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Enloquecidos y Apasionados (09)

en Hetero: General

Como ya dije, este relato es 100% ficticio, pero podría ocurrir. Recomiendo que lo lean desde el primer capítulo, si no lo han hecho ya.

Enloquecidos y Apasionados

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msn: tioguacho52@hotmail.com

Capítulo 9.

Pasados unos días, ya estaba acostumbrándome, a la fuerza, a dejar a mi novia sola en mi departamento. Desde luego, no pretendía que se quedara encerrada todo el día entre nuestras cuatro paredes, así que salía a hacer compras y, últimamente, había conseguido un trabajito de niñera, con las jóvenes madres vecinas, lo cual, además de reportarle un dinero extra, más allá del que sus padres me enviaban y yo se lo pasaba a ella, la mantenía ocupada, lejos de las tentaciones de toda gran ciudad, amén de que también tenía amigas dentro y fuera del edificio donde vivíamos.

Esa noche del viernes 8 de febrero, recibí el más encantador beso de bienvenida de mi muñeca.

-Esta tarde, llamó el piloto amigo de Roberto -me informó, siguiéndome a mi estudio, donde ella tenía "su" cama arreglada; de todas formas, no había que disimular hasta el lunes, antes del cual haríamos algún "sacrificio" para que el lunes nuestra empleada Julia creyera que había dormido ahí-. Me dijo que quería hablar con vos y que llamaría esta noche, así que supongo que estará por llamar en cualquier momento; supongo que es por lo del permiso para que puedas hacerte cargo de mí… aunque ya te hiciste cargo hace un mes, en todo lo que yo necesitaba. -afirmó, bromeando a medias.

-Sí, pero esto es un documento legal -aclaré, innecesariamente; ella lo sabía tan bien como yo-. Ahora, voy a poder anotarte en un colegio, como ya lo hablamos, ¿te acordás? ¡Claro que te acordás! ¡Qué pregunta tonta la mía! -me autorreproché.

-Sí, me acuerdo; incluso, estuve averiguando con algunas de mis clientas cuál sería un buen colegio para mí -me explicó, con naturalidad-. Pero lo que dijiste recién de la pregunta tonta, sí, puede ser, pero eso pasa porque estás cansado, Amor.

-Sí, un poco cansado estoy: no voy a negártelo; después de todo, hoy es viernes y tuve una semana pesadita en el trabajo. ¡Ah! Casi me olvido: te traje dos cosas para vos: una es algo para que estemos siempre comunicados, estés donde estés -dije, buscando en el bolsillo de mi saco, el cual ya colgaba en el respaldo de la silla para, finalmente, entregarle mi regalo-: un celular.

-¡Gracias, mi Cielo! -exclamó, besándome con lengua, en agradecimiento-. ¿Te dije que te amo? -sonrió, con voz mimosa.

-Y… dejame pensar… no: desde que llegué, es la primera vez… y no sé si voy a perdonártelo tan fácilmente -bromeé, haciéndome el serio, imaginando cuál sería su reacción.

-¡Ay, Papiii, perdoname, porfiiii! -actuó, simulando ser la nena malcriada, papel que nos gustaba tanto a ambos-. Te prometo ser una niña buena, tomar toda la lechita y darte mis tetitas cuando vos quieras… ¿sí?

-¿Nada más que las tetitas? -interrogué, serio, siguiéndole el juego.

-Bueno -empezó a responder, con vocecita mimosa-: si querés mi ombligo y mi cosita, también te puedo dar eso.

-¿O sea que serás toda mía?

-Sí, Papucho… toda, toda, toda tuya. Ahora, ¿me perdonás?

-Bueno -acepté, "resignado"-. Está bien… pero de ahora en más, vas a tener que decirme "Te amo" ciento veinte veces por día… si querés más, no hay problema; pero no menos de ciento veinte veces, ¿de acuerdo?

-Sí, Papi -dijo, saltando una y otra vez a mi lado, haciendo que su falda azul, tableada subiera, con cada salto. Arriba, su remera de mangas cortas, color naranja, realzaba su belleza natural… si eso fuera posible: ¿más bella de lo que era? Debía estar loco.

Cruzó sus manos por detrás de mi cuello y, en pleno beso, sonó el teléfono. Suavemente, separé nuestros labios y sacrifiqué un brazo que rodeaba su adorable espalda, para alcanzar el auricular.

