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Oscuras perversiones en el monasterio

en No Consentido

OSCURAS PERVERSIONES EN EL MONASTERIO

I

El hermano Remigio se retorcía y aullaba por el dolor terrible de su carne abrasada; su compañero de tormento, Aurelio, no había soportado el dolor y había perdido el conocimiento. Las caras de los habitantes de las aldeas cercanas rebelaban satisfacción y gusto en su mayoría; aunque también había mujeres que se lamentaban por el horrible final de aquellos dos monjes de la abadía benedictina. Pagaban por sus delitos, a todas luces execrables, pero la hoguera era algo terrible.

 

Desde una ventana de la biblioteca del monasterio el hermano Anselmo contemplaba con un sentimiento indefinido, y por eso desasosegador, la muerte de los dos monjes. El, cómplice de sus delitos, se había salvado gracias a su silencio, a pesar de los tormentos. Tal vez, pensaba él, sus dos compañeros esperaban que de alguna manera, a modo de venganza, continuara sus acciones.

 

Anselmo, monje erudito, encubría detrás de su apariencia de piedad, cultura y compostura religiosa una insaciable lujuria, que le hacía escudriñar todos los manuscritos que de alguna manera trataran el tema de lo femenino y los pecados de sexualidad. Era un experto en todo lo que se refería a la moral sexual, podría disertar durante días con gran profusión de ejemplos.

En medio de aquella numerosa comunidad monacal, pronto descubrió dos seres afines, Remigio y Aurelio, dos hermanos legos , entregados de pequeños por sus padres, y que a pesar de su tosquedad y malos modos eran buenos para las tareas más duras. El prior los tenía que amonestar con frecuencia, por su falta de atención en el coro. Era inútil no tenían la más mínima actitud para las cosas espirituales.

Su relación se inició con motivo de un viaje que Anselmo hizo a un priorato menor para iniciar a unos jóvenes monjes en la copia de manuscritos. Durante el viaje pudo ver como se les iban los ojos detrás de las mujeres; y su condescendencia ante los comentarios subidos de tono les hizo tomar confianza. Ellos debían traer a la vuelta las contribuciones que los campesinos hacían al monasterio del que eran feudatarios.

 

No le causó demasiada sorpresa cuando tras llegar a una casa y discutir con el hombre, éste le invitó a Anselmo a que lo acompañara mediante un pretexto. Pasado un rato, que el creyó suficiente, volvió a la casa y acercándose despacio pudo escuchar los lamentos de la mujer del campesino. Cuando entró con gran sigilo contempló como, totalmente fuera de sí, los dos legos se estaban follando brutalmente a la infeliz mujer, que a sus cuarenta años tenía unas espléndidas carnes blancas donde ellos saciaban su hambre atrasada.

Si le sorprendió ver como entre los dos la manejaban y la ponían de diversas formas para gozarla. Instintivamente se levantó el hábito y buscó su ya dura verga, comenzando a masturbarse mientras veía como Remigio la montaba contra natura, provocando los gritos desesperados de la mujer que sentía desgarrarse su culo con la tremenda tranca de Remigio. Anselmo disfrutó como nunca antes de una tremenda corrida; ahora el que se la metía era Aurelio y la pobre mujer se ahogaba en su dolor, pues aunque el lego era pequeñito, casi enano, estaba cuadrado y tenía una polla no muy larga pero exageradamente gruesa. Los mas bajos instintos de Anselmo afloraban y él los aceptaba conscientemente, sí, le gustaba aquella mezcla de sensualidad, dolor y brutalidad. Volvió a correrse y allí permaneció agazapado hasta que los dos se cansaron y dejaron a la mujer semiinconsciente en el suelo.

 

No se movió de su sitió para esconderse, cuando los dos legos lo miraron un poco asustados, su sonrisa maliciosa disipó sus temores, podían estar tranquilos. El resto del viaje transcurrió sin que ninguno hiciera comentarios al respecto. Cuando llegaron al monasterio los dos legos sabían que nada tenían que temer y que posiblemente tenían un poderoso aliado que daría cobertura a su lujuria. No se equivocaban; las imágenes del grandote Remigio y el pequeño Aurelio montando a la pobre mujer, evocaban en Anselmo las grotestas miniaturas de personajes deformes que con profusión aparecían en los códices de cuya lectura tanto disfrutaba .

 

Ahora mientras veía a lo lejos quemarse a los dos crápulas, recordaba episodios que alimentaron su lascivia, su voyerismo insaciable, y cómo las cosas se les empezó a ir de la mano. Habían sido casi tres años en los que habían campado a sus anchas los tres. Como muchos de los monjes eran reacios a salir del monasterio, Anselmo recibía la encomienda del prior de numerosos asuntos que le daban ocasión de acompañar a los legos.

