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El Secreto de Midori (2)

en Grandes Relatos

El Secreto De Midori

Si quieres engañar al mundo, dile la verdad.

 

Midori caminaba en el burdo pasillo escolar. Era como el mismo camino al infierno. La única diferencia era que en vez de demonios y criaturas abominables se encontraban los profesores, figuras grotescas, los prefectos, seres indeseables y la demás bulla escolar. Tal vez no había mucha diferencia entre estos demonios y aquellos, pensó Midori. Esta mañana había despertado, a diferencia de toda su vida, de muy buen humor. Con una psicodélica sonrisa en sus labios recordó las maravillas que pasó la noche anterior. No pudo resistirse. Su hombre, aquel que la había desvirgado, aquel ser tan amado para ella, la había hecho ver las estrellas bajo las tibias sábanas. Recordó todo, con lujo de detalle. Jamás olvidaría los tan candentes y hermosos recuerdos que había tenido con su profesor de Álgebra. Pero el cielo no tiene nubes rosas.

Verónica y su pandilla de jóvenes zorritas deambulaban justamente por donde Midori caminaba con tan buen paso. Verónica era lo totalmente opuesto a Midori, enemigas a muerte. Eran como el blanco y el negro, el agua y el aceite, el odio entre ambas era casi perceptible por el olfato, un ambiente que apretaba la sangre en las venas. Nadie sabía cuantos admiradores de Midori aborrecían a Verónica, nadie sabía cuantos muchachos había deseado Verónica y Midori los había tenido. Verónica era una vulgar muchacha, caderas grandes, senos firmes, cabello rubio y enigmáticos ojos azules. El deleite de cualquiera. Su misión, además de ser la chica que más rápidamente se abría de piernas, era hacerle la vida imposible a cualquiera que estuviese en contra de ella, en pocas palabras, destruir a Midori. Verónica ya había planeado todo aquel día. Su rabía la habían hecho fabricar una maléfica escena. Midori la avistó de lejos, pero no se rebajaría a su nivel, Midori era totalmente diferente, tal igual de hermosas, pero Midori tenía esa carisma de adolescente madura, donde sus palabras eran coherentes y enamorarían a cualquiera. Con todo, Verónica y su pandilla de arpías taparon el camino a Midori.

---Déjame pasar ---dijo Midori, con la mirada hacia abajo pero la voz fuerte y amenazante.

----Vaya, pensé que hoy sería un día hermoso hasta que te vi Aguileta, ¿Sigues estudiando para ser la noña más estúpida de la escuela? ---Verónica rió y a continuación su pandilla la remedó. La gente que pasaba por ahí se detuvo a mirar, curiosos; todo mundo sabía que un encuentro entre Midori y Verónica no conducían a nada bueno. Por un lado, Midori era la clásica chica temperamental que nada le gusta y todo le molesta, y Verónica era la bella chica fresa que se acompañaba de demás chicas bellas, lame botas de Verónica. Con todo, nunca se dejaba de ver a la pandilla de Verónica como el grupo de bravuconas y pendencieras que eran.

----Ya supe que andas de arrastrada con Roberto, ¿Y sabes qué? él y yo te tenemos lástima, ¿qué no sabes que él está enamorado de mi? ¿cuándo vas a dejarlo en paz?

----No me interesa tu estúpido monigote atlético con complejo de Dios, y no sabes cuantas veces me has dicho eso ---Midori sonrió ---ahora quítate de mi camino.

---¿Si no qué, quita novios?

----No te tengo miedo.

----Vete al diablo, ramera.

Una bulla se soltó, y el círculo de chismosos se le quedó viendo a Midori.

Midori se le quedó mirando a la cucaracha rubia y vulgar que tenía al frente. Si por nada Midori siempre estaba molesta, con una excusa como Verónica era suficiente para prenderle fuego a la escuela. Pero qué lástima que hoy se había levantado de buen humor.

----Con permiso ---Midori trató de controlarse. Aunque nada le costaba poner a Verónica en su lugar. Pasó entre ella y su banda de arpías, dándoles la espalda. Verónica se enfureció. No iba a tolerar aquella ofensa, y más cuando todos le hicieron burla.

