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Día de Boda: Tras Pasar por el Altar

en Gays

Roberto Aguilera y Sofía Escribano contrajeron nupcias en un evento hermoso.

 

 

 

Tuvo lugar en la catedral de Nuestra Señora de la Macarena, a las afueras de la ciudad, un templo de estilo románico rodeado de cerezos, que estaban en pleno florecimiento, y cerca de un estanque de aguas cristalinas. En ese mismo enclave estaba el restaurante, un asador que regentaba el mismo párroco de la Iglesia. El menú era una crema de calabacín y menta, entrecot a la brasa con salsa de pimienta y helados, a parte de todo un surtido de entrantes, entreplatos y copas.

 

 

 

En algún momento, entre copa y copa, me pareció ver a mi mujer y a la de Sebastián morreándose descaradamente delante de todo el mundo, pero dí por hecho que eran los efectos del alcohol. Me entraron ganas de mear, así que fui a los baños. Sebastian, que estaba hablando con un hombre negro alto y muy fuertote, vestido con un uniforme militar de gala, me señaló con la mano. Amos me hicieron un breve saludo, que respondí, sin saber bien de que iba la cosa. Tampoco me importaba.

 

 

 

Conseguí finalmente entrar a los urinarios y abrirme la bragueta, pese a mi estado de embriaguez, y tras vaciar la vejiga, antes que pudiera volver a vestirme decentemente, entraron Sebastian y el militar con el que había estado hablando. Les acompañaba Ignacio, con su cámara de vídeo. Y, tras estos entraron otros cinco hombres a los que no conocía de nada.

 

 

 

-Carnal, este es el Sargento Gómez, de la Aerotransportada de Valencia. Roberto y él fueron compañeros de escuadrón durante el servicio del compadre con vuestras fuerzas armadas. Y los de la puerta son los soldados que les acompañaron en el periodo de instrucción. En la entrada hay un camarero al que acabo de sobornar generosamente para que diga que el servicio está averiado. ¿Nos haría el favor de tragar los orines de todos los machos presentes, querido cuñado?

 

 

 

Me abrazó, pegando su paquetazo, tieso y duro bajo la tela de su pantalón, contra mis slips. Y me besó, introduciendo su lengua muy dentro de mí. El sobrino comenzó a grabar. Yo me agaché, saqué la verga del cuñado del pantalón, y la puse en mi boca. Pese al estado erecto de la misma comenzó a orinar, y yo, temiendo me manchara el smokin de oloroso orín, tragué todo lo rápido que pude. Y cuando cesó de mear vino una espectacular mamada, seguida del rico y caliente semén.

 

 

 

Después fué el turno del sargento, cuya verga era tan gruesa que hizo me doliera la mandíbula. Y el muy cabrón debía almacenar lo menos tres litros de meo, que igualmente bebí. Mientras se la mamaba al sargento ví como los soldados cuchicheaban algo con mi cuñado, que les dijo sí a todo. Se despelotaron, me desnudaron y me pusieron a cuatro patas. El sargento me volvió a meter la verga en la boca, aunque no recordaba cuando me la había sacado. El primer soldado se puso tras de mí y me introdujo su pene en el culo. Con la verga dentro sentí como me llenaban el culo de algo caliente.

 

 

 

-Cuñado, trate de aguantar como un macho hasta que los milicos vacíen sus vejigas y le premiaré.

 

 

 

¡¡Me estaba orinando dentro del culo!! Pero dejé hacer, y para que no me molestara volví a concentrarme en la mamada. El sargento se corrió cuando apenas tres de los cinco habían meado dentro de mi ser. Y tras el quinto mi sobrino le cedió la cámara a Sebastián, se quitó la ropa y me puso el pene entre los cachetes. De una sola estocada clavó su hombría en mí y me violó con ganas. Yo tenía unas ganas terribles de ir a cagar, pero me taponaban a base de polla. Mi sobrino se corrió y fueron los soldados uno tras otro llenando mi culo con sus penes. Sebastián se ausentó un rato, pero volvía de vez en cuando, a ver como me iba. Los soldados... entonces me dí cuenta, no eran los mismos que entraron. Cada vez que uno se corría se marchaba y entraba otro.

 

 

 

-¡¡Que está pasando aquí!!

 

 

 

Exclamé, molesto. El sargento, que parecía querer que le tocara a él, ordenó a sus hombres que se retiraran y me ayudó a llegar al vater. Me dejé caer en la taza, sin saber que había sido limpiada antes que entraramos por orden del perverso de mi cuñado, y vacié toda la orina, semen y heces de mi intestino. El sargento Gómez me limpió bien, me alzó, cerró la tapa del retrete, se sentó y me sentó sobre él, clavándome la verga. Estaba tan dilatado que apenas la sentí.

 

 

 

-Mira, hijo, tu cuñado quiere hacerle una fiesta privada al novio... y pensó que eras el mejor para probar si algo así se puede resistir.

 

 

 

-¿Y bien?

 

 

 

Le miré a los ojos. Eran azules. De un precioso azul turquesa que resaltaba en el color ébano de su piel.