I I

Aquellos desalmados no desaprovechaban ocasión de abusar de las mujeres de cualquier edad si sus maridos o padres no podían hacer frente a los pagos debidos. Y así llegó la primera tragedia irreparable. Era un otoño y la cosecha no había sido abundante; aún así cuando los tres llegaron a una aldea se encontraron con una boda de dos jóvenes. Les llamó enseguida la atención la extraordinaria belleza de la joven de cabellos dorados. Los padres de ambos no podían pagar las contribuciones. Sin apenas dejarlos suplicar un plazo más largo para pagar, mientras Anselmo retirado fingía leer, los dos legos les pusieron en el dilema de acceder a sus deseos o dejar las tierras. Mientras los parientes emborrachaban al novio, los padres de la recién casada la llevaron a casa con un falso pretexto.

 

Cuando la joven se vió sola con aquellos dos energúmenos comenzó a llorar desesperadamente suplicando que la dejaran irse. Remigio se acercó a ella y le dio un tremendo bofetón:

- No tenemos todo el día, zorra, así que mejor será que no nos hagas perder tiempo.

Ella se resigno y deseando que la cosa fuera rápida comenzó a quitarse con mucha delicadeza el bonito vestido que con tanta ilusión se había prepardo.

 

Su hermoso cuerpo fue quedando desnudo ante los ojos de los tres monjes. Su piel era blanca, fina, con venillas azules; unas nalgas voluptuosas y unos pechos hermosos con la aureola de los pezones sonrosada. Todo su cuerpo hermosamente torneado. Por el contrario cuando su mirada avergonzada se alzó, quedó espantada de aquellos cuerpos, sobretodo del peludo Remigio y sintió pánico al ver los dos miembros, totalmente erectos que acariciaban aquellas dos bestias. Anselmo retirado contemplaba con deleite el cuerpo tembloroso de la chica y sentía una enorme excitación al oler, saborear su miedo. Remigio se cercó a ella y, poniendose detrás colocó su verga entre sus muslos mientras amasaba salvajemente sus pechos. Así la hizo avanzar lentamente hacía una mesa sobre la que se había subido Aurelio para que su polla quedara a la altura de la boca de la esposa. Ella, que nunca antes había visto a un hombre desnudo completamente y menos una verga gorda y tiesa, intento zafarse empujando al casi ennano; entonces Remigio soltando sus pechos la agarró por la garganta:

Si vuelves a hacer algo así te mato puta.

 

Ella asustada y casi sin respiración abrió la boca y dejó que Aurelio le metiera su tremenda polla. Después de disfrutar sus pechos Remigio bajó su manaza y comenzó a hurgarle en el coño, estaba bien cerradito, aquello iba a ser la locura. Hizo una señal a su compañero y este se sentó sobre la mesa y atrajo de nuevo la boca de la recién casada a su verga. Al tenerse que inclinar la muchacha puso totalmente en evidencia el esplendor de su culo y Remigio lo manoseo con fruición. Luego deslizó su glande por la rajita virgen y llegó el grito desgarrador:

- Uuuuaaaaaaghhhhhhh.

El muy cabrón se lo había pensado, no quería darle ocasión a cerrar las piernas o apretar; cuando la mujer se diera cuenta tenía que tener medía verga dentro al menos. Y eso era lo que pasaba; mientras manoteaba y apretaba con los músculos de su vagina , con su cabeza sujetada y sus pechos nuevamente estrujados por las manazas de Remigio, este meneaba su culo y empujaba bestialmente.

 

Anselmo se movió felinamente buscando un buen ángulo y pudo ver el hilillo de sangre que descendía por la parte interna del muslo de la chica. El lego la bombeó salvajemente hasta que se corrió. Enseguida Aurelio con la polla a punto de reventar separó la cabeza de la chica y la llevó a una especie de camastro, la tumbó boca arriba y le separó las piernas todo lo que pudo para contemplar aquel chocho recién roto:

Vamos a prepararte para que esta noche entre tu marido con facilidad.

El dolor fue de nuevo intenso para la muchacha dado el grosor de la polla de Aurelio. Aferrado a las tetas de la chica la clavaba sin piedad . A Anselmo le hubiera gustado acercarse y amasar aquellos duros y abundantes senos. Las tetas de la esposa pasaron de las manos de Aurelio a Remigio que, Haciendo que la chica sacara la cabeza por el borde del camastro, le metió la polla en la boca mientras el se dedicaba a masacrar sus pechos, pellizcándolos y estirando sus pezones.

