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SALVAJES 1.1 [Rompiendo Barreras]

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ROMPIENDO BARRERAS

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Habían pasado doce horas desde el naufragio. Iba a haber sido una semana de fiesta sin pausa en el yate privado de Iván Garanhao, pero no contaron con ser arrojados a las frías y turbulentas aguas del Pacífico. Cuando sucedió todo iban tan borrachos y estaban tan drogados que apenas se dieron cuenta del cómo el yate fue zarandeado por las olas, las cuales lo lanzaron contra unos salientes rocosos de un arrecife desconocido.

 

Despertaron, cada cual por su lado. Ese fue el caso de Marco Coelho. Se encontró desnudo, tendido sobre la arena de la playa. Aún tenía el plug anal con cola de conejo y la tiara de orejas de conejo que le pusieron sus amigos cuando este perdió el conocimiento por la gran cantidad de ron y porros. En parte tuvo suerte, pues la ausencia de mujeres a bordo le había hecho perder una apuesta por lo que él se habría convertido en la puta a bordo para todos sus colegas, pero no llegó a haber ocasión de hacerle cumplir su palabra.

 

Marco era un hombre de veintisiete años, el más joven del grupo. También era el más bajo del grupo, con apenas metro sesenta de estatura, lo que hacía que sus dieciocho centímetros de polla lucieran todavía más impresionantes de lo que ya eran. Cuerpo fibroso, algo musculoso, pues le encantaba pasarse horas en el gimnasio haciendo pesas, y luciéndose para atraer jovencitas a las que follarse en los vestuarios. Tenía el pelo largo en forma de dreadlocks.

 

Lo primero que hizo según recuperó el conocimiento fue vomitar, expulsando todo el agua de mar que se le había metido en las vías respiratorias. La cabeza le dolía y todo le daba vueltas. Se levantó con gran dificultad. Sentía como si todo el cuerpo le pesara. Además se notaba muy caliente, pues había pasado muchas horas al sol. Miró alrededor, localizando un grupo de palmeras. Se encaminó a trompicones hacia estas, aunque no tardó más de diez pasos en desplomarse y volver a perder el conocimiento.

 

Volvió a abrir los ojos, ya era de noche. Escuchaba claramente los ruidos nocturnos de una jungla cercana, así como las olas del mar. Y notaba que era mecido de un lado a otro. Ya estaba fuera de shock, con lo que se dió cuenta que tenía el ano dilatado, pero sin nada dentro. Sentía una fuente cercana de calor. Abrió los ojos. Había una hoguera hecha con ramas secas de palmeras, crepitando. Junto a al fuego estaba sentado Roberto Rapista, jugador del Jabatos.

 

Todo en Roberto era exagerado, como si la naturaleza hubiera sido muy generosa o muy cabrona, según se mirara. Un hombre de cerca de cuarenta años, tan peludo como musculoso, con una altura de dos metros ochenta, pelo castaño y barba de tres días. Estaba vestido con un disfraz de marinero vintage tan corto y tan ajustado que a duras penas ocultaba nada, pudiéndose notar perfectamente la forma de la polla debajo del pantalón.

 

Marco trató de preguntar, aunque la voz le salió trémula y sin fuerza.

 

-¿Donde…?

-No tengo ni puta idea, chavalillo, pero estamos vivos.

 

Le respondió con brusquedad mientras se levantaba y iba a su lado. Marco quedó como hipnotizado mirándole el bulto a su amigo, sin evitar relamerse los labios de forma ostensible

 

-Necesitas beber, comer, y luego si quieres nos ocupamos de tu ropa.

 

Hizo una pausa, haciendo que Marco se percatara tanto de su desnudez como de que estaba tumbado en una hamaca de tela blanca. Roberto sacó una botella de agua de una mochila y, aprovechando que estaba dándole la espalda a Marco, echó en el interior de ésta el contenido de una cápsula, que rápidamente se disolvió. Se sentó en la hamaca, frente a su amigo, aunque para ello lo agarró de las piernas y separó ambas. Le dió la botella de agua y, mientras este daba un largo trago, le apoyó sus inmensas manazas en los pectorales. Roberto estrujó los firmes y voluminosos pectorales de forma claramente sexual.

 

-¿Que cojones haces, tronco?

 

Protestó, pero sin demasiada convicción. Su inmenso amigo le agarró la polla por la base y la estrujo, tal como le hiciera momentos antes con los pectorales.

 

-Cuando Carlos Luta te puso lo que llamó “disfraz de conejo” me puse muy cachondo, y estaba pensando que quizás ahora, estando solos, es el mejor momento para que cumplas tu palabra.

-El… ¿cómo?

 

Exclamó, tratando de incorporarse, pero por el cansancio todo el cuerpo le pesaba. Por el cansancio y por los rápidos efectos de la droga que le había dado Roberto, aunque él ignoraba esto. Sabía que él era el más pequeño del grupo, pero al lado de Roberto se sentía como si fuera un minion. Con lo que, iluso de él, se dijo a sí mismo que solo podía relajarse y tratar de disfrutar, que sería una nueva experiencia, como cuando se dejó meter el plug tratando de aparentar no querer saber nada del tema. Marco se movió ligeramente, para poner su ano más a la vista, a lo que el enorme jugador de rugby le llevó allí una de sus manos y se puso a pasarle el dedo corazón en movimientos circulares.

