miprimita.com

Mi madre calienta a los muchachos y... se quema

en No Consentido

MI MADRE CALIENTA A LOS MUCHACHOS.

Mi padre y mi madre eran tal para cual. Se conocieron en la universidad y, como a los dos les gustaba la juerga y la jodienda, a duras penas consiguió terminar mi padre su carrera. Mi madre, dos años menor que mi padre, sencillamente no la terminó porque se quedó embarazada de mí con 21 años.

La verdad es que no me extraña, porque mi madre está muy buena. Es una mujer de formas voluptuosas, firmes, rotundas. Tiene unos pechos portentosos, unas piernotas macizas y todo su cuerpo destila sensualidad.

 

Tiene una mirada lasciva, que pude comprobar como encandilaba a mi padre; de tal forma que a veces se dejaban llevar y no se recataban ante mi presencia.

Por todo ello me acostumbré desde pequeño a escuchar a los hombres decirle cosas a mi madre. Lo más suave: ¡Joder, como estás rubia!

 

Como os digo, los dos eran fogosos y más de una vez me despertaron por la noche, pudiendo comprobar la caña que le daba mi padre (que parecía que la estaba matando) y como mi madre le pedía más.

Ya os digo que mi padre tenía buena polla y mala cabeza. Intentó algunos negocietes que apenas nos daban para ir tirando. La verdad es que eso no les amargaba la vida; ellos seguían siendo felices y yo también. Pero todo se acabó el día que mi padre falleció en un accidente de tráfico. Como no tenía ningún tipo de seguro a mi madre y a mi solo nos quedó nuestra vivienda.

Había que pagar la hipoteca y hacer frente a la vida. La solución vino por un tío de mi padre que tenía una empresa de comidas en fábricas y colegios. Le ofreció a mi madre la posibilidad de ser encargada de cocina y comedor en un colegio, ocupándose además de atender la cafetería o Bar del colegio durante el recreo. Esto último era algo, digamos extraordinario, que no entraba en el sueldo de mi madre, pero que al señor le daba una buena ganancia de la que participaba mi madre en un tanto por ciento.

El puesto de encargada era de dirigir y procurar que no faltara nada, pero no tenía ni que tocar un plato. El rato de atender la cafetería era lo que más le exigía; pues debía atender a los chicos del colegio que iban en masa y a los profesores que se tomaban un café o un bocadillo. Lo menos agradable es que tenía que abrir la cafetería el sábado por la mañana cuando los chicos del colegio iban a las competiciones deportivas y otras actividades extraescolares.

Mi madre se incorporó a su trabajo en septiembre, seis meses después de fallecer mi padre. Yo tenía entonces nueve años y mi madre me matriculó en ese colegio, así todo era mejor para los dos.

 

Podría haber sido feliz en el colegio; ya que mis profesoras y mis compañeros eran estupendos. Pero ya desde el primer día tuve que ver cosas que no me agradaban. Mi madre, a pesar de querer mucho a mi padre y sentir su ausencia, no cambio nada exteriormente en su vida. Entre otras cosas, seguía vistiendo como lo había hecho siempre. Y mi madre siempre había vestido ropa ajustada y faldas cortas.

Los pequeños íbamos menos a la cafetería. Cuando a los tres días me acerqué con un amiguito a que mi madre nos diera un bollo, ya se había preparado un ambiente terrible, (para mí, claro).

Mi mama no tenía que usar ningún uniforme, por lo que iba vestida con su propia ropa, y eso es lo que tenía encendidos a los chicos del colegio. Allí estaban los chavales babeando, mientras veían a mi madre afanarse para darles lo que pedían: refrescos, bollos, cafés, bocadillos….

Mi madre, siempre fogosa, se desabotonaba la blusa para aliviarse el calor que hacía en la cafetería, dejando entrever bastante el apretado canalillo de sus enormes tetas blancas. Eso y su culazo enfundado en su apretada falda los tenía locos.

