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Sexo Adolescente en Noche Adolescente

en Hetero: General

Sexo Adolescente en Noche Adolescente

La noche caía bruscamente sobre la multitud de rebeldes adolescentes que esperaban a que se abrieran las puertas donde un recital de rock´n roll, punk, jazz y ska daría a lugar a un concierto de slam y de golpes repartidos entre el público que se movía al ritmo del rock. Iban de todo. Desde las delgadas muchachas de cabello largo y bonito hasta las muy blancas y deliciosamente rechonchas muchachas maduras. De todas ellas, resaltaba Paulina, una muchacha blanca y de cabello castaño, muy bonito. Tenía 16 años y ya mostraba su cuerpo de mujer: sus deliciosas y muy marcadas caderas que daban lugar a un alto y grueso trasero, cubierto por la entallada falda púrpura que le apretaba su sexo y las caderas. Sus bonitas y graciosas piernas cortas terminaban en unas sensuales zapatillas negras. Su dark top cubría unos senos pequeños pero deliciosos, y pese a que era delgada, un pliegue de gordura se levantaba por sobre el muy ajustado top. De cualquier forma, formaba parte de las muchachas más hermosas por entre la multitud. Esa mezcla entre muchacha burguesa, regordeta y de bonitos cabellos cafés la hacían muy sensual y antojable a cualquier macho que husmease por ahí.

Sus amigas, muchachas delgadas y altas, se paseaban con ella por entre la multitud, buscando amigos o bien un hombre que las encamase esa noche. En realidad, la mayoría de las muchachas no venían a escuchar la basura Punk que se dejaba oír en los amplificadores de los escenarios, si no a despertar o bien marcharse por la madrugada de una cama dejando a su hombre tendido sobre ella, dormido, deslechado e indefenso. Era la primera vez que Paulina haría aquello. Había sido incitada por sus zorras y vulgares amigas para aquella aventura en donde por primera vez buscaría (a cuesta de haber perdido una torpe apuesta) un hombre con quien pasar la noche. No estaba nerviosa, ni emocionada, simplemente la idea no le parecía atractiva. Pero tenía lo peor: estaba muy curiosa por saber.

Y aunque ya había tenido algunos penes entrando y saliendo de ella (uno en su ano también) habían sido derivados de novios temporales o de amigos que muy pulcros le habían hecho el favor. Paulina miraba en derredor enlazada con sus amigas, buscando el hombre que le pusiera la cogiza de esa noche. Señalaban a posibles candidatos, pero Paulina no estaba de acuerdo y viceversa. Señalaron desde los delgados y muy enanos jóvenes blancos y de cabellos lacios y chinos hasta el obeso amigo de raza negra que bebía una cerveza fría vistiendo una camisa alusiva a The Adicts.

Por fin surgió el candidato perfecto: Alejandro. Había ido aquella noche a rockear y a moverse entre la multitud, después de todo, gente de su tipo: adolescentes rebeldes que buscan cualquier pretexto para romper o poner en desorden algo. Aunque no venía por sexo, no pudo evitar fijar sus pequeños y oscuros ojos en Paulina, la delicia de mujer que lo miraba sensualmente y con un dedo en sus labios desde lo oscuro de un toldo.

El momento llegó. Ambos se presentaron. Las culpables de que aquellos dos calientes se conocieran e iniciaran una plática se marcharon, osea, las amigas de Paulina. Así que se quedaron solos. Congeniaron de inmediato. A ambos les gustaba el rock, la literatura, los dibujos animados de comedia negra y la comida mexicana, y ambos se gustaban uno al otro. ¿Por qué no? Paulina era la delicia sexual hecha mujer y Alejandro todo lo que una mujer desea en un muchacho: era educado, alto, delgado, muy simpático además de tener unos bonitos cabellos rizados sobre su cuadrada y bien parecida cara: un conjunto de rasgos finos, como de bebé: ojos pequeños, sonrisa amplia, y una bonita frente.

Rieron y bebieron, y ya estaban un poco vacilantes. Hablaron y hablaron, pero Paulina no había venido y ambos sabían que aquello no iba a terminar sólo en una amena y entusiasta plática.

Caminaron de la mano hacia el hotel más cercano. Caminaban de prisa, como si el silencio y las miradas involuntarias fueran un obstáculo al destino final de coger esa noche. La habitación que rentaron era pequeña y oscura, pero con un toque de elegancia. Pese a la belleza física de ambos, no se molestaron en encender la luz al desvestirse.

Alejandro fue el primero. Ayudado por Paulina, ella le bajó los pantalones hasta al suelo, donde junto con los calzoncillos, quedó desnudo. Luego, la camisa negra ajustada fue despojada, dejando ver un torso musculoso, con pequeños y poco visibles cuadros de ejercicio sobre el abdomen. Y aunque era delgado, lucía músculos duros y torneados en espalda, pecho y hombros.

