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Guerra Escolar (02: La Enfermería)

en Grandes Relatos

GUERRA ESCOLAR-PARTE DOS-

La enfermería

Nuestro héroe guerrillero Kite ha llegado a la guerra. Un sin fin de aventuras eróticas le esperan a lado de nuevos personajes llenos de personalidad. Descubran la segunda parte de esta electrizante serie.

 

Me encontraba con el pelotón cerca de la hierba colindante con la frontera de la escuela hacia la avenida principal, llena de morteros y estudiantes guerrilleros de la escuela Federal número 4, una de tantas que estaban aliadas en contra nuestra. La 130 estaba de nuestra parte, pero en este momento ha de estar siendo bombardeaba por la Azueta, que tiene grandes aviones hechos por sus infelices e hijos de puta geniecillos de la ciencia. Nuestro principal enemigo es la escuela número 26, una gran potencia. Nosotros somos la principal potencia del bando contrario, pero la alianza enemiga es muy inteligente. Nos atacan por tierra y por aire. La GESTAPO ahora nos trata bien, malditos. Siempre y cuando muramos entre balas y campos llenos de bombas y nuestras sangres se derramen en el suelo y aparezcan en situaciones de paz en los muros, nos tratarán como reyes. Hoy tuvimos que salir vestidos de verde y escondernos entre la hierba, para atacar a cualquier cosa que intente entrar a la escuela por medio de la frontera con la avenida. Es un horror todo eso. Cuando llegó el enemigo, los amigos empezaron a volar por los suelos llenos de sangre y cuando avanzas, tienes que retroceder, por que algún tanque hecho de madera y llantas de bicicleta está entrando al territorio amigo repartiendo bombas por doquier. Cuando al fin se gana terreno, tenemos que estar muy precavidos. Hay que dispararle a cualquier cosa que se mueva. Ya han muerto varios amigos a causa de disparos de equivocación. Lo único que pienso es en disparar. Creo que disparando y matando más y más, me hará re encontrarme con Daría, mi acompañante en el escondite. La extraño tanto. Recuerdo cuando la GESTAPO hace ya dos años nos encontró en aquel lugar. Nuestros cuerpos habían tenido un delicioso encuentro sexual; lo hicimos tan extraordinariamente, tan delicadamente, como si hubiéramos sabido que era nuestros últimos días juntos. Una bomba estalló justo atrás de nuestro pelotón y yo alcancé un golpe con una piedra en la espalda. Me tiró en medio del fango y quedé inconsciente, según recuerdo y me contaron. El enemigo atacó sorpresivamente por detrás con autos y motos devastando el lugar. Apenas los triciclos y Volkswagen pudieron entrar para recoger a los heridos. De 15 vehículos que entraron, solo siete pudieron salir.

Cuando desperté, estaba en la sala de heridos en el sótano de la escuela. Lo habían adaptado para meterle iluminación y camillas, además de equipo médico. Las secretarías de la dirección y las enfermeras que en un pasado atendieron la enfermería de la escuela, asistían a los heridos. Nuestra clínica estaba a 4 metros bajo tierra y rodeada de costales llenos de arena y tierra, para prevenirnos de los bombardeos y de las balas. Una rejilla proveniente del exterior daba luz y aire a todo el sótano. Estaba en vuelto en sábanas y desnudo, con un dolor leve en la espalda. Una enfermera, que antes había sido secretaría, me acariciaba la cabeza. Su nombre era Alejandra, y la había visto antes por que a ella se le pedían los papeles necesarios para cualquier actividad escolar. Era hermosa. A sus treinta y tantos años de edad, era una diosa. Sus grandes senos eran tan deseables como para a hacer una chaqueta rusa. El tan solo pensar que me lo hiciera me ponía sumamente excitado. Su bella cara con cabellos hermosos oscuros y unos ojos preciosos me miraban angelicalmente. Sus caderas eran enormes y lo más hermoso de ella era su culo, un enorme culote que tenía. Yo me puse inmediatamente erecto y ella sonrió. La guerra había vuelto loco a todos, y el sexo con personas indistintas o distintas sería natural. Ella me acarició mi miembro totalmente erecto y después quiso bajarlo.

-Estarás bien, pronto. Espera y verás…

Se levantó y se alejó. Poseía un vestido blanco pegado al cuerpo. Le apretaba el culo, las caderas y los senos. Yo casi me vengo al verla caminar, moviendo su enorme culote y sus senos tambaleándose. Después de un rato, se me bajó la calentura y pensé en Daria. La recordé alegremente como nos divertíamos pensando en los ex compañeros de escuela, algunos ya muertos. Esa noche me hice una puñeta pensando en mi Daria.

Al día siguiente, Alejandra me dio de comer en la boca. Fue algo ridículo, pues ya tengo 15 años y el dolor en la espalda ya había desaparecido. Me sentía muy bien. Así se lo hice saber.

-¡Ah! de modo que te sientes mejor. –se rió un momento y prosiguió- ¿ya no tienes erecciones como las de ayer?

-De que hablas. Déjame en paz.

-Ayer te vi todo desnudito. Eres tan guapo. –se puso pensativa y algo triste-Mi esposo era tan hermoso y guapo. Esta guerra me lo quitó. –me tomó la mano y me sonrió –no sabes lo que daría por revivir esos momentos de pasión.

