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El Secreto de Midori

en Sexo con maduros

« El Secreto de Midori »

El Profesor de Historia Universal hablaba ante la multitud de más de 200 preparatorianos que tenía al frente. Hablaba sobre temas que habían pasado hace ya más de millones de años pero gracias a su conocida práctica aburrida y sofocante de impartir clases seguían vigentes. El vejete, una máscara de rasgos agudos y arrugas por todas partes, hablaba con benevolencia acerca de la música universal en las distintas etapas del extinguido siglo XXI. Pero la máscara del aburrimiento y del hartazgo se reflejaba del otro lado de donde se encontraba el profesor, donde los alumnos si hubieran tenido la oportunidad de zafarse de los seguros de sus asientos de metal, lo hubieran hecho y salir despavoridos de la clase. De entre todas esas caras, destacaba una bonita, que pertenecía a Midori Aguileta. Era la muchacha más sagaz del grupo, no iba bien en los estudios, más sin embargo era lista, educada y muy hermosa. Con sus bonitos ojos claros entre abiertos miraba al profesor que hablaba sobre un notable músico de los también extinguidos años setentas. "John Lennon nació en 1940" anunció el profesor « Nació en 1940 » escribió Midori en su cuaderno.

"Revolucionó el rock-pop de a mediados de los sesentas con composiciones relevantes no propias de su época, lo que lo vanaglorió con el título de icono de la música rock". Midori se quedó pensativa. Miró de repente al grupo de muchachos que la contemplaban con miradas obscenas y lujuriosas. Midori, molesta pestañeó y dirigió su mirada a otra parte, tratando de bajarse la minifalda de piel negra que forraba su enorme trasero, lo que hacía pensar a los muchachos que el tamaño de su trasero podría desfondar a esa atractiva faldita. Aquellos pensamientos los hicieron sonreír. Pero Midori se sentía mal con esos comentarios. Su figura de muchacha bonita y lista le hacían pasar también calvarios, como los vulgares albures que recibía de camino de la preparatoria a la casa y de su casa a la preparatoria y básicamente a todas partes. Los muchachos y alguna que otra muchacha desequilibrada fantaseaban con ella, evocándola en sus mentes con ese sensual uniforme de colegiala que la vestía, su minifalda negra de piel, su blusa blanca que le apretaba los senos y parte de sus anchas y hermosas caderas y sus botas largas negras, además de su hermoso cabello castaño que descansaba siempre eróticamente sobre sus hombros. Primero, en sus mentes la desnudaban y la ponían en todas posiciones y circunstancias. Primero empezaban con su blusa a aroma de mujer, desabrochando esa hilera de botones que dejaban ver por debajo de ellos esa carne blanca y tersa, propia de su condición de adolescente. Sus senos no eran grandes, pero si bonitos y bien formados. Después, la lujuria la despojaba de su falda, dejando ver sus bragas húmedas y su hermoso cuerpo desnudo, deseable a toda alma y objeto. Un ruido sacó a Midori se su viaje psicodélico y volvió a la realidad, donde el dictado seguía por parte del Profesor acerca de un músico drogadicto.

« "Revolucionó la música rock-pop de a mediados de los sesentas"» se dijo Midori. Esa música era vieja y ya nadie escuchaba el rock-pop, es más, el género música ya no existía, ahora embargaba el género de moda que volvía loco a los jóvenes llamado "Grunge". Había vuelto con toda fuerza y eso sí, pensó la muchacha, lo había revolucionado todo. Pensó que lo que murmuraba el viejo de enfrente eran tonterías y escribió « Tonterías » en su cuaderno. Midori estaba molesta, siempre lo estaba. Le molestaban los muchachos y las muchachas, todo en realidad, excepto un hombre de quien era admiradora. Escuchó nuevamente la voz del viejo y molesta, se preguntó por que se hablaba de una persona que ni siquiera sabía que había existido.

¿Por qué habla tantas estupideces? ¿Por qué no se calla y nos deja salir temprano hoy? O lo que es mejor ¿Quién demonios era John Lennon? Todo eso quería vociferar Midori al profesor, pero el problema no era el valor, si no que ahí no había profesor. Con las nuevas tecnologías y el miedo a estudiantes rebeldes se habían renovado las aulas con profesores digitales, máscaras robóticas en pantallas planas de cristal líquido. Midori refunfuñó mientras el tiempo para estudiar corría. Dibujó en su cuaderno la cara del hombre que anhelaba, aquel gigante de complexión de oso, un musculoso romántico, de cabellos rizados y negros, piel blanca y ojos grandes y azules, con rasgos agudos y atractivos: una mandíbula ancha, de líder. En realidad Midori tenía un problema con todo: estaba enamorada.

