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El Hospital Del Sexo

en Grandes Relatos

La conferencia de enfermeras era un tanto aburrida, con señoras de más de cincuenta años con algún sobre peso absorbiendo lentamente sus tazas humeantes con café, postradas ridículamente sobre sus sillas de metal, quienes sufrían la obesidad de las ingratas enfermeras. Todas eran viejas, aburridas y mandonas, y me encontraba yo rodeado de ellas, con mi credencial de estudiante colgando postrada sobre el pecho, vestido de blanco de pies a cabeza, bien podría parecer un doctor. ¿Y para qué? si me encontraba rodeado de carcamales a quien no me interesaba deslumbrar o impresionar. Me crucé de piernas, de brazos y cerré los ojos otros cinco minutos para aliviar la inmensa aburrición que me invadía. El frío del hospital y la ausencia de una buena masturbación en más de dos meses debido al esfuerzo que se requiere para ser estudiante de enfermería, me dieron hartas ganas de sacarme el pito ahí mismo y sacudírmela frente a tanta gentuza y venirme descaradamente en la cara arrugada del vejete doctor que hablaba estupideces tras un micrófono. Al pensar todo, no pude evitar reírme y recibí la mirada de extrañeza de los vejetes que me rodeaban.

No me importó. No podía comprender como es que ya había soportado dos horas así, y mi mente se nublaba al recordar que tenía que estar por dos horas más. Así que volví a cerrar los ojos. Imaginé a las enfermeras de la Naval, que venían sólo un día a la semana, con sus trajecitos pegados a su cuerpo, con sus Cofias reluciendo su corto cabello y sus falditas blancas haciendo aparecer un culito paradito, y las mallas blancas que sensualmente forraban sus piernas. No pude evitar pensarlas desnudas, imaginando a una, la más culona, inclinada buscando algo sobre algún cajón, mientras detrás de ella yo observaba atentamente su culo gordo y redondo. No pude evitar que el pito se me pusiera a mil x hora al pensar en tantas cochinadas, y mucho menos al imaginar rompiendo esa falda, rompiendo las bragas, las mallas, bajarme los pantalones y así como estábamos, parados en alguna morbosa oficina hospitalaria, dándole x el culo a una enfermera buenona, que extrañada no sabía lo que pasaba; apenas y se había dado cuenta yo estaba ahí en la oficina cuando ya tenía metida media verga en su ano. Y cual sorpresa siguiente fue, cuando se sintió violentamente tratada al ser tumbada al escritorio, donde se agarró fuertemente del filo de este, en posición de perrito, mientras yo bombeaba salvajemente en su ano, escondido entre dos enormes y musculosas nalgas, que siempre fueron cubiertas por una sensual tela blanca de uniforme de enfermera, el cual siempre me gustó, el cual siempre imaginé como ahora, desfondar para penetrar un culito muy hermoso y sabroso. Estaba yo como animal gimiendo en el oído de la pobre enfermera, mientras le tapaba la boca, mientras cogía salvajemente.

Mi mano estaba sobre su boca, omitiendo algún grito de dolor o de auxilio, y sólo veía el gesto contraído y los ojos saltones de la enfermera, tal vez x el miedo, el susto, la sorpresa, o por el inmenso dolor que sentía al ser penetrada x tan inusual lugar. Después, el gesto se volvió a un mar de lágrimas y luego, a una carita tranquila y con los ojos levemente cerrados. Fue ahí cuando los gritos de dolor fueron de placer y cuando yo culié más rápido, metiendo secamente mi pito en su ano, rojo y forzado, yo, gimiendo y gritando del placer, cogiendo como animales, yo, de atrás hacia delante y la pobre enfermera apretando el filo del escritorio recibiendo semejante verguiza. Me aferré a sus caderas y cogí aún con más fuerza, y fue cuando la enfermera se excitó más y empezó a empujar el culo hacia delante, y nos besamos por detrás del hombro. Le lamí la lengua, las orejas, la nuca, la espalda, y mientras le rompía su culito gemía y respiraba en su nuca. La pobre y rica enfermera se entregó por completo, empujando su culo con más fuerza hacía mi y yo bombeando como animal, haciendo de aquello una hermosa cogida anal. Semejante ejemplar de mujer hizo que sintiera aquella sensación electrizante y segundos después, líquido tibio y abundante inundó su ano, aún con mi verga saliendo y entrando con una velocidad increíble, mientras ambos gemíamos alocadamente. Ella se volvió para ver mi verga que se enterraba en su culo y que se deslechaba según pasaba el tiempo, y ella sentía como mi verga se deslechaba en ella, mirándome a mí, mirando mi verga con el ceño fruncido y gimiendo.

