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El Precio del Alquiler - Parte 3

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[Paco y] El Precio del Alquiler 3: Las Buenas Noticias

 

Mi nombre es Paco. Soy policía, un agente del cuerpo de la Guardia Civil en Castellón. Si, sé de sobra la mala imagen que tenemos, pero no todos somos unos chulos prepotentes, la mayoría somos humildes servidores de la Ley. O, como dicen las películas yankis, “proteger y servir”. No os diré que sea un cachas, porque no lo soy, tengo el físico justo para ser parte del Cuerpo. Soy de piel y cabello moreno, demasiado largo según el gusto de mis mandos. Y el uniforme siempre me ha resultado un poco incómodo por lo apretada que va mi polla, aunque eso me ha llevado a situaciones bastante peculiares.

 

La cosa es que hacía tres meses de la desaparición de uno de mis mejores amigos, Hugo Cebrian. Yo le llevé a conocer a Marco, para que compartieran piso. Pero Marco había conocido a alguien y se mudó a vivir con esa persona, aunque no sé mucho más, pues no es que sea de los conocidos con los que más contacto tengo. Lo entraño fue cuando, al mismo tiempo que preparaba su mudanza, se puso en contacto conmigo para consultarme si sabía algo de Hugo, pues nadie lo había visto desde una fiesta sorpresa y debía vaciar el piso.

 

Yo sabía de sus fiestas sorpresa, a las que nunca fui porque mi sexualidad es bastante convencional, pero quitando la perversión de las mismas siempre eran cosas bastante convencionales, según lo que sabía por el desaparecido Hugo. Me hice cargo de sus pertenencias, que acabaron en el trastero de mi casa, en Valencia. También era que quería revisar su ordenador, por si había algo que pudiera llevarme a denunciar para abrir una investigación, pero ni con esas.

 

Recuerdo que cuando se lo comenté a mi esposa, Marta Utrera, ella me dijo que era muy raro, pues la novia de Hugo había desaparecido en unas condiciones igualmente extrañas. Y esto se sumaba a un autobús de estudiantes que, camino a una excursión en la sierra de Cazorla, se desvaneció sin dejar rastro. No es que yo seas un paranoico, pero me parecía ver conexiones entre todos los casos.

 

El tema es que cuando fui un día a comisaría lo hablé con mi superior, el Cabo Guillermo Contreras. Un hombre de cuarenta y cinco, cuerpo musculoso, cabello castaño oscuro y gesto serio.

 

-Señor, ¿se está haciendo algo con la ola de desaparecidos?

-No se preocupe, agente Ortiz, ya hay gente trabajando en ello.

 

Su respuesta fue tan determinante que decidí olvidarme del tema por completo. No quería poner en duda la profesionalidad de compañeros del cuerpo, sin duda, y mi intromisión estorbaría más que ayudar. Por tanto seguí a mi vida.

 

En cualquier caso mi historia da comienzo el fantástico día en que mi esposa me anunció la mejor noticia de toda mi vida. Estábamos cenando algo que habíamos pedido al chino, como cada noche. Después iríamos a la cama, donde el plan, o al menos lo habitual, era follar como locos hasta bien entrada la noche. Pero ella sacó un sobre y me lo tendió, con una sonrisa que iluminaba su hermoso rostro.

 

-Cariño... ¡¡vamos a ser padres!!

 

Yo no cabía en mí de gozo. Sé que para muchos es un drama el primer momento de saber de su futura paternidad, se plantean todo lo que perderán por la existencia de esa nueva vida, pero como os dije nosotros follábamos cada noche desde hacía bastante tiempo. Y no es que el sexo no sea genial, pero era un sueño común y compartido: ser padres. Me levanté de la mesa, la rodeé entre mis brazos y, con lágrimas de alegría en los ojos, nos fundimos en un cálido beso. ¡¡Al fin nuestro mayor anhelo iba a hacerse realidad!!