Mi madre pronto se dio cuenta de que los chicos se pasaban un buen rato mirándola; así que, teniendo en cuenta que iba a porcentaje de las ganancias de la cafetería, decidió tenerlos enganchados todos los días. Eso significaba faldas cortas, blusas y camisetas ajustadísimas etc. y como siempre sus zapatos de tacón.

 

 

Poco a poco las cosas fueron a más y cuando no había profesores en el Bar había algunos que se echaban sobre la barra para mirarle descaradamente las piernas y el culo. Ella se reía. Luego los chicos se envalentonaron y pasaron a las palabras. Ya os podeis imaginar. Pero a mí no me hacía ninguna gracia y menos el día en que en unos baños vi un dibujo bastante explícito con una frase: Tengo ganas de follarme a la Tetona del Bar.

 

Esas cosas me apenaban pues yo era un niño de 9 años que idolatraba a su madre. No comprendía por que mi madre no los regañaba y se hacía respetar. Y no solo quedaba la cosa en el bar, ya que os podéis imaginar lo que era el ambiente del comedor mientras mi madre iba de una parte a otra y todos los tíos girando la cabeza detrás de ella.

Yo, que no perdía ojo de lo que pasaba, observaba como también los profesores y profesoras, hacían comentarios sonriéndose. Era cada vez más evidente; y mi madre como si nada.

Pasaron dos o tres meses y cuando acudía al bar me di cuenta de que había un grupo de chicos de 16 años con los que, sobre todo los sábados que no había clases, mi madre se entretenía con bastante agrado. Enseguida noté que mi madre, en esos ratos, estaba pendiente sobretodo de uno de los chicos. Me entenderéis si os digo que era el típico chulito y guapito.

Un sábado, mientras yo estaba en un rincón del bar jugando en una mesa, entraron los chicos después de jugar un partido de básquet, en pantalón corto y camiseta. Se sentaron en torno a una mesa a tomar sus refrescos y mi madre, después de servir a todos, se acercó al grupo a charlar.

Yo que no quitaba ojo, me quedé helado cuando el chulito se metió la mano por dentro de sus calzones de deporte y se colocaba ostentosamente el paquete; mirando descaradamente a mi madre. Ella empezó a mirar de una manera que yo no recordaba haber visto. Lo miraba a los ojos y a la entrepierna alternativamente. Había una tensión en su rostro desconocida para mí.

El guapito la miraba, sonreía y seguía moviendo su mano por dentro de sus calzones. El resto del grupo estaba callado, mirando, como yo, la cara que ponía mi madre. Al final mi madre volvió a esbozar una amplia sonrisa y les dijo:

¡Andad a ducharos que os vais a quedar fríos ¡

¡ Qué va, si estamos todos bien calientes ¡

Mi madre no contestó, ya que se dio cuenta de que se había dejado llevar demasiado; sobre todo por el hecho de que había otros muchachos además de ese pequeño grupo. Cuando los chicos abandonaban el bar, el chulito se volvió y sonrió a mi madre; ella estuvo algunos minutos mirando hacia la puerta pensativa. Toda la tarde del sábado y el domingo noté a mi madre como ausente de mí. Me daba cuenta que estaba pensando en aquel chico. Eso me entristeció, por eso a la semana siguiente no fui a verla en el recreo ni después de comer hasta el miércoles. Era un niño y necesitaba de mi madre.

Ese miércoles me quedé en el comedor después de la comida y mi madre vino hacia mi nerviosa:

Cariño, tengo que mirar unas cosas en el almacén y la cocina, ya por la noche me cuentas.

Me dio un beso y se fue hacia la cocina; yo salí a los jardines del colegio y empecé a caminar solo.

Mientras andaba vi, en torno a un arbol, al grupo del guapito, que precisamente en ese momento se despedía y advertía a sus amigos:

- Ni se os ocurra acercaros por ahí tíos. No me jodáis el plan. Ya habrá otras ocasiones.

- ¡Vale tío! ¡Que cabrón! ¡Que suerte tiene!

A pesar de ser un niño, algo me decía que aquello tenía que ver con mi madre, y lo seguí teniendo cuidado.

