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Enloquecidos y Apasionados (06)

en Hetero: General

Enloquecidos y Apasionados

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Capítulo 6.

Ya era el decimosegundo día de convivencia con Micaela y no teníamos novedades de sus padres; ni un llamado telefónico, ni un mísero correo electrónico. Personalmente, no esperaba un escrito detallado de cómo les había ido y los resultados de las conversaciones de Roberto y Patricia respecto de su futuro, juntos o separados. Sólo deseaba, por mi amada adolescente y por mí, recibir un mensaje que dijera: "Estamos bien, llegamos dentro de tantos días. Cariños, Mamá y Papá". ¿Era tanto pedir?

Por supuesto que el tema no era que quisiera deshacerme de mi novia: se me aflojaban las piernas cada vez que recordaba que, en algún momento, Mica debería regresar con sus padres... al menos, con un de ellos. Sin embargo, era una realidad. No obstante, faltaban muy pocos días para terminar mis vacaciones y no me gustaba para nada la idea de dejar a mi nena sola en el departamento; después de todo, más allá de nuestra relación, el amor que le tenía y lo que hacíamos en nuestra intimidad, lo concreto era que tenía una menor a mi cargo. Por lo tanto, si algo malo le sucedía, debería dar la cara ante mis compadres. Así parezca demasiado duro y egoísta de mi parte, eso era lo que sentía en esos momentos.

Además, aunque no me lo dijera, yo sabía que Micaela deseaba tener novedades de sus padres... por otra parte, era lo lógico. Ella ya me había confesado que había enviado dos correos -uno a Pato y el otro a Roberto- y, cada día, revisaba infructuosamente su casilla.

Un par de días más tarde, alrededor de las nueve y media de la mañana, mientras yo terminaba de ducharme -de hecho, ya estaba por tomar la toalla para secarme- el sonido del teléfono, sacó a mi novia de otro de sus habituales remoloneos matutinos en nuestra cama. He aquí lo que escuché, del otro lado de la puerta cerrada:

-Hola... ¡Papiii! ¡Cómo estás?... ¿Y Mamá? Carlos está duchán... okey... sí, te escucho: contame... ajá... ajá... Papá, no me jo... bueno, sí, te escucho, pero hablame en serio... pero, Pa, no puede ser; no me mientas así... ¡¿Pero cómo querés que reaccione, Papá?! ¡¿Qué querés que te diga?! No... ¡No!... ¡No!... ¡¡No te creo!!... ¡Basta!... ¡¡¡Basta, basta, bastaaa!!! -fue lo último que oí, con ella en el teléfono; inmediatamente, escuché sus pasos apurados y un llanto que creció y creció, hasta estallar.

Enseguida, sin más que una toalla alrededor de la cintura y todavía medio mojado, salí del baño, encontrándome con un escenario lógico pero no deseado: mi nena hermosa tirada boca abajo sobre la cama, sacudiéndose con espasmos de llanto y, por otro lado, el auricular del teléfono enganchado, por milagro, en el respaldo de la silla que ella había ocupado hasta hacía instantes. Obviamente, ignoraba lo que su padre le había dicho, pero conocía a mi dulce adolescente lo suficiente para saber que no era de las que se ponían histéricas por cualquier pavada. Eso, más las interrupciones de las que Mica había sido víctima, ya me predispusieron mal para hablar, cuando agarré el tubo.

-Hola -dije, serio y nervioso-, ¿Roberto?

-Sí, ¿qué tal? ¿Todavía cuerdo, che? -intentó bromear-. Digo: la caprichosa de tu ahijada es capaz de volver loco a cualquiera.

-No sé con vos, che -respondí, enojado-, pero coonmigo, se porta muy bien: es cariñosa, dulce, colabora en todo lo que puede... que es bastante... fijate, a ver si no me la diste cambiada, porque mi Micaela no tiene nada que ver con la que vos me estás describiendo. La que tengo acá, está llorando desconsoladamente sobre la cama. ¿Qué le dijiste, pedazo de bestia?

