miprimita.com

El Dentista

en Grandes Relatos

Domingo por la mañana. Nunca he sabido lo que es un Domingo de deberes, me la paso acostada en mi cama, viendo televisión, admirando el buen cine en el canal porno del cual soy usuaria. Una fanática diría yo. Refunfuñando, me levanto de la cama y me meto a la ducha, aun con el sueño en el cerebro. A esas horas estuviera en el quinto sueño, soñando con la película de la media noche de ayer, con las manos en mi cuevita, volviéndome loca del placer. Evocando eróticas imágenes que me hacen venirme exquisitamente. Vestida tempranamente con una minifalda gris, una blusita rosa y mis zapatillas negras y de tacón alto, salgo caminando presurosa a la calle. No es común que me levante tan temprano y camine tan de prisa, y menos en Domingo. Pero hoy tengo cita con el dentista, un hombre realmente interesante.

Llevo bastante tiempo conociéndolo. Nuestra relación no es algo muy estrecha, nada informal. Solo llego, cruzo alguna que otra palabra con él, le pago y me voy. Una sonrisa basta para saludarlo de vista y de despedida. Pero hoy me sentía rara. Aunque paso ya de los cuarenta años, me gusta verme en forma, hacer ejercicio. Me gusta caminar por las calles y que los hombres me observen con sus miradas lujuriosas, que me silben, que me digan obscenidades, que me miren con ganas de cogerme. Justo todo eso cuando iba camino a mi estimado doctor y dentista. Todo eso me excita. Me excita ver mi cine porno, con las cortinas cerradas, en una oscuridad levemente violada por tenues luces, me encanta acariciarme mientras veo coger gente en la televisión, acariciar mi clítoris hasta venirme en mis propios dedos y después lamerlos como perra en celo. Nunca he perdido mi libido, me mantengo atractiva y excitante hacia muchos hombres, Divorciada y sin hijos, todo aquello me permite llevar una vida promiscua. La cual me encanta.

Pero últimamente no he tenido tiempo para mí. Antiguamente salía en las noches a algún bar donde encontraba a un apuesto hombre quién me pegaba una hermosa cogida y amanecía medio borracha y bien cogidita. Ya no. Llevaba un mes sin andar de parrandas, y mi cuerpo me lo pedía. Era como una droga. Extrañaba el olor a hombre que se encimaba y me hacía ver las estrellas, oler las sábanas olorosas a sexo y a semen, a mis líquidos que como loquita echaba. El consultorio del dentista estaba abierto. No había nadie, así que me senté en la sala de espera a leer algo. Hubiera matado por hacer que esa revista chismosa y de novedades se hubiera convertido en una de tantas de mi colección porno.

De repente, un exquisito olor a perfume llega al lugar. Era un olor tan hermoso, un olor a hombre, a un verdadero hombre, que llegó a excitarme. Y ahí estaba él. La blanca bata de médico apretaba su torso musculoso adolescente, el bonito pantalón de vestir contrastaba elegante y eróticamente con sus zapatos negros, y su bello rostro con sus rizados cabellos negros, además de sus deslumbrantes ojos. Era muy bien parecido, tan excitante y además muy joven, bien podría ser mi hijo. Siempre tenía esa sensación cada vez que lo veía, me prendía tanto, haciéndome dejar toda mojada, humedeciéndome.

---Buenas tardes Señora Alcántara. ¿Cómo está hoy?

El apuesto dentista me invitó a pasar a la unidad dental. Mientras caminaba delante de él, pude sentir su morbosa mirada en mi culito, pude hasta sentir ese pensamiento que tienen todos al mirarlos, ese pensamiento que reza : " Que rico culito, se ha de sentir riquísimo comerme todo ese culito ". Yo estaba a mil, sumamente excitada.

---Veamos como está hoy ---me dijo muy sonriente el papacito ---siéntese.

El sillón dental era grande y espacioso. La mente se me llenó de lujuriosos pensamientos al imaginarme las maravillas que podía hacerme este jovencito lleno de leche en aquel sillón. Pero tenía que controlarme, aunque mi cuerpo me pedía a gritos ser cogido.

----Abra su boca ---me dijo.

