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Las cinco amigas (32)

en Transexuales

*************Trigésimo segunda parte*************

Llegué a tiempo a clase de Mercedes. Incluso pude pasar por el baño y me retoqué el maquillaje. Bueno, más que retocarlo, tuve que recomponerlo entero después de lo que había pasado. Pensar en ello me volvía a excitar. Sin embargo, aparte de pellizcarme un poquito (sólo un poquito) los pezones, lo único que pensaba que podía volver a calmarme es volver a chupar la polla de Dalia, darle otro orgasmo y así, a través de ella, obtener mi satisfacción. Pero, en mi actual estado, sabía perfectamente que no tenía fuerzas para otra sesión como la que acababa de terminar. ¡Me costaba hasta hablar!

Cuando llegó la áspera mujer, aún tenía los labios bastante hinchados. Si se dió cuenta, no dijo nada. Yo seguía sin saber si era correcto o no lo que habíamos hecho, por lo que no tenía ninguna intención de que se enterasen. Por Dios...¡me moría de vergüenza sólo de pensar en que nos pillaran! ¡Y ese sabor a semen que no se iba de mi boca...!

Y así llegó la noche. Después de la cena pude pensar con calma en lo que había pasado y en mis sensaciones. Afortunadamente, la cena se había llevado el último regusto de la corrida de mi amiga y ya me sentía internamente un poco más tranquila. ¡Cómo si alguien pudiera notar los sabores que había en mi boca...!

Definitivamente, me había gustado darle placer a Dalia. Y como me habían advertido, su orgasmo en cierta manera me llevaba a mi satisfacción. Es más: a mi realización. Es como si yo estuviera hecha para que otras personas obtuvieran recompensa sexual. Y ese es realmente mi condicionamiento. Más que condicionamiento. Es la forma en la que han construido mi cerebro, mucho más allá de mi cuerpo. Pero entonces sólo lo intuía.

El hecho era mejorable. Realmente, no tenía deseo de besar a otra mujer, ni de tocar sus pezones, ni nada parecido. No sabía cómo sería hacerlo con un hombre de verdad, pero estaba segura de que me iba a satisfacer más. Prefería rozarme con un brazo velludo, con un pecho duro, con una espalda ancha... Aunque los musculitos realmente no me gustaban, eso lo tenía claro. Lo mío eran los hombres normales... reales. Accesibles. Y eso no tengo claro aún si es mío o si también me lo implantaron. Prefiero pensar lo primero.

Y las reflexiones me llevaban a analizar el hecho, lo que había ocurrido. Comer polla me había gustado. Me había gustado mucho sentir ese trozo de carne caliente, palpitante, como si tuviera vida propia. Esa diferencia entre la piel tan tersa del glande y la ruda venosidad del tronco. Y sobre todo... notar como fluía la sangre que la manteía tan dura. Ese ruidito aún era capaz de evocarlo, y me volvía loca de deseo. Porque, si bien, el orgasmo de otra persona me lograba tranquilizar, esa tranquilidad duraba poco. En cuanto pensaba en sexo, volvía a tener ganas.

Desde luego, comer rabos era cansado, casi hasta extenuante pero... ¿y que me follaran el culo? ¿Sería mejor o peor? No iba a tardar mucho en averiguarlo.

Ocurrió cuando ya estaba en la cama, intentando por todos los medios buscar el sueño me pareció notar que alguien se deslizaba en la habitación. Como yo estaba en ese duermevela en el que la realidad se entremezcla con los sueños, llegué a pensar que era un sustrato de mi mente y no le dí más importancia. Hasta que se coló en mi cama.

—Silencio... —susurró la pícara voz de Dalia, ahogando una sonrisa—. Hazme un sitio, por favor.

—¿Qué haces aquí? —le pregunté, girándome, puesto que le daba la espalda en ese momento— ¡Nos van a descubrir!

Ella, por toda respuesta, agarró mis mofletes con sus manos y me besó. De manera larga y metiendo mucho la lengua, de una manera indudablemente dominante. Yo al principio quise resistirme. Luego simplemente cedí. No porque me gustase... definitivamente, que me morree una mujer no es mi pasatiempo favorito, pero mi docilidad se impuso. Además, yo había ido previamente a comerle el rabo a ella y, si no se hubiera corrido tan rápido, solo Dios sabe qué habríamos llegado a hacer, por lo que me parecía justo que ahora me devolviese ella la visita.

Además, tenía el íntimo deseo de sentir una polla en mi culo por primera vez en mi vida, lo que contribuyó a dejarla hacer. Y desde luego Dalia no tenía muchas ganas de preliminares. Escuché cómo se bajaba los pantalones y los dejaba caer a un lado de la cama. Me giró hasta dejarme en la posición en la que estaba cuando se metió en la cama: apoyada sobre mi costado izquierdo, en una postura semifetal, con mi enorme culo muy hacia atrás y el torso y las piernas formando un ángulo de más de cuarenta y cinco grados. Me sentía bien en esa posición. Yo no estaba maquillada y no me apetecía que me viera con la cara lavada. Como yo tenía vedado el uso de pantalones, se limitó a subir mi larga blusa. Noté el roce de las gruesas sábanas de hospital directamente sobre mi piel y me estremecí. Sabía lo que estaba a punto de pasar, pero al mismo tiempo lo desconocía.

