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Enloquecidos y Apasionados (16)

en Hetero: General

Como ya dije, este relato es 100% ficticio, pero podría ocurrir. Recomiendo que lo lean desde el primer capítulo, si no lo han hecho ya.

Enloquecidos y Apasionados

e-mail: tioguacho52@yahoo.com.ar

msn: tioguacho52@hotmail.com

Capítulo 16.

-Todo esto está muy lindo, pero tengo a mi nena hermosa esperándome… para mejor, como te dije, está embarazada y anoche no durmió en casa; tiene sus changas como niñera -aclaré, antes de que se le diera por hacer una "broma" que me habría caído muy mal-. ¡Nos extrañamos muchísimo! Por otra parte, era la primera vez que pasábamos la noche separados desde nuestra convivencia. Agregale eso la calentura que tengo por escuchar tu historia con Ceci y comprenderás mi urgencia por volver al depto.

-Sí, por supuesto. Además, tengo que hacer algunas compras, antes de ir a buscar a Cecilia a su clase de danza.

-Ah, ¿eso es lo que estudia? ¡Mirá qué bien! -exclamé, espontáneo-. Bueno, Diego… nos hablamos por teléfono entre hoy y mañana, o nos vemos el lunes en el laburo, ¿okey?

-Okey -acordó, de buena gana-. Uno de estos días, me encantaría conocer a esa Micaela, que tan "loco" te tiene… como a mí, Ceci. -rió, por fin.

-Por eso… lo consultamos con nuestras "nenas" y, si están conformes, nos hablamos y nos vemos mañana. -reiteré.

Cada uno pagó su café y mi amigo me llevó de regreso, en el auto, a mi departamento, después de un amable ofrecimiento que no quise rechazar.

Abrí la puerta con mi llave, la dejé en su lugar y me dirigí al living, donde, muy bajito, se oían voces provenientes del televisor. Allí, sentada en el piso, estaba Mica. Vestía un pantalón vaquero, de tiro corto, muy corto… apenas le llegaba a las caderas y un top color violeta que no tapaba su panza, todavía plana y unas zapatillas con soquetes. Pero, como siempre, lo que mejor le quedaba era su sonrisa que se hizo más amplia y dulce al verme llegar.

-¿Te das cuenta de que, dentro de unos meses, vas a tener la barriga tan grande que no vas a poder vestirte con esa ropa? -bromeé, después del beso (largo para un simple saludo) que nos dimos y que supo a "te extrañé mucho"… para ambos.

-¿Ah, no? -me preguntó, graciosamente desafiante, acariciándose el vientre, con una ternura muy especial-. ¿No viste que las futuras mamás de hoy muestran sus barrigotas? Es la última moda, mi Amor.

-Lo sé -dije, dulcificando mi voz-… ¡y lo bien que hacen! Si no quedara ridículo, yo andaría por todas partes con un cartel colgado del cuello, que dijera "Futuro Papá".

-¡Vos sí que estás de la nuca! -rió a carcajadas.

-Me encanta verte así, riéndote con todas las ganas. -dije, acercándome a ella y, con bastante agilidad, me senté en el suelo, junto a ella; rodeé sus hombros y nos besamos loca y apasionadamente.

-¿Y, cómo te fue con tu amigo? Porque era un amigo y no una amiga, ¿no? -me interrogó, haciéndose la desconfiada.

-Bueno… me descubriste la amante que tengo… -respondí, jugando verbalmente con ella. Luego, sin llegar a ponerme serio, pero con total sinceridad, le conté todo.

Casi sorpresivamente -toda ella era una sorpresa diaria-, mi adorada adolescente se bajó la bragueta de su pantalón y tan lenta como hábilmente, fue quitándoselo sin moverse demasiado. Mica ya me conocía muy bien… hasta mi respiración, e intuyó que quería que hiciéramos el amor, sentimiento que, por suerte, compartíamos esa tarde, como tantas otras veces. Volver a tocar la suave piel de sus piernas me enloqueció: era como regresar a la gloria, en la que también creí estar con Caro, la noche anterior y esa misma mañana; sin embargo y sin despreciar del todo lo ocurrido con nuestra amante a solas conmigo, no había ni punto de comparación. Yo amaba a mi novia con todo mi corazón y, de ser necesario, habría dado la vida por ella; a Carolina la quería, obvio, pero decididamente no era el mismo sentimiento.