-¿Qué le dije? La verdad: en casa somos muy frontales y siempre vamos con la verdad, ante todo. Le dije que su madre está viviendo en San Francisco con otra mujer, desde que volvimos del crucero... claro que esa relación lleva meses; que ni loco iba a permitir que fuera a vivir con ella, porque, como te imaginarás, el divorcio es un hecho: sólo falta firmar unos papeles.

-¿Y acabás de tirarle toda esa información por teléfono recién?

-Sí, claro. ¿Qué pretendías: que me tomara un avión y me fuera hasta alllá, sólo para contarle a mi hijita malcriada que su madre se convirtió en una puta promiscua, que le da igual hacerlo con cualquiera, hombre o mujer?

-En primer lugar, tu hija no es ninguna malcriada... y aunque lo fuera -continué, antes de que pudiera interrumpirme por una pausa mía-, ustedes serían los responsables de su supuesta malcrianza. Por otra parte, no, claro que no pretendo que vengas expresamente a contarle nada; mucho menos, lo que acabás de decir de su madre, lo cual me parece una exageración total y una crueldad, porque cualquier cosa que haya ocurrido entre ustedes como pareja, debería quedar entre ustedes, no involucrarla a Mica. ¿No sabés el significado de la palabra "compasión"? ¿Y el de "tacto"? Sea lo que fuere lo que creas de Pato, nunca te olvides de que es su madre y, por lo tanto, la ama, mal que pueda pesarte. En cuanto a lo otro, ¿no podrías haberle dicho una mentirita piadosa? Por ejemplo, decirle: "Mirá, Mica, tu madre y yo estamos distanciados por el momento, pero estamos tratando de encontrarle una solución. Mientras tanto, vas a venir a vivir conmigo.", porque supongo que ésa es tu idea, ¿no? Si vos no podés, comprendo: estás laburando y no tenés tiempo de viajar para acá; pero yo puedo hacerme un viaje relámpago, antes de terminar las vacaciones, y la acompaño...

-Entonces, yo tenía razón: tu ahijada está volviéndote loco y querés deshacerte de ella cuanto antes. -dijo, con aire triunfal, mientras que mi novia, pasaba, callada, hacia "su" cuarto (mi estudio), donde, en silencio, levantó el auricular de aquel aparato para escuchar con todo derecho, la conversación que su Papá y yo manteníamos. Además, personalmente, creía que lo peor de la "tormenta" ya había pasado.

-¡No seas necio, Roberto, por Dios! -exclamé, sin poder contenerme ante tal barbaridad-. No quiero deshacerme de nadie, y mucho menos, de Mica: sólo creo que su lugar está junto a su familia... en este caso, vos, su padre. Si por mi fuera, podría quedarse a vivir conmigo indefinidamente; pero repito: en mi opinión, debería estar junto a su familia. Te recuerdo que no tiene veintiún años... tiene trece. ¡Reaccioná, Roberto, por favor!

-Si la vieras con su grupo de amigos acá, se diría que ya cumplió los veintidós... ¡o más! Por otra parte, Carlos, si viene a vivir conmigo, yo trabajo todo el día... no podría prestarle toda la atención que un padre debería darle a su hija que recién entra en la adolescencia; en especial, si se trata de una chica difícil como Micaela.

-Otra vez, exagerando: primero, trabajás todo el día, sí, pero desde tu casa, así que no es como si fuera a estar sola todo el día; y segundo, Mica es un encanto: de difícil, no tiene nada. Y, por lo que puedo apreciar, el problema no es ella, sino vos... perdoname la franqueza. Si fuera tan difícil y malcriada como vos decís, ya habría "mostrado la hilacha", en dos semanas de convivencia conmigo, ¿no te parece? Y te juro por la memoria de mis viejos, que no ha sido así, para nada... ni un poquito.

-Hagamos una cosa, Carlitos: si lo que me dijiste que, si por vos fuera, podría quedarse a vivir con vos, fue en serio, que así sea, viejo. Lo hablo con mi abogado, con el juez de menores y hasta con Patricia, si es necesario. ¿Qué me decís? ¿O preferís pensarlo?

