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Michelle

en Hetero: General

-MICHELLE, UNA DONCELLA DE LA CALLE 2-

La calle 2 se caracterizaba por una hermosa joven de 14 años. Sus ojos eran enormes, preciosos, su cuerpo delgado y pequeño, pero hermoso también. Era una belleza. Ni cien mil poetas en cien mil años podrían describir aquella belleza que poseía Michelle.

Michelle vivía en una casa naranja con un pintoresco vivaz. Su puerta de la casa daba con la Calle N° 2, y sobre todo, hacia mi casa también. Yo todas las mañanas y las noches la miraba. Era muy hermosa como para no hacerlo. Todos los chicos de la Calle N°2 la miraban pasar. Sin duda nadie podía contener esa excitación y al cabo de unos segundos lo tenían totalmente erecto. Yo era uno de ellos. Michelle era tan hermosa, que despertaba en mí otros sentimientos, aún de los ya existentes. Era de estatura media, algo baja, blanca, de ojos grandes y castaños claros. Su cuerpo era pequeño, delgado, con unos senos bien formados y un culo que se podía notar a la perfección sobre esos vestidos cortos cuarenteros que siempre usaba. Su cabello era lacio y largo hasta su media espalda, pero a veces lo sujetaba con una cola de caballo. Tenía pecas. En verdad que era hermosa.

Yo siempre la tenía bien cuidada. Sabía la hora exacta cuando ella salía por el desayuno, cuando regresaba de la escuela, cuando salía por la cena, cuando regresaba. Yo soñaba con ella, soñaba que la hacía mía, soñaba que la poseía. Para tener 14 años era toda una muñeca internacional.

Pero todo eso algún día pasó de ser tan solo anhelos, a una realidad.

Michelle, como de costumbre, regresaba de la escuela. Era ya casi medio día, por lo que llegó temprano de la escuela, ya que ella siempre regresaba cerca de las 2:00 de la tarde. Yo no sabía de su temprana llegada, y acostumbro a andar con ropa flácida y mal cuidada, pero ¡ah! Cuando sé de la llegada de Michelle, me pongo como si fuera a ir a una convención británica. Michelle me volvía loco.

Y así, con mi ropa harapienta, fui a buscar azúcar por que mi madre así me lo había pedido. A lo lejos de el camino, vi la silueta de una mujer uniformada. Vestía una falda azul marino con una camisa blanca. Tenía una mochilla solamente tomada de un hombro. Era hermosa. Era Michelle.

¿Michelle? Pensé por un momento. No puede ser ella. Regresa hasta las…… antes de que mirara mi reloj, y me percatara de la hora, Michelle ya estaba enfrente de mí. Me miraba como nadie lo había hecho: con curiosidad.

Nunca antes había visto a Michelle tan cerca. Enseguida me puse erecto. Con un short tan corto y pegado que yo poseía mi miembro se notó tanto como el sol en plena noche. Michelle me miró, y después al miembro, después, como si nada, me dijo con dulce voz, y sonriente:

-¿Me puedes dejar pasar, por favor?

Yo la miré a los ojos. Era tan hermosa, y aún más de cerca. Me daban ganas de decirle: "calla, pequeña" y tomarla en mis brazos y besarla. Entregarle todo este enamoramiento que me poseía desde hace meses y decirle "!aquí estoy, hermoso ángel, tómame!

Pero después volví en sí y me di cuenta que estorbaba en el camino de Michelle, y no sólo de el sendero de donde ella tenía que pasar.

-Perdóname, Michelle, no pensé que te estorbara……- dije con cortada y tímida voz.

-¿Sabes mi nombre? –me dijo ella sonriente, como halagada.

Yo me extrañé. Después, mi lado romántico de un poeta barato me salió.

-Sí –le sonreí -Todo el tiempo pienso en ti, claro que se tu nombre.

Ella se encaminó rumbo a su casa, pero me dio a entender con su paso que la podía acompañar.

-No pensé que sabías mi nombre. Siempre he pensado que te caía mal.

-Oh no, -dije con el ceño fruncido – con decirte que estoy enamorado de ti. –me ofendía que ella pensaba eso de mí.

