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CaperuDita Roja

en Parodias

Un delicioso aroma a frescor y flores entraba por la ventana... el aire cálido y el sol brillante anunciaban que la primavera le estaba ganando la batalla al invierno, y las flores rosas que adornaban la repisa en sus graciosas macetas rojas con dibujos verdes, perfumaban suave y agradablemente el coqueto cuarto de Dita... La llamaban CaperuDita Roja, porque acostumbraba a vestir con una preciosa caperuza roja que cubría sus hermosos cabellos rojizos (...teñidos) y cobijaba sus hombros en caso de que el tiempo refrescara...aunque en este momento, en el cuarto de Dita, la temperatura era de lo más cálida:

 

 - Mmmmmmmmmmmmhhh.... haaaaaaaaaaaahhh... qué gusto....

 

   Dita, recostada en su cama junto a la ventana, tenía la faldita rosa subida hasta el estómago y se acariciaba suavemente su sexo, que, al igual que las flores, tenía un bonito color rosado y sus labios estaban tiernamente húmedos y temblorosos, como los pétalos recién regados de las flores. Dita sonreía con los ojos cerrados de placer y las mejillas enrojecidas, mientras su voluptuoso pecho subía y bajaba por su respiración agitada, y sus pezones erectos parecían suplicar que alguien los apretara o hasta mordiera. Los finos dedos de la joven acariciaban suavemente el abultado clítoris, produciendo espasmos que la agitaban de arriba abajo, y ocasionalmente, se introducían en la hambrienta abertura de CaperuDita, provocando que las caderas de esta se balancearan solas, mientras sus muslos suaves se mojaban en sus jugos de placer...

 

   El aroma a sexo se mezclaba con el de las flores, y la brisa primaveral lo llevaba por la pequeña aldea, hasta el bosque, donde un gran oso juguetón se rascaba la espalda contra los árboles. El gran oso pardo olfateó el aire y se quedó pensativo... y tras pensar unos segundos, echó a andar pesadamente en dirección al camino. Pero no fue el único que lo hizo... tras él, una espesa sombra parecía observarle, mientras emitía una risa sarcástica y ronca. Cuatro pesadas patas provistas de garras, saltaron y echaron a correr entre la espesura.

 

   - Aaaah, haaaah... aaah... ya llegooo... sí, sí... mmmmmmmh....  - CaperuDita tenía que morderse los labios para no gritar de placer mientras sus dedos entraban y salían de su sexo, acariciando su interior con deliberada lentitud, produciendo una tortura deliciosa y un placer sin límites que recorrían todo el cuerpo de la joven, quien no dejaba de regalarse más y más sensaciones, acariciándose también el clítoris... Notaba que estaba a punto de llegar a un fabuloso orgasmo, que iba a disfrutar con todas sus fuerzas, apretó ligeramente sus dedos dentro de ella, y...

 

    - ¡Diitaaaaaaaaaaaaaaaa, tesoro, ven, que has de ir a un recado!

 

    CaperuDita dejó escapar un gruñido de indignación al oír la voz de su madre, pero, temerosa de que ella pudiera abrir la puerta de su cuarto y pescarla, prefirió bajar y dejar su masturbación para más tarde, a pesar de lo caliente que se encontraba.

 

    - La abuelita está enferma, cielo, así que le vas a llevar un pastel de capracho, una selección de patés de pato y una botella de whisky, por si acaso la palma, por lo menos que se dé un buen atracón en su última comida, la pobre...

 

   CaperuDita era una niña muy obediente y cogió la cestita que le dio su madre y se puso en camino. Se le hacía cuesta arriba caminar, porque estaba muy excitada y el roce de sus muslos la encendía más aún, pero pensando que cuanto antes acabara el recado, antes podría volver a su cuarto a pasárselo en grande, apretó el paso. Intentó cantar ese tipo de canciones que salen en los cuentos, aquello de "eres tú, mi príncipe azul que yo soñééééeééé....", pero, no sabía porqué razón, sólo le venía a la cabeza aquello de los Mojinos escocíos : "Déjame que te acaricie el chow-chow...."

