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Al final me follé a su madre

en Amor filial

AL FINAL ME FOLLE A SU MADRE

ADVERTENCIA: Por un error mío el relato titulado ACOSO A LA MADRE DE UN COMPAÑERO DE COLEGIO aparece con dos párrafos finales que no corresponden a este relato; y falta casi una tercera parte final que no aparece en el que se ha publicado. Disculpar la equivocación y aquí tenéis el relato completo, espero que os guste.

 

Mi despertar al disfrute del sexo fue temprano. Con once años ya me gustaba acariciarme y, tras descubrir a mis padres haciendo el amor, me acostumbre a abrazarme a una almohada grande e imitar las embestidas de mi padre. Creo recordar que mi primera corrida fue con doce años y ya no pude parar. En la tele, en la calle, en el colegio, mis ojos se iban derechos a las tetas, las piernas y los culos de las chicas y las señoras. Poco a poco acumulé un montón de revistas porno que guardaba celosamente en mi habitación.

Fui notando que sentía cada vez más una fuerte atracción por las mujeres maduras; me encantaba llegar al colegio por la mañana y ver aquel montón de madres trayendo a sus hijos al colegio y por la tarde a recogerlos. Más de una vez , en el buen tiempo, cuando iban más ligeras de ropa, me fumé la primera hora de clase para acechar a un grupo de mamás que se entretenían hablando. Me escondía detrás de un gran seto que rodeaba la parte delantera del colegio y allí escuchando sus voces, atisbando algún escote, alguna falda corta o muy ceñida, me hacía un pajote bestial.

La verdad es que gusto bastante a las chicas y con catorce años se me acercaban bastante a tontear. Tuve mis primeros achuchones, y buenas sesiones de sobeteo; pero siempre me quedaba un punto de insatisfacción y prefería un buen pajote viendo a las mamás.

Las cosas cambiaron para mi provecho cuando pasé a la secundaria. En mi colegio, como en la mayoría, la educación primaria en un colegio privado era subvencionada por el estado; podía ir cualquiera. Pero la secundaria ya no lo era por lo que los chicos debían de ser de familias acomodadas. Por lo que se refiere a mis intereses eso significaba hembras más selectas. En el primer curso de de secundaria, más de la mitad de mis compañeros eran nuevos. Debo decir que en general sus mamás no me defraudaron. Buenos cuerpos y ese toque de glamour y morbo que tienen las señoras "pijas".

Para mayor regocijo la asociación de padres nos permitían a los de secundaria asistir a sus fiestas y bailes, que celebraban en un espacioso local cedido por la dirección del colegio. Fue en la primera fiesta del curso cuando la descubrí a ella. Era una hembra de impresión, tal y como yo me imaginaba en mis mejores pajas: rubia, no muy alta, unos pechos grandes, rotundos, exuberantes; unas piernas macizas, de muslos carnosos y bien torneados; y un culo abundante, duro, con unas nalgas que parecieran romper las costuras de cualquier falda o pantalón.

Y por último, lo que me llevaba al mayor grado de excitación y obsesión por aquella mujer eran su miraba lasciva, que parecía decir a quien miraba ¡tengo tantas ganas! Y sus finas y delicadas manos que imaginaba recorriendo mi polla hasta volverme loco en una paja interminable. Su nombre parecía evocar el placer de verse uno envuelto entre sus brazos; se llamaba Almudena.

Tenía dos hijos mellizos (un chico y una chica) de mi misma edad. Su hijo Enrique estaba en mi misma aula y su hermana en el grupo C, porque no querían estar en el mismo grupo, aunque se llevaban bastante bien entre ellos. Pronto me hice amigo de Quique y de su hermana Rebeca, que aunque tenía una cara bonita, no podía compararse ni de lejos a su madre.

La amistad con Quique me permitió poder ir a su casa y tener cerca a la hembra de mis sueños y mis pajas. Ella era una mujer simpática y desinhibida que al principio no sospechaba la obsesión que yo tenía por ella. Por eso pude disfrutar del placer de echar unos bailes con ella en las fiestas que organizaba la asociación de padres.