-Tocame… necesito que tus manos me acaricien todo el cuerpo -me susurró, sensual e inocente a la vez; pero, por sobre todas las cosas, sincera-. Haceme lo que quieras, mi Amor…

No terminó de hablar que mi mano ya ponía rumbo a su conchita, llegando a ella en tiempo récord; al llegar a unos milímetros, me detuve, y cambié de ritmo. Así, el roce de mis dedos con sus pliegues, algo húmedos, fue una de las caricias más suaves que le había hecho… sentí un levísimo temblor que identifiqué como de placer y, al no ser yo de madera (excepto para bailar… je, je, je), comencé a meterle dos dedos en su cuevita. Sabía que podían entrar cuatro, pero quise hacerlo de a poco. Sabía que de esta manera ambos gozaríamos más y, por otra parte, nos traería recuerdos de nuestras primeras experiencias, cuando Mica aún no menstruaba. De alguna manera, nos gustaba mucho recordar aquellos tiempos y agregarles algo más de nuestro presente, algo nuevo que hubiésemos hecho muy pocas veces… o nunca.

En este caso, surgió accidentalmente. Cierto es que habíamos bebido café (yo, echado sobre sus tetitas), con mi leche, pero hacía mucho que no nos aplicábamos alguna sustancia pura sobre nuestros cuerpos para chuparlos desde ahí. Mi adorada nena había estado tomando té con tostadas y miel, habiendo dejado el frasco y otros utensilios a su lado. Tomé el recipiente y, con bastante paciencia, esperé a que el espeso contenido cayera sobre su cosita, decorándola y haciéndola muy apetecible, por si hiciera falta… para mí, no; pero era indudable que le daba un aspecto diferente. Volví a introducir mis dos dedos, pegoteándolos "hasta la manija", como solemos decir por acá. Esta vez, fue un mete-y-saca, introduciéndole la miel hasta donde yo llegaba. En eso estaba, con mi amada adolescente gimiendo y jadeando, cuando, tomando nuevas fuerzas, logró quitarse el top por completo. De más está decir que quedó completamente desnuda. No sé si fue mi imaginación, ni tampoco lo verifiqué con Mica, pero me pareció que sus pechitos ya habían crecido un poco por su gravidez. De todas maneras y tal como se lo había anticipado a mi novia en su momento, me seguían pareciendo las tetitas más bellas y perfectas del mundo e intuí que así seguiría hasta que la muerte nos separase… porque eso era lo único que podría lograr que nos abandonáramos definitivamente, pero sólo en lo físico.

Llegó con sus angelicales manos hasta su embadurnada conchita y recogiendo un poco del pegajoso alimento, lo llevó a sus tetas, esparciéndolo por esos encantadores montículos, comenzando a acariciárselos. De vez en cuando, se llevaba uno o dos dedos a la boca para probar esa dulce mezcla de sabores, mientras yo ya tenía cuatro de los míos entrando y saliendo de su cuevita, hasta que llegó a su esperado orgasmo. Luego, con un entendimiento implícito y tras lavarse las manos, ella "tomó revancha", desnudándome por completo, acariciando mi cuerpo como nunca lo había hecho y, al llegar a mi poronga, no dudó en chuparla un poco primero y luego, embarrármela con la misma miel que habíamos usado para su cuerpo. Para esta tarea, utilizó directamente el frasco, metiendo mi herramienta en él sin ningún miramiento ni prejuicio… sólo se dejaba llevar por el placer y su momentánea lujuria. La verdad, a mí tampoco me importó: después de todas las "chanchadas" que habíamos hecho, ¿qué nos hacía una más? Además, era casi como si hubiese metido un dedo en el envase… no es de muy buena educación, lo admito, pero hay cosas mucho peores, para mi gusto, claro.

-¿A ver, Papucho, cómo queda tu pijota con miel? -me dijo, dejando el frasco a un lado, preparada para chupármela. Primero, le pasó la lengua muy sensualmente… como sólo ella podía hacerlo, desde las bolas hasta el glande, llevándome, como en otras oportunidades, al quinto cielo-… mmmmmmmmmmmm, ¡qué dulce que está, Papi! ¿No es cierto que es toda mía?

-¡Por supuesto! -exclamé, ya gozando de una mamada como pocas-. Caro pudo haberla tenido por un rato, pero nunca fue suya y tampoco será de nadie más.

