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El día que Susana me dijo, con gran misterio y mordiéndose un labio, que podía ir a su casa después de la escuela, pegué brincos de gustos. ¿Por qué? Bueno, por la simple razón de que hacía meses que le decía que me encantaba, que me traía loco y que a cada momento, a cada segundo y cada noche, fantaseaba con ella. Y sobre todo con su trasero, una gran masa de carne forrada por encaje negro y esa erótica faldita roja de colegiala. Hay que mencionar que el colegio donde ambos estudiamos es un bodrio y asqueroso lugar, además de aburrido, donde abundaban las chicas sucias y vulgares, pero Susana era todo lo contrario. Era alta --- media como 1. 90 --- y exquisitamente delgada --- pesaba alrededor de 75 kilos ----, su hermoso cabello pelirrojo descansaba hecho rizos en su bonita espalda femenina, que erguida alzaba ese hermoso par de senos redondos, deliciosos a primera vista, con sus anchas caderas que tanto me había hecho fantasear y decirle lo tanto que la deseaba. Al fin, esa época de arrastrado se había acabado para mí y ella había accedido a mis peticiones tan lujuriosas.

¿Por qué? No sé, tal vez por que se dio cuenta que era el único que valía la pena, que diferenciaba de la bola de vulgares y mal hablados obesos y feos vagos. Aunque yo también era un vago, en pocas palabras un pandillero de mala muerte, siempre la traté bien; hasta hubo una época en que nos hicimos los mejores amigos, donde ella se reía de mis historias de malandrín y yo escuchaba muy serio y atento las suyas, largas y muy interesantes. Tal vez, por que había hecho con ella lo que ningún muchacho había hecho, tal vez por que de alguna manera, para ella yo significaba más que un muchachito caliente y querendón.

En la clase de álgebra, donde la bulla estaba muerta y todos hacían ejercicios matemáticos cabizbajos, con la cabeza sobre las mesas, donde el silencio abundaba de manera desesperantemente horrorosa, donde sólo se escuchaba los ventiladores girar y, casualmente, un pie que se deslizaba o la punta de un lápiz que se rompía.

Miraba a Susana a unas cuantas bancas de mi, tan estudiosa como siempre. En la clase de la materia de Álgebra, esa maldita, impartida por un tal profesor Armando de no sé qué, ogro regordete mal encarado que nos miraba por encima de sus sucios lentes. Yo, en vez de hacer la larga cadena de ejercicios matemáticos, miraba de soslayo a Susana, que con su bonito cabello pelirrojo agarrado con un moño adornaban su bonita carita, atenta y seria hacia los condenados ejercicios. Sólo un par de rizos violaban la disciplina del moño. Yo, con una mano en el mentón y sonriendo, la contemplaba, en el estado de, digamos, completamente enamorado. Yo, completamente y sumamente enamorado.

Cerré mis ojos e imaginé como estaríamos los dos, juntos, en unos momentos más. ¿Cómo sería todo? La imaginé parada, sobre una cama, o de rodillas más bien, sonriéndome. La imaginé con una mano haciéndome señas de que me acercara y con otra bajando el cierre de su falda. Después, se soltaba el largísimo cabello rojo y con la otra mano, se quitaba el chaleco escolar, dejando ver un top blanco que le apretaba su exquisito dorso femenino, remarcado por sus senos, redondos y bonitos. Estirando los brazos, se quita su top, dejándome ver ese tesoro que escondían, esos pezones rojizos, tibios y erectos que parecen mirarme, como ella. Pero a diferencia de ellos, Susana me mira con los ojos entrecerrados, esperando que me metiera a la cama con ella.

«Te lo quiero dar» me había dicho Susana hoy en la mañana «Te lo quiero dar todito» Me dijo en la cafetería, los dos solos, apartados, tomándome de la mano. Tardé en captar que no era un sueño, si no la hermosa realidad. Volví de mi transe cuando el vejete profesor habló y habló, sin que nadie le hiciese caso. Hablaba, por lo que poco escuché, de una odiosa tarea. ¿Y a mi en qué me beneficiaba la odiosa tarea? ¿Qué me pasaba, si a diferencia del resto del salón hiciese la tarea? ¿En que me afectaba?