----¿A dónde crees que vas idiota? ---Verónica tomó del brazo a Midori, enterrándole las uñas. Midori violentamente soltó sus libros, dejándolos caer, se volvió hacia Verónica, alzó un brazo y abrió la mano lo más que pudo, la dejó caer y asestó un cachetadón en Verónica, que cayó y rodó al suelo, cayendo sentada, con la mirada de odio y la mano marcada de Midori en sus mejillas. La bulla se soltó y todo mundo empezó a gritar, incitando a la violencia. Verónica nunca se imaginaría eso de Midori. Trató de levantarse, pero unas uñas se enterraron en su cráneo, estrujando su largo y bonito cabello rubio, ahora raído y feo como una paja vieja. Cuando al fin pudo ponerse de pie, recibió un golpe debajo de las costillas, cerca del corazón, que la dejó jadeante. Su aplomo de niña bonita ahora estaba literalmente tirado en el cielo, tan obsceno como su falda rota, su blusa abierta y con rasguños, su cara sucia por la tierra y las violentas manos de Midori. Verónica estaba abatida. Una mano la abofeteó y otra la hizo estrellarse en la pared; Midori se hizo para atrás para dejarla desplomarse en el suelo. Pero algo en Midori había despertado toda su furia, ese desquite causante de el rechazo de la sociedad, ese sentimiento de odio hacia una familia que no la comprendía, esa infelicidad que sentía hacia al mundo. Midori montó a Verónica y mientras todos asombrados miraban, la atacó a cachetadas. Tuvieran que separarlas, ya que la bestia que tenía encima Verónica era indomable.

---¡Me las vas a pagar Aguileta! ¡Maldita perra, esto te va a costar muy caro! –sollozaba Verónica, rodeada de sus secuaces, sangrando de la nariz y herida en lo que más le dolía: su orgullo. Su némesis, una noña a la que todo mundo odiaba, de alguien que nada se esperaba, le había dado su merecido. Increíble, habrán pensado todos. La primera vez que una bravucona a la que todos temen amenaza a una ñoña, pierde a su novio. La segunda, chilla pidiendo ayuda. Pero Midori se daba a respetar. Se regresó de su camino a clases y volvió a cachetearla. La agarró de las greñas y la arrastró hasta el baño de hombres, donde la levantó de los pelos y la azotó contra la puerta, haciéndola caer en aquel lugar, donde reinaba el olor a orines y los bobos e indefensos machos adolescentes, una bola de inmaduros y malos adolescentes. Todo mundo estaba asombrado, todos, detrás de Midori, gritando, envueltos en la delicia que es mirar la violencia. Midori sonrió levemente, limpiándose las manos de tierra y de los rubios cabellos de Verónica.

---No, no creo ---dijo.

Una mano la agarró con violencia de su hombro, obligándola a volverse. Unas uñas se enterraron en su oreja, obligándola a caminar. Era el éxtasis del año escolar.

El cuarto de maestros era bien conocido por Midori. Se sabía de memoria aquel lugar, los horarios, las actividades, todo. Aquello debido a una mala nota, una actitud en contra del respeto hacia un maestro o bien, como había pasado, una pelea con alguna bravucona. Midori permanecía sentada pacíficamente, hasta artísticamente, con sus bonitas piernas cruzadas, su falda levantada dejando ver aquella exquisita carne blanca, sus brazos cruzados, su hermoso cabello castaño descansando sobre sus hombros, su mirada pacífica y a medio cerrar, una oda al erotismo. No había una cámara ahí para captar aquella maravillosa pose. Una lástima.

---¿Tienes hora? ---preguntó alguien.

Midori tardó en captar que la voz que le hablaba era de un sujeto que estaba enfrente. No había percibido aquella presencia, para ella, era como cualquier cosa del escenario aquel.

----Las diez y media ----Midori contestó cortésmente, algo muy raro en ella. Levantó la vista para mirar al tipo, nada especial, se dijo. Un escuálido anti deportista con cabellos lacios y largos, castaños, propios de su riqueza económica. Cualquier bruto, cualquier cosa que Midori nunca le llamaría la atención.

----¿Tú eres la que se peleó en el pasillo, verdad? ---el carcamal aquel señaló a Midori, intrigado. Midori miró el dedo y después al sujeto, sintiéndose amenazada por aquel dedo que parecía amenazante.

----Si ---Midori contestó fríamente, alejando la vista a otro lado. Pero no pudo evitar mirar que el sujeto tenía sangre en la blanca camisa del uniforme. El burdo adolescente notó la mirada observadora de Midori.

----Una pelea ---dijo ---nada especial.

----¿Tú también te peleaste? ---preguntó Midori ---¿Tú también estás castigado?

----Sí ---el chico meneó la cabeza, cerrando los ojos, después sonrió a Midori ---esta sangre no es mía.

Después, hubo un silencio. Midori no era de esas que hablaban con frecuencia, mucho menos con confianza. Pero algo en ese chico le había despertado algún interés. Después de un rato, se animó a hablarle nuevamente.

