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Enloquecidos y Apasionados (08)

en Hetero: General

Como ya dije, este relato es 100% ficticio, pero podría ocurrir. Recomiendo que lo lean desde el primer capítulo, si no lo han hecho ya.

Enloquecidos y Apasionados

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Capítulo 8.

Ya en la cama, ambos nos acostamos al mismo tiempo, y mis dedos buscaron aquella dulce cuevita otra vez. Sabía que mi tierna novia adoraba esos mimos, pero suponía que, a esta altura de nuestra excitación, podía desear más tener mi verga adentro. Quería que me la pidiera, no por orgullo machista (aunque algo de eso había, pero muy poco), sino, básicamente, porque suponía que había usado el consolador de Romina, aunque más no fuera por curiosidad y, quizá, le hubiese hecho daño.

-Meteme tu pijota, Papitoooo... -rogó, con voz de nena malcriada, con su peluche preferido, entre las manos y paseando su afortunado hocico por sus pechitos.

-Okey, yo te la meto, con la condición de que ahora me dejes reemplazar a ese osito rosado. Sabés que tus tetitas me enloquecen y "creo" que también sabés que puedo darte más placer que él.

-O que ella -remarcó, con mirada traviesa-: ¿quién te dijo que no es una osita lesbiana? Después de todo, tené en cuenta el color, ¿no?

-Bueno... admito que pueda ser una osita lesbiana, pero eso no cambia lo que te dije, así fuera un oso gay. -añadí, siguiéndole el juego y tratando de acelerar el "trámite".

-Está bien, Papucho... no te pongas nervioso: dejo la osita aquí -dijo, alargando su mano, hasta dejar al muñeco sobre la silla que había al lado de su lecho-... ahora venga, Papi: chúpele las tetas a su nenita puta.

Sin pensarlo ni media vez, comencé a chupar esos deseados montecitos y, en cuanto mordisqueé sus endurecidos pezones, también jugando con ellos y sus areolas utilizando mi hambrienta lengua así como mis labios, sintiendo que mi pija había vuelto a todo su largo y ancho, y que estaba dura como una roca pero también, lo suficientemente flexible, penetré a esa dulce jovencita, deseosa de darme y recibir amor de mi parte, con este irreemplazable sistema que sólo utilizan los auténticos enamorados... los demás, lo tienen como excusa para justificar la realización de sus más bajos instintos.

Se me ocurrió una posición que, tal vez, ya exista, pero que nunca nos hemos molestado en investigar... sólo nos limitamos a gozarla en esa oportunidad, y en otras más, para variar nuestras posturas amatorias; apoyé mi espalda contra la pared donde estaba la cabecera de la cama y me senté, con las piernas abiertas y extendidas y abracé a mi pequeña amante fogosa, a fin de que quedara sentada sobre mi herramienta, con sus piernas rodeándome la cintura y ella pudiera controlar hasta qué profundidad me quería adentro. Afortunadamente, el experimento resultó muy placentero para ambos. Además, sentir ese roce de sus pezones contra los míos, también fue algo nuevo que disfrutamos a pleno. Por otra parte y sin que tuviera nada que ver con nuestra posición, estaba el hecho de que, como yo había vaciado mis bolas en la boquita de mi nena hacía solamente un rato, sabía que aguantaría más de lo habitual y esto significaría más cantidad de orgasmos para mi Mica. En retrospectiva, puedo confesar que, inconscientemente, estaba un poquito celoso y, por lo tanto, competía tontamente con los placeres que Romina le había hecho sentir, aún sin conocer la "segunda parte" de sus experiencias con nuestra vecinita.

Si he de ser sincero debo reconocer que perdí la cuenta de las llegadas de mi dulce adolescente esa tarde, pero lo que sí puedo asegurar es que fueron muchas más de las que tenía, cada vez que consumábamos nuestro amor único e irrepetible.

