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Enloquecidos y Apasionados (19)

en Hetero: General

Como ya dije, este relato es 100% ficticio, pero podría ocurrir. Recomiendo que lo lean desde el primer capítulo, si no lo han hecho ya.

Enloquecidos y Apasionados

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Capítulo 19.

Una vez allí, Mica señaló una de las puertas de las dos habitaciones de huéspedes. Lo hizo con disimulo, a fin de no romper el clima de la obra, cuyo segundo acto estaba a punto de comenzar, no bien traspusiéramos el dintel sugerido. En realidad, en ese momento, ella era la única que sabía el motivo de dicha elección, pero no pasaría mucho tiempo para que los otros tres nos diéramos cuenta.

Al entrar y ver dos camas de una plaza cada una, pensé que la intención de mi tierna adolescente era que ambas parejas compartiéramos el dormitorio, cada una en su cama… ¡quise creer!

Nuestros invitados fueron los primeros en sucumbir a sus "instintos carnales", como diría cualquier persona decente de nuestra hipócrita sociedad pacata. Cecilia no tardó en tirarse de espaldas sobre uno de los lechos, que sólo tenían el colchón, una almohada y la colcha. Al caer, la minifalda del uniforme de colegiala voló hacia atrás, cayendo su parte delantera más arriba de sus caderas y dejando al descubierto aquella tierna conchita depilada de la que me había hablado Diego y que yo tuve la oportunidad de admirar cuando las chicas se desnudaron frente a nosotros en el primer encuentro de los cuatro como parejas. Ahora, en este momento en casa de los abuelos de mi novia, también advertí de reojo un gesto de mi amigo, mirando a Mica y guiñándole un ojo, mientras señalaba la rajita de su pareja, en lo que fue un claro agradecimiento sin palabras por haberla ayudado a depilársela por primera vez. Tras esto, mi novia, mirándome, apuntó hacia otra puerta dentro del cuarto, que daba al segundo cuarto de huéspedes. Fue entonces cuando creí entender todo: nosotros dos iríamos al dormitorio contiguo para nuestra propia intimidad; y, de hecho, así fue, pero con un detalle que yo no había advertido hasta el momento en que mi adorada futura mamá me mostró una simple llave que utilizó para encerrarnos.

-Es la única que hay -me dijo, con mirada pícara-… la otra se perdió hace ocho años en el jardín. Me acuerdo, porque fui yo quien la perdió y Roberto siempre me lo recuerda. Nunca hicieron una copia… dicen que no vale la pena.

Sentándose sobre el cubrecamas, tomó el dobladillo de su breve pollera a cuadros y se la levantó muy lentamente, hasta descubrir su hermosa conchita. Comenzó a frotarse los labios mayores, en un ir y venir lento y sensual que me volvía loco, invitándome a reemplazar sus dedos por los míos. Sin esperar, acepté la sugerencia, y abrí su grieta, más de lo que ya estaba, fruto de los jueguitos que había tenido con Cecilia. Ver aquella zona rosadita e imberbe me hizo desearla como pocas veces antes y empecé besársela -como si de una boca se tratara- y, después, a chuparla casi con desesperación. Entretanto, ella, habiéndose quitado la corbata que hacía juego con la pollera, ya enrollada alrededor de su cintura, se desabrochó la blusa. Así, esperó que mis manos, libres de cualquier otra tarea, abrieran la senda de la parte superior de su delicioso cuerpo cálido y apetecible, despojándolo de esa molesta prenda blanca. Como dos imanes -los más bellos del universo- sus dos pezones atrajeron a las yemas de mis dedos que, sin poder despegarse de ellos, los acariciaban y tironeaban muy suavemente. Mica ya gemía con los mimos que yo, el más afortunado de los varones habidos y por haber, le estaba proporcionando. Y esto recién comenzaba…

Mi cuerpo, que mi nena hermosa se encargó de desvestir a cada paso, inició una lenta y delicada "escalada" sobre el suyo. Nos quedamos inmóviles por un breve espacio de tiempo.

