miprimita.com

Las cinco amigas (21)

en Transexuales

*************Vigésimoprimera parte*************

Creía saber la razón por la que Natalia se había entristecido tanto al saber que no iba a sufrir más modificaciones. Podía estar equivocada, naturalmente. Quizá aún tenía la esperanza de que la volvieran a convertir en su "yo" masculino, aunque ella sabía, igual que yo, que las modificaciones eran permanentes e irreversibles.

Para confirmar mis sospechas tenía que hablar de algo que las tres habíamos esquivado hasta entonces: de nuestra sexualidad. Sería más preciso decir "de nuestros genitales". Tendría que empezar por mí, ya que bajo ningún concepto estaba dispuesta a contarle cómo la había descubierto aquella noche, desnuda y forcejeando con los metales que aprisionaban su sexo.

Nos sentamos sobre la hierba, al lado del lago. Se acercaba mayo, y los mediodías eran a veces lo suficientemente cálidos como para permitirnos estar a gusto incluso tapadas tan solo con nuestros escuetos pijamas. No había ni una nube en el cielo. Nos reclinamos y pude apreciar como los pechos de Natalia se desplazaban a los laterales de su torso. Yo, interorizadas ya tantas posturas incómodas pero necesarias para lo que querían que fuese, doblé las piernas detrás de mi inmenso culo mientras me apoyaba tan sólo sobre mi brazo izquierdo. Sabía que no iba a aguantar en esta posición más que unos minutos, pero era la más adecuada para el momento y la situación, dentro de mi limitado y forzado repertorio. No me gustaba la sensación de mi piel desnuda sobre el cesped. Natalia tenía pantalones, pero yo no.

Estábamos en silencio. Ella estaba perdida en sus pensamientos sobre no ser modificada más, y yo buscaba una manera de iniciar la conversación y averiguar lo que le pasaba. Tendría que darme prisa, pues no quedaba demasiado tiempo para empezar las clases de la tarde. Echaba de menos a Dalia pero sabía que delante de ella no me hubiera siquiera planteado este tema. Ella parecía tan... feliz con todo...

—¿Qué piensas de que nos hayan convertido en mujeres? —dije al fin.

Me miró con sus ojos verdes largo rato.

—¿Qué quieres que piense, Laura? Es lo que tenemos, y con ello tenemos que vivir...

—Dicen que acabaremos por preferir nuestro nuevo cuerpo y nuestra nueva vida a lo que teníamos antes.

—No sé... —dijo, volviendo la vista al cielo de nuevo—. Estoy tan confusa... Por un lado me siento tan... violada, tan ultrajada por haberme hecho esto...

—...Pero por otro lado —la interrumpí—, te gustan ciertas sensaciones y hasta detalles físicos que antes desconocías.

Asintió con la cabeza y yo decidí jugar fuerte:

—Incluso te ha llegado a erotizar tu propio cuerpo.

Se incorporó. Por la brusquedad del gesto, sus pechos se movieron ostensiblemente. Yo me quedé mirándola con las cejas alzadas, sorprendida y temiéndome haber terminado la charla antes de empezarla. Pero su respuesta... o mejor dicho, su pregunta, fue otra. Su frente inexpresiva me hacía difícil interpretar sus emociones. Justo lo contrario que yo, que era un libro abierto para el mundo.

—¿Cómo puedes saber eso?

—Porque a mí... —guardé silencio un momento. Estaba a punto de hablar de mi más profundo secreto. No me sentía preparada—. Porque a mí —repetí— me pasa lo mismo.

—¿Qué mente tan retorcida cambia tanto a una persona y a su vez le hace añorar lo que era y desear lo que es? —preguntó.

—No lo sé. Natalia. No tengo ni idea.

—Dime una cosa... —me dijo, cogiéndome del antebrazo—... ¿Tú te sientes mujer?

Asentí con la cabeza.