De repente, las luces tenues del lugar se apagaron y fuertes luces blancas destellaron en la pared del fondo del auditorio, citando a una gigantesca manta donde se reflectaron imágenes. Una pregunta apareció en la manta y a continuación todo mundo empezó a escribir, sin sus ahora preciados cuadernos con apuntes valiosos que fueron retirados por las manos robóticas de los pupitres. Midori alzó la cara, azorada mirando su dibujo arruinado y dotó de su mirada preciosa a la manta. "¿En qué año nació John Lennon?" decía la mentada manta. "a) 1930 b) 1940 c) 1965"

Midori ahora realmente estaba espantada. Durante el tiempo que se le dotó para estudiar lo había perdido en tonterías como pensar en su fiel enamorado. Miró a su alrededor para encontrar a uno de los que se hacían llamar sus amigos para poder ver si le ayudaban. Respuesta errónea. La vulgar muchacha que se sentaba a su lado la miraba con el ceño fruncido, y Midori le sonrió, en un intento inútil de obtener respuesta a la pregunta que se formulaba en la manta, pero cuando miró, una cuarta pregunta ya se observaba al fondo del auditorio. Midori meneó la cabeza, buscando respuestas. La perra de a lado tenía su cuestionario oculto con sus brazos, haciéndolo inviolable a cualquier mirada fisgona y copiona, en especial a la de Midori. La prueba acabó, las luces se prendieron y la campana electrónica sonó, haciendo que los estudiantes se apresuraran a entregar sus cuestionarios; y como era de costumbre, el de Midori se entregó en blanco.

Caminó por el colegio en horas de receso cuando terminó la clase. Se sentó en una de las bancas de la cafetería y decidida empezó a estudiar sobre el condenado Lennon. Un holograma apareció frente a ella y le preguntó que quería almorzar hoy. La golosa y hambrienta Midori pidió un pastelillo, café y una ensalada de frutas. La mujer sonrió y desapareció, y segundos después el aperitivo de Midori apareció. Su mirada fue robada de los libros cuando el hombre de sus sueños caminó frente a ella, ataviado con un traje sastre que le apretaba su dorso musculoso. Midori tuvo que limpiarse la baba que le escurría de sus labios. Contempló a aquel hombre que tanto deseaba, aquel que la hacía fantasear todas las noches con dos generosos dedos bajo sus bragas. En realidad, aquel afortunado era el Profesor de Álgebra, el que tenía un sin fin de admiradoras, en especial a Midori Aguileta. El apuesto hombre se sentó en la mesa continua de Midori a sus espaldas, y Midori agudizó el oído para escuchar la sensual voz de aquel hombre que la volvía tan loca. Pero un bravucón apareció, de esos calientes adolescentes aficionado la pornografía e hizo plática Midori, arrebatándola del himno armonioso que trataba de escuchar.

----¿Estás estudiando Midori?

----Así es. ¿Tú qué estás haciendo aquí? ---Midori habló secamente, característico de su humor alterado cuando hablaba a muchachos que no le agradaban, especialmente a trogloditas como el que tenía al frente.

----Ah, nada especial. ¿Cómo te fue en la prueba?

----Eh, no muy bien. Mira por eso tengo que estudiar y necesito estar sola....

----¡Así se habla! Es muy importante estudiar, mi papá dice que es la base del éxito.

----Si bueno necesito estar sola ¿ya te lo dije verdad?

----Mi papá también dice que sin estudios no se llega a ningún lado...

Midori miró a su hombre, ese atractivo profesor de Álgebra y por un momento este volteó y sus miradas coincidieron. Midori sintió que el piso desaparecía y que había caído, pero después voló y se sintió en los cielos, sintiendo esa mirada de esos ojos azules hermosos, y se sintió soñada cuando él le sonrió...pero la voz del bravucón seguía, y Midori se vio arrancada de la sonrisa y de la mirada encantadora de su precioso profesor, deseando que el carcamal que tenía al frente se callara.

----Tú papá y tú son unos reverendos estúpidos, en especial tú, ¡me enfermas! ---estalló la pequeña.

La cafetería se lleno de un vacío silencio.

La sala de castigos era un antiguo bodegón, más bien un salón desocupado donde en realidad era la Sala de Maestros, lugar donde se traficaba con pláticas aburridas, café y galletitas, pero mayoritariamente cuando los maestros no estaban, se usaba para meter allí a los revoltosos de la escuela, como la niña que había gritado un par de obscenidades en voz alta. Midori aguardaba su castigo sentada en el salón de maestros, mirándose rodeada de los obesos profesores que la miraban de soslayo y de mala leche. Naturalmente, estaban molestos por que en sus horas de descanso ahora una revoltosa y vulgar niña se encontraba en su sala, pensaron. Y la verdad es que la Sala de Maestros era un lugar deprimente, donde los grotescos profesores descansan mágicamente de nada y el lugar olía a viejo. Midori no soportaba el lugar ni las circunstancias. Su castigo era de 3 horas sin hablar y hacer nada, frente al anciano que vigilaba al frente suyo, que dada su condición de estar dormido no constituía alguna amenaza. Debido a su castigo, Midori había perdido su clase de Álgebra. Una lástima.

Pero el lugar tiempo después se iluminó cuando todos los maestros se retiraron y como siguiendo la profecía de los más íntimos deseos de Midori llegó el Profesor de Álgebra. Al parecer, como todos los días, llegó de muy buen humor. Cerró la puerta con una sonrisa y miró a Midori con curiosidad, aquella mocosa rebelde y enamorada que lo miraba de soslayo, haciendo ese gesto encantador, ahí, tan quieta y con sus enormes y curiosos ojos mirándolo. El sujeto sonrió y se sentó a su lado. Midori sintió una electricidad que recorrió todo su cuerpo.

----¿Cuánto tiempo llevas aquí? ---inquirió el Profesor.

Midori por un momento no pudo pronunciar palabra, de lo emocionada que estaba.