Aunque la excitación me consumía, al principio no osé propasarme lo más mínimo, me conformaba con disfrutar los momentos en que el baile me permitía estrecharla un poco contra mí o acariciar casi de forma imperceptible su cintura. Cuando sus manos se apoyaban en mis hombros y en un compás del baile sentía la presión de sus pechos contra mí, creía volverme loco. En cuanto dejaba de bailar con ella, me iba como al W.C. y descargaba toda la tensión sexual que aquella hembra me provocaba.

Luego volvía a la sala y, bien charlando con mis compañeros o bailando con alguna chica seguía observándola. No era el único, muchos de los padres de mis compañeros no le perdían ojo pues cuando tomaba un par de copas se desinhibía totalmente y se dejaba llevar de forma voluptuosa y sensual. En los bailes sueltos era todo un espectáculo. Ahí se veía que era un hembra caliente.

Poco a poco en sucesivas fiestas, conforme iba conociendo y estableciendo amistades, se reveló como una auténtica zorra. Disfruté descubriendo su juego. Acudía vestida de forma provocativa, al límite de lo decente para una madre. Se dejaba ver y observaba; luego elegía a alguno de los padres, se insinuaba y se abandonaba en sus brazos bailando de forma lasciva; de tal manera que provocaba los comentarios de otras madres:

- Mira esa zorra, ¿no le dará vergüenza?

- ¡Anda que su marido, ¿ no tiene ojos en la cara?

Su marido estaba casi siempre enfrascado en sus conversaciones con otros tres o cuatro padres a los que no les gustaba mucho el baile y se mantenían medio al margen bebiendo y echando una partida de cartas.

Mientras, yo y mis amigos comentábamos su escandaloso comportamiento:

- ¡Será puta! Veís como se restriega contra el tío bailando.

- Sí, y el muy cabrón no le quita las manos del culo.

Así ocurría una fiesta tras otra en la que había un buen grupo de padres que comentaban jocosamente quien sería el afortunado del día que le daría un buen magreo a Almudena.

Solo era cuestión de tiempo que, un vez tomada confianza, alguno decidiera dar un paso más y se propusiera tirársela. Y claro allí estaba yo para no perder detalle.

Una tarde, después de un largo rato de bailar y magrearse, Almudena salió del salón siendo seguida al poco rato de su pareja de baile. Me imaginé lo que iba a pasar y me dirigí al aseo de Señoras; pero allí no estaba. Cuando entré en el aseo de caballeros mi sorpresa fue mayúscula; pues apenas asomé la cabeza el padre de un compañero me hizo señal de que guardara silencio y me largara enseguida.

Hice como que orinaba y pude escuchar la respiración agitada de dos personas detrás de la puerta de uno de los cuatro retretes. Seguí escuchando sin moverme y el señor me indicó por señas que me largara ya, pero no hice caso. En ese momento se oyó la voz de la señora:

- Ramiro por favor estate muy atento y avisa si viene alguien.

- Tranquila Almudena, tú disfruta.

Luego el tipo me volvió a hacer señas para que me fuera y mi respuesta con dos gestos elocuentes de mis manos fue: "Vale , me largo y cuento a todos lo que pasa aquí".

El tipo comprendió que no podía a hacer nada y me dejó en paz. Me metí en el retrete de al lado para intentar ver algo. Mientras, poco a poco, los resoplos se convertían en gemidos; yo me encaramé sobre la taza del water pero a penas pude ver la cabeza rubía de Almudena que subía y bajaba.

Haciendo un esfuerzo me elevé a pulso hasta conseguir asomar toda mi cabeza por encima del tabique de separación; entonces ví como la mamá de Quique, con la falda enrollada a la cintura, cabalgaba al señor que, sentado sobre la taza del retrete, con los pantalones bajados la tenía clavada sobre su polla; mientras el se afanaba en estrujar y mamar sus grandes pechos. Ella, apoyaba sus desnudos brazos sobre los hombros de él para impulsarse en el sube y baja sobre su verga.

Después de tres o cuatro minutos descansé mientras escuchaba:

- ¡Vamos zorra! Sigue moviéndote así.