—Completamente. Apenas me costó un día aceptar mi nuevo sexo.

—Pero... —continuó— ¿Tú lo querías ser?

—En absoluto. Me siento tan violada como tú.

—¿Sabes? —se sinceró—... Yo también me siento mujer...

—Pero hay algo que me destroza por completo —continué, redirigiendo la conversación hacia donde me interesaba. El corazón se me estaba acelerando ante los secretos que estaba a punto de revelar—. Tengo —ya estaba... no había vuelta atrás— muchísimas ganas de sexo cada noche, cuando me quedo sola —Natalia me miraba fijamente, con los ojos muy abiertos en silencio—. Desde que me desperté en este cuerpo, lo que más deseo en el mundo es un orgasmo. Pero es algo... —me empezó a temblar la voz—. Es algo que jamás llegará.

Una lágrima rebelde se negó a quedar contenida dentro del párpado, y cayó por la mejilla. La contuve con la manga de la blusa, con cuidado. No quería estropear mi maquillaje. Al hacerlo, choqué con los grandes aros que tenía en las orejas. Resoplé en voz baja.

—Ninguna somos mujeres completas —continué—. No sé si lo habrás notado ya, pero todas tenemos algún resto de nuestro pasado como hombres —ella asintió con la cabeza—. A mí me castraron —la palabra sonaba terrible. Nunca la había usado—. Sólo me han dejado un diminuto pene que no es funcional —hizo un ademán de intentar hablar, pero la interrumpí antes de empezar con un gesto de mi mano. Si me detenía, no acabaría nunca—. No sólo lo han atrofiado. Lo han dejado insensible. Yo jamás podré tener un orgasmo.

—Pero... ¡hay otros métodos de...!

—No sé los métodos que habrá. Sé que no lo voy a tener, porque me lo han explicado por activa y por pasiva. Y sin embargo ¡¡mi cuerpo es cien veces más sensible que antes!! Un roce, una caricia... y mi líbido se dispara. ¿Entiendes lo mal que lo paso?

—¿Y Dalia? —preguntó.

—No lo sé. Jamás he hablado de esto con nadie. Pero necesitaba contarlo. Contártelo. Sabía que tú me entenderías.

—Laura... —volvió a cogerme el brazo. Si no me lo contaba ahora, no lo haría nunca—. A mí me han dejado mi antiguo sexo intacto... Pero dentro de un cinturón de castidad masculino.

Puse cara de sorpresa. Creo que me salió bien.

—Es de titanio, me han dicho —continuó— y me lo instalaron durante mi transformación. Es tan ceñido que mi pene no puede alcanzar una erección. Mis testículos están en las cavidades inguinales. Es como si no tuviera... Salvo porque producen esperma como cualquier otro.

—Pero puedes... —interrumpí.

—No. No puedo llegar al orgasmo. Lo he intentado. Mi cuerpo también es mucho más sensible que antes, pero de mi pene sólo puedo alcanzar la puntita con un dedo. ¡No te imaginas la sensación que es! Sin embargo, no es suficiente. ¡No lo consigo! Me han dicho que yo tampoco tendré orgasmos, aunque sí eyaculaciones, con algo llamado "masaje prostático". Prefiero no saber lo que es, de verdad. Me da escalofríos pensarlo.

Ahora las dos llorábamos. Ya me había olvidado de mi maquillaje. El suyo eran tan ligero que no parecía dañarse con las lágrimas. El lloro fluía por nuestras mejillas, pero no había grandes aspavientos, ni hipo. Sólo ojos que se desbordaban

—...Por eso te has puesto triste cuando te he dicho que no nos iban a modificar más —logré decir, más atenazaba por la emoción.

—Pensaba que me lo quitarían en algún momento. Pero no ha sido sólo eso. Cuando me has dicho lo que han hecho contigo... he visto que me dejarán así para siempre. Para siempre —repitió, más para sí que para mí.