 

    De pronto, en un recodo del camino, vio aparecer al Gran Oso. CaperuDita no se asustó, porque sabía que el Oso era bueno. Caminando sobre sus dos patas, saludó cortésmente a CaperuDita:

 

    - Buenos días, CaperuDita, ¿a dónde vas con esa cestita?

 

     - Se la llevo a mi abuelita, que la pobre está malita. Le llevo capracho, paté y whisky, para que lo meta en el porrón, si no la mata la enfermedad, palmará de un atracón.

 

      - ¡Vaya marrón! Parece adecuado, pensar que a la anciana, le ha tocado el Hado.

 

      - ¿Porqué hablamos en verso?

 

      - Ése, es un tema diverso.

 

     Algunas rimas más tarde...

 

    - Pero dime, CaperuDita, ¿qué te sucede? Te noto temblorosa y acalorada, ¿estás bien?

 

     - Ay, Oso... es que sufro de calenturas terribles, y estaba aliviándolas cuando mi madre me mandó este recado y me dejó a medias, por eso quiero acabar pronto...

 

    El Oso sonrió maliciosamente y sacó del bolsillo de su pantalón un pérfido instrumento que entregó a CaperuDita.

 

    - Mira, CaperuDita, yo tengo la solución: ¿Ves estas bolitas? Ellas te aliviarán mientras caminas. Basta con que las introduzcas en tu sexo, y al andar, ellas te darán tanto placer que te aliviarán la calentura. Y como, sin duda, te harán hacer alguna que otra parada para saborear las sensaciones que te darán, no te apures... yo me adelantaré y me llegaré a la casa de la Abuelita, y le diré que estás de camino, así no se preocupará por tu tardanza, ¿de acuerdo?

 

    - ¡Oso, qué bueno eres! ¿De verás harás eso por mí...? ¡Mil gracias! ¿Cómo se usan las bolitas?

 

     El Oso hizo que CaperuDita se tendiese en el suelo, y contempló la ropa interior húmeda y perfumada de la joven antes de despojarla de ella, mientras Dita gemía dulcemente, con algo de impaciencia. El Oso acarició suavemente el sexo de la joven, haciendo que esta se estremeciese de gusto... pero cuando hizo círculos en el clítoris de esta, Dita tuvo que agarrarse a la hierba del suelo para aguantar el placer.

 

    "Debo contenerme" - pensó el Oso - "Si la hago acabar, mi astucia no habrá servido de nada, debo conservarla lo más excitada que pueda" Y pensando esto, hizo presión con la primera de las bolas chinas, que fue casi devorada por el hambriento sexo de la muchacha, y a continuación introdujo la segunda. Jugueteó unos instantes con el cordón que las sujetaba, y luego se levantó, ayudando a CaperuDita a hacer lo propio, pese a que ella casi no se tenía en pie.

 

    - Ahora yo voy a casa de tu abuelita, y mientras tú puedes andar y gozar a la vez.

 

    dicho esto, el Oso echó a andar tranquilamente, mientras CaperuDita intentaba hacerlo apoyándose en los árboles del camino, mientras sus jugos resbalaban hasta sus rodillas temblorosas.

 

    - aaaaaaaaaaaaaaaahhh... ¿que es esto....? haaaaaaaaaaah... ¿qué... qué me ha hecho el Osooo... mmmmmmmmmmmmhhh?

 

   CaperuDita caminaba meneando las caderas, apretando los muslos y disfrutando del placer, pero iba muy lentamente porque el placer la dominaba. El Oso caminaba frente a ella, pero no demasiado lejos, porque le gustaba oír sus gemidos y oler sus jugos... de ese modo, alguien se adelantó al Oso, y llegó antes a casa de la abuela. Aquella sombra de la que hablamos antes se irguió sobre sus patas traseras, y llamó a la puerta.