 

El chico anduvo hasta llegar a la trasera de la cocina y el almacén. Se mantuvo a distancia esperando. Salieron el cocinero y dos chicas auxiliares con los cubos de la basura; los colocaron y cerraron. Unos diez minutos después salió mi madre, hizo una seña al chico y este se acercó. Abrió con sus llaves la puerta de al lado, que era la del almacén y entraron los dos. Yo sabía que esa era la puerta por donde se recibía a los proveedores de alimentos; pero el almacén tenía cuatro compartimentos seguidos, y dos de ellos se comunicaban con la cocina.

Salí corriendo con una idea fija; llegar a la cocina antes de que el cocinero y las otras chicas se hubieran cambiado de ropa. Seguramente mi madre esperaría hasta que ellos se hubieran marchado y luego cerraría por dentro de la cocina, quedando aislados.

Pude llegar a la cocina unos minutos antes de que los empleados salieran. No fue difícil ocultarme en la zona de estanterías donde se apilaba el menaje.

- Nos vamos Maite.

Mi madre vino desde el almacén.

Hasta mañana chicos. Voy a dar un último repaso y también me iré.

Le acompañó unos metros y luego volvió, cerrando tras de sí la puerta con llave. Si aquel niñato se fumaba las clases de la tarde, estaba jodido.

Cuando mi madre volvió a almacén salí de mi escondrijo y fui detrás. Me acerqué despacio hasta el tercer compartimento y les escuché hablar.

Lo que vi y escuché me heló la sangre. Mi madre estaba totalmente pegada a él y se estaban comiendo la boca. Aquello no era un beso; mi madre abría la boca y el tipo le metía la lengua hasta la campanilla. Pero mi madre estaba disfrutando porque tenía los brazos alrededor de su cuello y con una mano le acariciaba la cabeza atrayéndolo hacía ella.

El chulito en cambio, apretaba con fuerza el culo de mi madre; primero por encima de la falda y luego se la fue levantando hasta dejar al aire sus nalgas y la diminuta braguita. El tipo se estaba dando un banquetazo de carne amasando con fuerza los carnosos y firmes glúteos de la mujer que me dio la vida. Mientras le decía al oído todo tipo de barbaridades. Yo no podía creer que mi madre se dejara decir aquellas cosotas.

- Tenías ganas, puta. Te mueres por una buena polla.

- ¡Calla y bésame!

Ahora el tipo, sin dejar de estrujar sus nalgas, la mordía el cuello y mi madre respiraba agitada y gemía. La calentura se apoderó totalmente de ella y mis ojos contemplaron atónitos como llevaba su mano a la entrepierna del guapito y aferrando su bulto lo masajeaba por en cima del pantalón. El tipo le fue desabrochando la blusa y le tocaba las tetas por encima del fino sujetador.

- Me tienes la polla a reventar.

Mi madre sonrío y lo besó, mientras le bajaba la cremallera y extraía su pene. Era un pedazo de carne oscura considerable; mi cosita comparada con aquello era insignificante. Mi madre comenzó a recorrer con su mano aquella cosa. Se notaba en su cara que le encantaba acariciarla y mirarla. Yo sabía que aquello estaba muy feo y empecé a llorar en silencio.

En cambio el chulito, estaba ya fuera de sí; pues le había levantado el sujetador a mi madre y tenía sus dos tetas para disfrute de su mano y de sus ojos. Mientras con la otra mano le seguía tocando el culo y hurgándole en él con el dedo.

Entonces hizo ademán de llevar a mi madre hasta una mesa.

- ¿Qué haces?

- Vamos a la mesa y ahí te la meto mejor.

- Vas muy deprisa cariño. No es el sitio. Y seguro que no tienes condón.

- Bueno pues hazme una mamada.

- Pero bueno, que te crees que soy yo.

- Una zorra calienta pollas, por lo que se ve.