[Paco y] El Precio del Alquiler 3: La Familia Primero

 

Ser padre era una alegría para mí, no os mentiré, pero desde que el ginecólogo le dijo a Marta estaba preñada se acabaron los polvos en casa. Osea que era todo matarme a pajas. Un compañero del Cuerpo me dijo de un burdel donde había unas putas guarras muy viciosas, pero no me llamaba lo más mínimo liarme con mujeres que pudieran pegarme media docena de veneras. Eso sin contar que un amigo de Antivicio me había hablado en cierta ocasión de un local que estaban investigando por tráfico de drogas y explotación sexual de niñas rumanas. ¡¡El mismo de las “putas guarras muy viciosas” que me dijo mi compañero del cuerpo!!

 

La cosa es que había vuelto a los años de adolescencia, polla en mano, porno en pantalla y dale a la zambomba como si fuera Navidad. Total, estaba en casa, en una de mis tarde libres, totalmente en pelotas y sacándole brillo a mi porra de carne en lo que llamaron a la puerta. No esperaba a nadie, pues Marta había ido con su madre a comprar cosas para nuestro no nato Rubén (Clodette, si era niña, pero mi semen solo da niños con futuros de sementales, lo sé a ciencia cierta).

 

Abrí, notando un golpe de calor. Era lógico, pues era verano, pero yo quería regresar a la comodidad de mis pajas solitarias. Estaba con un calzoncillo, pero mi polla formaba una tremenda tienda de campaña, que disimulé como buenamente pude. Al otro lado estaba mi sobrina, Sara. Al principio no la pude ver bien, solo su silueta desgarbada de chavalina de dieciséis años, sus pelos revueltos y... pero, pese a que el sol me cegó un instante, mi pequeña nunca iba despeinada.

 

Fue verle un ojo morado y la nariz sangrando que me sentí terriblemente confundido. Todo lo demás era secundario. La agarré de la mano. Tenía dos marcas rojas, había estado llorando. Llevaba una camiseta, dada de sí, con la que se cubría como buenamente podía. Pasamos al salón, hice se sentara en el sofá, me vestí a toda prisa con un chándal, lo primero que pillé, le dí a mi sobrina una chaqueta de Marta y nos fuimos directos a comisaría.

 

La conversación empezó en el coche.

 

-Cariño, ¿qué te ha pasado?

 

Noté se descomponía solo de recordarlo. Lágrimas brotaron de sus ojos. La habría tomado entre mis brazos para consolarla de no haber estado al volante. Al final, entre balbuceos, logró decir un nombre que conocía de sobra.

 

-Hector quería, pero yo le... le dije que... no.

 

Ya rompió un mar de lágrimas sin consuelo. Le dí un paquete de pañuelos de la guantera, en los que enjugó su dolor y se sonó varias veces, de forma muy sonora. Por mi parte marqué en el manos libres el teléfono de mi hermano, y padre de Sara, Juan Miguel.

 

-¡¡Ey!! ¡¡Capullo!! ¡¡Que vas a ser pa...!!

-Necesito vengas a la comisaría donde trabajo, es urgente.

 

Corté, con brusquedad. Mi hermano cambió el tono jovial con que respondió por uno más serio. Un segundo de silencio debió bastarle para escuchar a alguien llorar a mi lado.

 

-¿Que es lo que ha pasado? ¿Quien está contigo?

-Necesito vengas a la comisaría. Ya hablamos allí. Nuestra Pequeña... ese hijo puta con el que está le a hecho algo y si no estás para pararme te juro le meto dos balas en su puta cabeza.

[Paco y] El Precio del Alquiler 3: Dando Caza al Pandillero

 

Íbamos en mi coche mi hermano mayor, Juan Miguel, y yo. Mi hermano es diez años mayor que yo, algo más cachas, pues él es monitor en un gimnasio, barbudo y, por las veces que le he visto en las duchas de su gimnasio, muy peludo. Y ahora estaba muy cabreado.