Acaricié su espalda, bajando cada vez más, como si tuviese que adivinar lo que yo ya sabía de memoria: hasta dónde me permitiría tocar su cuerpo con mis dedos que, de este modo, llegaron hasta su culito... hasta su orificio anal propiamente dicho, donde, como en tantas otras oportunidades -siempre que nuestras posturas lo permitieran- de a poco, le metí mi índice; como de costumbre, dio un saltito, cuando comenzó a sentir la entrada del "intruso", lo que la hizo llegar más rápido a su siguiente orgasmo con más placer, agitando su ya cansado cuerpito, debido a la inusual actividad que estaba teniendo esa tarde y que, acaso, ya llegaría a su fin... al menos por un par de horas. Es sabido que, a su edad, el físico se recupera con más facilidad que en la adultez. No obstante, yo aún deseaba acabar dentro de su conchita y ella también lo esperaba, por lo cual continué bombeando hasta que exploté, como practicando para cuando buscáramos el embarazo.

Después de una ducha sensualmente compartida, pero con muy poca actividad sexual, más allá de alguna travesura al lavarnos mutuamente, ella mi verga, y yo su rajita y pechos de adolescente recién estrenada por su edad cronológica. Tanto me fascinaban, que un día mi pequeña me preguntó qué sucedería el día que, por el paso del tiempo, por amamantar a nuestro hijo o por ambas razones, le crecieran.

-Nada -le respondí, sencillamente, acariciándoselas sin ropa que se interpusiera-: tus tetitas me encantan, pero vos no sos solamente un par de pechos de casi preadolescente, mi Amor... ¡pobre de mí, si así fuera! Yo te amo, belleza. Tu cuerpo me cautiva... para qué voy a negarlo, pero, a los trece años... a tus trece años, lo seguro es que vas a cambiar: cuando tengas veinte años, por ejemplo, no sólo tus tetitas habrán crecido, sino que todo tu cuerpo habrá cambiado, y no sólo por haber sido mamá: la Naturaleza hará que cambies... hasta tu carita va a ser diferente, pero no por eso voy a dejar de amarte. Yo te amo, principalmente, por tu forma de ser. ¿O, acaso, cuando yo tenga arrugas, esté todo canoso y, tal vez, necesite viagra para hacer el amor, vas a dejar de amarme?

No! -enfatizó, casi enojada-. Yo nunca voy a dejar de amarte: vos sos mi vida... y no es solamente una manera de decir; y sabés que es así. ¿no?

-Claro que lo sé, mi nena hermosa. Pero entonces, ¿por qué creer que yo no voy a sentir lo mismo por vos? Es más: hay otro motivo por el cual yo... -iba a continuar con otro argumento válido, pero me detuvo con un beso.

Micaela vestía una de las minifaldas más cortas que había visto en mi vida (la había elegido ella misma aquel día que hicimos nuestras primeras compras de ropa juntos) y arriba, se había puesto una remera de algodón, con mangas cortas. Yo, en cambio, tenía una camisa con los dos primeros botones desabrochados, al igual que los tres últimos, prenda que llevaba fuera de unas bermudas celestes, de una tela muy liviana; ambos estábamos descalzos, tal era el calor que hacía. Ella estaba mirando televisión, mientras yo, metido en mi computadora, intentaba extraer nuevas ideas para diseñar un centro comercial que haríamos en el Gran Buenos Aires: era un proyecto que había quedado pendiente de dos años atrás y que ahora se había materializado, según me había dicho un compañero de trabajo y colega en un llamado telefónico.

Resolví descansar un poco... o quizá, sería mejor idea dejarlo para el día siguiente, cuando reanudara oficialmente mi trabajo. Me fui hasta el living, donde mi encantadora novia estaba entretenida con una película, pero no bien me vio, puso una atención muy especial a mi presencia, como si hubiese estado esperándome.

-Iba a ir a buscarte -me dijo, con una sonrisa compradora y, mirando brevemente su reloj, continuó-: ¿te parece que siendo tu último día de vacaciones, salgamos a cenar?

-No es mala idea -dije, preparado para una contrapropuesta-. Pero, si salimos, después, nos distraemos por ahí y volvemos a cualquier hora. Mejor, compramos una pizza, y comemos en casa, ¿sí?

-Por mí, está bien, pero no creo que comer acá te garantice dormirte más temprano... -me respondió, intentando ocultar la picardía que brillaba en sus ojazos negros.