-Metémela, Papucho -me pidió, casi en un susurro, con su típica voz de nenita malcriada que, pese a la reiteración, cada vez me excitaba más-… meteme tu pijota en mi cosita; la necesito, Papi… porfiiii…

Ante tal petición de mi adorada bebota, no pude negarme; es decir, no pude negarme porque, además de lo caliente que me ponía nuestro jueguito, sabía que su pedido era fruto de nuestro amor, así como mi deseo más íntimo de poseerla una vez más, uniendo nuestros cuerpos para que fueran uno.

Y allí fue mi verga, penetrando lo que ya era mío… y de los dedos de alguna que otra chica traviesa, como era el caso de Cecilia, había sido el de Romina y Carolina… y, tal vez, habría alguna otra, en el presente o futuro de mi adorada adolescente. De todos modos, tenía la certeza de que, en lo que se refería a hombres, si bien había tenido otros dos en su pasado, ahora yo era el único y que seguiría siéndolo durante mucho tiempo; hasta el fin de mis días, era mi deseo.

Pero no quiero irme por las ramas, como suele sucederme. Sentir el calorcito húmedo de su conejito rodeando mi poronga hizo que calara más profundo en su interior, hasta el límite que marcaban mis bolas contra sus nalgas. Si hubiese habido un sistema para poder entrar más adentro, sin lastimarla, juro que lo habría utilizado. En lugar de eso, la penetré con más fuerza y, con cada embestida, su cuerpo se sacudía hacia arriba y hacia abajo, acompasando mis movimientos y sacudiendo, bastante más que en otras oportunidades, sus tetitas ya más crecidas, un poco debido al natural crecimiento por su edad y otro poco por su bello y deseado embarazo. Sentir sus senitos contra mi pecho, fruto de este bamboleo, me enloquecía y más "frenético" era nuestro potente vaivén. Ambos ya jadeábamos. En esos momentos, completamente ajeno al mundo que nos rodeaba, mi objetivo era uno solo: hacerla feliz, acabando dentro de su útero. No obstante, una idea cruzó mi mente… algo que habíamos hecho un par de veces antes, no hace mucho: saqué mi verga de su hermosa conchita y la acerqué a su cara. Ella, comprendiendo mis intenciones, la tomó con una mano y la apoyó sobre una de sus mejillas, haciéndola ir de un costado al otro de su encantadora faz juvenil, pasándola por sus ojos, la nariz, su frente -con y sin flequillo, según el cabello apareciera o no en esa parte, empapada de sudor-; al pasar por sus labios, no sólo le daba besitos por la base, el tronco o el glande, sino que, a veces, sacaba la lengüita para lamérmelo en esas distintas partes. De más está decir que, con tanto mimo, agregado a las embestidas anteriores y la paja que me hacía con su carita de muñeca, tardé muy poco en llegar cerca de su ojo derecho, con lo cual se embarró con leche por todos lados. Mi pija era un volcán incesante y, así, terminé de eyacular en su boquita. Si hubiésemos estado solos en la casa, mi adorada nena hermosa no se habría apresurado en ir a lavarse, y menos aún poniéndose la camisa que cubría parcialmente su cola para ir y regresar. Habríamos esperado que mi lava se secara: ¡nos encantaba quedar, tanto ella como yo, con nuestros respectivos jugos y desnudos todo el tiempo posible, sin que los efluvios fueran obstáculos para besarnos o lamernos: por el contrario, eran estímulos, por si los necesitáramos, para esas deliciosas "chanchadas" que solíamos hacer, cuando el tiempo jugaba a nuestro favor.