----¿Por qué te peleaste? ---preguntó la muchacha.

----Un bravucón ---dijo ----creen que no tienes derecho a tener una vida en la que te respeten, creen que vienes a la escuela para soportarlos. Yo me cansé de eso.

----Si ---dijo Midori en un suspiro y envuelta en una mirada pensativa ---yo sé de eso.

Una obesa mujer entró por la parte trasera y llamó al chico. Era para algo de limpiar unas ramas. Midori lo recordó. Detrás de la sala de castigos había un horrible jardín, una pocilga donde abundaban las plantas sucias y horrorosamente apestosas, una inmundicia del mundo natural, la cual había que limpiar con frecuencia.

----Bueno ---el chico se levantó ---este es mi castigo ---sonrió amistosamente a Midori ---nos vemos.

Midori sólo levantó su mano en señal de despedida. Tenía miedo de mirar a la obesa mujer que impartía los castigos, pero aún así llegó a los ojos de aquel carcamal.

----Muy bien Aguileta, esta vez te excediste. ---decía la mujer leyendo un informe ---se te acusa de atacar a una alumna.

----Ella me provocó. ---contestó Midori molesta.

----Se te acusa ---proseguía la mujer ---de tener rencillas con varias alumnas de la escuela.

----Todo mundo me molesta, como si esta escuela no lo supiera...es un complot...

----Se te acusa de escaparte de clases, especialmente en las clases de Álgebra.

Esta vez Midori no dijo nada. Una respuesta, cualquiera que fuese, le costaría su boleto al infierno.

----Se te acusa de llevar vida de parásito ---leyó la mujer.

Midori pestañeó enfurecida y apretó lo más que pudo su cuerpo, una costumbre que tenía cada vez que se sentía infeliz.

----Soy inocente ---dijo entre dientes.

La mujer guardó el informe y se dirigió a la puerta, donde una mano insistente tocaba y tocaba.

----Trajimos a tu maestro de Álgebra para ver cual era el problema.

----¿Mi maestro...mi maestro de álgebra?

-----Sí. Va a hablar contigo para ver cual es el problema y discutir tu destino en esta escuela.

La mujer abrió la puerta, y aquel, si, aquel hombre con el cual Midori había pasado exquisitos momentos, apareció en la puerta. Si la mujer hubiera visto la expresión de Midori, probablemente no hubiera llamado a nadie.

----Buenos días ---dijo elegantemente el Profesor de Álgebra. Vestía su clásico traje sastre negro con su bonita corbata roja. Sus cabellos rizados habían sido peinados con elegancia, vanagloriándolos de un brillo y apariencia única. Sus mocasines bien voleados contrastaban maravillosamente con su portafolio negro y prácticamente con toda su atractiva apariencia varonil. Todo aquel conjunto hacía humedecerse a Midori casi al instante.

----Buenos días profesor, bueno esta es la alumna de la que le hablé. Los dejos solos para que hablen---dijo la mujer mientras se dirigía a la puerta para realizar uno de los momentos más maravillosos en la vida de Midori: largarse.

----Si, está bien.

El profesor dejó su maletín en el suelo, se quitó el abrigo y lo colocó en un gancho en la puerta. No miraba a Midori, pero escuchaba su continúa respiración. Sirvió café para dos y lo puso en la mesita de centro. Se sentó junto a Midori, al fin observándola con sumo cuidado.

----Es un maravilloso día ---dijo el profesor mientras tomaba en sus manos las exquisitas caderas de Midori ----no deberías estar aquí.

----Lo sé ---Midori se dejaba llevar por el inmenso placer que sentía en su piel –Sé que tengo problemas, pero no puedo evitarlos. También sé que me alejan más de ti, y eso es lo que menos quiero ---Midori sentía la respiración de su amado profesor en su cuello, tratando de oler su cabello, sintiendo esas manos que le quitaban su blusa dejándola en su bonito y rosado sostén.

----No me quiero separar de ti ---dijo entre gemidos.

Por fin sus labios se juntaron. Para ella, era como probar el primer sorbo de agua fresca después de cruzar el desierto. Lo envolvió con sus piernas, echándose hacia atrás, mientras él acariciando su cabello, sus senos y sus caderas la montaba, besándola con pasión. Midori se sentía en el cielo, sintiendo a su hombre, su cuerpo pegado al de él, sus manos acariciándose mutuamente, sus respiraciones envueltas en un solo y exquisito sonido, sus labios y lengua entrelazándose. A Midori le costaba trabajo creer la maravilla que estaba viviendo.

