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Mis Vacaciones en el Campo (4)

en Grandes Series

MIS VACACIONES EN EL CAMPO – 4

Esteban se dio cuenta de que intentar masturbarme ahí, con mi madre sentada a la misma mesa con nosotros, habría sido un riesgo demasiado tonto que habría podido arruinar todos nuestros planes; por ello, muy a su pesar (y al mío), retiró su mano, no sin antes dejar mi conchita chorreando y su pija caliente y abultada debajo del pantalón.

Mamá había resuelto ir al pueblo a hacer unas compras para preparar unos sándwiches que comería en su viaje de regreso a Buenos Aires. Me preguntó si quería acompañarla, pero le dije que iba a aprovechar a tomar sol.

No bien oí que el auto de Mamá se alejaba, corrí a la pileta, quitándome todo. Ahí, desnuda como estaba, me recosté sobre una reposera y cerré los ojos; a los pocos minutos, una sombra y una joven voz femenina que no reconocí me sobresaltaron.

-Hola... Vos sos Carito, ¿no? -saludó una chica que vestía un top blanco, sin breteles, y una cortísima minifalda del mismo color. Intuí que no tenía bombachas puestas-. Yo soy Mariana, la hermana de Ariel.

-Ah, sí -respondí, incorporándome levemente. Acercamos nuestros rostros y nos dimos un beso de saludo amistoso en la mejilla-... Tu hermano me comentó anoche acerca de vos y de tu amiga Ayelén.

-Por lo que sé, no es lo único que Ariel hizo con vos -sonrió, con un mohín de complicidad.

-No: es verdad; pero también me dijo que vos lo habías ayudado para que aprendiera a coger como lo hace ahora.

-Sí, tampoco es puro mérito mío -admitió, sentándose en el borde de la reposera que estaba al lado de la mía. En esa posición, pude comprobar que no me había equivocado: con sus piernas semiabiertas, vi sin mayores esfuerzos (tenía la minifalda a la altura de su cintura) su concha, tan afeitada como la mía. Contuve mi deseo de acariciársela, como a veces lo hacía con Liliana, mi amiga: no sabía si tenía instintos lésbicos o si, sencillamente, se vestía así para su hermano-. Ayelén y otras también colaboraron; pero debo reconocer que, siendo su hermana, pudo practicar más conmigo que con las demás… Pequeñas ventajas que da el hecho de ser parte de la familia, ¿no? -añadió, con una sonrisa burlona pero simpática. Luego, señalando mi conchita, exclamó-. ¡Qué buen trabajo! ¿Quién te la afeitó?

-Mamá… Ayer -respondí, sin complejos, y habiendo hallado la excusa justa para salir de mi duda respecto de las preferencias sexuales de Mariana, acercando mis dedos a su conejito, pregunté-: ¿puedo? Vos también tenés la conchita muy suave y bien afeitada. ¿Lo hacés vos?

-Si no hay nadie más, sí. A Ariel le encanta: le recuerda a cuando era chica. A mí también, igual que a Alicia. Y a tu tío, ¡ni que hablar! Pero, tocá. Tocá sin miedo. ¿Me dejás tocar la tuya?

Mi respuesta fue abrir las piernas de par en par, a fin de facilitarle su acceso todo lo posible. Empezamos por rozarnos nuestros labios externos con la yema de los dedos, como si nos hubiésemos puesto de acuerdo en cómo iniciar las caricias. Nos chorreábamos a más no poder. Pese a que recién nos conocíamos, le pedí, entre jadeos y gemidos, que se quitara el top; necesitaba ver esas tetas que, hasta ahora, sólo imaginaba debajo de la tela. Se detuvo un momento y, poniéndose de pie, se desnudó completamente. Se acuclilló a mi lado y comenzamos a tocarnos las tetas mutuamente.

