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Atrapada en la vaquería

en No Consentido

ATRAPADA EN LA VAQUERIA

Recuerdo con cariño mi infancia, en el pequeño pueblo donde me crié. Crecí rodeado de animales, pues mis padres eran ganaderos. Viví de cerca la hermosa realidad de la vida, el nacimiento de los terneros y los cabritos, su crecimiento, el apego a sus madres, la bondad de los perros que nos ayudaban en el gobierno del ganado. Sobretodo la ausencia de malicia, el instinto noble de los animales. Muchas veces en la escuela, mientras la maestra estaba explicando las raíces cuadradas o los verbos, mi cabeza estaba pendiente de una vaca que estaba por parir. Los sábados y domingos madrugaba con mi padre para acompañarle a trasladar el ganado a otros pastos u ordeñar las cabras; no me importaba, es más disfrutaba con ello.

Teníamos más de 150 vacas y unas 100 cabras, por lo que mis padres siempre andaban muy atareados.

 

Se podría decir que éramos una familia feliz, eso pensaba al menos la gente del pueblo. A veces vivían con nosotros una tía soltera de mi padre y mi abuela, tres meses al año.

El resto estábamos los tres solos. El ser yo hijo único tenía que ver con que, a pesar de las apariencias, mis padres no fueran del todo felices. Mis padres habrían deseado tener algún hijo más. Sobretodo mi madre lo llevaba muy mal y aunque nunca se faltaron al respeto, a veces mi madre recriminaba veladamente a mi padre. Había dos razones: la causa de que mi madre no quedara embarazada era la pobreza de espermatozoides en el semen de mi padre y la disparidad de temperamento sexual de mis progenitores; mi madre era una hembra ardiente y por el contrario mi padre no. Cuando llegaba de estar todo el día pa´ca y pa´lla con el ganado estaba cansado, deseando ducharse cenar, ver un poco la televisión y, cuando le tentaba el sueño, irse a dormir. Bastantes noches escuché como mi madre le pedía "guerra" y él contestaba:

- Claro, vosotras con abrir las piernas y enseñar el "roto" estáis al cabo de la calle, pero el que tiene que estar ahí dale que te pego ya es otro cantar.

 

Recuerdo con que "atención" miraba mi madre cuando los toros montaban a las vacas. Aquellas tremendas vergas y aquellos güevazos que les colgaban, la volvían loca. Luego cuando volvíamos a casa se ponía muy mimosa y zalamera con mi padre y así conseguía que el pobre, aunque cansado, la diera lo suyo.

Recuerdo también, aunque ella procuraba no ser descarada, como alguna vez miraba algunos hombres jóvenes del pueblo; a veces intercambiando miradas, pues mi madre era una hembra maciza y sensual que atraía las miradas de los hombres. Pero debo decir que, hasta el momento en que comenzaron los hechos que ahora contaré, creo que nunca le había puesto los cuernos a mi padre. Más que nada por que era muy orgullosa y no quería andar en boca de la gente.

 

Bueno, lo de los cuernos depende como se mire; puesto que un día la sorprendí, al entrar en el establo, sentada sobre una alpaca de heno y acariciando la verga de uno de los tres mastines que teníamos, además de otros perros, para el cuidado del ganado. Hice como que no vi nada y ella como si así fuera. Teniendo en cuenta lo que luego vi, creo que los perros ayudaban a mi padre más de lo que él podía suponer.

 

A la vez que lasciva y orgullosa, mi madre era muy avariciosa; siempre estaba pensando en amasar dinero y eso que nunca pasamos por la menor dificultad económica. Y esa fue la causa fundamental del lo que aconteció hace seis años. Tenía yo 13 años, mi madre 35 y mi padre 40. Mi madre, ejercitada con el trabajo sano de la casa y el campo, tenía entonces unas carnes duras y voluptuosas.