 

De nuevo sintió en su coño la joven el calor de la leche del lego, y cuando comenzaba a pensar en su posible preñamiento, sintió como la volteaban y la ponian de rodillas al borde del camastro colocandose detrás Remigio, mientras su compañero aplastaba su cabeza con su pecho y de nuevo buscaba sus tetas. Anselmo se masturbaba como un poseso mientras veía como el grandote buscaba con la punta de su verga el pequeño agujerito del culo. Aprisionada de cintura para arriba, la mujer movía el culo con desesperación, recibiendo tremendos cachetazos en las nalgas para que se estuviera quieta. Al final Remigio consiguió sujetarla y comenzó a clavarla mientras se oían los gritos ahogados de la muchacha. Fue algo terrible para ella y un espectáculo soberbio para Anselmo. El monje grandote bañado en sudor tuvo una tremenda corrida. Mientras su pinga se desinflaba descansó y luego cambió su posición con el otro lego. De nuevo la pobre esposa se agitó con desesperación y mientras Aurelio le rompía el culo con su vergota , Remigio se sentó sobre su espalda y aplastó su cabeza contra el camastro para que no se moviera.

 

El primero que se dió cuenta fue Anselmo; mientras el pequeño lego se agitaba como un epiléptico, una mano de la chica que se aferraba al camastro cayó inerte a un lado. Anselmo gritó:

- Soltadla, que la estáis matando.

Remigio lo miró con un cierto aire de estupidez, mientras Aurelio estaba fuera de sí y no se detuvo hasta derramarse ampliamente dentro del culo de la desgraciada.

 

Sellaron de momento la boca de aquellas infelices gentes por el miedo y las promesas. Podían presentar su queja al Abad con resultado incierto; si callaban, los dos próximos años no aparecerían monjes por la aldea para cobrar, eso significa un alivio por bastantes años.

No hubo denuncias, pero los rumores empezaron a correr y las historias fueron apareciendo.

 

 

I I I

 

 

Anselmo seguía recordando, mientras los cuerpos se iban calcinando. Al no haber denuncias ellos se envalentonaron y hasta amenazaban con desgracias mayores ante posibles resistencias. Todavía se les fue la mano con dos mujeres viudas solas que desaparecieron y a las que nadie reclamó. Eran ya de unos cincuenta años y las pobres mujeres no soportaron las bestialidades que les hicieron para disfrutar de sus carnes abundantes pero faltas de hermosura.

 

Anselmo sentía un cierto remordimiento, o reproche hacía sí mismo, al recordar que fue él quien precipitó las cosas.

Un día el Abad reunió a la comunidad para informar de que una distinguida Señora viuda estaba de camino para ingresar en un monasterio de la rama femenina de la orden y que descansaría tres días en el monasterio. Anselmo no pudo conciliar el sueño la noche de la llegada de la mujer. Dado que era una mujer culta había pedido ver los libros de la biblioteca después de comer y descansar un poco. El había sido el encargado de guiarla y mostrarle los más preciosos libros miniados de la biblioteca.

Mientras se masturbaba en su lecho recordaba la esplendida belleza de aquella mujer de treinta años con unos profundos ojos negros como su pelo.

 

El mismo día que la ilustre viuda reemprendía su viaje, debían los tres iniciar unos de sus recorridos. La mujer acompañada de una doncella y dos soldados salió poco antes que los tres monjes. Estos salieron en dirección opuesta pero enseguida cambiaron el rumbo para ir a la búsqueda de la viuda.

Anselmo excitó la mente lujuriosa de los otros dos, para vencer el reparo a enfrentarse a los dos hombres armados. Ya se las arreglarían para reducirlos.

 

La añagaza no fue difícil, tras alcanzarlos les dijeron que compartiría camino con ellos por dos días. La señora se mostró contenta por tener así ocasión de conversar con el culto monje. Llegada la noche los monjes se ofrecieron para turnarse en la vigilancia nocturna con los soldados, al fin y al cabo ellos estaban acostumbrados a las vigilias nocturnas para la oración. Todo fue relativamente fácil, llegado el turno de Remigio, despertó a los otros dos y se dirigieron hacía donde dormía uno de los hombres. Tenía su espada desenvainada y colocada a su lado para tomarla rápido en caso de necesidad.

La cogieron con cuidado y se dirigieron al otro, si por el ruido se despertaba el anterior se encontraría desarmado y frente a dos espadas.

 

Remigio descargó con fuerza el acero sobre el cuerpo inerte que ahuyó un grito de muerte, mientras Aurelio le quitaba su espada. Luego como fieras se avalanzaron sobre el otro que poniéndose en pie buscaba inultilmente su arma. Lo atravesaron por dos sitios de parte a parte.

