miprimita.com

Aquel verano con la mama

en No Consentido

AQUEL VERANO CON LA MAMA.

Cuando Susana, con su hijo Marquitos y su esposo Diego, salió de la gran ciudad para ir al pueblo de sus padres en aquel mes de Agosto, tenía claro que aquellas no iban a ser las mejores vacaciones de su vida. Hacía siete meses que las cosas se habían torcido…y mucho cuando menos se podía esperar.

Tanto Diego como ella trabajaban duro. Tenían 27 y 26 años, seis años de matrimonio y un niño de 5 años, que era la locura de sus abuelos. Se amaban y eran felices hasta que una mañana unos rollos de papel se desmoronaron encima de Diego y su compañero produciéndole unas lesiones en la médula que, de momento parecían irreversibles y lo tenían postrado en una silla de ruedas.

Susana tuvo que empezar a ver y a vivir la vida de otra manera. Por eso sabía que aquellas vacaciones no serían otra cosa que seguir pendiente de su esposo y del niño. Tan solo agradecería el no tener que madrugar para ir a su trabajo.

Cada uno ve la vida según le pintan las cosas, y para el pequeño grupo de seis chavales, que se encontraban dos o tres veces al año pasando las vacaciones en aquel pequeño pueblecito con sus padres, no había grandes diversiones, y claro las cuatro o cinco chicas o señoras que estaban un poco bien recibían de ellos demasiada atención .

De aquel grupo de adolescentes de 18 años, dos vivían en el pueblo y los otros cuatro estaban fuera. Desde hacía cuatro años dedicaban a Susana una atención preferente: era la tía que tenía las tetas más grandes. Por eso Susana siempre llamaba la atención a los hombres cuando entraba en el bar.

Para los chicos no era tarea difícil disfrutar de la visión de aquellos hermosos melones y del resto de su cuerpo, que no estaba nada mal, puesto que casi todas las tardes la familia comía o merendaba en una huerta, que los padres de Diego tenían a las afueras del pueblo. Allí el suegro de Susana, albañil de profesión, había hecho una sencilla piscina donde chapoteaban a placer.

Ver en bikini a Susana no era complicado, pues los huertos y prados estaban separados por paredes de piedras de metro y medio de alto. La altura era la ideal para espiar, retirando las piedras pequeñas. Sus pechos desbordaban ampliamente los escuetos trozos de tela que componían la pieza de arriba. Cuando ella se zambullía en el agua, la frescura del agua erizaba sus pezones que se destacaban en la fina y húmeda tela que los cubría. Las diversas posturas que, nadando, saltando, jugando con su hijo y sobrinos mostraba, tenía empalmados a los seis adolescentes que se llevaban la mano a sus pingas y comenzaban a masturbarse.

Ni que decir tiene que la apoteosis llegaba cuando ella y su cuñada, decidían tomar el sol y que a sus tetas también le diera un poco. Con aquella visión tenían materia de recuerdo para sus pajas de todo el año. Por eso cuando llegó aquel verano y la vieron aparecer su única preocupación fue que el estado de Diego no entorpeciera los baños en la piscina. Y efectivamente a los dos o tres días la familia comenzó a ir ala huerta, y Susana a bañarse con el niño, ya que Diego se molestaba si dejaban de hacer algo por atenderlo a él.

 

Mientras se recreaban contemplando las tetas de de la joven mamá, comenzaron a hablar y uno de ellos, viendo que el pobre Diego movía los brazos con dificultad, comentó:

Pobre hombre, seguro que no puede follársela. Con lo buena que está.

Va tío. Pero ella si puede pajearlo o chupársela.

Y por lo menos le podrá tocar las tetas.

 

La calenturienta imaginación de los chicos no podía llegar a comprender hasta que punto Susana echaba de menos las caricias de su esposo y las fogosas noches de fin de semana en que se entregaban a la pasión a tumba abierta. Había sido muy duro para ella comprobar que no había manera de estimular el miembro de Diego; debiendo en algunos momentos, autosatisfacerse a solas con sus dedos en el baño o cuando su esposo estaba dormido.

La verdad es que eso le preocupaba a la joven esposa; pues se daba cuenta de que empezaba a mirar a algunos compañeros de la fábrica de diferente manera que antes.

Y que a sus 26 años, por mucho que quisiera a su esposo, se confesaba a su misma que tenía necesidad de un buen rabo.