-Ni medio segundo -aseguré, sinceramente; en ese momento, algo me hizo girar la cabeza hacia la puerta de mi estudio y vi salir a mi adorada adolescente, con la cara bañada en lágrimas que, de algún modo, me parecieron de emoción, más que de tristeza, lo cual corroboré, con un beso gigante en la mejilla y un abrazo en el cuello; éste duró hasta que, un poco después, corté la comunicación-. No necesito pensarlo para nada. Supongo que será con autorización como tutor de tu hija, ¿no? Si no, me vería muy limitado por si surgiera algún viaje al extranjero... ya sabés que, en mi profesión, esto es perfectamente factible; y, además, para inscribirla en un colegio.

-Sí, claro, comprendo. No te preocupes: tengo un amigo que es piloto en United, así que en cuanto consiga todo para hacerlo legal, te lo mando con él. De todos modos, estaré enviándote e-mails... y a Mica también, por supuesto... no me chilles, como dicen los hispanoparlantes de por acá -dijo, y, al ver que no festejaba su humorada, volvió a la seriedad-. Bueno, macho: no te entretengo más. Dale un beso a Micaela de mi parte y confío en tu buen criterio para que le cuentes lo que creas prudente de esta conversación, ¿okey?

-Sí, okey... lástima que no pensaste en ser "un poco" más prudente antes de hablar con tu hija; pero, bueno: lo hecho, hecho está. Espero tus noticias.

-Bueno, Carlos... adiós.

-Adiós. -me despedí secamente.

Colgué el receptor y abracé a mi dulce nena, como nunca había abrazado a nadie. La sentí llorar su desamparo inédito contra mi pecho y, a mi vez, cerré mis ojos muy fuerte, como si, así, pudiera darle más seguridad a través de mis brazos y manos que sostenían a esa personita que tanto amaba. Sin razón, me sorprendí cuando dos lágrimas rodaron por mis mejillas Besé suave y tiernamente su mollera y luego, su frente; con este último, dije: "Éste es de tu Papá".

Ese sábado, después de una "abstinencia sexual" de demasiado tiempo, pero perfectamente comprensible y respetable, dado el estado anímico de mi dulce nena, se despertó mimosa. En una maniobra inesperada, se sentó en la cama y se quitó la única prenda que solía vestirla, desde que comenzamos a vivir juntos en mi departamento: una vieja remera mía que le quedaba un poco larga y, cuando estaba de pie, le tapaba las nalgas... no mucho más. Luego, se acostó otra vez y acarició mi pecho, bajando, hasta mis bolas. Después de un momento, volvió a su punto de partida y ahí reposó.

-Perdón, Amor -susurró, apenada, tomando mi mano con la suya que había quedado libre-... perdón por estos días de tristeza, de pocas palabras, de falta de caricias...

-Cielo, ¿vos estás loquita? -"recriminé", mirándola a los ojos en la semioscuridad que brindaban las persianas cerradas de nuestro cuarto, con el sol que daba sobre ellas-. ¿Cómo vas a pedirme perdón por algo así? Si uno amara a su pareja solamente en las buenas, eso no sería amor. Sería una excusa muy pobre para pasarla bien, para divertirse y nada más. Pero cuando uno AMA, así, en mayúsculas y con todas las letras, se banca lo que sea... lo bueno y lo malo; y ¿sabés una cosa? No es ningún sacrificio: pensás en la persona que amás, en la mejor manera de consolarla y, si no podés, porque el tema que la tiene mal es demasiado grave o íntimo para un consuelo, lo que te queda es cuidarla... cuidarla mucho y contenerla. Eso es lo que yo traté de hacer con vos en estos días y lo que volvería hacer si (Dios no lo permita) se repitiera. Conclusión, mi nena hermosa -sonreí, casi con temor, pero al mismo tiempo, preparado para besarla toda entera (literalmente) y mimarla que, además, era una manera encubierta de mimarme a mí mismo-: por si no te has dado cuenta, yo te AMO muchísimo y más vale que vayas acostumbrándote a la idea, porque así va a ser siempre. Así que, como dicen por ahí, "habla ahora o calla para siempre".

