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Clases calientes en el internado disciplinario

en Dominación

-Mmmmmmmh… haaah… si-sigue… sigueee… un poquito más… sí, Willy… un poquito más…. – Estaba empapada en sudor, mis cabellos apelmazados de humedad y pegados a mi piel, jadeante y a punto de tener un nuevo orgasmo. Ya había perdido la cuenta de los que llevaba… tumbados en la cama de la alcoba del Rector, Willy estaba tendido a mi espalda, sujetándome con un brazo, mientras con la mano libre no cesaba de masturbarme, acariciándome el clítoris… yo le había enseñado a hacerlo, y había aprendido asombrosamente bien, tanto que ahora, una vez que empezaba, no quería parar nunca. Le excitaba muchísimo verme gozar y quería verlo todo el rato… al Rector le pasaba algo parecido. Estaba sentado en su silla, junto a la cama, mirándonos con sonrisa entre lujuriosa y tierna en el rostro. Desnudo, como nosotros. Su pene, después de dos masturbaciones en nuestro honor, estaba fláccido, pero tras el rato que llevaba mirando, parecía volver a interesarse de nuevo…

-Ahí…. ¡sí, ahí! Oooh… qué… qué bien lo haces…. Me… me viene otro… ¡SIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIII! – El nuevo orgasmo estalló en mi perlita como fuegos artificiales, todo mi sexo quemaba, ardía, y me convulsioné ferozmente de placer, pero Willy rió nerviosamente, y me atenazó con más fuerza, sin dejar de acariciar mi botoncito, aunque ahora más lentamente… gemí, cogiendo aire trabajosamente… no sabía cómo lo hacía, pero Willy era capaz de conseguir que mi sexo no llegase a relajarse por completo, sino que quisiera siempre más, y pudiera siempre más… al menos, dentro de unos límites… En este caso, tras casi una hora de caricias y orgasmos, estaba literalmente rendida. Mi perlita me escocía y dolía, de modo que giré la cabeza y miré a Willy a los ojos – Ya… es suficiente… basta. – Mi mascota sonrió y retiró sus dedos de mi clítoris, suavemente… acarició mi vulva despacito y finalmente apartó la mano y aflojó su presa. Entreabrí los labios y él entendió, y sacó su lengua para que yo la acariciase con la mía. Gimió dulcemente al sentir la caricia y sin dejar de darme lengua, se frotó la mejilla con el puño un par de veces.

-¿Qué quiere decir? – preguntó el Rector, que sabía que ese gesto formaba parte de los intentos de expresarse que hacía el jardinero y que yo le estaba enseñando. Dejé de besarle por un momento, y llevé su cabeza a mis pechos desnudos para que se recostase en ellos.

-Dice que le gusta mucho. – contesté. – Como siempre empezaba acariciándole o frotándole la cara con mis pechos, le hice aprender esa seña para llamarme o pedirme sexo. Cuánto más rápido hace la seña o más veces se frota, más ganas tiene… por extensión, usa la seña para decir que algo le resulta agradable, o es suave, o bueno… Aún no he logrado que emita ningún sonido coherente, Rector… pero lo conseguiremos con el tiempo, seguro. No es sordo ni mudo, y es muy listo… Estoy convencida de que entiende ya todo lo que le digo.

El Rector me sonrió y asintió, satisfecho. Se acercó a la cama y acarició mi piel mojada lentamente. Intenté incorporarme para besar su verga, ya casi erecta por completo, pero negó con la cabeza, casi paternal… parecía entender que estaba agotada después de la sesión.

-Hoy, voy a aguantarme… porque el ver cómo le has enseñado a darte gustito, ha merecido la pena, y porque mañana quiero tener verdaderas ganas… Vas a tenernos a los dos, para ti solita. Aquí. Tienes hasta entonces para preparar tu ano, y seré yo quien decida quién estará frente a ti, y quién detrás. Ahora, duerme. Te recuerdo que mañana, tienes clase.