Ahora ellos contemplaban aquel cuerpo falto de caricias que salía de la piscina y se se disponía a tomar el sol. Mientras hablaba con su cuñada, Susana buscaba su protector solar y se sentaba sobre la toalla extendida en la hierba. Sus manos ahora desataban el lazo de su bikini y sus abundantes senos se desparramaban recibiendo el masaje de sus manos que suavemente aplicaban el protector.

Esto a los chavales los ponía locos y se masturbaban soñando despiertos con ser ellos quienes, tumbados al sol junto a ella, le pusieran crema en esas tetorras, en sus muslos, en sus nalgas y en todo su cuerpo.

Mientras las dos mujeres con los pechos al aire tomaban el sol, llegó su suegro acompañado de Santi, un muchacho de 20 años que trabajaba con el y que aquella tarde le acompañaba, para preparar los tubos de regar la parte de la huerta que estaba sembrada. Como iban hablando distraídos el suegro se percató tarde de que su hija y su nuera estaban con sus melones al aire, y cuando dio una voz para que se cubrieran ya Santi se los había comido con los ojos.

 

Con cierto descaro miró a Susana sonriendo mientras esta se daba rápidamente la vuelta sobre la toalla. Ella no se sintió molesta sino que, mientras el chico ayudaba a preparar los aspersores, no le perdía el ojo, e intercambiaron unas cuantas miradas y sonrisas. -"No estaba nada mal aquel Santi"- pensaba ella. Y cuando el chico marchó con su suegro le regaló una sonrisa.

Los dos recrearon aquellos momentos en la intimidad de la noche y se procuraronn con las manos, las caricias de una inexistente novia o un marido inválido.

Dos días después, domingo, tuvieron la ocasión de hablar y de mirarse, mientras tomaban unos vinos en el bar antes de la comida. Al hilo de la conversación Susana comprobaba con agrado lo atractivo que estaba aquel muchacho sin el mono azul y las botas de goma. Y Santi no le quitaba ojo del escote, notando que la joven esposa, en vez de sentirse molesta, parecía satisfecha.

Al rato, mientras comían cada uno en su casa, Santi se convencía de que aquella tía quería rollo con él. Y era verdad, pues en esos momentos la joven mama calculaba que, si quería echar algún polvo esporádico sin compromiso, mejor era hacerlo con aquel muchacho al que solo veía en vacaciones, y que estaba interesado en guardar el secreto, sino quería que el albañil lo despidiera por follarse a su nuera. Y en aquellos pueblitos no había muchas oportunidades para ganarse el buen sueldo que estaba cobrando.

La ocasión para decirse ciertas cosas sin levantar sospechas vino el siguiente fin de semana con los cuatro días de fiesta en los que pudieron hablar y sobretodo bailar. Por la noche Susana salía con sus cuñados y amigos al baile. A nadie le parecía mal que Santi, al que apreciaba toda la familia, la sacara a bailar. Desde el primer momento los dos sabían a que iban y se lo montaron muy bien. Bailaban tres o cuatro piezas y luego Sant desaparecía con sus amigos un rato par volver más tarde.

Durante las cuatro noches disfrutaron aquellos minutos a tope. Las manos de Santi sobaban y magreaban la espalda y el culo de Susana; apretándose contra ella para restregar su polla y sentir la turgencia de sus tetas contra su pecho. Mientras le decía al oído cochinadas que la encendían, contándole a la joven esposa lo que tenía ganas de hacerle. Junto con los calentones que se pegaron, aquellas noches sirvieron para concretar en que momentos y lugares podrían encontrase.

A pesar de algún descontrol por parte de Santi, quizás nadie se percató del asunto excepto quienes no tenían otro punto de atención que la joven mamá.

Los seis adolescentes no le perdieron ninguna noche el ojo y fueron envidiosos espectadores del manoseo que le daba Santi a Susana.

¡ Menuda puta¡ ¡Si se deja meter mano¡

El Santi se la quiere follar tíos.

Ya ¡como que se va a dejar¡

 

Parecía, no obstante, difícil encontrar la ocasión puesto que siempre debía estar Susana pendiente de su inválido esposo y su pequeño hijo. Rara vez, además, no estaba alguno de sus padres o suegros o sus cuñados. En los tres días siguientes a la fiesta cuando se veían en algún momento con sus miradas se decían todas las ganas y la calentura que había en ellos. Pero por fin llegó la oportunidad.

