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Secretos inconfesables de una madre: el castigo

en No Consentido

SECRETOS INCONFESABLES DE UNA MADRE: EL CASTIGO

Cada domingo acudía con mi madre a la iglesia, pues ella es muy observante de las prácticas religiosas. Nos queda bastante cerca de casa. Es un bonito templo que invita al recogimiento y forma parte de un convento de frailes que lo atienden con mucha dedicación. No es ajeno a ello el hecho de que la feligresía sea de clase acomodada y proporcione a los frailes pingües beneficios con sus generosos donativos.

Además de los frailes, son beneficiarios de la liberalidad de los devotos el grupo de mendigos que montan guardia de manera permanente a la puerta de la Iglesia. Me parece que entre ellos y los devotos de clase acomodada hay como un intercambio de favores "espirituales": tu me compensas por la situación en que me pone el sistema que tu diriges y yo te ayudo a descargar tu conciencia y a sentirte más noble ante el Dios en el que crees.

En algunos casos noté sincero agradecimiento y aprecio por parte de los mendigos hacía algunas señoras que los trataban con sincera caridad. Respecto de los demás entendían que esa limosna era algo debido y les oía murmurar de tal o cual por lo poco o nada que les habían dado. Había en ellos un cierto resentimiento que se veía en su mirada. Cuando se trataba de señoras jóvenes o señoritas la mirada estaba cargada de lascivia y de lujuria. El desagrado que manifestaban las señoras ante el aspecto sucio, desaliñado de los mendigos era directamente proporcional al deseo que hacía ellas sentían estos pobres hombres.

La sensación que yo experimentaba cuando pasaba cerca de ellos era desagrado y miedo; me daba miedo como miraban, sobre todo a mi madre cuando ella se entretenía a sacar de su monedero algunas monedas. En una ocasión en que al salir de la catequesis mi madre se entretuvo a hablar con otras señoras pude ver y oir como Antonio le decía al Chapas, mientras se frotaba con la mano entre las piernas:

- Qué rico pasar una noche haciéndoselo todo a una de esas señoras tan finas.

- Ya lo creo, pero con una paja vas a ir bien servido.

Antonio y el Chapas eran compañeros del Pelas, el "Señor Manolo" y Goyo. Antonio era el más joven con unos 35 años y el "Sr Manolo" el mayor con más de 60, por eso lo trataban sus compañeros con cierto respeto. Todos tenían unas buenas barbas y pocos dientes, el Chapas y el Pelas muy delgados pues con casi 50 años habían pasado por todo. Goyo, con unos 55, era bajito pero con una complexión fuerte y muy velludo.

Uno de los Hermanos, que estaba al cuidado de la iglesia, les encargaba que a la hora de la siesta vigilaran un poco mientras ellos dormían; los mendigos lo hacían por la cuenta que les traía y porque el Hermano les regalaba comida y ropa con cierta frecuencia. Así que no era raro ver a uno o dos de ellos paseando o sentados dentro de la iglesia entre las 2 y las 4,30 de la tarde sobretodo cuando hacía calor o frío y no había nadie en el templo. Los escasos que hacían una visita a esa hora sabían que cumplían una función y no les extrañaba verlos.

En alguna ocasión hacían alguna tontería para divertirse y una de las cosas que se le ocurrían a Antonio es sentarse en el confesonario a echarse la siesta poniendo la cortinilla para que no le molestara la luz. Algunas veces una persona llegaba y al ver la cortinilla puesta pensaba que había un cura dentro y se ponía por la rejilla:

- Ave María Purísima.

El quedaba callado y no pasaba nada, pero una vez una beata fisgona corrió la cortina y le echó una buena reprimenda, lo que fue motivo de diversión para los mendigos.

A la semana siguiente de volver mi padres y yo del "accidentado" viaje en tren, mi madre, por sus escrúpulos religiosos y por una cierta necesidad de descargar la culpa y el trauma de la infidelidad y la tremenda violación, decidió acudir a la iglesia para confesarse; la acompañaba yo ya que ese viernes había una velada artística en el colegio para padres y alumnos que comenzaba a las cinco. Así aprovechaba bien la tarde.

