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Las cinco amigas (24)

en Transexuales

*************Vigésimocuarta parte*************

A la mañana siguiente inicié mi rutina como cualquier otro día. Apenas había pensado en los enormes aros que tenía en las orejas hasta que llegué al baño. Se habían enredado en mi pelo y me costó un buen rato liberar mis mechones sin arrancármelo. Mis labios y cejas fruncidos hablaban de la frustración que sentía.

Casi inmediatamente volvió a mi mente la película de la noche anterior. La chica... o transexual, o lo que fuera, era guapa e indudablemente femenina. Sin embargo, tenía algunos rasgos masculinos que niguna de nosotras poseíamos. Observé mis pequeñas manos, tan diferentes de las de ella y, sobre todo, me quedé observando mi garganta. En todos estos días no me había dado cuenta de que mi laringe era total y definitivamente de mujer. Por el contrario, la actriz porno tenía una no muy abultada, pero indudablemente reconocible, nuez masculina.

Eso me dejó pensando un rato. Las modificaciones a las que nos habían sometido iban mucho, mucho más allá de los recursos que la cirugía y la terapia hormonal, tal como la conocemos, podían darnos. En realidad, era algo que nos habían contado, pero el hecho de integrar esos pensamientos, esa realidad en mi cerebro consiguió que un escalofrío recorriera mi espalda.

No podía seguir perdiendo tiempo, así que empecé con la rutina de la mañana. Me senté sobre la taza del water y empecé a pasar la cuchilla de afeitar alrededor de mi inútil sexo, deseando ser capaz de sentir algo con él, un poco de ese placer que era lo que más echaba en falta de mi vida de varón. Pero todo era inútil.

Seguí pensando en ello mientras me descalzaba y, sobre mis pobres deditos me introducía en la ducha. Fue en ese momento, y antes de que empezara a caer sobre mí los muy agradables chorros de agua caliente cuando empecé a notar pinchazos por todo mi cuerpo. Espalda, omoplatos, caderas, glúteos, piernas, brazos, cuello... Todo mi cuerpo era un inmenso dolor. Me empecé a preocupar. Desde que el médico me lo había pedido, seguía con atención hasta la más mínima alteración de mi organismo. Hasta que caí en la cuenta de que era una sensación conocida. Mis gemelos la sufrieron a medida que se tenían que acostumbrar a sostenerme en mi forzado ángulo de pies, y lo mismo pasó después con otros músculos a medida que tenían que adaptarse a todo ese conjunto de posturas tan poco naturales que ya eran tan parte de mi día a día que a duras penas reparaba en ellas.

En resumen: lo único que sufría era de unas terribles agujetas provocadas por el gimnasio intensivo del día anterior. ¡Y lo que me esperaba!

Así, mientras mis pobres gemelos protestaban por obligar a mantener si ayuda el peso de todo mi cuerpo apoyado sobre la punta de mis dedos, mi mente recordaba las poses que, imitando a la actriz porno había adoptado sobre la cama. ¡Que estúpida me sentía ahora! Sin embargo, ¡cómo me excitaba la noche anterior imitar cada una de las posturas e imaginar que una auténtica polla de hombre me follaba el culo hasta correrse y llenarme el ano o la boca con su leche! Al revivirlo, sin dejar de sentir vergüenza, me volví a excitar un poco —sin que mi cuerpo, naturalmente, hiciera lo más mínimo por mostrarlo exteriormente— y eso consiguió que la vergüenza aumentara y, finalmente, mi rostro pasó del rojo suave al colorado intenso, casi granate. Menos mal que estaba sola.

Mi reloj me avisó de que se me estaba haciendo tarde. Yo seguía completamente perdida en lo que a cuestiones de tiempo se refería. Con una toalla enrollada sobre mi cabeza y la otra en torno a mi cuerpo salí del baño, cepillo en mano. Aún me quedaba desenredar todo y maquillrme. Quizá incluso Isabel estuviera ya esperándome. Era prácticamente la única persona que no me importaba que me viera recién salida de la ducha y sin maquillar. Ni a mis amigas Dalia o Natalia les permitiría verme así.

Cuando abrí la puerta noté que no estaba sola. Isabel ya había llegado. Seguro que si fuera Mercedes me esperaría un castigo de los suyos, estilo pasarme la mañana descalza, pero no con la rubia impecable. Así que salí sonriendo, deseando hablar con ella, ver su impecable piel, vestido y maquillaje... Me quedé congelada en el sitio. Totalmente paralizada.

En medio de la habitación, con ropa informal y una enorme sonrisa en la cara.. ¡¡había un hombre!!

Dí un pequeño grito agudo, muy femenino que me salió espontáneamente y me volví a encerrar en el baño. Me apoyé contra la puerta mientras intentaba calmarme del susto que me acababa de llevar.

—Quién... ¿quién es usted? —grité con mi voz de niña pequeña cuando fui capaz de hablar.

—Tranquila, Laura —dijo una voz grave y muy agradable desde el otro lado—. Siento haberte asustado.

—¡¡Pero salga de mi habitación!! —le chillé, cerrando los puños, con lo que mi toalla cayó al suelo, y yo me quedé desnuda y con cara de estúpida. Menos mal que no me vió nadie. Me cubrí instintivamente el sexo y los pechos con las manos, al menos, durante el primer momento.

—No puedo hacer eso —contestó con una tranquilidad casi simpática que no servía precisamente para calmarme.

—¡¡Pero cómo no va a poder!! —mi gritito era tan agudo que apenas se podía oir. Casi tenía un ataque de histeria.

—Laura... porque soy tu nuevo profesor.

Me quedé muda, con la boca abierta como una estúpida. Me costó casi medio minuto reaccionar.

—¿Profesor? ¿De qué?

—Será mejor que salgas y hablamos tranquilamente. Que ya es la hora de tu clase...

—Pero, pero... Estoy sin pintar... ¡Y sin maquillar! ¡No puede verme así!

Al otro lado de la puerta se oyó algo entre un suspiro y una leve risa.

—Está bien. Tienes quince minutos, pero ni uno más...

¡Vaya! No se podía decir que empezara con buen pie. Un nuevo profesor... ¿sería como Isabel? ¿O más bien del estilo de Mercedes? ¿Qué me iba a enseñar? Demasiadas preguntas... Y tenía que arreglarme lo antes posible.

Le oí sentarse sobre la cama, así que tuve que alterar mis costumbres y cepillarme el pelo desnuda sobre la taza del water, con el ceño fruncido.

Cuando logré estar medianamente presentable me acerqué al espejo para maquillarme y poder salir. Quizá me pasase un poco del tiempo, pero una chica tiene que estar hermosa. Eso es más importante que la hora. Siempre.

Tenía unas terribles ojeras por el poco dormir de la noche anterior. Con toda la excitación que tenía acumulada me costó horas aplacarla lo suficiente para relajarme. Y entonces me subieron las lágrimas por la impotencia de tener tanta necesidad de placer acumulada y ser incapaz de satisfacerla.

Así que tuve que utilizar el corrector de ojeras. Me sentí coqueta aplicando las cremas y pinturas hasta dar un aspecto que cada día me favorecía más. Después de todo, me tenía que poner guapa para un hombre, un desconocido que me esperaba fuera.

*************Fin de la vigésimocuarta parte*************

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