En nada.

La chicharra sonó. ¡Al fin! ¿Cuánto tiempo había esperado? ¿Una, dos, tres horas? Ya no importaba. Esperé a Susana ---- quien no había dejado de voltear para mirarme durante toda la clase ---- en la puerta del salón, donde todos salían presurosos y hartos de ocho horas de estudio. ¡Al fin! Había exclamado yo ¡Al fin! Habían exclamado todos, o al menos pensado.

Susana me tomó de la mano y salimos juntos hacia la salida de la escuela, en la calle, donde ningún feo conserje o un asqueroso viejo profesor nos podía decir qué hacer. Caminábamos de prisa, rumbo al norte, tomando una calle estrecha. A ambos nos urgía llegar a su casa.

----¿Tú mamá estará en tu casa a la hora de la comida? --- pregunté para iniciar la charla, y para asegurarme, si estaríamos los dos solos.

----No --- me contestó y luego me miró y me sonrió --- No va a estar nadie, la casa está...--- y me apretó mi mano ----...completamente sola.

Yo sentí que el corazón me empezaba a latir con más fuerza. ¡Al fin! No podía creer que Susana se me entregaría, no podía creer que me tuviese tomado de la mano y con gran prisa me llevase a su casa, donde no había nadie. ¿Una casa sola? ¿Con una hermosa adolescente? Yo, un párvulo virgen ¿Qué más podía pedir?

Al cruzar una segunda calle, nos detuvimos en una puerta de aluminio negra. Susana miró a los lados, asegurándose de que nadie la viera. Con prisa, metió la llave en la ranura de la puerta y con gran misterio me hizo pasar. Pensé por un momento, que el corazón me estallaría de lo rápido que latía.

Me invitó a pasar su casa, sentándome en la estancia, olorosa a caoba. La casa era muy bonita. Ella me dio un beso y se despidió, ingresando a la cocina.

----Ahora vengo --- me dijo.

Yo miraba la casa de arriba abajo ¿Dónde estaría la habitación? ¿Lo haríamos en su habitación? ¿En la cocina? ¿En el suelo de la cocina? ¿O charlaríamos primero? De cualquier modo, cualquier posibilidad me ponía sumamente emocionado.

----Ponte cómodo --- me dijo a través de la ventana de la cocina.

Me quité el chaleco escolar y los tediosos zapatos negros. Me desabotoné la camisa blanca de botones y me quité el cinturón azul con hebilla dorada. Ella apareció con una charola con vino, o licor, o no sé --- el caso es que cuando me lo puse en la boca lo escupí ---- Ella venía descalza, con las mallas blancas, la falda corta escolar roja a cuadros y sin el vulgar chaleco, sólo con el bonito top blanco que dejaba ver su ombligo.

----Gracias --- le dije y tomé una copa.

Se echó a reír cuando escupí el vino. Reía sin parar, tocándose la frente, mirándome. La verdad, a mi no me dio ninguna gracia en cambio, me sentí muy tonto y apenado.

----Mamá no está --- me dijo una vez que se puso seria y tomándome una mano me hizo tocar su seno, donde sentí su puntiagudo pezón y sobre todo, su corazón latiendo con fuerza. Me miró fijamente, con el clásico gesto de sus ojos entrecerrados y mordiéndose un labio, sobándome una pierna.

----¿Tú me amas? ---- me preguntó con una voz que apenas se pudo escuchar.

----¿Amarte? --- la pregunta me asustaba, pero, de alguna manera, siempre la esperé, y siempre imaginé contestarla.

----Estoy enamorado de ti --- le dije tomándola de las dos manos, suaves y tibias ---- desde el primer momento que te vi. Y después te conocí, y me pareciste la más graciosa de todas, la más inteligente y la más sagaz. Y la más hermosa. ¿Cómo alguien no podría amarte? Yo, sinceramente, te amo más que a mi vida.

Ella sonrió, halagada. Aunque la declaración de amor fue de lo más cursi y ñoña, estoy seguro que la hizo sentirse bien.

----Te amo --- le dije muy serio, mirando sus labios.

----¿En serio?

----Si ---- y le sonreí --- Si fueras tú mi esposa serías la reina de mi vida y yo tu eterno servidor.