Así, "vestida", con sólo su camisa de colegiala, fue al baño y, al ratito, regresó totalmente limpia, pero aún caliente porque todavía no había tenido su tercer o cuarto orgasmo que había empezado a gestarse antes de que tomara mi decisión unilateral. Como si se tratara de un salto de cama, se quitó aquella prenda escolar. Sentí que se lo debía… ¡qué gran "sacrificio" era para mí frotar ese magnífico clítoris! ¡Delicioso! Sí, digo "delicioso" por dos motivos obvios. Primero, porque era exquisito tocarlo y mirarlo, verlo crecer ante la excitación que le producía, entre otras cosas, el roce de mis dedos; y segundo, por el aroma y el sabor que ya conocía de memoria y que me embriagaba cada vez que chupaba, besaba o lamía aquella zona fascinantemente erógena de mi bebota. Y eso fue lo que hice, pero no me conformé sólo con elegir una o dos de esos tres ejercicios, sino que opté por los tres y, además, goloso como era con mi nena hermosa, agregué un levísimo "mordisquito" -apenas un mimo dental- en su hinchado botoncito de placer.

-¡¡¡Ayyyyy!!! ¡¡¡Aaaahhhhh!!! -chilló, gimió y jadeó, respirando con dificultad, ante el gozo que sentía-. ¡¡¡Dame más, Papucho hijo de putaaaaa!!!

Aquel improperio en boca de cualquier otra persona, fue música para mis oídos y, sin esperar una reiteración, repetí cada caricia bucal, muy lentamente, sabiendo que no tardaría en llegar, dándome su néctar en mi sedienta garganta, previo saboreo, paseándolo por toda mi boca.

Una vez culminada esta fiesta, subí, muy despacio, uniendo nuestros labios y lenguas. ¡Me habría quedado horas así, y ella también! Me lo dijo después, sin que yo le mencionara lo mío antes.

-¡Te amo, Carlos…! -suspiró, desde el fondo de su ser, estando frente a frente, recostados en la cama, abrazados y completamente desnudos.

-Yo también, mi Cielo. -respondí, y le besé la punta de la nariz, que ella frunció, en señal traviesa de cosquillas, que ratificó con una risita cantarina.

-¿Sabés? -me dijo, mirándome a los ojos con su par de preciosos azabaches que me volvían loco-. A veces, me da miedo sentirme así, tan amada y amándote como te amo. Tengo miedo que todo esto sea un sueño y que un día me voy a despertar en Miami, en la que era mi cama, viviendo con Roberto y Mamá; pero eso no es lo peor: lo peor, lo que no me bancaría por nada del mundo sería tener que vivir sin vos. No podría… simplemente, no podría. -dijo, comenzando a gimotear.

-No te preocupes, mi nena hermosa -dije, poniendo su cabeza sobre mi hombro para consolarla-… eso nunca va a pasar. ¿Sabés por qué? Porque esto no es un sueño, pese a que deba confesarte que, algunas veces, a mí también me parece que lo es. Pero después, te miro, veo esa pancita, cada vez más grande, y me doy cuenta de que esto es real… tan real como lo es el bebé que está dentro de vos y que, desde ya, amo con todo mi corazón, porque es nuestro y porque no fue un "accidente"; porque…

De pronto, un grito femenino de placer, nos hizo saltar a ambos. Provenía del dormitorio contiguo y, obviamente, se trataba de Cecilia orgasmeando. Pocos segundos más tarde, oímos un rugido como de león. No tardamos nada en darnos cuenta de que aquel "rey de la selva" no era otro que Diego. Después del susto, nos largamos a reír a carcajadas que hasta nos hicieron lagrimear.

En otra ocasión, a los siete meses y unas semanas de embarazo, recién habíamos regresado del ginecólogo, quien nos había mostrado, mediante una más de las tantas ecografías de control, el excelente estado de salud de Sofía, nuestra hija, que aún gozaba del relativo silencio del vientre de Mica. Según Sergio, el médico que acabábamos de ver, los bebés perciben -aunque en un volumen muy bajo- lo que ocurre en el mundo exterior.

De todas maneras, era un día sumamente caluroso y, al menos mi novia, tenía puesta ropa interior, a fin de que el obstetra no la catalogara de "putita", si bien no se lo diría, claro está. Digamos que era sólo una formalidad.