"Nunca me habían cogido así" – dijo la muy puta.

El semen inundó su ano y empezó a salir de su ano, escurriendo por sus piernas. Me quedé ahí postrado un rato, con la verga todavía enterrada, respirando agitadamente los dos, ahí, en el suelo, ella con las manos al escritorio y yo a su culo, postrados como perros mientras se nos iba lentamente la calentura.

Y como si nada, me levanté, restregué mi pito en sus nalgas hasta quitar el semen que quedó en la cabeza, me vestí y dando los buenos días me marché.

Reí otra vez, abriendo los ojos, despertando en la realidad, donde la condenada conferencia ya había acabado y la sala se empezaba vaciar. Tomando mi maletín, me marché, rumbo a mi piso de trabajo, donde las estudiantes de enfermería de menor grado esperaban ser entrevistadas por mí. Cuando llegué a la oficina, no podía creer que aquello que me había pasado sólo hubiera sido producto de mi imaginación y de mi mente torturada por tan asquerosa conferencia. Ahora estaba en la realidad, en la jornada de ocho horas diarias, encerrado en mi oficina, viendo gente, escribiendo interminables informes. Todo esto se desvaneció cuando vi, sentadas frente a mi escritorio, a dos enfermeras que esperaban x mí. Mirando embobado sus ricos cuerpos, cerré lentamente la puerta y le puse seguro.

"Buenos días" --- me limité a decirles

Las bonitas enfermeras me sonrieron y no me dejaron de verme hasta que me senté frente a ellas del otro lado del escritorio. Empecé con mi trabajo. Las entrevisté, bromeamos, platicamos, las invité a tomar un almuerzo en el restaurante de abajo y de vuelta a mi oficina, ya estábamos cogiendo como burros en celo. La enfermera más bonita era bajita, se cabello muy hermoso y cuerpo bien formado, tendría no más de 20 años. Se llamaba Amayrani y la otra, de ojos bellísimos y muy femenina, Ángeles. Y así, Amayrani y Ángeles ya estaban mamándome la verga mientras yo, cerrando los ojos estaba recargado en mi escritorio, con los pantalones abajo, y las dos rameras chupando y sobando mi verga dura y roja.

"Está riquísima" --- dijeron

Se turnaron para mamarla. Amayrani era la más mamadora. Con su lengua y labios, se la metía toda y la sacaba lentamente, dejando una marca de saliva desde la base hasta la punta, y cuando llegaba a la punta, jugaba con su lengua. Cuando Amayrani chupaba y relamía la cabecita, la inocente Ángeles con su bonita boca recorría el resto de mi rojiza verga; cuando Ángeles la chupaba de pies a cabeza, lo hacía solo con su lengua, escupiendo en el lomo y mamando rápidamente con sus deditos en la base de mi verga.Y mientras Ángeles hacía estás maravillas, Amayrani se comía mis testículos uno x uno. Así estuvieron, hasta que de inesperado, un chorro caliente de quisquillosa sustancia salpicó el ojo de Ángeles, y acercando mi verga a la boca de Amayrani, me empecé a deslechar. Fue ahí cuando las dos putitas que presumían de enfermeras finas se empezaron a pelear por haber quién se comía más semen, y mientras lo hacían, se reían, abriendo sus bocas para saborear. A ese momento, se me vino una canción al cerebro que encajaba muy bien con el momento:

"Si las gotas de lluvia fueran de caramelo, me encantaría estar ahí; Abriendo la boca para saborear"

Por fin, la que más semen tragó fue Amayrani, con vario de él escurriendo de su labio inferior hacia sus senos. Y Ángeles, que sensualmente tenía semen en la frente y en una mejilla. Y como si nada, se levantaron, se limpiaron la cara con la lengua una a otra, recogieron las referencias que les hice (muy buenas) y dando los buenos días, se marcharon.

 

wnk