Ataron y amordazaron a las dos mujeres echándolas en el carromato junto a los cuerpos sin vida de los dos hombres. Buenos conocedores de aquellos parajes, los monjes buscaron un lugar donde deshacerse de los cadáveres y luego se encaminaron a una pequeña granja aislada.

 

A pesar de la excitación Anselmo tenía la mente lo suficientemente fría para diseñar el plan a seguir. Cuando llegaran a la granja hacía el amanecer matarían al matrimonio que la habitaba, luego disfrutarían de la señora y de la doncella todo el día y, aunque deseara tenerla para sí mucho más, llegada la noche las matarían para luego regresar y tomar el recorrido que debían hacer.

Terminado el desagradable trabajo de eliminar a los granjeros se quitaron sus hábitos y buscaron el vino que el pobre infeliz asesinado guardaba para alegrar su humilde comida. Luego se dirigieron como hienas hacía la señora, que haciendo honor su noble sangre se defendía como una leona. Eso los excito más. Su larga cabellera negra se agitaba y eso la hacía más hermosa. Poco a poco la iban sujetando y arrancándole las ropas, hasta que al final se quedó con solo las medías de finísima lana negra.

Era un cuerpo de formas rotundas, voluptuosas que comenzaba su madurez. La tumbaron en la cama y la sujetaron abriéndole las piernas. Anselmo contemplaba su coño cubierto con abundante pelo negro ensortijado. Se acercó y buscó los labios de la vagina separándolos y disfrutando del contraste entre aquel hermoso pelo negro y el rosado interior de aquel chocho hermoso. Nunca lo había hecho, pero los resortes instintivos de macho lo guiaron; acercó su boca y comenzo a degustar con sus labios los de la vagina y el clítoris. Lo hizo primero con parsimonia y poco a poco con glotonería. La ilustre viuda se estremeció, la sensación era muy agradable. Anselmo se volvía loco con su cabeza entre aquellas piernas hermosas. Recorría también la cara interna de sus muslos, disfrutando de aquella delicada piel..

 

Aurelio se sentó sobre su torax y puso su gorda pinga entre aquellas hermosas tetas, estrujandolas con fuerza para enterrar entre aquellas turgentes carnes su miembro.

Tumbado a un lado Remigio con una de sus manotas comenzó amasarle el gluteo y con la otra agarró una de las delicadas manos de la señora y la obligó a masturbarlo.

La piadosa viuda se debatía entre la repugnancia instintiva, el agradable trabajo de Anselmo entre sus piernas y las toscas y brutales embestidas que sufrían sus tetas. El miembro que tenía entre sus manos le recordaba las pajas que le hacía a su difunto marido que, dado que era mucho mayor que ella, necesitaba muchas veces de un eficaz trabajo de su esposa para que se le pusiera tiesa.

Tal vez por un sentimiento de culpa por esa pequeña ambigüedad en sus sensaciones, se dejó hacer sin excesiva colaboración, como hacen las malas putas. Primero la fueron penetrando de uno en uno en la forma del misionero como si fueran su marido:

Te vamos a dar todo el consuelo que podamos para que no eches en falta a tu marido.

Mientras sentía como la clavaban, como recorrían su cuerpo con sus manos o manazas, como le comían la boca y el cuello, llenando sus delicado cutis de babas apenas dejaba escapar un pequeño gemido y repetía:

Ay Dios mio, ay Dios mio.

Ellos, sobretodo Anselmo, disfrutaban de aquella hembra distinguida, saboreando el placer de tener abierta de piernas a una ilustre Señora a la que, con su afectada y falsa modestia no se habrían atrevido a mirarla a la cara en otras circunstacias.

Anselmo le sujetaba la cara para que lo mirara a los ojos mientras la bombeaba con fuerza.

Remigio, más carnal, le ordenó que cerrara con fuerza sus piernas sobre su culo, para sentir la caricia de aquellos muslos delicados mientras la montaba con fuerza.

 

Luego para la segunda ronda la obligaron a que les hiciera una mamada, siendo ayudada en esta tarea por su pobre doncella. Puesta como una perrita chupaba y chupaba, mientras uno de ellos la bombeaba sin misericordia.

En la tercera ronda le rompieron el culo, este sí virgen, mientras ella tras gritar:

-No me hagáis eso malnacidos; arañaba con desesperación la cama mientras aguantaba el peso del cabrón de turno que mientras la clavaba se volvía loco estrujando sus hermosas tetas.

