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Las cinco amigas (31)

en Transexuales

*************Trigésim primera parte*************

Una vez más, tenía el pulso acelerado. Me temblaban las piernas. Esperaba que nadie lo notase. Sentía la boca muy seca. Y todo eso mientras lo único que hacía era caminar por el pasillo. Ya había tomado mi decisión. Aunque nadie me había explicado que estuviera prohibido, me sentía como si estuviera transgrediendo alguna de las normas del lugar... Pero ya no me importaba. Racionalizaba mis actos pensando en que estaba haciendo lo que una amig necesitaba... pero en realidad era principalmente por mí: mi deseo de sexo desbordante y curiosidad, una terrible curiosidad.

Fui torpe aquella vez, como no podía ser de otra manera. Me sentía mujerm pero iba camino de seducir a otra mujer... que además pensaba como un hombre... Más o menos. ¿Cómo se actúa en esa situación? Mientras le daba un millón de vueltas a la cabeza, llegué a la puerta de Dalia. Desde el momento en que agarré el pomo, ya no hubo vuelta atrás.

Eran las doce y media de mañana. Su ventana estaba orientada a poniente, por lo que tenía el sol de la mañana entrando a raudales. Cerré detrás de mí y puse la única silla que había en la habitación como bloqueo. No quería que nos atrapasen revolcándonos desnudas.

La rubia estaba sobre la cama, retocándose el maquillaje con un pequeño espejo de mano. Levantó la vista apenas un momento y continuó con su tarea.

—Hola, Laura... —dio simplemente.

A pesar de nuestra charla de la noche anterior, seguía manteniéndose distante. Era una distancia de protección, muy diferente a la lejanía agresiva de los días anteriores: Dalia no quería que volviera a entrar en su corazón. Naturalmente mis ideas eran otras. Suspiré con fuerza y me lancé al ataque.

Desabroché poco a poco mi blusa. Mis pequeños pechos con su prominente aréola adolescente de color marrón quedaron libres poco después. Se arrugaron cuando sentí el aire fresco sobre ellos.

Seguí soltando botones, uno a uno. Dalia seguía sin mirarme. Por fin, cuando el último cedió, mi sexo quedó expuesto, por primera vez en mi nueva vida con un propósito claramente sexual. A pesar de que algo en mi interior rogaba que lo cubriese, una enorme vergüenza sobre algo que no debía estar, mi voluntad fue más fuerte. Dejé al descubierto mi inútil colgajo. Finalmente, con la vista clavada en Dalia, dejé caer la ropa al suelo. Con el ruido, mi amiga volvió a mirarme.

No hay palabras para definir sus sorpresa. No pude reprimir una sonrisa pícara al ver su boca abierta. El espejo se le escurrió entre las manos y cayó sobre la cama. Intentó hablar pero yo me llevé un dedo a la boca, indicando silencio. Parecía que el corazón se me iba a salir por la boca, pero aún así, vestida sólo con mis altos tacones, recorrí la distancia que me separaba de la cama. Me incliné, juntando mis brazos para lograr algo de busto, y la besé ligeramente en los labios. Vi de reojo que aparecía un bulto en su entrepierna. Así que después de todo, ¡le ponía cachonda lo que estaba haciendo! Fue en ese momento en el que reparé en que yo también estaba excitada. Me gustaba exhibirme para ella y me gustaba que a ella le excitase.

Dalia aún estaba casi inmovilizada por lo inesperado de la situación, por lo que yo, con todo bien pensado, seguí jugando mi papel. Me retorcí sobre la cama como una anguila y pasé mi lengua por su nuca. Obtuve como recompensa una preciosa piel de gallina que se esparció por su espalda. Me sorprendía ser capaz de ser tan... activa. Aún seguía teniendo la iniciativa, pero no duraría mucho más... sólo que no lo sabía.

Mi siguiente paso fue estrujar sus pechos. Los apreté con fuerza, especialmente sus pezones, que ya estaban duros como piedras y casi salían tres dedos del seno. La hice gemir por primera vez. Pero yo quería más. No deseaba para nada su feminidad. Lo que yo quería, lo que yo buscaba, era precisamente lo que la diferenciaba de mí. Lo que yo añoraba a la vez que necesitaba más que ninguna otra cosa.

Fue la primera vez en mi vida, en la actual o en la anterior, que tocaba un rabo que no fuera mío. Lo notaba grueso y largo, aunque en realidad no lo era tanto. Mediría algo más de quince centímentros, como mucho, y no era tampoco especialmente grueso. Pero mis manos eran mucho más pequeñas que las que había tenido, y mi micropene no servía para comparaciones.

Y ese fue precisamente el momento en que Dalia despertó. Se arrancó la ropa sin ningún cuidado. Pude admirar —y envidiar— su maravilloso cuerpo, sus curvas rotundas, su piel morena... Y su polla dura como una piedra. Tanto que tenía el capullo violeta. No pude apreciar mucho más, porque giró su cuerpo para poner su verga frente a mi boca. No tuvo que hacer ningún gesto más. Mi boca estaba salivando con anticipación. ¿Qué se sentiría? ¿Cómo sería chupar una polla?

No tuve que esperar para saberlo. Acepté su carne entre mis labios. Apreté con mis labios y noté como empujaba la sangre que llenaba la suavísima piel de su glande. Dalia gimió un poco más alto. Su voz era tan, tan femenina, que ese rabo duro que empezaba a abrirse pano entre mis labios parecía fuera de lugar, mucho más que mi colita, ciertamente casi femenina.

