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Se llama antes de entrar.

en Hetero: General

Sábado, tres de la tarde.

-Buenos días, Don Vicente… - saludó Ignacia, con una cortesía no exenta de una cierta coquetería, al portero de la finca, un hombre mayor, pero todavía de facciones agradables, abundante cabello blanco muy peinado y cuidado bigotito.

-Buenos días, Doña Ignacia… - El portero mantuvo durante un segundo de más el contacto visual estrictamente educado. Doña Ignacia tenía poco más o menos su misma edad, un poco otoñales quizá, pero a pesar de ello, Don Vicente tenía que reconocer que la señora no estaba para despreciar… caminaba muy erguida y señorial, se arreglaba para estar guapa sin caer en el ridículo de exagerar o pretender ser lo que ya no era, pero también eliminando cualquier complejo por haber vivido y por que el tiempo hubiera pasado por ella. Cuando se alejó por la escalera, el portero se mantuvo mirando cómo se contoneaba al subir las escaleras, igual que cuando la vio acercarse por la calle, se había echado un rápido vistazo al espejo del recibidor, para ver que su uniforme negro y elegante estuviese bien limpio y estirado y su aspecto estuviese impecable. Siempre lo estaba, en el año que llevaba allí todo el mundo le había felicitado por su presencia, pero nunca estaba de más una comprobación, sobre todo cuando se acercaba una señora como ella.

******

-¡Aaaaaaaaaaaaaaah… sigue, Daniel…. Ummmmmmmh, sí, empuja, cielo, empujaaa…! – En la alcoba de matrimonio, Daniel y Mati estaban dedicándose un momento privado… habían comido apenas a mediodía porque también se habían levantado muy temprano por el mero capricho de ver Venus al amanecer, y al despertarse de la siesta, habían empezado a tontear, una cosa llevó a la otra, y ahora Daniel estaba tumbado a la espalda de Mati, ella lo abrazaba con una pierna y él embestía desde atrás sudando copiosamente y con una deliciosa sonrisa de vicio en los labios.

-Mmmmmmh… aaah, cariño, me exprimes, mmmmh… - jadeó esforzadamente Daniel, apretando los pechos de su novia, mientras esta giraba la cabeza cuando podía para besarle.

CLAP.

-¿Haaah…? ¿Ha-has oído algo, cielo….?

-Bah, nada, alguna ventana, ¡pasando….! – Daniel embistió con más fuerza y notó que la pierna con la que le atenazaba su novia temblaba y daba brincos.

-Daniel…. Danielito…. ¡dame fuerte, por favor….. me corroooooo! – él empujó, deslizándose los dos sobre la cama por efecto de los movimientos rítmicos y bajó dos dedos al clítoris de Mati, que frotó desenfrenadamente. La joven chilló sin poder contenerse, el placer se cebó en su punto mágico, las oleadas eléctricas la torturaron despiadadamente y finalmente estalló de gozo, estremeciéndose entre los brazos de Daniel, que gimió ahogadamente y se dejó ir, prologando el orgasmo de Mati con sus sacudidas hasta que se derramó dentro de ella, jadeando ruidosamente. – Haaah… aaah… haaaaah…. – la joven recuperó el aliento, sudorosa y colorada, pero apenas se estaba relajando, Daniel atacó su clítoris de nuevo, frotándolo sin piedad. - ¡No! ¡Ahora no, estoy muy sensible… no, aaaaaaaaaaaaaaaAAAAAAAAH….!

Mati se convulsionó, intentando que Daniel desistiera, quiso girar sobre la cama, pero no cayó en que su novio estaba agarrado a ella y aún dentro de ella, con lo que sólo consiguió que Daniel quedara sobre ella y la inmovilizara, y aún bajo su peso, continuó su desaforado masaje sobre la perlita de Mati.