 

Tras dejar a mi sobrina, Sara, al cuidado de la forense de la comisaría, Estefanía, quien inició el parte de lesiones a mi sobrina. Mi hermano y yo fuimos derechos a mi coche, sin necesidad de palabra alguna. Sabíamos donde ir, aunque no cual sería nuestra reacción cuando viéramos a Héctor.

 

Héctor es un chico dominicano de diecisiete años que va al mismo instituto que Sara. Delgado, una cresta verde en el pelo, algunos tatuajes en sus brazos enclenques, que pretenden imitar a los de las bandas carcelarias, y un piercing de aro bastante hortera en la nariz. Según mis informadores es un mierdas que de vez en cuando pasa maría, aunque se las da de narco internacional.

 

Precisamente ese iba a ser el mejor método de darle un buen escarmiento. Estábamos llegando a una zona del extrarradio donde él operaba, y sabía estaba en esos momentos montando en monopatín jactándose de haber tenido un sexo espectacular con “una fulana” cuando me llamó Estefanía para confirmarme que mi pequeña no había sido agredida sexualmente, solo tenía contusiones de haber forcejeado, nada de gravedad.

 

Sin embargo no íbamos a trincarle por esto, pues podría jugar en nuestra contra que la víctima sea de nuestra familia. No, iba a ser “descubierto en posesión de medio kilogramo de cocaína” la cual se estaba escondiendo en el intestino, muy probablemente con la intención de pasar la frontera hacia Francia. Esa sería la versión. Tenía el medio kilo de coca en el maletero, en bolsitas. Solía ser un buen medio para pagar a los confidentes, aunque la sociedad o lo ignora o hace la vista gorda al respecto.

 

Llegamos a una nave industrial abandonada. Era un antiguo almacén de Industrias Cantero, un productor de material de embalaje. Había dos tipos en la entrada, dos niñatos marroquíes. Hassam e Ibrahim, ambos parte de mi red de confidentes, aunque no quería desvelar su tapadera, pues sus hermanos mayores eran parte de algo gordo que estábamos investigando desde hacía mucho. Aceptaron ser los “esbirros” del mierdas de Héctor solo como forma de agradecerme el haberles librado de pasar una buena temporada a la sombra. Sus culitos post-adolescentes habrían tenido mucha carne dentro de habérselas visto con el mundo carcelario.

 

Me vieron a lo lejos, distinguiéndome por el coche. Sin decirnos nada ambos se echaron a un lado, como si sencillamente se fueran a liarse un porro a escondidas y casualmente dejaran su puesto al descubierto. Como ya dije el gilipollas de Héctor se las da de jefe del hampa, pero es una pequeña escoria, nada más.

 

Nos colamos a toda prisa. Una vez dentro mi hermano me preguntó, inocente él.

 

-¿Por qué no podíamos decir a esos chicos árabes que sencillamente nos dejaran pasar

-No creo nos vaya a ver nadie, pero ellos necesitarán dar muchas explicaciones. Se lo ponemos fácil.

-Pero si esos cabrones trabajan para...

-Mí, hermanito. Trabajan para mí. Y ni con esas pude evitar hiciera daño el cabrón ese a Sara.

 

Mi hermano enmudeció. Acordamos hablar de todo esto en casa.

 

El plan era sencillo. Desde detrás de un grupo de tuberías de hormigón amontonados en un lateral del viejo almacén silbé imitando a un estornino, algo que se me da peculiarmente bien. Vino un chiquillo de trece años, un argentino de nombre Diego. Sé que odiaba a Héctor, pero estaba a su lado porque se lo pedí yo. Haría cosa de dos meses una banda rumana secuestró a sus padres y mi unidad los rescató. Ahí supe que era del mismo instituto que mi sobrina y le pedí no le perdiera ojo, lo que hizo siguiendo al crío venezolano que se dedicaba a la marihuana en sus horas de recreo.