Sentada, junto a él, mirándolo fijamente a los ojos y con su bello rostro reflejando el exquisito placer, sintió la mano que bajaba y entraba por debajo de su falda. Midori se sintió nerviosa, apretando las piernas, pero no podía resistirse ante aquella maravilla. Las manos de su amado profesor de Álgebra entraron por debajo de su falda, sintiendo el calor dentro de ella, despojándola de la disciplina de las bragas, con una mano debajo de las húmedas bragas y con los dedos rozando el regalo de Midori, aquel manjar carnoso, tibio y palpitante. Midori abrazó a su hombre y lo besó con pasión mientras sentía unos dedos que entraban y salían en su cuevita, esos dedos que exploraban dentro de ella y que a cada roce y movimiento la hacían retorcerse del placer. Por fin, el profesor encontró aquel pedazo de carne pequeño pero que desataría una fuerza nuclear en Midori. Empezó a rozarlo y a jugar con el, metiendo un dedo, dos, y con otro volvía loca de placer a aquella colegiala totalmente a su plena disposición. Midori se retorcía de la lujuria que la invadía, arañaba el mueble donde estaba sentada, estirando su cuello para gemir y soplar y con una mano entre las piernas. Aquellos dedos la hacían totalmente feliz, y más cuando provenían de aquel hombre que tanto admiraba. Se besaron, se estrujaron mientras los dedos hacían su trabajo. Midori no aguantó tal provocación y se vino en los dedos de su querido profesor, llenándolos de tibios líquidos mientras entraban y salían.

Alguien tocó frenéticamente en la puerta. Se separaron sorprendidos, sacándolos grotescamente de su viaje lujurioso. Midori se acomodó su falda caída, recogió sus bragas del suelo y se peinó los revueltos cabellos lacios.

---¿Sí? ---el profesor de Álgebra levantó la mirada.

En la puerta apareció una pandilla de párvulos. Una banda de roqueros rebeldes oprimidos por la sociedad, con las ropas sucias y negras, violando la disciplina del deprimente uniforme escolar. El profesor sonrió y la bola de fanáticos adolescentes lo saludaron de buena gana.

----Profesor, lo llama conserje...bueno, no sé como se llama pero lo llama en el aula 15. ----dijo uno de ellos.

El profesor miró a Midori y después se levantó, listo para marcharse, no sin antes mirar hacia atrás.

----Vamos, tu castigo ha acabado ---dijo.

El pasillo donde Midori había desgreñado a una pendenciera lucía ahora hasta brillante. Carismático y agradable a la vista de Midori, donde podía ver todavía los pelos y la sangre de Verónica en el suelo, obscenamente ofendiendo a la comunidad escolar pero enorgulleciendo el alma y ego de Midori. Malo o no, la chica se sentía bien consigo misma. Incómoda al ser escoltada por su propio novio y una banda de adolescentes calientes vestidos con ropas rebeldes: botas negras viejas, chamarras de cuero, cabellos negros y levantados en forma de picos. Un arete en la oreja o en la nariz los hacía parecer malos. Lo que Midori no se explicaba era por que se llevaban tan bien con su amado profesor. Para ella, eran polos opuestos.

----¿Te gustan los Sex Pistols? ---uno de ellos se acercó a Midori, señalando un broche referente a una banda de punk rock que Midori vestía en su blusa. Midori nunca fue aficionada, pero le gustaba el buen sonido de las guitarras electrizantes y las distorsiones vocales.

----Sí ---contestó amistosamente.

----Peleas bien para ser una niña ---dijo otro. De repente, Midori se vio rodeada de ellos, esa banda de rebeldes anti estudiantes....

----No eres como otras niñas, eres muy original.

----Gracias ---Midori no sabía nadamás que decir.

----Bueno, llegamos ---el profesor dio vuelta ---Aguileta, tú vas a tú salón, no queda muy lejos de aquí.

----Está bien.

Los muchachos se alejaron. No iban muy lejos, tal vez antes de cruzar las escaleras, cuando el profesor desapareció. Entonces la banda de roqueros se volvió, sonriendo amistosamente a Midori.

Por primera vez en su vida Midori no se sintió incómoda ante un saludo tan simpático y agradable como aquel.

Los días pasaban con la lentitud de una bicicleta sin ruedas. A cada encuentro, Midori se sentía alucinada, olvidando todos sus problemas: su odiosa y antipática familia, la superficial y desagradable comunidad escolar. Su único escape era él, sólo él; él era la salida de un mundo que para ella no podía soportar más. Él era la salvación de todo, una religión, una nueva fe en el amor y la liberación. El sexo resultaba ser buena aspirina.

