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Las cinco amigas (23)

en Transexuales

*************Vigésimotercera parte*************

Desde que volví a mi habitación, no paré de darle vueltas a la cabeza. ¿Había ofendido en algo a Dalia? También podía ocurrir, simplemente, que no se encontrase del mejor humor del mundo por cualquier motivo. Quizá simplemente estaba cansada... El encuentro había sido demasiado breve.

Después de la frugal cena, me desmaquillé con la ya habitual sensación de hambre en el estómago. Los gigantescos aros eran un incordio para cada actividad que llevaba a cabo en mi vida, y eso que sólo llevaba unas pocas horas con ellos. Incluso para limpiarme la cara colgaban y molestaban. Pero al menos consiguieron que dejase de pensar durante algunos minutos en ella.

A pesar del ejercicio físico, el día había sido poco exigente, por lo que no tenía demasiado sueño. Al final, para vaciar la mente hice lo que tantas personas: conectar la tele una vez más. No era demasiado tarde, quizá no más de las diez, por lo que me sorprendió lo que ví.

El aparato se conectó en el mismo canal en el que lo había dejado después de ver la ópera. Hablaba alguien en francés, quizá un director de orquesta. Como yo no entiendo ese idioma, pulsé el botón de cambiar al siguiente canal. Tragué saliva de golpe. De hecho, me costó bastante tragarla.

Como hombre, creo que recordar que no era precisamente mojigato y seguro que veía pornografía como todo varón desde los catorce años. Pero desde que era mujer había olvidado por completo que existía. Por eso me impactó tanto. La pantalla la cubría por entero un culo femenino del que entraba y salía una polla descomunal. Los dos gemían, especialmente la mujer y un sonoro "plop, plop" se oía cada vez que las nalgas de ellas chocaban con el pubis de él. Me quedé congelada. Fui incapaz de cambiar y hasta el mando a distancia cayó sobre la cama.

Poco a poco el plano se fue abriendo, lateralmente. El culo pertenecía a una mujer rubia con el pelo rizado, ojos verdes y labios desproporcionadamente gruesos. Estaba tan delgada que se le marcaban las costillas. Eso hacía que sus dos tetas de silicona de tamaño medio (al menos, medio para lo que estaba acostumbrada a ver aquí, en cualquier caso, infinitamente más grandes que las mías) destacasen más, pero también resultasen estéticamente falsas. "Como las de Dalia", pensé, desviando una vez más mi mente hacia mi amiga. "Aunque eso nunca le ha importado a ella, ni tampoco a mí. Preferiría unas siliconas como las de la actriz a mis miserables huevos fritos con la yema hinchada".

Ni por un momento me planteé ser el protagonista de la escena que, por lo demás, tampoco salía demasiado. Como casi siempre, el porno se centraba en la mujer. Incapaz de apartar los ojos de la pantalla, me fui dando cuenta de lo que realmente iba a significar ser una chica. Antes o después iba a tener relaciones sexuales. Y se parecerían a lo que estaba viendo (con todas las salvedades del mundo: una película porno no es la realidad). Una polla iba a entrar y salir de mi culo, quizá tan violentamente como la que se movía en la pantalla.

¿Podía pasarme la vida sin sexo? Estaba segura de que no. No había pasado una noche sin sueño erótico, sin intentar estimularme, más o menos infructuosamente. Había aceptado mi cuerpo y mi naturaleza, no sé si por mí misma o inducida por las sutiles modificaciones mentales implantadas. Aunque ya había creado un sustrato mental en el que acostarse con un hombre era algo posible, hasta ese momento no había visto la expresión gráfica de lo que representaba. ¿Le dolía a la chica de la pantalla? Por su cara no lo podía decir con seguridad. A veces cerraba los ojos, frunciendo el entrecejo como si el taladro de su culo no fuera placentero. Sin embargo, en otras ocasiones miraba a la cámara y hasta sacaba la lengua como si lo estuviera disfrutando de verdad. Esos gestos me resultaban un poco forzados.

Después de un rato, los dos amantes cambiaron de postura. Él se quedó debajo y ella, con las piernas abiertas y de espaldas al chico, se introdujo de nuevo el rabo en el culo, sentándose sobre el mismo. Empezó a cabalgar, poniendo ella todo el movimiento que antes recaía sobre él. Yo seguía embobada la acción. Y a pesar de que lo había visto cuando la actriz estaba a cuatro patas, no había reparado en ello hasta que comenzó a tocar su sexo de vez en cuando: esa "chica", como yo misma, tenía pene. No como el mío, un lamentable apéndice atrofiado, sino una envidiable polla que estaba a veces dura como una piedra y otras semi-erecta, dependiendo de cómo se la follaban y cómo se la meneaba.

A veces, se concentraba sólo en dar placer a la gran verga que le taladraba el culo, y entonces soltaba su propio equipamiento para dedicarse sólo a subir y bajar como un auténtico pistón de automóvil. Otras veces, buscaba su placer y disminuía el ritmo para poder masturbarse al mismo tiempo. Realmente parecía que le gustaba lo que estaba haciendo. Yo iba tomando notas mentales mientras examinaba cada minúsculo detalle. Sentía una envidia tremenda de la chica de la pantalla. No sólo porque disfrutase de ser follada, que desde luego lo hacía aunque a veces pareciera que le doliese, sino, sobre todo, porque tenía su polla para ella, que le respondía y, desde luego, sentía placer cuando se la tocaba.

Poco a poco, casi inadvertidamente, me fui excitando. Me descubrí pellizcando con suavidad mis dos pezones de adolescente mientras en la pantalla, los dos seguían follando.

