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Las cinco amigas (3)

en Transexuales

*************Tercera parte*************

La habitación tenía una puerta blanca que estaba cerrada. Giré el pomo y se abrió sin problemas. Fuera lo que fuera el sitio en el que estaba, no era precisamente una prisión.

El pasillo era como el de cualquier hospital privado, luminoso y silencioso. Una enfermera me vió asomar y acudió corriendo a mi lado.

—No, Laura, no. No puedes salir —dijo, cogiéndome de los hombros y devolviéndome al interior del cuarto—. Enseguida vendrá el doctor y podrás hablar con él.

—Pero... pero... —quería decir que me quería ir a casa, pero lo que realmente deseaba era que me devolvieran a mi anterior persona, a mi anterior vida. Eso era imposible, claro, así que me dejé conducir dócilmente de nuevo al redil. Me puse a mirar por la ventana. A lo lejos se veía una ciudad, pero el edificio estaba claramente en una zona rural. Había un enorme bosque justo debajo. Me hubiera gustado pasear por él.

No tardó mucho tiempo en aparecer uno de los médicos que estaba presente en la consulta el día de las pruebas. Me volví para mirar y cuando lo reconocí, me sentí terriblemente violento. Cerré los puños y me acerqué hacia él. Un enfermero me sujetó sin esfuerzo aparente. No es que antes fuera un auténtico sansón, pero desde luego tenía suficiente energía para ofrecer algo de resistencia. Ahora mis músculos simplemente parecían ausentes.

—Escucha, Laura —dijo el doctor—. Con violencia no vas a conseguir nada. De todas formas, pronto desaparecerá esa agresividad, ya que no está programada en tu carácter. He venido aquí a explicarte alguna de las cosas que sin duda estarás interesada en saber. ¿Vas a comportarte, o me voy?

Asentí con la cabeza. El hombre hizo un gesto al auxiliar, que aflojó la presa sobre mis brazos. Me senté sobre la cama.

—Has sufrido una serie de modificaciones que implican una altísima tecnología. No te voy a explicar los pormenores, porque no es necesario. No existe nadie más en el mundo que tenga la capacidad de hacer lo que te hemos hecho y aunque lo hubiera, no puede deshacer prácticamente nada. A todos los efectos, eres una mujer desde ahora, aparte de lo que los restos de tu antiguo sexo indiquen. Hemos tomado como base tu antiguo cuerpo, por eso hay partes que notarás tuyas, como tu pelo, por ejemplo. Tenemos la capacidad de alterarlo, pero todo tiene un coste, y nuestro cliente se ha gastado el dinero en otras cosas, como por ejemplo, el aumento de tus nalgas. En principio iban a ser un barato implante corriente de silicona, pero finalmente decidió gastarse el dinero en hacerlas reales. ¡Y la verdad es que nos ha quedado una auténtica obra de arte! Además, le hemos regalado el acortamiento de tu tendón de Aquiles. Es por eso que te hemos preparado tu calzado especial. Acostúmbrate a él.

Parecía orgulloso de su resultado. Yo quería disimularlas como fuera, pero no veía cómo hacerlo con el pijama del hospital.

—Las demás alteraciones que hemos llevado a cabo implican también una modificación de tu conducta, mediante alteraciones cerebrales. Les cuesta más tiempo actuar, por eso aún puedes tener arranques de violencia masculina, como el que has intentado (aunque nuestros test indican que antes ya carecías de tendencias agresivas marcadas). Pronto no entenderás que nadie, ni tú misma, pueda referirse a tu persona como hombre. Serás dócil y apasionada. Te va a gustar el sexo, créeme —reafirmó, al ver mi cara de extrañeza—, pero me temo que jamás experimentarás un orgasmo de nuevo. Aprenderás a disfrutar a través de la satisfacción de otros, especialmente tu marido. Según tengo entendido, jamás volverás a tocar a una mujer genética. De hecho poco a poco ese contacto te irá disgustando más y más. Sí, lo siento... Sigues siendo más o menos heterosexual... pero de otra manera. Pronto empezarás tu formación... no todo podemos hacerlo los médicos —rió—. Te enseñarán a cuidarte y a mostrarte bella. También aprenderás a dar placer sexual y el resto del programa que tu dueño ha elegido.

Me vió cerrar los puños de nuevo, así que volvió a hablar cuando ya parecía que se iba:

—Laura, no luches contra tu destino. Aunque, de hecho, es imposible que te opongas, puede hacer que tus primeros días sean realmente incómodos y sería una pena.

Y se fue.