Sonreí. El sexo anal me asustaba un poco, debía reconocerlo, pero… también me había asustado en su momento perder la virginidad, y no había sido tan terrible, y desde luego, lo poco que había dolido, había merecido la pena de sobra… y aunque fuese poquito, algo había jugado con mi agujerito trasero. Ahora vivía en el centro disciplinario para chicas de la Madre Penitente. De puertas para afuera, un rígido internado y centro de estudios para chicas rebeldes cuyos padres quisieran meterlas en cintura. De puertas para adentro, el harén del Rector y de todos los profesores y maestras. La mayor parte de las chicas, tan pronto como entendían cómo era impuesta la disciplina en aquél centro (y lo entendían muy pronto), se doblegaban a todos los caprichos que sus padres quisieran imponerles, cedían a cualquier cosa con tal de que las sacasen de allí cuanto antes… pero yo no.

Yo había nacido para ser la perra del Rector, al parecer. Sólo viviendo entre los muros del centro disciplinario y obedeciendo a los caprichos de mi amo había sido feliz. El Rector incluso me había dado una mascota propia, a Willy, el jardinero a quien todos habían llamado "el tonto" hasta que yo lo bauticé, porque no hablaba ni daba muestras de entender. Ahora era mío y puedo atestiguar que aprendía deprisa. Sintiéndolo abrazado a mi espalda, me dormí.

Volaba por el aire, de espaldas con las piernas abiertas, y mi sexo goteaba, abierto y rosado, palpitando. Mi clítoris sobresalía y temblaba, y unas cosquillas maravillosas me hacían estremecer. El aire me acariciaba muy suavemente y mi interior picaba, me gustaría tener algo dentro… la sensación de cosquillas en mi perlita se acrecentó hasta que temblé y entonces desperté. Estaba en la cama de mi cuarto y Willy, inclinado sobre mí, soplaba y acariciaba mi sexo. El sol entraba ya por la ventana.

-Eres un travieso, ¡déjame, vamos a llegar tarde! Mmmmh, no, no sigas…. Ahora no podemos – Willy me besaba el pubis, intentando que me quedase más en la cama, pero no era posible, yo tenía que ir a clase como todas las demás alumnas, de modo que me levanté, me aseé y me vestí con unas braguitas blancas y el sencillo blusón azul que apenas llegaba al inicio del muslo y que era el único uniforme que teníamos las residentes, íbamos asimismo descalzas. Willy llevaba su peto vaquero y venía conmigo, el Rector le había dado permiso, había reducido sus obligaciones al mínimo para que pudiera estar con él el mayor tiempo posible, en parte para intentar enseñarle a comunicarse de algún modo… en parte para dejarme disfrutar de él.

Recorrí los pasillos, con Willy detrás, intentando ignorar que su forma de despertarme me había dejado un poco caliente, esperaba que se me pasase con el tiempo. Pero para una chica tan inquieta como yo, los pasillos del centro disciplinario no son el mejor ambiente para olvidar tu excitación. Por todas partes las chicas pululaban descalzas y sólo cubiertas con nuestro blusón, que llega casi hasta los nudillos en los brazos, pero que carece de botones altos, dejando ver escotes por todas partes. Tampoco usamos sujetadores, de modo que las chicas de pechos grandes tenían que tener cuidado de que simplemente al andar, no se les saliesen… y en medio de ellas, los profesores las devoraban con los ojos y de vez en cuando paraban a una al azar y le tocaban un pecho, o se lo sacaban de la ropa y la pellizcaban el pezón, y la obligaban a recorrer así el pasillo. Las maestras no se quedaban atrás, y una de ellas, la señorita Arquero, era la más temida. Las demás no se ocultaban, eran tan viciosas como el resto de maestro, pero ella iba con la máscara de la bondad… "pobrecita niña" – decía a una de las alumnas, a quien uno de los profesores acababa de dar un azotito – "sé que esto es muy duro para ti, no te asustes, yo no soy como ellos. Yo quiero ayudarte" – hablaba en voz baja, confidencial, y la joven, desesperada, se creyó que era verdad – "si llamamos a tus padres y les contamos esto, vendrán y te sacarán de aquí, y encerrarán a todos estos depravados. Puedo hacerlo si me ayudas, necesitaré testigos… si vienes a mi despacho esta tarde, planearemos cómo hacerlo".

Con ese tipo de trucos, se hacía con la confianza de alguna de las chicas, y acababa abusando de ella igual que los demás, pero la excitaba el que su víctima fuese a ofrecerle directamente que haría cualquier cosa porque la ayudase. Le gustaba sentirse buena… mirando esas escenas, encontré mi aula, y entré en ella. Había otras chicas ya, alguna era de mi selección y tenían unas caras espantosas, parecían pensar que lo que vivían era una pesadilla, que en cualquier momento se despertarían. Otras, de más tiempo allí, parecían simplemente resignadas.