Entramos en la iglesia a eso de la 15,30 y mi madre se puso de rodillas a musitar unas oraciones, luego estuvo un rato pensativa. No había en ese momento más que una viejita en una capilla lateral. Mi madre fue hacía el confesionario y vi como comenzaba a hablar; estuvo un largo rato en el que, por sus gestos en la cara y sobretodo en sus manos que movía nerviosa, entendí que estaba sintiendo desagrado por las explicaciones que debía dar. Cuando terminó y volvió al banco para arrodillarse no té que sus mejillas estaban coloradas, y eso era raro pues mi madre tiene una tez blanquísima; sin duda el cura con sus preguntas la había hecho avergonzarse.

Luego mi madre fue hacía adelante a encender unas velas y en ese momento para mi asombro se corrió la cortinilla y se abrió la puerta del confesionario apareciendo Antonio. Miró rápidamente hacia los lados, luego hacía mí, de una forma que me dio miedo, y salió deprisa a reunirse con los otros. Yo comencé a pensar cosas que me desasosegaban; ahora no era yo sólo el que sabía las cosas indecentes que había hecho mi madre.

Cuando salimos de la iglesia noté como miraban a mi madre y vi la mancha reciente que tenía Antonio en el pantalón debajo de la bragueta.

El martes siguiente volvía del colegio para mi casa cuando al doblar una esquina me encontré a Antonio y al Chapas sentados en un banco de la calle; me llamaron y me hicieron sentar con ellos. Antonio fue al grano directo:

- Creo que eres un chico malo que no le ha contado a su padre cosas que ha visto y que le interesan.

- Yo no he visto nada.

- Pero Chaval, ¿tu piensas que me voy a creer que a medio metro de ti se follan unos tíos a tu madre y tu no oyes ni ves nada?

- Se lo juro que no.

- Mira se lo voy a decir a tu padre lo que pasó en el tren y te va a odiar toda su vida por haberle ocultado eso.

Ya estaba tan asustado que les dije:

-Yo quiero mucho a mi padre pero no quiero que se enfade con mi madre.

- Bueno chico, mira lo que vamos a hacer, saca tu bloc y escribe lo que yo te diga:

"Querido papa siento mucho decirte que en el viaje que hicimos mamá hizo cosas con unos hombres mientras yo dormía. Yo las vi pero no te he dicho nada porque no quiero que discutais ni que os separeís. Os quiero mucho a los dos, perdona a mamá." Ahora firma.

Yo la firmé y le entregué el papel.

-Bueno chaval, no te preocupes porque seguro que tu madre sabrá arreglar las cosas y a lo mejor no le tenemos que decir nada a tu padre. Hala, vete a casa y no te preocupes.

Cuando el jueves vino a recogerme mi madre después de la catequesis, se le acercó el Chapas y le dijo:

- Señora quisiéramos hablar un momento con usted.

Mi madre extrañada y molesta como pensado "¿que querrán estos pordioseros?", se acercó a ellos y comenzaron a hablar; Antonio sacó un papel del bolsillo y se lo dio para que leyera. Miró hacía mí como si quisiera reprenderme pero se dio cuenta que otras cuatro señoras estaban pendientes de ella. Antonio le quitó el papel de la mano y lo guardó; siguieron hablando. Me di cuenta que mi madre miraba alternativamente a uno y otro con angustia intentando convencerlos de algo; finalmente agachó la cabeza y volvió hacía el grupo de las señoras. Venía roja de vergüenza y de ira.

- ¿ Qué te pasa mujer, que te han dicho esos pordioseros?

- Cosas de este hijo mío que no se porta como debe.

Volvimos a casa sin que me dijera una palabra. Luego hasta acostarme mi madre disimuló. A la mañana siguiente mi padre me llevó al colegio y mi sorpresa fue cuando al volver para la comida me encontré a mi madre arreglada de forma inusual, sobre todo por el vestido, uno muy ajustado que sólo se ponía para fiestas de noche en las que mi padres solían volver tarde. Cuando terminamos de comer mi madre dijo a la chica de servicio que se tomara la tarde libre y que me iba a acompañar al colegio; al llegar habló con la madre de un compañero para pedirle que le hiciera el favor de acompañarme a casa a la salida, pues al ser viernes había una actividad que terminaba pasadas las siete y ella tenía un compromiso. Era un favor normal que otras veces había hecho mi madre. Yo barruntaba algo anormal y cuando mi madre desde la puerta se giró y vi como me miró comprendí que iba a hacer algo de lo que me hacía responsable.