-¿De veras? –ella me sonrió.

-Sí. Me encantas Michelle.

Michelle se puso roja. Yo entendí que ella era tan tímida como yo. Pero con ella nada me importaba.

Michelle miró mi pene erecto, lo observó por un rato. Después, me miró a la cara.

Nos detuvimos en su portón. Su casa era tan bella como ella. ¿A caso ella era perfecta?

-Gracias por acompañarme

-De nada.

Me le acerqué lentamente y la besé. Fue un beso rápido, pero todavía no me apartaba de ella por completo. Ella se acercó hacia a mí y me besó con tantas ganas y con unos ojos soñadores, como si estuviera besando al galán de cine más concurrido de la época. Yo no entendía eso, era como si un ángel bajara de el cielo y me dijera que estaba enamorada de mí, pero que nunca me lo dijo. Eso pasa con Michelle. Me di cuenta con ese beso y con ese trato, que ella siempre me quiso, tanto, como yo siempre la quise a ella.

Al día siguiente, yo, ya con ropas decentes, me aparecí <casualmente> por su casa. Merodeaba en busca de ella. Me paré en su ventana. Su ventana era de esas oscuras que no se puede observar por afuera, pero si por dentro. Maldita tecnología.

Me asomé por su ventana, pasando por alto el miedo a ser descubierto husmeando. Lo que observé fui a un ángel postrado en su cama, durmiendo como una roca. Era tan fascinante ver su cuerpo durmiendo, sin ninguna preocupación. Ella despertaba, pero no hice ningún intento de apartarme. Pero algo si lo izo. Un brazo me jaló.

-¿Qué demonios haces espiando a Michelle?

Era un bravucón. El típico bravucón de la calle 2. Era gordo y horroroso y su horrendo y también clásico de monos vasallos. Siempre hubo enemistad entre ellos y yo.

-¿Qué quieres? –le dije yo, con enojo. Me ofendía que me hubieran apartado tan bruscamente de uan vista tan hermosa

Uno de los vasallos dijo en burla.

-Ese culo de Michelle es de nosotros.

Los demás rieron.

-Imagínense, chavos, chupar esas tetas. Me la quiero coger.

-¡Yo también!

-Es un culote…..

Y demás barbajanadas dijeron estos tipos. Yo logré asestar un golpe al cuello de el cabecilla. Otro me derribó de otra patada. Pero logré otro golpe a uno de los vasallos. A un chaparro.

El cabecilla, el gordo, me levantó.

-Sé que hay algo entre tu y esa puta.

-Vete al diablo –le escupí- hay algo, ¡y si! Algo muy hermoso entre ella y yo, y no permitiré que tú, un gorila prehistórico lleno de mierda me la quite. –después, con suaves palabras, dije –Ella es todo lo que tengo.

El sujeto me metió un golpe en el estómago que me derribó. Los demás reían. Al fin se fueron. Inmediatamente, de el portón castaño salió una hermosa chiquilla. Era Michelle.

Me levantó y me llevó hacia adentro.

Me recostó en un sillón y me curó las heridas. Me quitó la camisa y me dio unos hielos. Tenía morado el pecho. Ella me frotaba con el hielo frío mi cuerpo caliente, y adolorido. La miré. Con esa mirada le decía todo el amor que le tenía. Le transmitía mis más ocultos sentimientos.

-Fue muy dulce lo que dijiste. –me dijo ella mirándome a los ojos con fijeza, con ternura, con amor. Me sentía dichado.

-Era una obligación…..

Ella sonrió.

-¿Una obligación, por qué?-dijo entre risas.

-Eres muy hermosa, Michelle, y te amo. Es mi obligación protegerte.

Ella me miró con timidez, pero coqueta a la vez.

-¿Hermosa, tu crees?

Yo suspiré incrédulo.

-Sí. Hermosa.

-Tú también me gustas….

-¿Sólo eso?

Ella dejó el hielo y me volvió a besar. El beso era tan encantador, tan lleno de erotismo, que me hacía estremecer. Ella tocaba mi pecho húmedo y frío. Tocaba mi espalda, embriagándose con mi actitud erótica.