 

    "CaperuDita tiene que ser mía" - dijo la sombra, que era nada menos que un Lobo - "llevo mucho tiempo tras ella, y ese Oso no me la va a robar ahora...mucho tendrían que cambiar las cosas para que yo cambiara de idea en esto".

 

      - ¿Quién es? - dijo desde el otro lado, una voz sorprendente juvenil.

 

     El Lobo aflautó la voz todo lo que pudo, y contestó:

 

     - ¡Soy yo, tu nietecita!

 

     - ¿Cómo que "nietecita"? Yo no tengo nietas.

 

     - ¿No es esta la casa de la ab... ejem, de mi abuelita?

 

    La puerta de la casa se abrió, y una espléndida joven de pelo rosado que le caía hasta la cintura, ojos verdes y pechos generosos quedó a la vista del Lobo.

 

      - ¿La anciana que vivía antes aquí? Se ha marchado de vacaciones al Caribe con un morenazo tuerto que sólo sabía decir "quieeeroooo" y "¡grrrlll!", y me vendió la casa. ¿querías algo? Hace frío aquí fuera, ¿sabes?

 

    Tenía razón, porque la joven, que sin duda se había estado duchando, tan sólo tenía una toalla rosa alrededor del cuerpo, y un colgante alrededor del cuello.

 

     "bueno..." -pensó el Lobo - "¿Que no se puede cambiar de idea...?"

 

 

     El Oso, finalmente, había ido dejando atrás a CaperuDita, hasta llegar a la ex-casa de la abuelita. "Tengo que prepararlo todo" se dijo "si encierro a la abuelita, me haré pasar por ella, y le diré a CaperuDita que se meta en la cama a darme calor, y como estará tan excitada.... ju,ju,ju....". Ya cerca de la casa, empezó el Oso a notar un olor fuerte, a sexo... ¿quizá todavía olía a la joven? No, no podía ser, ya estaba demasiado lejos... Quizá fuera sugestión, sí eso debía ser... Al acercarse más, empezó a oir gemidos suaves, y risitas ahogadas... ¿Acaso la abuelita...? Bueno, era una mujer llena de vida, desde luego, pero, ¿¿¿con quién??? Entonces, le asaltó una terrible duda ¿Y si CaperuDita... con otro?

 

    El "otro" tomó un rostro muy claro en la mente del Oso: el Lobo. Él tambiéne staba detrás de la joven, y era muy capaz de haberse aprovechado de su estado de excitación. No era seguro, pero...

 

    - ¡Aaaaaaaaaaaaaaah, más, sigue, Lobo, sigue, por favooooooooooor!

 

  El Oso no aguantó más: al oir aquella voz femenina, embistió la puerta de la cabaña con todas sus fuerzas al grito de "¡CAAAAAAAAAAAAAARGUEEEN!"

 

    - ¡AAAAAAAH! ¡¿Qué hace aquí este animalote?!

 

    - ¡Mi abuela, el Oso!

 

     - ¡MATAAAAAAR! - voceó el Oso. Pero entonces se dió cuenta que la chica que estaba sentada sobre el Lobo, no era Dita... se le parecía extrañamente, pero no era ella. - Eeeh... ¿interrumpo...?

 

     El Lobo le taladró con la mirada, pero tranquilizó a la joven con la que había estado haciendo el amor, y le hizo gestos para que se largase, pero entonces, se oyeron unos gemidos cercanos... ¡CaperuDita llegaba!

 

    - ¡Ayúdame, Lobo! Pensé que querías pisarme a Dita, pero ahora veo que pareces haberla olvidado... siento haberos chafado, pero... necesito una cama.

 

    - ¿¿¡Una cama??! - protestó Lobo - Rompes la puerta, nos pegas el susto de nuestra vida, me jorobas el... ¡el polvo de mi vida, y encima, pretendes, que te ceda una cama!

 

    - No te pongas nervioso, Lobo... - terció la chica, que se cubría con los jirones que quedaban de la toalla fresa - a fin de cuentas, nosotros, sólo usábamos el suelo... ¿Es usted,... amigo de Lobo?