Aquel día era lluvioso, como tantos. Midori había salido temprano de casa, unas tres horas antes de la hora normal de entrada al colegio, debido a una pelea ingrata con su madre, alguien que miraba en su hija una salida a sus problemas personales por medio del desquite y el mal trato. Al demonio, había dicho Midori aquella mañana.

Pese a la hora, la bonita figura femenina de Midori caminaba presurosa. Chicos fresas en sus naves volaban sobre ella y le lanzaban vulgares piropos. Midori siempre odió esas naves, esas elegantes y gigantescas máquinas con turbinas que volaban tan cerca de ella. Le daba angustia que le arrancaran la falda de tan sólo un jalón y huyeran volando a toda velocidad. Maldita tecnología.

Los caminos habían dejado años de ser de pavimento. Una materia blancuzca bañada de acrílico cargada de electricidad por donde autos eléctricos se movían a toda velocidad reinaba en las gigantescas urbes. Un gran avance para ser ya cien años desde que se inventó el primer coche volador. Con todo, las muertes a causa de peatones que caían a la carretera y morían electrizados estaban a la orden del día y las multitudes se movían nerviosas en las estrechas aceras. Midori sintió una gota en su piel. Las únicas sensaciones que tiene son las cálidas manos de él, el abrazo de algún amigo o algún bobo que intenta sobre pasarse. Para Midori, ser tocada, era una experiencia que cada vez que la vivía, resultaba interesante al sentirla por primera vez. Miles de gotas empezaron a aparecer. Midori miró al cielo, detuviéndose, atenta, mirando como la naturaleza era herida y perseguida por el depredador que pertenecía a su misma especie. La capa Anti Estragos Naturales de la Unión Americana Para Los Desastres Naturales apareció en la atmósfera terrestre. Una horrenda capa de químicos que se extendía por todo el país, por todo el mundo, capaz de borrar lluvias o huracanes, cualquier cosa que en su computadora central estuviese programado destruir. Después de que la lluvia desapareció Midori aún se quedó mirando al cielo, pensativa. Trataba de recordar cual fue la última vez que miró una tarde lluviosa y después un arco iris, pero no pudo.

La tienda artículos musicales antiguos estaba abierta, para suerte de una rockanrolera Midori. Estaba medio vacía, con unos ancianos que acariciaban una vieja guitarra eléctrica de hacía ya veinte siglos, acariciándola, tratando de recordar lo que fuese de aquel instrumento.

----¿Tiene guitarras? ---preguntó Midori a la encargada, una mujer con un brazo robótica y un ojo biónico. Pese a la época, no era normal ver a gente de tal naturaleza. La guerra nuclear había acabado con todo posible veterano de guerra.

----Si ---contestó fríamente.

Midori fue guiada al pasillo de guitarras, donde se enamoró de una rosa con blanco.

---¿Cuánto cuesta esta? ---Midori la señaló con unos ojos enormes y brillantes.

----No es una guitarra, es un bajo.

----Bueno, yo le pregunté por las guitarras.

----De cualquier modo, no me dejan decirle el precio a personas que no sean clientes del club.

----¿El club? ¿cómo sabe que no lo soy?

----¿Me permite su credencial?

----¿Qué es un bajo? ---Midori tomó sus libros y se marchó, caminando lentamente. Como todos, su día había sido arruinado por el horrible y tedioso perfeccionismo social.

Cuando iba a cruzar la calle, le distrajo un libro. Era una aficionada a la lectura, así que sus bonitos ojos quedaron atentos a la portada de aquel delgado y electrónico libro digital. Algo la distrajo. A través del cristal miró al mismo joven con el que había estado en la Sala de Castigos. Lo saludó amistosamente, pero sólo recibió una actitud aterradora: el chico se quedó pasmado cuando la vio, casi inmóvil, con una máscara de espanto en el rostro. Caminó entre los estantes de libros hasta desaparecer de la vista de Midori.

Viernes de Febrero III. El tercer mes de Febrero, las ideas y el tedio comunista y el afán de llevar la extravagancia a la exageración habían hecho un año de veinte meses. Algo fastidioso pero soportable para una generación que no vivió décadas de guerra nuclear.

Midori asistió a todas sus clases. Sintió que podía soportar las diez horas en el colegio después de haber vagado por toda la ciudad, paseando y distrayendo su vista, en un intento inútil de sacar toda la ira y todo el odio en su interior.