 

 

Mi padre tenía contratado a un hombre del pueblo, con alguna discapacidad síquica, que trabajaba por poco dinero. Con él y la ayuda de otros ganaderos amigos, más la de mi madre y mía se arreglaba para cuidar el ganado. Pero un día la Trabajadora social se llevó aquel hombre a una residencia y mi madre, que no era muy amiga de favores, convenció a mi padre de que hablara con un tipo de la capital, con el que hacían frecuentes tratos de ganado, para que le proporcionara algunos trabajadores baratos. Aquel era un tipo sin escrúpulos y en seguida les dijo que podían hacerse con unos inmigrantes por poco dinero. Mi padre hubiera preferido contratar alguien más experto y en condiciones justas de salario; pero mi madre le dijo que ya aprenderían y al final trajeron a tres muchachos bolivianos, a los que les pagaba una miseria.

 

Les proporcionaron una vieja casa del pueblo, heredada por mi madre, en bastante mal estado. Con eso creía mi madre que se podían dar por muy satisfechos.

Los muchachos eran humildes, nobles y trabajadores; pronto me hice amigo de ellos pues me gustaba hablar con ellos de su tierra, el altiplano, los andes, la pacha mama y todas aquellas historias que a mi me fascinaban.

 

Un sábado por la tarde, ya cercano el verano, decidí ir a merendar con ellos. Sabía que estaban en un prado cerca del río y que se estarían bañando mientras pastaba el ganado. Se suponía que a esa hora mi madre habría ido a donde estaba mi padre con las cabras. Cuando iba bajando entre los robles y la jara divisé a los tres muchachos que, como siempre, estaban metidos en el agua en pelotas. Ya iba a gritarles un saludo cuando vi que detrás de unos arbustos había alguien. Me desvié, para llegar por detrás sin ser visto, y mi sorpresa fue mayúscula cuando vi que era mi madre la que estaba espiando a los chicos.

 

Me acerqué muy despacio y me quedé quieto detrás de un matorral. En ese momento los tres estaban haciéndose bromas y algo tenían que ver con el sexo por los gestos que hacían. Me llamó la atención que, aunque los tres eran bajos de estatura, tenían unas pollas de buen tamaño, sobretodo Juan que la tenía bastante gorda y además un par de bolas que me recordaban los güevos de los toros. Seguramente era eso lo que tenía a mi madre totalmente concentrada en el movimiento pendular de aquellos hermosos badajos, a pesar de que no estaban erectos. Observé como mi madre se metía la mano dentro de la cintura del pantalón del chándal, que siempre llevaba cuando iba al campo, y la enterraba hasta bien pasada la muñeca, luego noté un leve movimiento; joder, pensé, mi madre se esta tocando el coño. Por primera vez vinieron juntas a mi mente las palabras madre y puta. No podía moverme y tuve que quedarme allí hasta que mi madre, después de un buen rato de tocarse, noté que movía más rápidamente la mano y levemente la cintura. Luego se compuso la ropa y se fue discretamente hacia donde estaba mi padre.

Pocos días después pude comprobar que, como es lógico, a Juan, Ricardo y Manuel también les atraía mi madre, particularmente por sus tremendas tetas. Teníamos al lado de casa un local donde hacíamos la matanza, colgábamos los chorizos, jamones, cebollas, ajos y, en el suelo de madera de la parte de arriba, otros frutas y hortalizas extendidas. En la parte de abajo tenía mi madre todos los utensilios para hacer un riquísimo queso de cabra. Aquella tarde de domingo me asomé y allí estaba mi madre haciendo el queso:

- ¿Te ayudo algo mamá?

- No hace falta hijo, pero sube y escoge algunas cebollas y patatas para llevárselas a la señora Ramona.

 

Me dirigía a la escalera de madera y cuando llegaba arriba pude ver con sorpresa que los tres muchachos estaban aguardando expectantes mi llegada. Entendí que no debía a hablar y les hice un gesto como diciendo "¿Pero que hacéis aquí?" Manuel, con un gesto de complicidad, me indicó que me acercara; luego los tres bajaron sus cabezas hasta unos rotos en la madera del suelo. Yo también me acerqué a mirar y comprendí lo que les tenía entretenidos: Justo debajo estaba mi madre, llenando y apretando los moldes del queso. Como era verano solo llevaba una camiseta de tirantes; por lo que las espléndidas carnes de sus brazos, parte de sus pechos y aquel hermoso canal, todo ello en movimiento, constituían, visto desde arriba, un hermoso espectáculo.