 

    - Éramos rivales, - explicó Oso - pero ahora ya no. Por favor, señorita, mi novia precisa tumbarse, la pobre sufre de sobreexcitación, apenas se tiene en pie...

 

   La joven de cabellos rosados, miró a Lobo, miró a Oso, y luego dijo:

 

   - Haremos un trato...

 

  

    - Haaaaaaahh.. haaahh.. mmmmmmmmmhh... al fiin... heee llegaaadooo...  - CaperuDita, a la que asaltaban extraños pensamientos acerca de obeliscos, locomotoras en túneles, lápices en sacapuntas y otras cosas raras, se apoyó en el dintel de la puerta, y llamó con los nudillos.

 

   - ¡Pasa, hija, pasa...! - sonó una voz desde dentro. CaperuDita entró. Su intención era dejar la cesta y largarse, pero su abuelita la llamó - CaperuDita, hija, acuéstate en la camita, y me podrás calentar.

 

CaperuDita, que sentía en sus entrañas un fuego abrasador y sudaba copiosamente, tenía la vista algo nublada y no veía bien. Se acostó junto al cuerpo grandón y cálido de su abuelita, y no pudo evitar rozarse con las sábanas y frotar sus nalgas contra el colchón, intentando alcanzar su orgasmo... sin lograrlo. La joven notó un cálido abrazo que la envolvía suavemente, y la hacía sentir bien, y dejó escapar un profundo suspiro...

 

- Abuelita, qué brazos tan grandes tienes...

- Sí, para abrazarte mejor.

CaperuDita se fijó mejor en su abuelita, y, o mucho le engañaba la vista, o su abuelita no había tenido nunca un rostro tan peludo... algo de bigote sí tenía, pero aquello era exagerado. Su "abuelita", o al menos aquél que estaba acostado en la cama con ella, además, dirigía sus manos cálidas hacia sitios que ninguna mujer le había tocado jamás, y buscaba su boca con ternura y deseo. CaperuDita puede que estuviese muy excitada, pero no era tan tonta como pudiera parecer:

-¡Tú no eres mi abuelita! – gritó, sentándose sobre el intruso, intentando inmovilizarle con las piernas - ¿qué has hecho con ella? Aah... – se le escapó un gemido, como cada vez que se movía, pero en esta ocasión, sentir el calor del cuerpo del Oso en su entrepierna le daba un gran placer, y CaperuDita sonrió sin poder contenerse.

- Eeeh... soy el extra. Sustituyo a la abuelita en las escenas peligrosas.

A CaperuDita se le puso cara de tonta, pero enseguida recuperó la compostura, y arrancó la cofia que el Oso llevaba en la cabeza.

- ¡Tú eres el Oso! ¿Porqué me engañas? ¿Pretendes aprovecharte de mi abuelita metiéndote en su cama? – CaperuDita, casi sin darse cuenta, movía sus caderas en torno al cuerpo del Oso, cuyo miembro erecto se frotaba contra las nalgas de la joven.

- ¡¿Qué?! ¡Claro que no, so boba! ¡A mí, la que me gustas, eres tú!

- Ah, menos mal... – CaperuDita sonrió pícaramente – porque tú a mí también. Desde siempre... y no querría tenerte por abuelo cuando te deseo por marido, la verdad.

El Oso sonrió abiertamente y se enderezó para besar apasionadamente a la joven. Juguetearon con sus lenguas, mientras las mejillas de CaperuDita se ponían coloradas, y las manos del Oso buscaban su sexo, para tirar suavemente del cordón de las bolitas que ella aún tenía dentro de sí:

- Aaaaaaaaaaaaaaaaaaahhh... mmmmmmmhhh... – gimió la joven al sentir las bolas deslizarse por su sexo hasta finalmente, abandonarlo con un suave "¡pop!". El Oso, sin dejar de acariciar el tembloroso cuerpo de CaperuDita, se dejó deslizar sobre la muchacha, hasta introducirse suavemente en ella. El sexo de la joven estaba abierto y expectante, brillante y rebosante de jugos... y tan hambriento, que abrazó fuertemente el miembro de Oso apenas lo notó en su interior, lo que provocó un estremecimiento de placer en el cuerpo de este. - ¡Aaaaaaaaaaaahhh.....! ¡Qué grande! ¡Es... es enorme, mmmmmmmmmmmmmmh....!

