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Carcel de menores: madre rehabilitadora...

en No Consentido

CARCEL DE MENORES: MADRE REHABILITADORA …A LA FUERZA.

La sentencia del tribunal nos dejó consternados; los jueces querían cortar por lo sano y atajar la violencia de los grupos juveniles xenófobos y ultraderechistas. Mi hijo Jaime de 17 años debía ingresar durante tres años y medio en una carcel de menores; el abogado nos dijo que era excesivo pero que lo que se buscaba era escarmentar a los jóvenes para que no se integraran en ese tipo de grupos.

Su padre y yo lo acompañamos al centro de internamiento; lo que percibimos fue desasosegador: ni los gestos ni las miradas de los suspuestos educadores-vigilantes y de los otros muchachos hacían concebir esperanzas. Yo me sentí molesta por la forma en que unos y otros me miraron; incluso pude oir como uno de los funcionarios comentaba a otro:

- Joder que buena está la madre del pijito-nazi.

Mi marido y yo entendimos que en ese ambiente ningún beneficio educativo o corrector de conducta sacaría nuestro hijo. Más bien saldría de allí un ser más destrozado y quizás más inhumano. La primera visita me lo confirmó: cuando pasé a la sala de visitas pude ver los tipos y las caras más variados, en su mayoría inquietantes; luego las palabras de mi hijo me hizo conocerlos. Había allí muchos chicos inmigrantes mayoritariamente marroquíes, algunos latinoamericanos y subsaharianos y bastantes españoles. La vida no les había dado ninguna oportunidad, en general, y había sacado lo peor de cada uno.

Mi hijo me contaba como circulaba la droga, como había malos tratos de unos a otros, violaciones etc. A todo ello los funcionarios hacían la vista gorda si entendían que permitirlo les traía menos complicaciones que reprimirlo.

Mama, fíjate como te miran.

La verdad es que me dio miedo sostener la mirada de algunos muchachos que de hito en hito, mientras conversaban con la persona que los visitaba, me miraban insistentemente. Mientras conducía de vuelta a casa me di cuenta de que a aquellos chicos enjaulados les impactaba mi manera de vestir elegante y algo sexy , pues a mis 38 años años mis formas de hembra maciza y mi melena rubia debía excitarlos mucho dada su situación. Estaba acostumbrada a que en el hospital donde trabajaba en los laboratorios, mis compañeros médicos me dedicaran miradas libidinosas; pero lo que percibí en sus ojos era más fuerte que cualquier burrada que hubiera escuchado antes.

Cuando regresé el sábado siguiente mi hijo temblaba mientras me contaba lo que había soportado y sufrido, estaba aterrorizado y sus palabras me acongojaron a mi.

Algunos de los que me habían visto el día anterior habían propalado lo buena que estaba la madre de "Jaimito", como le llamaban, eso llegó a oídos de los capos de la carcel, lo peor de lo peor, tipos a los que nadie visitaba, carentes de todo afecto humano. Después de preguntarle marranadas sobre como follaba, si me había visto desnuda etc; hicieron venir a un pobre desgraciado del que hacían lo que querían y lo violaron unos cuantos, mientras el pobre infeliz aullaba de dolor. Cuando llegó el funcionario allí no había pasado nada y el vigilante se marchó sabiendo lo que dejaba a sus espaldas.

- Bueno chaval, pues esto que has visto no es nada comparado con lo que te vamos a hacer si tu mamita no colabora a nuestra "rehabilitación".

Mi hijo se despidió con los ojos nublados:

- Mama antes de irte tienes que hablar con el Fiti que está ahí esperando.

Se levantó y al salir se cruzó un muchacho, al que el vigilante hizo ademán de impedir el paso.

- Quieres que te monte esta noche una movida del copón?

Eso bastó para que el funcionario retrocediera. Se acercó a mí y se sentó en frente. A pesar de tener la edad de mi hijo sus hundidos ojos , su aspecto, eran los de un viejo, viejo como el demonio, como el pecado, como la lujuria. No había más vida en ellos que la excitación y la malicia.

Sus palabras no dejaron lugar a dudas y el miedo por mi hijo no me dejaba salida, no podía contar con los funcionarios, estaba sola ante aquella realidad. Me dirigí al funcionario que estaba presente y el me acompañó, después del turno de las visitas, ante el educador jefe. Había con él otro funcionario:

Mire, creo que los muchachos que están con mi hijo necesitan un trato humano; he pensado que unos ratos de conversación con ellos les haría bien , que ellos puedan hablar conmigo como con su madre, o hermana o amiga, que no tienen.

Intentaba ser lo más convincente posible:

Si usted facilitara una sala donde poder hablar en grupo ellos y yo sin que se sintieran vigilados, sería de gran ayuda.

Los tres se miraron y el vigilante de las visitas dijo:

- Quizás sea bueno, el Fiti es uno de los interesados.

Se sonrieron y me miraron desvergonzadamente:

Me parece una buena experiencia, haré lo posible para que el sábado pueda usted empezar.