Entendía su interés y, a la vez, me sentía algo incómodo pues, al fin y al cabo, era mi madre a la que le estaban mirando las tetas.

Cogí lo que me dijo mi madre y bajé. Allí los dejé un buen rato hasta que mi madre terminó su faena. Después fui a su casa y ellos me explicaron que habían ido para coger algún chorizo y hortalizas, sabiendo que nadie se extrañaría de verlos entrar o salir pues eran empleados de casa.

 

Pocos días después los sorprendí hablando de ella:

- Esa mamasota tiene unas tetas tremendas.

- Me la cogería toda la noche sin descansar.

- Te fijaste, viejo, como miraba anteayer al toro que cubría las vacas.

Me enojé: - Sois unos cabrones, mi madre no es una puta.

- No te lo tomes a mal pero tu mamá está bien buena.

- Además chaval, no me parece que la moleste cuando nos quedamos mirándola.

- Joder, que es mi madre.

Pero en el fondo sabía que tenían razón.

 

No se si por verle las tetas o por coger algo de comer volvieron al local; pero esta vez fue mi madre la que los pilló. Ella, en su avaricia, no pensó sino que habían ido a robar y los llamó de todo: "muertos de hambre " " indios " y todo lo que se le vino a la boca. Ellos quedaron humillados y dolidos. Mi padre, que los apreciaba por su trabajo, le dijo a mi madre que tal vez hubiera debido tener el detalle de regalárselos alguna vez. Eso no impidió que algún día más viera a mi madre espiándolos desnudos.

 

Un día murieron dos vacas y mi padre sospechando de alguna enfermedad llamó al tipo que le había facilitado los inmigrantes. Este trajo un veterinario corrupto que confirmó la existencia de una enfermedad grave. Mi madre llevada, una vez más, por su ansia de dinero convenció a mi padre para que las enterrara, en vez de dar parte a las autoridades, temiendo que pusieran en cuarentena la explotación. Mi padre y los bolivianos las enterraron. Siguieron otras e hicieron lo mismo. Entonces vino el desastre, contagio a gran escala, cuarenta vacas afectadas. Las autoridades sanitarias investigaron; después la orden de sacrificar todas las vacas y esperar dos años para iniciar una nueva explotación. Mostraron su extrañeza:

- Normalmente empieza con uno o dos casos y se puede atajar. Esto ha sido extraordinario.

Mi padre reclamó al seguro y con esa importante cantidad de dinero, junto con las cabras, no había problema, pasados dos años podría comprar vacas de nuevo y too estaría arreglado.

 

Los peor parados eran los tres bolivianos, mi padre les comunicó que de momento debía prescindir de ellos y que tal vez dentro de dos años los llamaría. Eso para los muchachos era una eternidad; suplicaron a mi padre, y estaba a punto de decirles que se quedaran, cuando mi madre dijo que de ninguna manera. Ellos iban a la vieja casa a recoger sus cosas cuando Ricardo, que era el más inteligente, se percató de una cosa: Ellos habían enterrado las primeras reses, sabían donde estaban enterradas, si el seguro se enteraba no le darían una peseta a mis padres. Esperaron en la casa hasta después de la comida, sabiendo que mi padre marcharía y estaría fuera toda la tarde, luego fueron los tres a mi casa, yo me encontraba echado en el sofá viendo la tele, cuando llamaron mi madre los recibió de mala manera:

- ¿Qué pasa, es que no os quedó claro?

Con mucha calma, sin faltarle al respeto, tal vez por que yo estaba delante, Juan le dijo en pocas palabras que ellos habían enterrado ocho vacas y que si no los admitía de nuevo al día siguiente, lunes, tendría a los técnicos del seguro en casa.

 

 

Mi madre comprendió que no había salida:

- Bueno pues mañana van con mi marido a las cabras.

Manuel con una maliciosa sonrisa le dijo:

- Bien señora, pero este nuevo contrato merece celebrarse, así que dentro de un ratito se arregla un poco, que es domingo, y nos lleva a casa un par de choricitos, jamón, queso y ese vino tan rico, ¿Sí?