Junto a la huerta, había una vieja cuadra y pajar, además de una especie de de nave cubierta y sin pared por un lado, donde se guardaban maderos, andamios, cemento y todo lo que su suegro utilizaba en su trabajo de albañil. Este, que era un hombre más bien basto, había terminado aceptando que se preparara en un rincón de la nave un pequeño cuarto de baño, pues cuando les venían ganas de hacer sus necesidades debían hacerlo, parapetándose detrás de algún montón de maderos o lo que fuera.

Esto lo sabían perfectamente los seis cabroncetes que habían aprendido a descubrir cuando una de las mujeres quería ir a hacer "pipi"; cosa que no era difícil, ya que era ver a una hurgar en su bolsa, sacar un poco de papel higiénico y empezar a caminar hacía la nave sin ponerse nada. En bikini no iban a ir a otra parte.

Cuando esto ocurría los seis salían escapados y rodeaban la nave, que estaba a una cierta distancia de la piscina. Dado que era como un gran cobertizo no tenían problemas para entrar y acercarse al sitio donde las mujeres hacían aguas menores. Babeando libidinosamente contemplaban como Susana o su cuñada se bajaban la pieza del bikini y, puestas en cuclillas, aliviaban su vejiga.

Ver como de entre aquella mata de pelo negro salía el dorado chorrito, ver sus nalgas, ver como se limpiaba su rajita, los ponía locos. Rara era la tarde que ella, su cuñada o su suegra no eran vistas en este acto que ellas creían íntimo.

Pues aquella mañana su suegro y Santi habían empezado la pequeña obra del cuarto de baño, que al menos tuviera una taza de Water y un lavabo. Pero a mediodía un amigo requirió al suegro una intervención urgente. Decidieron que Santi continuara solo ya que no había mayor problema. Cuando llegaron Susana y los suyos a la huerta, ya estaba Santi trabajando y los seis adolescentes esperando el espectáculo.

Apenas se habían empezado a acomodar una señora vino buscando a su suegra y esta tuvo que marcharse. Susana que no había dejado de pensar en Santi desde que llegó, no se lo pensó dos veces. Inventó que algo se le había olvidado en casa y le pidió a su cuñada que cuidara del niño y de su esposo. Al niño le mandó que no se moviera del lado de su padre y sabía que era muy obediente. Se puso encima una camiseta y se marchó.

Grave equivocación, al no ponerse nada encima del diminuto tanga, los chicos interpretaron que iba al cobertizo a hacer algo y no quería estar con aquel diminuto bikini delante de Santi. Como de costumbre fueron a espiar. Al asomarse no vieron nada, ni donde meaban las mujeres ni donde debía estar trabajando Santi. Hasta que un leve ruido al caer algo al suelo condujo su atención hacía un montón de sacos de cemento. Al acercarse escucharon poco a poco leves gemidos y palabras; para por fin poder ver como Susana y Santi se comían el uno al otro los labios, mientras él le apretaba las nalgas.

Ella lo detuvo y hablaron. Santi se acercó al extremo de la nave, miró hacia la piscina y le hizo un gesto con la mano. Rápidamente la joven esposa cruzó hacia la cuadra-pajar y enseguida la siguió él. Los chicos se miraban nerviosos y excitados:

Van a follar, seguro que van a follar.

Ya te dije que era una puta.

Venga tíos, a ver si podemos ver algo.

Sabían que era arriesgado, pero también que ellos buscarían el rincón más oculto.

Una vez que comprobaron que los de la piscina no los veían, entraron sigilosamente en la cuadra. Vieron que al fondo había una escalera para subir al antiguo pajar. Se acercaron y fueron subiendo muy lentamente. Al asomarse descubrieron un montón d viejos muebles y otros objetos. Detrás de unos armarios se oían las voces. Dudaron un momento pero les pudo la calentura.

Tumbados en el suelo, metiendo sus cabezas debajo de los armarios, contemplaron como Susana, totalmente desnuda, le hacía una tremenda paja al joven albañil. Este, se había quitado la parte de arriba de su mono azul y lo tenía abierto hasta por debajo de los huevos. Mientras le metía la lengua hasta la garganta, amasaba desesperadamente las tetas de la joven madre. Alternativamente su mano estrujaba furiosamente cada uno de sus pechos.

 

Ella recorría con su delicada mano aquella buena polla, desde los huevos hasta el glande. Aquella cabezota hinchada y casi morada, que la tenía como hipnotizada.

Chúpamela un poco.

No Santi, eso no.

Joder, ¿qué más te da?

Me da asco y no se lo he hecho ni a Diego.

El, como si de una pequeña venganza se tratara, le pegó un estironazo en un pezón.