 

-Hola, señor Otero.

 

Al ver a mi hermano conmigo se sorprendió, aunque menos de lo que habría esperado.

 

-Hola, señores Otero. ¿Está su hija bien?

-¡¿Como...?!

 

Tuve que tapar la boca a mi propio hermano, pues alzó el tono y no quería alertar a alguno de los verdaderamente leales a Héctor, que por desgracia los había. Lo miré a los ojos. Sonrió, travieso. Sabía que iba a decirnos alguna gracia, aunque no el como se tomaría esta mi hermano.

 

-Los moros no obedecieron al “jefe” cuando les dijo que “le dejaran a solas con la fulana”.

-Vaya... ¿qué pasó?

-Os lo contaré luego. ¿Trajiste el zumo de arándanos?

 

Saqué una pequeña botella de zumo de arándanos, en la que había vertido un potente sedante. Era el zumo favorito de Héctor, el aprendiz de pandillero. Hoy aprendería la mayor de las lecciones de toda su puta vida.

 

El chiquillo de trece años lo cogió, se lo guardó en una mochila que llevaba a cuestas y regresó, canturreando una canción de la tele. Mi hermano no sabía apenas la mitad del plan, por lo que estaba nervioso. Tampoco nunca había tenido que ir de incógnito a ningún sitio. Al cabo de media hora volvió el crio.

 

-Ese idiota duerme como un bebé.

-¿Y los que le obedecen?

-Se han ido a sus casas a estudiar, dicen que por hoy están cansados de aguantar a un “niñato mimado”.

-Bien, Alfonse, ahora diles a los moros se vayan, esto se pondrá muy feo para todo el que encuentren.

-Si, Señor.

 

El niño se iba a ir cuando recordé algo importante.

 

-¡¡Espera!!

 

Elevé la voz, pues ya nadie podía escucharme. Al menos no nadie que me perjudicara.

 

-¿Si, señor Otero?

-¿Hiciste lo que te dije?

 

El niño puso una sonrisa picara, enseñando todos sus dientes. Le faltaban un par, cosas de la edad. Señaló a su mochila, que parecía más llena que antes. Yo le lancé una barra de caramelo de cereza, su favorita, y le felicité por su trabajo.

 

-¡¡Bien hecho!! ¡¡Ahora a casa, a estudiar!!

[Paco y] El Precio del Alquiler 3: Preparando la Escena

 

Entramos al almacén. Había algunos sofás alrededor de un bidón de metal, tibio y con rescoldos a medio apagar. Olía a porros, semen y comida en descomposición. Mi hermano no pudo evitar taparse la nariz. Héctor estaba despatarrado en uno de los sofás, profundamente dormido. Yo miré a mi hermano y le dí una orden, camuflada de palabras responsables.

 

-JuanMi, necesito que vuelvas a la central y estés al lado de tu hija.

 

Raro en él no preguntó nada más. Yo lo preparé todo para mi primera sesión de clases particulares a un adolescente. Lección primera, no jodas a la persona equivocada. Mi hermano se largó, tras sacar lo que iba a necesitar del coche. Una vez a solas con el niñato empezó la diversión de verdad. Desnudó e este hijo puta, lo amordacé con sus propios calzoncillos, que estaban manchados con zurraspones de mierda, y lo coloqué boca abajo, con el culo en pompa.

 

Me desnudé. Me estaba excitando por el castigo que iba a proporcionar a este cabrón. Se me empalmó sin preliminares previos. Me puse un condón, pues no quería dejar restos que llevaran a nadie hasta mí. Tenía la coca en bolsitas de unos pocos gramos, así como una bolsa de globos de esos de colores que se emplean en fiestas infantiles. Metí la primera bola de coca en un globo, lo anudé y lo puse contra el ano de el hijo de puta de Héctor. Hice un poco de presión, aunque no costó demasiado que entrara. Debía ser ciertos los rumores de que este crío era usado por alguien con frecuencia, pensé para mí.