El Sábado siguiente me esperaba sonriente el educador en la recepción del centro:

Buenos días Señora, puede comenzar hoy las sesiones. He pensado que nada mejor para que ellos se sientan a gusto que usted charle con ellos en su medio, donde se sienten, en cierta manera, en su casa. He autorizado que se reunan en la habitación de su hijo. Ya me contará como ha ido todo.

Mientras me hablaba me miraba de arriba a bajo y yo leía en sus ojos y sonrisa cínica:

- Que mejor te puede venir que las cuatro literas según vas vestida.

Instintivamente me intente estirar la corta falda que llevaba a mitad de los muslos. Agaché la cabeza avergonzada y seguí a un funcionario.

Mientras caminaba observaba como los demás funcionarios me miraban y hacían comentarios; uno lo oí claramente:

- A esta la van a "insertar" y "reinsertar" de cojones.

Cuando entré en el corredor de las habitaciones los ojos de los muchachos se asomaban a sus puertas fuera de sí por la excitación que sentían sabiendo lo que me aguardaba.

Llegué a la habitación de mi hijo, entré dentro; había seís muchachos con él, uno de ellos el Fití.

Venga Jaime dale un beso a tu mama y date una vuelta por ahí que ya ha visto que estás muy bien.

Apenas se cerró la puerta y el Fiti me espetó:

Tenemos solo dos horas y queremos llegar pronto a un trato personal profundo; y como un gesto vale más que mil palabras, haznos un buen strip-tease mientras nos desnudamos como la zorra que eres.

Comencé a quitarme la chaqueta y la blusa mientras ellos clavaban sus ojos en mis grandes senos cuyos pezones se veían atraves de la fina tela del sujetador color carne.

Mientras yo no podía evitar mirar con asco los cuerpos de aquellos pervertidos. Tanto los dos chicos españoles como los dos muchachos marroquíes estaban muy flacos, casi escualidos.

Me aterró el ver numerosas marcas de pinchazos en diversas partes de su cuerpos. Unos restos de polvillo blanco en una mesita me daba entender que se acababan de meter unas "rayas". Los otros dos muchachos un hispano y un subsahariano no hablaban, eran de complexión fuerte, el hispano un poco gordito y con la cara llena de granos y espinillas. Todos se pajeaban mientras yo seguía desnudándome.

Mientras me quitaba la minifalda y dejaba ver mis espléndidos muslos enfundados en unas finas medias también de color carne, escuchaba sus comentarios. Su voz no era fuerte, no chillaban, no les quedaban muchas fuerzas y la excitación que les producía mi cuerpo y la cocaína esnifada, querían concentrarla en su entrepierna. Cuando soltaba los tirantes del liguero para poder quitarme el tanga y dejé ver mi peludo coño rubio, notaba su agitada respiración. Cuando mis turgentes pechos fueron liberados observé sus caras y solo acertaban a mascullar:

Joder que tetas!

Luego, como si estuvieran agotados por la excitación, se sentaron en las literas y me hicieron pasearme por la habitación para contemplar como mis gluteos generosos en sus formas y volumen, le meneaban sobre mis piernas modeladas por los zapatos de tacón alto:

- La Puta que la parió ¡Que culo tiene!

El Fiti respiró hondo se puso de pie y los otros cinco a su lado:

Bueno zorra ya estamos ciegos, ahora vas a moverte deprisa para aprovechar bien el tiempo.

Me hizo poner de rodillas y mamarles la polla a los seis; mientras le mamaba a uno pajeaba a los dos que tenía al lado, así todos por turno. Al que se la mamaba me sujetaba la cabeza mientras se movía como un poseso golpeando mi mentón con sus bolas. Las pollas de los flacos eran normales, pero las otras dos eran muy gordas. Les encantaba ver mi dificultad para comérmelas. Tal vez por eso los habían invitado.

Después que les dí dos pasadas me tumbaron en una litera, atravesada, con el culo apoyado en el borde. El Fití me abrió de piernas y me la clavó mientras los dos marroquíes me mordían y mamaban las tetas, uno a cada lado, a la vez que yo los pajeaba. Las embestidas del pervertido drogata eran tremendas, parecía que su delgado cuerpo quisiera entrar detrás de su verga dentro de mí. El castigo se hacía duro por los apretones , manoseos y mordisco que le daban a mis pechos ; mientras yo me agotaba moviendo mis manos sobre sus vergas. Los moritos estaban en la gloria:

- Que rica paja haces mujer con manos blanquitas.

El Fiti se corrió en mi húmedo chocho, que no podía ser insensible a la follada que me estaba dando, pero no podía ser disfrute porque me atenazaba el miedo de que aquella espesa leche llevara el veneno del sida o sabe Dios qué.

En seguida los dos marroquíes y el otro español de colocaron entre mis piernas, bombeando como fieras, mientras mis brazos y muñecas me dolían de cansancio al deslizar mis manos una y otra vez sobre las vergas.