----Oh, este, bueno, pues, como...como dos...como dos o...como dos o una hora, una hora, si eso, dos o una hora, eso más o menos...

---¡Ah! ---el profesor sonrió y se echó hacia atrás, cogiendo su maletín ---¿cómo te llamas?

---Midori ---tímidamente contestó la muchacha.

---Oh si, la alborotadora ---sonrió el hombre compasivamente.

Las mejillas de Midori, suaves y lisas, se sonrojaron, haciendo a la muchacha encogerse de la emoción y el nerviosismo que la invadía, apretando las piernas, apretando los brazos y encogiendo los hombros, sintiendo a su hombre tan solo a centímetros de sus lados, sus cuerpos pegados a causa del estrecho sillón y ella con su mirada fija en sus labios.

----¿Tiene clases ahora profesor? ---Midori logró formular una pregunta amistosa y coherente.

----Oh bueno. Ahora tenía una hora libre pero debo de aclarar un caso que se me asignó.

----¿De qué trata? ---dijo Midori con interés; eso agradó al profesor, haciéndolo sonreír. Mientras él hablaba y buscaba algún papel importante en su maletín, Midori lo miraba de arriba abajo, observando con lujuria y deseo sus labios, ese par de líneas rosadas y gruesas que tanto anhelaba; su rostro, tallado por ángeles y su mirada dura de hombre. El Profesor sintió la mirada obscena de Midori y la observó extrañado, y la chica se estremeció, pero él le dirigió una sonrisa amistosa. Midori se puso roja como un tomate, apretando lo más que podía sus piernas y sus brazos. Ocultando su sonrosada carita tímida.

----¿Te pasa algo? ---el profesor le sonreía amistosamente, sabiendo, por experiencia con otras alumnas, lo que le pasaba a la muchacha.

----¿Y qué me dijo que tenía que hacer? ----dijo Midori tratando que se disipara la penosa situación.

----Bueno, son cosas que tal vez no te interesen. Son aburridas. ---dijo el Profesor ---se ha descubierto un fraude en la institución.

Midori abrió grandes los ojos y el Profesor sonrió, pero cuando Midori inquirió de que se trataba, el Profesor de puso serio.

----Un profesor del colegio sostuvo...digamos cierta amistad con una colegiala. Tú sabes.

----Ah ya... ---Midori recordó el caso de un profesor y una colegiala del último curso que se habían enamorado. Ridículamente, la escuela se había consternado. A Midori le parecieron tonterías, ¿por qué un par de enamorados no pueden amarse con todas sus capacidades y anhelos? Su punto de vista se lo hizo saber al profesor.

----Bueno ---dijo el hombre que a cada minuto que pasaba volvía más enamorada a Midori ---en primera, las reglas del colegio prohíben estrictamente el amor entre el personal de la escuela. Pero el problema, Midori ---el Profesor se inclinó hasta que sus labios casi se juntaban con los de Midori, de modo que ambos se miraran a los ojos y el aliento de los dos se juntara en uno solo. ---es que el profesor y esa alumna llegaron a lo íntimo.

Midori por un momento quedó demasiado perpleja, sintiendo tan cerca el calor de aquel hombre que la fascinaba, sintiendo su presencia hermosa. Midori pestañeó y por su instinto femenino le dirigió una sonrisa al profesor, quién sonrió nuevamente y por un momento miró los labios de Midori, delgados y bonitos. Midori se percató de esa "traviesa" mirada por parte del profesor. Y con todo, sus miradas se volvieron a encontrar.

----Bueno, me tengo que ir ---el profesor se despidió. ---de cualquier modo, yo no apruebo esas cosas.

----Si a mi un hombre que amo me dijera que me ama, sin importar que o quién es, no me importaría violar alguna tonta regla total de corresponderle a ese amor de mi vida ---dijo Midori pensativa, mirando al Profesor de soslayo, quién se enrojeció.

----Y después de todo Midori, ¿qué obtendrías? Además de una expulsión permanente, claro está.

----Felicidad ---respondió la muchacha inmediatamente, como si esperara aquella pregunta. Una mirada más se cruzó entre ellos, pero esta vez más tierna y duradera, como queriendo adivinar qué pensaba el otro. Pero en otra parte, ambos querían admirar la belleza del uno y del otro. Midori nunca había conocido esa parte del profesor, ahora, afortunadamente o no, se sentía más atraía por él. Ya no era el sonriente y reservado profesor de antes, además de coqueto. Había conocido a un profesor nuevo, volviéndola aún más fascinada por él, olvidando al lejano profesor de antes.

----De cualquier modo ---replicó el hombre ---comportamientos así te echan de la escuela, no eres admitida en otros institutos y por "felicidades" como esas tienes el papel de perdedor toda tu vida.

----Ojalá él me dijera que me ama. ---dijo Midori.

Midori se recostó en el sillón, levantando su falda y dejando ver sus largas y hermosas piernas, mirando como el hombre daba la vuelta, y como el viejo profesor de Álgebra de antes, mientras más se acercaba a la puerta, más aprisa se movía.