-Sí, porque es mi "muñeco" favorito… yo se lo presté a mi amiga porque no tiene ninguno todavía -me explicó, con esa vocesita de nena inocente que me "mataba"-; pero me parece que no se lo voy a prestar más. A ver si me lo rompe… a propósito de romperse, ¿no te gustaría guardarlo un ratito en la "cajita" que tengo especialmente para él?

-Si puedo elegir…

-Podés, mi Papuchín. -me interrumpió para que no cupiese ninguna duda, aún antes de saber cuál sería mi sugerencia.

-Bueno: si puedo elegir, prefiero una chupadita mojada con esa boca de labios suaves y carnosos. Después, aceptaría tu opción de guardarlo en tu hermosa "cajita", ¿okey?

-Okey, pero si la lechita sale antes, la voy a tomar toda, por supuesto, pero esta noche quisiera tenerla en mi cajita, ¿sí?

-Claro que sí, mi Vida, mi Putita… -respondí, y mi voz se fue diluyendo, a medida que mi poronga, excitada al máximo, entraba en la boquita de mi nena hermosa.

¿Cómo explicar lo que sentí cuando mi herramienta penetró la boca de una adolescente de trece años que, para mejor, sabía perfectamente lo que me gustaba, cómo hacerlo y, encima, me amaba? Lo único que puedo decir es que, una vez más, mi adorada novia tuvo razón. A riesgo de ser reiterativo, afirmo que Mica me conocía muy, pero muy bien: sabía que mi verga no soportaría sus caricias bucales por mucho tiempo y fue así que acabé volcando mi lava en su húmeda boca, caliente desde todo punto de vista, que tragó mi líquido del amor, tras saborearlo, hacer buches con él y mostrarmelo mezclado con su saliva, embarrándole la lengua, los dientes, las encías y cada rincón de esa cavidad que abrió para dejarme verla así. Yo, por otra parte, sabía que le debía "algo" para esa noche, que le "abonaría" todo de una vez… y hasta tenía pensado darle una propina, si me alcanzaba… je, je, je.

Un rato más tarde, ya vestidos, mi adorada Mica consultó su correo electrónico y se encontró con un mensaje que la dejó en silencio frente a la pantalla, cosa muy poco usual en ella, ya que siempre me hacía algún comentario. La dejé: no quise invadir su intimidad y, por otra parte, sabía que, tarde o temprano, algo me diría.

-Amor -dijo, por fin, aún sentada frente a la computadora, con sus ojazos perdidos en el protector de pantalla-… no sé si estar contenta o triste: mi vieja me escribió, diciéndome que no vaya en las vacaciones de julio.

-¡¿Qué?! -pregunté, azorado ante las novedades-. ¡¿Tu madre de dijo eso?! No puede ser, mi Vida… tiene que haber un error. -culminé, acercándome a ella y leyendo, con su implícito permiso, aquel sorprendente correo.

En efecto, decía que sus abuelos paternos irían a visitar a Roberto y a ella: habían resuelto una tregua mientras tuvieran visitas, a fin de no hacerlos viajar de costa a costa de los Estados Unidos, de modo que Patricia iría a Miami. De más está decir que me pareció una excusa muy pobre para no tener que enfrentarse a su hija embarazada… en este caso, no importaba quién fuera "el hijo de puta que se había aprovechado de la pobre niña"; esto me lo había dicho Pato en uno de sus mails "confidenciales" que me había escrito. Por lo que pude apreciar, quería jugarla de Mamá comprensiva y muy disgustada, cuando, en realidad, era muy olvidadiza; no recordó, por ejemplo, que me había dicho que quería alejarla de su grupito de Miami. Pero, además -esto no lo mencioné en su momento-, que estaba segura de que tenía un novio y que tenía sexo con él. En otras palabras, deseaba separarla de él y de cualquier otro chico, antes de que quedara embarazada. Entonces, ¡basta de disimular! Si despreciaba a su hija, que fuese coherente… conmigo, desde luego. No pretendía que le dijera a Mica lo que, en realidad, sentía por ella. Pero, en ese momento, tanto Patricia como Roberto, me parecieron seres desdeñables, indignos de ser los progenitores de la bella persona -por dentro… y por fuera, claro- que, sin duda, era Micaela.

