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Enloquecidos y Apasionados (14)

en Hetero: General

Como ya dije, este relato es 100% ficticio, pero podría ocurrir. Recomiendo que lo lean desde el primer capítulo, si no lo han hecho ya.

Enloquecidos y Apasionados

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msn: tioguacho52@hotmail.com

Capítulo 14.

Despertarme alrededor de una hora y media más tarde y verla dormida, desnudita, a mi lado, fue un poema… o mejor, un cuadro digno de Leonardo o de Goya. Me levanté cautelosamente, fui al baño y, al regresar, la hallé cambiada de posición, boca abajo, pero aparentemente dormida. Me senté en la cama y, cuando iba a acostarme y apagar la luz, entreabrió los ojos y palmeó su nalga más cercana a mí. Me llamó la atención cómo las chicas -en este caso, Mica y Caro- disfrutaban el sexo anal.

-¿Querés que te haga la colita, mi amor? -pregunté, con el sólo propósito de comprobar si no estaba equivocado en mi idea.

-Sí, Tío… porfiii… manociámelo y meteme la poronga… -respondió, mimosa.

Sin pensarlo dos veces, me puse en cuclillas detrás de ella, con una pierna a cada lado de las suyas. En esa posición, comencé a sobarle los cachetes de la cola sin hacer ningún movimiento en particular: sólo se las acariciaba, gozando cada momento de ese roce. Luego, se me ocurrió que podría hacerlo de una forma más "útil", por así decirlo. Empecé a frotarlas en forma circular; mis manos se movían en direcciones totalmente opuestas -la derecha, seguía las agujas del reloj, mientras que la izquierda hacía lo contrario-, cuestión de que con cada vuelta que daban (muy bien sincronizadas, modestia aparte), se veía la lenta apertura de su rajita posterior y luego, cómo volvía a cerrarse; de a poco, noté que, al abrir esas nalgas, "respetables" pero no exageradas para una chica de trece años, ya podía observarse su pequeño orificio, algo más oscuro que el resto de su piel. Desde que había iniciado el sexo anal con mi amada adolescente, siempre teníamos un pote de vaselina sobre mi mesa de luz, o la de ella… daba igual; en este caso, estaba sobre la mía, por lo que sólo tuve que estirarme un poco para alcanzarlo. Con la yema de mi dedo índice embadurnada, lentamente, lo introduje en el delicioso y, a esa altura de los acontecimientos, tentador agujerito. Asimismo, embarré mi verga con esa crema grasa, cuyo uso se volvía indispensable cuando penetraba a cualquiera de mis dos nenas por el culito.

Culminados esos preparativos, me corrí más atrás, la tomé de las caderas y le puse la colita en pompa… así lo hacía con mi novia y supuse que, si no estuviese cómoda, me lo diría; pero no pronunció palabra al respecto. Sí, gimió y suspiró un poco, anticipadamente, por lo que vendría. Y, obviamente, "lo que vendría" vino por atrás, pero muy lejos estaba de asustarse: meneó su trasero, con su encantadora y húmeda cuquita abajo, entre los muslos, bien a la vista. Casi se la metí por ahí, pero ella esperaba otra cosa y yo no estaba dispuesto a contradecir su deseo.

Subí mis manos a su cintura y la atraje hacia mí, hasta que la punta de mi pija tocó ambos cachetes; sabía que mi pequeña amante estaba ansiosa de recibirla adentro, por lo cual no me demoré. Con fuerza pero listo para detenerme ante cualquier señal de dolor, introduje mi verga entre esos dos "globos", rumbo al orificio que, increíblemente, fue dilatándose, a medida que ingresaba mi herramienta. Siguió gimiendo, gozosa, y eso me provocó que acelerara mi bombeo. Pronto, estaba culeándola al ritmo que lo hacía con mi novia. Ella misma comenzó a hacer movimientos hacia delante y hacia atrás para que la penetración fuera cada vez más profunda. Caro se tomó ambas nalgas con las manos y las separó para facilitar la tarea. Era más que obvio que le fascinaba el sexo anal… diría que aún más que por la conchita. Y yo era quien la había desvirgado por todas partes.

Momentos después, sentí un roce en mis bolas, mientras golpeaban la cola de mi caliente visitante. Pero no tardé en darme cuenta de que esas caricias no estaban destinadas a mis pelotas, sino que ella misma estaba frotándose el clítoris con tal intensidad que sobrepasaban los límites de su cuquita.