Ya desnudo, ella se inclinó, tomando su verga entre sus suaves y delicadas manos, lo que produjo en él una sensación divina que casi lo hizo saltar. Pero el acto se resumió a un sueño cuando ella se lo introdujo en la boca, ese suave agujero compuesto de unos delgados y bonitos labios rosas, una lengua corta pero gruesa y muy juguetona. Todo aquello lo volvió loco de placer. Aunque tenía braquets, la mamaba muy bien. Se la metía hasta la mitad y luego toda, pasando sus labios de arriba abajo, recorriéndola toda. Su lengua quedaba por debajo del pene de él, y cuando su lengua rozaba la piel de la verga de Alejandro, Paulina movía en círculos su lengua. Todo eso hacía gemir a Alejandro, apretando los cabellos castaños de Paulina, que se encontraba abajo, mamando sin parar. En un momento, la mamó y mamó por más de un minuto, y cuando se la sacó toda de la boca (la había tenido hasta la garganta) tuvo ganas de vomitar. A veces, hacía la maravilla de lamerla de arriba abajo como una paleta mientras lo a él a los ojos.

---Me pregunto cuantas vergas mamaste antes de aprender a hacer estas maravillas. – dijo él, sonriendo y gimiendo, mirándola con una mirada a medio morir.

---Muchas ---- ella la lamió por última vez --- Pero no tan deliciosas como estas.

Y cuando el supo que no podía soportar más semejante placer, ka empujó hacia la cama. Y mientras ella caminaba de espaldas hacia la cama, con pasión y besos en su cuello y cara la iba desvistiendo. Cuando por fin se recostó en la cama, sólo estaba en sus pantaletas y sus zapatillas de tacón alto. Alejandro parecía no saciar una sed al mamar de manera desenfrenada los pezones y senos de Paulina, pequeños pero altos y muy rosas, exquisitos a cualquier vista. Cuando ella estaba totalmente mojada por semejantes caricias (la besó desde su frente hasta sus pantorrillas) él le quitó sus pantaletas, Las olió, sonriendo. Cuando él la penetró, ella gimió y sonriendo, lo rodeó con sus piernas. Mientras la penetraba constantemente, él besaba su cuello y hombros, acariciaba sus piernas, tentando la deliciosa piel que la cubría a ella. Cuando él aumentó el ritmo, ella se sintió morir. Empezó a gemir y a gemir hasta que no se pudo callar. Y mientras la hacía gozar del sexo más rico de su vida, le acariciaba su pelo y le besaba sus mejillas, y cuando ambos gemían – el subiendo y bajando y ella entregada a él gimiendo como animal salvaje --- se dieron largos besos de lengua. Ella empezó a gemir, sintiendo el orgasmo acercar. Pero él no sintió que podía terminar el orgasmo de ella, así que, con toda la voluntad, salió de ella para pasar su lengua por su clítoris y hundir su boca en la vagina de ella, haciendo círculos con su lengua y sentir como ella se venía en la boca de él, arrojando fluido a diestra y siniestra. Ella apretó las sábanas y giró sus caderas de izquierda a derecha y en círculos mientras él le reventaba su vagina en un increíble orgasmo. Por fin, ella terminó, respirando rápidamente, sumamente agitada.

---Me encantas... ---dijo entre suspiros.

---Me quiero comer esto --- dijo él acercando un dedo a su ano mientras le respiraba en su mejilla.

Sin decir nada, ella le dio la espalda, quedando en cuatro patas, sintiendo como la lengua de él ahora se hundía en el ano de ella, humedeciéndolo. No había mucha necesidad.

---Eres una puta. ---advirtió él, pero parte de aquellas palabras la encendían más.

Abriendo sus nalgas ---en aquel enorme y carnoso trasero--- metió entre ellas su verga brillosa y erecta, totalmente roja. La verga de él estaba entre las dos carnosas nalgas de ella, con la cabeza de su verga en la entrada de su ano. Sujetándola de sus hombros, el empujó suavemente y su verga poco a poco fue entrando en su ano, resbalando por los fluidos. Mientras aquel enorme trozo abría el ano de ella, Paulina soltaba pequeños gemiditos mientras mordía una almohada. Cuando él entró totalmente en ella, gimió como loco y aferrándose a sus caderas, empezó a cogerla, a empujar de atrás hacia a delante como los perros, lentamente, para sentir aquel glorioso hoyito carnoso que ella le ofrecía. Ella lo miraba volteando hacia atrás. ¿Y qué veía? La cara roja de él, deformada por el placer. También sentía el suspiro continuo y salvaje de él en su nuca, y eso la volvía loca, además de la sensación de aquella verga entrando y saliendo. La metía y la sacaba lentamente, pero después de unos segundos de rico sexo anal, aumentó el ritmo salvajemente y se deslechó en ella mientras gemía y gritaba del placer en el oído de ella, y ella se sintió levitar. El semen entró y se escurría por las piernas de ella. El tardó en deslecharse por completo, y cuando se vació por completo, todavía siguió, acomodando bien su verga en su ano y luego, lentamente y bañado en líquidos, la sacó. Se desplomó en la cama, gimiendo salvajemente al igual que ella. Al fin, el interés personal y egoísta les había proporcionado un grano de placer y un montículo de mediocridad. Después de todo, pensaron, había sido el mejor sexo que habían tenido, aunque probablemente no se volverían a ver en todas sus vidas...

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