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Enloquecidos y Apasionados (10: el verdadero)

en Hetero: General

Como ya dije, este relato es 100% ficticio, pero podría ocurrir. Recomiendo que lo lean desde el primer capítulo, si no lo han hecho ya.

Enloquecidos y Apasionados

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Capítulo 10.

Verla de pie junto al teléfono del estudio/dormitorio sin nada de ropa, hablando con su mamá con total naturalidad, me pareció el espectáculo más inocentemente erótico que había visto en mi vida. Es verdad, yo había atendido pero, después de saludarnos con las preguntas y respuestas habituales, había llamado a mi nena por su nombre, anunciando quién era. Parecía mentira que ni así, hablando con su madre, dejara de excitarme. "¡Esta chica va a matarme!", pensé, sonriendo por mi ocurrencia. Sin embargo, había un par de cosas que evitarían ese final. En primer lugar, la amaba… nos amábamos y eso "amortiguaría" -por así decirlo- semejante desenlace. Y, por otra parte, habíamos ido incrementando la intensidad y variedad de nuestros juegos sexuales de a poco. Quizá, en un principio, habían sido más frecuentes, pero ninguno de los dos podía seguir un ritmo así, todos los días -y noches… jejeje-, por lo cual, hacíamos el amor con más variedad y, a la vez, con intervalos más espaciados. Con el final de mis vacaciones, resultó obvio que sólo podríamos mantener ese increíble ritmo durante los fines de semana, si bien no hubo noche durante la cual no hiciéramos algo sexual… aunque más no fuera una paja mutua o un sesenta y nueve. Ella respetaba mi necesidad de tener noches bien dormidas, para no llegar a la constructora hecho un zombi; y, además, debía acostumbrarse a que, dentro de pocas semanas, ella también debería levantarse temprano, ya fuera para ir al colegio, si le tocaba el turno mañana, o para hacer la tarea, si iba de tarde.

El colmo del erotismo llegó cuando, aún hablando con Pato, sin darse cuenta, estiró uno de sus bellos y todavía duros pezones, comenzando a jugar con él, entre sus dedos. Tuve que alejarme y dejar de observarla para no irrumpir, desesperado, en la habitación y chuparle ambas tetitas.

Me puse el pantalón y la camisa, pero sin prender demasiados botones. Colgué del picaporte de la puerta una de las remeras mías que Mica usaba como salto de cama para que se la pusiera, si lo creía pertinente.

Al cabo de un rato, acabó su conversación y aceptó mi tácita sugerencia de ponerse algo encima. Llegó hasta la mesa donde yo la esperaba, leyendo una revista… después de todo, aún no habíamos terminado de cenar… estrictamente hablando, claro, porque ambos habíamos "comido" nuestro postre.

-¿Sabés? -me dijo, con una mirada feliz-. Mamá no es lesbiana. No entiendo porqué Roberto me mintió así. Cada día que pasa es como que crece dentro mío un sentimiento muy feo por él… no me gusta sentirlo, pero no puedo evitarlo, Cielo. ¿Qué me está pasando? ¡Ayudame, porfa…! -me pidió, arrojándose a mis brazos, mientras nuestros cuerpos se estrechaban nuevamente. Mis manos frotaron su espalda, a modo de comienzo de consuelo.

-No pasa nada, Amor… lo tuyo es una reacción muy normal en una persona cuyos padres se separan; y lamentablemente, no parece ser una separación amistosa, como, a veces, ocurre. Lo que pasa es que tu papá no puede aceptar que la mujer de su vida (tu mamá) se haya cansado de aguantarlo… porque Roberto es una persona muy buena -acerté a decir, y mi nena me miró, con ojos de "Sí, ¿verdad?"-, pero, como amigo suyo que soy, desde muy chico, te digo que nunca le gustó perder… cuando jugábamos a lo que fuera… no importaba, él siempre quería ganar; y, cuando le tocaba perder, decía que los demás le habían hecho trampas. Él no podía perder. Por eso, no le creí ni le di mucha importancia cuando dijo que tu mamá se había ido a vivir con otra mujer porque era lesbiana… o, en todo caso, bisexual. Pero en esto, yo también tengo parte de culpa…

-¡No digas boludeces, Carlos! -me recriminó, mezclando bronca y todo el amor que sentía por mí, en su mirada azabache-. ¿Cómo vas a tener la culpa que mi papá me mintiera?