Sin embargo ella no protestó, lo cual animó a Santi que comenzó a hacer con sus tetas lo que le apetecía. Luego le echó en el suelo y, echado sobre ella, disfrutó de sus tetonas. Intentaba agarrar una teta con cada mano, pero era imposible abarcar aquellos fenomenales melones de carne. Las estrujaba y las chupaba haciendo que la joven mamá gimiera del placer que la estaba dando.

Los mamones que observaban escondidos bajo los viejos armarios estaban a reventar; puesto que juntos y boca abajo no podían masturbarse como hubieran deseado.

Mientras Santi, tremendamente excitado por la ración de tetas que se había comido, buscaba colocarse entre las piernas de Susana para clavarla. Sin embargo la joven esposa, por muchas ganas de verga que tuviera, no quería correr el riesgo de quedarse preñada. Además si lo dejaba a su aire el albañil se correría en 3 minutos.

Hábilmente recondujo la situación:

- Santi, primero fóllame las tetas y luego me la metes.

El joven albañil se resistía pues estaba loco por meter en caliente, pero ante la resistencia de ella, terminó aceptando y se colocó sobre su pecho, enterrando entre aquellas montañas de carne su hinchado cipote. Los blancos senos de Susana eran, como todo su cuerpo, de una piel muy delicada. Por eso la joven mama tuvo que sufrir las feroces acometidas del muchacho, que con sus restregones se los puso colorados.

Fueron ocho minutos en que ella tuvo que aguantar hasta que el caliente chorro de semen se desbordó sobre su pecho, garganta y barbilla. Ella se restregó el tibio jugo por sus pechos e invitó a Santi a enterrar de nuevo su verga y a follar de nuevo sus tetas. Poco a poco la suavidad y el calor de los senos hicieron que la pija del albañil se fuera endureciendo. Cuando Susana comprobó la suficiente firmeza invitó al muchacho a penetrarla.

Santi le abrió las piernas, deteniéndose un momento en mirarla toda abierta; apoyó la cabezota de su miembro y empujó. La joven e insatisfecha esposa, exhaló un gemido de placer que espoleó al muchacho para que comenzara a bombearla como un poseso.

Ella estaba totalmente descontrolada y bramaba:

- Dámela toda cabrón, dame fuerte.

Y él arremetía y empujaba con todas sus fuerzas.

- Te voy a romper el coño guarra. Te lo voy a reventar.

Ella gemía y movía la cabeza a un lado y a otro entregándose sin reservas, buscando disfrutar todo lo que hacía meses le había sido negado. Muerta de gusto, los sucesivos orgasmos la hacían temblar y estremecer mientras el albañil la sujetaba por los tobillos, abriéndola totalmente, hasta dejarse el alma en cada embestida.

 

Después de tres orgasmos recuperó un poco el control y esperó el momento en que el rostro de Santi le indicara que estaba a punto de venirse. Cuando lo percibió le cogió la polla con habilidad y se la sacó del chocho, masturbándolo hasta que se corrió. El muchacho le dijo algunas cosas groseras, por no dejarlo terminar dentro de ella; pero al final comprendió que ella debía protegerse y él, a fin de cuentas había pasado un rato cojonudo.

Mientras intercambiaban los últimos besitos, los adolescentes iniciaron retirada, conscientes de que aquello terminaba. Sabían que tarde o temprano volverían los dos a echar otro polvo.

Sin embargo durante unos días tuvieron que conformarse con el bikini y los momentos de la crema solar; era verano y todo el mundo quería arreglar algo, así que el suegro y Santi no terminaban el baño. Hasta que una tarde en que parecía que los dos darían un buen empujón a la obra resultó que otra persona requirió al suegro. Dado que parecía que el suegro tardaría, el muchacho se acercó al grupo de la piscina a beber algo, comentando que otra vez lo habían dejado solo.

Inventando algún pretexto Susana se dirigió hacia la nave, y en cuanto pudieron se fueron al pajar de la cuadra. Enseguida los seis chavales se percataron de la situación y fueron detrás. No se había demorado mucho la parejita, pues ya estaba El colocado entre las piernas de la infiel esposa dándole rabo a todo trapo.

Ella gemía como una loca rodeaba la cintura del albañil con sus piernas recibiendo su pija hasta lo más profundo. El la clavaba, con cierta brutalidad, mientras miraba la cara desencajada de la joven mamá, totalmente abandonada a sus sensaciones. Los seis cabroncetes en su oculta posición se recreaban viendo el cuerpazo de aquella joven hembra temblar de placer al recibir las acometidas en su húmedo coño.