No bien cerramos la puerta de nuestro hogar, se quitó el corpiño; de hecho, por usar una minifalda, se había sacado la bombacha en el ascensor, con una rápida maniobra en la que yo ayudé, porque ya le costaba agacharse: para esos movimentos, la panza le molestaba un poco. Para el corpiño, esperó a entrar en el depto y, "cocinada", como ella dijo, se deshizo de la remera sin mangas y, naturalmente, de la única prenda íntima que, a esta altura, llevaba puesta. De tal modo, quedó desnuda de la cintura para arriba, con sus crecidas tetas y su vientre henchido. Pasó por el baño y se lavó la cara, sin secársela del todo para mantenerse fresca un rato más; así, cansada, se sentó en nuestra cama. Con el sol en su panzota, se me ocurrió que era una suerte de metáfora de lo que ocurriría dentro de un mes y medio, aproximadamente. También se había descalzado; me dio mucha ternura verla, con la mirada perdida en el cuadro que colgaba, donde yo estaba con mis padres a los diez años, frente al portón de mi casa.

-¡Lástima que ya no los tengas, ¿no?! -suspiró, sin dejar de observar la foto.

-Sí, es una lástima -respondí, acercándome a mi tierna adolescente, para sentarme a su lado y rodear sus hombros con mi brazo izquierdo, acercándola a mí y besándole la sien-… pero son cosas que pasan, mi cielo… por lo menos, se dieron el gusto de verme terminar el secundario y fallecieron cuando yo iba a empezar mi tercer año de Arquitectura.

-¿Cómo fue? Si no te hace mal hablar del tema, claro… -añadió enseguida, mirándome a los ojos.

-No… pasó hace casi quince años y, si bien no es mi tema favorito, tampoco voy a ponerme a llorar. Volvían del campo de unos amigos, en el auto, y se les cruzó un caballo en la ruta. Tenían puestos los cinturones de seguridad, pero no les sirvió de nada. El caballo les tiró la parte delantera del techo para atrás y murieron en el acto. -expliqué, sin entrar en detalles morbosos como que habían sido decapitados o que me había costado mucho reconocerlos, cuando fui a la morgue.

Volvió a quedar pensativa, y un poco triste. No me sorprendió ya que, en estos últimos meses, se había puesto muy sensible; de hecho, siempre lo había sido, al menos conmigo, contrariamente a los dichos de sus padres… fundamentalmente, de Roberto.

Rodeé todo su cuerpo con ambos brazos y besé su cálida boca en la cual introduje la lengua; enseguida, sentí la suya y permití que hiciera lo mismo… ¡era tan sabrosa! Se la chupé por unos instantes; luego, comencé a bajar. Mi intención era hacerle mimos bucales en el vientre, que mis manos ya acariciaban, sintiendo algunas pataditas de nuestra hija.

-Creo que va a ser buena jugadora de fútbol -sonrió, con ternura maternal, a lo cual yo sólo pude responder con una especie de zumbido que surgió de mi garganta-; y, si sigue así, es muy probable que te saque un par de dientes. -culminó, carcajeando.

-Sinceramente, preferiría que fuera bailarina de ballet -dije, separando mis labios de aquella tensa piel, para hablar, mientras sonreía-. No es por ser machista, por supuesto, pero es una actividad más "femenina" que jugar al fútbol.

-Sí, es cierto; pero también podría ser cinturón negro en taekwondo, ¿no?

-Sí, claro… eso sería mejor todavía; pero, en definitiva, va a ser lo que ella quiera, como vos, cuando termines el secundario. -respondí, antes de volver a posar mis labios sobre esa panza maternal, pero excitante, a la vez.