Con un instrumento estuvo trabajando mi boca. Mientras trabajaba en mí, cerré los ojos debido a la anestesia y evoqué lo que tantas ganas tenía que me sucediera. Ahora estaba muerta de ganas de que aquel apuesto dentista me pegara la cogida que me hacía tanta falta. Levanté mi pierna para que se alzara un poco mi falda y así mis muslos y mis largas piernas quedaran a la vista. Alzaba mi pancita y la sumía para que mi escote luciera más delicioso y así mis senos lucieran esa carne blanca. El brazo del sillón lo manoseaba y masturbaba con mi manita derecha como si fuera un gran trozo de pene. Estaba muy excitada, tanto que mi respiración empezó a acelerarse y mis pezones se marcaban por encima de mi blusita rosa

El lo notó todo, cambiando de cara de una apacible a una incómoda pero reveladora, con esos dos ojos mirándome de arriba abajo, y yo sintiendo como me recorrían todo mi cuerpo, sintiéndome aún más pero mucho más excitada. Acariciando lentamente el brazo del sillón, moví mi manita más allá, tentando la tela de su pantalón, luego su cierre. Sentí algo tibio y grande, un gran bulto que no dudé un segundo en acariciar. Aquel bulto aumentó de tamaño con una rapidez increíble a tal que su gran trozo se levantó y se marcó por encima de ese pantalón. Mirando a los ojos a ese apuesto dentista que me miraba extrañado, tomé ese trozo entre mis manos, acariciándolo de arriba abajo, y con mi dedo índice dándole vueltas en la puntita. No dudé en sacarlo del cierre y por fin lo vi. Era enorme, hinchado. Se me hizo agua la boca, estaba totalmente húmeda y plenamente excitada. El dentista aventó todo el instrumental a un lado, acariciando mis piernas mientras besaba mi boca, mis húmedos labios que trataban de soportar el enorme y exquisito beso que mi estimado dentista me daba. Fue exquisito sentir su lengua en mi garganta. Yo empecé a masturbar aquel pene, queriendo sacarle todo la lechita, dejarlo seco. El dentista se me subió al mueble, lo envolví con mis piernas mientras me manoseaba toda. Sentía como mi piel se moría del placer al ser tocada con tanta pasión. Nos besamos lujuriosamente, ahí fue donde me di cuenta que ambos habíamos deseado este momento desde la primera vez que nos vinos, ambos nos habíamos deseado e imaginado dulces y eróticos momentos.

El se paró, muy serio. Yo apenas y pude abrir los ojos de lo excitada que estaba. Mi dentista fue a cerrar la puerta del consultorio y regresó, pero no lo dejé que se me encimara otra vez. Lo recargué sobre la pared, me hinqué ante él, mirándolo a sus ojos adolescentes, apreciando su exquisito cuerpo joven y lleno de energía pasional. Tomé esa rica verga entre mi mano y le di una chupada desde la base hasta la puntita, terminando con unos lengüetazos. Lo despojé de su pantalón, mirando como volteaba los ojos del placer, haciendo que su bonita cara de retorciera de la rica mamada que le daba. De tantas vergas que me había comido, esta era la mejor. Larga, gruesa, llena de venas y con esa cualidad rojiza en la cabecita que daba la erótica apariencia que estaba a punto de estallar. Con mi lengüita y mis labios le daba una súper mamada, recorriendo aquel trozo de carne tibio y dulce con mi saliva, mamándolo, haciendo mi cabeza de atrás hacia delante, de arriba hacia abajo, haciendo ruido con mis labios y su pene, yo, con mis ojitos cerrados disfrutando de la comida que me estaba dando Lo agarré de sus piernas, de sus huevitos, de su vello púbico mientras disfrutaba de aquel desayuno. Con mi lengüita le daba forma a sus huevitos, a las largas y anchas venas de su lomo, a la puntita de su pene que me comía de arriba abajo. Él gemía y gemía, acariciando mi cabello, retorciéndose con las piernas, sumamente excitado. Yo no paraba de mamar, ambos gemíamos, pero mis gemidos eran maravillosamente tapados por su gran verga en mi garganta.

Él me levantó, poniéndome contra su escritorio, con los brazos en la superficie del escritorio y el culito paradito. Yo ya me esperaba aquel momento, sentir esa verga por mi cuevita y por mi hoyito. Hacía tanto tiempo que no los sentía....

Él lentamente me quitaba mi falda, escuchando sus gemidos detrás de mi y sus enormes manos manoseando mis carnes. Mi faldita tocó el suelo y después voló por los aires, cayendo encima del mueble dental. Mi culito quedó descubierto, ahí, indefenso y a plena disposición a él. Cómeme decía mi culito.

Mis braguitas húmedas casi escurriendo fueron retiradas con sumo cuidado. Una vez que quedé encuerada, con mi cuevita y mi hoyito libres y en el aire, él me tomó de mis caderas, poniendo su mojada verga en la entrada de mi anito, entrando por la raya de mis nalgas. Esa sensación me hizo estar en los cielos.