-Sí, es verdad, pero, por lo menos, si nos agarra uno de esos "ataques", no vamos a tener que apurarnos para volver o buscar un lugar más cómodo que el auto. Además, es seguro que nos vaya a agarrar uno de esos "ataques", primero, porque supongo que vas contarme la continuación de lo que pasó con Romi; y segundo, el sólo hecho de verte con esa mini que apenas si te tapa la cola, ya está activando cierta parte de mi cuerpo... aparte de verte con esa remerita blanca, semitransparente, sin nada abajo, tal como fue nuestro acuerdo, que también está preparándome para la "guerra".

-Y, además, estoy descalza y, aunque nunca me lo hayas dicho, sé que mis pies, así, como están, también te calientan -aseguró, con "sana malicia", moviendo los deditos, con sus miembros inferiores sobre el almohadón más cerca de mí, rodillas arriba, con las piernas flexionadas y su espalda apoyada contra el posabrazos opuesto del sofá.

Para colmo, había comenzado a abrir y cerrar sus muslos, buscando mi excitación, al permitirme "espiar" su conchita imberbe. Yo, por mi parte, estaba por desabrochar mis pantalones, cuando sonó el timbre. Mica, a la velocidad de un rayo, puso sus pies sobre el piso. Así, bien sentada, su flamante minifalda roja con pintitas blancas, parecía un pantalón corto, en lo que se convertía con sólo prender un broche en medio de las piernas... quizá, fuera un poco atrevido para una jovencita de trece años, de acuerdo con la edad mental de quien la viera; pero creyó que sería una buena solución y eso fue exactamente lo que hizo. Por suerte, yo tenía buena reputación entre nuestros vecinos, así que el hecho de que una menor de tan corta edad estuviese conviviendo conmigo, de ninguna manera, era un inconveniente para el "bienestar moral" de los cohabitantes de la cuadra.

En definitiva, quien nos había interrumpido era el encargado del edificio quien traía una nota, firmada por la presidenta del consorcio, para el pago de las expensas. Aproveché dicha pausa para llamar a la pizzería y encargar nuestra cena, que nos traerían a domicilio dentro de unos diez o quince minutos.

-Bueno, Papi: ¿te sigo contando ahora, o querés esperar hasta después de comer? Te pregunto porque se me han ocurrido algunas ideas bastante "chanchitas" que estoy casi segura que te van a gustar...

-Y, digo yo: esas ideas, ¿incluyen comer la pizza con "almeja"? -pregunté, utilizando mi tono más sensual, que me salía naturalmente, ante la excitante presencia de mi nenita; entre tanto, con mi mano derecha y su total aprobación, acababa de desprender el broche de su entrepierna y ya acariciaba su deliciosa cosita, levemente húmeda.