El aula se componía de la zona de sillas, todas sillas-palas, es decir, de ese tipo de sillas que llevan una mesita adosada, pero estas sillas eran especiales. Tenían espacio para sentar los muslos y el trasero, pero la parte del centro, justo la que coincidía con el sexo, era de quita y pon, en ése momento estaba colocada, y cuando me senté, me di cuenta que estaba muy calentita. No el calor que uno sentiría por sentarse en una silla donde se acaba de levantar alguien, sino como si estuviera siendo calentada desde abajo. Era muy agradable, pero mis muslos dieron un temblor, estaba empezando a mojarme… Después de las sillas, había una tarima de madera, donde estaba la mesa del profesor, una mesa con cajoneras laterales, pero sin nada que tapase el frente. Y naturalmente, la pizarra. Pero en las paredes, además de las láminas de rigor, en éste caso mapas, había fotografías decididamente eróticas, de una chica siendo enculada por un hombre, otra de dos chicas haciendo la tijera… en cada foto, el mismo pie "sólo para esto sirven las guarrillas como tú, enmiéndate". Y además de eso, dos cruces equipadas con grilletes.

Willy se sentó en el suelo, a mi lado. No dejaba de mirar mis pezones, erectos ya por el calorcito de la silla. Le pedí que permaneciese quieto mientras durase la clase, y saqué mi cuaderno y bolígrafos de la bolsa para tomar apuntes. El profesor llegó y nos saludó. Yo me había sentado al final para que Willy no molestase a nadie, por orden del Rector, pero eso era dar alas a mi mascota, que, viendo que la compañera de delante nos medio tapaba, me agarró del tobillo y empezó a acariciarme la pierna.

-…Desde el mar Caspio hasta las fronteras de China, caracterizada por la llamada Ruta de la Seda… - el profesor estaba hablando de Asia Central y yo pugnaba por escucharle, pero con las ganas que tenía y Willy subiendo por mi pierna hasta detenerse en las corvas, no era nada fácil. – Tú, la rubia – me sobresalté porque mis cabellos son claros, pero el profesor no se refería a mí, sino a otra de las chicas, realmente rubia – Ven aquí y señálame el Mar Caspio en éste mapa.

La compañera se levantó temerosa y subió a la tarima. Miró el mapa e intentó obedecer, pero, sin duda por el miedo que tenía, no señaló el Caspio, sino el mar Negro. El profesor negó con la cabeza y la chica intentó corregirse, pero ya era demasiado tarde.

-Seguro que si te pido que te señales el punto G, te lo hubieras encontrado enseguidita, ¿verdad? Así os pasa, sólo os preocupáis de esas cosas, pero no de aprender, así que voy a castigarte con eso mismo. – la chica negó con la cabeza, demasiado asustada para hablar, pero el profesor la tomó de la muñeca y la llevó a una de las cruces de madera.

-No… - suplicó ella – por favor, no, aquí no… iré luego a su despacho, castígueme allí, aquí no, por favor… - pidió muy bajito, pero el profesor hizo caso omiso y la ordenó que ella misma se ajustara las esposas de los tobillos y de la mano izquierda, él le sujetó la derecha.

-Aprended todas esto: cuando una chica no se aplica en sus estudios, sólo sirve para que los hombres se aprovechen de ella, para que la usen para darse placer, sin dignidad, ni respeto.

El profesor tomó su puntero y empezó a acariciar los pezones de la chica con él, hasta que se pusieron erectos. Yo me estaba excitando cada vez más, y no era la única, Willy sonreía lascivamente y su peto se había abultado, y sin dejar de acariciarme las piernas, empezó a acariciárselo con la mano libre. La chica intentaba aguantar los gemidos, estaba colorada y se notaba que tenía vergüenza… pero que lo estaba pasando bien aún así.

-Prueba para todas, retirad la parte móvil del asiento. – dijo, y todas obedecimos. Al quitarla, un agradable fresquito acarició mi sexo húmedo. Ahora, la silla dejaba un espacio para que yo misma, o cualquiera, pudiera meter la mano y acariciarme – Si alguna de vosotras se toca, o simplemente se empieza a mover, subirá a hacer compañía a ésta díscola. – Bajó el puntero hacia el sexo de la alumna, y ésta intentó en vano reprimir un gemido cuando lo rozó. Miré de reojo a Willy, que ya se había sacado la polla y se la frotaba a su antojo. Me daba mucha envidia. Yo tenía las bragas literalmente empapadas, quería tocarme hasta caer rendida de gusto, pero no podía. Y la situación sólo se ponía más y más caliente cada vez.