¿Aceptar lo que me estaban haciendo? ¡Je! ¡Nunca! Lucharía y me opondría con todas mis fuerzas. Y saldría de allí libre o me escaparía antes o después. Y la policía seguro que estaba interesada en todo lo que pasaba...

...¡Que equivocada estaba! Y menos mal... ¡Nadie me habría tomado en consideración con esas horribles cejas sin cuidar y esos pelacos en las piernas! Una señorita siempre debe estar atractiva, ¿verdad?

Volví a quedarme solo en la habitación, tratando de asimilar todo lo que me había dicho el galeno. Me temblaban las rodillas. En parte era por mi falta de habituación a los altos tacones que me debían acompañar el resto de mi vida, pero sobre todo se debía al trauma que habían provocado sus palabras. Tenía unas enormes ganas de llorar que contuve a duras penas. Me sentía superado totalmente por lo que me estaba ocurriendo. Me veía realmente estúpido con ese delgado cuerpo de mujer tan desequilibrado, vestido tan sólo con un pijama de hospital, sin saber qué hacer ni a donde ir.

No sé cuánto tiempo había pasado cuando alguien golpeó suavemente la puerta, como tampoco sabía el tiempo que había estado privado de conocimiento. Debería haberlo preguntado cuando me había visitado el médico. Por cierto, muy seguro debía de estar de su trabajo, ya que no me había examinado. Mejor. No estaba muy segura... seguro de soportar que me toqueteara. ¡Por Dios, ni siquiera yo me atrevía a tocar mi cuerpo!

Dije un "adelante" con mi nueva y femenina voz que me desconcertó de nuevo. Cómo odiaba esa voz, casi de niña... La puerta se abrió lo justo para que se asomara una cabeza. Pertenecía a una mujer. Era rubia, con los ojos azules y labios gruesos, y sonreía.

—¿Puedo pasar?

—Está usted en su casa —dije con un punto de ironía amarga—. En cualquier caso —dije para mí—, no estamos en la mía.

Deslizó su cuerpo al interior y cerró detrás de sí. Era alta. Al menos, más que yo, lo cual tampoco es decir mucho. El pelo rubio le caía en organizados rizos sobre los hombros. Su nariz era pequeña y recta y sus cejas tenían forma de lágrima alargada, finas y suavemente arqueadas. Vestía una jersey ligero ajustado de color blanco, ceñido con un cinturón ancho y una pequeña falda negra. Tenía unos pechos muy voluminosos que no hacía nada por disimular. Su culo era generoso, pero naturalmente nada que se acercara al mío. Sus piernas eran largas y terminaban en unos pies diminutos que tenían unos zapatos blancos de tacón tal alto como el mío. Se deslizaba grácilmente sobre ellos, justo lo contrario que yo.

—¡Hola! —Se presentó, dándome un beso en cada mejilla—. Me llamo Isabel y voy a ser tu asistente personal en tu camino hacia tu nuevo yo.

La miré inexpresivamente. Era hermosa. Me gustaba. Sin embargo, me sentía más envidiosa de sus curvas que interesado en tener sexo con ella. Se sentó a mi lado y fijó sus hermosos ojos en los míos.

—Estoy segura de que piensas que no te puedo ayudar en nada. Que todo lo que te ha pasado es injusto y te sientes desesperada. ¿Sabes por qué sé que piensas así?

Yo negué con la cabeza.

—Porque yo he pasado por exactamente lo mismo que tú. Hace dos años yo era... bueno, ya sabes... —le costó mucho decir la palabra— un varón.

Entonces mi mirada cambió a la incredulidad.

—¿Por qué no me crees?

—Eres muy... hermosa. No pareces un hombre.

Rió. Con una risa cristalina que llenó la estancia, y que enseñó sus dientes, blancos y grandes.

—¿Acaso tú pareces un hombre? ¿Te has mirado en el espejo? Claro que te faltan los detallitos de belleza que toda mujer debe conocer... por eso estoy aquí, para que los conozcas.

—¿Y si no quiero? —me atreví a decir.

—Laura... sí que quieres. Aunque pienses que no. Yo soy una empleada de la Compañía. Mi labor es conocer estilos y formas de belleza. A ti tengo que enseñarte según los deseos de tu comprador. Podrías tener otros gustos si dejásemos que se desarrollasen, pero no va a ser el caso... ¡Por Dios, que cejas! ¿No te da vergúenza?

Me puse colorada ante su gesto de rechazo. Sin duda tenía razón. Tenía que aprender a cuidar mi imagen... y en realidad no me importaba tanto. Ya me escaparía antes o después.

Hoy, antes de que te acuestes, te parecerás más al diseño contratado para tu imagen. Y además te va a gustar. Ya lo verás.

*************Fin de la tercera parte*************

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