Gemía, jadeaba, suspiraba y gritaba -afortunadamente, no muy fuerte-, todo al mismo tiempo; y, cuando estuvo a punto de orgasmear por primera vez, aceleró tanto su respiración que, si no la hubiese escuchado más de una vez "jugando" con mi nena hermosa, me habría asustado. ¡Uy, cómo gozó esa chica! Yo aceleré mi bombeo todo cuanto me fue posible, perforando frenéticamente aquel culito apretado, hasta que mi poronga escupió toda la leche en su intestino.

Al otro día, Carolina me sorprendería otra vez y de manera muy grata. Como no habíamos terminado la culeada demasiado tarde y nos fuimos a dormir enseguida, esa mañana nuestros relojes biológicos nos despertaron a la hora habitual: a mí, alrededor de las siete -pero, viendo que mi pequeña amante aún dormía, me di media vuelta y dormité un buen rato más- y ella, creyendo que yo todavía no me había despertado, se levantó muy sigilosa, a eso de las ocho. Primero, la oí por la cocina, no por sus pasos, ya que, por suerte, seguía tan desnuda como la noche anterior, pero sí por algunos ruidos de vidrios rozando o posándose en la mesada y, además, el silencioso sonido de la puerta puerta de la heladera al cerrarse. Luego, se dirigió al dormitorio/estudio, donde tantos buenos momentos pasaba ella con mi amada adolescente. Me pregunté si Mica habría regresado sin que yo me diera cuenta, pero salió demasiado rápido como para que mi novia estuviera ahí.

Finalmente, apareció en la habitación y, viendo mis ojos entreabiertos, me mostró un vaso, al cual le había puesto medio dedo de leche bastante aguada. La miré a los ojos, interrogándola en silencio acerca de sus planes con ese recipiente, prácticamente vacío.

-Mica me contó que les gustan las "chanchadas"… y la verdad, desde que ella me enseñó a hacerlas, ¡me encantan! Aparte, inventé algunas y ésta es una… ¿querés ver?

-Sí, claro: como vos decís, nos gustan la "chanchadas"… cuanto más "chanchas" sean, mejor: más me excitan, y a Mica también. Eso que tenés en el fondo del vaso es leche con agua, ¿no?

-Por ahora, sí: es lo único que hay… pero no por mucho tiempo; y ahora que lo veo bien, me parece que puse demasiado. -dijo, con aire misterioso, bebiendo apenas y dejando una mínima cantidad que yo habría tirado si hubiese encontrado el recipiente sobre la mesa.

-¿Qué vas a hacer, "loquita" hermosa?

-Ya vas a ver; por el momento, me gustaría que me toques las tetas… que las manosees un rato.

-Creo que puedo "sacrificarme" y darte el gusto… pero sólo si es por un rato. -agregué, en obvio tono de broma.

La adolescente utilizó una mano para sostener el vaso entre sus piernas, debajo de su hermosa y depiladísima cosita, como si ésta fuera una canilla (un grifo, para los que no viven por acá) y empezó, lentamente, a frotarse la vulva, sintiendo cada centímetro de la piel de esa parte erógena de su hermoso cuerpito menudo. Bajó toda la mano, abriendo los dedos índice y medio, para que pasaran a ambos lados de su hinchado clítoris… era obvio que ya había estado jugando con él; despacio, regresó a su punto de partida y volvíó a descender, realizando el mismo movimiento de "tijera" alrededor de su botoncito, pero esta vez siguió hacia abajo, introduciendo su dedito cordial, el anular y parte del meñique en su adorable conchita. Entretanto, yo utilizaba la yema de mi dedo índice para cumplir con su pedido, acariciando toda su tetita izquierda -por alguna debía empezar-, haciendo círculos alrededor. Enseguida, se me ocurrió hacerlo en espiral, hacia adentro; mi obvio objetivo era su pezón, pero lo hice a una velocidad mínima para que, si cabía, pudiera excitarla más. Cuando llegué a la areola, gimió una especie de "Ummmm", relamiéndose, como si hubiese probado el más exquisito de los chocolates. Su lengua no dejaba de moverse, yendo de uno a otro lado.