Cada poco me alzaba a pulso y seguía disfrutando, aunque por breves minutos, del espectáculo. Ahora el tipo la sujetaba por las nalgas para ayudarla a impulsarse más deprisa, con lo cual sus tetas , sin manos que las aprisionasen, subían y bajaban rebotando ante las narices del cabrón.

Luego, cuando el tipo sintió que estaba llegando al final, cambiaron de posición. Ella apoyó sus manos en los bordes de la taza y le ofreció sus nalgas para que se la metiera por atrás. Así lo hizo el señor y, tras darle buenas embestidas, cuando estuvo a puntó sacó la polla y se corrió en las nalgas de Almudena, restregando su verga contra culo.

Creí que la cosa había terminado, pero me equivoqué. Porque el tal Ramiro se introdujo dentro apenas salió el otro tipo.

- Bueno, Nena, ahora te toca cumplir tu parte, a ver que tal te portas.

Me asomé de nuevo y vi como la mamá de Quique puesta de rodillas le estaba haciendo al hombre una mamada de fábula. Con una mano recorría su verga acariciándola y con la otra le amasaba suavemente los huevos mientras lamía y chupaba aquella cabezota roja que casi no le cabía en la boca.

En seis o siete minutos el tipo le acabó en la cara y en las tetas. Luego salieron del retrete y ella se limpió un poco en el lavabo para luego vestirse. Se oían risitas:

- La verdad es que os habéis portado muy bien chicos.

- Tu si que eres buena follando Almudena.

 

Esto se repitió varias veces y yo me adelantaba a buscar sitio para espiar en cuanto veía que ella o su pareja dejaban de bailar y salían del salón.

Pasado un año me decidí a dar un paso más y en una de esas fiestas, después de que ella había tomado alguna copa, me aventuré a pedirle un baile. En un momento dado deslicé mi mano sobre su culo y le di un suave apretón. Ella no dijo nada y yo seguí magreándola disimuladamente mientras duró el baile.

Cuando terminó ella me dijo que la acompañara fuera y cuando estuvimos solos me pegó un bofetón.

- Pero ¿qué te has creido? ¡Mocoso!

Yo lleno de rabia le contesté:

- Que eres una zorra y que te follas en los aseos a todos los papas.

- Y a ti que te importa.

- Tal vez a tu esposo sí.

- Pues vete y cuéntaselo si quieres; pero a mi no me toca más que quien yo quiero.

Su mirada era desafiante. Se veía que no era una mujer a la que se pudiera acojonar; así que decidí que no me interesaba decir nada y opté por otra táctica.

Desde aquel día me decidí a incordiarla y aprovechaba cualquier ocasión en los bailes que eran propicios para acercarme por detrás y sobarla o apoyar mi bulto contra su culo; siempre con el suficiente disimulo ante los demás. Ella prefería también disimular y no montar escenas. Asumía que era algo que debía consentir para que yo no me enojara demasiado y no me fuera de la lengua. Incluso no ponía ningún reparo a que yo siguiera acudiendo algunas veces a su casa para estudiar o pasar el rato con mi amigo Quique.

Esto me animó y volví a la carga. Un día esperé a que, bebida y caliente después de bailar con su pareja, se encaminara hacia los aseos. Antes de que saliera del salón la detuve y le dije;

- Señora, creo que antes del de ir a los aseos le vendría bien un poco de calentamiento.

- ¡Quítate de delante idiota!

- Mire Señora, si no se pega un baile conmigo me voy a buscar a mis amigos y nos

metemos todos en los aseos. Así que usted verá.

Como la tía ya estaba bien caliente y tenía ganas de que se la cogieran accedió. Empezamos a bailar y me apreté contra ella todo lo que pude. Sin apenas disimular comencé a sobarle el culo con las dos manos, aunque era consciente de que bastantes personas nos miraban. A mi no me importaba porque la que quedaba por puta era ella.

Algunos padres me giñaban el ojo sonriendo, como si dijeran:

-Vale chaval, apuntas maneras.

Cuando terminó el baile la acompañé a los aseos. Desde aquel día ella sabía que, mientras se la follaba un tío, en el retrete de al lado estaba yo haciéndome un pajote.

Algunos de mis amigos viendo lo que yo hacía se atrevieron también; ella, pensando que podían saber algo por mí, y para que no pareciera que tenía algo conmigo, aceptaba bailar y aguantar sus sobeteos.