Mientras desayunaba, solitaria en la última mesa de la cafetería, miraba desde lejos como su amado profesor de Álgebra riendo con las demás alumnas y el profesorado que lo rodeaba. Y él era toda una popularidad. El más joven y de los pocos profesores de carne y hueso que quedaban en el mundo. Lo miraba sonreír, lo miraba ser feliz. Se preguntó por que un hombre tan social, tan deseado y tan agradable para casi medio mundo se entrometía con una colegiala; teniendo en cuenta el peligro de ser despedido, de ser encarcelado y de ser despojado de toda cosa útil en su vida. Se peguntaba por que él y ella estaban juntos, por que un hombre como él estaba con una anti sociópata, psicodélica y excéntrica muchacha como ella. Buscó mil respuestas, pero sólo encontró una y era a opinión cualquiera, la más lógica de todas. Midori sintió un piquete en el corazón, un dolor profundo que acababa con su alma y que para eso no existía prótesis alguna. Un hervor en su corazón, un vació horrorosamente deprimente en su estómago. Lo mas triste fue cuando se sorprendió derramando lágrimas sobre el nuevo libro que hoy había comprado.

Midori caminaba por la biblioteca escolar. La escuela ya estaba sola, los pocos alumnos que quedaban eran vagos que se quedaban a fumar y a buscar problemas a indefensos. Midori caminaba bajo las tenues luces flotantes del pasillo escolar, el que se acercaba a la biblioteca, donde las luces desaparecían y la oscuridad reinaba. Entre tantas sombras, a Midori le espantó una.

---¡Aguileta!

Una sombra apareció. La silueta era conocida, escuálida y sin gracia. Era el mismo sujeto con el que había platicado Midori en la Sala de Maestros, el mismo confundido que evitó su saludo en la Librería. Midori se limitó a saludarlo con un simpático gesto, pero él tenía el mismo gesto perturbador y amenazador.

----Hola ---Midori ya se iba. Pero algo más le dio curiosidad... ---¿Cómo sabes mi nombre?

---Eh...bueno ...rió el sujeto ...todo mundo habló hoy de tu pelea...todos hablaban de ti hoy.

Midori sonrió. Por primera vez en su vida era popular por una paliza y no por su extraño y efusivo carácter, pensó.

---Bueno, es tarde y me tengo que ir ---Midori dio media vuelta.

---¿Vas a algún lugar? ---la voz del sujeto cambió a una más amenazadora.

Midori extrañada se volvió. Ahora aquel adolescente soso la miraba de arriba abajo, con los brazos en la cintura y el ambiente oloroso a esa lujuria que se disparaba desde sus ojos.

---No creo que te interesa a donde vaya yo ---Midori meneó la cabeza, hablando seriamente.

----¿Vas a hacer algo?

----Tampoco te importa lo que vaya hacer.

Midori molesta caminó presurosa, refunfuñando. Todo el día trató de encontrarle una sonrisa aquel hijo de perra, pensó.

----¿A caso te está esperando el profesor de Álgebra, Midori? ¿Se quedaron de ver hoy y estás retrasada? ¿Por qué no esperar?, se pueden ver mañana también...

Midori se detuvo. Su cuerpo se quedó inmóvil, sus músculos tiesos y su alma congelada en el interior de un cuerpo horrorosamente nervioso y horrorizado. Midori se volvió, sin habla alguna, con los nervios crispando por todo su cuerpo, amenazándola con matarla.

----Así es Midori, yo los vi aquel día en la Sala de Castigos ---el sujeto caminaba lentamente hacia Midori, escuchando su nerviosa respiración y su cuerpo temblando del miedo ----yo vi todo, y si quiero ahorita mismo puedo destruirte, acabar contigo, si no haces lo que te digo. Yo puedo decidir tu futuro, puedo decidir el tuyo y de ese maniático profesor. Puedes dejar que haga eso, o entrar conmigo a la biblioteca y hacer todo lo que te diga...

----Estás enfermo ---Midori dio media vuelta pero un brazo la jaló con violencia, quedando cerca los dos, de modo que ambos se miraban a los ojos y sus alientos se mezclaban en un ensordecedor sonido armoniosamente diabólico.

----No tienes escapatoria ---dijo ---tú decides ---el sujeto pasó una mano por las finas caderas de Midori ---entras conmigo y complaces mi más íntima fantasía o voy ahora mismo a las autoridades escolares...tú decides.