Recordé lo que había pasado cuando descubrí a Natalia y me aseguré de que la puerta estaba cerrada. Luego, tímidamente, fui tratando de imitar las poses de la chica. Al principio vestida con mi blusa extragrande, pero al final acabé por hacerlo completamente desnuda. Me puse a cuatro patas, subiendo el culo al arquear la espalda, imaginándome en la pantalla. "Si fuera yo, el trasero ocuparía media escena", pensé con decepción. Lo que no reparé es en que mis nalgas eran lisas y sin celulitis, mientras que la actriz tenía unos cuantos granos en ellas que poco hacían por embellecerlas.

Luego me puse sentada sobre mi trasero con las piernas abiertas, exactamente igual que estaba ella. Incluso realicé los movimientos de vaivén. Logré cansar mis pobres pantorrillas en un tiempo record, a lo cual había que sumar las dolorosas agujetas que estaban empezando y que mi excitación trataba de ignorar.

Ya había aprendido que tocar mi micro pene era inútil, así que directamente pasé a acariciarme el perineo y el pequeño agujero del culo, como había hecho otras veces. Esa zona y mis pequeñas tetas eran las que más placer me daban, aunque indefectiblemente acababa triste y, sobre todo, frustrada por no lograr culminar mi deseo con un orgasmo.

Los dos actores habían cambiado de nuevo de postura. Ahora la chica estaba tumbada en la cama sobre su espalda, con las piernas sobre los hombros del tío. Estaban follando cara a cara. Cuando el hombre se la introdujo, hizo un indudable gesto de dolor o sorpresa, pero inmediatamente se mordió el abultado labio y empezó a masajearse la polla mientras se la follaban.

En esa toma el varón salía mucho más. Era bastante joven, quizá más que su partenaire. No era feo. Casi podía decir que hasta guapo. Tenía el pelo cortado a cepillo y un buen tono muscular general, sin llegar a las exageraciones de Alberto. Su nariz era ancha y recta y los ojos profundos y marrones. Tenía dos cejas gruesas y labios finos. Estaba tan depilado como ella y eso, no sé por qué, no me gustó. Pensé que me gustaría que quien me follase a mí tuviera algo de pelo en el pecho y en las piernas, como los hombres de verdad... Lo de depilarse era cosa de mujeres, como bien sabía yo cada mañana.

Me lo imaginé follándome... y no me importó. No lo veía ya como un acto homosexual. Estaba claro que yo era una mujer, tuviera entre las piernas lo que tuviera y que me gustaban los hombres. Eso era lo natural, joder...

Recordé lo que me había dicho el médico sobre eso y me entristecí durante un momento. Estaban haciendo de mí lo que ellos querían.

¡Pero la excitación era demasiado grande para preocuparme de eso! Mientras los dos actores caminaban hacia el climax, yo decidí experimentar. Mojé dos dedos en mi saliva (en seco estaba claro que nada entraba en mi culito) y luego, sujetando mis nalgas con la mano libre, intenté penetrarme a mí misma con ellos. El agujerito estaba tan cerrado que tuve que empujar. Al principio con suavidad. Al final no pude más e hice un brusco movimiento.

La sensación no fue nada agradable. Casi de inmediato sentí un agudo dolor que mi hizo retirarlos inmediatamente. El dolor no cedió, y continuó exactamente igual que si siguieran ahí. Sólo poco a poco fue apagándose. Yo estaba muy excitada. Necesitaba algún tipo de escape. Después de pellizcarme de nuevo las tetas hasta que sólo quedó una especie de comezón en el ano, volví a mojar mis dedos en mi saliva.

En la pantalla, el hombre estaba gimiendo más fuerte que en toda la película. Me excitaba mucho pensar que alguien pudiera gemir por un placer que le estuviera dando yo. O quizá más exactamente, que estuviera obteniendo de mí. Volví a meter mis dos dedos. Busqué, investigué, empujé.... Ya no tenía ese dolor tan agudo, pero en ningún momento sentí placer. En su lugar, el culo me ardía.

La chica gemía de placer mientras frotaba desesperadamente su polla, completamente dura. Un instante más tarde, cuando yo ya tenía los dedos de nuevo fuera de mi culo, se corrió. No fue una eyaculación muy abundante, pero no había duda alguna de que había tenido un orgasmo, un precioso orgasmo mientras le seguían follando el culo. Lo que yo nunca tendría.

La escena no acabó allí. El chico, un par de minutos más tarde, dejó de follársela y se pajeó sobre su cara. Ella tenía una cara a medias entre el asco real y en placer fingido. El culo me palpitaba y aún me ardía y yo seguía completamente excitada y llena de deseo. ¡Si tuviera esa polla tan cerca, seguro que no le ponía esas caras de asco!

El hombre eyaculó. Largos chorros blancos que cayeron por doquier. Pelo, ojos, mejillas... La mujer intentó evitar que gota alguna cayera en su boca y la escena acabó entre tímidos y falsos besitos. Me dejó pensativa. A mí no me hubiera importado que se corrieran en mi cara. Y estoy segura de que no hubiera hecho ascos a que me llenara la boca con su semen. Sobre todo, estando tan excitada como estaba en ese momento. Quizá en frío pensase de otra manera. No lo sé...

Desconecté el televisor e intenté dormir. No hace falta que os diga lo que me costó aplacar mi deseo instatisfecho, ¿verdad? Seguro que al día siguiente tendría que usar el corrector de ojeras...

*************Fin de la vigésimotercera parte*************

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