-¡Ay, Tío! -jadeaba, ardientemente feliz-. ¡Sos lo máximo! Dame más… no pares, porfaaaa…

Desde luego, detenerme no estaba en mis planes inmediatos; por el contrario, se me había ocurrido otra idea traviesa para hacerla gozar como nunca antes. Así, comencé a "rascarle" el pezón, muy suavemente, a fin de no lastimarla pero sí que sintiera mi uña, pasándole, ida y vuelta, por ese montecito delicioso que tanto me gustaba… tanto en ella como en mi adorada novia. Lo hacía a buen ritmo y mi pequeña amante empezó a gemir más fuerte y no dudé en adivinar que estaba por llegar a su -más que otras veces- anhelado orgasmo. También, supe que era mi turno de aportar mi parte a aquel cóctel que, por lo "chancho" e inédito, me resultaba extraordinariamente excitante… a tal punto que intuí que no tardaría más de cinco a diez minutos en echar mi lava en el vaso.

Aquel ambiente erótico -o, sin vueltas, porno- hizo que me pusiera de pie al lado de Carolina y frotara mi verga sobre sus tetitas… un rato cada una, y, de vez en cuando, rozara el glande contra sus pezoncitos ya bien duros. ¡Ay, qué sensación! A ella también le gustó la novedad, a punto tal que tras tocarse otra vez, volvió a convulsionar con un orgasmo y logró verter más de sus ricos juguitos, antes de que mi poronga escupiera leche en aquel recipiente de vidrio. Por fin, llegó el momento: mi querida nena de trece años me había pasado el vaso y ubiqué mi verga dentro de él. De todas maneras, estaba prácticamente vacío, excepto por un poquito en el fondo. Cuando acabé, Caro tomó el vaso y lo posó sobre la mesa de luz, agarró mi pija que ya estaba relajándose y me la chupó casi con desesperación "para limpiarla", me dijo. Enseguida, vasito en mano nuevamente, lo elevó, como brindando, me dirigió una mirada pícara y satisfecha a los ojos y, empinándolo, pareció beberse todo el contenido, pero unos instantes después, habiendo dejado el afortunado recipiente, abrió la boca, con una buena cantidad de crema blanca, medio espumosa por la mezcla con su saliva… el único ingrediente faltante para convertirlo en un trago para los dioses. De pronto, selló sus labios y, abriendo una pequeñísima grieta entre ellos, hizo un globito que, al no ser reabsorbido por esa bella putita, se convirtió en un hilo de espeso líquido que, lentamente, le rodó por la barbilla. Cuando llegó al borde del mentón, la nena puso la cabeza hacia atrás para que le bajara por el cuello y de ahí, al pecho, pasando por el canal que separaba sus apetitosas tetitas. A todo esto, mi chiquita se había abierto descaradamente de piernas ante mi engolosinada vista; cuando no pude más, me acerqué a ella y le introduje un dedo en su conchita ya abierta, gracias a la reciente paja que se había hecho. Ella gimió y comprendí que, en su calentura, necesitaba más, por lo que incluí, junto con el índice, el cordial… y acabé metiéndole tres dedos, que entraban y salían por su gruta del placer. Entonces, ya que mi verga estaba momentáneamente "fuera de combate", tomé el vibrador del cajón de mi mesa de luz y se lo metí, reemplazando mis dedos. Los ojos de Caro se fueron hacia atrás y un sonido gutural y placentero le brotó de la garganta, con el juguete dentro de su cosita hasta la mitad, lo cual me demostró que su grosor le encantaba; otras ocurrencias asaltaron mi cabeza… pero aún no era el momento de llevarlas a la práctica.

Mientras tanto, el hilo de espesa mezcla había llegado a mitad de camino entre sus pechitos y el ombligo. Ahí, detuve su camino con la yema de mi índice, levanté aquella gotita y me la chupé. No puedo decir que era un manjar: sí, era algo diferente y, desde luego, muy excitante. Al notar mi "atrevimiento", mi putita largó otro globito que, de inmediato, se convirtió en un lento hilito, como el anterior; pero al llegar al extremo inferior de la barbilla, Caro no inclinó la cabeza hacia atrás, como lo había hecho antes, sino que la giró a la derecha y un poco hacia abajo; de esta manera, el cremoso cóctel cayó sobre su tetita. Enseguida, repitió la acción sobre el lado izquierdo y, tragando el resto, a fin de poder hablar con claridad, me dijo, con suave voz sugestiva:

-Chupámelas, Tío, porfiiii… todo esto lo hice para que vos disfrutes. ¿Te gusta?

-¡¿Gustarme?! ¡Me encanta! -afirmé, hecho un mar de lujuria, antes de acceder a su pedido.