Midori no podía creer lo que veía y escuchaba. Ni tampoco la pesadilla en la que ahora vivía. Ese monstruo, ese animal que la miraba con la lujuria más espantosa que había visto en toda su vida, ese ente de quién dependía su triste destino. No tengo escapatoria, pensó Midori.

----Eres un infeliz ---dijo Midori mientras caminaba hacia la oscura y solitaria biblioteca escolar. Su cuerpo temblaba, un nerviosismo mortal que amenazaba con destruirla. Pensó, dentro de sus neuronas psicodélicamente conectadas, que una autodestrucción sería la maravilla más grande del mundo en momentos como estos.

La biblioteca era una horda solitaria donde los estantes de libros eran levemente alumbrados por débiles luces azafranadas. La encargada bibliotecaria era un ojo robótico con ocho brazos mecánicos para las distintas actividades que desempeñaba. Sujeta electrónicamente al bajo techo, recorría la biblioteca vigilándola con su enorme ojo de fibra de vidrio. Pese a la alta tecnología con la que contaba, su poderoso ojo vigilante era inmune a la fecundación humana.

----Aquí ---el burdo adolescente con espinillas señaló una oscura esquina entre dos estantes y una lámpara apagada. Midori sujetaba sus libros lo más que podía, apretaba sus ojos hasta casi desvanecerlos en su bello rostro. Sus piernas estaban lo más cerradas que podían; su espalda, tensa. Una electricidad mortal la recorrió cuando él la abrazó por detrás, besándole su cuello, acariciando sus hermosos tributos femeninos. Midori soltó sus libros, cayendo al suelo. Las perversas manos que tenía por atrás la agarraban toda, acariciando sus senos, sus bellas y femeninas piernas, ese bonito cuello poseedor de esa tersa y deliciosa piel. Ese cabello oloroso a mujer, esa bola de cabellos castaños tan brillantes y hermosos como el primer rayo de sol después de una tormenta. Midori se sentía violada, sentía esas manos, esa lujuria que la recorría. Se sentía sucia, no avergonzada, pero sentía como si una capa de piel se le quemara, como si su piel lentamente se quemara, junto con su alma, con sus sueños de ser alguien, sus sueños de tener una familia más o menos razonable y que no la estimara tanto, una sociedad en la que se sintiera a gusto. Midori se dejó llevar, no por el placer, no, eso estaba muy lejos, se dejó llevar por la rendición. Hasta aquí se dijo. Cerró su mente y se fue lejos, lejos, muy lejos. Toda su vida había sido un desperdicio, pensó, todos sus logros, sus anhelos y esperanzas era la basura que desperdiciaba todo el mundo. Su mente estaba muy lejos, en un lugar donde siempre quiso estar. Estaba muerta en vida, su cuerpo se tornó ligero, inmóvil, totalmente a disposición de su ultrajador. Se hincó, con la mirada perdida, ante él, observando como se bajaba los pantalones y lo mostraba como si fuera un regalo: ese pedazo de carne obscenamente a disposición del ambiente.

----Cómetelo ----ordenó.

Midori se lo metió a la boca. ¿Qué más podía pasar o hacer? De cualquier modo, ella estaba en otro lugar. Mientras lo mamaba con fuerza, mientras él la cogía por la boca, ella volaba sobre un campo de girasoles. Su flor favorita. El cielo rosa, como siempre lo soñó. No era tan malo morir, pensó. Volvería a ver a papá, el único hombre que la comprendió en toda su vida. Su abuelo, que como su padre, la habían abandonado hacía mucho tiempo ya. La muerte era sólo el comienzo de una nueva vida maravillosa y llena de felicidad, pensó Midori. Su anterior vida era sólo una prueba, una horrible pesadilla.

Pero no podía controlarse. Mientras aquel animal gemía de placer mientras Midori chupaba y chupaba, mientras aquel horror lastimaba a Midori, mientras la hería más, su mundo se venía abajo. Pese a lo que pensaba, no pudo evitar dejar caer unas lágrimas, haciendo que sus bonitos ojos claros se tornaran rojos y envueltos en un mar de lágrimas.

---¿Qué? ---dijo él ---¿A caso no lo disfrutas?

Midori apretó sus ojos, tratando de eliminar aquellas palabras y aquella terrible sensación.

----Apuesto que tú vas a disfrutar más esto. ---dijo una voz,

Midori ya no sentía nada. No sentía a aquel infeliz en su boca, ni escuchaba las groserías y ofensas que le decía, ya no escuchaba nada. Tal vez había llegado su hora de morir Abrió lentamente sus ojos. Aquel monigote yacía jadeante y recargado en un estante de libros, rodeado de sombras, quien le dieron un puntapié en los bajos obligándolo a hincarse, jadeante del dolor, con ese pene erecto hinchado y recibiendo más puntapiés.