Mi madre parecíó que iba a enfadarse, pero no. Se puso de rodillas delante de él, se liberó de la blusa y el sujetador, desabrochó totalmente su pantalón mientras le besaba el bajo vientre. Luego colocó su oscuro pene entre sus tetas, apretando con fuerza sus carnes blancas.

- Venga, follamé las tetas y echamé tu leche.

El niñato comenzó a moverse como un poseso, dándole bien fuerte a mi madre. Yo estaba desesperado viendo a mi madre en esa situación, que se me hizo eterna hasta que el chico empezó a gemir y se corrío. Desde el cuello hasta las tetas. Mi madre estaba llena de un líquido espeso y pegajoso, que yo nunca había visto.

- Ahora te toca a ti, bonito.

Mientras decía esto, mi madre reculó hacía la mesa; se alzó la falda y se quitó las bragas. Recostándose sobre la mesa abrió las piernas y le ofreció su chocho cubierto de una buena mata de pelo.

Venga tócame el coño y méteme los dedos.

El tipo no se demoró. Empezó a frotarla con su mano y abrirle la raja con los dedos mientras se la comía con los ojos. Luego empezó a meterle un dedo y luego dos. Mi madre respondía a sus manoseos moviendo la pelvis, mientras atraía su cara hacía sus pechos.

El tipo empezó a chuparle las tetas y los pezones. Pero luego fue a más y eran auténticos mordiscos los que le daba. Sus dedos cada vez actuaban con más violencia y mi madre cada vez se movía más rápido, gimiendo bastante alto. Debió de ser algo más de diez minutos. Pero a mi se me hizo eterno. Luego ella se quedó quieta, se besaron.

La mano del cabroncete estaba mojada, lo mismo que la entrepierna de mi madre. Se limpiaron, acomodaron sus ropas y el chico marchó para las clases. Ya llegaba tarde… y yo también.

A las cinco y media mi madre me esperaba en el coche, después de haber revisado todo y hecho los pedidos para la comida del día siguiente. Cuando entraba en el coche, oímos a la profesora; se acercó y le dijo a mi madre que había llegado tarde a clase. Arrancamos y de camino a casa empezó a regañarme, ya que yo no daba una explicación coherente. Entonces me eché a llorar y le dije a mi madre la verdad. Ella me acarició con cariño y me besó diciéndome que, aunque yo no lo entendía, mamá necesitaba "eso" porque papá ya no estaba.

Al día siguiente, mi madre estaba dispuesta a entregarse totalmente al chulito y se puso una de sus faldas más estrechas y cortas junto con un top ajustado y con bastante escote.

Las miradas y sonrisas en el bar, durante el descanso de la mañana, fueron tan desvergonzadas que los chicos estaban encendidos y algunos profesores se daban cuenta de la desvergüenza de mi madre. Sabía que después de comer ocurriría algo.

Como el día anterior me escondí en la cocina y esperé. Al rato se escucharon unos toques a la puerta del almacén y mi madre abrió desde dentro. Una vez que que el tipo entró escuché a mi madre,

- ¡Quietó! No seas tan impaciente y déjame cerrar la puerta.

Se oían unas risitas de mi madre; el chulito le estaba metiendo mano y eso le gustaba. Como el día anterior fueron hacia la mesa del tercer compartimento y entonces yo me pude situar para verlo todo. Mi madre estaba apoyada contra la mesa; el tipo le sacó el top por arriba y le quitó el sujetador. Cogió con fuerza aquellos hermosos melones, hundiendo sus morros y su cabeza en aquellas carnes blancas y turgentes.

El tío amasaba y restregaba sus morros, chupando los pezones, mordisqueando cada teta. Mi madre, aunque a veces se quejaba, le sujetaba su cabeza, atrayéndola contra sus pechos.

Con ese magreo al guapito se le puso la verga como una piedra, debía de estar caliente desde la mañana y tenía ganas de descargar la calentura acumulada. Mi madre también necesitaba que le apagaran el fuego que sentía entre sus piernas porque tardó menos que él en quitarse la braguita; y mientras el tipo se liberaba de sus pantalones y slip, mi madre ya preparaba el condón.