-No lo había pensado -me respondió, acercando su boca a la mía, en obvia búsqueda de un breve beso que nos dimos, luego del cual continuó-, pero sí, ¿por qué no? Bueno, te sigo contando entonces, ¿dale? -yo sólo me limité a asentir. Mi verga, suelta debajo de mis pantalones, estaba en sus últimos preparativos para salir a la luz y ser mimada por las manitos y boca de mi dulce y tierna novia; por el momento, no esperaba entrar en su cuevita del amor-. ¿En qué habíamos quedado? -dudó, un momento, más que nada, creo yo, para hacerse la interesante-. Ah, sí... en el sesenta y nueve. No era que no supiera qué hacer, sólo que me parecía raro que hubiera una conchita como la mía para chupar, en vez de una pija grandota como ésta -dijo, al tiempo que abría la bragueta de mi pantalón y liberaba mi herramienta, comenzando a mover su mano muy lenta y hábilmente hacia abajo y hacia arriba a lo largo del tronco-. Pero bueno, saqué la lengua y empecé a lamerle el clítoris que ya estaba bastante hinchado. Fue raro, además, porque era como estar comiéndome a mí misma, porque Romi, toda una experta en esas cosas, había tomado el mismo ritmo que yo en las chupadas. Ummmmmmm... ¡qué sensación tan rica! Desde abajo, ella me pedía que le abriera los labios, que le mordiera el "clit" y todo eso. De repente, suspendió esa "lección", fue hasta donde estaba su ropa y trajo dos consoladores: uno era marrón, el cual usó enseguida, metiéndoselo en su concha que no necesitaba más lubricación de la que ya tenía. Se había agachado sobre un silloncito, donde apoyó la cabeza y empezó a bombearse con él como una maestra. La verdad, no podía sacarle los ojos de su parte trasera, porque su colita y su raja, con la cosa esa adentro estaban completamente a la vista. Al ratito, empezó a gemir y, cuando tuvo su orgasmo, gritó como una loca; en cuanto recuperó el aliento, agarró el otro y me lo mostró: éste era violeta y, además, era vibrador. Me lo aplicó a los pezones primero, para que sintiera lo que hacía, sin "morir de placer", como dijo ella. Me hizo gozar de una forma que no había sentido nunca; no sé si es por falta de costumbre, pero hubiese preferido una rica chupada de tetas, con todo y mordisqueos -dijo, con tal convicción que le quité la remera y comencé a lamer y morder sus dulces pezoncitos; ella gimió, pero continuó-. Luego, me prestó el consolador marrón y me dijo: "Metételo... ¡es la gloria! Ya que no sos virgen, vas a poder disfrutarlo hasta el fondo y hasta el final, sin miedo de quedar embarazada". Estuve a punto de contarle que aún no podía, pero me arrepentí. Si nos hacemos verdaderas amigas, ya habrá oportunidad de contarle eso y otras cosas... no te preocupes: no voy a contarle lo nuestro; ni a ella ni a nadie. ¡Ay, Papuchín... qué bien que las chupás! -exclamó, cambiando a un tono de voz netamente seductor, imitando a una niña de alrededor de nueve o diez años, sabiendo cuánto me calentaba. Dejé de chuparla, porque tanto ella como yo sabíamos que tendríamos todo el tiempo del mundo para seguir con esos mimos bucales-. Y cuando me lo prestó, lo metí despacio en mi cuquita: fue una de las cosas más ricas que hice esta tarde con ella... ahhh, no tenés idea de lo bien que me penetraba con ese aparato... claro que con tu pijota siento mucho más ricoooo. Esto que tengo en la mano es mucho mejor; ¿sabés por qué? Porque es tuyo y yo te amo, mi Cielo.

-No, no es mío, sino tuyo. -corregí, mimoso, y ella sonrió.

-Acabé con un tremendo orgasmo, pero el consolador lo tenía ella en sus manos, con un ritmo espectacular. Romi se acercó a mi boca y me dio el mejor beso que podía esperar de una chica... fue casi tan hermoso como cuando vos y yo nos besamos -dijo y, como no podía ser de otra forma, la tomé de la nuca y unimos nuestras bocas, entrelazando nuestras lenguas una vez más, luego de lo cual, suspiró un "Te amo, Vida..." y prosiguió-. Bueno... después, me dijo que me sentara en el sofá, porque desfilaría su ropa nueva.

-Ah, ésa era la ropa que había llevado antes, ¿no? -reaccioné, aún sintiendo los masajes de su manito en mi verga, la cual ya estaba "sufriendo" los efectos de las caricias, por lo cual, con señas, le pedí que se detuviera, porque, además, intuí que quería algo "especial" para la cena o después de la misma; supuse que había acertado, dado que se detuvo sin chistar y volvió a ponerla dentro del pantalón, cerrando mi bragueta.

-Sí -respondió, un poco "defraudada" por lo que había debido hacer, pero se repuso enseguida, gracias a los recuerdos que continuó relatándome-... tomó un vestido mini negro con breteles finos y una tanga del mismo color y se los puso. Caminó, sensualmente, frente a mí, se paró, con las manos en la cintura y las piernas un poco abiertas. "¿Te gusta lo que ves?", me preguntó y le contesté que sí, que su ropa era muy bonita, que le quedaba muy bien, pero que prefería verla sin nada. Comenzó a sobar su panza y tetas por encima de la tela con las manos, las subió hasta los hombros con los brazos en cruz sobre su pecho, corrió las tiras y dejó que el vestido cayera al piso. Enseguida, hizo algo parecido con su tanga y, por supuesto, quedó completamente desnuda. "Tengo una idea: juguemos a la Mamá", me dijo, guiñándome un ojo y con una sonrisa pícara y sexy. "Espero que no te ofendas, pero como ésta es la primera vez que jugás desnudita con otra chica, creo que yo debería ser la mamá y vos mi hijita, ¿te parece?". "Sí, claro: como quieras; igual, va a ser divertido para las dos, ¿no?", le contesté, convencida que iba a ser así. "Okey, Mica: yo me siento en el sofá, leyendo, y vos venís, desde el pasillo que va a los dormitorios, diciendo que tenés hambre, ¿dale?". Obedecí enseguida y aparecí en la puerta, chillando (no muy fuerte, claro): "¡Mami, mami... tengo hambre!".