Uno de los muchachos tuvo una idea, que algunas veces hacían cuando la gente se bañaba en el riachuelo del pueblo: coger alguna ropa y esconderla. Esta vez se trataba de cogerle a ella su camiseta y la parte de arriba del bikini; y a ver como se las arreglaba. Dado que los dos amantes habían tirado la ropa hacía el lado de los viejos armarios no fue difícil coger las prendas.

Después de derramarse dentro de ella y tocarle un rato las tetas; ahora Susana recibía a cuatro patas la polla de Santi desde atrás. Los seis adolescentes estaban encantados viendo todo el cuerpazo de la joven mamá y contemplado como, mientras amasaba sus nalgas, con cada embestida del albañil sus tetonas se bamboleaban.

Entonces comenzaron a sentirse las voces del suegro llamando a Santi. Rápidamente los dos corrieron a vestirse, pero Susana no encontraba su camiseta ni la mitad de su bikini.

- Vete, corre, que es a ti a quien busca.

Mientras Santí salía de la cuadra-pajar, diciéndole al suegro que había ido a buscar algo, Susana se llevaba la desagradable sorpresa de ver salir de debajo de los viejos armarios a los seis cabroncetes riéndose con sus prendas en las manos.

Pronto la infiel mamá se vio rodeada de los adolescentes, que ya casi no reían pues sus rostros empezaban a tensarse por la lujuria que asomaba en sus miradas. Ella empezó a sentir miedo de que aquello no quedara solo en una broma pesada y humillante. Mientras se afanaba por tapase los pechos sentía una gran vergüenza al pensar que aquellos chicos la habían estado mirando todo el rato mientras Santi se la follaba. Por eso lo que salió de su boca fue casi una súplica:

Venga, chicos, dadme la ropa.

Y sino te la damos ¿qué vas hacer? ¿decirle a tu suegro que te ayude a recobrarla?

El círculo se estrechaba y ya las manos de los seis comenzaban a sobarla. Sintió una mezcla de miedo y rabia. Se reprimió con la esperanza de que las cosas no fueran mucho más lejos. Uno de los muchachos acabó pronto con ella.

Deberías estar contenta puta. Llevas pidiendo rabo desde que llegaste, y lo entendemos. Una tía que está tan buena como tú necesita una buena polla todas las noches y tu pobre maridito no te la puede dar. Pues ahora en vez de una vas a tomar seis.

Uno de ellos la agarró por la cintura, la apretó contra sí y comenzó a moverse torpemente, afanado en sobarle el culo y las nalgas. Como el chico era más bajo que ella pronto su atención se centró en los enormes senos de Susana . Los otros cinco reían excitados ante el espectáculo: el muchacho seguía ciego de lujuria manoseándole las nalgas como un poseso y paseando sus morros por el generoso par de tetas , mientras ella intentaba débilmente separarlo.

- Vale tío, ahora nosotros.

Como estaban superexcitados se abalanzaron sobre ella dos a la vez; la pobre Mama tuvo que aguantar que la estrujaran entre los dos, mientras sentía sus duras pijas restregándose sobre la delicada piel de sus firmes muslos y nalgas. Sus pechos eran estrujados con fuerza por el chico que la cogía desde atrás, mientras el de adelante le chupaba y mordía los pezones a lo bestia.

Cuando unos soltaban otros dos se agarraban a sus carnes; Mientras aguantaba con sofoco el brutal manoseo, miraba aterrorizada como los chicos meneaban sus pollas mientras la miraban con ojos desencajados por la lascivia. Sentía pánico de lo que querrían hacer con ella. Hubiera deseado gritar, pero sabía que no debía hacerlo si no quería complicarse la vida. Con los ojos humedecidos escuchaba los comentarios groseros que los muchachos le hacía en voz bajo.

-Que buena estás hija de puta.

-Te lo vamos a hacer todo. ¿Oyes?

- Si todo lo que hemos visto las revistas.

- Te vamos a castigar por ser una puta que engaña a su marido.

Después de un buen rato en que estuvieron magreándola a conciencia decidieron que harían una primera ronda individual para follársela .

La echaron al suelo y el primero se colocó entre sus piernas; con bastante torpeza le colocó la polla en su rajita y, cuando acertó con el camino de entrada, comenzó a clavarla mientras sus manos se apoderaban de sus pechos estrujándolos. La infiel esposa dio un respingo pues la tensión hacía que apenas estuviera mojada, y comenzó a sentir el áspero mete-saca del adolescente, que cada vez arremetía con más fuerza.