 

Le metí la polla, de una sola estocada, sin pensar en que pudiera o no dolerle, en su prieto y caliente agujero. Dejó escapar un gemido, pero no se movió. Le dí un par de nalgadas mientras preparaba cinco nuevas bolas de coca en sus respectivos globos de colores. Me estaba gustando castigar a este adolescente indolente, aunque sabía que follármelo no era el verdadero castigo, así que se la saqué y le metí un par de globos con coca y volví a empujarlos hasta el fondo con mi polla.

 

Esta vez ya me puse más en serio, pues no debía entretenerme demasiado. Miré el reloj, aún había tiempo. Los de antivicio vendrían cuando yo ya estuviera vestido y en el coche junto a mi hermano, de regreso a comisaría. Por tanto seguí llenando a este cerdo de coca y polla, ambas engomadas. No por su salud, sino por mi seguridad. Y, bueno, sería un cerdo, pero a Sara le gustaba. Solo quería viera que clase de criminal era su novio, no que muriera de sobredosis, sobre todo cuando ella sabía su novio no consumía cocaína.

 

Terminé antes de lo previsto de llenarlo de nieve colombiana, por lo que seguí petándomelo hasta que mis cojonazos decidieron vaciarse dentro de la funda de latex.

 

Fue un castigo muy placentero para mí. Y por la sonrisa de Héctor a él debió gustarle igualmente. En la distancia escuché un coche acercarse. Miré el reloj, era demasiado pronto para que fuera mi hermano. Me vestí a toda prisa, cogí todo lo que pudiera incriminarme y me marché por un agujero que había en una de las paredes.

 

Antes de marcharme pude ver que llegaban media docena de hombres: Jean-Luc Montoya, padre de Alfonse. Un hombre argentino de raíces francesas bastante apuesto, rubio y de ojos verdes. El detective Aguilera, un tipo rudo, de cabeza rapada, en torno a los cincuenta y pinta de matón. Eduardo Cantero, un hombre de negocios de cuarenta y pocos algo rechoncho con una barbita muy bien recortada y pelo moreno engominado hacia atrás. Salah Edinne, el hermano mayor de Hassam, un marroquí con mucho morbo y que iba a mi mismo gimnasio. El único hombre que alguna vez ha follado mi culo. Y Ezequiel, el padre de Héctor, un hombre de negocios venezolano con una cicatriz que le cruzaba la cara de lado a lado.

[Paco y] El Precio del Alquiler 3: Huida Presurosa

 

Me marché todo lo rápido que pude, pese a que aún quedaba bastante tiempo para la hora a la que había quedado con Juanmi. Había algo muy chungo en todos los hombres que acababan de llegar, en especial en que cojones pintaba allí el padre de Alfonse. Pude ver que llevaban algunas bolsas, pero no el contenido. El propio padre de Héctor dijo algo que quedó grabado en mi cabeza.

 

-Es una pena que sea mi sangre... pero tocar a un familiar de un madero hace estemos en el punto de mira. Les dejo se lo cojan tanto como gusten, luego el Señor Cebrian dirá su destino.

 

Tenía claro que tanto respeto no podía ser a Hugo, ese siempre fue un bala perdida, prácticamente un cabrón degenerado que había hecho toda clase de locuras. Osea o hablaban de un Cebrián que yo no conocía o se trataba de... prefería no pensar en ello.

 

Ya en la calle, tras comprobar no había nadie detrás mía, caminé rumbo al centro, había decidido ir a una pastelería que conocía desde hacía muchos años. En realidad no quería comprar nada especial, pero un truco para no verte vagando sin rumbo, cosa que suele notarse, es establecer una meta al recorrido que vas a hacer. El teléfono sonó. Dí gracias a Diós que no me hubieran llamado antes mientras respondía.