Empecé a besar aquel "bombo" con más pasión que antes. Su ombligo sobresalía como si fuera otro clítoris que le hubiese crecido. Ya no veía a mi hija dentro del vientre de Mica, sino que miraba cada centímetro con deseo, con lujuria. Los besos que previamente habían sido tiernos y paternales para con Sofía, se convirtieron en lamidas sugestivas para mi pareja que suspiraba y gemía, anticipándose a lo que se avecinaba. Mi lengua mojó su bello botoncito, aún más visible que el otro, el de su bella rajita, hacia donde comencé a bajar muy lentamente, dejando una senda de saliva espesa. Interrumpí mi excitante actividad y, con la palabra "permiso" en la mente, que nunca salió de mi garganta, por no considerarla necesaria, bajé el cierre de su falda para quitársela y dejarla completamente desnuda. Entretanto, ella abrió la bragueta de mi pantalón y sacó mi ya muy dura poronga, con la piel estirada y brillosa, dado el tamaño que había alcanzado, como cada vez que estaba en los momentos preliminares de hacer el amor con mi tierna y adorada adolescente. Claro: todavía no me había corrido el prepucio para liberarme el glande… pero no tardaría en hacerlo: nunca tardaba, cuando tomaba mi herramienta, ya fuera para una deliciosa paja, que tan bien hacía, o una de sus calientes mamadas, durante las cuales solía mirarme a los ojos, para luego cerrar sus párpados de una manera muy sensual o desviar sus azabaches, como si tratara de esquivarme -otro de nuestros jueguitos que me ponían a mil- y repetir la acción hasta tragarse la última gota y dejármela impecable.

Esta vez, sólo la masajeó mientras yo lamía una y otra vez su ya de por sí húmedo conejito.

-Ay, papito -jadeó, con todo su gozo a flor de piel-… ¡comémela entera! Y después meteme tu pijota ahí adentrooo…

-Sí, hijita puta -respondí, enloquecido de lujuria y deseo por mi adolescente embarazada-. ¡Voy a metértela hasta que te salga por la boca!

Mordisqueé suavemente sus labios mayores, su clítoris, tironeando lo justo y necesario para hacerla bramar de placer.

-¡Dale, hijo de puta… haceme llegar! Mordeme hasta que me duela… así, así… más, más, más ¡más! Aaahhhh, aaahhh… aaaggghhhhhhh… -rugía, con gritos guturales, con la respiración entrecortada, mientras mis paletas dentales rozaban aquella zona delicada de su amado y encantador cuerpito de nena embarazada por amor.

Así estuvimos, con distintos mimos bucales -con lengua, dientes y labios… los míos, claro está- sobre su vulva imberbe, hasta que no pude más: cambié de posición, acerqué su cola al borde de la cama y, abriendo sus piernas más todavía -téngase en cuenta que, hasta hace unos instantes, mi cara había estado entre sus muslos-, mi poronga entró en su encharcada cuevita. Tan lubricada estaba, que pocas veces antes había entrado con tanta facilidad. Mis embestidas se volvieron feroces y cualquiera que la hubiese oído gritar, habría pensado que la estaban lastimando… nada más lejos de la verdad: de hecho, su rostro reflejaba todo el placer que sentía con mis acometidas y la ayuda de su índice sobre el clítoris que ella misma se frotaba para que su goce fuera aún mayor. Con mis ojos entrecerrados, no podía dejar de observar aquellas enormes areolas que su gravidez le había regalado. Resolví no resistirme más a mis ganas y, sin dejar de bombearla ni un solo momento, inclinándome hacia delante, acarcié aquellos medallones cobrizos. Para ambos fue una sensación suave… un verdadero deleite; pero, en el caso de mi nena hermosa, no bien sintió el tacto de mi dedo, tuvo como un brevísimo choque eléctrico que noté a nivel de su piel y en un sutil cambio de respiración. Luego, pasé mi lengua por sus durísimos pezones, sin detener el mete y saca en su conchita. Pocas veces la había visto tan caliente (y de más está decir que le fascinaba el sexo); de hecho, yo también estaba a mil. ¿Sería nuestro amor lo que nos ponía tan cachondos? Para mí, en particular, era una mezcla de varias cosas: sabido es que Micaela había sido mi primera novia menor de dieciocho años, desde mi propia adolescencia; pero, edades aparte, era el gran Amor de mi vida… jamás amé a nadie como a mi adorable Mica. Su forma de ser me tenía "hasta las manos", como decimos acá, como sinónimo de "loco de amor". Eso, decididamente, ayudaba, y mucho a hacerle el amor con una calentura tan inusual como amorosa.

