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Durante el Día

en Gays

Cristian estaba solo en la casa. Antes de irse Marcus había llenado media docena de cubos con agua, para que su hermano no tuviera que salir al pozo, con el riesgo de ser visto por ojos indiscretos. Estaba lavando los utensilios del desayuno cuando sintió una corriente de aire a sus espaldas. Se giró, viendo como una de las ventanas oscilaba, entreabierta. Eso le inquietó, pues sabía que estaban todas cerradas y aseguradas.

 

Se acercó, temeroso, la volvió a cerrar y miró por todas partes, tratando de buscar a un intruso que debía ser más esquivo que las sombras. Y así era, pues aunque Cristian no lo hubiera visto estaba oculto, sonriéndose mientras lo contemplaba. Cristian regresó a sus nuevos quehaceres como servicio doméstico de su hermano, aunque no era algo que le hubiera pedido este, pero si se ofreció voluntario como compensación.

 

Sintió una presencia a tras él. Un hombre, con el cuerpo pegado al suyo. Sentía mucho calor y un gran pene apoyándose contra su culo, topando con la tela de su pantalón. Se giró. Una mano impidió que gritara. Estaba cara a cara con un hombre de piel negra. Ojos almendrados de color vainilla, labios carnosos y oscuros, una radiante sonrisa blanca. Sus caninos eran ligeramente mayores a los de un humano y llevaba como únicos pertrechos una capa con capucha en marrón oscuro, un arco y un carcaj con flechas.

 

Cubría su cabeza con la capucha, pero Cristian estaba seguro que si viera sus orejas estas serían puntiagudas, como todos los neraides, una variedad de elfos de las lejanas tierras del oeste. Tan lejanas que ver uno en Baton Dur era mucho más que una anomalía. Le quitó la mano de la boca a Cristian, al sentirse seguro que este no gritaría.

 

-Tú… ¿fuiste el que me ayudó a escapar anoche?

 

Se limitó a sonreír, como única respuesta. Cristian no sabía si hablaban la misma lengua, así que repitió la pregunta. Como respuesta este le dijo una frase que el bardo no entendió.

 

-Um corpo bonito como o seu é para dar prazere não para matá-lo.

 

Cristian no respondió, pero tampoco hizo por apartarse del elfo. Este tomó el silencio del bardo como un consentimiento, llevándo sus manos a su camisa, que abrió y retiró. Se sacó un pequeño pañuelo de un bolsillo que debía haber dentro de su capa, con el que agarró el fragmento de orgasmo de oro que colgaba del cuello de Cristian. Se lo quitó con cuidado, lo dejó sobre la mesa y lo abrazó, juntándose las pieles de ambos machos. El blanco de uno contrastaba con el chocolate del otro.

 

El neraide envolvió al bardo entre sus fuertes y delgados brazos, quedado los dos ocultos por la capa. Cristian se dió cuenta que su acompañante era un poco más alto que él, y su piel desprendía un delicioso aroma a vainilla. No pudo reprimir sus ganas de algo oscuro, así que le lamió el cuello. Tenía un sabor algo salado, pero como avainillado. Con unos sutiles toques de madera. El sudor de estos seres siempre resultaba peculiar, motivo por el cual hacía tres siglos el Imperio les daba caza, para extraer tanto como diera de sí sus glándulas sudoríparas. Esos bárbaros modos pasaron a la historia con los tratados que dieron nacimiento a las naciones de los árboles, o Dasarvores como las llamaban ellos.

 

Cristian agarró el falo del intruso con ambas manos, sintiendo su calor. No había colgante alguno que nublara su juicio o sus decisiones, era él quien deseaba ser tomado y tomar el cuerpo de otro hombre. No había nada que pudiera desear con más fuerza en ese momento.

 

-Eres realmente hermoso.

 

Le dijo, pasándole uno de sus brazos por detrás de su cintura mientras subía el otro para acariciarle con suavidad la barbilla y el cuello. Sintió como su acompañante le agarraba con firmeza ambas nalgas y las estrujaba entre sus fuertes manos, como si las amasara.

 

-Você tem uma bela bunda. Eu quero rasgar suas roupas e montar você como um animal selvagem.

-Si…

 

Cristian no sabía lo que le había dicho el intruso, no le importaba. Le debía la vida, y su aroma era embriagador. Aunque le hubiera dicho que se arrodillara y comiera la mierda de su culo sabía que obedecería sin rechistar. Por suerte para el bardo esos no eran los planes del elfo, quien se limitó a seguir sonriendo, bajarle los pantalones a su compañero de juegos e introducir tres dedos en el culo de este mientras le besaba los labios.

 

-Paneleiro bonito, ajoelhar e chupar meu pau.

 

Le susurró el neraide al oído. Como Cristian no pareció intuir de lo que le hablaba le ayudó a aprender lenguas agarrándole de los hombros y empujándo con suavidad, hasta que este se arrodilló, quedando frente a la gran polla tiesa del elfo. De un intenso color chocolate y un aroma tan indescriptible como sabroso. El capullo era grueso y de un tono berenjena. Se lo llevó a la boca, queriendo disfrutar del sabor de ese manjar, pero el elfo no era amante del sexo pausado, así que agarró a su nuevo compañero humano de las orejas y le folló la garganta con movimientos cortos y rápidos de pelvis.

 

-¡Gostoso! ¡Mama muito gostoso!