Y pasó el tiempo. Midori descansaba su mentón en una mano y abría los ojos muy grandes a cada que el apuesto Profesor daba sus clases. Midori no había sentido algo semejante en su vida, era algo que la hacía sentir viva, la hacía sentir diferente. La mayoría de sus amistades le decían que sólo era un capricho y que ya se le pasará, pero Midori estaba segura que no. Jamás había sentido algo a quién querer tanto, nada parecido a sus antiguas, fracasadas y vacías relaciones con vacíos y fracasados muchachos. Y el problema se hacía cada vez más evidente: Midori estaba en verdad enamorada.

Cada noche en su sola habitación Midori fantaseaba con su hombre, aquel héroe que la había echo conocer el verdadero amor, aunque fuese tal vez platónico. Cerraba sus hermosos ojos y evocaba a aquel macho de naturaleza suprema sin vestimenta alguna, con sus músculos vistiendo su cuerpo, haciéndolo deseable, esas piernas musculosas y duras, esas nalgas grandes y duras debido a los gratos ejercicios que lo hacían fantasía de toda mujer. Midori ya no podía resistir más, esa lujuria y pasión por su Profesor no podía ser parte de una fantasía, o de alguna ilusión adolescente. Pero pensaba en todo. Nada le costaba declararle el amor a ese hombre tan amado, nada le costaba decirle lo mucho que lo amaba y que lo soñaba. El problema era la sociedad.

Podrían echarla de la escuela y vetarla de cualquier tipo de enseñanza, viviría como un personaje sombrío y a la espera de algún bonachón que se osase a mantenerla. Midori sacudió la cabeza, eso no era de ella. Sus sueños, hasta los más íntimos, era ser una gran mujer, profesionista, y sobre todo, en la cama bajo las tibias sábanas con su hombre, conociendo aquellas carnes que la volvían tan loca. Pero era la sociedad. Malditos. Ni siquiera sabía como reaccionaría el profesor. Aún no se sabía si podría ser un traidor. Pero sinceramente, no se cree que un hombre, cualquiera que fuese, se resistiese a la declaración amorosa de una muchacha tan hermosa, lista, madura y maravillosa como lo era Midori. Pero los fantasmas del miedo abundaban en su cabeza, atropellándose unos contra otros, haciéndola temer más y más. Y ahora, se decía a sí misma, se había equivocado de época. Vivía en una era donde los derechos en vez de abundar, se habían restringido.

Ahora había que pedir permiso al gobierno para tener un hijo, uno sólo. El método tan famoso que se había creado en contra de la sobre población; consistía en redactar un acta que reflejara los deseos de alguna pareja en procrear y era mandada al Gobierno. Este investigaba a la pareja en un tiempo prolongado, comprobando si eran capaces de tener y criar un hijo, en todos los aspectos, como moral y económico. Era, en parte, una desdicha. Y Midori era hija única. Le hubiera gustado tener algún hermano, pero eso era imposible. No se podía procrear sin el afamado permiso del gobierno, y tampoco se podía hacer nada en contra del agua anticonceptiva de la cual se dotaba a la ciudad. Eran sueños, como el que tenía Midori con su profesor, como el que tenía en mente todas las noches cuando imaginaba que era suya, como el que tenía respecto a la vida, como el que tenía respecto a su todo. Vivía en una época que la amargaba. Eran sus sueños de grandeza o su más íntimo, que era compartido con su amado profesor.

Mañana de Agosto del 2124. El sol se componía de estrellas en el cielo, echas de material artificial que reflejaban la luz solar de otros soles en otros sistemas solares. La desdicha e inconciencia humana habían acabado con el sol propio. Con todo, había menos gente de tez morena. Midori caminaba enérgicamente, forrada de su vestido colegial que provocaba tantos piropos y frases obscenas que la hacían rabiar del coraje, aquella vestimenta que apretaba su esbelto cuerpo, apretando sus senos voluminosos y su enorme y delicioso trasero, aquel que hacía fantasear a tantos hombres. Midori se hacía la ilusión de que ese trasero sólo tenía un dueño. Una lástima.

Haciendo ruido con sus botas que forraban sus hermosas y claras piernas, caminaba rumbo al colegio. Sus padres habían salido de emergencia a algún trabajo, un problema de sus rangos. De repente, la joven tropezó y cayó, haciendo que sus libros y cuadernos electrónicos se esparcieran por el suelo. Midori sollozó, furiosa. Y para colmo, el viaje a escuela era más prolongado que hora y media. Y si como el clima conspirase para hacerla enloquecer, se había anunciado una llovizna de granizo y nieve y las estrellas artificiales empezaban a viajar hacia sus satélites en el espacio, donde aguardaban esperando la llegada de la nieve y desprotegiendo a la ciudad con sus amadas luces candentes. Midori tenía ganas de llorar del coraje, recogió sus cuadernos, algunos arruinados en pedazos por los golpes que se llevaron camino al suelo. Unas lágrimas recorrieron su hermoso rostro. Sus ojos sollozaban sin cesar, pero se iluminaron cuando una mano grande y musculosa la amparó a recoger sus maltrechos cuadernos. Midori levantó la vista y miró, si, a ese Dios, que le dirigía una sonrisa y la invitaba a ir a su auto ofreciéndose a llevarla a la escuela.

----Bueno, pasaba por aquí, pasé a comprar un almuerzo rumbo a la escuela. El viaje es largo. ¿Quieres que te lleve? ----la muchacha nunca había visto sonrisa más hermosa.

La boca de Midori tartamudeó y emitió algunos sonidos incoherentes antes de tener la capacidad de hablar con cordura.