Un momento más tarde, oí a Dalia humedecerse unos dedos en su propia saliva. Al instante, la noté palpando mis nalgas. Lamentablemente, su enorme volumen se lo puso un poco difícil.

—¿Quieres que te la chupe un poco? —me ofrecí. Seguro que con mi saliva por todo su tronco estaba más lubricada cuando me penetrase. Un poquito de baba me parecía poco para un culo tan cerrado como el mío.

—No... Déjame hacer... —susurró, algo jadeante ya.

Yo volví a callarme y decidí ayudarla un poco separandome la nalga superior con mi mano. De esta forma, le quedaba abierto el acceso a mi nuevo y virgen sexo. Sonreí cuando volvió a tocarme con sus dedos húmedos de saliva. La sensación fue electrizante. Todos los plieguecitos externos de mi ano eran extraordinariamente sensibles. Calambres de placer me recorrían la espalda y me causaban pequeños espasmos que no pasaron desapercibidos.

—¿Te gusta, eh? —murmuraba, más para sí que para mí.

De todsa formas, yo ya tenía bastante con evitar gemir como para contestarle.

En ningún momento llegó a introducir siquiera el dedo meñique en mi interior, así que cuando noté que se movía y, sobre todo, cuando sentí la cálida y durísima punta de su cipote en mi culo, mi corazón tembló de miedo. Me quedé muy muy quieta. Sentí su aliento en mi nuca justo antes de que hablara.

—Si no te relajas un poco, te va a doler mucho... ¡Hazme caso!

Pero era más fácil de decir que de hacer. Mi cuerpo seguía muy tenso... y Dalia no estaba tampoco para ser una amante delicada: buscaba satisfacerse y me había elegido para realizarse. Por eso cuando sentí la punta de su pene intentando entrar en mi interior, aún me puse más agarrotada.

El dolor fue terrible. Tan agudo y pronunciado que pensé que me iba a morir allí mismo. En ese mismo instante desapareció todo mi deseo y se borró el placer que aún sentía por las caricias ensalivadas que me había dado.

—¡Sácala, sácala! —le rogué, tratando de empujarla con mis manos vueltas hacia mi espalda... Pero Dalia era más fuerte que yo, que tenía la constitución de una niña.

—Ni siquiera ha entrado aún Laura... aguanta un poquito y todo mejorará.

Pero eso era más fácil de decir que de hacer. Yo sentía como si un barra de acero al rojo vivo me estuviera partiendo en dos desde el culo. Mordí la almohada para no gritar. Me sentía prácticamente violada... ¡y desde luego no me gustaba!

—Para, por favor —alcancé a rogarle, entre lágrimas—. No me está gustando.

Para mi sorpresa, y con un suspiro, Dalia se quedó quieta. Efectivamente no tenía mucha polla que sacar. Ni siquiera había entrado todo el capullo. Pero lo peor fue que el dolor no acabó cuando la extrajo de mí. Mi ano seguía palpitando y tenía la misma sensación que cuando me estaba empezando a sodomizar.

—Jamás había pensado que un culo pudiera ser tan, tan estrecho —se sinceró, con un tono de curiosidad en la voz.

—Me lo han hecho así —dije, un poco más tranquila—. ¡Y los odio por ello!

Poco a poco, a medida que los minutos pasaban, el daño fue cediendo, aunque no el recuerdo del mismo. Sin embargo, no podía permitir que mi amiga se quedara con las ganas, así que la invité a volver a entrar. No necesitó que insistiera. De nuevo volví a separar mis nalgas con mis manos. De nuevo volví a sentir su escasa saliva, demasiado escasa en mi ano, y de nuevo el duro cilindro de su sexo, que había pasado los últimos minutos apoyado contra mis enormes nalgas sin perder ni un ápice de su rigidez volvió a apuntar a mi interior.

Esta vez no pensaba ceder a los dictados de mi cuerpo: me iban a follar porque yo quería. Pero cuando el intenso dolor empezó de nuevo a repartirse por todo mi cuerpo, desde el mismo momento en que el capullo de Dalia empezaba de nuevo a abrirme, estuve tentada de cambiar de opinión. El dolor era grande, pero más soportable que anteriormente. Era una sensación diferente, aunque igualmente desagrable.

—Empuja hacia afuera —me susurró al oído, causandome un escalofrío de algo parecido a placer por primera vez—. Como si cagaras —las sutilezas verbales nunca habían sido precisamente su fuerte.