Ante la torpeza del chico no pudo menos de decir:

- Así no ¡cabrón! No sabéis tratar a una mujer.

 - Ahora vas a ver si sabemos tratarte, ¡puta!

Y el chico, apretó sus tetas con rabia y comenzó a bombearla furiosamente, mientras tanto él como sus amigos contemplaban satisfechos el gesto de dolor de la mujer.

- Dale sin piedad a esta zorra.

Los cinco que miraban estaban fuera de sí viendo como su amigo se agitaba frenéticamente entre las turgentes carnes de aquella espléndida hembra. La verdad es que aquellas carnes temblando en cada acometida, aquellos muslazos abiertos y sus brazos agitándose desesperadamente no tenían parangón con nada que hubieran visto antes.

El joven sátiro estaba llegando al final y empujaba con más ahínco hasta que entre estertores se corrió. Susana sintió aquel flujo caliente en sus entrañas.

En seguida se colocó otro chaval entre sus piernas. Tan torpe com el anterior, tardó en poder penetrarla aunque encontró el coño de Susana bastante húmedo. Ahora Susana se desesperaba y el pervertido que la montaba tenía un aliciente más: Ella no podía ya reprimir sus gemidos en un contraste de sensaciones: sus doloridos pechos, estrujados sin piedad y la respuesta de su chocho que empezaba a agradecer el continuo mete-saca.

Casi sin querer comenzó a moverse al compás del muchacho:

- Uuuuhhhhhh

El chico se echó sobre la joven madre y se aferró a sus nalgas mientras ella cerraba sus piernas en torno a sus caderas. El sonrió y mientras la bombeaba le dijo:

- Ya sabíamos nosotros que eras una puta con muchas ganas.

Ella cerró los ojos y quiso no pensar en nada, dejándose llevar y aceptando que las cosas fueran viniendo. Así fue recibiendo a los otros cuatro chicos que la fueron cabalgando mientras empezaba sentir dolor en la espalda y el culo de tanto aguantarlos encima echada contra el suelo.

Cuando terminó la ronda individual, decidieron aprovechar el tiempo que les quedaba apurando la suerte de tener a su disposición a la maciza mamá. Se produjo una especie de carga general de la caballería, pues cada uno buscaba el agujero que más le apetecía y manoseaba las partes del cuerpo de Susana que más le atraía. Como la eyaculación tardaba en llegar la joven esposa era cambiada de posición sin darle descanso. Un chico sentado sobre su vientre le follaba salvajemente las tetas, mientras otro levantándole las piernas entre su pecho y la espalda del anterior, la clavaba sin piedad.

A penas pudo protestar cuando otro cabroncete la obligó a chuparle la polla puesto al lado de su cabeza y sus manos eran sujetadas y puestas entre las piernas de otros dos para que los pajeara. Así se fueron turnando, disfrutando de una manera especial al enterrar sus pijas entre aquellos dos melones turgentes y cálidos.

La ultima acometida total fue agotadora para Susana.

- Ahora nos vas a montar tu ¡zorra!

La joven madre fue obligada a montar sobre la polla de cada uno, mientras recibía la pija de otro en su boca, que la sujetaba por los pelos follándola hasta la garganta con brutalidad. Además debía pajear a otros dos mientras esperaban su turno. Cuando, agotada por el esfuerzo desatendía alguno de los cuatro, o paraba un momento, los otros dos le pellizcaban las tetas y le azotaban las nalgas. Lo que más les gustaba era arremeter todos con fuerza haciendo rebotar y temblar el cuerpo de la mujer mientras cada uno estrujaba, mordía o pellizcaba sus tetas, muslos, y lo que más cerca pillaba.

Poco a poco los seis fueron descargando la poca leche que les quedaba en los huevos. La echaron a un lado y ella quedó quieta. Estaba desecha de cansancio y apenas podía moverse. Los adolescentes, también agotados, se vestían sonrientes mirando satisfechos el cuerpo que habían usado a su antojo.

- Si te volvemos a pillar en otra será por que eres una puta redomada y entonces será peor.

Esperaron a que el suegro no les pudiera ver y se marcharon.

Dos días después Susana volvió a la piscina de la huerta. Pasó por allí Santi y se miraron. Los chavales supieron que tal vez, antes de terminar el mes, tuvieran una nueva oportunidad. Hasta entonces seguirían espiando para verle las tetas recordando su agradable tacto y su mullida firmeza.