 

-¿Dígame?

-Oye, que soy yo.

 

Dijo mi hermano, bastante sereno. Buena señal.

 

-Sara está bien, solo han sido algunos hematomas y el susto. Dice dos tipos de aspecto árabe le...

-Si, hermano, lo suponía.

 

Lo interrumpí de mala manera. No podía dejar dijera nada inconveniente por teléfono. No al menos tras lo que acababa de ver.

 

-Oye, que en vez de donde habíamos quedado me vas a recoger en la pastelería Pupurú. ¿Sabes donde está?

-¡¡Claro, hombre!! ¡¡Sergio es un máquina haciendo tartas!!

-Bien, pues en...

 

Miré el reloj del teléfono, para lo que me lo despegué unos segundos de la oreja. Calculé que tardaría una media hora en llegar allí y, de paso, aproveché a mirar en el reflejo de mi terminal si había alguien tras mis pasos.

 

-En unos cuarenta minutos nos vemos allí.

 

Colgué sin esperar respuesta, torcí por un callejón que sabía no tenía salida y me escondí detrás de un contenedor oxidado de esos de “Un Mundo Mejor” que una empresa buitre empleaba para aprovecharse de la bondad de la gente. Tal como me había parecido ver tenía una “pulga”, Alfonse. El niño no se veía tan jovial y distraido. Miraba a todos lados, buscando donde me había podido esconder. Iba solo. Se sacó un teléfono de gama alta del bolsillo y llamó.

 

-Oiga, viejo, he salido con unos amigos, volveré tarde, ¿es problema? Bien. No, no he visto a Héctor en toda la tarde. ¿Y eso? A, vale, como diga, si me llama me inventaré alguna excusa para no quedar con él. Si, sus juegos tontos de “Señor de Nada” ya aburrían. Bueno, viejo, nos vemos más tarde en casa. Hasta luego.

[Paco y] El Precio del Alquiler 3: Falsas Apariencias

 

Colgó el teléfono, se lo guardó en la mochila y sonrió, aparentemente mirando a la nada. Habló con esa voz cándida e inocente suya.

 

-Sabe una cosa, Señor Otero, me puso dura la pinga verle cojerse a ese hijo de mil madres. Se lo merecía.

 

Me quedé helado, sin saber como era posible me estuviera viendo. Pero claro, al seguir el donde miraba me dí cuenta que un poco más estúpido y estaría muerto. Justo al fondo del callejón alguien había tirada un espejo. Estaba partido, pero se veía mi reflejo en este. Mas de una vez, para ser precisos. Salí de mi nefasto escondrijo, mirando al crio a sus alegres ojos.

 

-¿Me vistes?

-No le perdí de vista en ningún momento.

-¿Viste a tu padre?

-No sería el primer pendejo al que le viera reventar a vergazos, pero me limité a verlo llegar.

 

Había algo que se me pasaba por alto, pero no tenía muy claro que era. Un niño tan cándido e inocente que resultaba no ser ni cándido ni mucho menos inocente. Solo esperaba no pretendiera yo le... “cojiera”, que decía él. Para mi era inmoral, pues era totalmente un crío. Héctor... bueno, de 17 a mayoría de edad es solo un salto. Pero este crío...

 

-Señor Otero, ¿se está imaginando mi cuerpecito desnudo y ansioso?

 

Una mueca de asco se formó en mi rostro por la simple idea. Alfonse rió, sonando como un tintineo alegre.

 

-Bien, porque usted me parece muy viejo. Pero no, no es eso. Le quiero dar las gracias.

-¿Y eso? ¿Por el juico?

 

Nueva carcajada. El crío me estaba tomando por lerdo, fijo.

 

-No, tontín. Por vengar a mi amado Hassam.

-¿Amado Hassam?

 

Pregunté, intrigado. Él asintió.