Ella me miró por un largo rato y después la risa le ganó, soltando una carcajada, riendo en mi regazo. Yo reí con ella. ¿Cuántos momentos así habíamos pasado? Muchos, que eran incontables. Al quedarnos serios de nuevo, nos miramos por un largo rato y después, acercando lentamente nuestras bocas, nos besamos. Solo tenté por un segundo la dulce capa de rica piel de sus labios, y me miró muy seria, mirándome toda la cara, los ojos, la nariz ---chata y fea ---- y el cabello rizado, y me besó otra vez.

Me apretó las manos.

----¿Me amas en serio?

-----Si.

-----¿Seguro?

------Si, segurísimo.

------¿Seguro, seguro?

------Si. --- reí.

-----¡Entonces dame un beso! --- me dijo, riendo. Me incliné y le planté un beso que apenas y pudimos respirar --- ¡Otro! ---- y se lo volví a dar ----¡Otro! ---- se lo daba y reíamos al mismo tiempo --- ¡Otro!

 

La habitación de Susana era pequeña, olorosa a ébano y a vanilla, adornada con una cama matrimonial con sábanas rojas; las paredes también eran rojas, decoradas con terciopelo dorado. Las lámparas alumbraban con luz roja, también, y en el tocador había incienso, velas aromáticas encendidas y música suave, algo así como baladas románticas ---- si mi grupo de amigos roqueros me vieran escuchando aquella música se reirán de mí de hasta el año 2030 ---- ¿Habría ella a caso preparado todo para la ocasión? La idea me emocionaba y el imaginármela arreglando todo para mi llegada me hacía sonreír de felicidad. Susana cerró la puerta, dejándome en la entrada de la habitación, parado ridículamente, mirándome los pies pisando la alfombra. Sin dejar de mirarme, se recogió el cabello y se metió a la cama, poniéndose de rodillas sobre las sábanas rojas. Mirándome, se bajó la falda y la aventó al suelo, quedando en bragas. Ahora soltándose el largo cabello rojo, se recostó en la cama, separando las piernas y mirándome, atenta. Yo sentí un rayo que me caía y me quemaba todo, por dentro, piel y carne y hueso.

----¿No vas a venir? --- me dijo suavemente, con dulzura.

Yo la miraba ahí, recostada en la cama, sólo en bragas y las sensuales mallas blancas vistiendo sus largas y bellísimas piernas. Yo no sabía que hacer, ni qué decir. Riendo, se incorporó, salió de la cama y se me acercó, y rodeando mi cuello con sus brazos me besó lentamente, frotando mi espalda con su pierna.

----¿Tienes miedo? ---- me preguntó la muy picuda ---- Yo también ---- y pasó su mano por mis mejillas --- Pero me gustas tanto.

Yo la besé, mordiendo sus labios, probando su lengua, acariciando sus caderas, tan deliciosas, tan bellas. Ella mirándome directamente a los ojos y con una sonrisa se hincó ante mi, desabrochándome el pantalón y bajándolo hasta yo quedar en cueros. ¡Bravo! Pensé.

Sacó mi miembro ---- rojo, grande y abundante en sangre ---- que morbosamente apuntaba hacia arriba. Lo agarró de arriba abajo con sus manos tan femeninas, acariciándolo, masturbándolo. ¿Cuántas veces, Dios mío, había soñado aquella escena? No podía desperdiciar la oportunidad por la timidez. Tonto, me dije.

Y sintiendo como yo entraba en su boca, como su lengua me acariciaba de arriba abajo, intentándome secar, me dije a mi mismo, afortunado. ¿Quién era yo para recibir de ella semejante trato y placer?