-¡Mmmmmmmmmmh…. Malomalomalooooo! – gritó ella, pero ya no quería que parase. Entre risas, Daniel aceleró, lamiendo el cuello y las orejas de su novia, hasta que ésta tembló de pies a cabeza con tanta fuerza que casi se le sacudió de encima, se puso colorada desde las mejillas al pecho y chilló, agarrándose a la sábana ajustable con tal fuerza que la sacó del colchón. Pero Daniel no se detuvo por eso, siguió acariciando… en ese aspecto, no sabía si es que él era muy hábil o es que en realidad Mati tenía esa facilidad, pero daba igual, el resultado era lo que contaba, y lo cierto es que después de tener un orgasmo, su novia estaba tan sensible, que bastaban unas cuantas caricias en el clítoris para que estallase de nuevo, y así otra, y otra, y otra vez… claro que no se podía abusar, porque pasadas unas cuantas veces, se quejaba de que quemaba y después le dolía, pero, ¡era tan bello verla gozar de tal modo, convulsionarse, poner los ojos en blanco, temblar y gritar….! Esta vez, por lo incómodo de la postura, que apenas le permitía mover la mano, Daniel tuvo que parar al tercero, porque le dolía todo el brazo del esfuerzo… Mati sudaba y tiritaba, pero tenía una deliciosa sonrisa en la cara y los ojos brillantes y vidriosos.

-Bueno… ¿ya? – bromeó Daniel y quiso retirar la mano, pero Mati, con un gemidito, hizo fuerza para impedírselo.

-Mmmmh… no la quites aún… me da calorcito… no acaricies más, pero déjala ahí un ratito más… por favor… - Daniel le dio gusto en ese sentido (porque en otros, ya le había dado bastante) y dejó ahí la mano mientras tonteaban besándose como podían. Después de un rato, finalmente cambiaron de posición, colocándose frente a frente para dedicarse mimos. – Mmmmh… ahora, me tomaría un buen plato de helado de chocolate.

-Helado de chocolate, oído. Ahora mismo te lo traigo, pero si me prometes que a pesar del helado, tú no vas a enfriarte. – Le guiñó un ojo y salió de la cama, desnudo como estaba, mientras Mati le sonreía. "Esto es una buena tarde de sábado", pensó Daniel, y siguió pensándolo mientras salía de la alcoba y hasta llegar a la mitad del pasillo. Ahí, cambió de idea. - ¡¿MAMÁ?! – Se agachó como un rayo, intentando taparse la entrepierna, mientras Doña Ignacia, la anciana madre de Daniel, miraba la pared del salón inexpresivamente mientras se tomaba un té, sentada en el sofá.

-Hola, hijo. – dijo, mirándole sólo a los ojos.

-¡¿Cu-cuanto tiempo llevas ahí?! – Daniel intentó cubrirse como pudo con la cortina de la ventana del pasillo, oyó un trote a su espalda y vio a Mati, vestida con su bata rosa, que le acercaba un pantalón. Estaba roja como un tomate, pero ahora ya no era por el placer…

-Oh, unos minutos, no temas, no me habéis hecho esperar demasiado… Antes que me digas nada, he llamado, pero como nadie contestó, y se oía que estabais dentro, abrí con mi llave.

-Ya, eeeh… mamá, me alegro mucho de verte, de veras, pero… ¿no podrías telefonear antes de pasarte?

-¿Tengo que pedir cita para ver a mi único hijo…? – Daniel se colocó detrás de Mati sin soltar la cortina y se puso el pantalón como pudo, sin saber muy bien qué contestar. Mati tenía la cabeza casi hundida entre los hombros y sólo dijo con una vocecita:

-¿…Un bizcocho para el té, Ignacia…?

-Sí, gracias. Espero que no te moleste que me haya tomado la libertad de hacerlo yo misma, he hecho para los tres. – Daniel casi no se atrevía a alzar la mirada, e Ignacia dejó la taza de té en la mesa - ¿Queréis hacer el favor de no poneros tan violentos? ¡Cualquiera diría que tengo cinco años! En primera, sé muy bien lo que estabais haciendo… bueno, lo sé yo y medio bloque, y si no lo supiera, a ver cómo estabas tú en el mundo, hijo mío. Y en segunda, son cosas normales en una pareja que funciona bien… es cierto que algunos preferimos que esas cosas se hagan en parejas formalmente casadas, pero esa es otra historia. No me voy a asustar por oíros teniendo sexo.