- Claro, enseguida se lo llevo.

Hice ademán de levantarme, como para ir con ellos, pero una mirada de Juan me hizo desistir; comencé a sospechar lo que se avecinaba.

Mi madre me mandó a buscar la comida y a los veinte minutos apareció arreglada. Salió sin que nos mirásemos a los ojos, supe que ella sabía lo que iba a pasar.

 

No podía dejar sola a mi madre o – siendo sincero - no quería perderme lo que ocurriría en aquella casa. No era complicado, cuando mi madre entrase la puerta se cerraría, pero como la cerradura no tenía manilla no hacía falta pestillo, sin llave no se podía abrir. Pero en mi casa había otra llave de la vieja casa; la busqué y fui corriendo.

Abrí con mucho cuidado, sabiendo que ellos se sentían seguros. Luego cerré sin hacer ruido y me dirigí hacía la zona de la cocina, que era de donde provenían las voces. Era bastante grande, solo tenía luz por una ventana situada en la pared a la derecha de la puerta. Como la puerta daba a un pasillo sin luz yo me encontraba en la penumbra y veía perfectamente lo que pasaba dentro sin ser visto, además me favorecía el que la puerta de la cocina era de dos cuerpos y el de abajo estaba casi cerrado. Me senté en un pequeño taburete de madera y escuché.

 

- Bueno mamasota, vamos a tomar fuerzas con estas cositas que nos has traído y luego te vamos a dar la cogida de tu vida.

- Mientras, para que vayamos entrando en calor, te quitas algo de ropa.

Mi madre , haciendo de tripas corazon se levanto el vestido para que le pudieran ver sus hermosas piernas.

 

 

Ellos la miraban ávidos mientras se llenaban la tripa de pan y chorizo, dándole buenos meneos a la botella de vino.

- Estás bien bien buena, como una de esas terneritas jamonas que monta el toro mientras le miras la verga, puta.

- Pero tu estas mejor porque tienes una carne bien blanquita y tierna, pero con dos tetas para alimentar a tres buenos toros como nosotros.

- Anda enseñanos un poquito más.

Mi madre se quitó el vestido y vi que no llevaba bragas.

- Mira la muy guarra que se vino sin bragas.

 

Nunca había visto a mi madre sin apenas ropa y ver su cuerpo de hembra maciza, hizo que se me pusiera dura. Sentado en mi taburete me desabroche él pantalón y comencé a acariciar mi pija. Me sobrepuse a un inicio de remordimiento; ella era la culpable de estar en esa situación. Ella era la que espiaba y se tocaba el coño mirando sus pollas. Ella era la que atosigaba a mi padre cuando estaba caliente. Ellos tenían razón merecía que la montaran hasta que no quisiera más.

Y allí estaba ella esperando que los muchachos terminaran de comer para cogerla; y yo esperando a que el primero de ellos comenzara a darle.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

- Eres bien puta, te pusiste ese liguero para calentarnos.

- Sí, deseas tanto el dinero del seguro como nuestras pijas.

- Anda, termina de enseñarnos esa concha y esa tetonas.

Mi madre sentada en un viejo sillón deslizó el corpiño hasta la cintura y liberó aquellos hermosos y rotundos senos.

Los tres muchachos quedaron hipnotizados por ellos y, sin meter nada en la boca, no dejaban de tragar saliba.

Yo estaba loco mirando sus tetas y pajeándome frenéticamente

Mi madre los miraba con cierto aire de superioridad, todavía se creía superior a ellos.

.

 

Mientras ellos apuraban los últimos pedazos de chorizo y sus vasos de vino, observé como mi madre los miraba, bueno sobre todo miraba para los bultos que tenían los muchachos entre las piernas. Sus ojos denotaban a la vez el miedo por la follada que le iban a dar y el deseo lascivo que siempre tuvo. Manuel se percató de su mirada y aprovecho para desabrocharse el vaquero que le oprimía su verga ya tremendamente dura:

- Mira mamacita, con esta vergota te voy a romper tu cuca y ese culazo.