----Apuesto que se siente mejor ---dijeron unas risas.

El violador fue golpeado una y otra vez, pateado, jalado, azotado al suelo: unos puños lo hicieron callar, haciendo sus ojos morados e hinchados. Midori lo vio por última vez entre aquellas sombras que lo golpeaban, arrastrándolo hacia la salida de la biblioteca. Risas y gemidos se escuchaban; Midori no creía lo que veía. De cualquier modo, era un alivio. Una mano tocó compasivamente su hombro, sintiendo una paz incontrolable la cual nunca había conocido. Miró a aquella alma que se compadecía de ella: un mal viviente con ropas sucias al que, como la sociedad a la que tanto odiaba había juzgado mal.

----¿Estás bien? ---preguntó.

Midori pronto se vio rodeada de aquella pandilla suspicaz. Esa bola de roqueros a los que juzgó mal, esa pandilla que la saludó con tanta simpatía, esa pandilla tan agradable. Pronto se vio rodeada de ellos, mirando como se preocupaban por su bienestar, ayudándola a levantarse, acomodando sus cabellos sucios y mal peinados, con sus manos secándoles sus lágrimas, agrias por una razón aún más agria. Midori los miró con simpatía, un gesto que trataba de ser una sonrisa, pero que aún así resultaba sumamente encantador.

----No nos gusta nada la escuela, Midori. Si para bien venimos, sólo nos dedicamos a sacar provecho de la rebeldía ---dijo sonriente el líder de la pandilla de roqueros, un muchacho de cabellos negros, alto y tenaz ---la escuela resulta ser sofocante para nosotros, inconformes por la sociedad, por la época en la que nos tocó vivir. ¿No te resulta sofocante para ti también? Tener que regir tu vida en algo que trata de destruirla. Por suerte, encontramos a alguien que piensa como nosotros, gente que piensa, y por eso estamos unidos. Mis amigos y yo.

----¿Es un hecho? ----preguntó Midori.

----Tuvimos suerte de encontrarte. Y me refiero en todos los aspectos. ----dijeron.

----Eres bastante valiente ---dijo uno de ellos ---no entiendo como es que sigues en esta escuela.

---Yo no entiendo por qué sigo viva ---Midori bajó la mirada, iluminando sólo su rostro las luces de afuera de la nave.

Era un vehículo viejo, conducido por un muchacho regordete. Todos reían, todos hacían bromas. Midori reía con ellos, se sentía por primera vez en su vida gustosamente sociable. Se sentía parte de ese grupo. Lo sintió desde la primera vez que los vio, desde la primera vez que le hablaron de ellos.

----Todos, por malos que seamos, somos importantes en este mundo. Han pasado miles de años desde nuestra existencia, no creo que hayamos venido a este mundo a nada. Todos tenemos un propósito Midori, y el tuyo, el mío, el de nosotros, tarde o temprano lo vamos a descubrir.

----Gracias ---dijo Midori ---gracias por todo en verdad. No saben ---repulsó una lágrima traviesa ----no saben lo cómoda que me hacen sentir.

----Vamos ---dijo uno de ellos ---nada de sentimentalismos. En este mundo estamos para ayudarnos.

----Nos caes muy bien ----dijo otro ---no tienes por que agradecer nada.

Midori sonrió. No recuerda la vez en la que había sonreído con tanta felicidad. Se sentía halagada y a gusto. Increíble que ese grupo de rechazados de los que nada se esperaba Midori había obtenido tanto. Se sentía entendida, se sentía cómoda, una comodidad envuelta en un clímax incansable que para Midori se había basado en algo que creía inmoral. La única verdad era que ese escape era algo vacío, algo carnal y totalmente exento de sentimientos. Midori había sido utilizada, había sido manipulada por sus sentimientos tan heridos. Pensó que el mundo se equivocaba con todo, pensó que lo que decían aquella bola de rebeldes era más verdadero de lo que le habían inculcado durante toda su vida. Era como darse cuenta de algo nuevo y preguntarse como es que se vivió sin saberlo, sin sentirlo, sin entenderlo. Ahora lo sabía todo. Había dejado de ser más sabia e ingenua. La experiencia contaba mucho. Todos aquellos sentimientos de felicidad que Midori había anhelado tanto habían sido, hasta ahora, un secreto. El secreto más insano y extravagante de lo que se tenía en cuenta. Era su secreto, el Secreto de Midori.

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