La situación era algo embarazosa, hay que reconocerlo. La madre de Daniel quería muchísimo a su hijo, pero a veces, parecía no entender el concepto de intimidad… o cuando menos, no parecía importarle gran cosa. Cuando Daniel vivía solo, lo visitaba de vez en cuando, y desde que se mudó con Mati, el régimen de visitas había tenido una frecuencia similar, más o menos una o dos veces por mes, el mismo número de veces que ellos iban a verla a ella. Pero del último año a esta parte, Ignacia aparecía con mucha mayor frecuencia, y lo que era peor: sin avisar. En muchas ocasiones se había encontrado con la casa vacía y eso la molestaba, pero Daniel intentaba hacerla entender que si venía sin avisar, eso podía sucederle… No había caso. Tenía su llave (la sacó mucho tiempo atrás, según decía "siempre viene bien que un familiar tenga una copia, por si hay una urgencia") y aún si la casa estaba vacía, entraba tan pimpante a esperarlos. Mati tenía horror a que su suegra juzgase el estado de orden o limpieza de su casa, y eso que era maniática de la higiene… pero Ignacia no parecía dar importancia tampoco a aquello. "Si mi hijo está contento, y ya sabemos que lo está, como tengas o dejes de tener la casa, a mí no me interesa".

En alguna ocasión, Daniel le había preguntado a su madre a santo de qué tanta visita últimamente, y ella contestó con ligereza que su nuera tenía el té más delicioso que había probado. Y era cierto. A Mati le gustaba mucho esa bebida y siempre tenía varios aromatizados… con rosas, con fresas, con melocotón, antioxidantes, relajantes… afrodisíacos…. De cualquier modo, tomaron la merienda con toda la compostura que fueron capaces, y poco después Ignacia se levantó.

-Bueno… ya os he visto, os he gorroneado un poco de té y unos bizcochos, y he estado un ratito con vosotros… me marcho, puede que vaya al cine. – Besó a Daniel en la frente y a Mati en la mejilla, dejando marcas de carmín en la piel de ambos. Daniel se sentía avergonzado de que su madre lo siguiese tratando en muchos aspectos como si fuera un niño, pero… en fin, era su madre y era ya mayor, había que permitirle algún caprichillo… le abrió la puerta, y ya en el descansillo, dijo a modo de despedida - Y, Daniel… mal está que andes desnudo por la casa, pero eso de andar descalzo, es imperdonable, me vas a coger otra bronquitis… Para otra vez, por lo menos, ponte unas zapatillas. Mati, hija, cuídale, es un desastrado…. A veces, no sé cómo le aguantas.

Daniel cerró lentamente los ojos sin cambiar de expresión. "No es posible que lo haya dicho… ha sido una alucinación, no ha dicho nada de eso a un tío de más de cuarenta tacos, delante de mi novia, y menos en el descansillo del bloque, donde hay reverberación y se oye todo….".

-Voy a…. traerte las zapatillas, Daniel, no sea que me cojas una bronquitis… - Mati estaba haciendo esfuerzos sobrehumanos para aguantarse la risa. Daniel, apoyándose en la puerta cerrada y con ganas de golpearse la cabeza contra la pared, dijo muy suavemente:

-Mati, como empieces tú también, te lanzo por el balcón… por favor, vamos a vestirnos y nos vamos por ahí, y no volvemos hasta las tres de la mañana… me parece que estoy oyendo a los de al lado diciendo que en la próxima reunión de escalera, van a sugerir enmoquetar el descansillo para que no me afecte el ir descalzo…

************

-¿Ya se marcha usted, Doña Ignacia? – preguntó el portero al verla bajar la escalera.

-Sí, a dar una vueltecita… ya he visto a mi hijo, he estado con él un rato… ahora, a ocuparme de mí, que también tengo derecho, ¿no cree…?

-Desde luego que sí. Y muy bien que hace usted en venir a verle, porque los hijos, una vez que crecen… parece que se olviden que tuvieron padres, ¿verdad?

-Ah, sí… ¿usted tiene hijos?

-Dos. Los dos varones. Estoy muy solo… mis nueras cada vez que me ven, piensan que vengo de gorreo, y su única preocupación es a cuál de mis dos hijos dejo más en testamento. Muchas veces hubiera querido tener hijas en vez de hijos, desde que murió mi mujer, que en paz descanse, no sé ni lo que es tener una conversación desinteresada y sin que nadie me diga "Vicente, baje la tapa del lavabo…"

Doña Ignacia sonrió y los dos se miraron con simpatía.