-Ariel me dijo que las tenías grandes, ¡pero son gigantescas, mi amor! -exclamó acariciándomelas, como quien toca una bola de cristal; luego, más por cortesía que por otra cosa, me preguntó-: ¿Puedo chuparlas?

-Para eso están -respondí, casi sin voz, por la excitación-... Chupame entera, soy toda tuya...

¡Qué manera de chupar! Hasta creo que sacó un poco de lechita… je, je. Estuvo así unos cinco minutos mamándome una y otra, mientras yo, llegaba, orgasmo tras orgasmo, con mi dedo corazón en la conchita y el pulgar acariciándome el clítoris. Ya tenía pensado chupar las de ella, tan grandes como las mías, y después hacer un riquísimo 69, cuando llegó mi tío y nos sacó de clima.

-Veo que mis dos "nenas" ya se conocen... ¿Qué hacen: juegan a la mamá?

-Algo así -dijo Mariana, incorporándose lentamente, dejando mis tetas llenas de saliva y mis pezones durísimos-. ¡Tu sobrina es una delicia!

-Ya sé… y no dudo de que tendrán todo el tiempo del mundo para seguir conociéndose; pero ahora tenés que volver a tus tareas, mi amor -aseguró Esteban, jugando con los pezones de su empleada/amante-. Me encantaría cogerte ya, pero no puedo: mi hermana debe de estar por volver y si no se encuentra con el hogar modelo que cree que es mi casa, nos vamos quedar sin nuestra querida Caro.

Mariana, resignada, tomó su poca ropa, se vistió y volvió a la casa. Yo, por mi parte, quería averiguar más sobre aquella chica que me había puesto a mil, pero Esteban me miró y me dijo:

-Lo que dije recién, fue en serio… y también va para vos. No podés quedarte así, desnuda… Hacé una cosa, mi amor -agregó, después de meditar un poco-: andá al vestuario; ahí vas a encontrar una bikini que usabas cuando tenías diez años… No sé si te acordás. Una roja.

-Pero tío... me va a quedar re chiquita: va a sobrarme cuerpo por todas partes -protesté, excitándome con cada una de mis palabras.

-Ésa es la idea, mi niña… ésa es la idea. Pero, primero, ponete de pie. No puedo más: ¿te gustaría hacerme la paja? Si querés, podés chupármela -sugirió acariciándome la conchita-… además, muero por chupártela así, depilada.

Diciendo esto, se puso en cuclillas y, despacito, me abrió los labios mayores con las dos manos y metió la lengua entre ellos; me lamió el clítoris, durísimo por los efectos de la boca de Mariana, y luego, me la metió a fondo, como si fuera su pija. Bebió mis jugos y después, subiendo hasta mis tetas, lamió la saliva que la hermana de Ariel había dejado en abundancia, mientras yo le quitaba la malla y empezaba a reconocer su herramienta con mis dedos. Su prepucio cedió paso al glande y comencé a masturbarlo. Volví a sentarme sobre la reposera y tuve su pija a la altura de mi boca. Besé su gran frutilla (un verdadero "frutillón"), la cual muy pronto tendría su baño de crema, y, golosa, me la metí en la boca. Mi lengua la recorrió meticulosamente y, engulléndola entera, sentí hasta la última de sus inflamadas venas sobre toda la superficie de su aparato. Comenzó un firme mete y saca, impulsado por sus caderas en dirección opuesta a la de mi cabeza. Con una de sus manos guió una de las mías hacia sus nalgas y la dejó reposando ahí; sin embargo y pese a mis doce años, mi instinto de putita me llevó a mover esa mano infantil hacia el centro, buscando la raya, para finalmente meterle mi dedo corazón en el culo. Mi intuición no me falló: gimió con un suspiro más allá de los que le producía la mamada que le estaba dando, y explotó dentro de mi boca, inundándola de cremosa y sabrosa leche que tragué, hambrienta de sexo.