El profesor levantó el pico del blusón y lo ató para que quedase sujeto por encima del ombligo de la joven, y empezó a frotar el puntero entre los labios vaginales de ella. La chica se retorció de placer y una delatora mancha húmeda apareció en la prenda. Yo me mordía el puño, notando que mis piernas temblaban y el deseo de meterme los dedos hasta los nudillos se hacía más potente por segundos. La joven gemía quedamente mientras el profesor movía el puntero de atrás hacia delante, frotándolo entre los labios de su sexo, deteniéndose malévolamente en el inicio, donde estaba el punto mágico. Y entonces me doblé de gusto. ¡Willy me estaba acariciando! Por debajo de la silla, aprovechando el agujero de la misma, sus dedos me frotaban deliciosamente. Sabía que debía asustarme, pedirle que parara, pero en lugar de eso, le miré con agradecimiento y le sonreí. Mi mascota me devolvió la sonrisa y sus dedos experimentados se colaron entre mi ropa interior empapada y empezaron a acariciar.

Mantuve la vista fija en el castigo que le estaban propinando a mi compañera. La joven estaba roja, parecía luchar contra el placer, pero sus piernas temblaban y sus caderas se movían sin que ella pudiera evitarlo. El profesor no aumentaba el ritmo, frotaba el puntero con una lentitud tal, que hasta yo misma me sentía torturada. Willy por su parte, me regalaba toda clase de placeres, alternando las caricias en mi clítoris con suaves metidas de sus dedos en mi coñito. Metía los dedos muy poquito, jugueteando en la sensible entrada, y cuando los tenía bien húmedos, subía a mi perlita, la acariciaba en círculos, la frotaba más o menos intensamente, la cosquilleaba… y luego volvía a meterme los dedos. Yo estaba sudando, mordía el bolígrafo e intentaba no gesticular, mantenerme quieta… ¡que maravilloso era! Hubiera querido saltar sobre sus dedos, pero intenté conservar la cordura en lo que pude, mientras sentía que, por lo excitada que estaba entre la situación y el tener que disimular, estaba ya casi a punto.

El puntero del profesor salía brillante y empapado de entre los labios vaginales de mi compañera, a pesar de que ella tenía aún las bragas puestas, y mis compañeras se bebían la escena. Toda el aula olía a sexo al albergar en ella casi veinte jóvenes coñitos húmedos por la escena. Podía ver las espaldas de todas, y si bien ninguna se estaba tocando, la mayoría parecían, cuando menos, nerviosas por lo que tenían ante sí. Y mientras Willy seguía con sus enloquecedoras caricias, y mi sexo entero latía como si quisiera atrapar esos dedos que tanto placer me daban. Le miré y me di dos suaves golpecitos en el brazo. Eso significaba una sola cosa "velocidad". Mi mascota me sonrió, encantado como cada vez que me entendía y dirigió sus dedos a mi clítoris. Empezó a acariciarlo a ritmo creciente, sus dedos resbalaban por mis abundantes jugos y mis hombros se encogieron en un escalofrío imposible de contener.

Mi cuerpo se ponía tenso sin que yo pudiese evitarlo, y me mordí el labio intentando retener la convulsión, cerré los ojos, notando cómo el placer se adueñaba de mi cuerpo, pronto no podría contenerlo… los dedos de Willy frotaban la puntita exacta sin descanso, con rapidez, con delirio. Los escalofríos, la dulce electricidad que anunciaba mi orgasmo, eran cada vez más fuertes, en mi boca se abría una sonrisa sin que pudiese evitarlo y mis ojos se cerraban de gusto, mientras intentaba no gemir… y entonces, mi cuerpo brincó, el placer me atacó, mordiéndome desde el clítoris, hasta los dedos encogidos de mis pies, bañándome de gusto infinito y haciéndome temblar hasta dejarme satisfecha…

-Bueno, señorita, ¿nos hemos divertido? – El profesor me miraba entre severo y ciertamente cachondo. Por más que había intentado contenerme, se había notado, claro está. Mis compañeras me miraban, incluso la chica de la cruz. Alguna hasta se reía, y me sonrojé. - ¿Piensas que por ser la perra favorita del Rector, no va a haber castigos para ti, que puedes hacer lo que te dé la gana y ponerte a toquetearte como una mona en medio de la clase?