En ese tiempo yo intentaba ver como podría tenerla algún día para mí; pero no veía la forma; sabía que había llegado al límite de lo que ella permitiría. Pero ni ella ni yo contábamos con un elemento que ella menospreciaba y yo ignoraba del todo: la envidia y el rencor de un buen grupo de madres.

Era duro y vergonzoso para cada una de las esposas de los papas que Almudena se tiraba en los aseos, reconocerlo públicamente; por eso evitaban montar el escándalo y se conformaban con pegarle la bronca a los maridos en casa.

Pero estas cosas ya se sabe; una se desahoga con la amiga, ésta se lo cuenta a otra y al final el grupo de las señoras perjudicadas fue tomando cuerpo. Un día en mi casa escuché como varías amigas de mi madre comentaban que era una vergüenza y que había que escarmentarla:

- La muy puta no hace más que provocarlos.

- Pero si hasta se deja magrear de los chicos.

Dos semanas más tarde de nuevo esperaba mi turno para bailar mientras ella se abandonaba voluptuosa a los tocamientos del señor de turno. Observé cierta agitación en un grupo de señoras entre las que se encontraban la esposa de la pareja de Almudena y mi propia madre. Como siempre el tipo abandonó el salón y ahí entré yo. Mientras me cansaba a sobarla seguí mirando al grupo de señoras y la verdad es que me sentía molesto sabiendo que mi madre me observaba.

Terminado el baile se acercó a Almudena otro compañero mío y ella tuvo complacerlo bailando con el. Después se dirigió a los baños. Una vez más encontré a otro papá cubriéndole las espaldas a los dos adúlteros que ya resoplaban como energúmenos. Como ya me conocía no dijo nada cuando me encerré en el retreté. Pero a penas me había empezado a asomar para ver la jodienda de Almudena se oyó un ruido de tacones que se aproximaba.

- Ehhhh, señoras, que esto es el aseo de caballeros.

Se escuchó un bofetón y a continuación:

- Entonces imbécil ¿Qué hace esa zorra ahí dentro?

Lo siguiente fue escuchar como aporreaban la puerta de el retrete de al lado y el mío. La verdad es que salí acojonado al ver a ocho o diez madres allí gritando:

- Mira el mocoso qué bien se lo estaba pasando.

Por fin la puerta del otro retrete también se abrió y apareció el tipo con la ropa toda descompuesta. Se acercó su mujer y comenzó a pegarle presa de un ataque de histeria, hasta que el tipo se pudo zafar.

Luego la mujer se metió en el retrete y sacó, agarrándola por los pelos, a Almudena. Ella intentaba soltarse pero era inútil porque otras madres la sujetaban y comenzaron a golpearla:

- ¡Zorra!

- ¡Putón!

- ¡Calientapollas!

Las mamás estaban desatadas y comenzaron a arrancarle la ropa. Desde un rincón miraba, asustado y excitado, como la dejaban completamente desnuda. Luego la obligaron a inclinarse hacia delante para sacar el culo y comenzaron a darle una terrible azotaina en la que se iban turnando hasta que les dolían las manos. La mamá de Quique lloraba y suplicaba desesperadamente:

- ¡Por favor, basta!

Pero no le valió de nada; sus nalgas estaban rojas como tomates.

En cuanto me moví para intentar salir una madre me detuvo y llamó la atención de las demás:

- Un momento chicas, tengo una idea.

Por un momento se detuvo el terrible castigo de Almudena.

- Ya que esta zorra tiene soliviantados a nuestros chavales; que no hacen más que

meneársela a cuenta de ella. ¿Por que no los dejamos que aprendan a follar con esta

putona y así, cuando lo tengan que hacer con sus novias, no las hagan pasar un mal

rato por falta de experiencia?

- Muy buena idea.

Dijeron todas, incluida mi madre.

- ¡Nooooo, hijas de puta!

La adúltera mamá recibió unos buenos bofetones para que se callara.

La señora que tuvo la idea me dijo:

- Anda y tráete a tus compañeros.

No me lo podía creer pero salí como una flecha.