 

-El bueno de Carlos te vió borracho en la fiesta y quiso darte una lección, para la cual usó uno de esos plugs anales de cola de conejo que teníamos para las mujeres que prometiste traernos.

-Ya, bueno, ¿habrías preferido trajera put… ¡as!?

 

Terminó la pregunta con un tono de sobresalto, pues Roberto había comenzado a penetrarle el culo con su dedo. Fue a decir algo, quejarse, negarse, pero Roberto le puso su dedazo índice de la otra mano sobre los labios para indicarle que se callara y disfrutara. Un dedo no tardó mucho en ser reemplazado por dos, y a este le siguieron tres, pues el culo del rastas estaba tan dilatado que se podía pasar de una cosa a la otra a gran velocidad. Y el jugador de rugby no quería esperar más, como se apreciaba claramente en su inmenso bulto del pantaloncito de marinero.

 

Pero, pese a su impulso sexual, siguió con los dedos, pues quería dejarlo lo más dilatado, y sabía que el narcótico que había administrado a Marco, un potente relajante muscular, tardaría aún un par de minutos más en estar en su momento de mayor efecto. Supo que ese momento llegó cuando le podía meter y sacar la mano entera, hasta la muñeca. Y su amigo gemía, aparentemente de placer.

 

Roberto nunca antes había tenido sexo con otro hombre, aunque de siempre era algo que había deseado probar, pues con mujeres lo había hecho todo. Pero los convencionalismos sociales y el pudor habían evitado eso. Ahora, en una isla desconocida perdida del mundo, era y se sentía libre. Sin importarle más que probar algo nuevo agarró a su amigo de los muslos y lo alzó sin dificultad alguna, llevándose el culo de este a su boca.

 

Empezó por lametazos en el exterior y suaves mordiscos en las nalgas, para pasar a meterle la lengua bien a fondo. Notó un sabor salado, lejanamente amargo, aunque el orificio estaba todo lo limpio que un culo puede estar. Y se descubrió a sí mismo disfrutando de devorarle el culo a otro hombre, aunque no podría decir que fuera a un “macho” pues su amigo tampoco tenía fama de ello.

 

Se puso a lamerle los cojones a Marco al tiempo que sacaba su descomunal anaconda de casi sesenta centímetros de dura carne caliente por la pernera del pantaloncito. Pero el rastas estaba ya casi totalmente narcotizado, y tener a Roberto comiéndole el culo lo tenía al borde del orgasmo.

 

Roberto quería probar más, y con esto en mente se puso a succionar la polla a Marco, cuyo grado de excitación eran tan elevado que no tardó en llenarle la boca de merengue de macho. El jugador de rugby besó al rastas en la boca y le pasó en el proceso el lefote que este le acababa de echar, y una buena cantidad de saliva suya. Marco tragó con todo. Roberto le apoyó su descomunalmente monstruoso nabo contra el muy abierto ano y empezó a meterlo, sin apenas esfuerzo. Para hacer que la bestia que tenía entre sus piernas pudiera entrar más a fondo se puso las de su amigo encima de los hombros. Se la metió poco a poco, disfrutando del sentir como el interior caliente ofrecía un poco de resistencia y el como su descomunal tamaño le formaba al hetero follado un vistoso bulto en el vientre.

 

-Colega, mírate, ¡¡pareces preñao!!

 

Soltó una sonora carcajada, se incorporó, agarró las patas peludas de su amigo y aumentó el ritmo de las embestidas hasta que sus cojones comenzaron a dar palmadas con el culo de este. Marco gemía quedamente, pues estaba demasiado drogado para poder tener mucha reacción, pero su vientre se abultaba y se desinflaba al ritmo de los empellones de su violador.

 

Ambos sudaban como cerdos. Roberto se puso a chupar y lamer los pies de su violado, tal como había hecho tantas veces con mujeres de todas las edades y colores. Le estaba gustando hacérselo a un hombre, y más que este hombre fuera uno de sus mejores amigos. Y sabía su “amistad” no cambiaría, pues Marco se quedaría dormido y no recordaría nada de lo que estaba pasándole. Sin embargo, tan centrado como estaba en disfrutar de meter y sacar su gigante trozo de carne del desvalido cuerpo de su “querido” colega, Roberto no se dió cuenta que, desde la espesura de la jungla unos ojos les vigilaban.

 

Alzó a Marco como si fuera un muñeco de trapo y lo puso a cuatro patas sobre la arena, aprovechando la postura para sacar el plug anal de cola de conejo de su mochila sin parar de follar. Se corrió, lanzando un gemido que rompió la calma de la playa. Su gemido fue brutal, casi como el de una bestia. Y la cantidad de semen que depositó en las entrañas de su amigo también fue abundante. Le sacó la polla del culo y le puso el plug para que no saliera ni una gota. Lo volvió a tumbar en la hamaca, le volvió a colocar las orejas de conejo y se dispuso a ir a nadar al mar. En ese momento descubrió que no estaban solos.

¿Qué se escondía en la jungla? ¿A que se enfrentarán nuestros protagonistas ahora? ¿Una tribu salvaje? ¿Otro miembro del grupo? ¿O quizás a un gorila gigante? ¡¡Vota ya tu opción favorita poniendo un comentario!! ;)

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