-No… no, señor, no pienso eso. – admití. Simplemente, no había sido capaz de controlarme.

-Vamos a tener que castigarte también a ti. Ya que te gusta tanto que te toquen, a ver si tú eres tan buena tocando. – Me cedió el puntero, y señaló con la cabeza a la chica. La joven negó con la cabeza aunque el profesor ni la miraba. Todas las chicas tenían la mirada clavada en mí. Sabía que, por más que fuese un castigo, si hacía aquello, todas las chicas me cogerían odio, pero, ¿qué podía hacer, negarme? Lo sentía de veras, pero no iba a permitir que por culpa de ellas, por culpa de una cretina que no sabía diferenciar el mar Negro del Caspio, se disgustase mi amo el Rector o le tuvieran que decir que me habían llamado la atención… Tomé el puntero y me dirigí a la cruz.

-Quédate aquí, Willy – le pedí a mi mascota para que no viniese tras de mí a la tarima, pero el profesor me contradijo.

-No… que vaya contigo. ¿Tú le controlas, verdad?

-Es mi mascota, señor.

-Entonces, que se quede contigo, no lo separes de ti. – El profesor quería usarle para algo, pero no sabía para qué ni él iba a contármelo, así que simplemente obedecí. – Haz que esa guarrita gima como la perra que es. Dale gusto hasta que no pueda más y grite de placer, hasta que se corra entre gritos. Si lo logras, no habrá más castigo. Si no lo consigues, ella cogerá el puntero y lo usará contigo.

Era la primera vez que estaba con una chica, y eso me preocupaba, pero… yo era una chica y sabía masturbarme, y la chica estaba ya caliente, no podía ser demasiado difícil. Me coloqué tras ella y de nuevo empecé a pasarle la punta del puntero por los pezones erectos. La joven agachó la cabeza y pareció desconectar. Froté en círculos, perfilándolos, y metí el puntero por la blusa entreabierta. Mi compañera no pareció darse por aludida, pero sus puños se apretaron. Mientras manejaba el puntero con la mano derecha, le abrí un botón más de la blusa con la izquierda, y aparté las solapas, de modo que sus tetas quedaron al descubierto. Tenía unas grandes aureolas coronadas por sendos pezones bien erectos y la joven ahogó un gemido, aunque más por la vergüenza que por el placer. Me llevé a la boca el puntero para tener libres las manos y le apreté los pechos, y por fin soltó el aire en forma de gemido, completamente de placer.

Mis compañeras me miraban casi con asco, con odio. Pero también con deseo, a todas les ponía calientes lo que estaban mirando. Willy contemplaba la escena continuando su masturbación, que había interrumpido para darme a mí la mía. Se frotaba el miembro con toda tranquilidad, jadeando a cada roce. El profesor se había sentado en su silla y se había sacado igualmente el miembro, y también él se lo acariciaba a la vista de todas las chicas.

De nuevo recuperé el puntero y empecé a dar golpecitos con él en el pubis de mi compañera. La joven daba grititos y se estremecía, pero no sentía dolor, sentía cosquillas y placer, yo lo sabía bien. Con la mano libre, le acaricié muy suavemente el sexo con dos dedos, torturándola con el cosquilleo tan dulce e incitador que se siente cuando te haces o te hacen eso. Mi compañera se movía en círculos y yo miré al profesor, que asintió con la cabeza. Lo estaba haciendo bien.

Con mucha lentitud, le bajé un poco las bragas, no del todo, apenas lo justo para descubrir el inicio de su rajita, y metí la cabeza del puntero.

-¡Aaaaaaaaah….! – la joven quiso contenerse, pero no lo logró. La presión del puntero sobre su clítoris venció toda su resistencia y el grito de placer se le escapó de lo más hondo del alma. Mientras todas las chicas me miraban con ojos asesinos, sentí ganas de sacarles la lengua, y empecé a mover la punta de mi arma en círculos sobre el bultito de mi compañera. Ella dio un temblor de piernas y se estremeció. – aaah… mmmh…. Oh-oooooh….