Ella no apartaba sus ojos de la pija. Ricardo se sacó la suya y mientras se la acariciaba la miraba y decía:

- Mira yegua lo que te voy meter por ese chocho caliente que tienes.

 

Mi madre empezaba a asustarse al ver aquellos pollones de los muchachos bolivianos, que sabía serían incansables cuando la acometieran. Sus ojos se abrieron como platos cuando Juan, con una profunda malicia en sus ojos y en su leve sonrisa, se sacó aquella verga gruesa y aquel par de cojones de toro:

- Te voy a llenar puta, te voy a llenar de carne y lechita tus agujeros.

Y se fue hacia ella la levantó y llevándola al centro de la cocina comenzó a besarla y manosearla por todo el cuerpo. Manuel y Ricardo, que ya se habían quitado la ropa, se juntaron a ellos, restregando sus pollas contra las carnes de mi madre y amasando con furia sus hermosos pechos. Sus muslos, sus bien torneados brazos, sus nalgas, todas sus turgentes carnes sufrieron la codicia de aquellos muchachos que nunca habían tenido una hembra como aquella en sus manos.

Ellos querían darle un castigo a sus soberbia y avaricia; un castigo de verdad.

- Aaaayyyyyy, cabrooonees, no me pellizquéis.

Ese grito los excitó y comenzaron a pellizcarla con saña y a morderla en tantas partes de sus voluptuosas carnes, de una manera casi atroz las tetas.

Yo tenía la polla a reventar, me excitaba muchísimo ver retorcerse a mi madre entre las manos y las bocas de aquellos tíos que se la estaban, casi literalmente, comiendo.

Cuando se hartaron de magrearla Manuel marcó el segundo paso:

- Bueno Mamasota ahora eres tu la que nos vas a comer la verga.

Obligaron a mi madre a ponerse de rodillas ante sus vergas, ella intentó apartar su cara pues le daba asco.

- ¿Qué pasa zorra, no te gusta mamar pija?

- Por favor no me obliguéis a eso.

 

De poco le valió su queja, Manuel la agarró de los pelos y le restregó la polla por su cara hasta que consiguió que abriera la boca. Mi madre entendió que no le quedaba otra y, sobreponiendose al asco, comenzó a chupar la cabeza del pene y engulléndolo poco a poco. Luego Ricardo fue el que llenó su boca otro buen rato. Llegó el turno de Juan y mi madre tuvo que hacer un gran esfuerzo para engullir poco a poco aquel grueso cipote. Juan sujetó su cabeza y con una sádica sonrisa comenzó a follarle la boca. Estaba sintiendo un gran placer y lo trasmitía a sus manos que no dejaban de acariciar el pelo, la cara y el cuello de mi madre:

- Así mamita, has aprendido muy pronto.

- Mírala como chupa, parece que le va gustando.

Era verdad, yo estaba excitadísimo viendo lo puta que era mi madre. Se ve que nunca se la había chupado a mi padre; pero ahora se había acostumbrado rápido y ver aquellas vergas, que tantas veces había deseado de lejos, la habían puesto bien caliente.

 

Ahora estaba chupando como una loca la gruesa polla de Juan, la acariciaba con su mano recorriéndola, disfrutando de su tacto y su dureza. Sus labios mamaban la morada cabezota de su pene y luego engullía hasta los huevos el tronco; mientras su otra mano se entretenía sopesando y manoseando el par de bolas que le colgaban a Juan. El se fue poniendo como loco y comenzó a follarla rápido; mientras ella le entregaba totalmente su boca y su garganta y se abrazaba a él aferrando con su manos los glúteos del muchacho. El la sujeto por los pelos, su cuerpo se convulsionó y dando un alarido se corrió:

- Trágatelo todo zorra.

Mi madre le limpió la polla con cuidado y delicadeza; era obvio que había cogido gusto a las mamadas.

 

Juan se retiro y Manuel se decidió a tomar posesión de la señora de la casa. La tumbó en el suelo y se abalanzó con avaricia sobre sus pechos; los amasaba, los estrujaba y los recorría con su boca disfrutando de la suavidad y morbidez de aquellas moles blanquísimas. Se entretuvo un poco en sus pezones mientras mi madre comenzaba a dar gemiditos:

- UUyyyyyy.