----Si, bueno, me gustaría. ---dijo.

El profesor sonrió. Midori se sintió en los cielos al observar esa sonrisa. Abrió la puerta para que la muchacha arribara en el auto, gobernada con esa sensación erótica que la invadía, su piel como de gallina, ese temblor que le hacía sentir cuando se encontraba tan cerca de él. Su auto era como un palacio. Una nave de dos ruedas e impulsores térmicos que los hicieron llevar por los caminos. El aire acondicionado empezó a funcionar, armonizando eróticamente el lugar. Los muebles eran forrados de piel color negro, los vidrios, polarizados. Podrían hacer el amor una y otra vez y nadie los vería, pensó Midori.

A media hora de camino, las vías eléctricas en toboganes que se dirigían a la avenida principal, la cual conectaría con las pistas eléctricas de la ciudad, estaban averiadas debido a la gran tormenta de nieve que había caído. La mayoría de los caminos se habían bloqueado y era peligroso volar. Con todo, un oficial desvió al auto del profesor. Pero las cosas empeoraban. La lluvia arreció a tal grafo que mirar por el templado y polarizado cristal era imposible. El profesor notó el miedo de Midori, temblorosa y titubeante en su asiento.

----No te asustes ----el profesor le tomó la mano y le dirigió una encantadora sonrisa. ---todo va a estar bien.

Midori miró su mano envuelta en la mano de él y después su rostro, y no pudo evitar sonreírle.

Las cosas empeoraron. El auto casi se vuelca en una curva en un tobogán pero después de tres largas horas pudieron llegar a casa del Profesor. Una patrulla que rondaba en los cielos los auxilió por el camino. La lluvia no cesaba. La radio advertía que la tormenta seguiría y las escuelas habían sido cerradas, así también como las fábricas y edificios de empleados. Bajaron del auto y Midori se dejó llevar por los brazos protectores que la protegieron de la lluvia y fuerte nieve hasta que llegó al portal del profesor. Este la dejó en la sala de la casa y regresó con una manta con la cual la envolvió. El ambiente, de la casa a oscuras y con la tenue luz de afuera, cerrada y silenciosa, con las manos de él en su cuerpo de ella apretándola con la manta, pasando sus manos por su espalda en un intento de secarla de la lluvia, ambos, mojados, mirándose directamente a los ojos.

----No esperaba una nevada como esta ---el profesor tosió y se dirigió a la cocina y regresó con dos tazas de café. Midori tomó asiento en la sala silenciosa y de inmediato percató que el profesor vivía solo. Aceptó la taza de café a tientas por que no podía creer lo que sucedía. Por fin, ese sueño erótico se cumplía, aunque no del todo, estaba eróticamente vestida y a solas con él, y mojada en todos los sentidos. El profesor llamó a la escuela y excusó su falta y la de Midori.

----Bueno, dicen que está bien ---El profesor se sentó al lado de ella mirándola como bebía su café ----en cuanto se seque tu ropa, te vas.

Midori miró arriba y luego a un lado, cruzada de piernas con sus manos quietas y sus ojos por un momento en los del profesor. Los quitó cuando sus miradas se cruzaron.

----¿A dónde podré ir? ---Midori se inclinó hacia delante.

----A tu casa, no sé. No te preocupes, si pasa algo, yo te llevo...

----¿Mi casa? Mis papas trabajan y llegan hasta muy tarde ---Midori se puso de pie mirando el apartamento del profesor ----no querrá que peligre sola, en mi casa, nadie sabe que pueda pasar. Es mejor que alguien me cuida.

Las palabras hicieron reír al profesor.

----Bueno ---dijo ---pero no te puedes quedar aquí.

----¿Por qué no? la casa del profesor de Álgebra me parece perfecta.

-----No es una casa, es un apartamento, sea como sea, no te puedes quedar. Hay leyes respecto a eso Midori, lo sabes. ¿Te imaginas si se llega a enterar el consejo escolar de esto? Hay reglas que prohíben la estadía de desconocidos con adolescentes menores de edad. Tú sabes de eso. El tiempo ha pasado y las leyes han cambiado. Lo siento.

Midori bajó la cabeza y tomó asiento. Su húmedo cuerpo aún no se secaba. Miró al profesor que se disculpaba y desaparecía en una puerta. Midori miró todo a su alrededor. La alfombra verde tópica que adornaba el suelo, los muebles largos y anchos como camas forrados de piel negra que componían la sala, las persianas que eróticamente cubrían la luz de las ventanas. El silencio y la sensación de estar encerrada, ponían a mil a Midori, y sobre todo que estaba a solas con su hombre. Aquel profesor que se encontraba en el baño lavándose la cara y colocándose desodorante.

La lluvia lo hacía apestar. Se quitó la camisa mojada que le ajustaba su dorso musculoso, muy duro y reservado pese a los cercanos cincuenta años de edad. Un caballo atractivo. Elegante, maduro, experto e inteligente, educado. Esas eran las cualidades que habían robado el alma y corazón de Midori, cosas que nunca había visto en un hombre hasta hora, robándole de la mente a esos muchachos tontos e inexpertos con los cuales antiguamente lidiaba. En Midori había despertado algo nuevo cuando conoció a aquel hombre que la había cambiado por completo.