Seguramente, fue por el hecho de estar chupando esas tetitas que, de verdad, me excitaban… aún más que las grandes (¿o sería la edad de quien las poseía lo que me ponía a mil?), pero el sabor de esa cremita espumosa me resultó mucho más rico que cuando lo chupé de mi dedo; también, pudo haber sido que se había agregado otro ingrediente: el sudor de mi pequeña amante. Lo cierto es que estuve varios minutos -unos quince, sin exagerar- lamiendo, besando y dando suaves mordisquitos en esos montoncitos de suave piel que tanto me fascinaban. Lentamente, llegó el momento en que mi verga pedía "guerra" otra vez. Ambos estábamos listos para otra sesión de puro sexo y, pese al riesgo relativo de que Mica regresara y nos pescara in fraganti, nuestras hormonas pudieron más que cualquier razonamiento lógico. Por otra parte, si mi novia llegaba cuando Caro y yo estuviéramos en plena acción, no debería sorprenderse de nada; después de todo la idea había sido de ella y no se habría imaginado que pasaríamos la noche y parte de esa mañana siguiente jugando a las cartas, ¿verdad?

Sin hablar y como si lo hubiésemos planeado, ambos nos movimos de manera tal que quedamos en posición para un sesenta y nueve: ella abajo y yo arriba, apoyado con codos y piernas sobre la cama para no aplastarla y, aun así, gozar su cosita y, al mismo tiempo, poder meter mi poronga en su boca. Era la primera vez que estábamos en esa postura sexual; y, por otro lado, era la primera de mi bellísima amante con un hombre, ya que lo había practicado en repetidas ocasiones con su querida amiga Micaela.

Caro empezó a gemir y jadear antes que yo, mientras lamía esa conchita, completamente libre de vellos, como si la vida se me fuera en ello. Insistí -sin oposición alguna, desde luego- en pasar la lengua sobre su hinchado clítoris, para luego penetrar su orificio, que estiré de ambos lados con mis pulgares. De a poco, sentí su néctar sobre la lengua, lo cual me incitó a acelerar el ritmo, no sólo de la boca, sino también de las caderas, enloqueciéndome con su hábil lengua que hacía malabarismos con mi pija. De pronto, aún con mi herramienta entre los dientes que apenas me rozaban la base, dándome un placer muy particular, gritó algo gutural y llegó a otro orgasmo, entregándome más de sus jugos cremosos que no tardé en tragar… ¡Dios, qué manera de disfrutarlos! Fue como tomar una bebida afrodisíaca porque, a pesar de que me había venido hacía muy poco, a los pocos minutos le di a mi insaciable amante de trece años su ración de leche recién salida de mi poronga, líquido que por supuesto tragó, no sin antes degustarlo, pasándolo por cada rincón de su boquita.

Cuando pude ver su rostro, me di cuenta de lo embarrada y sudorosa que estaba. Pese a haber dado cualquier cosa para que se quedara así todo el día -desnudez incluida, claro está-, la razón volvió a apoderarse de mí y pensé en lo que debíamos hacer. Ella, supuse, tendría que volver a su casa, y yo, salir a hacer compras para ese fin de semana. De este modo, no pude hacer otra cosa que decirle que era una buena idea cuando me dijo que se iba a duchar.

Yo, mientras tanto, después de afeitarme, ponerme un poco de colonia y vestirme, hice una lista para no olvidarme de nada; cierto era que siempre anotaba cuanto debía comprar, pero ese día en particular, me habría olvidado de todo, si no tomaba ese acostumbrado recaudo.

En eso estaba, cuando oí la llave de la puerta principal y, sin mayor mérito, adiviné que era mi adorada adolescente. Al entrar, nuestras miradas se cruzaron y corrimos a encontrarnos. Nos abrazamos y besamos como si hiciera meses que no nos veíamos. Dimos rienda libre a nuestra pasión y nuestro amor. ¡Jamás pensé que, a pesar de la compañía de Carolina, pudiera extrañarla tanto! Tras el beso y sin que le hubiese dicho nada todavía, ella me dijo lo mismo, en otras palabras.

-¿Cómo la pasaron con Caro? -me preguntó luego, como si fuera lo más natural del mundo (era obvio que para ella lo era), pasada nuestra primera emoción de volver a estar juntos.