Mientras uno la violaba el culo los otros dos se calentaban a base de las mamadas y las pajas de la doncella – no muy agraciada por cierto - que recibía pellizcos en sus pequeñas tetitas y en su coñito.

 

Luego descansaron y buscaron algo para comer. Una vez repuestos volvieron a la carga. Esta vez follándosela por el culo y el coño a la vez , siendo ella la que cabalgaba al que estaba echado en la cama boca arriba, mientras el otro le daba buenos empellones por detrás. Anselmo llegaba al paroxismo cuando, teniendo a la viuda cabalgando sobre su polla, podía ver el bamboleo de sus pechos a cada pollazo de Remigio. También le causaba un enorme placer visual ver como el grandote se aferraba a las tetas y las estrujaba con fuerza mientras acercaba su boca al oido de la mujer para decirle barbaridades. El contraste de la cara bestial del lego junto a la cara hermosa y dolorida de la dama en aquel frenético mete-saca doble era casi un éxtasis.

Cuando terminaron ella estaba desecha y ellos agotados.

 

 

Finalmente dieron rienda suelta a sus más bajos deseos, obligaron a las dos mujeres a que frotaran, se chuparan los coños y se masturbaran mutuamente. Luego Anselmo sujetó a la doncella y ordenó a Remigio que la follara con la mano. La pobre se intentaba librar y se retorcía entre fuertes dolores mientras la mano del lego entraba con dificultad. Una vez dentro la fue moviendo con fuerza mientras todo el cuerpo de la muchacha se agitaba hasta que la dejaron dolorida y hecha un ovillo sobre si misma con su vagina destrozada.

 

Luego se volvieron:

- La Señora merece más.

--Noooooooooooooooo, Dios mio, Nooooooooooo.

Entre gritos desgarradores la dama sintió como dos manos buscaban su coño y su culo y la destrozadaban interiormente al abrirse camino en sus agujeros. Los tres disfrutaron de los violentos temblores de aquel hermoso cuerpo que se retorcía hasta que se agotaron de tanto moverla como si de un títere se tratara.

 

El único rasgo de humanidad que tuvieron fue que, sin decirles nada, buscaron las espadas con rapidez y las atravesaron. Sobretodo Anselmo hubiera querido disfrutar a la viuda mucho tiempo, quizás por eso darle muerte le desagradaba en el fondo y agilizaron el trámite. Se deshicieron de los cuerpos y reemprendieron su camino.

 

 

EPILOGO

 

No contaron con que el noble hermano de la infeliz señora juró no descansar hasta saber que había ocurrido a su desaparecida hermana. La precipitación al deshacerse de los muertos y el hecho de que desaparecieran los granjeros, permitió encontrar los cuerpos

de todos; y las señales de violencia sexual en las dos mujeres evidenció el móvil de los crímenes. La gente empezó a hablar de los dos monjes que se aprovechaban de las mujeres y de las muertes ocurridas anteriormente. El abad interrogó, incrédulo, a los monjes que primero negaron, pero la nobleza exigió aclarar la verdad.

Entonces Anselmo habló con los otros dos. A él nunca lo había visto nadie cometiendo un acto deshonesto, ninguna mujer podría decir que hubiera abusado de ella; él siempre estaba en la sombra, en segundo plano disfrutando de lo que veía y solo había gozado con una mujer que ya no podía hablar. Nada ganarían con que les acompañara en el castigo, y en cambio su buena acción al salvarlo de una probable muerte, les haría contraer méritos ante Dios. Pensaran lo que pensaran, no lo delataron. Ellos lo habían echo y tramado todo, el pobre Anselmo estaba siempre recogido en la oración y la lectura, nada veía , de nada se enteraba. La noche del crimen había sido maniatado en el bosque y allí estuvo hasta que volvieron los dos, que lo amenazaron. Por eso cuando se empezó a hablar de los crímenes había callado aunque algo sospechara de los dos.

 

Aún así fue castigado por su grave negligencia y su silencio, no saldría más del monasterio.

Cuando todo terminó y las cenizas de los dos asesinos violadores fueron desperdigadas sin darles sepultura en sagrado, Anselmo se sentó en su escritorio y, tras comprobar que nadie lo observaba, tomó un pergamino y comenzó a dibujar con admirable exactitud de experto miniador a dos hombres fornicando con una mujer, reproduciendo fielmente los rasgos de sus dos compañeros.

Cuando mucho tiempo después encontraron entre los códices aquellos dibujos obscenos, nadie podría pensar que, entre tantos hombres sabios o piadosos, los únicos rostros que quedarían para la posteridad eran los de los más infames moradores que nunca habitó aquel centenario monasterio.