Nunca antes había tenido a alguien tan dentro de ella, en sus pensamientos, en su mente, nunca había encontrado alguien a quien querer tanto y de esa manera. El pobre profesor ni siquiera se imaginaba lo que Midori sentía por él, aquel torbellino que viajaba en todo su cuerpo de ella por él. Mirándose al espejo, peinó sus cabellos masculinos que húmedos contrastaban con su frente lisa y su rostro atractivo: mandíbula ancha, cuello grueso, ojos hundidos, azules y directos, duros de vista. Una cualidad de macho dominante. Algo lo estremeció cuando sintió una caricia en su espalda. Mirándose al espejo, detrás de él observó a la hermosa adolescente que con una mirada lujuriosa lo observaba en el espejo. Sus miradas se cruzaron una vez más, pero esta vez algo electrizante los recorrió. A ambos. El profesor se volvió y miró a aquella chiquilla que pasaba una mano por los pechos de él, musculosos. Su mano era pequeña pero dotaba de deliciosas caricias al profesor, quien extrañado miraba a la jovencita con la que había echo apenas una pequeña amistad y estaba en el baño, con él.

----¿Qué estás haciendo? ---el profesor no se opuso ante las caricias de Midori: una mano que rozaba sus pezones, otra que acariciaba su cuello, una pierna que se contraía con su miembro. Sus dos cuerpos se juntaron y se miraron a los ojos tan cerca que pudieron sentir sus alientos.

----Lo amo profesor, es lo más hermoso que he visto en toda mi vida, no sabe lo mucho que he fantaseado con usted, jamás había visto algo como usted, me ha hecho sentir lo que nunca imaginé. Estoy enamorada de usted.

Ella retrocedió cuando él la beso. Y no fue a causa de algún rechazo, estaba enloquecida con el sabor a néctar de los labios de su amado profesor, era la sorpresa que le causaba que él, aquel gigante musculoso atractivo le hubiera plantado un largo y apasionante beso, el beso que la hizo humedecerse y que la hicieron recargarse en la pared mientras el profesor le pasaba las manos por su vientre plano, sus voluminosos senos y su cuevita, húmeda y tibia. Una lengua empezó a deambular en la garganta de Midori, una mano apretó su musculoso y enorme trasero, abrió los ojos y miró a su hombre que la besaba y la acariciaba sin cesar, y no se lo podía creer.

Una mano se introdujo por debajo de su falda escolar, violando la disciplina de las bragas y tentando la palpitante y chorreante cuevita de Midori, que se retorcía por el placer. No paraba de gemir. Aquel suceso era todo lo que en la vida hubiera deseado. Cerrando los ojos, con la fría pared atrás y su caliente hombre enfrente, gemía por las delicias que dos dedos, largos y anchos del Profesor curioseaban dentro de ella, haciéndola apretar los hombros de él, su espalda, rodeándolo con una pierna. Sus labios se volvieron a juntar, esta vez con mucha más pasión y morbo.

Aunque le había sorprendido la reacción de él, se preguntó si aquella maravilla por la que pasaba era propia sólo de algo rápido y olvidadizo de él o el clímax de una serie de fantasías y deseos. No le importó, ni siquiera paró y cuestionó a él acerca de ello, no, no. No con dos dedos en ella que se movían y salían lujuriosamente, no con dos dedos que la hacían retorcerse apretando y jugando con su clítoris, no con una lengua que jugaba con la suya. Pronto su falda quedó en el suelo y sus bragas, húmedas fueron olidas por él, llevándoselas al rostro. Todo eso excitó a Midori, casi se venía en los dedos de él, pero quería disfrutar un poco más, quería ver hasta donde llegaba su primer orgasmo, quería hacerlo estallar después de caricias que llevarían al éxtasis irremediable.

El cuerpo desnudo del Profesor fue besado y acariciado sin cesar por Midori. Gemían y cogían como animales, descargando aquellas ansias y anhelos que tenía el uno con el otro. Se separaron por un momento para poder recobrar el aliento y poderse mirar a los ojos, saliendo de esa serie de caricias de ojos cerrados. Midori tomó la cara de su amado entre sus dos manos y probó nuevamente sus labios, jugando con cada uno de ellos. Probó ese rincón que tanto había deseado, metiendo y sacando su lengua, pasándola por los dientes de él y mordiendo sus labios. Midori no podía estar más excitada. Nunca había estado así. Era como descubrir que había algo nuevo en ella, un fulgor que había explotado después de tanto delirio.

Y el delirio en esas circunstancias no era la excepción. Desnudos, oscilaron en las paredes, haciendo gemir a Midori, quién fue tomada en los brazos de su amado y sentada en el lavabo del baño, donde fue penetrada dulce y lujuriosamente, una y otra vez, sintiendo y viendo ese gran pedazo de carne dura que entraba y salía en ella, rozando sus labios, su clítoris, sensaciones que la hicieron apretar y estallar en un alocado orgasmo, rasgando y mordiendo las orejas de él, cruzando las piernas en su espalda. Todo era tan rápido, desde el primer beso hasta él encima de ella bombeando como desesperado, pero para Midori eran lo segundos más largos y maravillosos de su vida. Sentía ese poder que la invadía, esa sensación que recorría su vagina, húmeda y contrayéndose en ese miembro que oscilaba en ella. Midori rasgó las paredes, mordió sus labios, el placer que la invadía era casi increíble. Sus gemidos se escapaban de su boca en sonidos casi ensordecedores y resonaban en el departamento, que por su cualidad de callado, sólo se escuchaban los gemidos y chasquidos de ellos dos. Midori se apartó para mirar a su hombre, mirarlo a los ojos y decirle:

----Te amo.