Después comenzó a descender hasta concentrase en su entrepierna. Le separó las piernas y comenzó a besar y mordisquear la cara interna de sus muslos. Mi madre cada vez gemía más fuerte y acariciaba con sus manos la cabeza de Manuel. Luego el muchacho le separó los labios de la vagina:

- Qué concha más rica tiene.

Contempló su color rosado, la evidente humedad que rezumaba y acercando su boca comenzó a chupar y lamer con fruición.

 

Cuando sintió en su coño los labios de Manuel mi madre arqueo su cuerpo y comenzó a retorcerse. Ricardo que estaba calentísimo se colocó detrás de su cabeza y comenzó a amasarle las tetas. Entregada totalmente a los manoseos y caricias de los dos muchachos tuvo un orgasmo tremendo que yo acompañé con una corrida en la que parecía que se me iba la vida con la lefa. La verdad es que estaba disfrutando viendo a mi madre en las manos de los bolivianos.

Manuel le abrió bien las piernas, le recorrió los alrededores con la punta de su miembro y comenzó a metérsela:

- Te voy a dar la cogida de tu vida mamasota.

Se veía que estaba excitadísimo porque desde el principio comenzó a follarla con violencia; todo el cuerpo de mi madre temblaba con las embestidas de Manuel . Los tres muchachos contemplaban aquel cuerpazo de hembra que podrían disfrutar a placer.

 

Mi madre quería llegar a su segundo orgasmo:

- Métemela bien chaparro cabrón, a ver lo hombre que eres.

El muchacho enardecido levantó sus piernas, las puso sobre su pecho y abrazando con sus manos los turgentes muslos de mi madre, empujaba y metía su verga como si le fuera la vida en cada acometida. Ricardo y Juan se arrodillaron al lado de mi madre como si intuyeran su deseo. Ella cojió sus pollas con sus manos y les transmitió todo el gustó que estaba sintiendo.

- Te vamos a dar verga hasta romperte la concha.

Manuel con los ojos entornados y entre estertores, se corrió:

-Toma perra caliente, te voy a dejar preñada.

 

Sin apenas intervalo se colocó entre sus piernas Ricardo y la folló hasta que al poco rato mi madre se vino:

- AAAhhhh, que bueno, que bueno.

Ricardo se echó sobre ella y siguió clavándola mientras amasaba sus nalgas hasta que también él se corrió.

Mi madre también lo abrazó y se dispuso a descansar un poco:

- Ahora quédate quieto dentro.

- De eso nada yegua, me voy a sacar las ganas de hembra contigo.

Ella vio como Juan con su polla de nuevo dura se sentaba sobre ella y se la colocaba entre las tetas. Sus manos estrujaron la carne y sepultando en su canal el miembro comenzó a follárselas. Luego le cogió las manos a mi madre para que fuera ella la que apretase sus tetas sobre su polla. El se movía con fuerza.

 

 

Mientras Manuel y Ricardo se entretenían magreando sus muslos y metiéndole los dedos en el chocho. Empezaron con dos, pero luego le metían casi la mano:

Te vamos a abrir la raja, para que te entre bien la polla de Juanito.

Después de haberle follado un buen rato las tetas Juan la colocó para clavársela en el coño; la estuvo bombeando como 10 minutos, más que nada para contemplar su dominio de macho sobre aquella hembra y para lubricar la polla en sus jugos.

Luego le dijo a Manuel que se tumbara y puso a mi madre tumbada boca abajo chupándosela. Mi madre no se percató de las señas que les hacía a sus compañeros, solo sintió que él apoyaba su pija en el agujero del culo y comenzaba a apretar.

Ella intento revolverse pero Manuel y Ricardo la sujetaron. Conforme Juan apretaba se oían sus gritos ahogados por la polla que tenía en su boca:

UUUUmmmmmmm.