 

Le siguió follándo la garganta, sabiendo que a Cristian le estaba costando tomar aire por la nariz al mismo tiempo. No le importaba. Disfrutaría de los límites del cuerpo de ese humano que le debía la vida, aunque para conseguir placer tuviera que llevarlo a los límites de la muerte. Sus cojones golpeaban contra la barbilla del bardo. En alguna ocasión lo había seguido, escuchando sus canciones. Graznidos a los oidos de un habitante de Dasarvores Cerejeira. Pero con su falo en la boca sabía que había faringes que estaban para dar placeres distintos al canto, como estaba pasando en ese momento.

 

Cristian no estaba de acuerdo con esas ideas. O no lo habría estado de haberlas sabido, o haber podido pensar siquiera. Le faltaba el aire, así que trató de liberarse de las manos que lo apresaban. Estas no se movieron de su cabeza, ni siquiera cuando el bardo hundió sus uñas en los glúteos del elfo, quien en vez de dolor pareció sentir placer por tal hecho. Se puso a gemir, con mucha sonoridad, y a eyacular dentro de la garganta del bardo, quien sentía grandes cantidades de algo viscoso y caliente que le inundaba boca, garganta y conducto nasal.

 

El elfo lo puso en pié, haciendo que se mareara por las condiciones de falta de oxígeno, y tosió, sintiendo salir semen a borbotones por nariz y boca. El elfo lo besó, saboreando su propia semilla mezclada con los fluidos de Cristian. Le lamió la cara hasta que quedó limpia del todo. El elfo se arrodilló frente a Cristian, despojándolo por completo de sus ropas, lo tomó entre sus brazos y lo llevó a la cama de su hermano Marcus. Este se sintió invadido por una sensación de paz sin límites, y su cuerpo tampoco es que quisiera huir.

 

Cristian yacía boca abajo, inerte, con las piernas abiertas y el culo expuesto, aún dilatado de la sesión de sexo desaforado de la noche anterior. El intruso colocó su glande contra el ano de Cristian, sin ningún preliminar ni cortesía por su parte. Solo deseaba poseerlo, cuanto antes mejor. Le clavó la polla de una sola vez, y gritó, entre gemidos de placer.

 

-¡¡Meu cadela tem sido muito porca!!

 

Si alguien hubiera entrado a la casa en ese momento solo habría visto una capa marrón con un gran bulto que se movía bajo la cama del dormitorio, así como los gemidos de dos hombres y el rítmico palmeo de unos cojones bien gordos golpeando contra un firme trasero. Pero la canción tribal de estos tambores de carne duró apenas diez minutos, tras los que el neraide volvió a variar su semilla, esta vez dentro del culo de Cristian, quien ya se sentía flotar en una nube camino del paraíso.

 

La verga del intruso ni perdió rigidez ni salió de la cálida entrada trasera del bardo. El incansable macho activo se despojó de la capa, mostrándose al fin completamente desnudo. Tenía la cabeza rapada, salvo una pequeña cresta, y sus orejas eran largas, puntiagudas y un poco curvas hacia atrás. Giró el cuerpo de Cristian sin salirse de él. Se puso una mano en el pecho y dijo algo que en contexto era fácil de entender incluso para un extasiado muchacho exhausto de gozo.

 

-Eu me chamo Robinho. ¿Qual o seu nome?

 

Cristian, atravesado por una polla que no perdía dureza, sonreía bobaliconamente. El elfo, Robinho, le dió dos movimientos de cadera, sacándole unos gemidos, y repitió la pregunta, con el gesto de poner su mano en su pecho, pero luego puso la mano sobre el pecho de Cristian. Sintió el corazón de este, que latía desbocado. Abrió los labios y respondió, aunque el placer le hacía jadear más que hablar.

 

-Yo… yo soy… Cristian.

-¡¡É um prazer te estuprar, menino bonito!!

 

Dijo, poniéndose las dos piernas del humano sobre sus hombros y aumentando el ritmo de las embestidas.

 

-Eu gostaria de ter a oeste, e dar o seu raboo meu pai e meus irmãos... é uma pena que o destino lhe reserva outra função.

 

Cristian no estaba entendiendo ni papa de todo lo que el elfo le decía, pero su cuerpo entendía de placer. Y el que recibía lo tenía a las puertas del cielo. Robinho presionó las piernas del humano hacia abajo, que por suerte tenía mucha elasticidad. Dobló a Crisitan sobre si mismo, hasta que su polla, tiesa y excitada, entró en su propia boca. Chupó con ansias golosas, como todas las noches en las que no encontraba una mujer que le cumpliera tal fin. Pero en esta ocasión había una polla llenando su culo.

 

El placer era tan desbordande que no pudo reprimir llenarse su propia boca con sus mecos, tal como segundos después hizo el elfo nuevamente en su culo. Esta vez le sacó la verga del culo, le puso dos dedos encima y se produjo un pequeño destello de luz. Cristian todavía no lo sabía, pero le acababan de regalar un don poco frecuente. Mediante magia su cuerpo desarrollaría un medio temporal para poder gestar al hijo de un neraide.

 

Ambos permanecieron desnudos y abrazados cosa de una hora, hasta que Robinho se incorporó, besó con ternura los labios de Cristian, se cubrió con su capa y dijo, momentos antes de irse.

 

-Amado meu, eu voltar em dez meses para ajudá com o nascimento de nosso filho.

 

Cristian se dejó llevar por el cansancio y quedó dormido con una sonrisa de felicidad en los labios, solo para despertar, completamente vestido, una hora más tarde pensando que todo era un sueño y regresando a sus tareas en la casa de su querido hermano Marcus. Se sentía feliz, dichoso y lleno de gloria. Casi lo habría definido como “bendecido”, sin saber cuánto de cierto había en dicha palabra.

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