CaperuDita apretó los labios con fuerza para resistir el placer, mientras su cuerpo se movía sólo, y notaba el ardiente vaho de Oso sobre su cuello y sus pechos desnudos. Los gemidos de ambos subían de tono, gotas de sudor resbalaban de la frente de Oso hasta caer sobre las sábanas, y la joven notó que todo el placer que había sentido durante toda la mañana se agolpaba en su cuerpo, ansioso por encontrar una vía de escape:

- ¡Más fuerte, más, más.... más adentro....! ¡Por favor, más, más, más....! – rogó la muchacha entre gemidos ahogados, mientras su amante se esforzaba por darle cuanto pedía, mientras el placer le hacía temblar y gemir. Su miembro penetraba el cuerpo de la joven a mayor velocidad, con mayor fuerza a cada embestida, resbalando, chapoteando en los abundantes jugos que ésta segregaba sin cesar, mientras en sus oídos resonaban los gemidos de placer y los suspiros que ella emitía a cada roce, a cada caricia que su amante le regalaba. Oso sabía que no aguantaría mucho más tal felicidad sin acabar de modo espectacular... pero no haría falta que aguantara demasiado, pues CaperuDita estaba a punto de caramelo, le apretaba los brazos con fuerza para que le diera más y más, temblaba de la cabeza a los pies, sudaba copiosamente y su pecho subía y bajaba con violencia a cada gemido. Oso continuó moviéndose, y sólo unos instantes más tarde, finalmente, el placer acumulado en el cuerpo de la joven, estalló gloriosamente:

- ¡AAAAAAAAAAAAAAAAH, SÍIIIIIIII, ME CORRO, ME CORRO, SÍIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIII.....! – CaperuDita tomó aire ansiosamente y Oso, gimiendo, se dejó ir, soltando su semen en el cuerpo de la joven, quién abrió los ojos, sorprendida y sonrió, contorsionándose: - ¡Lo notooo... aaaaah... está... está caliente... aaaaaaaaaahh... se escurre, mmmmmmmmmmmmmhhh... haaaaaaaaaaaahhhh....! – La muchacha movió sus caderas en torno al miembro de su amante, que sonreía complacido mientras le besaba el rostro. Unos segundos más tarde, ambos se quedaron satisfechos y se dedicaron interminables caricias sobre la cama, húmeda y desecha, pero indeciblemente cálida y confortable.

 

Días más tarde, Oso llevó a cabo su parte del trato: reparó la puerta que se había cargado, y entregó en mano a la joven de pelo rosado y Lobo la invitación a la boda de él y CaperuDita. Por cierto, fue una boda preciosa, mucha gente esperaba que Oso se convirtiera en un príncipe azul al recibir el beso de bodas, pero como a CaperuDita no le gustaba gran cosa el azul (prefería el rojo), Oso se quedó tal como estaba, que es como le gustaba a CaperuDita, y al que no le gustase, que no mirase y punto, ¿estamos? Hubo muchos que vertieron falsas lágrimas de emoción en la boda, y esos mismos las vertieron auténticas de envidia y desesperación esa misma noche, pues CaperuDita y Oso no fueron precisamente silenciosos en sus demostraciones de cariño... Eso sí, hicieron muy felices al farmacéutico y al boticario, que hicieron su agosto despachando vigorizantes y tapones para los oídos. La joven de pelo rosado y CaperuDita se hicieron muy amigas y la abuelita nunca volvió por allí... pero dicen que se entera de todo lo que sucede, gracias a que tiene muy buenas relaciones con todos los gatos de la aldea, y ellos le cuentan todo lo que pasa.

 

....Y fin.

 

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