qué pensarán de un a…aaaangel que… se deja seducir así…..?

Mi marido se estremeció de gustito, temblando dulcemente debajo de mí, la tiritona de placer le hacía temblar el miembro, y me derretía de gusto, también a él le excitaba la idea de que pudieran pescarnos, el recordárselo le había hecho subir el gozo… oooh, no podía más, su polla hacía mil delicias, frotándose tan maravillosamente contra mí, que no dejaba de subir y bajar las caderas…

-"Lo… lo resisto todo, excepto la tentación…" – susurró mi Oli. – Por favor, no te pares…

-¿No puedes… resistir el placer que te doy….? – jadeé – ¿Tan bueno… ooooh… es lo que sientes…?

Oli asintió, y quiso hablar, sin duda decir que sentía que ya le venía, pero ya no fue capaz, vi en su cara que el placer le vencía, y no podía resistir más, no se aguantaba, tenía que correrse… aceleré, recordándome a mí misma lo morboso de la situación, apenas una cortina nos separaba de toda esa gente, de sus primos, de compañeros de trabajo, de desconocidos… y yo tampoco aguanté más, sentí que mis muslos ardían y ese calor maravilloso subió hasta mi sexo y allí pareció estallar, abrazando la polla de mi esposo, que cerraba los ojos, a pesar de sus intentos por mantenerlos abiertos, encogía los hombros y me agarraba del culo, apretándome contra él, y su descarga bañaba mi interior… aaah, qué calorcito… mi cuerpo ardía, unas olitas deliciosas de bienestar me recorrían y mis piernas daban calambres, cada vez más suaves, hasta que me vacié de aire y me dejé caer sobre el pecho de mi esposo, que me abrazó con un gemido soñoliento, cabeceando contra mí, mimoso…

-Será mejor que salgamos cuanto antes, no sea que noten nuestra ausencia, y alguien sospeche… - murmuró Oli apenas un minuto después, pero, al igual que yo misma, no daba ninguna muestra de que aquello le apeteciese lo más mínimo. De todos modos, me quité de encima suavemente, sintiendo esa especie de tristeza que me invade siempre cuando noto su pene salir de mi cuerpo, y me dispuse a subirme las ropas mientras mi marido se incorporaba. Sin poder evitarlo, me arrodillé y tomando su miembro entre las manos, lo besé, mirándole a los ojos. Mi Oli puso cara casi de pánico, y no seguí, yo misma sabía que era arriesgado… pero la mirada que le dirigí, fue de "queda apuntado". Le subí el pantalón, mientras mi esposo no dejaba de jadear, nervioso por la situación, y le coloqué el miembro dentro de las ropas, prodigándole caricias. Le abotoné el pantalón, y le besé, frotándole con fuerza mientras le metía la lengua… - Irina, por Dios… sé clemente…

Su vocecita tenía tal tono de súplica, que me detuve, pero le sonreí maliciosamente.

-Cada vez que te quedes solo… cada vez que vengas aquí para buscar algo… cada vez que te separes del resto… no pierdas el tiempo mirando a tu espalda, porque yo estaré ya en tu entrepierna, devorándola… Voy a hacer que éste angelito, peque cada vez que se me antoje…

Mi Oli me miraba poco menos que arrobado. En ese momento, adoraba ser el bueno, que yo fuese la mala… y lo que no sabía, es que me sentía como tal, por ocultarle algo tan gordo como lo que me pasaba, pero de verdad que no sabía cómo se lo podía tomar… tan pronto, apenas dos meses de nacer los gemelos, el saber que yo… sabía que tenía que decírselo, y pronto, pero… ay, Dios mío.

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