Sin otra intención que consolarla, la tomé de los hombros con las manos, invitándola a ponerse de pie y a girar hasta que quedamos frente a frente. Así, la abracé tiernamente y, con su cabeza en mi hombro, gimoteó sin lágrimas, afortunadamente. Sin embargo, pude notar la decepción causada por aquella pareja de desalmados; no llegué a odiarlos -no es el tipo de cosa que suelo sentir-, pero sí los detesté. Besé su cabellera, y corriéndole el flequillo en señal de cariño, la miré a los ojos; estaban algo tristones, y no era para menos. Sin hacer leña del árbol caído… después de todo, eran sus padres y nadie podría cambiar eso, la besé dulcemente en los labios. Ella, instantes después, abrió la boca, incitándome a hacer lo mismo. Me resultó obvio que necesitaba algo más que un beso de consuelo, y algo más que yo aún no estaba en condiciones de darle, por lo reciente de nuestro acto de amor; para ser más claro, aunque para nada romántico, me había vaciado las bolas y todavía no me había recuperado. Pero, de seguir así, terminaríamos en la cama, aunque más no fuera haciendo un sesenta y nueve o jugando con el vibrador. No obstante, el destino quiso que sonara mi celular, antes de que las cosas pasaran a mayores. Tal cual lo sospeché, era Diego, quien, habiéndolo consultado con su preciosa adolescente, me llamaba para invitarnos a su casa, para el día siguiente (domingo) a comer un asado. Mi amigo tenía una cabaña de tiempo compartido en uno de los barrios cerrados de las afueras de la Capital Federal… lo que se conoce como el Gran Buenos Aires. Con Mica, ya habíamos acordado que sería una buena idea: hacía mucho que no salíamos a tomar un poco de aire puro, los dos juntos. Y, en este caso, no deberíamos disimular nada, ya que quienes nos invitaban estaban, básicamente, en nuestra misma situación.

Obviamente, el llamado rompió el clima, pero ninguno de los dos se desesperó, ni mucho menos: si bien no existen horas exactas para hacer el amor, sí hay momentos más adecuados que otros… al menos, ese día aún había que preparar la cena y, después de comer y, quizás, un poco de televisión, llegaría nuestro tiempo amoroso.

Y así fue: juntos, cocinamos la comida -sencilla y liviana-, cenamos, conversando sobre bueyes perdidos. Luego, sentados en el sofá, viendo una película, ella apoyó su cabeza en mi hombro, a modo de mimo… de vez en cuando, le besaba la mollera y también, aunque con menos frecuencia, nos besábamos. Nos portábamos como una pareja "civilizada", hasta que se me ocurrió posar mi mano sobre su panza desnuda… se había vuelto a vestir con la misma ropa con la cual me hubo recibido. Movió su vientre al estilo odalisca -aunque no con tanta agilidad- para acercarse más a mí. La comedia que estábamos viendo se acabó y metí mi dedo en su delicioso ombligo. Rió un poco por las cosquillas que estaba produciéndole e introdujo su mano por debajo de mi remera de manga larga, hasta que llegó a mi pecho. Sentir sus manos jugando con mis tetillas era algo que se me hacía difícil resistir, y ella, naturalmente, lo sabía. Nuestras reacciones - besos y caricias- se hicieron cada vez más apasionadas. Acabó por quitarme la prenda que cubría mi torso. Como era lógico, descendió, con manos y labios hasta que sus dedos desprendieron mi pantalón, mientras su lengüita, experta a esta altura de nuestra convivencia, me lamía el ombligo y, muy despacio, siguió descendiendo hacia mi pubis… y, al desprender el botón de mis vaqueros, para luego bajar la bragueta, se encontró con la sorpresa de que yo tampoco tenía ropa interior; no era la primera vez que lo había hecho pero, a partir de ese día, lo adopté como costumbre. Después de todo, si mi novia lo hacía, ¿por qué no yo?

Mica -no sé si por agradecimiento, calentura o ambas cosas- me chupó la poronga de una manera muy especial: comenzó por metérsela hasta la garganta y, allí adentro, empecé a sentir su lengua serpenteando por todo el tronco, desde las bolas hasta el glande. Luego, la sacó de su cálida cavidad, sin dejar de lamérmela… sinceramente, ignoro cómo lo hizo: me limité a mirarla y a gozar de ese nuevo mimo que, seguramente, habría practicado con el vibrador. ¡Qué cosa hermosa verla chupándomela como un helado!