-Hola… -atendí, sin la menor intención de separar mi cuerpo del de mi nena.

-¿Hablo con Carlos Andrade? -preguntó una voz clara y varonil.

-Sí, soy yo.

-Ah, mucho gusto, soy Marcelo Aguilar, amigo de Roberto Vargas…

-Ah, sí… Micaela, mi ahijada, me dio su mensaje.

-Bien: me alegra no tomarlo desprevenido. Vea, Carlos: tengo los documentos que Roberto le envía por mi intermedio y me gustaría entregárselos en mano.

-No hay inconveniente: dígame dónde está parando y a qué hora le conviene, y mañana mismo estaré por ahí para buscarlos.

-Estoy en el Claridge -respondió, nombrando el conocido hotel con un innegable acento inglés estadounidense-. Sabe adónde queda, ¿verdad?

-Sé que la calle es Tucumán, pero ignoro la dirección exacta. -expliqué, sincero.

A medida que iba dictándomela, junto con su número telefónico y la habitación que estaba ocupando, fui anotándola en un papel, con letra ilegible para cualquiera que no fuera yo. Claro: esto me obligó a soltar a mi amadísima Mica, quien ahora, estaba sentada sobre la cama, con las piernas en posición de Buda… bueno, casi… descalza, mirándome con mirada sonriente e infinita paciencia… ¿o sería que, como decía, le gustaba mirarme? Por amor o "comodidad", opté por esta última alternativa.

-Muy bien -dije, por fin-. Mañana, cerca de las siete de la tarde, estaré por ahí.

Después de una despedida bastante protocolar, corté la comunicación y dejé el papelito que acababa de escribir a la vista, sobre la mesa de dibujo. Luego, agachándome un poco, tomé la carita de mi nena entre mis manos y, mirándola a los ojos, le dije, con énfasis, desde el fondo del corazón:

-¿Por qué sos tan hermosa? ¿No te da vergüenza volverme loco de esta manera?

-¿La verdad? No -me respondió, moviendo sus brazos para ponerlos nuevamente, rodeándome el cuello, acercando su rostro al mío-. ¡Me encanta ponerte "loquito", Papi! ¿Y sabés qué es lo más lindo? Que, cada vez, te siento más mío… y a propósito de lo mío, me dijiste que me habías traído dos cosas y, hasta ahora, sólo vi una.

-Sí, es cierto. La otra cosa es algo que me encargaste hace unos días, y me dijiste que vos ibas a pagarlo -afirmé, con tono "misterioso"-; pero, si querés, lo pagamos a medias. Y antes de que intentes estrangularme para sacarme información, te digo que está en mi bolsa… la que llevo a la oficina.

No acabé de decirlo que mi novia se abalanzó sobre aquella bolsa azul, que usaba a modo de portafolios: era muy cómodo para llevar planos, escuadras, reglas, aunque, por lo general, utilizaba las que había en la empresa.

Mi increíble mujercita encontró el paquete y, rompiendo el papel, lo sacó de la caja. Sí, era un vibrador y, por su forma fálica, podía usarse como un simple consolador. Con el aparato rojo en la mano, me abrazó y me besó.

-¡Gracias, Amor! -exclamó, entusiasmada con su nuevo juguete. Luego, añadió como con vergüenza-. Prometo usarlo sólo cuando no estés en casa...

-No seas "tontita", Cielo: podés usarlo cuando quieras. Es más, estoy seguro de que va a ser un buen complemento para nuestros jueguitos.

-¿Vos creés? -preguntó, comenzando a sonreír otra vez.

-¡Seguro! Vamos a ir experimentando, pero creo que nos servirá mucho. Por ejemplo, cuando vos me la chupás y querrías tenerme adentro al mismo tiempo, ahora vas a poder. No va a ser igual, pero creo que va a estar bueno. Además, mi Vida, me va a encantar verte pajeándote con eso… es una de mis fantasías; y ya que te gusta usarlo, va a ser un placer para los dos, ¿no te parece?

-Sí, si a vos te gusta verme, claro… lo que pasa es que todavía no puedo creer que te guste verme usando un consolador en vez de meterme tu pijota.