Empecé a caminar hacia las aulas pero enseguida decidí que debía averiguar que iba a ocurrir con mi madre. Salí corriendo hasta ver de lejos a mi madre y comencé a seguirla. Un poco más adelante estaban el Chapas y Antonio que caminaron detrás de mi madre. Iban riéndose y haciendo comentarios, seguro que referidos al culo de mi madre que, con aquel vestido y sus zapatos de tacón alto, tenía un movimiento sube y baja impactante. Se les iba cayendo la baba sabiendo que dentro de poco sería suyo.

Mi madre llegó ante nuestro Chalet y entró; los mendigos esperaron a unos metros unos minutos y luego llamaron al timbre, mi madre les abrió y entraron. Rápidamente fui a la parte de atras para saber si la ventana de la cocina estaba abierta, puesto que yo no tengo llave; para mi suerte o desgracia estaba abierta y pude entrar. Las voces de los mendigos venían del salón; me acerqué con cuidado y como la puerta estaba solo entornada y tiene cristales serigrafiados podía ver casi todo el salón sin ser visto, escuchando lo que decían. Habían retirado la mesa del centro y sentados en el sofá contemplaban a mi madre que iba de un lado a otro contoneándose exageradamente tal y como le habían ordenado.

- Ahora quítate el vestido, y sigue moviéndote zorra.

Mi madre se desabrochó el vestido poniéndolos a cien según iba apareciendo su hermoso cuerpo con la lencería negra que llevaba puesta. Continuó andando mientras los cinco babeaban viendo aquellas piernas macizas, enfundadas en medias negras sujetas por un liguero, que comenzaban en finos tobillos terminando en unos rotundos muslos y unas hermosas nalgas que rebosaban de las escuetas braguitas. Ver como a cada paso vibraban aquellas carnes en un movimiento tremendamente voluptuoso. Lo mismo que temblaban sus hermosos senos rebosantes en más de la mitad de las copas del sujetador.

- Ahora la señora nos va a desnudar como si fuera nuestra mamá.

Mi madre fue desnudándolos uno a uno, inclinándose o poniéndose de rodillas para sacarles la ropa, los pantalones, los zapatos. Cada postura era un auténtico espectáculo que estaban disfrutando como locos.

- Ahora quítate el sostén y las bragas.

Ver las tetas exuberantes de mi madre y su coño bien poblado de vello los puso a menearse la polla como posesos.

-Ven aquí y danos gusto.

Mi pobre madre se acercó al sofá donde estaban sentados Antonio y el Chapas. De rodillas contemplaba las dos vergas ya duras , oscuras, mal olientes que iban a ser su dura tarea.

- La señora con esas manos tan delicadas va a hacernos unas buenas pajas.

Chapas y Antonio llevaron las manos de mi madre a sus penes y comenzaron a disfrutar de la delicada suavidad de su tacto. Luego comenzaron a acariciar sus bien torneados brazos disfrutando de su piel. El movimiento de las manos de mi madre hacía que todo su cuerpo se agitara, especialmente sus pechos, lo que atrajo la atención de los dos que comenzaron a estrujarlos y pellizcaros, dándole buenos tirones en los pezones.

- Bueno ahora nos la vas tener que chupar.

Y Antonio sujetó su cabeza inclinándola sobre su miembro. Por el movimiento que hizo debió sentir una arcada, pero poco a poco lo superó.

- Quiero que me acaricies con tus labios la punta del capullo.

Mi madre comenzó a comerse esa cabezota morada. Antonio estaba como ido del tremendo placer que sentía en su miembro acariciado por los carnosos y rojos labios de mi madre y por sus delicados dedos. Mientras seguía dándole gusto al otro cabrón con su otra mano.

Luego el Chapas reclamó su boquita y mi madre comenzó a mamársela, mirándole hacía su cara como asustada. No solo porque la polla fuera grande, que contrastaba por su grosor con la extremada delgadez del pordiosero, sino por que temía tuviera alguna enfermedad.