----Eres hermosa ---le besó un hombro, pasando las manos por su espalda hasta su trasero, bello y grande. Midori sintió algo electrizante, sobre todo cuando él tentó y acarició sus senos, cuando sintió aquella tibia bocaza en sus pezones, y con el animal que entraba y salía de ella, Midori se retorcía del placer. Al fin su cuerpo, hermoso y virgen había perdido esa cualidad, excepto la bellaza innata que poseía.

----No pares, soy tan feliz, podría estar así por siempre. Soy tan feliz ----gimió la pequeña.

----Yo también te amo ---suspiró el hombre mientras penetraba y suspiraba en los hombros de ella.

----Seremos felices.

Pronto, Midori gozó de dos, tres, cuatro y un quinto orgasmo. Aunque se venía rápido, no paraba de elevar el vientre y hacerse para adelante para poder disfrutar del manjar que le ofrecía el profesor, que parecía no tener fin, y aunque Midori no quería acabar, quería sentir ese líquido tibio y blanco que escondía su hombre.

----Por detrás ---dijo Midori en un oído, casi sin aliento por el placer que estallaba en su interior.

----¿Qué? ---el profesor apenas y podía escuchar, estaba dedicado en lo suyo, disfrutando de esa hermosa adolescente que se le había entregado. Y la verdad es que él también estaba sumamente excitado. Nunca había visto algo como Midori, le llamó la atención desde la primera vez que la vio, su cualidad de hombre conquistador no pudo evitárselo. También tenía esa fantasía cumplida. Ambos.

----Dame por detrás ---suplicó Midori, alzando el cuello para que su hombre pasara su lengua por ahí, cerrando los ojos, disfrutando ---dame por detrás ---replicó.

Dando la espalda y recargada sobre el lavabo, Midori una vez más se le había entregado a su profesor. Y eso era lo único que deseaba en esos momentos. Meneando sus caderas, rozó el trozo del profesor, rojo, ancho largo, la delicia que la había hecho ver las estrellas. Mientras el profesor besaba la espalda desnuda de Midori, olía su cabello y mordía sus orejas, con sus manos separaba y unía las dos enormes y ricas nalgas de Midori, las que se entregaban a él sin resistencia alguna, más sí con anhelo y lujuria.

----Por favor ---Midori gemía sintiendo las caricias de su hombre por detrás, haciéndola aferrarse al lavabo y apoyarse en la pared, mirándolo de soslayo, sintiendo como sus pieles se juntaban. ---Es todo tuyo ---Midori se hizo hacia atrás ---no sabes cuando te he deseado ----una lengua recorrió su espalda de arriba abajo, llegando a su culito ---Es todo tuyo, rómpemelo ----suplicó.

El Profesor estaba tan excitado. Y jamás se hubiera imaginado tener aquellas delicias. Acarició a Midori hasta sacearse, besó su espalda, sus hombros, sus brazos, por detrás de ella moldeó sus caderas, pasando las manos por su vientre plano, subiendo hasta llegar a sus senos, tibios y con esos dulces pezones erectos. Humedeciendo ese oscuro y tibio rincón que escondía su enorme y hermoso trasero, Midori sintió uno, dos dedos dentro de ella que la hicieron sentir dolor pero un inmenso placer. Sintió la húmeda lengua de él dentro de ella como un gusano que trataba de saciarse de ella, que violaba ese virgen agujero del cual el Profesor había soñado poseer. Midori gemía de dolor y placer, esa mezcla que la hacía humedecerse y morirse del placer, apretando los dientes, frunciendo el ceño y aferrarse más y más al lavabo y recargando sus mejillas en la pared del baño, esperando lo que tanto había soñado, pero lo que jampas hubiera imaginado que pasaría.

De repente, sintió algo muy caliente y grande que rozaba por en medio de sus dos nalgas. Era húmedo, los líquidos que había desprendido Midori cuando él bombeaba dentro de ella. Y era el miembro tan querido de su hombre, que hacía presión en ella, rasgando aquel agujero que lentamente era desvirgado y que esas sensaciones hacían gemir y gritar a Midori, Empujando hacia atrás para poder sentir la hombría de su Profesor, que se aferraba más a las caderas de Midori empujándola hacia sí sintiendo ese rincón tibio y delicioso que le ofrecía ella, gimiendo y suspirando en su cuello. Midori soltó un grito de dolor cuando él por fin entró por completo en ella. Midori había cumplido su sueño, tenía a su hombre dentro de ella y desvirgando lo único que tantos deseaban desvirgar, pero lo único que ella estaba decidida a entregar a su hombre, ese cuerpo que hacía soñar a tantos hombres, sólo uno gozaba de sus delicias.

Él empezó en un movimiento exquisito a entrar y a salir dentro de ella. La sensación que Midori experimentaba era nueva, extraña pero más que eso, deliciosa. Midori gemía sin parar, parecía que no pararía de gemir. Los dos culeaban como animales en celo, con una gata maullando desconsolada y una bestia carnalmente excitada, montado encima de ella, bombeando y cogiendo, exuberante como un cogedor de ensueños. El sudor y losa alientos tibios escurrían por sus cuerpos. Midori mordió un cojín, tratando de resistir a la bestia indomable que entraba y salía dentro de ella, haciendo que su delicioso trasero sufriera las inclemencias de su amado profesor.