-Mica, mi Cielo -dije, poniéndome en cuclillas al pie de la cama, frente a ella-: siempre va a gustarme meterte la pija; ¿cómo podés creer que me perdería ese placer total de hacer el amor con vos? No, no es eso. Pero esto -afirmé, suavemente, tomando el aparato en mi mano y mostrándoselo, muy cerca de su carita, al punto que sus ojos bizquearon por poco tiempo- es un juguete… un juguete "de adultos", según algunos, pero juguete al fin. Como te dije, puede servirnos como un accesorio… algo que se usa para divertirse y nada más; o bien, cuando yo no estoy y estás muy caliente, para jugar a que estoy con vos y te lo metés en tu conchita -expliqué, rozándosela apenas, debajo de su falda-, o chuparla… no sé: lo que se te ocurra.

-Pero yo siempre voy a preferir tu pija, Papi. -ronroneó, procurando alcanzar mi verga, sin estirarse demasiado.

-Lo sé, mi nena hermosa, ya lo sé. Bueno, mi Vida: esto está muy lindo, pero quiero ducharme antes de cenar. Julia dejó algo para poner al horno, me imagino… -especulé, poniéndome de pie, nuevamente y abandonando el vibrador sobre la cama, cerca de la caja en la que había venido.

-No: hoy cocino yo… y no te rías, ¿eh? -"advirtió", con una mueca divertida en los labios.

-¿Algún ingrediente especial? -pregunté, refiriéndome a algo que tuviera que ver con el sexo, como había sucedido un par de veces, después del experimento con el café.

-No. Había pensado en dejar eso para mañana; pero, si querés, siempre estamos a tiempo.

-Bueno… en todo caso, después vemos. -dije, entrando al baño.

-Okey; mientras vos te bañás, yo empiezo con lo básico de la cena. Cuando estés por terminar, avisame, porfa: se me acaba de ocurrir una idea -comentó, abandonando la habitación, rumbo a la cocina.

Nada extraordinario sucedió, hasta que, unos quince minutos más tarde, le anuncié a mi pequeña que ya estaba por secarme. Pocos segundos después, apareció en la puerta, donde se desnudó y, entrando, posó algo que no alcancé a distinguir, sobre el estante, donde guardábamos el champú, la crema de enjuague, el jabón, etcétera. Abrió la ducha y, dándome la espalda -yo estaba sentado sobre el inodoro, secándome los pies- se metió bajo el agua que, naturalmente, ya estaba caliente. Mientras mi tierna novia agarraba el jabón, aprecié sus nalgas en toda su magnitud. Era la enésima vez que se las veía, pero pocas veces lo había hecho así, tan de cerca y, un poco más abajo me espiaba, entre su colita y el comienzo de sus piernas, la parte trasera de aquella conchita, como esperando que la tocara, lo cual evité, por no considerar que era el momento oportuno: de haber deseado que la acariciara, me lo habría hecho entender. Sin embargo, ver ese espectáculo me produjo una erección. Ella, en tanto, acaso sin pensar más que en bañarse, se lavaba la cara, el cuello, los hombros, brazos, pechitos, vientre… y hacia abajo. Pude ver las marcas blancas que aquella odiosa pero necesaria bikini dejaba en los cachetes, "cortándolos" a la mitad, con una línea oblicua que iba desde las caderas hasta la entrepierna. Luego, le tocó a su espalda, fregándosela con un cepillo enjabonado. Podría haberme pedido que la ayudara, pero parecía ignorarme, sin maldad, y ambos mantuvimos silencio, mientras las gotas de agua hacían todo el ruido necesario en el bañito. Bajó hasta los pies para lavarlos correctamente, pasando por detrás de sus rodillas y por las pantorrillas.

Después, sin razón aparente, giró hacia mí y, abriéndose la cuquita con ambas manos, se la miró, como quien mira su ombligo, apoyando la espalda contra la pared. Cerró la llave del agua y comenzó a tocarse el centro de su conchita con el dedo índice derecho. Recién entonces, me miró y, guiñándome un ojo, alzó su brazo izquierdo y alcanzó el objeto que había colocado sobre el estante. Sí: era el flamante consolador. Le mojó la punta con la lengua, como cuando me la mamaba, se lo metió brevemente en la boca, como probando su grosor respecto de mi verga, y luego, lo usó para rozar su clítoris. Suspiró con placer y se puso en cuclillas para abrir las piernas sin tanto esfuerzo. Momentos después, el juguete ya estaba totalmente dentro de su conchita mientras ella se frotaba el botoncito y jadeaba. La escena fue tan excitanrte que no tardé en empezar a hacerme una paja en su honor. La calentura de ambos hizo que, sin señas ni palabras previas, mi nena hermosa se montara sobre mi poronga, metiéndosela hasta el fondo, gimiendo y hasta gritando de gozo.