 

 

 

-Bésame si la respuesta es sí... levántate y deja a mis hombres que te ayuden a vestirte e ir a la mesa junto a tu mujer sino.

 

 

 

Lo besé. Besé a otro hombre en los labios y me sentí a gusto. Este comenzó a embestirme en el culo con ganas, y me inclinó ligeramente. Un soldado de colocó detrás mía y me la metió, sin que su superior la sacara. Volví a sentir algo. Un dolor terrible, seguido de un placer inmenso. Cuando ambos eyacularon en mi interior me ayudaron a vestirme y volvimos a la mesa.

 

 

 

Mi sobrino y mi cuñado Sebastián habían desaparecido. Lo mismo que la pareja de recién casados. El sargento permaneció en mi mesa un buen rato, aunque no me fijé en donde estaban sus soldados, pues mi mujer me hizo participar en una charla banal con los que estaban en la mesa... aunque tampoco nadie decía mucha cosa coherente.

 

 

 

Me quedé dormido sobre ese bonito mantel de algodón rosa con bordados que mi esposa ayudó a Sofía a escoger antes de la boda y desperté en una habitación de hotel, desnudo y atado de pies y manos a la cama. Sentado en un butacón, a los pies de la cama, estaba el sargento Gómez. Me dolía la cabeza y todo daba vueltas. La escasa luz del sol que entraba por las cortinas me molestaba. Y notaba como me raspaban las ataduras.

 

 

 

-Hola, dormilón, tu mujer se fue bastante disgustada anoche.

 

 

 

Sonó la voz de Sebastián, pero no sabría decir desde donde me hablaba... y el acento...

 

 

 

-Si, soy yo, ¿de que se extraña?

 

 

 

Salió de un lado y se dejó ver. Se estaba ajustando la corbata. Luego pasó una mano por mi cuerpo desnudo, deteniéndose en mi pene.

 

 

 

-Le vomitó encima a mi esposa y ambas hermanas se marcharon. Me dejaron a su cargo... no se preocupe, les dije fue mi culpa por permitirle tomar más de la cuenta, se les pasará.

 

 

 

Dirigí la mirada al sargento. Traté de hablar, pero me dí cuenta que me habían amordazado.

 

 

 

-A, no trate de hablar. Por si despertaba lo amordazamos.

 

 

 

Se me acercó y me ayudó a quitarme las cuerdas. El sargento Gómez me retiró la mordaza y puso su pija a la altura de mi cara. Yo no dudé en devorarla, goloso y con hambre.

 

 

 

-Bueno, cuñado, cuando el sargento termine y se marche le pondré algo que filmamos durante su ausencia... aunque solo fuera mental.

 

 

 

Succioné con ganas, quería hacer se corriera pronto y descubrir que había pasado. Pero el cabrón tardó. Y me folló la boca hasta que las mejillas me dolieron. Pero se corrió. Y Sebastián me puso en la televisión un vídeo de como me tenían en el dormitorio junto a Roberto, los dos atados y a cuatro patas. Estabamos rodeados por al menos medio centenar de hombres desnudos. Y todos nos estaban sodomizando. Roberto gritaba al principio, pues no quería, pero a medida que avanzaba el tiempo empezó a gemir de placer. Yo apenas mascullaba de vez en cuando.

 

 

 

Sofía nos miraba, divertida, mientras lamía el cuerpo de Sebastián. Yo me quedé consternado ante los hechos. Me sentí violado... habían atravesado mi cuerpo sin ser yo consciente de ello. Sabía que ahora llegaría el momento decisivo, sería chantajeado por alguien que había sido casi un hermano para mí. No volveríamos a compartir...

 

 

 

-¡¡Ey, compadre!! ¡¡que le estoy hablando!! Lo pasamos en grande, aunque me hubiera gustado hubiera podido estar más consciente de ello. Roberto me dijo le enseñara el video y si quería usted lo destruyera.

 

 

 

-¿Y si no quiero que lo destruyas?

 

 

 

Pregunté en voz baja, como si fuera conjurar a un demonio.

 

 

 

-En ese caso sabemos que tenemos un compañero de juegos.

 

 

 

Exclamó sonriendo de oreja a oreja y me estampó un beso enorme en los morros.

 

 

 

-Pero ni una palabra de todo esto a nuestras señoras, que ellas son más estrechas.

 

 

 

Tocaron a la puerta y entró una camarera con una bandeja, en la que había un par de cafés, una jarra con zumo de naranja, tostadas, paracetamol y un sobre.

 

 

 

-Señores, recuerden que deben dejar el cuarto a las 16:00.

 

 

 

Dijo la camarera según dejó las cosas. Abrí el sobre, sin querer saber nada de la camarera y sus estúpidas advertencias. Dentro había una nota que decía:

 

 

 

A la vuelta de la Luna de Miel nos iremos a pasar el fin de semana los tres cuñados y mi hermano a la casa del lago. Pescaremos mucho y haremos actividades de macho. Un fuerte abrazo de tu cuñado.” Roberto Aguilera.

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