Tal vez, pensó, él estaba tan sediento de ella, como cuando Midori conoció por primera vez al profesor, ese musculoso romántico que había hecho suspirar a más de una docena. Pero qué hombre cuerdo no se dejaría llevar por un monumento a la belleza como lo era Midori. Alta, esbelta, ojos hermosos, cabello castaño largo, una rica piel blanca, carne fresca, tierna, un manjar puberto. Su cualidad de adolescente junto con su cuerpo apenas recién formado hacían una erótica conjunción de deseos sexuales. Jamás el profesor se hubiera perdonado el rechazo ante la entregue total de Midori. Cada centímetro que él recorría, cada pedazo de carne que tocaba y conocía, cada labio besado, cada humedad, cada placer, los hacían estallar.

Midori miró a los ojos a su hombre, quién con un gesto sonrosado miraba a su bella entregada, y sus miradas se contemplaron por un tiempo. Y estas lo decían todo. Los dientes apretados de él, su frente roja y su sudor empalmando su cabello, daban a relucir el inmenso placer que lo recorría. Las manos que apretaban su cadera, la lujuria que lo poseía. Y ella, esa hermosa carita de ángel que volteaba los ojos y respiraba con gran dificultad, devorando con su enorme y hermoso culo esa gran porción de carne que la hacía gemir. Sus ojos, entrecerrados, mordiéndose los labios, moviéndose como un animal, de atrás hacia delante al igual que él, la llevaron a una singular cadena de orgasmos que la volvieron loca. Con él dentro, Midori se retorció una y otra vez, no podía soportar el placer que la recorría, que la quemaba de arriba abajo, sería imposible no gritar, no gozar, no gemir tan desesperadamente. Midori no pudo estar de pie y cayó al suelo, de rodillas, sollozando de placer y dolor. Todo eso creaba un remolino en ella que la hacía gemir y gritar pidiendo más y más, y él parecía no saciarse de aquella hermosa adolescente.

Cuando por fin la liberó, Midori sintió un dolor exquisito detrás de ella, y la cadena de orgasmos no paraba. Llevándole cargada, el profesor, aquella bestia ahora irreconocible, llevó a Midori a la estancia, donde las ventanas templadas dejaban ver la nieve que caía, el frío insoportable que allá afuera se libraba. Midori abrió las piernas postrada en el sofá de la estancia mientras él la montaba y empezaba a subir y a bajar, con la misma intensidad cuando la poselló en el baño. Midori casi ponía los ojos en blanco, mirando el gélido clima que había y el calor inmenso que la poseía, no pudo resistirse a su cualidad de niña caliente y empezó a menear las caderas para así poder sentir de una manera agraciada el poderío de su hombre, esa gran trozo que la humedecía por completo, que la hacía arañar la piel que forraba los muebles y morder el hombro de él, apretar su espalda, moverse como un huracán en plena tormenta. Midori dejó escapar lágrimas de felicidad, de alegría, de placer, de triunfo. Aquel la hacía sentir tantas cosas. Pero esa radiante de conjuntos de sentimientos tenía que ser sólo para ella, pensó, al tal grado, que tenía que ser un secreto. Después de tanto tiempo cogiendo, Midori parecía haber perdido la razón, ahora con más salvajismo cogía y se dejaba ser cogida.

Había perdido la visión, solo veía estrellas, aves místicas que la rodeaban mientras en ella se encontraba la hombría hecha carne, aquella que la hacía estallar como una bomba, esa sensación que se libraba en medio de sus piernas. Midori se retorció el cabello, movía el cuello, era una bestia tratando de ser domada. Se preguntó, llena de la psicodelía que la invadía, que pensaría la escuela si la verían en tales circunstancias. Le importaba un bledo. Ahora ya nada parecía ser una amenaza, ni siquiera la escuela, sus padres, tal vez él. No, no podía. Estaba tan segura que él le amaba como lo estaba segura de que ella estaba sumamente enamorada de él. Aquel caliente suceso fuera mostrado a la luz pública, la culpa sería de Midori, pensó, entonces sería solo su secreto.

Sintiendo el calor y el sudor de su hombre, mirándolo subir y bajar, gemir, embestir bruscamente hacia delante, hacia la tibia y húmeda cuevita de Midori, ella se dejó llevar por el líquido que su hombre dejaba en ella mientras él gritaba y se revolcaba como un animal. Midori curveó la espalda mientras ella abastecida de aquel blancuzco néctar. No podía pedir más, pensó que ya estaba sin vida, muerta, sin alma alguna, pues se sentía en el paraíso. Con todo, el infierno también hubiera sido un factor de placer: un calor y fuego indomable. Cuando él termino y la dejó alucinante, se miraron a los ojos, tocándose sus rostros, sudorosos, pasmados y moviéndose lentamente, temblando. Fue ahí cuando Midori pensó que el capricho o los sueños que había tenido desde que lo conoció, habían sido un resumen de su alma enamorada. Un sueño cumplido. Un secreto si no lo compartes es solo un burdo secreto, un secreto compartido es un maravilloso secreto, pensó Midori.

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