Nos vestimos con lo mínimo indispensable -nuestra ropa "exterior"- y ayudé a Mica a preparar una ensalada mixta (lechuga, tomate y cebolla).

-¿Sabés? El consolador es un poco como el sexo entre chicas -me comentó, en tanto cortábamos los ingredientes, y mi mirada se convirtió en un signo de interrogación; al ver esto, me lo explicó-. Claro: es divertido por un rato, pero, en el caso del juguete, no tiene nada que ver con tu pijota… y no es porque quiera alabarte, Amor: es cierto. Y el sexo con chicas también me divierte, pero sólo por un rato… prefiero mil veces una hora haciendo el amor con vos, a pasar todo un día con una chica… y eso que Romina es muy buena haciéndome gozar. No sé… puede que sea cuestión de costumbre y de amor también, supongo. Si yo sintiera lo mismo por Romi que lo que siento por vos, se me ocurre que gozaría tanto con ella como con vos…

-Sí, es cierto, mi nena hermosa -intervine, tratando de sacarla de aquel "embrollo sentimental"-, pero ahí es donde entra a jugar un papel fundamental tu preferencia sexual… o, como en tu caso y el de muchas otras personas, las preferencias sexuales de cada uno, porque es obvio que puede haber más de una y en diferentes medidas, ¿me explico?

-Creo que sí; lo que vos decís es que vos, por ejemplo, nunca podrías divertirte cogiendo con otro tipo, porque no sos gay… o sea, no tenés esa preferencia sexual. Pero… tampoco sabías que podías pasarla bien con una adolescente, hasta que me viste y cogimos en casa de mis abuelos.

-Sí, eso también es cierto, pero, a la vez, es distinto; porque yo cambié de gusto en cuanto a la edad, no en cuanto al sexo de la persona que me gusta. Y, en lo referente a la edad, cambié porque me enamoré de vos… como te dije otras veces, no me caliento con cada chica de tu edad que conozco -aclaré, antes de que hubiera algún malentendido-; y, por otra parte, este amor que siento por vos no va a desaparecer cuando crezcas.

-Sí, eso ya me lo dijiste y me quedó muy claro, porque a mí me va a pasar lo mismo con vos, cuando seas un tipo de… no sé… de cuarenta y cinco, por decirte una edad.

Estábamos terminando de cenar, cuando mi pequeña tuvo otra ocurrencia.

-¿Sabés lo que quiero probar? Pija con yogur… no es que voy a bañártela con el bebible, pero sí quiero embarrártela bien con yogur espeso. ¿Me dejás? -preguntó, con pucheritos tan sensuales y simpáticamente fingidos como innecesarios.

¿Qué iba a responderle? Abrí mi bragueta y saqué mi herramienta, ya semierecta, con sólo pensar en la idea. Ella, en tanto -obviamente, segura del éxito de la oferta-, tomó el potecito de yogur de la mesada, quitándole la cubierta de papel aluminio que lo mantenía cerrado.

-Lo saqué de la heladera mientras te duchabas -explicó, chupándose el dedo índice que se había ensuciado cuando abrió el envase-… en el peor de los casos, que me dijeras que no, me lo comía sin tu pija y de postre. Además, no quería congelártela. -rió, pícara, mirándome, alternadamente, a los ojos y mi aparato que ya iba adquiriendo el tamaño habitual de plena erección.