 

-Si, verá, Hassam es mi pibe, y lo amo. Me da rica verga varias veces al día. La cosa es desde el tonto de Héctor se apareció con su sobrina este e Ibrahim fueron mucho más lejos de la simple vigilancia que les pidió.

-Creo no ten entiendo.

-Ya veo, wey, ya veo...

 

Me hizo un gesto, como de que estaba perdiendo la cabeza o algo así. Miré la hora, era tarde, así que le dije a este niño que me siguiera contando de camino a la pastelería. Pusimos rumbo y me explicó.

 

-Verá, antes que Sara hubo otras muchas minas. Y Héctor con todas ellas ha cojido. Llegó a dejar preñadas a un par. Bien, ¿que piensa evitó se quisiera coger igual a su linda sobrina?

-¿Como lo hicieron para que me des las gracias por “vengarme”?

 

Alfonse hizo un círculo con dos dedos de una mano y se puso a meter y sacar el índice de la otra.

 

-Se prestaron a ser las rameras de Héctor.

 

Me quedé con cara de pasmarote, sin querer entender bien lo que acababa de escuchar.

 

-Si, si, Señor Otero. Ambos le dieron el orto a ese cabrón para evitar le tocaran la concha a su sobrina. Como lo oye. Y sepa que, si bien Hassam siempre le gustó la verga para Ibrahim... bueno, en el fondo es trucho de armario.

-Vaya, no imaginaba...

 

Alfonse me hizo callar. Volvía a sonarle el teléfono. Miró quien era y, tras una rápida despedida, respondió, girando y lléndose en dirección contraria. Le pude escuchar decir el nombre de quien lo llamaba.

 

-¡¡Hey, Hassamito mio!! Mi pibe lindo, todo va a ir ahora chevere.

 

Yo, muy confundido por tanto acontecimiento en un lapso de tiempo tan reducido, seguí mi camino a la pastelería. Assí, tras el mostrador, estaba Sergio Pupurú, un Valenciano de hermosa sonrisa, algo calvete, aunque seductor. Ojos marrones, barba, y un cuerpo bien marcado. A Marta le encantaba este sitio por el como parecía tirarle los tejos el dependiente que lo regentaba, aunque sabíamos tenía marido, el cual trabajaba en unas oficinas cercanas a mi comisaría.

 

-¡¡Ye nano!! ¡¡Ya me he enterado!! ¡¡Enhorabuena por tu paternidad!!

-Vaya... me pilla de sorpresa... tu también lo sabes.

 

Soltó una sonora carcajada. Me gustaba el sonido de su risa, era un sonido agradable, pese a lo cual nunca había tenido ganas de mostrarle mi bisexualidad para llevarlo a la cama. Marta me mataría. ¡¡Pero el marido del pastelero probablemente me cortaría el pene!! Un buen hombre, pero muy celoso de su marido.

 

-Me intriga como tanta gente lo sabe... cuando yo no lo he contado aún.

-Bueno, mentiría si dijera “Por Marta.”, y no quiero mentirse. ¿Lo dejamos en “Castellón está lleno de marujas” o quieres nombres?

 

Nueva sonrisa. Escuché la puerta a mis espaldas, era Juan Miguel. Lo supe porque a Sergio se le iluminó la mirada. Era un amor imposible de juventud que tenía, pues hemos el valenciano ya estuvo de adolescente en Castellón muchos veranos. Y era a quien más miradas asesinas lanzaba Anders cuando coincidían, el marido del pastelero. No es que mi hermano diera razones por las que pensar iba a tener sexo con nadie que no fuera su esposa, era solo... ¡¡mi hermano es jodidamente seductor sin esforzarse ni un poco!!

 

-Hola, Juan, nano!! ¡¿Qué es de tu vida?!

-A, poca cosa, ¿mi hermano te dijo ya te diera media docena de esos pasteles tuyos de fresa tan buenos?