********************

Daniel y Mati ya bajaban por la escalera. Él llevaba puesto uno de sus sempiternos trajes, decía que era más cómodo que los vaqueros y que con eso daba igual si simplemente iban a pasear, si se metían en un cine, un pub o un restaurante de lujo, nunca desentonaría. Lo cierto es que a Mati le gustaba cuando llevaba vaqueros porque podía meter la mano en el bolsillo trasero del pantalón, pero trajeado, quizá fuera cosa suya o que realmente tenía buena percha, pero esos pantalones gris perla, y la chaqueta entallada, le hacían pensar cosas como "¡menudo culo que tiene el tío! ¡Está para comérselo!". Estaban aún en el primer piso, cuando Mati lo detuvo.

-Espera, ¿oyes eso…? – Daniel escuchó.

-Parecen… jadeos – su novia asintió, ella había llegado a la misma conclusión.

-Quizá vengan de alguno de los pisos… - aventuró Mati, pero con lo claros que se oían, era muy poco probable. Cautelosamente, bajaron escalón por escalón, y en la portería, a través de la cortinilla translúcida, se podía distinguir la figura de Don Vicente embistiendo a alguien con verdadero frenesí. Quienquiera que fuese la mujer, gemía con auténtica alegría. El cuerpo del portero la tapaba casi por completo, pero se podía ver que ella lo abrazaba con la pierna, lo estaban haciendo de pie. – Esto es un cortazo… ¿qué hacemos, esperamos que acaben?

-¿Acabar…? Lo que me extraña es que haya podido empezar… Vamos a pasar con disimulo, nos agachamos y listo.

Dicho y hecho. Los dos se agazaparon y cogidos de las manos, empezaron a deslizarse por el portal, mientras la pareja gemía sin cesar.

-¡Haaaaaaaaaah… más…. Más, dame más…. Oooooh, Vicente, hacía tanto tiempooooo…. Mmmmmmmmmmmmmh….! ¡Llevaba tanto esperando esto…. Un año entero viniendo con excusas a ver a mi hijo, sólo para ver si te fijabas en mí, haaaaaaaaaaaah…..!

-Oooh… me parecías tan inalcanzable… - Daniel se había puesto pálido al oír la voz de la mujer, aguda pero familiar, pero siguió adelante. - ¡nunca pensé que quisieras nada conmigo, un pobre portero de casa de vecinos…..! Oooh, te amo, Ignaciaaaa…

-¡¿Ignacia?! – se le escapó a Mati.

-¡¿MAMÁ?! – Daniel se levantó como accionado por un resorte, y levantó la cortina. Su madre y el portero se sobresaltaron, mientras ella intentaba cerrarse el vestido como podía y él se ponía frente a ella, para intentar taparla, al tiempo que se llevaba las manos a la entrepierna para ocultarse. Mati se tapaba la boca con las manos, mientras Daniel ponía todas las caras imaginables, desde la furia al estupor pasando por la indignación, mientras miraba alternativamente a su madre y a Don Vicente.

-¡Bueno, Daniel, ¿esa es toda la educación que te he dado?! – rompió su madre el incómodo silencio - ¡Yo, os he dejado terminar!

Daniel se llevó las manos a la cara "quedarnos en casa, no fue una buena opción. Salir de casa, no ha sido una buena opción…. ¿Dónde está la opción buena?" pensó desesperadamente, mientras Mati lo cogía del brazo e intentaba, suave pero firmemente, tirar de él.

-Mamá… - amonestó finalmente Daniel, con el dedo en alto – Supongo que sabes que esto, no se queda aquí… ¡Mañana nos vemos, y vamos a hablar muy seriamente de esto! ¡Los cuatro! Y tú, señorito, si piensas que vas a poder disponer de ella a tu antojo, estás muy equivocado, ¡que sepas, que no está sola en el mundo para que tú te aproveches de ella! ¡Crápula! – Mati finalmente, tirando de su brazo, logró sacarlo del portal… era la primera vez que veía a Daniel enfadado. Ya en la calle, él resopló, todavía sin dar crédito a lo que había visto…

-Cielo… si alguna vez tenemos una niña, me da que no vas a ser un mal padre… - dijo Mati, soñadora, trotando cogida de la mano de su novio. Daniel aún estaba algo ofuscado, pero cuando se metieron en el coche, soltó la risa, miró a Mati y ella también empezó a reír, y reír, y durante varios minutos no fueron capaces ni de hablar, sólo pudieron liberarse riendo a carcajada limpia hasta que les lloraron los ojos…

-Tu chico, tiene mucho carácter… - opinó Vicente.

-Ha salido a su madre. – Contestó Ignacia, cogiendo al portero por el cuello de la camisa, para retomar donde lo habían dejado.

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