En tanto, ya sentado en una sillita de madera y sin ropa, tocaba los aterciopelados muslos de mi nena, por debajo de una falda negra, amplia, hasta la rodilla, que había traído de los Estados Unidos. La tela de encaje con la que estaba hecha era sumamente fina y, para mejor, Mica le había quitado el forro, por lo cual se transparentaba todo cuanto tenía abajo… en este caso, su tersa piel y nada más. Alcancé su vulvita, haciendo especial énfasis en sus labios, suaves y algo húmedos. Todo estaba muy lindo, pero yo quería ver, además de tocar; ver sin obstáculos, sin pollera, sin ropa. En definitiva, lo que deseaba era verla tan desnuda como lo estaba yo; afortunadamente, ella lo sabía y, además, le fascinaba exhibir su cuerpito delicioso ante mis ojos. Ella misma desabrochó su falda que cayó al piso por su propio peso. Enseguida, con ambas manos, tomó el borde inferior de su remera negra, con una flor dorada estampada en el pecho y, estirando sus brazos hacia arriba, se la sacó por la cabeza; luego, con un leve movimiento de pies, se quitó las ojotas y ya estaba: completa y maravillosamente desnuda para mí… ¡y sólo para mí! Jugó un poco con sus tetitas, agarrándolas, una en cada mano, masajeándolas, "sopesándolas" -ésa era la sensación que daba-, dándoles palmaditas y hasta sacudió el cuerpo, girando su torso con movimientos cortos y rápidos, de lado a lado, para que se movieran, cosa que logró a medias: eran demasiado firmes y duras.

De inmediato, tomó el envase ya destapado y, con una cucharita plástica fue pasando el espeso yogur a mi verga, que aún tenía el prepucio sobre mi glande. Cuando creyó que, por el momento, la cantidad era suficiente, posó el envase en el piso y se puso en cuclillas para comenzar la original -al menos, para nosotros- mamada. Admito que, a medida que me untaba la poronga, ésta casi se achicó por efectos del frío, pero, en cuanto comenzó a chuparla… ¡guauuuuuu!, casi exploté en ese mismo momento, sintiendo su lengua y labios, mientras su mano derecha, muy cerca de la base de mi pedazo, fue tirando la piel hacia atrás. Por otra parte, oírla gemir, como una gatita, lamiendo ese líquido y, aún así, esperando el que saldría de mi pija, me ponía a mil. Pronto, le importó muy poco el sabor a frutilla del delicioso alimento y empezó con el clásico movimiento vaivén de arriba abajo y, con su manito izquierda, me acarició las bolas, hasta que mi leche llenó la cavidad bucal de mi nena, mezclándose con el yogur, cóctel que le gustó tanto que no parecía resignarse a dejar de chupar, pese a que mi herramienta había vuelto a sus seis centímentros normales en estado de faccidez.

Comprendí que Mica también quería su parte… o yo la mía, dependiendo del ángulo desde el que se mirase. De todas maneras, era mi turno para untar la encantadora conchita de mi adorada novia con aquel alimento lácteo. Si bien no había ningún lugar demasiado lejano en mi departamento, consideré que lo más sencillo sería llevarla en brazos hasta el ya conocido sofá que era lo más cómodo y cercano para la tarea que, tan gustosamente, realizaría. La deposité allí, como quien deja un bebé en su cuna, y sin pérdida de tiempo, busqué el pequeño envase plástico y regresé a su lado. Mi nena abrió sus muslos, separando, cuanto pudo, las rodillas, manteniendo los pies juntos, unidos por las plantas. Cargué la cucharita al ras, usando ese mismo utensilio a modo de espátula para esparcir el yogur sobre esa fascinante vulva pelona, y repetí la acción una vez más para que quedara bien embadurnada, mientras mi otra mano se regocijaba, paseando por las maravillosas tetitas de mi tierna adolescente. Me acomodé un poco mejor y hundí mi lengua en su deliciosa entrepierna.

-Ay, ay, Papi… seguí, no pares, porfisss… -gemía, con un hilito de voz, apenas audible y entrecortada.

No podía responder con palabras, porque, de hacerlo, me habría detenido. En su lugar, continué y, poco a poco, aceleré mis lamidas, insistiendo con mis pasadas sobre su clítoris, que se notaba hinchado de placer. De repente, el sabor inconfundible de sus juguitos se mezcló con el del espeso alimento que había esparcido en su cosita. ¡Jamás había probado un yogur tan delicioso! Y, por supuesto: junto con esta exquisitez, vinieron sus grititos y jadeos de placer. Subí hasta sus pechitos para chuparlos, dejando un caminito de saliva, jugos y yogur; cuando cambié al segundo montecito, sonó el teléfono. Tuve que levantarme a atender y, afortunadamente, lo hice: era Patricia, la madre de mi novia.

Continuará