-Hummmmmmm, Papi… ¡qué rica pijota tenés! -ronroneó, después de un tiempo apreciable de este placentero ejercicio-. Pero ahora, vas a esperarme un segundo, ¿sí?

Diciendo esto, se detuvo y, en un santiamén, se desnudó por completo. Mis manos y las suyas se dedicaron a pasearse por nuestros cuerpos y nos besamos con locura. De ahí a la cama fue, prácticamente, un solo paso. Mi adorada nena se dejó caer sin prisa y sin pausa de espaldas sobre la cama y yo acompañé su movimiento, posando mi cuerpo sobre el suyo. No recuerdo haberlo hecho tan sincronizado antes; pero, antes de que nuestros pechos se unieran, uní la punta de mi verga a la entrada de su conchita, para luego introducirla muy de a poco; fue la primera vez que lo hice de esa forma: lentamente y sin el tradicional (al menos, para nosotros) mete-y-saca. Sólo fui "sumergiéndola" en aquella adorada y dulce rajita, ya mojada con sus propios jugos, hasta darme cuenta de que no entraba más.

-Ay, ahhhhh… no dejes de meterla porfi, Amor… ¡más! -gimió, juntando las palabras, como si no existieran signos de puntuación, en un término sólo existente y válido para nosotros.

Así como entró, volvió a salir, pero no del todo… al sentir sus labios menores en la punta de mi herramienta, repetí la acción. Fue una experiencia que nos hizo gozar como locos y que, paradójicamente, nos hizo acelerar los movimientos, luego de -calculo- unos cinco bombeos lentos y largos. De todos modos, no dejaba de acariciar el cuerpito dulce y ya sudando de mi tierna novia… mi pareja, la futura mamá más hermosa que había visto jamás y, por el momento, la más joven también. Obviamente, tenía referencias de chicas que, a los once años, ya estaban embarazadas, pero no las conocía. Y aunque parezca egoísta o frío de mi parte, no me interesaban.

Volviendo a aquel momento sublime y terriblemente excitante, mi afortunada piel percibió el suave y firme toque de las manos de mi amada, recorriéndome de arriba abajo, sin importar mucho el orden de mis sectores por los que pasaban. Sin esperarlas tan pronto, mis nalgas se regocijaron al recibir esos delicados dedos de adolescente recién estrenada, apretándolas, para pegar nuestros cuerpos aún más. Era en esos momentos de amor apasionado cuando olvidábamos, a nivel consciente, que nuestros cuerpos, al igual que nuestros corazones, ya eran uno y, por lo tanto, era absurdo intentar juntar algo que ya estaba unido para siempre… o, al menos, hasta que la muerte se encargara de llevar alguna de las "cáscaras" de nuestros seres. Sin embargo, contra toda lógica, mi poronga penetró algo más, gracias a los encantadores empujoncitos que mi nena hermosa me daba en el trasero. Mis manos seguían deleitándose, paseando por aquel fascinante cuerpo juvenil, que ya tenía otra vida dentro de él. Admito que nunca fui demasiado creyente, pero el embarazo siempre me pareció un auténtico milagro. Mis dedos se deleitaban en cada milímetro de piel que rozaban, pero, con frecuencia, se "encaprichaban" quedándose sobre las tetitas más bellas y tersas del universo, apretando, traviesos, aquellos pezones que, en algunos meses más, segregarían la leche que alimentaría a nuestro hijo… y que a mí me daría placer tomar pura y mezclar con otros líquidos, algo que, seguro, mi pareja también gozaría. Tocar esos pequeños montículos y escuchar los jadeos, grititos y gemidos de mi bebota, junto con una nueva e inesperada penetración más profunda todavía, provocó una erupción tremenda de mi lava dentro de su deliciosa cueva, inundada por los líquidos de ambos. Mi pija, pese a empequeñecerse hasta la siguiente vez, reposó dentro de ella y me di vuelta; quedé de espaldas y sosteniendo a mi ángel con ambas manos, la acomodé sobre mí. No era la primera vez que lo hacíamos: simplemente, estar acostados, pegados, mirándonos a los ojos y besándonos, de vez en cuando. ¡Qué manera más maravillosa de culminar nuestro acto amoroso! ¿"Culminar"? Una manera demasiado absurda de decirlo, ¿verdad?

Continuará