"Bueno, hijita, vení, que Mamá te va a dar la teta". Me acerqué y me dijo: "Bueno, Mica, mi linda nena, subí y poné las piernitas para allá, y la espalda sobre mi falda... así, así: muy bien; ahora chupe la teta de su mamita, pero no muerda, ¿eh?", me agregó, sonriendo. Te digo, mi Cielo, que era un concierto de gemidos, yo chupando y ella gozando, mientras yo mamaba y mordisqueaba sus pezones. Después, empezó a bajar con sus dedos por entre mis pechos, hasta la panza... me hizo cosquillitas en el ombligo y llegó a mi cosita, donde empezó a meter un dedo; después, fueron dos, tres, hasta llegar a meterme cuatro. Era casi como tener el consolador adentro.

-Me imagino, mi bebota -dije, muy excitado; sólo Dios sabe cómo hice para recuperarme de semejante calentura, pero ayudó el hecho de querer satisfacer una duda que me comía por dentro-. Pero, ¿cómo hace Romina para tener un consolador y un vibrador?

-No sé si me vas a creer... yo apenas pude creerlo cuando le pregunté lo mismo; me dijo que su mamá se los regala y que tiene otros, que cuando vaya otra vez me los va a mostrar. Dice que desde los seis años, la mamá "juega" con ella a la mamá, al doctor, a ser marido y mujer; en este caso, la que hace de marido se pone un consolador con tiras que se atan para que quede puesto como una pija... ¿existen esas cosas, Amor? Porque de verdad, yo nunca vi uno así.

-No, pero los hay, mi nena hermosa -dije, "enfriándome" de a poco, lo cual no fue obstáculo para darle un pico de amor, y alcanzándole la remera, mientas ella misma volvía a prenderse el broche de su pollera/pantalón-: yo tampoco he visto ninguno en directo, pero sí en videos, revistas y en internet. Pero mirá vos: ¿sabés qué? La madre de Romina es la presidenta del consorcio... la respetable abogada, Dra. Alejandra D’Elía, mantiene relaciones incestuosas con su propia hija.

-Bueno, pero ¿y vos? -preguntó, con una sonrisita socarrona que, si bien me disgustó un poco, no llegó a herirme.

-Lo nuestro es distinto, Micaela -respondí, intentando poner los puntos sobre las íes-. No confundamos las cosas: yo no soy tu padre, a pesar de que podría serlo, por nuestras edades, y, además, pese a que a vos te gusta decirme "Papito" para calentarme y a mí también me jugar así; eso para empezar. Segundo, yo jamás te habría hecho nada relacionado con el sexo a los seis años. Y tercero, no es que quiera "pasarte el fardo", pero vos me sedujiste a mí, no yo a vos... vos me buscaste, ¿no? -interrogué, y ella sólo asintió seria, bajando la mirada-. Después, bueno: uno no es de madera; pero una vez que lograste tu objetivo, me di cuenta de que te amaba, que te necesitaba como mi pareja y que, gracias a Dios, el sentimiento era mutuo. Ahora, eso es algo que no creo que Alejandra haya sentido nunca por Romina. ¡Ojo! No la juzgo, pero no es lo mismo que vos y yo sentimos y no quiero que te confundas, ¿okey?

Como respuesta y principio de disculpa, se me avalanzó, rodeó mi cuello con sus brazos y apoyando la cabeza sobre mi hombro, lloró, lloró muchísimo. Afortunadamente, no tanto como cuando tuvo aquel "encuentro telefónico" con su padre, pero me partió el alma verla así. Sin embargo, tampoco me agradaba que dijera ese tipo de cosas, ni siquiera en broma, y debía ponerle fin antes de que se le hiciera costumbre. Yo también la abracé apenas unos segundos después, le acaricié la espalda y besé su cabeza, con un toque paternal que no llegó a cambiar lo que en mi corazón existía por y para ella.