-No, mi Vida -sonreí, interpretando su malentendido-… no digo que tuve la culpa de eso, pero sí debería haberte advertido sobre su mal hábito de no saber perder y, además, debería haberte dicho que yo no le creía. Eso te habría tranquilizado muchísimo… y, sin embargo, no lo hice; por eso, digo que tengo…

Me tapó la boca con la suya: era obvio que no quería que siguiera diciéndoles esas "boludeces", como insistió en llamarlas. Luego del beso, pero sin soltarnos, me miró infinitamente a los ojos, en los que vi reflejado un "¡Te adoro!", que, después, vocalizó en un susurro.

Mientras lavábamos los platos esa noche, me contó, con pelos y señales, la versión de Patricia para su niña, la más creíble, sin ninguna duda, y la que mi nena y yo tomamos como la verdadera. Los detalles más íntimos me los refirió mi amiga en un mail que recibí una hora más tarde, mientras Mica estaba haciendo otras cosas, y que me pidió, por favor, que no le mostrara ni contara a su hija. Tras el frustrante crucero, Roberto y Pato terminaron discutiendo e insultándose a punto tal que ella decidió alejarse lo más posible de su aún marido. Telefoneó a una de sus amigas solteras, quien vivía en San Francisco, California. Era obvio que la "relación", como la había llamado Roberto, llevaba varios meses. "¡Años!", aclaró la madre de mi adorada adolescente: se habían conocido y hecho amigas cuando Sharon vivía en Miami. Luego, por cuestiones laborales, se había mudado a San Francisco, pero nunca habían dejado de ser amigas. Por lo tanto, cuando Sharon -a quien Roberto había tratado de seducir infructuosamente en repetidas oportunidades- se enteró de la inminente separación de su amiga, la invitó a pasar el tiempo que fuera necesario en su casa, hasta que se arreglara el tema del divorcio. En lo único que Patricia estuvo de acuerdo con su casi ex marido fue en que lo más conveniente era que su hija se quedara a vivir conmigo, ya que, según me dijo, si bien había "huevos podridos" en todos los países, creía que Argentina era un lugar más seguro, en cuanto a drogas, sexo infantil y alcoholismo prematuro se refería. Tras ver esa parte de su mail, me pregunté si nunca leía periódicos argentinos, aunque más no fuera por internet. Pero su temor más grande, entendí, fue que, si volviera a vivir a Estados Unidos -aunque fuera con ella, en algún lugar de la Costa Oeste, donde planeaba radicarse, la "niña" encontraría la manera de conectarse con su famoso grupo de amistades, de quien quería alejarla, o -lo que sería igualmente peligroso- se integraría a una nueva pandilla de jóvenes de igual calaña a la que había dejado en Miami… o peor. Me agradeció mi "buena voluntad y predisposición" de cuidar a Micaela y confió que, conmigo, sería feliz. Ella vendría a Buenos Aires cada tanto, a visitar a su adorable adolescente, a quien afirmaba amar. No lo puse en duda, pero ciertamente, me pareció un amor muy… "particular" -por así decirlo-, el que mis dos amigos sentían por su hija de trece años.

Esa noche, en la cama, enloquecí, recordando lo que me había dicho mi novia acerca de la conversación telefónica con su madre y lo del referido mail. No pude contenerme: la abracé, la besé, la acaricié, como queriendo darle todo ese cariño que, a mi criterio, sus padres estaban negándole -aunque más no fuera, en forma parcial-, agregado al mío por ella. En ese momento, me juré, como si hiciera falta, que jamás la abandonaría.

-Ay, Papi -dijo, mimosa, mientras mis manos jugaban con su cuerpito desnudo, bajo las sábanas-… creí que esta noche no pasaríamos de un sesenta y nueve, pero veo que querés un "poquito" más; y, ¿sabés una cosa? ¡Yo quiero darte todo lo que quieras!

