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A Chambear - Gorilas en tu Orto episodio 06

en Gays

Ricardo había salido del hospital, donde había vuelto a ser violado, pero esta vez le había gustado. Miró la hora. Las tres de la madrugada. Espero apenas cinco minutos en la entrada principal a ver si salía Carlo, pero al no verlo optó por marcharse a casa. Iba caminando por un callejón bastante oscuro en el que se decía había bandas de atracadores, pero no reparó en ello, pues iba pensando en su cliente, Raul Munioz Mendosa, y el como lo haría disfrutar y luego cobraría.

 

Una voz profunda y gutural a sus espaldas le sacó de sus ensoñaciones.

 

-Amigo, ¿tienes fuego?

-No fumo.

 

Dijo girándose y encontrándose cara a cara con un negrazo de dos metros de altura bien fibrado y el pelo en rastas en color amarillo pollito. Vestía una camiseta de tirantes que algún día debió ser blanca y unos vaqueros bastante rotos y sucios. Se llevó la mano a su abultado paquete, de forma nada disimulada. Ricardo se quedó mirando fijamente. Tanto que el negro sonrió, mostrando sus dientes perfectamente blancos, y se la sacó.

 

Era una anaconda de carne. Inmensa. Casi desproporcionada. Treinta buenos centímetros le largo y grueso como el brazo de un niño. Un señor falo.

 

-Arrodíllate.

 

Ricardo obedeció, como un autómata, y se arrodilló. El negro le acercó su enorme miembro a la cara, con el glande babeando grandes cantidades de precum.

 

-Abre la boca y saca la lengua.

 

Obedeció y saco la puntita de la lengua tímidamente. El negro le dio un cachete con la mano abierta en la cara y lo riñó.

 

-Saca todo lo que puedas de la lengua.

 

Sacó la lengua todo lo que pudo sabedor de lo que tocaba, pues él mismo se lo había hecho en infinidad de ocasiones tanto a Sofia, su novia, como a Rebeca, la hermana de esta. El truco consistía en clavar la verga hasta la base y que los cojones dieran contra la lengua. Pero el miembro de Ricardo era poca cosa comparándolo al de este semental del callejón.

 

Por suerte para él la verga del negro aún no estaba del todo dura, pues al tiempo que le iba entrando se adaptaba a la forma de su garganta. Tenía un sabor fuerte, muy ácido, a sudores y orines de hacía bastante tiempo. Y cuando su nariz se hundió entre los pelos del pubis del negro un golpe de olor a rancio golpeó con tal fuerza en sus fosas nasales que, de no haber tenido la faringe invadida habría vomitado. Empezó a sentir un líquido caliente que brotaba de ese monstruo de carne, aunque no lo saboreó al estar mucho más allá de sus papilas gustativas.

 

-Amigo, llevaba desde esta mañana sin mear. Gracias por ser mi retrete.

 

Un coro de carcajadas lo puso en alerta, pero no podía moverse, por miedo a represalias, ni girar la cabeza, por el falo que tenía ensartado y que hacía le doliera la mandíbula. La verga del macho que le violaba la garganta, del cual sabría más adelante se hacía llamar Mufasa, creció un poco más, y se quedó dura como una barra de fierro.

 

-Jefe, el resto también nos meamos. ¿Cuando pasas al culo y nos dejas el retrete?

 

Mufasa la sacó de la dolorida boca de Ricardo al tiempo que anunciaba a su grupo.

 

-Hoy no follaremos culos blancos. Quien quiera mear que venga al váter.

 

Cinco porongas pasaron por la garganta de Ricardo. Cinco meadas enormes que fueron directas a su estómago. Todas ellas con el mismo sabor a sudor reconcentrado y orines que el jefe, aunque la última también tenía un regusto a mierda. Cuando el último estaba por sacársela el pobre hetero violado notó como la volvía a meter con fuerza en su boca, aunque no fue voluntariamente.

 

El jefe de la banda, Mufasa, le clavó la verga en el culo, aprovechando que se había bajado los pantalones hasta las rodillas, y le decía al oído, aunque claramente audible por todos.

 

-Nunca más vuelvas a decirme que hacer.

-Si... jefe.

 

Dijo la víctima de la cogida, el mismo hombre que antes había reclamado usar a Ricardo. Pero aprovechó ya tener la verga en las tragaderas del blanquito y los meneos de su jefe para follárselo a gusto. Pasados unos minutos ambos se corrieron abundantemente.

 

El sonido de una sirena de la policía hizo que los negros se vistieran a toda prisa y se marcharan del callejón, dejando a Ricardo arrodillado con dos regueros de lágrimas en los ojos y cayéndole baba y semen de la boca.

 

Continuará...

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