-¡Perdoname, mi Amor! -sollozó, acongojada-. Te juro que nunca más diré algo tan estúpido como lo de recién. No quise lastimarte y sé que tenés razón en enojarte así conmigo. Fue un chiste muy boludo.

-Esperá, Vida -dije, volviendo mi voz a su tono habitual con ella-: es verdad, fue un chiste muy boludo, pero no estoy enojado con vos. Sólo me puse triste porque creí que habías pensado que nuestra relación y la de Romi con su mamá eran iguales. Pero si alguna vez creés que estoy aprovechándome de vos, que por ser el adulto de la pareja, estoy haciendo o diciendo cosas que, de algún modo, te molestan, decímelo y lo hablamos, como lo que somos: una pareja que, ante todo, se ama, ¿sí?

-Por supuesto, mi Cielo, pero todavía no me dijiste si me perdonás...

-¿Hace falta? ¿No te diste cuenta de que ya te perdoné? -dije, y la besé, enloquecido de amor por mi dulce adolescente, luego de lo cual continué-. Además, cuando yo era muy chiquito, salió una película que se llamaba "Love Story", que, aparte de hacer llorar a todos los que la veían porque era del tipo de Romeo y Julieta: tenía un final trágico, muy triste, hizo famosa una frase que algunos todavía recuerdan: "Amar es nunca tener que pedir perdón". ¿No te parece que es cierto y que puedo aplicarla a este caso?

-Sí, pero lo que quiero decirte es otra cosa -ronroneó, mirándome a los ojos, sacudiendo coquetamente la cabeza, con el fin de acomodar el cabello en su espalda-: sos la persona más dulce y comprensiva que conozco.

Esta frase del amor de mi vida, culminó en otro apasionado beso que esta vez fue interrumpido por el timbre del portero eléctrico. Atendí: era el muchacho de la pizzería. Le dije a Mica que yo bajaría a recibirlo, ya que la puerta de abajo quedaba siempre cerrada, por cuestiones de seguridad.

Terminamos de cenar y pude advertir un destello de picardía en sus ojos, cuando me preguntó si quería un café. Le acepté un cortado, y fue entonces cuando se ratificó mi sospecha de que algo sexual ocurriría durante la comida o inmediatamente después. Claro que no todo era mérito mío: no adiviné nada; simplemente, lo deduje por sus palabras de esa tarde, cuando me comentó que se le habían ocurrido algunas ideas bastante "chanchitas" que estaba casi segura de que iban a gustarme. Al rato, apareció con dos pocillos de café: el que tenía leche, lo puso frente a mí; el otro, aparentemente, era para ella, lo cual me extrañó y se lo hice saber.

-¿Yo? -me preguntó, quitándose la pollera/pantalón y la remera-. Yo nunca tomo el café sin leche, sólo que hoy quiero probarlo con la tuya, ¿dale?

No quise ni pude decirle que no: su idea me había parecido la locura más erótica que pudiera existir y me puso a mil, a punto tal que, mientras ella se me acercaba, yo mismo me desabroché el cinturón, me saqué la bermuda, al igual que la camisa, casi sin desabotonarla -por la cabeza, desde luego-, con lo cual quedé totalmente desnudo en tiempo récord. Cuando mi nena llegó hasta donde yo estaba, me pidió que volviera a sentarme. Claro, me había puesto de pie para deshacerme de mi pantalón y, sin darme cuenta, me había quedado en esa posición mirando el cuerpito de mi tierna novia, frotándome la verga por instinto. Me senté con mis manos ya acariciando las caderas, la cintura, la panza, y la vulvita de esa criatura angelical que estaba frente a mí. Tomó mi erecta poronga con una mano, mientras que con la otra, jugaba con mis bolas. Empezó a pajearme.