 

Mi madre manoteaba desesperadamente mientras él seguía metiéndola hasta que sus huevos se apretaron contra sus nalgas. Conforme su esfínter se dilató Juan se empezó a mover cada vez mas rápido. Cuando ya se movía a placer se inclinó hacía adelante y aferró con fuerza sus pechos. Los tres muchachos sonreían mirando aquella mujer totalmente sometida a sus deseos. Ello contrastaba con el dolor que debía sentir mi madre según los comentarios de los muchachos:

- Mira como llora al romperle el virgo se su culo.

- Tu marido nunca te ha dado tanto, ¿cierto zorra?

El muchacho estuvo un buen rato dándole hasta que por fin se corrió.

- Dejarme ya por favor, no puedo más.

- No mamacita, tenemos que sacarnos las ganas de hembra contigo.

 

Manuel siguió tumbado y obligaron a mi madre a que lo montara cabalgando un rato sobre su verga mientras disfrutaba del espectáculo de sus tetas bamboleándose al ritmo de la cabalgada. Luego Juan se colocó delante de ella para que se la chupara mientras Ricardo se colocaba detrás y buscaba su culo para clavarla. Con este espectáculo me llegó mi segunda corrida. Mi madre tenía todos sus agujeros llenos, sus carnes eran amasadas y disfrutadas por las manos de los bolivianos. Las embestidas de cada uno se sucedían haciendo templar su cuerpo. Noté como se abrazaba a las piernas de Juan y magreaba sus gluteos. La muy puta – pensé – se lo está pasando de miedo.

Así enmarañados en una gran jodienda cada uno fue corriéndose hasta acabar. Mi madre apenas podía ponerse en pie, preguntó la hora y se dispuso a volver a casa pues mi padre no tardaría en volver. Estaba agotada y humillada a pesar de que había gozado como una perra en celo.

 

- Oye bien zorra, esto no ha hecho más que comenzar, el seguro seguirá interesado en saber ciertas cosas y nosotros podemos hablar con tu marido de ese lunar que tienes en la ingle.

Definitivamente mi madre estaba en sus manos. Había comenzado una nueva etapa de su vida y de la mía.

Yo tenía una calentura terrible y cuando me fui a la cama no podía conciliar el sueño; entonces a mi mente vinieron de nuevo las imágenes de mi madre entregada como una puta a gozar y decidí que yo también iba a follármela. Me levanté y fui a la habitación de mis padres; los dos dormían profundamente. Desperté a mi madre y le dije que me encontraba mal del estómago, ella se dirigió a la cocina para prepararme una infusión, entonces la abordé de manera brutal:

- Te he visto esta tarde lo que has hecho con los muchachos y quiero que te acuestes un rato conmigo.

La bofetada que medió me tambaleó. Lleno de rabia le dije:

- Eres una puta y ahora despierto a papá para que vea como tienes el culo y le cuento lo del lunar.

Mi madre me intentó hacer ver lo monstruoso que era lo que le pedía. No le sirvió de nada, fuimos a mi habitación y follé por primera vez. La verdad es que me corrí pronto pues tras ver y tocar sus tetonas me puse como una moto no aguanté más que 10 minutos.

A partir de aquel día mi madre fue nuestra puta, casi todos los días uno u otro se la cogían, yo nunca me la follaba en su compañía pues me gustaba mirar lo que le hacían. La verdad es que ella, a pesar de las humillaciones que sufría, desarrolló una especie de adicción a las vergas de los chicos. A veces le hacían cosas muy fuertes; recuerdo una tarde que fueron a un prado a atender a unos novillos que ya empezaban a estar listos para cubrir a las vacas. Hicieron desnudar a mi madre y restregarse con el animal como si la estuviera montando. Luego como se ponían como motos le daban una follada terrible. Pasados 7 años mi padre falleció de un infarto. Los bolivianos siguieron cuidando el ganado mientras yo me fui a la universidad. La gente del pueblo aún comenta:

- La verdad es que estos muchachos bolivianos son fieles y trabajadores.

- También ella y su marido se han portado muy bien con ellos.

Es verdad; a día de hoy ni ellos ni mi madre tienen quejas.

Molinos. E-mail: besarion@mixmail.com