Cuando volví con ocho de mis compañeros, se habían pasado al aseo de señoras. Otros cuatro se habían quedado para distraer a Quique y que no se enterara de lo que le sucedía a su madre. Nos metimos todos dentro. El aseo tenía cuatro retretes como el de caballeros, cuatro lavabos y un espacio entre unos y otros. Las mamás se quedaron en la puerta y en el pasillo, como si estuvieran esperando entrar, para que si alguna distraída venía, nos diera tiempo a meternos en los retretes mientras la señora hacía sus necesidades.

- Bueno chicos. Ahora vais a bailar con la señora Almudena y podéis hacerle todo lo

que habéis querido hacer cuando bailabais con esta calientapollas.

- ¡ Venga chicos! ¡Sin cortaros!

Uno tras otro comenzamos a movernos torpemente, abrazados a la mamá de Quique, magreándola, besándola y mordiéndola en el cuello. Nuestras manos estrujaban sus carnes mientras apretábamos nuestras pollas contra sus muslos. Ella debía de hacer equilibrios sobre los tacones de sus zapatos ( lo único que le habían dejado) ya que cada uno de nosotros no pensaba más que en amasar sus carnes.

Las otras madres se reían, la insultaban y nos incitaban a nosotros.

- Acercaros más. No seáis tímidos, chicos.

Mis compañeros y yo, con las pijas a reventar, nos empezamos a pajear superando el corte que nos daba el que las madres nos vieran. Pero ellas hacían comentarios divertidos.

- Vaya con los niños. Se ve que los hemos alimentado bien.

- ¡Que envidia nos das Almudena! Todas para ti solita.

Almudena nos miraba asustada. Mientras nosotros, totalmente desbocados, comenzamos a bailar con ella de dos en dos. Uno por delante y otro por detrás. Lógicamente el que se ponía ciego era el que se colocaba detrás; pues podía apoyar a placer su verga en las nalgas de la mamá de Quique y estrujarles las tetonas como le diera la gana. Y la verdad es que aprovechamos a tope. Lo hacíamos con brutalidad y ella se quejaba suplicando:

- ¡No me hagáis daño! ¡Por favor!

Después de un buen rato una de las mamás intervino:

- Almudena ponte de rodillas y hazle una buena mamada a los chicos.

- Y vosotros, mamones, aprovechar, por que no a todas nos gusta hacer estas guarrerías.

La mamá de Quique obedeció y se puso de rodillas delante del primero de nosotros.

Le cogió la polla con las dos manos envolviéndola y comenzó a masturbarlo; luego

se la metió en la boca, lamiendo la masa de carne de su glande. Se la metía todo lo que podía en su boca para luego sacársela por completo y volver a lamerle el glande. Chupaba con frenesi como deseando que todo aquello acabara cuanto antes. Y efectivamente consiguió que mi compañero y luego cada uno de nosotros no tardáramos demasiado en corrernos.

Las mamás la obligaron a que se tragara toda nuestra leche:

- Que no se desperdicie ni una gota chupapollas.

Almudena, por supuesto obedeció, estaba atemorizada y no deseaba que le diera otra paliza.

A penas terminó de chupar la última polla, las mamás nos animaron al siguiente paso:

- Ahora chicos vais a mojar en caliente.

- A ver ¿Quién quiere ser el primero?

Me adelanté yo haciendo valer mis derechos y ninguno puso pega.

Estaba loco por tirarme Almudena, después de tanto tiempo deseándola. La tiré al suelo y me trepé encima de ella comenzando a acariciar su cuerpo como un desesperado.

Le abrí las piernas, y le metí mi polla, que estaba dura como una piedra, de un solo jalón en el coño. Ella pego un grito de dolor y yo, muy excitado, comencé a mover la cadera frenéticamente, cada vez mas rápido. Me agarré a sus tetas y se las estrujé con fuerza, sádicamente. Cada segundo que pasaba, me la cogía más duro. Almudena comenzó a lanzar de forma continua quejidos y gemidos que yo no sabía bien si eran de dolor o de placer; pero que me excitaban aún más para que aumentara el ritmo de la cogida de manera brutal.