-No quiero apurarte, Papito, pero no querrás que tu nenita tome su café frío, ¿no? -dijo, haciéndose la bebota, fingiendo pucheritos y largando una gota de saliva sobre mi glande para luego, frotarlo, suave y sensual, con el pulgar sobre la cabecita, como queriendo que entrara por el "agujero del pis", como a veces lo llamaba ella.

-Bueno -dije, entre suspiros, aún espaciados-... vos ya sabés cómo ordeñar la pija de tu Papi para que la lechita salga más pronto, ¿no, mi hijita puta?

-¿Vos decís así, Papuchín? -preguntó, haciéndose la inexperta, con la misma vocecita de su comentario anterior, mientras, sabiendo a la perfección lo que debía hacer, giraba su mano hacia un lado y hacia el otro, al bajarla y subirla por mi pedazo.

-Sí, mi amor... así, muy bien... así... aaaahhhh... aaaahhhhh... aaaagghhhh... más, más, mi dulce putita.

Dejó de tocarme las bolas para tomar su no tan caliente pocillo, calculando la distancia aproximada para colocarlo, a fin de perder la menor cantidad de líquido viscoso que saldría de mi tronco a la brevedad... ya podía sentir esa sensación tan particular que experimentamos los hombres cuando estamos a punto de "escupir" nuestra lava. Le avisé con tanta anticipación como pude para que, si fuese necesario, ajustara la posición de la tacita. El resultado fue que el primer chorro -el más potente- dio en su ceja derecha, lo cual no le molestó en lo más mínimo; a partir del segundo y hasta la última gota cayó en su objetivo. Cuando finalmente, luego de limpiar mi verga con la boca, la soltó, volvió a agarrar el café con la mano, revolvió un poco con la cucharita, me mostró aquellla mezcla y, diciendo "¡Salud!", bebió el primer sorbo.

-Ummmmmmm... ¡delicioso! -se relamió-. Voy a tener que probar tu lechita con té, con chocolatada, encima de un helado... incluso, con comidas, como hamburguesas, salchichas, ensaladas, etcétera, etcétera. ¿Querés probar? Pero espera un poquito -interrumpió sin querer, antes de que yo terminara de asentir.

Se recostó de espaldas sobre el sofá -que, dicho sea de paso, estaba tapizado con cuerina color habano- y, con mucho cuidado, puso un poco de su cafecito en la palma de su mano semiabierta para, luego, pasárselo sobre sus pequeños senos; después, vertió muy poca cantidad sobre su vientre, con lo cual le quedó "inundado" el ombligo, apetitoso de por sí.

-Ahora sí, vení -me volvió a invitar-: probá mis tetas con sabor a café "a la lechita", especialidad de la casa, sólo para vos y para mí.

Casi me tiré encima de ella, pero pude controlarme; como nunca, chupé esas dos naranjitas, que ahora, agregado al sabor natural de su exquisita piel, tenían el de aquel menjunje que mi niña había planeado y preparado con tanto amor y sensualidad. No quedó un milímetro de sus pechos sin recorrer con mi boca entera, hasta llegar a sus areolas y pezones, que chupé, mordisqueé, lamí y besé con toda mi pasión. Jamás había hecho ni sentido nada similar.

Luego, descendí hasta su vientre, donde mi lengua recogió cada gotita, entrando, juguetona, en su orificio umbilical, que quedó vacío... mojado pero totalmente vacío. Miré hacia arriba como para decirle con la mirada que seguiría hacia abajo, encontrándome con su cara de placer total y su dedo índice derecho limpiando la ceja que aún conservaba la espesa leche que llevó hasta su boca. Se chupó el dedo varias veces, cargado con mi lava y, en cada ocasión, gemía de gozo por los mimos que yo seguía haciéndole con mis manos -y que no tardaría en reanudar con mi boca-, a la vez que Mica disfrutaba del sabor de mi semen, "el mejor del mundo", según solía decirme. Yo, por mi parte, me di el gusto de renovar mis juegos bucales en su siempre anhelada cuquita, imberbe y suave como la de ella misma dos o tres años atrás que, gracias a mi lengua que la penetró en reiteradas oportunidades, ayudada por las caricias ensalivadas sobre su clítoris, llegó, permitiéndome degustar, una vez más, sus juguitos más íntimos.

Continuará