Seguí tragando su polla. El tronco era tan diferente de la punta... Era venoso y rugoso. Definitivamente me gustaba más chupar la última... Y descubrí que lo que había dicho Agustín no eran tan cierto como podía parecer. Mi garganta estaría todo lo preparada que él me dijera, pero en cuanto Dalia llegó a mi campanilla, tuve que sacar su herramienta de mi boca. Me gustaba mucho... me encantaba tenerla dentro, pero el llegar al fondo me provocaba arcadas.

—¿Te gusta? —Le pregunté con una voz que había salido naturalmente melosa.

Ella asintió con la cabeza y yo volví a chupar.

Sabía lo suficiente para entender que el hecho de tener su polla en mi boca no era lo suficientemente placentero. Sabía perfectamente que tenía que moverme. Y eso empecé a hacer. Puse una mano cerca de su base y empecé a subir y bajar mi cabeza, apretando todo el rato muy fuerte con los labios. Sentía cómo su sangre se movía a impulsos dentro de sus cuerpos cavernosos y esponjoso, y eso me excitó todavía más. Que Dalia empezara a acariciar mis tetas con sus manos no consiguió más que aumentar mi hambre de sexo. Estaba sorbiendo su carajo con tanta ansia que se oían los ruiditos por toda la habitación. Mi parte consciente rogaba que no se oyeran fuera...

Poco a poco fue desplazándome hasta que quedé encima de ella, en una postura similar al tradicional 69. Yo no quería que ella tocase mi insensible micropene. Me sentía hasta mal al pensar en ello. Incluso bajaba un punto mi excitación. Pero sus ideas eran otras. Dalia aún tenía que avanzar en la parte heterosexual que yo le estaba negando. Desplazó mis nalgas hacia abajo y empezó a lamer mi ano. Si la sensación cuando acarició mis diminutas tetitas fue grande, al preparar mi culo fue sublime. Un jadeo ahogado escapó entre los esfuerzos de mi mamada.

Porque la mamada estaba empezando a ser cansada. Chicos, no creáis que cuando una mujer os come el rabo lo hace sin esfuerzo. A mí, durante esa primera vez, me estaba doliendo todo: mandíbula, cuello... hasta había dejado de sentir los labios, que parecían estar de tres veces su tamaño y, desde luego, habían perdido todo su maquillaje.

Pero por nada del mundo pararía. ¡Me entusiasmaba chupar pollas! Dalia introdujo un dedo en mi ano y me hizo dar un respingo. Como Agustín había anticipado, era a la vez placentero y doloroso. Pero el dolor era pequeño, mucho más pequeño de lo que habría esperado que fuera. Poco sabía yo lo que iba a cambiar eso cuando fuera toda una polla la que me abriese. Pero esa vez no sería. La respiración de Dalia se aceleró. Sus gemidos fueron cada vez más intensos y yo noté algo... Su verga estaba aún más gruesa y tan dura que parecía de marfil. Un momento después, dejó mi culo tranquilo y se dedicó sólo a sentir.

Me bajé de encima de mi amiga y me acuclillé entre sus piernas. Podía ver su cara a duras penas entre sus dos tetazas. Se mordía el labio para evitar gritar. Las manos estaban crispadas sobre las sábanas. Me dolía tanto la mandíbula que pensaba que no iba a poder resistir hasta el final, pero verla disfrutar de esa manera me excitaba tantísimo que, al mismo tiempo, no podía dejar de darle ese placer, por mucho que me cansase.

Dalia llevaba días sin un alivio sexual, y nunca en su vida como mujer había tenido sexo con otra persona. Sus sensaciones, como las mías, estaban muy, muy intensificadas en su nuevo cuerpo. Así que estalló pronto. De repente, sin avisar. Sólo una profunda inspiración y un gemido prolongado anunciaron el primer chorro de semen que fue directo a mi garganta. Afortunadamente, no obstruyó mis vías respiratorias y pude seguir chupando y chupando, apasionada como nunca lo había estado. Su placer disparaba el mío, a un nivel claramente psicológico. No había nada físico en lo que estaba sintiendo a medida que chorro tras chorro se derramaba en mi boca y yo iba tragando hasta que, por fin, la erupción seminal terminó, y Dalia finalmente relajó sus músculos.

—¡Qué mamada! —fue lo único que alcanzó a decir.

Yo me sentí a un mismo tiempo bien y mal. De Dalia, realmente sólo me había gustado su polla. Para tetas y cuerpo de mujer, ya tenía el mío, aunque ni de lejos fuera tan espectacular como el suyo. Definitivamente yo no era bisexual como ella, aunque nadie lo diría, dadas las veces que ella y yo nos hemos acostado juntas. Por otro lado, su orgasmo efectivamente me había satisfecho, me dejaba una sensación de autocomplacencia que no había encontrado en ninguna de mis experiencias en solitario. Pero por otro, me quedaba con la necesidad de sentir más, de compartir ese orgasmo que me estaba negado.

Y lo que más me iba a durar... el sabor del semen, que se agarra a la garganta y permenace ahí durante horas. Aunque... ¿sabéis? No me disgusta en absoluto.

*************Fin de la trigésimo primera parte*************

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