Esa tarde, la sala quedó sola y yo me hice el enfermo para no ir al combate en la playa que tendría lugar cerca de el CETMAR, otra escuela enemiga. Alejandra se quedó sola conmigo en mi cuarto de enfermería. Platicamos juntos, reímos. Nos la pasamos bien. Le hablé de Daria. Cuando terminamos, era ya casi media noche.

-¿Y esa Daria fue a caso tu novia?

-Sí. Es la mujer más tierna que he conocido. –ella como que se enfadó y pensó.

-Mírate. Tu eres ya un hombre, necesitas a una mujer. No a una chiquilla de ¿qué? 14 o 15 años.

-Ella es perfecta.

-Necesitas alguien más.

-Necesito a Daria. Eso es todo. Ella me da todo lo que necesito. Estoy en una guerra y lucharé por ella.

Ella abrió grandes los ojos. Quitó las sábanas que me cubrían dejando mi pene ya erecto y casi a punto de tirar leche debido a la excitación que me provocaba estar con ella. Se me inclinó y casi nos besamos.

-Déjame darte la paz que necesitas… -me susurró.

Yo no pude contenerme. Era tan hermosa, era tan deliciosa, que no pude controlarme. Me le eché encime como un animal y la domé. Le pasé las manos hasta pro las sombras.

Le arranqué el ajustado vestido blanco dejando sus gigantes tetas al aire. Ella me despojó de mis ligeras ropas de enfermería y acarició con lujuria y trozón de carne rojizo. Le besé las tetas hasta cansarme y ella me jalaba hacia sí. La despojé de su falda y su ropa interior y tenía a un cuerazo frente mí. Como un salvaje me le encimé y la penetré con lujuria. Subía y bajaba como un loco. Ella me acariciaba la espalda, pero el placer se fue extendiendo para ambos y las caricias se volvieron en rasguños, los gemidos en gritos y las dulces y suaves penetradas en salvajes embestidas. Yo le avisé que le ahí le iban, y ella me dijo que me apartaba. Me dijo que nunca había experimentado el sexo anal, que su esposo era un fracaso en eso, que quería que yo la hiciera vivir esa sensación. <Déjame darte la paz que necesitas>. Ambos nos necesitábamos, pensé. La puse en cuatro y ella se sostuvo de la pared. Sabía que la experiencia sería dolorosa, así que se agarro fuerte para recibir las fuertes, salvajes y deliciosas envestidas que le daría. Le abrí las nalgas de su enorme culote y la tomé de la cintura. Estábamos en la famosa posición de perrito. Yo estaba sumamente en las nubes, tener ese culote frente a mí me volvía loco. Ella vociferaba.

-¡Vamos, métela ya! Quiero sentirla…

Le metí la cabecita. Su enorme culo nunca había recibido nada, así que sería dulce y paciente. Ella me guiaba, diciéndome como loca: más, más, más!. Y así llegué a metérsela toda. Ella gimió, hasta lloró del gusto. Sentir esa carne en mi pito me hico entrar en el alucine. Era el culo más rico que había probado. Empecé a bombear y a gritar como loco. La tomaba fuertemente de las caderas, para que la sintiera toda. Agarré sus tetas por detrás y la jalé hacía mi. Ella empinaba su culote para atrás, y así, la penetración fue más profunda. Ella tuvo su orgasmo, una, dos, tres veces. Estaba muy excitada. Cuando me vine, la jalé de los pelos debido a que yo estaba como loco detrás de ella. Ella gritaba de lo rico que sentía. Al fin le habían roto el culo, gritó. Mi semen entró por todas sus entrañas y hasta se salió de su ano. Le escurrió por las piernas. Yo me salí de un jalón y ella soltó un grito de dolor. Me seguí viniendo en sus nalgas. Le restregué mi pito en sus nalgas, derramándola toda de leche. Ella casi muerta se volvió y con su boquita y su lengüita me retiró el semen que me había quedado en los huevos y el pito.

-Quiero más, me susurró.

Me recostó salvajemente en la cama y puso mi enorme trozo erecto todavía entre sus tetas. La fantasía se haría realidad, pensé. Se movió de arriba abajo, haciéndome la famosa chaqueta rusa. Increíble, pero yo tenía todavía más reservas. El aguantar no venirme cuando la penetré por su cueva me ayudó. Yo la agarré de su espalda y de su cabeza para que la chaquetaza con más rapidez. Yo me vine en sus tetas y en su cara. Mi leche salió más espumosa y en mayor cantidad. Fue la deslechada más fascinante de mi vida. Le bañé por completo sus tetas, la cara y unos chorros le alcanzaron el cabello, los hombros y un chorro de semen le pico un ojo. Yo quedé muerto en la cama.

Al día siguiente, yo ya estaba listo para matar a escolares enemigos. Me encontraba afuera de un árbol que estaba siendo adaptado para camuflajearse y así atacar aviones. Alejandra se dio cuenta de lo mío y Daria, y nos dimos cuenta que lo que hicimos fue una equivocación. Solo quisimos reemplazar a una persona. Me enteré que Daria piloteaba aviones bombarderos y atacaba las bases en la Federal 69. Esa escuela estaba todo el armamento de la aliada enemiga, así que las probabilidades de que la volviera a ver eran nulas. Pero tomando una taza de chocolate, la vi, ahí estando ahí. Estaba parada con un vestido color vino, una bufanda roja, unas medias negras y una boina del mismo color. Fui corriendo para reencontrarme con ella. Pero noté llanto en su rostro. Una mano me abofeteó. Me miró con odio. Me sentí el hombre más infeliz de este planeta.

Continuará…

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