Naturalmente, le hice caso. O lo intenté. El dolor era tan intenso a ratos que simplemente no podía obedecer. Mi esfínter se cerraba espasmódicamente lo que, paradójicamente, aumentaba el placer que sentía mi amiga al irme penetrando. Al cabo de un tiempo, yo estaba totalmente sudada, empapada en mi sufrimiento y dolor, pero Dalia seguía su lento trabajo de entrar a mí. Con lo averiado que tenía mi reloj interno, me parecieron mil años antes de que su pubis tocase mis nalgas y se abriera paso entre ellas.

—Si no me meto entre tus cachetes, apenas te penetraría un poco, Laura. ¡Menudo culazo tienes!

Sus palabras no fueron precisamente acertadas. Por un lado, yo sentía como si me estuviese taladrando ya un metro largo de polla. Por otro, no necesitaba que me recordase lo desproporcionado de mi culo. Pero finalmente pareció contenta de lo que había conseguido introducirse en mí. Para entonces, yo ya respiraba fatigosamente. El dolor era más sordo... menos agudo, pero no había cedido ni un poco. Y seguían las contracciones involuntarios de mi anillo rectal.

—Chica... realmente no creía que pudiera haber un culo tan delicioso como el tuyo. Es estrechísimo hasta en su interior.

Yo tenía los ojos tan profundamente cerrados que veía nubes de colores en su interior.

—Dalia... daría cualquier cosa porque fuera más normal... No veas como estoy sufriendo. es terrible.

—¿Quieres que pare? —preguntó con un punto de pena en la voz.

—¡No! —salió de lo má profundo de mi ser— ¡Ni se te ocurra! ¡Fóllame! ¡Fóllame!

Sin decírmelo, Dalia me empujó lateralmente, sin salir de mí, hasta que terminamos con mi pecho aplastado contra la cama, mi cabeza mordiendo la almohada y mi culo en alto. Ella estaba de rodillas detrás de mí. Empezó a moverse lentamente. Con tan poco lubricación notaba perfectamente toda la fricción. Como su cipote recorría mi esfínter casi hasta el final y luego volvía a introducirse. Yo empecé a gemir de dolor y eso pareció estimularla más. Seguramente confundía el significado de mis ruiditos.

Al poco, estaba entrando y saliendo de mí como el pistón de un fórmula uno. Mi culo fue cambiando poco a poco la sensación. Aunque el dolor sordo continuaba, una profunda quemazón debida a la polla que entraba y salía continuamente fue tomando primacía. Al cabo de un rato, sentía que mi culo ardía como si me follara una antorcha y no mi amiga Dalia.

Sin embargo, precisamente entonces fue sintiendo como ella disfrutaba. Como gemía y murmuraba incoherencias. Y eso me excitó mucho más de lo que el hecho de entregar mi culo, a pesar del dolor, estaba logrando que me excitase. Casi inconscientemente llevé mis dos manos a las nalgas y las separé más.

—¡Fóllame más, Dalia, fóllame! ¡Destrózame el culo!

Las palabras se vertían directamente desde mi deseo, sin pasar por mi parte voluntaria. A pesar del dolor, de la quemazón, de la postura, que estaba empezando a molestarme en el cuello, deseaba muchísimo que me follara. Realmente, estaba disfrutando de lo que me estaba haciendo. Disfrutando de apartar con mis manitas mis enormes nalgas, de sentir mis sensibles tetitas aplastadas contra la cama... De estar tan sometida, tan entregada. De ser capaz de proporcionar placer. Y al mismo tiempo estaba aceptando ser todo eso. Interiorizándolo. Aceptando que era un receptáculo para el placer de otros... y que eso me llenaba, me realizaba.

Y entonces, disfruté. De una forma interna. Mientras mi culo palpitaba y Dalia disfrutaba, yo realmente disfruté de ser follada. Mi deseo de satisfacerla me llenaba tanto que deseaba que se corriera en mi boca para saborear de alguna manera el placer que le había proporcionado. De hecho, mi forma preferida de llevar al orgasmo a mis parejas es con mi boca. Me encanta que me follen, me encanta esa sensación de tener el culo abierto y ardiendo durante mucho rato... pero el sitio para depositar su leche es mi boca. Dejarla que se agarre a mi garganta durante horas... Me satisface a la vez que me excita.

Pero esa vez no dije nada. Dalia llegó un momento en que pistoneaba mi culo tan rápido que parecía que iba a salir humo. Con cada empujón me enviaba un poco más hacia la cabecera de la cama, pero yo en ningún momento solté mis nalgas, para darle el mejor acceso posible a mis intestinos. Por fin, con un ahogado gemido, empezó a correrse, enviándome chorro tras chorro de leche a lo más profundo de mi recto.

Y de nuevo tuve esa sensación de paz, de sosiego al conseguir extraer de ella cada gota de placer. Me sentí internamente feliz.

Por lo demás, Dalia no fue muy delicada ni romántica. Cinco segundos más tarde murmuó una excusa y desapareció de mi habitación. Me hubieran gustado unos mimos post-coito pero agradecí que se fuera: no era de una mujer de quien los deseaba.

*************Fin de la trigésimo segunda parte*************

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