-Yo, para qué voy a mentirte, la pasé bien; pero igual te extrañé -confesé, con toda mi sinceridad a flor de piel-. Cuando no hay amor, es distinto; con ella fue un par de besos y puro sexo que, ya te digo, disfruté mucho. Pero extrañé tus caricias, tus besos, tu voz, tus "Te amo"… no sé: fue distinto. Te extrañé a vos.

-¿Y a ella, le gustó? ¿No me digas que arrugó? -sonrió, ante esa dudosa posibilidad.

-Mirá: si arrugó, lo disimuló muy bien -ironicé, brevemente-. Pero en serio, creo que gozó mucho. De todas maneras, vas a poder preguntarle, en cuanto salga del baño: se está duchando. Yo tengo que salir un rato a hacer las compras, así que van a poder sacarme el cuero a gusto -volví a bromear, antes de tomarla de la cabeza con ambas manos y darle un beso que ambos necesitábamos-. Te a-do-ro. Chau… vuelvo dentro de un rato. ¡Pero…! ¡¿Cómo pude no haberte preguntado?! ¿Cómo te fue, Cielo?

-Bien… tranqui, pero te aseguro que me aburrí muchísimo… salvo por unas pajas que me hice, pensando en vos. Yo también te extrañé, Papito…

-Bueno, te creo. Pero mejor dejemos lo de "Papito" y esas cosas para después; si no, hoy no almorzamos…

-Eso es lo que vos te creés… -dijo, con doble intención y la picardía que la caracterizaba.

Salí, antes de arrepentirme… aunque, con Caro aún en casa, nuestra privacidad habría sido imposible, no obstante lo cual nuestro reencuentro podría haber sido más divertido. Cuidado: esto último sólo fue una broma. Tanto mi amada adolescente como yo necesitábamos un ambiente solitario para mimarnos y hacer el amor como sólo nosotros dos podíamos hacerlo.

Una hora después, estuve de regreso. Al abrir la puerta, oí las voces de las chicas que no dejaban de hablar… era lógico: eran amigas íntimas -amén de la actividad sexual compartida entre ellas, con o sin mí como tercera parte- y era natural que estuvieran contándose todo cuanto había sucedido en esas poco más de doce horas tan particulares.

Me dio pena interrumpirlas para que vinieran a ayudarme a preparar la comida que calculé para los tres. De todas formas, me gustaba cocinar y prepararía unas sencillas hamburguesas caseras con puré de papas y ensalada.

Después de unos cuarenta minutos, me di un tiempo para tomarme un café. Con toda la actividad de esa mañana, incluyendo la llegada de mi novia y mi salida, no había desayunado. Me hice dos tostadas con mermelada de damasco y bebí un vaso de yogur, además del ya mencionado café. Por un momento, imaginé qué dirían mis amigos si se enterasen de mi relación con mi nena hermosa… ¡ni hablar si supieran lo que también hacía con Carolina! "Asqueroso", "enfermo", "pederasta" -más comúnmente conocido como "pedófilo" o "pedastra"-; decidí buscar estos términos en el diccionario ("pedófilo" y "pedastra") pero sólo encontré "pederasta". Decía: "Hombre que comete pederastía". Sin dudar un segundo, busqué esta última palabra. Su definición era fría, cruel y hasta llegué a pensar que no iba conmigo; rezaba: "Abuso sexual cometido con niños". Dejando a un lado la relatividad del término "niño", pues hay gente que cree que una persona de trece o catorce años es un niño (aunque el diccionario y el sentido común digan lo opuesto), tampoco me pareció haber abusado de ninguna de las dos chicas. Ambas quisieron, estuvieron dispuestas a tener sexo conmigo; es más: en un primer momento, me había negado. Pero me persuadieron, sedujeron o como quieran definirlo y las traté con delicadeza y cariño -en el caso de mi novia, el cariño se convertía en el amor más puro que jamás había sentido por nadie-. Por otra parte, sabían perfectamente lo que harían, aun antes de practicarlo conmigo. Mica, como se recordará, ya tenía experiencia, aunque nunca lo había hecho por amor. De todas formas, parafraseando al protagonista masculino de "Lolita", la novela, sé que ningún tribunal me absolvería, si lo nuestro con mi amada adolescente se supiera en todos los detalles; pero aun así, no me considero un mal tipo, lo cual no impide que ciertas personas sigan poniéndome el mote, bastante desagradable, de "pederasta" o cualquiera de sus variantes inexistentes… según mi diccionario, claro.