Fue subiendo hasta que nuestros ojos nuevamente se miraron. «Te amo» le dije al oído y ella dio un suspiro revelador, rindiéndose a mi. Caminamos mientras nos besábamos hacia la cama, donde se recostó, abriendo las piernas y extendiendo los brazos, mientras yo lujuriosamente ---- tal y como lo había soñado tantas veces ---- la besaba desde el primer cabello de su cabeza hasta el último dedo de sus pies, cubriéndola de lujuria y de deseo. Desnudo, encima de ella, la despojé de sus bragas, húmedas y tibias, que terminaron en el suelo. Separando sus piernas con mi dorso, tenté su vagina, ese tesoro escondido entre sus hermosas y largas piernas, ese tesoro que anhelaba encontrar. Aferrándose a mi cuello con sus brazos me miraba muy seria a los ojos mientras yo lentamente la penetraba. Era fácil adivinar que era virgen cuando gemía del dolor, y luego, tiempo después, del placer. Ese tesoro era el pase directo al paraíso, sentirlo me hizo sentirme seguro que me después de aquel encuentro me era igual morir o no. Moriría tranquilo, después de todo.

Entrando y saliendo, encima de ella, bajando y subiendo, sudando y gimiendo, ella apretando las sábanas y mi espalda, yo besando su cuello y oliendo su cabello, hicimos el amor. Me preocupaba que por ser mi primera vez algo saliera mal o la hiciera sentirse incómoda, pero todo fue tan maravilloso. Nuestros gemidos, nuestras caricias, nuestros besos, nuestros alientos cara a cara.

Locos del placer, nos acariciábamos con violencia y pasión. Yo, besándole sus senos y ella lamiéndome los hombros y las orejas. ¿Qué más podría yo soñar?

Poniéndome boca arriba, me besó las piernas y el pecho, pasando lentamente sus manos por mi vientre plano.

Sonriendo y mordiéndose un labio, me montó, aferrándose a mis hombros y moviéndose de atrás hacia delante sobre mi miembro. Yo la miraba como gemía y cerraba los ojos, como se acariciaba el cuello y como se pasaba los dedos por entre el largo cabello rojizo. Yo cerré los ojos y lo disfruté, lo disfrutamos. Disfruté del mujerón que tenía moviéndose lujuriosamente encima de mi, apretando sus caderas, su cintura, sus senos con puntiagudos y rojizos pezones. Ella mientras buscaba el orgasmo cabalgando en mi me miraba a los ojos, con una dulzura que jamás hubiera podido describir. Pasaba sus manos desde mis labios hasta donde los dos nos uníamos en una gran fiesta de placer. Ella, lentamente, se empezó a mover más rápido y más rápido, lanzando gemidos más fuertes y más largos, hasta que sollozando del placer en mi regazo soltó todos sus exquisitos líquidos en mi miembro que era cabalgado. "Oh, Oh " Gemía mi Susana, tan hermosa, tan glamorosa, tan elegante hasta para hacer el amor y tener un orgasmo. Abatida después de una serie de convulsiones, risas y gemidos, se desplomó junto a mí, los dos sudorosos y con las respiraciones dificultosas. Podríamos decir que era el sexo más hermoso que había tenido, más sin embargo era el primero. El primero de todos. Yo la estudié con mis ojos, ahí, recostada, con las manos la frente, quitándose el sudor y las piernas separadas y dobladas. Me miró a ver. Y nos sonreímos. Nunca vería sonrisa más hermosa como esa. La monté de nuevo, penetrándola, acariciando sus senos mientras sentía como su corazón latía fuertemente, muy seria, mirándome con los ojos entrecerrados. Subía y bajaba como la primera vez, pero esta vez más salvaje y más sediento de placer. Más sediento de Susana, la belleza que se me entregaba por completo. Al fin, juntando nuestros vientres y con mi cara en su oreja, dejé descargar todo lo que se tenía que descargar. Al sentirlo, Susana se sobresaltó y riendo, recibió todo la mercancía tibia y abundante que entraba en ella. Después de un rato, exhausto, me dejé caer en ella, mientras que con sus hermosas manos me acariciaba el cabello y la espalda

---Venirme dentro de ti fue lo mejor que me ha pasado en la vida, Susana --- le dijo, aún gimiendo del placer.

---¿Qué? ¡Pero que cosas tan raras dices, pillo!

----Cálmate ---le acaricié sus mejillas, rojas y sudadas --- Pero hay otra cosa que nunca olvidaré.

---¿Cuál? --- me dijo, con una cara soñadora y chupándome un dedo.

----Amarte.

---¡Qué cosas más hermosas dices, tonto! ¡Dame un beso! ¡Otro! ¡Otro! ¡Otro!

 

 

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