-¿Qué pasa si me paro…? – pregunté en voz baja, y efectivamente, detuve el puntero. Mi compañera me miró, parecía a punto de llorar de vergüenza, pero no podía tener compasión… no si el llevarme un castigo ponía en entredicho mi posición con el Rector, no estaba dispuesta a arriesgar mi status por nada del mundo. - ¿Quieres que me pare, lo dejo…? - La joven cerró los ojos y negó con la cabeza. – Así no me vale. Dilo. ¿Te dejo en paz….?

-No… - susurró muy bajito – Ahora no… ahora no puedo parar… por favor, sigue… dame más….

Sonreí y la besé la cara, y ella misma sacó la lengua buscando la mía, y se la concedí, nos acariciamos mutuamente la lengua. A mis pies, podía oír los jadeos de Willy, mucho más evidentes ahora, era indudable que estaba llegando, si es que no había llegado ya y se estaba haciendo la segunda sin pararse ni para respirar.

-Voy a darte más… y todas van a ver que lo que te hago, te gusta mucho. Voy a hacer que todas vean cómo te corres aquí delante de ellas, como una perra gozona… - en realidad no lo hacía tanto por ellas, como por mi amo. Sabía que el Rector tenía cámaras en todas las aulas, en todos los rincones del centro, y lo que no mirase, lo grababa, así que lo vería. Iba a ver a su perrita preferida dando gusto a una alumna traviesa hasta que ésta se corriera.

Le bajé las bragas todo lo que pude, pero al tener las piernas abiertas, no podía hacerlo mucho. El profesor se levantó y, con un cutter, cortó la ropa interior, de modo que cayó al suelo. Luego volvió a sentarse y continuó machacándose el miembro, ya rosado y supurante. Hice que mi compañera doblase las rodillas y se colgase totalmente de las muñecas, para que su pubis quedase bien frente a todas. Luego le abrí los labios con dos dedos para que su sexo quedase totalmente expuesto. Algunas de las chicas ahogaron un grito o desviaron la vista un momento. Otras me miraron desafiantes, como si quisieran decirme que eso a ellas, no las excitaba… otras quedaron hipnotizadas mirando aquélla vulva rosada que goteaba de excitación, con el clítoris erecto.

Manteniéndole los labios abiertos, empecé a frotar la perlita con el puntero, arriba y abajo, arriba y abajo… mi compañera se derritió de gusto y ya no ocultó los gemidos, sus caderas se movían solas, buscando que algo la penetrara. Su clítoris estaba casi púrpura, cada roce del puntero chapoteaba en jugos y la hacía sonreír y estremecerse. Apreté el puntero, introduciéndolo entre sus labios, y mi compañera aumentó de intensidad sus gritos. Los jadeos que oía, ya no sólo provenían de Willy, sino del profesor, que se doblaba de gusto, cerrando los ojos y recogiendo en un pañuelo de papel la corrida que acababa de soltar… aquello me dio una idea, pensé, harta de las miradas censoras de mis compañeras que estaban tan cachondas como yo misma, que hubieran hecho lo mismo que yo sin dudarlo… que en el fondo, me tenían envidia.

Solté los labios vaginales de mi compañera y cambié la orientación del puntero. En lugar de usarlo para frotar, me dirigí a penetrarla con la finísima y estrecha punta, mientras acariciaba su clítoris con los dedos. Apenas ella sintió que el puntero se dirigía a su interior, suspiró de alivio y placer, estaba como loca por tener algo dentro… pero apenas la dejé saborear ese gusto, cuando se lo quité, y subí la punta hacia el agujero superior, el urinario, y presioné muy ligeramente, mientras las caricias en su clítoris las hacía más veloces cada vez.

-¡Aaaaaaaaaaaaah, no, eso no, bastaaaaaaaaaaaah….! – Mi compañera abrió desmesuradamente los ojos y su cuerpo fue un puro aullido, se le puso toda la piel de gallina y tembló tan violentamente que casi arrancó del suelo la cruz. El profesor me miró casi maravillado, y Willy aceleró el ritmo más todavía, mientras mis compañeras parecían extrañadas. - ¡Por favooooooooooooor, paraaa…. Harás que me mee…..! – pero su cuerpo contradecía a sus palabras, sus caderas bailaban, intentando meterse la punta, su cabeza se sacudía, sus brazos temblaban, parecía enloquecida de gozo.