Le cojió la polla y se la masajeó un poco, luego con notable habilidad le colocó el condón. Se remangó la falda en torno a la cintura y se sentó sobre la mesa, para luego recostarse sobre ella. Abrió sus piernas de una manera que me pareció exagerada. Al tío se le salían los ojos viendo aquellos muslazos abiertos y aquella mata de pelo que dejaba entrever los labios de aquella soberbia raja, que mi madre tenía entre las piernas.

El apoyó la polla en los labios de su coño y empezó a buscar el camino de entrada. Mi madre dejó que la punta de su rabo la recorriera de arriba a bajo, con una torpeza que a ella la volvía loca. Por fin ella misma le cogió la verga y se la colocó en el sitió exacto. El cabroncete empujó y se la metió hasta los huevos. Como mi madre estaba al borde de la mesa, le sujeto la piernas por los tobillos y se las levantó formando una V muy abierta.

 

Mi madre tubo que agarrase a la mesa, pues el tipo empujaba como una bestia. Yo lo veía mover el culo dándole empellones a mi madre y estaba asustado, pensando que aquello le tenía que hacer daño a mi madre. Pero aunque mi madre gemía como una perra, eran gemidos que yo recordaba de cuando mi padre y ella me despertaron alguna noche. No había duda, estaban los dos gozando al máximo. Mi madre le decía casi con desesperación,

- Cuando sientas que te empieza como a temblar la polla, aguanta y sácala, para que dures más, cariño.

- Vale puta, lo que tu digas.

Me encorajinaba oir como aquel cabrón de niñato trataba a mi madre como a una cualquiera. El tipo se salió y mi madre le tocó el glande con sus dedos y se lo restregó contra los pelos del coño para que tuviera un cierta sensación desagradable. Esperó un par de minutos y luego se la volvió a meter. Ahora mi madre le puso las piernas sobre su pecho y yo veía como aquellos zapatos de tacón sobresalían de los hombros del chico.

Ahora el tipo sentía mejor la suavidad y firmeza de las nalgas de mi madre en cada embestida que le daba. Cuando le parecía se inclinaba hacía adelante para estrujarle las tetas mientras la clavaba. De pronto mi madre empezó a hacer unos gemidos mas guturales y a mover la cabeza para los dados. Se estaba corriendo como una perra. El chico al sentir las contracciones de su vagina notó que se iba a venir y aceleró el ritmo de perforación hasta que también se corrió.

Mi madre le sujetó contra ella, rodeando con sus piernas su cintura. Quería sentir su polla hasta las últimas consecuencias. Se bajó de la mesa y comenzó a besar al muchacho, levantándole la camisa, besándole el pecho y el pubis. Luego le cogío la polla, le quitó el condon, y comenzó a pajearlo con una mano mientras con la otra le acariciaba aquellos dos bultos que le colgaban debajo.

- Quieres que te la vuelva a meter, ¡menudo puta estás hecha!

Mi madre no contestó, era eso precisamente lo que quería. En un momento dado él intentó ponérsela en la boca, pero mi madre lo rechazó. Seguía haciendo su trabajo con la manos y él le masajeaba las tetas. La polla volvía a adquirir sus grosor y mi madre contemplaba satisfecha su obra.

De pronto unos fuertes golpes en la puerta del almacén los sacaron de su embeleso,

- Abrir o se va a enterar todo el colegio de lo que estáis haciendo.

- Hijos de puta –murmuro el chico-.

De mala manera se bajó mi madre la falda y se colocó el top. Corrió hacía la puerta y entreabrió. No pudo decir nada, pues le dieron una empujón a la puerta y mi madre casi se va al suelo. Eran los cuatro amigos del chulito. Este se les encaró,

- ¿Qué cojones hacéis vosotros aquí?

- Lo mismo que tu, gilipollas, nos la vamos a tirar.

- No se os ocurra tocarme desgraciados o empiezo a gritar.