Después de un buen rato empecé a sentír en mi verga un intenso y dulce temblor, como no había sentido jamás y al ver mi cara ella empezó a gritar:

- ¡Sácala cabrón!

Obedecí, ya que ninguna de las madres dijo la llevó la contraria y le eché toda mi leche encima.

Enseguida otro compañero se vino hacia ella, pero al ver toda mi guasca en su vientre y pecho la hizo levantar. Luego la puso apoyando los brazos y la cabeza sobre un lavabo con lo que la mamá le ofrecía el espectáculo de sus perfectas nalgas.

- Dale un par de azotes a esa golfa. Gritó una madre.

El se los dio le metió la pija por atrás; parecía que la estaba destrozando la concha con su pija, se la metía hasta el fondo, chocando los huevos con sus carnes mientras le cogía por atrás las tetas y se las apretaba.

Luego, para aumentar el ritmo, la tomaba por la cintura y la atraía hacia su pija violentamente, mientras sus enormes pechos se bamboleaban. En ese momento Almudena empezó a gemir y no había duda de que empezaba a tener un orgasmo.

Eso exasperó a las mamás que le gritaron a a mi compañero:

- Acaba chico que esa zorra se va a enterar.

El muchacho se corrió en sus nalgas.

En ese momento se oyó la voz de dos señoras que querían entrar, rápidamente nos metimos en los retretes hasta tres en cada uno. Dejando solo uno libre para que pudieran usarlo. Las señoras preguntaban a las otras mamás qué hacían tantas allí. Mientras la mamá de Quique estrujada entre tres chicos aguantaba todo lo que querían hacerle.

Cuando las dos señoras se marcharon llegó lo peor para Almudena. Inducidos por las madres la pusimos a cuatro patas en el suelo.

- Sujetarla bien. Nos dijeron.

Y entonces uno tras otro comenzamos a darle por el culo. Para acallar sus gritos una mamá recogió sus bragas del suelo y se las metió en la boca. Sujetada por los brazos y la melena, se retorcía mientras nosotros con dificultada la perforábamos sin piedad.

Nos impresionó ver como nuestras pijas salían manchadas de sangre; pero sentíamos un gran placer y además nos podíamos correr dentro de ella. Estábamos ya desatados y mientras cada uno le bombeaba el culo, los demás la sobábamos, le dábamos azotes, pellizcábamos y le tirábamos de los pezones. Según iban acabando mis compañeros abandonaban el aseo y también las mamás. Como yo ya la había clavado por la concha fui el último en romperle el culo. Mientras llegaron tres compañeros de los que habían estado entreteniendo a Quique, que ahora estaba con los que se acababan de follar a su madre.

Noté la falta de otro y pregunté:

- ¿ Que pasa con ese? Es que no quiere tirarse a esta puta.

- No se, tío, venía con nosotros. Creo que ha entrado en los otros aseos.

Salí hacía el salón pero antes pasé por los aseos de caballeros. Había un solo un retrete con la puerta cerrada. Ya iba a llamar a mi compañero cuando escuché como unas respiraciones agitadas y alguien hablando muy bajito. Allí estaba pasando algo. Silenciosamente, como ya estaba acostumbrado, me encerré en un retrete de al lado y muy despacio me asomé.

No podía creer lo que estaba viendo. Mi madre le estaba comiendo la boca a mi compañero mientras le acariciaba la polla. A ratos dejaban de besarse y ella miraba como su polla se ponía bien dura. Luego se volvió de espaldas al chico, se inclinó hacía una de las paredes, apoyándose con una mano; y la otra se la pasó entre sus piernas para coger la pija del chico y colocársela en su raja.

El muchacho empujó y ella comenzó a moverse empujando con el culo hacia atrás saliendo al encuentro de cada embestida. Mi madre resoplaba y a duras penas podía contenerse por el gran gustazo que se estaba dando la muy puta. Me sentía jodido pero no podía dejar de mirar hasta que mi compañero le soltó su leche entre las tetas que ella le ofreció.

Ya en el salón miré hacía el grupo de Señoras al que se acababa de incorporar mi madre y pensé en lo mucho que me había costado follarme a Almudena mientras que al cabrón de mi compañero se lo habían puesto a huevo. Cosas que tiene la vida.