Acaricié sus tetitas (¿cuándo no?), pellizcándole sus hinchados pezones que, como pocas veces, se me antojaron dignos de morderlos.... y así lo hice. Gritó un poquito por la falta de costumbre de sentir mis dientes en una zona tan sensible. Sin embargo, yo no era ningún improvisado en esos menesteres: ya lo había hecho antes y, si bien cada chica había sentido el dolorcito con diferentes presiones de mis paletas dentales, invariablemente, todas habían terminado gozando tal roce. Con Mica fui más cuidadoso que con las anteriores, y fue ella misma la que acabó pidiéndome que apretara un poco más. En realidad, eso era lo que yo quería, para comprobar si le gustaba o si, por el contrario, le molestaba. Pero todos mis temores desaparecieron cuando oí sus gemidos.

-Papito… metémela bien adentro, porfisss... pero no dejes de chuparme y morderme… ¡haceme mierda, Papucho! -rogó, por fin, levantando la voz.

Flexionó las rodillas, abriendo más las piernas y elevó las caderas, como para que no me demorara más en penetrarla a fondo, como ambos deseábamos; pero para ello, debía dejar de mamar sus tetitas… en esa posición, claro está. En cambio, mis labios recorrieron su carita angelical: sus mejillas suaves y rellenas, su nariz respingada, su frente, para lo cual, aparté su bellísimo flequillo, sus ojos entrecerrados… sus labios, frambuesas sensuales y carnosas que, ciertamente, invitaban a ser besadas y chupadas… hice ambas cosas; su barbilla, redonda, perfecta, por la que, en sus primeras mamadas conmigo, habían rodado algunas gotas de mi leche, mismo tipo y calidad que ahora descargaría en su útero. Comencé a bombear con más vehemencia que la habitual. De hecho, ambos nos movíamos mucho más que otras veces, haciendo que la cama, amén de nosotros, chillara. Se la metí con fuerza inédita, casi con violencia. De pronto, quiso otra posición: ella sobre mí; empezó a saltar sobre mi pija, controlando -no sé cómo- que no saliera de su cuevita. Parecía dolerle, por la expresión de su cara y sus gritos, pero obviamente le causaba placer, cosa que supe más tarde, pero que, en ese momento, intuí: de lo contrario, no habría continuado hasta su orgasmo, primero, y luego, el mío. Odiaba el sexo violento y doloroso tanto como yo. Tuve el privilegio de ser el primero de los dos en sentir toda la lujuria y el amor con sus jugos bañando mi poronga. Después fui yo quien inundó su cosita con leche caliente… caliente de excitación y de temperatura. Ambos gozamos nuestras respectivas corridas como nunca antes.

-¡Ay, mi nena hermosa! -suspiré, exhalando toda mi satisfacción, no sólo por lo que mi espectacular orgasmo me había hecho disfrutar, sino también por el efecto que éste había tenido dentro de mi novia-. ¡Te amo con todo mi corazón, mi Cielo!

-Ya lo sé, Vida… y ésa es una de las razones por las que gocé tanto esta cogida respondió, cayendo de espaldas en la cama a mi izquierda-… ¿está mal llamarlo "cogida"?

-No, no está mal, porque eso es lo que fue… pero una cogida muy especial, Cielo: con amor... con mucho amor, ¿no te parece?

-¿Querés que te conteste sin palabras? -me preguntó, a modo de respuesta, acercando su boca a la mía, abriéndola de a poco y entrecerrando sus ojazos.

Obviamente, esto terminó en un beso, en el que nuestras manos tuvieron su parte: las de ella, pequeñas y suaves, acariciaron mis mejillas y cabello. Las mías rodearon su sudorosa espalda y húmedo pelo. Fue un beso intenso, fogoso, como todo cuanto habíamos hecho esa noche, desde que la "ataqué" en la cama. Yo también estaba transpirado. No quise ducharme, porque eso me habría espabilado, pero sí me levanté, fui al baño, pasé una esponja apenas mojada por las partes de mi cuerpo que más acaloradas estaban y, desde luego, me sequé. Al volver a la habitación, vi a mi amada adolescente acostada boca abajo, destapada y profundamente dormida. Observé que parte de mi leche salía de su conchita y me hice una nota mental para cambiar las sábanas al día siguiente o, al menos, antes del lunes. Si no lo recordaba, Mica o yo, seguramente, veríamos las manchas y eso nos haría llevarlas al lavadero de la otra cuadra, como siempre hacíamos con toda la ropa sucia.