Por toda respuesta, nos besamos enloquecidos y apasionados. De ahí a hacer el amor, fue un solo paso... medio, quizá. Pero reaccionó como nunca antes; escuchar sus jadeos y gemidos de placer con cada bombeo de mi verga en su cosita, era un auténtico concierto, comparable al de cualquier gran músico de renombre universal. Y, cuando llegó a su tercer orgasmo, me excitaron tanto sus grititos que vacié mi leche dentro de su útero casi al mismo tiempo que sus juguitos mojaron mi herramienta.

Un rato más tarde, todavía abrazados y con esporádicos besos breves y suaves, me planteó un tema que había quedado pendiente aun antes de su "encontronazo" con Roberto.

-Amor -dudó, no sabiendo cómo comenzar-... ¿te acordás de lo que te conté de Romina, nuestra vecina lesbiana?

-Sí, claro que me acuerdo -respondí, sospechando qué era lo que iba a decirme-. ¿Por qué?

-Porque no quiero que te enojes, pero me gustaría probar; no sé... ver cómo es.

-Ver cómo es -repetí, jugando al "preocupado"-. ¿Y qué pasa si te gusta tanto que después sólo querés tener sexo con chicas? ¿Qué va a ser de mí, pobrecito yo?

-¡No digas boludeces! -me dijo, simpáticamente sobradora.

-¿Así que digo boludeces? -"reproché", siguiéndole el juego, y comenzando a hacerle cosquillas en la panza, para luego subir hasta sus tetitas y ahí, darle tironcitos a sus pezones y, con mis uñas siempre cortas, rozarle las areolas, en tanto ella se desternillaba de risa... y, también, de gozo. ¡Ah, qué placer oírla así nuevamente!

-Espera, espera que te estoy hablando en serio -aseguró, una vez que pudo dominar sus carcajadas.

-Está bien, está bien -acordé, preparándome para conversar con la seriedad que mi dulce nena deseaba-... si no me equivoco, lo que vos querés es que yo te dé mi opinión, mi permiso o algo parecido, ¿no? -quise averiguar y ella asintió, medio vergonzosa-. Bueno, si es por eso, mi opinión es que, si tenés esa curiosidad, date el gusto y probá. De más está decir que mi permiso lo tenés... con una condición -agregué, disimulando una broma a medias, tras lo cual me miró, hecha un signo de interrogación-. Que, como no puedo volverme invisible para ir a ver lo que pasa entre ustedes, ni puedo volverme una mosca para espiarlas desde el techo o desde alguna pared, me cuentes todo lo que hagan con lujo de detalles.

-Ah, mirá vos... ¡no sabía que tenía un novio tan morboso...! -sonrió, cómplice-. Bueno, si ésa es la condición, acepto. Pero solamente para que me dejes ir, ¿eh? -añadió, con una sonrisa que hablaba por sí sola.

Volvimos a besarnos y acariciábamos nuestros cuerpos mutuamente. Mi mano, caprichosa y divertida, frotó su pancita y se me ocurrió decir:

-¿Te imaginás cuando estés emarazada? O, mejor dicho, cuando estemos embarazados...

-¡¿En serio, querés que tengamos un hijo?! -exclamó, eufórica-. ¡Ay, mi Vida... te amo!

-Por supuesto -respondí, feliz de ver su endulzada sonrisa de oreja a oreja-; pero esto no debería sorprenderte, Mica, mi Cielo: cuando vos me dijiste que querías quedar embarazada de mí, mi única objeción fue que no quería que nuestro hijo se convirtiera en tu "hermano", porque, seguramente y no por maldad, tus padres no iban a permitirte que te encargaras de su educación... por tu edad, ¿entendés? -intenté explicar, pero sólo se encogió de hombros y puso cara de "qué sé yo..."-. Pero ahora que vamos a estar juntos para siempre, vamos a poder llevar a cabo la segunda alternativa que te comenté en su momento, cuando te dije que, si se nos diera la oportunidad de vivir juntos, lo criaríamos, cumpliendo nuestros roles de madre y padre, como corresponde; ¿te acordás?

-¡Sí, claro que me acuerdo! -exclamó, con rostro de infinita felicidad, luego, de lo cual, pegó un gritó que me hizo saltar y que habrá asustado a más de uno de nuestros vecinos más cercanos, pero no se lo reproché... ni siquiera se lo mencioné-. ¡¡¡Gracias, Roberto!!!

Continuará