En ese momento Antonio le dijo a mi madre que levantara el culo, la puso a cuatro patas y comenzó a penetrarla.

- Que guarra, si está mojada.

Fuera por los constantes toqueteos, la vista de aquellas ollas o el disfrute de tenerlas en la mano. Lo cierto es que mi madre estaba excitada. Más tarde lo entendí con claridad, una vez puesta a la faena se entregaba cada vez más y aquellas pollas que al inicio rehusaba con asco terminaban siendo mamadas con fruición mientras sus manos disfrutaban manoseando sus troncos.

Antonio comenzó a culearla a base de bien aferrado a sus caderas y dándole unas tremendas embestidas que hacían temblar hermosas nalgas. De vez encunado las amasaba y le daba buenos cachetazos.

Dando un gruñido, con los ojos casi en blanco, el Chapas comenzó a correrse en la boca de mi madre, trasmitiendo toda la tensión de su venida a sus manos que apretaban brutalmente las tetas de mi madre. Ella encadenó su gemido de queja al de placer pues tuvo un tremendo orgasmo, mientras Antonio seguía dándole verga a destajo. Con la colaboración de la puta de mi madre que le salía al encuentro moviendo el culo, puede ver como temblaba su cuerpo del placer que sentía mientras su tranca derramaba su semen en la concha de mi madre, que seguía entretenida limpiado con su boca la polla del Chapas.

Antonio se volvió a sentar en el Sofá para descansar un poco:

- Como te hemos dado mucho gusto tienes que ser agradecida y tratar con cariño a los huevos que te han surtido.

Mi madre no necesitó más indicaciones y comenzó a acariciar suavemente las bolas de los dos sátiros con sus manos, para darle luego unos delicados besos que los ponía locos a los dos.

- Ahora vamos a comérnosla todita Antonio.

La hicieron echar en el sofá y Chapas se fue ciego a meter la cabeza entre sus piernas, mientras que Antonio se concentró en sus pechos.

La cara interna de sus turgentes y blancos muslos comenzó a ser lamida y mordisqueada por Chapas que disfrutaba dándole cada vez vocados más grandes, arrancándole doloridas quejas que los excitaban más. Luego concentró su atención en los pliegues de su chocho provocándole gran placer porque mi madre abría bien las piernas y sujetaba la grasienta cabellera del mendigo apretándola contra su parte más íntima.

Mientras; Antonio se daba un festín con las tetas de mi madre, cuyos pezones estaban erizados; y aunque por una parte los mordiscos y manoseos a veces la hacían quejarse por su brutalidad, otras le resultaban sumamente placenteros. En un momento dado mi madre comenzó a arquear su cuerpo y por primera vez la oí:

- Cabrones, parad que me vais a volver loca.

Las pocas dudas que podían quedarme se desvanecieron; mi madre era una putona que lo estaba pasando de miedo.

Encandilado por las palabras y gestos de mi madre Chapas le gritó a Antonio:

- Quítate y déjamela que voy a reventar a esta puta.

La sujeto las piernas por detrás de las rodillas levantándola la cocha y el culo, apoyo el glande, se dejó caer con su peso sobre ella y comenzó a bombearla de forma bestial.

Parecía imposible que un hombre tan extremadamente flaco pudiera desarrollar esa energía clavando a una hembra. Luego, notándola caliente, permitió que lo aprisionara con sus piernas y se abrazó a ella besándola el cuello y la boca. Estuvieron un buen rato en un acoplamiento total durante el cual mi madre tenía los ojos cerrados y se mordía los labios. Finalmente, sintiéndose venir, Chapas se separó aferró los senos de mi madre para apoyarse y agitándose hasta la extenuación volvió a llenar de leche su chochazo.

Antonio que la tenía durísima por lo que estaba viendo, empujó a Chapas que estaba derrumbado sobre el cuerpo de mi madre y a ella la puso boca abajo, le puso el cojín de un sillón debajo del vientre para levantarle el culo y sin que se lo esperara, pues estaba agotada, apoyó la punta de la verga en el ojo del culo y comenzó a apretar. Mi madre sintió un fuerte dolor y a su mente volvieron los recuerdos de la violación anal en el tren:

- Eso no por Dios te lo pido, eso no.