Por la mañana, desperté con una muy grata sorpresa: mi nena, vestida con un top -su panza totalmente al aire- y una minifalda rosados, me trajo el desayuno a la cama. Al agacharse para apoyar la bandeja sobre mi falda (patitas mediantes), me dio un dulce beso de "buenos días".

-Mmmmm… ¡qué rico, Dulzura! -exclamé, refiriéndome al suave pico que había recibido y retribuido.

-Y eso que todavía no probaste nada, mi Vida. -dijo, sensual, mientras, descalzándose, gateó sobre el lecho para ubicarse, de costado, mirándome, del lado donde solía dormir.

-Sí, bueno; pero todo esto parece un manjar -repliqué, haciéndome el zonzo, pero sabiendo muy bien a qué se refería-. ¿Qué puede ser más rico que un buen desayuno en la cama, preparado por la persona a quien más amás en tu vida?

-Por eso -me dijo, fingiendo inocencia, al tiempo que jugaba con el dobladillo de su amplia pollerita, subiéndola más y más por sus deliciosos muslos-… tomá tu desayuno tranquilo, Papi. Después vemos qué se nos ocurre para pasar un lindo fin de semana.

En eso, sonó el teléfono. Mi hermosa y adorada niña saltó de la cama y, sin volver a calzarse, fue a atender. Por lo que pude inferir de la conversación, se trataba de sus abuelos, en cuya casa nos habíamos reencontrado, y parecía -de acuerdo con sus respuestas y comentarios- que la invitaban a pasar el día. Antes de cortar la comunicación, una frase de Mica me devolvió el alma al cuerpo: "Lo consulto con Carlos y los llamo". En realidad, era lo único lógico que podía haber dicho, pero con solo pensar que podría pasar todo un sábado o un domingo sin ella, turbó mi cabeza y no me dejó razonar durante esos pocos minutos.

Si verla salir del dormitorio había sido un hermoso espectáculo, corriendo y dando saltitos hacia el teléfono, observarla regresar fue mucho mejor: jugaba con los costados de su falda, como si fuera a hacer una reverencia que no realizó: en su lugar, levantó su prenda, permitiéndome ver su adorable conchita durante unos segundos y volvió a cubrirla. Repitió esto varias veces, como abanicando algo que estuviera frente a ella, movimiento que detuvo poco antes de subirse nuevamente a la cama y ubicarse en el mismo lugar e igual posición que cuando corrió a atender el llamado.

-Mis abuelos -me confirmó-… me invitaron a almorzar en su casa; y a vos también, por supuesto; pero quieren ver a su "inocente nietecita".

-¿Y no te parece lógico, Amor? -pregunté, serio pero con una dulzura que sólo ella lograba hacía florecer en mi voz.

-Sí, supongo… pero yo quiero estar con vos. -puchereó, sensualmente, mientras mi mano se posaba en su vientre, a la altura del ombligo, bajando muy despacio, separando la parte superior de su pollera de la piel, introduciéndose, incontenible, por ahí.

-Y bueno... ¿cuál es el problema? ¿No acabás de decirme que yo también estoy invitado? -sonreí, con inocencia, en tanto mi mano seguía su encantador derrotero, sin que ella se inmutara.

-¡Sí, es cierto! -exclamó, como si hubiera descubierto algo increíble.

-Y después del té, nos vamos al hotel donde está el amigo de tu Papá y recogemos el documento que nos mandó -expliqué, cuando mi dedo cordial llegaba a destino, introduciéndose un poco en aquella deliciosa conchita imberbe, con un retoque de depilación la noche anterior-. ¿Qué te parece?

-¡Maravilloso…! -suspiró, a raíz de mi idea y las caricias que le estaba prodigando; enseguida, se dedicó a gozar plenamente de estas últimas-… ¡más, Papito… dame más… porfi, no pares…!