- ¡Estúpida! Llama si quieres por el teléfono de la cocina. ¿Qué les vas a decir? ¿Cómo hemos podido entrar si tú no nos hubieras abierto? Además de nosotros hay al menos dos profesores que han visto a éste esperar a la puerta. Todo el mundo os ha visto en el bar. ¿Cómo vas a explicar, al director del colegio y a los padres, que te tiras a un pobre chico de 16 años?

Mi madre se mesaba los cabellos con una mano y la otra la apoyaba en su vientre. Seguramente sentía una presión en él, fruto de sus nervios. Miraba a los muchachos y sabía que no tenía escapatoria. Veía sus caras de cabrones salidos y sentía miedo.

Uno de ellos vio el sostén y las bragas de mi madre tiradas en un rincón, avanzó hacia ella y le metió una mano entre las piernas , mientras con la otra la sujetaba de la cintura. Mi madre intentó zafarse pero otros dos chicos corrieron a sujetarla.

- ¡Dejadme cabrones! ¡Nacho ayúdame!

Pero el chulito ni se movió.

Mi madre pegó un chillido de dolor. El muchacho le había dado un pellizco en su sus genitales mientras le decía.

- Esto para que se te quite la calentura ¡so guarra!

Los otros dos chavales le subían la falda y le desgarraban a tirones el top hasta que la dejaron completamente desnuda de cintura para arriba.

A pesar de que pensaba que mi madre se lo había buscado, no podía menos de llorar viendo a mi madre como se retorcía intentando librarse, mientras los muchachos, a la vez que la sujetaban, la sobaban y magreaban a placer. Una vez que el guapito no hizo nada, el cuarto chico se unió a los otros. Mordían a mi madre, le daban en las nalgas unos cachetazos tremendos. Le apuñaban las tetas con saña. Aquel desgraciado puesto de rodillas, con la cabeza entre sus piernas, mordísqueaba los labios de su vulva estirándoselos, alternando con unos tremendos muerdos en sus delicados muslos, en su cara interna.

Mi madre sofocaba sus chillidos de dolor para no ser oída por alguien que pasara por el exterior y les suplicaba.

-No me hagáis daño por favor.

Fue inútil, estuvieron así más de un cuarto de hora.

Luego la hicieron ponerse de rodillas delante de ellos que esperaban con sus pantalones bajados y sus pollas ya levantadas, formando un corro a su alrededor.

Mi madre, adivinando lo que intentarían, quiso tomar la iniciativa; agarró sus pijas y comenzó a pajear a dos. A lo mejor se conformaban con unas buenas pajas. Pero entonces uno de los que tenían la polla libre se la acercó a la cara. Mi madre hizo un gesto de rechazo. El Tipo le sujetó la cabeza y ella, soltando las dos vergas, intentó apartarlo.

- Sujetarle las manos y los brazos.

Así lo hicieron los otros, separándole los brazos. Entonces el tipo le comenzó a pellizcar y estirar los pezones. Mi madre se retorcía de dolor. El cabrón siguió castigando sus pechos hasta que consideró suficiente el castigo.

Luego se agarró el pene y comenzó restregárselo a mi madre por la cara. Enseguida se acercó otro chico para hacer lo mismo. Me daba mucho coraje ver aquellos dos desgraciados restregándole por toda la cara sus pollas. Les encantaba humillarla haciéndola sentir una puta; viéndola totalmente a su disposición.

Queremos ver lo puta que eres. ¡ Frótanos la polla con tus tetas!

Mi madre comenzó a restregar sus tetas contra aquellos pedazos de carne dura. Era un espectáculo lamentable para un hijo ver a su madre, medio en cuclillas, moverse como una posesa, como si tuviera un ardor en sus pechos y solo a base de frotarse pudiera aplacarlo.

Los tipos cada vez estaban más calientes viendo el movimiento de mi madre y sintiendo en sus genitales la caricia caliente y suave de sus melones. El chulito apartado miraba con odio a sus compañeros. Entonces uno de ellos sujetó a mi madre por los pelos y le ordenó:

- ¡Abre la boca zorra!