- Calla zorra, que te voy a dar la penitencia que te mereces.

Mi madre clavaba sus uñas en el cuero del sofá, manoteaba y agitaba desesperadamente su rubia cabecita, pero la dura tranca del sátiro iba abriendo camino hasta que sus bolas golpearon en las nalgas. Poco a poco el agujero dilató y la polla comenzó a moverse cada vez con más soltura. Pero, como ya había visto en el tren, eso era algo a lo que mi madre no se adaptaba, por lo que seguía doliéndole. Los dos cabrones sonreían con su cara barbuda y su boca desdentada. Antonio se estremecía al sentir el apretado masaje que el culazo de mi madre le daba y Chapas babeaba contemplando aquella yegua montada a conciencia por su compañero:

- Dale Antonio, rómpele el culo.

Más de veinte minutos tardó todavía en correrse Antonio, luego mientras se venía se echó sobre mi madre y estrujando sus tetas le lleno el culo de semen.

Estaban agotados, Chapas se miraba el miembro y veía que a pesar del espectáculo del que había disfrutado, no se levantaba. Cuando se levantó Antonio, él se echó sobre el cuerpo de mi madre y comenzó a restregarse y manosearla pero no conseguía empalmarse. Entonces Antonio, que se partía de risa viendo su desesperación, buscó alguna manera que hiciera reaccionar sus vergas para echarle un último polvo a la señora. Sus ojos se fijaron en unas botellas de champán, se levantó abrió dos y derramó sus contenido sobre el cuerpo de mi madre, luego le dio una botella a Chapas.

- A la señora le gusta mucho el champán, así que vamos a darle gusto.

Los dos a la vez comenzaron a penetrar a mi madre por el culo y el coño con las botellas abriendo cada vez más sus orificios; estuvieron un largo rato mientras mi madre se agitaba con desesperación. Cuando vieron que sus pollas estaban otra vez en forma Antonio se sentó en el sofá haciendo que mi madre se pusiera sobre el metiéndose la verga y Chapas la clavó por detrás.

Así estuvieron un buen rato y esta vez, a pesar del dolor que sentía en el culo, el placer que le daba en la chocha la polla de Antonio hizo que mi madre tuviera un nuevo orgasmo. Y debo decir que, al ver su hermoso cuerpo aprisionado entre aquellos dos pervertidos, sentí por primera vez una sensación agradable en mi pequeña polla, preludio de futuras calenturas.

Cuando se corrieron los dos mi madre se incorporó y apenas se podía mantener en pie, de sus agujeros caían resbalando por sus muslos hilos de lefa que rebosaban de su intimidad. Los dos mendigos comenzaron a vestirse y yo me retiré saliendo por la ventana de la cocina y volviendo a prisa al colegio a tiempo para que me recogiera la mamá de mi compañero y me trajera a casa.

Cuando llegamos, salió mi madre a recibirnos en bata, diciendo que se había mareado y caído encontrándose mal. Lo mismo le dijo a mi padre cuando llegó por la noche, supongo que para curarse en salud si al día siguiente se le veían moratones del trajín que le habían metido.

Para mi sorpresa a la semana una niña, durante la clase de religión, me dijo que su madre decía lo buena que era la mía, pues el día anterior había visto como despedía a la puerta del chalet a tres mendigos de la iglesia.

Y la sorpresa no paró ahí sino que un día que regresé antes de tiempo del colegio, al llegar a casa y llamar al timbre pasaron más de diez minutos, abriendo la puerta mi madre, que le había dado otra tarde libre a la criada. Detrás de ella estaba el hermano Anselmo que sonriente me dijo:

-Se bueno y estudioso que tu madre merece buenas satisfacciones.

Seguimos yendo a la iglesia y a parte de las miradas y sonrisas descardas que mi madre tenía que aguantar, noté la familiaridad que a partir de entonces tenía el hermano Anselmo con ellos, a los que regalaba cosas con mucha más asiduidad y abundancia.

Sin duda alguna es que, por alguna razón, les había quedado eternamente agradecido.