Metí otro dedo, hasta llegar a cuatro. Con mi otra mano y logrando mantener el ritmo con la primera, alcancé el vibrador dentro del cajón de su mesita de luz. Se lo ofrecí en la boca y aceptó, totalmente excitada. Luego, yo mismo lo chupé, para mezclar nuestras salivas y que quedara bien mojada -de hecho, chorreaba un hilo de baba- y se lo introduje en su suave cuevita, sacando mis dedos al mismo tiempo, los cuales fueron a parar, por un pedido inininteligible para cualquier otra persona que no fuera yo, a su boquita y los chupó como si la vida se le fuera en ello.

Instantes después, sus dos pequeñas prendas yacían en el piso. Ella había tomado el aparato en una de sus manitos y mi pija, una vez más, era su chupete que entraba y salía, frenética y lujuriosamente, hasta que sus labios comenzaban a rozar mi glande… ése era su "tope", por así llamarlo, de salida. Entre tanto, el vibrador estaba a pleno dentro de su conchita, haciéndola gozar con sus dos usos posibles, imitando los movimientos de mi verga, gracias a su hábil mano derecha que lo guiaba, mientras con el índice y pulgar de su izquierda, hacía temblar todo su cuerpito al pellizcarse, controlada, el clítoris. Mi nena hermosa se corrió unas cuatro veces, antes de que yo pudiera darle la lechita que, anhelante y paciente, degustó y tragó por enésima vez.

Una hora y media más tarde, tras una breve confirmación telefónica que hizo mi tierna novia, estábamos en casa de sus abuelos; yo sólo hacía el papel de su padrino, como era costumbre cada vez que abandonábamos nuestro hogar; desde luego, nos disgustaba bastante, pero lo más seguro era que, aunque estuviéramos en un cine de cualquier barrio porteño y llegábamos a besarnos, allí estaría un amigo o conocido mío (o de Roberto que conocería y reconocería a mi adorada adolescente) y ya estaríamos metidos en líos. Entonces, pese a disgustarnos, nos veíamos obligados a portarnos "bien", de acuerdo con la hipocresía popular. Por supuesto, en el caso de la visita a los padres de Roberto, no nos quedaba otra opción. Sin embargo, al estar habituados, nos costó menos. No hubo lamentos ni quejas cuando anuncié que debíamos partir más temprano de lo que Sara y Tomás creían. En gran parte, esta afortunada reacción se debió a que, a pesar de no estar de acuerdo con la actitud de "abandono" de su hijo y nuera para con Micaela, no podían disimular su alegría de tener a su única nieta tan cerca para verla cuando quisieran… al menos, ésa era la idea que el abuelo de mi amada novia compartía con su esposa y que me confió, en un momento en que los dos estuvimos a solas. Pero, según también dijo darse cuenta, esto sólo sería posible si yo tenía ese documento, mismo que les impediría tener a su nieta con ellos un rato más ese día.

Al regresar a la Capital Federal, rumbo al Claridge Hotel, el tema surgió inevitable.

-No voy a poder visitar a mis abuelos cuando esté embarazada -me dijo, con aire triste, pero, aun así, soñando con ese momento-. Te matarían, Amor.

-Sí, me matarían… o, mejor dicho, van a matarme todos, cuando, tarde o temprano, quedes embarazada y se enteren de que yo soy el padre de tu hijo… pero, bueno: no tenemos demasiadas alternativas, ¿no?

-¡Esperá! -exclamó, después de una pausa-. Tengo una idea… mirá: nos moleste o no y, a pesar que no es cierto, mis viejos creen que soy una putita que se revuelca con todos los chicos que conozco -aseguró; iba a intervenir, pero ella me hizo un gesto con la mano para que esperase-. Por mí, que lo sigan creyendo: después de todo, ésa es una de las razones por las que estoy viviendo con vos. Aparte, si lo siguen creyendo, van a creer que me embarazó cualquier chico del colegio o algún vecino y que vos, sintiéndote responsable por mí, no vas a querer que me haga un aborto y te hacés cargo de mí con mi hijo. Así, no sólo te salvarías de "morir", sino que serías casi un héroe o un santo por bancarme, ¿no te parece?