Mi madre escarmentada no rehusó y el chico le metió toda su cosa en la boca sujetando fuertemente la cabeza de ella y apretándola contra su entrepierna. Los labios y la nariz de mi pobre madre se perdían en aquella pelambrera negra.

- Chupa con ganas ¡Zorra!

Ella obedeció y por la cara que ponía el chico se veía que lo sabía hacer bastante bien. Seguramente –pensé - era algo que hacía con mi padre.

Y así se fueron turnando sintiendo cada uno de ellos la carnosa caricia de los labios de mi madre. Mientras chupaba sus delicadas manos acariciaban las pollas de otros dos; mientras el chulito miraba con envidia lo que mi madre le había negado el día anterior.

Cuando ya notaban que no podrían aguantar más sin correrse, la llevaron a la mesa y la echaron sobre ella. Dos chicos se subieron a la mesa y puestos de rodillas a cada lado le sujetaron y abrieron la piernas. Allí estaba mi madre con sus macizas piernas levantadas y abiertas.

- Pajéanos ¡guarra¡

Ella agarró como pudo las pollas de los que le abrían las piernas, mientras sentía como uno de ellos empezaba a frotar su pene contra su chocho, buscando desesperadamente el camino de entrada.

- Sin condones no por favor.

- No protestes, que así te va a gustar más.

- Nooooooooo. Cabrón.

El tipo se la metió hasta dentro y empezó a bombearla con fuerza. Yo veía como se movía frenéticamente, haciendo templar el cuerpo de mi madre de tal manera, que a mi me parecía que si no estuviera sujeta por los otros chicos la tiraría al otro lado de la mesa.

Pero eso era imposible por que a la cabeza de mi madre estaba el cuarto chico que la morreaba y comía la boca mientras estrujaba sus hermosas tetas. Los otros dos mientras sentían como mi madre frotaba sus pedazos de carne dura, recorrían sus piernas apretando aquellos espléndidos muslos.

Cuando mi madre volvió a hablarse para suplicar:

- Por favor correros fuera.

El temblor y la quiebra de su voz delataban que, a pesar de sentirse humillada y usada, estaba empezando a sentir un cierto gusto. A todo esto el chico que la clavaba aumentaba el ritmo, sintiendo como su polla temblaba de gusto en aquella cueva húmeda, que el estaba llenándose de su semen.

De nada valieron las quejas de mi madre, los otros tres chicos se turnaron en su entrepierna a darle buenos pollazos, mientras los cuatro sonreían al ver el esfuerzo ímprobo que mi madre hacía para no exteriorizar demasiado las sensaciones que poco a poco se apoderaba de su cuerpo. El último chico se dio cuenta al ir a metérsela como, además de las tres corridas anteriores, los propios jugos de mi madre destilaban y empapaban su espesa mata de pelo alrededor de su vulva.

Se acercaban las cinco y media de la tarde y los chicos no querían perder los autobuses escolares, así que se vistieron y se dirigieron a la puerta de atrás.

Mi madre molida de tanto ser embestida sobre la mesa a duras penas se incorporaba. Sonó el golpe de la puerta al cerrase y ella buscaba con la mirada su ropa.

Mientras se agachaba para recoger sus prendas oímos como la puerta se abría y un taconeo evidenciaba que una mujer se acercaba. Mi madre se volvió y vió a alguien que conocía muy bien; una mujer delgada, con el pelo corto, cara avinagrada y que a mi me parecía muy alta. Era una profesora de matemáticas de los mayores.

Mi madre no acertaba a decir nada viéndose desnuda. Y sus ojos, como los míos, se abrieron como platos cuando aquella mujer se acercó a ella, dejó su cartera en el suelo y comenzó a tocarle los pechos. Solo fue un momento. Luego sujetó la cara de mi madre con su mano y le dijo:

Te lo has pasado bien con los chicos ¿verdad? No te preocupes; ese será uno de los secretos que vamos a compartir.

Cogió de nuevo su cartera, sonrió friamente y se encaminó hacia la puerta. La cara de mi madre denotaba que estaba perdida y asustada. Yo también.