Después de comer y de dejar la cocina en orden, las chicas regresaron al dormitorio/estudio, donde sólo entornaron la puerta. Yo, a mi vez, me senté a ver televisión, pero duró poco. Pese a mi intención de dejarlas solas, oírlas hablar y reírse pícaramente en voz baja, como cuando estaban por comenzar a "jugar", me levantó del sofá para ir a curiosear, sin entrar… pispeando desde un ángulo donde podía verlas sin dificultad. A Carolina, acostada sobre la cama, se le había subido la remera hasta las tetitas, permitiendo que se le viera toda la panza al descubierto. Tenía las piernas abiertas y dobladas, lo cual hacía fácil el acceso a su entrepierna, porque, como se recordará, sólo llevaba una falda y, debajo, no tenía ropa interior. Micaela, en tanto, alcanzó su mochila y sacó un chupetín. La golosina en sí, era alargada y bastante gruesa: me resultó muy sencillo adivinar lo que vendría.

-Mirá lo que te traje, mi amor… -le dijo, mostrándole el pequeño presente, para desenvolverlo enseguida.

-Dámelo en la boca -pidió, con tono ansioso y excitado-… ¡porfi!

-Okey, pero sólo una chupadita para mojarlo, ¿sí?

-Okey… lo que vos digas, mi putita. -aceptó, recibiendo el caramelo alargado entre sus labios.

De inmediato, mi novia dejó que entrara todo en la boquita de nuestra amante y, tras considerar que ya estaba bastante ensalivado, lo sacó. De ahí a su siguiente destino, sólo pasaron dos o tres segundos, como mucho. Con toda la suavidad del mundo, Mica lo introdujo en la rajita de su amiga, quien comenzó a gemir y jadear.

-Pará, pará… es sólo un momento -dijo la joven visitante, con voz agitada y con la golosina completamente adentro, excepto por el palito para sostenerlo-; dejame sacarme todo: ya estoy traspirando.

Aproveché el momento para ir, sigilosamente, a buscar dos cucharas de postre. Se me había ocurrido una idea. Quería hacerlas gozar -y disfrutar yo, obvio- sin el desgaste físico que habría significado el "plan ‘B’": penetrar a ambas por turnos, hasta llegar en cualquiera de las dos conchitas… la que estuviera taladrando en el momento de mi erupción. Pero quería reservarme para esa noche, cuando haría el amor, así, enfatizado, con mi adorada adolescente. Sin embargo, el juego de las cucharas sería lo suficientemente excitante para que los tres pasáramos un muy buen momento. Además, nunca lo habíamos hecho.

Con mis dos nenas queridas desnudas hasta las últimas consecuencias y viendo el desenfrenado y lujorioso mete-y-saca que mi amada novia hacía en la cuevita de su amiga, yo también me quité la ropa y, agitando mi verga en una paja muy inspirada, me acerqué a las chicas, dándole una cuchara a cada una. Ambas adivinaron mi propuesta y, desde luego, la aceptaron más que gustosas, relamiéndose por anticipado; sin embargo, creo que Caro fue la primera en darse cuenta. Detuve el ejercicio que estaba prodigándole a mi poronga: quería que nuestra amante llegara y chupara la golosina aderezada con sus propios jugos, antes de que yo les diera su ración compartida de cremita. Pero la adolescente con carita angelical, cuando no estaba en estas actividades (Carolina, claro), no tardó casi nada en llegar a su orgasmo. Esperé hasta que ambas degustaran el chupetín con jugo de conchita y continué pajeándome. Las chicas ya se habían sentado al borde de la cama, aguardando, utensilios en mano, la explosión de mi herramienta que, con esas dos muñecas desnudas frente a mí, sin ni un solo vello en sus cositas y aquellos dos pares de tetitas apuntando hacia mí, me vino con una fuerza inesperada. Llené ambas cucharas y aún quedó un poco para un "carnaval de lechita" -como ellas llamaron ese extra- que fue a parar a sus dulces y bellos rostros. No esperaron ni medio segundo para llevarse el vizcoso líquido blancuzco a la boca, saborearlo y tragarlo. Luego, comenzaron a besarse, acaso para intercambiar lo poco que había quedado en sus lenguas y yo aproveché ese momento para abandonar la habitación. Pocos minutos más tarde, ya vestido, les anuncié que saldría a caminar un rato, mientras ellas, incansables, continuaban con sus juegos, con la misma cantidad de ropa con la que las había dejado solas: nada. Escuchando sus risas traviesas, traspuse la puerta y, muy pronto, me encontré en la calle.

Continuará