-Ay, mi Amor… no sé… no me gusta que crean que sos una puta…

-Pero es que ya lo creen, Cielo… ¿no te das cuenta? -me interrumpió, sin molestarme.

-Okey, dejame pensarlo.

Al llegar al hotel, me di a conocer y pregunté por el Sr. Marcelo Aguilar. Me informaron que estaba en su habitación, así que, con mi amada adolescente en su estricto papel de mi ahijada, subimos a encontrarnos con nuestro anfitrión, quien me saludó con un franco apretón de mano y a Mica, con un sobrio beso en la mejilla, que ella retribuyó casi por compromiso. Marcelo, luego de su típico comentario de adulto "sensato", acerca de cómo había crecido desde la última vez, me entregó el sobre marrón cerrado y, después de unas pocas frases estereotipadas para ese tipo de encuentro, nos despidió, con el mismo tono ceremonioso para conmigo y las mismas estupideces para aquella "niña" -según sus propias palabras- de trece años, que tan feliz me hacía.

Ya en el ascensor, le propuse ir a cenar y, luego, a bailar, al cine o… a un motel. Por supuesto, aceptó. Como aún era temprano, decidimos hacer tres cosas, en lugar de dos. Lo primero fue ir a cenar.

Mi tierna novia atrajo todas las miradas masculinas -aún pocas, por la hora- del restaurante donde entramos. A su natural belleza, se sumó la remera de mangas cortas, de color "rojo furioso", vaqueros índigo y un par de sandalias -sin duda, su calzado favorito- del mismo color de su remera. Poco era lo que quedaba de su maquillaje, por lo que, en cuanto encontramos una mesa con buena ubicación y nos acomodamos, me dijo que iba al baño y que regresaba enseguida. Sonriendo, pensé: "¡Mujer al fin!".

Cuando regresó, noté que sólo tenía un poco de brillo en los labios, que le dio un toque de fina sensualidad, por si fuera necesario. De todos modos, admití que estaba muy elegante y, bromeando a medias, le dije que estaba "para el crimen". Ambos reímos y, entendiendo mi intención compartida, me respondió con una sola palabra: "Después".

De allí y luego de dar unas vueltas en el coche para hacer tiempo, nos fuimos a un boliche… ésa era nuestra segunda etapa que se vio frustrada porque Mica, siendo menor de edad, no podía entrar. Quise hacerle un "regalito" al encargado, pero ella misma me detuvo. Volvimos al Ford Fiesta y pusimos rumbo al motel donde ya habíamos estado. En esta oportunidad, sólo me bajé del auto, busqué la llave de la habitación y estacioné al lado de la puerta donde, esa noche, nos refugiaríamos de tanto moralismo hipócrita.

Una vez adentro, mientras yo cerraba la puerta e iba al baño a responder al llamado de la naturaleza, mi adorada nena se quitó los pantalones y, descalza, me esperaba sobre la cama. Mano derecha entre la nuca y la almohada, mano izquierda sobre la panza, ahora al descubierto, aún la vestían dos prendas: la remera y una bombachita roja.

-Me la puse porque ya sabés que tengo miedo, cuando salgo, que me agarre la regla por primera vez y no quiero pasar papelones. Y aparte, como también sabés, los jeans me raspan la cosita cuando estoy mucho tiempo sentada, como en el auto.

-Ya lo sé, mi Vida… y lo más gracioso es que sabés que lo sé, así que no hay necesidad de explicar nada. -dije, en voz baja, acercando mis labios a los suyos, hasta unir nuestras bocas, mientras mis enloquecidas manos desvestían a mi tierna adolescente.

Enseguida, con la urgencia que nuestro ardiente amor demandaba, yo también me desnudé por completo y, hundiendo mi cabeza entre sus piernas, comencé a hacerle gozar otra noche de sentimiento puro, de la cual, obviamente, yo también disfruté. Cada caricia, beso, penetración, mamada o lamida tenía el sello de nuestro indescriptible amor.

Continuará