Nos abrazamos. Sin hablar. Compartiendo nuestra pena y nuestra frustración. Había conseguido la respuesta que buscaba, pero a costa de exteriorizar un dolor muy grande por parte de las dos.

Sin embargo, esa breve charla, bajo el sol del final de abril, nos unió mucho más. Éramos miembros de un mismo club, castigadas a la misma pena de por vida.

Casi se nos hizo tarde, y antes de las clases teníamos que retocar nuestro maquillaje. Sobre todo yo, que tenía goterones negros por toda la cara. Bajamos las escaleras casi corriendo, a pesar de lo difícil que era para mí con los tacones. Natalia no lo tenía más fácil. Acabó sujetándose las tetas con las manos porque su brutal rebote la desequilibraba hasta el punto de comprometer su equilibrio.

Sin embargo, mis carreras fueron en balde. Mercedes tampoco apareció entonces. Hasta la hora del gimnasio, me habían dado tiempo libre. ¡Oh, no, el gimnasio! ¡Seguro que no había nada para evitar que los aros rebotaran sobre mis mejillas con cada ejercicio. ¡Cómo odiaba a veces mi situación!

*************Fin de la vigésimoprimera parte*************

Mas de Laura Anubis

Las cinco amigas. Libro Segundo (10)

Las cinco amigas. Libro Segundo (9)

Las cinco amigas. Libro Segundo (8)

Las cinco amigas. Libro Segundo (7)

Las cinco amigas. Libro Segundo (6)

La chica del doctor 7

La chica del doctor 6

La chica del doctor 5

La chica del doctor 4

La chica del doctor 3

La chica del doctor 2

La chica del doctor

Una diosa llamada Venus. Capítulo 19

Una diosa llamada Venus. Capítulo 18

Una diosa llamada Venus. Capítulo 17

Una diosa llamada Venus. Capítulo 15

Una diosa llamada Venus. Capítulo 15

Una diosa llamada Venus. Capítulo 14

Una diosa llamada Venus. Capítulo 13

Una diosa llamada Venus. Capítulo 12

Una diosa llamada Venus. Capítulo 11

Una diosa llamada Venus. Capítulo 10

Una diosa llamada Venus. Capítulo 9 (de verdad)

Una diosa llamada Venus. Capítulo 9

Una diosa llamada Venus. Capítulo 7

Una diosa llamada Venus. Capítulo 6

Una diosa llamada Venus. Capítulo 5

Una diosa llamada Venus. Capítulo 4

Una diosa llamada Venus. Capítulo 2

Una Diosa llamada Venus. Capítulo 3

Una diosa llamada Venus. Capítulo 1

Las cinco amigas. Libro Segundo (5)

Las cinco amigas. Libro Segundo (4)

Las cinco amigas. Libro Segundo (3)

Las cinco amigas. Libro Segundo (2)

Las cinco amigas. Libro Segundo (1)

Las cinco amigas (33. Fin del libro primero)

Las cinco amigas (32)

Las cinco amigas (31)

Las cinco amigas (30)

Las cinco amigas (29)

Las cinco amigas (28)

Las cinco amigas (27)

Las cinco amigas (26)

Las cinco amigas (25)

Las cinco amigas (24)

Las cinco amigas (23)

Las cinco amigas (22)

Las cinco amigas (20)

Las cinco amigas (19)

Las cinco amigas (18)

Las cinco amigas (17)

Las cinco amigas (16)

Las cinco amigas (15)

Las cinco amigas (14)

Las cinco amigas (13)

Las cinco amigas (12)

Las cinco amigas (11)

Las cinco amigas (10)

Las cinco amigas (9)

Las cinco amigas (8)

Las cinco amigas (7)

Las cinco amigas (6)

Las cinco amigas (5)

Las cinco amigas (4)

Las cinco amigas (3)

Las cinco amigas (2)

Las cinco amigas (1)