-No, apenas acababa de entrar. Espera, ya mismo os los pongo. ¿Como está Sarita?

 

Preguntó, amable, sin saber nada de lo que había pasado. Mi hermano me miró, pero yo no le indiqué nada, con lo que respondió algo que no asustara a nuestro amigo.

 

-Bien, tuvo una ruptura con su novio, pero vamos a hacer para que se anime.

 

Lo que mi querido hermano no esperaba era que Sara y el hijo de puta de Héctor alguna vez habían estado en ese mismo local, así como el que Sergio ya sabía de como era ese niñato de mierda de antes.

 

-¿Han cortado? Mejor, tu hija merece a alguien mejor. Ese chulo con el que iba no se la merecía.

-¿Lo conocías?

-Por desgracia.

 

No hubo más intercambio de palabras, pues mi hermano quería saber como había salido todo. Yo por mi parte estaba ansioso por olvidarme del tema de una vez, pues temía haberme metido en algo que se escapara de mi control. Y nunca me ha gustado meterme en nada se me escape de mi control. El teléfono me sonó. Era el Cabo Contreras, parecía un tema serio. Mi hermano pagó a Sergio, recogió los bollos y nos fuimos. Mientras me despedía pon la mano que tenía libre escuché a mi superior.

 

-Ha llamado el Detective Contreras, por lo visto hay un 10-17 en un viejo almacén abandonado de Industrias Cantera a las afueras. ¿Te puedes pasar y le echas un ojo?

-Señor, hoy era mi día libre y estaba con mi hermano resolviendo unos asuntos familiares...

-Si, bien, vente a la comisaría. Espero me confirmes esos asuntos familiares no tengan que ver con un adolescente al que han encontrado con el intestino lleno de semen y bolas de coca en dicho almacén.

 

Sabía perfectamente de que iba la historia del adolescente, aunque me hice el ofendido.

 

-¡¡Señor, no entiendo por que lo dice!!

-Ni yo, agente Otero, ni yo. Pero por lo visto es el individuo que agredió a su sobrina.

-¿En serio? ¡¡Valiente cabrón!! No se que le habrán hecho pero se lo merece por tocar a mi pequeña!!

 

Respondí confiado, pues en verdad le habían hecho algo y no sabía que era. Mi superior me aclaró las dudas.

 

-Por como se lo ha encontrado el Detective Aguilera lo menos diez hombres han abusado sexualmente del muchacho. La van a hacer un lavado intestinal en el hospital, pero esperamos poder obtener alguna muestra de ADN fiable para dar con los culpables. El Doctor Montoya, de Urgencias del Hospital Virgen de la Marimorena, dice podría haber al menos cinco kilos de marihuana, pero el estado del joven. Suerte tendrá si no se ha reventado ninguna bolsa en su interior.

 

Me quedé perplejo. ¿Le habían metido cuatro kilos y medio de cocaina en el intestino? ¿Su propio padre lo habría violado o solo habría mirado como Héctor era usado como un misero juguete sexual? Tampoco es que yo fuera mucho mejor persona que ellos, pues hice lo mismo que ellos, pero a una escala menor. Me despedí del Cabo, miré a mi hermano y sonreí, satisfecho.

 

-Hermanito, ese hijo de puta no volverá a hacerle ningún mal a nuestra pequeña.

-¿Qué le has hecho?

-Yo menos de lo que merecía, pero otros lo hicieron por mí. No necesitas saber más.

 

Dimos el tema por concluido. Había dejado conducir a mi hermano, por lo que cuando me llegó un mensaje de un número desconocido lo abrí, sin pensármelo dos veces. Era una fotografía de Héctor, atado, amordazado y dos dos enormes pollones negros entrándole por el ojete. Parecía estar consciente, y sufriendo. Había un texto superpuesto. “Compadre, con esta quedamos en paz por el tremendo favor nos hizo a mi esposa y a mí.”

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