Me reí por lo bajo, encantada con la reacción, y seguí acariciando su clítoris, cada vez más rápido, mientras con la punta seguía torturando su agujerito del pis, frotándolo, cosquilleándolo… podía ver cómo su sexo palpitaba de placer, y entonces una humedad que ya no era flujo vaginal empezó a aparecer. Gotitas tibias y transparentes se le escapaban sin que pudiese evitarlo, se estaba orinando encima por más que quería retenerse, pero la estimulación era demasiado poderosa. El que no estuviese teniendo un orgasmo era lo único que aún la hacía poder sujetarse, pero sólo unos segundos más de caricias, y también esa barrera se derribaría. Froté la punta de su perlita sin parar, mi compañera cerró los ojos con fuerza, apretó la mandíbula, intentó aguantar, pero finalmente no pudo soportarlo más y chilló como si la estuvieran matando.

-¡AaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAHHh! – solté el puntero y le abrí bien los labios, sin dejar de acariciarla, y un poderoso chorrete dorado salió disparado mientras ella no dejaba de convulsionarse por el placer, ante los gritos asqueados de las compañeras que se vieron salpicadas. El coñito de mi compañera se contrajo, y al expandirse en las contracciones del orgasmo, soltó nuevos chorros, más débiles cada vez, mientras ella se estremecía sin parar, apretando con su cuerpo para expulsar todo el pis, gimiendo derrotadamente, hasta que poco a poco fue calmándose. Willy me miraba con una enorme sonrisa. Su pene, fláccido y empapado, empezaba a erguirse de nuevo, y el profesor me pidió que soltase a la joven.

Obedecí y la ayudé a sostenerse, porque el feroz orgasmo la había dejado casi inconsciente. La ayudé a llegar hasta su sitio, y cuando me incliné para hacerla sentarse, me besó en la cara con verdadero cariño. Se lo devolví y fui a sentarme, seguida por Willy.

-La perra del Rector acaba de deciros lo poco que le importa la opinión que podáis tener de ella. Todas vosotras la mirabais mal por lo que hacía, pero si os lo hubiese ordenado a cualquiera de vosotras, no os habríais negado… la prueba es que ninguna de vosotras levantó la voz para impedirlo, y todas tenéis las bragas mojadas. De haber podido, os hubierais puesto a pajearos como las guarras que sois. En castigo, vais a ir todo el día empapadas del orín de vuestra compañera, hasta que no acaben las clases del día, no podréis ir a lavaros.

Sonó la campana de final de clase, y todas salimos en silencio. Tomé de la mano a Willy, y sentí que alguien, tras de mí, llevaba una mano a mis nalgas. Me volví, era el profesor.

-Sólo quería decirte que ya entiendo porqué el Rector te ha escogido como favorita… llévate a tu mascota a los baños y dale placer, lo está deseando, yo te excuso de la siguiente clase.

-Muchas gracias, señor. – sonreí. Era cierto, Willy tenía una enorme erección después de lo visto, y yo no había podido ocuparme en absoluto de él. Nos alejamos casi corriendo, mientras sentía en mi nuca la mirada del profesor. Es cierto que era casi viejo y no muy atractivo, pero si deseaba probarme, que se lo dijese a mi amo… yo no tendría inconveniente.

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Mariposa y yo (3)

Una tarde ¿aburrida? en casa de sus padres.

Enseñando al que no sabe

Mariposa y yo (2)

Mariposa y yo (1)

Internado disciplinario para chicas (2)

Internado disciplinario para chicas.

Argumentos incontestables

Mario y Peach

Buenos días, señor Jameson, III (final)

Buenos días, señor Jameson, II

Buenos días, señor Jameson

Cambio de suerte (2)

Cambio de suerte

Celos

¿Qué me ha pasado?

Creciendo para Nazario, final

El regalo de la Diosa del amor

Ditanieves y los siete mariconchitos (1)

Un encuentro sin nombres

CaperuDita Roja

Creciendo para Nazario

El circo nocturno (2)

El circo nocturno (1)

Quizá un poco demasiado...

El colgante del Lobo (08)

El colgante del Lobo (07)

El colgante del Lobo (06)

El colgante del Lobo (05)

El colgante del Lobo (04)

El colgante del Lobo (03)

El colgante del Lobo (02)

El colgante del Lobo (01)