Yo le acaricié las piernas. No era necesario peguntar. ¿Están tus padres? Bastante la había investigado como para hacer eso. Ella lo sabía. Sería una hipocresía.

La tomé de las caderas y la recosté lentamente en el sillón, ella me atraía hacia sí también. Por fin quedé encime de ella. Ella me besaba con pasión, como si fuera un todo, como no queriéndome dejar ir. Yo estaba totalmente erecto y ella sentía mi grande y caliente miembro entre sus piernas. Con sus delicadas manos me quitó el pantalón que poseía. Tuve que ayudarla. Me desnude, totalmente, y la miré a los ojos. Lo clásico de esta situación sería preguntar, ¿en verdad, estás lista? ¿Quieres hacerlo? Pero no podía. Ella tampoco podía preguntarme nada. No era justo. Bastante tiempo había esperado este momento, y ella, tal ves también. Me le encimé nuevamente y le besé el cuello, el cabello, las orejas. Era como el agua bendita que me alimentaba, y estaba yo ya muerto de sed. La besé hasta las sombras, y por fon, le quité el vestido. Me miraba con pasión, como esperando ser penetrada. Me miraba como un "por favor, no me hagas esto, métemelo ya". Pero quería que esto lo disfrutara tanto yo como ella.

La dejé totalmente desnuda. Sus senos estaban temblando. Los tranquilicé con una serie de besos y pequeños moriscos. Ella se volvía loca. Estaba tan húmeda <como el océano>. La tomé en mis brazos y le acaricié la espalda, le besé los hombros. Ella me rodeó con sus piernas. Apartó mis besos de ella por un momento y, con unos ojos dulces y tiernos, con una voz divina, me dijo:

-Te amo. No juegues, conmigo, por favor.. Te amo en verdad…

Yo la besé y al oído le dije con suavidad.

-Yo te amo más, Michelle, eres lo mejor que me ha pasado en la vida. En realidad que te amo.

La besé por última vez en la boca. Fue un beso largó y apasionado, en algunas veces, se volvió <francés>.

La recosté en el sillón y la miré a los ojos. Le abrí las piernas y las tomé en mí. Las tomé en mis brazos. Ella me rodeaba con ellas. Acaricié sus piernas y parte de su enorme y hermoso culo mientras iba descendiendo para penetrarla.

Al fin llegó ese esperadísimo momento y ansiado, lleno de dulzura y sabor. Ella dio un pequeño salto, yo esperé su reacción. Y comenzó. Oscile en ella. Me tomaba con más fuerza, como si me estuvieran arrancando de ella. Me hacía hacia si y su pelvis lo levantaba para que la penetración fuera más profunda. Yo le penetraba con más rapidez, pero con suavidad. Sabiendo que se trataba de algo delicado. Ella soltó los primeros gemidos al sentir crecer más mi miembro en ella. Me tomó de la espalda y casi me araña. Yo le acariciaba sus caderas, sus senos, sus hombros, su pelo, sus piernas, sus muslos mientras la penetraba. Los dos gemíamos de placer. Nuestra respiración era dificultosa. Un <Oh> se escapaba en cada penetrada. Ella tuvo, al cabo de casi 20 minutos, su primer orgasmo. Yo sentía como sus líquidos recorrían mi miembro mientras la penetraba. Lubricaban aún más su vagina. Yo casi me vengo con ella. Mi semen entró en ella mientras se mezclaba con su líquido que salía. Fue tan maravilloso. Estuve encima de ella, totalmente cansado, abatido, durante un buen rato. Aún respirábamos cansados.

La miré a los ojos. Ella me miraba con cansancio, satisfecha.

Y mirándola a los ojos me pude dar cuenta que nuestro amor era mutuo. El acto sexual tan maravilloso, dulce, y apasionante que habíamos tenido era la cúspide, de nuestro amor tanto tiempo en secreto. Pero ahora ya había sido liberado.

 

Atte:

El Señor Cometa

wnk_12@hotmail.com