-Metémela en el culito… -rogó, con esa vocecita fingida que me hacía esclavo consciente y total de sus pedidos.

Hacía mucho que no la penetraba por la "retaguardia", y aún estaba a tiempo; es decir, no iba a largarle mi leche en los intestinos no bien se la metiera. Pese a mi ya mencionada calentura, todavía tenía resto. Por un momento, mi verga salió de su adorado cuerpo, pero enseguida ella misma puso la punta en su orificio posterior; al sentirla ahí, empujé y mi poronga, dura y candente, hacia adentro. Es verdad: el canal era más estrecho, pero, pese a seguir haciéndolo -sólo si me lo pide-, aun hoy no comprendo qué le encuentran mis congéneres, los varones, que se vuelven locos por hacerle el culo a una mujer o chica de cualquier edad.

De todas formas, en aquella oportunidad, reaccioné únicamente por y para mi nena hermosa que ya transpiraba por todas partes. De hecho, ambos estábamos empapados en sudor, pero era lo que menos nos importaba. Mi bombeo imparable hacía que ella, en cuatro, fregara su panza contra el cubrecamas, lo cual la hacía gozar hasta límites insospechados. Me había dicho que lo había hecho con el consolador en la cuca y en esa misma posición, pero parecía estar gozándolo más con mi herramienta clavada en medio de su traste. Comenzó a gritar y jadear como una posesa… en realidad, era una posesa; en rigor, ambos estábamos poseídos por el placer que surgía de hacer el amor (o, mejor dicho, honrarlo) de este modo, tan libre y desenfrenado.

Mi cadera continuó tocando rítmicamente las nalgas de mi hermosa bebota hasta que no pude más y llegué dentro de su colita. Esto pareció acelerar su excitación y, por enésima vez, en ese casi mediodía, explotó en un orgasmo feroz. A fin de que pudiera acomodarse sobre nuestro lecho, saqué mi verga semifláccida de su dilatado orificio trasero, pero mi novia todavía quería un poco más de actividad. La miré con ojos de "deberías acostarte y tomarlo con calma".

-Quiero dejar todo limpito, como hacen las nenas buenas después de comer -me dijo con una carita de ángel que, por una fracción de segundo, me pareció mentira que perteneciera a mi adolescente futura mamá… el mismo rostro de aquella jovencita que me había rogado que le hiciera el culito-… ahora me toca el postre, Papucho…

No era que me disgustara lo que adiviné que tenía en mente: muy por el contrario, lo disfrutaba tanto como ella; por eso, decidí hacérsela fácil. Me recosté a su lado, casi sentado sobre la almohada; ella, con la cabeza a la altura de mi pelvis, estiró su mano y tomó mi poronga, metiéndola de inmediato en su boca, antes de que terminara de "desinflarse". Como siempre, hizo un buen trabajo, dejándomela reluciente y con muchas ganas de una nueva erección, pero era un día de semana y, habiéndome tomado la mañana libre para acompañar a mi Pedacito de Ternura al médico, la idea era almorzar en casa y, enseguida, ir a la constructora. Afortunadamente, comprendió las circunstancias y no hizo nada para retenerme, pese a lo cual me costó un triunfo dejarla sola a la una y media de la tarde. Me tranquilizó, diciéndome que, dentro de un rato, iría a cuidar a un bebé de tres meses, en el cuarto piso y que se quedaría ahí hasta alrededor de las seis y media y que, cualquier cosa que necesitara, tendría su celular a mano para llamarme.

Continuará