Lentamente me empezó a penetrar, mi culito enorme y carnoso se empezó a comer esa gigantesca verga que entraba con fuerza. Mi dentista gemía con rapidez pero poco a poco la metía todita. Empujando violentamente su cadera hacia delante, él me hablaba al oído mientras me rompía mi culito. Empezó a empujar con más y más fuerza, repetidas veces hasta que me la metió por completo. Yo solté un gemido de placer y dolor, loca de deseo, mientras sentía como él lujuriosamente bombeaba en mis intestinos, en mi culito rico.

----Oh mami. Mami que culito tienes....oh..oh..oh...está riquísimo....oh..oh...oh!!! que rico...

----Cómetelo....oh..oh...cómetelo todo...todo...oh...ay..ay..oh..oh..¡ay! ..¡ay!...todo es tuyo....cómetelo...

El con más fuerza se aferraba a los muslos de mi cadera, cogiendo con fuerza, al punto que yo lloraba del placer, apretando el mentado escritorio, babeando de lujuria.

De repente, me la sacó toda de un jalón, y yo sentí que me quitaban el mundo. Solté un grito y después muchos gemidos; mi anito siendo liberado de esa estaca llena de leche.

Me sentó en el escritorio, abriéndome las piernas, acariciando mi cabello, oliéndolo como un animal encelo y metiéndomela en mi cuevita. Dio justo en mi puntito y justo ahí empezó a bombear a y a bombear hasta hacerme jadear del placer. Me cogía riquísimo. Justo era esa la cogida que tanto merecía. Yo gemía y gemía sin parar, sintiendo el orgasmo acercarse. Cuando llegó, me moví como loca, retorciéndome del placer, de la lujuria, de la sensación de tener esa gigantesca vara de carne entras y salir d emi. Le arañe la espalda, le chupe sus orejas, su nariz, sus labios, su lengua, casi le arrancó el cabello de la cabeza de lo excitada que estaba. Mis gemidos eran gritos envueltos en un mar de placer. Él siguió y siguió, hasta sentir el cuarto y quinto orgasmo. Me desplomé en el escritorio, acostada, sin fuerzas, satisfecha y exhausta. Pero él aún no lo estaba, cosa que me prendía y excitaba aún más. Me tomó de la mano y me llevó hasta el sillón dental, donde lo desocupó y se sentó, haciendo que me sentara en él, dándole la espalda. Su verguita entrar otra vez me reanimó, haciendo que me volviera aprender. Era la cogida más deliciosa y maravillosa que me estaban pegando. Empecé a subir y a bajar en él, matándome yo sola, en un sube y baja psicodélicamente delicioso hasta que alcancé mi siguiente orgasmo. Este fue más delicioso. Aunque tardé, valió la pena. Mientras me venía en su verga, él me besaba la espalda, me la acariciaba, acariciaba mis caderas que retorcían del inmenso orgasmo que me invadía, olía mi cabello, besaba mi nuca y lamía mis orejas. Yo estaba muerta del placer. Después, me separó de él, poniéndonos en una nueva posición. Se volvió a sentar como en un principio, pera esta vez me senté en él mirándolo a los ojos. Acomodé mis piernas en sus hombros, él con una mirada lujuriosa y besándome los senos volvió a penetrarme,. Gimiendo y violento como el animal en celo que tanto había deseado que me cogiera. Empezamos a bombear, cogiendo, mirándonos a los ojos y gimiendo como desesperados. Parecía que aquel apuesto y joven dentista no tenía fondo a sus deseos. Parecía que todo aquello ya lo había planeado, parecía que ya todo lo había imaginado y deseado tanto. Cogía y cogía mientras me besaba lujuriosamente en mis labios, como queriéndome chupar la vida. Su verguita entraba y entraba como una maquina asesina que se movía de adelante hacia atrás, de adentro hacia fuera, matándome del placer. Su verga se empezó a mover increíblemente más rápido, deslechándose por completo en mi cuevita, húmeda y rojiza de tanta verguiza que recibía. Eyaculó divinamente dentro de mí, y yo solté un gemido de alivio y de placer al sentir esa verga que lentamente se vaciaba en mi, soltando un abundante néctar blanco que se escurría por mi vagina y piernas, hasta el suelo. El dentista siguió eyaculando y eyaculando, parecía que no tenía fin. Yo todavía gemía y gemía, no lo había dejado de hacer desde que empecé a mamársela. Por fin, se deslechó todo, suspirando satisfecho en mis hombros.

Yo, con los ojos cerrados, sonriente y desplomada en el mueble dental, pensé que sería en toda mi vida la mejor ida al dentista que había realizado.

Para comentarios:

wnk_12@hotmail.com

 

© 2004-2005. wnk® Lecturas. Reservados todos los derechos.