El primer día estaba siendo estupendo. Nos bañamos en la piscina, nos reímos, bebimos y comimos todo lo posible, y un poco más, y nos fuimos cada cual a nuestros cuartos a dormir. Fue, tras las buenas noches con pico en los morros de mi cuñado, cuando entré a mi cuarto y recordé la llave.
“Esta madrugada entra por el espejo si quieres descubrir el País de las Maravillas”. Me tumbé en la cama, pensando lo que podría significar. El sueño amenazaba con vencerme y dejarme sin saber la respuesta a la pregunta, pero un ruido inesperado me hizo incorporarme de un salto. Eran como pasos en el armario ropero, pero eso no podía ser, no había nadie... hasta que aprecié que, tras el espejo que había usado durante tantos años, parecía salir luz. Era muy tenue, pero... me acerqué.
Si, había una pequeña ranura, apenas visible, por la que salía un hilo de luz. Miré atentamente, era una cerradura muy bien camuflada. Saqué la llave y la introduje. Esta giró y, tras un leve “clack” metálico, el espejo se hizo a un lado. En un destello de consciencia me pareció que todo giraba a mi alrededor, escuché cristales romperse y pude oler plástico quemándose.
Pasé a un pequeño cuarto, solo el doble de grande que mi armario de la ropa. El espejo se ceró tras de mí, dejándome solo un posible camino. Un estrecho pasillo que, si no me equivocaba, iba por la cara norte de la casa hasta... ¿donde?
Lo seguí. Había una ventana enorme desde la que podía contemplar a mi hermano y a mi cuñado. Temí que ellos también pudieran verme, pero al rato comprendí que se trataba de otro espejo. Los podía escuchar con toda claridad.
-Tobi, no seas malo, amore... ¿no podemos traernos a tu fratello y meterle los rabos por todos sus agujeros?
-No. Y como insistas no tendrás ni siquiera los míos.
-Solo será un revolcón, como con mi hermana en Berna...
Mi hermanastro pareció pensárselo, pero volvió a insistir en su negativa. Marco trató de suavizar su convicción sacando el pene del pantalón del pijama y llevándolo a su boca. Pero cuando se lo quiso quitar para hablar mi hermano se puso encima y de una embestida se lo metió hasta la faringe.
-No seas puta, no se habla comiendo.
Se puso a follarle la garganta inmisericorde, sin apenas dejarle respirar. Jadeaban ambos como toros y de pronto llegó el orgasmo, un estallido de semen en la faringe de su marido. Mi hermano se la sacó de la boca y se besaron, compartiendo los fluidos.
-Ambos están muertos.
Susurró una siniestra voz a mis espaldas. Me giré y no había nadie. Volví a mirar por el espejo. Por un instante vi un cuarto vacío y con aspecto abandonado. Parpadeé, con incredulidad. Allí estaban, Tobías y su marido, abrazados y durmiendo. El sueño me jugaba malas pasadas, pero ya no sabía como volver a mi cuarto.
Había una escalerilla en el suelo. Dudé por un instante si seguir o si tumbarme en el suelo y quedarme dormido. Debía avanzar, la salida no estaría muy lejos y luego podría dormir en mi cama. Bajé por las escaleras con la sensación que no había marcha atrás, pero descarté este pensamiento como algo irracional.