De pronto, la voz de Mamá nos sobresaltó. A penas si tuve tiempo de abandonar a mi tío a su propia suerte, corriendo hacia el vestuario. Ahí, hallé la malla que me había indicado Esteban y, junto a ella, la que había traído desde mi casa. Especulé que cualquier cuento que mi muy querido tío pudiera inventar para zafar de esa situación frente a su hermana, sería mucho más creíble y decente si me ponía la malla enteriza, regalo de Mamá. Mientras me vestía, oí su voz deambulando por el jardín, preguntándole a Ariel si no había visto al señor. Imaginé acertada y afortunadamente, que Esteban había tenido tiempo para subirse el traje de baño, prenderse la bragueta y el botón y tomar mi ropa, recogida en el camino hacia la pileta, en sus manos. Así, cuando salía del vestuario, me dio el vestido y las sandalias; pude leer sus labios cuando me dijo en silencio: "Ponelos en el vestuario, ¡rápido!". Obedecí y, en un santiamén, volví al lado de mi tío quien, para evitar cualquier sospecha, me empujó al agua. Mi cabeza emergía, destapando mis oídos, cuando mi madre hizo el primer comentario:

-Así que estaban aquí... ¿Cómo no lo pensé antes? -se lamentó brevemente, para después dirigirse a mí-. ¿Está linda el agua, Caro?

-Sí -asentí-. ¡Está bárbara!

Con la excusa de dejar a los mayores conversando de sus cosas, después de un rato, salí me vestí (bueno, es una manera de decir) y me fui a buscar a Ariel, que estaba regando las plantas, al otro lado del jardín, con la casa de por medio, lejos de la vista de Mamá.

Al verlo con la manguera en la mano, se me ocurrió probar algo que él había hecho y, de paso, devolverle el favor.

-¿No te gustaría regarme? -le pregunté, sugestiva; él iba a levantar la manguera para mojarme, pero mi mirada lo hizo reaccionar.

-Justo estaba por esconderme detrás de un árbol para mear -dijo, lujurioso-, pero si vos querés que te riegue, será un placer. ¿Dónde lo querés?

-Si tenés muchas ganas, me gustaría en todo el cuerpo y en la boca, para probar. Después, te lo devuelvo.

Por suerte, había estado bebiendo de la manguera como si tomara de una botella. Obviamente, podía inundarme, porque me dijo que había bebido más de un litro. Decidí quitarme el vestido y el calzado para que no se mojaran y me puse en cuclillas delante de él, con la boca entreabierta. Temía que si me meaba el cuerpo primero, tendría la herramienta tan dura cuando llegara a mi boca, que me quedaría sin nada para deleitar mi paladar. Sacó su semiflácida pija y comenzó a echar su líquido ámbar en mi boca. Cuando estuve satisfecha con ese trago tan inusualmente delicioso, se dio cuenta y, sin parar, apuntó a mis tetas, viéndome relamerme los labios, lo cual hizo que su poderosa verga se pusiera más erecta y larga; no obstante, no dejaba de mear sobre mí.

Después, regó mi vientre, mientras mis manos esparcían el líquido por mis tetas, pellizcándome los pezones… tironeando de ellos y, con voz ronca y sensual, pedía: "Más… Dame más". Esa sensación de estar recibiendo lo que muy pocas mujeres se atreven a pedir, por ser "asqueroso", me estaba poniendo a mil. Por fin llegó a mi conchita donde, aún con chorros fuertes, terminó tan maravilloso riego. Inconscientemente, sacudió su pija para que cayeran sus últimas gotas y las recibí en mis dedos que me llevé a la boca, chupándolos muy sensualmente; después, mi mano recorrió todo mi cuerpo desnudo y mojado, mientras él convertía esas naturales sacudidas en una paja feroz. Yo también me masturbé viéndolo excitado por mí. Comencé frotándome el clítoris y finalicé metiéndome tres dedos en la conchita. Ambos llegamos casi juntos y, luego, con un improvisado 69 sobre el césped, bebí su leche y él, mis jugos.