Cuando los cuatro terminaron de follarme y magrear mis tetas, iniciaron el periodo de recuperación y excitación, pasando a ser protagonistas los otros dos. El Fiti dejó libres al negro y al hispano para que me manosearan y chuparan todo el cuerpo, dándoles así un buen espectáculo. Luego les indicó que me pusieran a cuatro patas y mientras uno me bombeaba a gusto el chocho por detrás amasando mis nalgas y dándole cachetazos, el otro me follaba la boca mientras yo le masajeba sus gluteos y el se se aferraba a mis tetas. Antes de que se corrieran les hizo cambiar los puestos y cuando me habían bombeado un buen rato y cuando ya pensaba que se iban a venir en mi coño y en mi boca dio una vuelta de tuerca.

- Negro túmbate debajo de la litera!

El muchacho se tumbó de tal manera que yo me sentara y clavara sobre su verga a la vez , para inclinarme hacía adelante y meter mi cabeza entre las piernas del Fiti a mamarle su todavía flácida pija ( era evidente que se mataba a pajas aquel cabrón salido). El negro se movía suavemente como si esperara algo y eso llegó:

Ahora mamita te voy a llenar esa concha de puta que tienes.

Aquello era demasiado , el hispano colocaba su gruesa polla junto a la del negro y empujada causándome un gran dolor al dilatarse tremendamente mi vagina.

Intenté suplicar pero me sujetó la cabeza entre sus piernas y se me saltaron las lágrimas por el dolor. Cada vez las pollas entraban juntas más adentro, y yo observaba de reojo las caras ávidas de aquellos pervertidos, que me miraban deleitándose con el destrozo que me estaban haciendo. Todo mi cuerpo estaba al límite. El muchacho negro me apretaba con fuerza las nalgas mientras el hispano se aferraba a mis tetas para mantener el equilibrio y embestir con más fuerza ; los otros me hicieron agarrarles las pollas mientras buscaban un pedazo de mi blanca piel para disfrutar.

Las embestidas se hicieron atroces cuando los dos que me follaban se vinieron dentro de mi casi simultáneamente.

No me dieron tregua, los dos que acababan de follarme se sentaron en la litera y el Fití me ordenó que chupara sus gruesas pollas que no habían pedido toda su hinchazón. Cuando estaba engullendo aquella vergota negra sentí que varias manos se ponían en mi cintura, luego unos dedos que subían de la raja del chocho y se detenían en el agujero del culo, metiendo primero uno y luego dos dedos. Ellos percibieron mi temblor efecto del pánico que sentía sabiendo lo que iban a hacerme. Fití apoyó su verga y empezó, poco a poco a meterla, yo seguía estremeciéndome y él llegaba hasta el fondo luego tomó ritmo cada vez más violento mientras yo apenas podía mascullar mi dolor ahogada mi boca por aquel pollón negro. Me rompió toda y se corrió agitándose y luego desplomándose exhausto sobre mí.

La operación se repitió cuatro veces mientras yo me alternaba en la polla del hispano y la del negro. Me hizo mucho daño uno de los marroquíes que se movía en circulo sobre mi culo mientras me clavaba y pellizcaba mis nalgas y tetas diciendo:

- Tú mujer: muy puta, muy puta.

Luego se volvieron a sentar los cuatro en las literas y tomaron posesión de mí a la vez el negro en mi chocho y el hispano en mi culo alternando sus embestidas haciendo que mi cuerpo temblara de atrás a delante cada vez más rapidamente mientras ellos hacían comentarios sobre como temblaban mis carnes y rebotaban mis tetas. Esta vez los dos tardaron más y dieron tiempo a que los otros se empalmaran y puestos de pie se pajearan intentando correrse. Tres lo hicieron poco después de que el chico negro me llenara el culo y el hispano la concha.

Pero quedaba lo que quizás fue más desagradable para mi. Uno de los marroquíes no consiguió correrse con la paja y cuando todos se sentaron el me hizo tumbar en la litera de arriba y echado sobre mi comenzó a follarme en la postura de misionera y a besarme en la boca como si fuera su mujer. Ver sus ojos que casi se metían en los míos mientras su lengua llenaba mi boca; sentir a la vez ese manoseo suave en mis pechos y sus manos recorriendo mi espalda mientras me follaba despacio, me resultó más desagradable que otras cosas sin duda más duras. Cuando se corrió sonrió satisfecho, los otros ya no estaban . Afuera oí a mi hijo que se esforzaba porque nadie abriera la puerta y me viera.

Te vamos a partir la cara niñato.

El Fiti le protegió a su manera:

Vale dejar al chaval, si va a ver terapia todos los sábados.

Recompuse mi aspecto como pude y salí de la habitación recorriendo el pasillo entre las miradas de aquellos muchachos que aquella noche se iban a pajear bestialmente pensando en lo que sus compañeros me habían hecho y ellos pensaban hacerme. Los funcionarios me miraban complacidos porque aquella noche no habría movida y también podrían pajearse. Yo no sabía que la destrucción del sistema era tal que también aquella noche mi hijo se pajearía recordando lo que había visto por la mirilla de la puerta mientras evitaba que nadie más entrara en la habitación.