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Enloquecidos y Apasionados (11)

en Hetero: General

Como ya dije, este relato es 100% ficticio, pero podría ocurrir. Recomiendo que lo lean desde el primer capítulo, si no lo han hecho ya.

Enloquecidos y Apasionados

e-mail: tioguacho52@yahoo.com.ar

msn: tioguacho52@hotmail.com

Capítulo 11.

A mediados de febrero -el sábado 16, para ser preciso-, el Amor de mi Vida tuvo su primera y anhelada menstruación… decididamente, fue todo un acontecimiento, y provocó cambios que ya relataré. Por otra parte, dos días más tarde tuvimos nuestro primer encuentro con las autoridades del colegio privado donde anoté a mi ahijada. Esto trajo aparejado un par de exámenes: el primero, evaluatorio, a fin de ver si Micaela Vargas estaba en condiciones de ingresar en un secundario argentino, con varios "subexámenes", por así llamarlos, relacionados con la historia y geografía argentinos, así como con el idioma castellano. En todos los casos, aprobó, sorprendiendo a los profesores y al mismísimo director de la institución. Luego, siguiendo las reglamentaciones vigentes al pie de la letra… absurdamente, en mi opinión, debió rendir el segundo del par de exámenes aludidos pocas líneas más arriba: el examen de ingreso. ¿No les había bastado con las evaluaciones? De todas formas y, para no comenzar con el pie izquierdo, rindió cuanto tuvo que rendir; de más está decir que lo pasó muy satisfactoriamente.

Comenzó las clases a principios de marzo, en el turno mañana y al finalizar ese mes, ya tenía varias compañeras con las que se llevaba muy bien; y algunos compañeros también. Debo confesar que verla con varones de su edad no me causó ninguna gracia… sí, estaba celoso. Pero, ¿celoso de quién? Aquellos chiquilines sólo podían hacerle cosquillas a nuestra relación de pareja. Es decir, sus probables insinuaciones para con mi adorada novia no llegaba ni al empeine de nuestro gran amor.

Como ya anticipé, el comienzo de sus períodos menstruales la hizo reconsiderar algunos "temitas" a los que, antes, no le había dado importancia o que nunca había aceptado por temor o, sencillamente, por no ser necesarios.

-Amor -me consultó, con carita de preocupada, en el segundo día de su menarca-, ¿hace mal hacer el amor cuando la mujer está menstruando?

-Que yo sepa, no -respondí, con total honestidad-… más que provocar un enchastre total, no va a pasar nada. Mis ex nunca quisieron, pero ésa es otra historia. De todas formas, Vida, creo que ahora que llegó tu primera menstruación y dado que hacemos el amor con frecuencia, deberías consultar a un ginecólogo, sólo para ver si todo está bien; después de todo, ya entraste en otra etapa de tu vida.

-Sí, tenés razón: debería ir a ver al médico. Dejame empezar las clases, acostumbrarme al cole y te prometo que voy. Pero yo te lo preguntaba por otra cosa. -quiso explicar, y una muy poco frecuente vergüenza la invadió; algo similar a cuando discutíamos y ella se daba cuenta de su error.

-¿Qué otra cosa me preguntabas, Cielo? -interrogué suavemente, acercándome a ella y levantando su barbilla con mis dedos-. ¿Si deberíamos o no hacer el amor, mientras estás menstruando? Sí, si querés, podemos probar y vemos si nos gusta, no sé… pero, además, ya hemos tenido experiencias, durante las cuales sólo tenemos sexo oral o nos hacemos pajas mutuas y la pasamos muy bien… no entiendo este cambio; explicame, por favor: ya sabés que podemos hablar de cualquier cosa.

-Bueno, lo que pasa es que… esperá -me dijo, y sorpresivamente, se puso de pie ante mí, bajándose los pantalones hasta los tobillos, con ambas manos, quedando agachada, con su culo a pocos centímetros de mi cara-… ¿me explico ahora?

-Si no conociera tus gustos, juraría que estás pidiéndome a gritos que te haga la colita -respondí, un tanto desconcertado-. ¿Es eso?

-Sí, es eso -confirmó, aliviada, volviendo a subirse, dándose vuelta y regresando para sentarse a mi lado, como si estuviera viendo una grabación en reversa-… lo que pasa, Amor, es que es mucho más que las ganas de probar, que también las tengo, a pesar de la "cosita" que me sigue dando, más que nada por el dolor que voy a sentir y por el asco que puede darte meter tu pijota por ahí.

-No, mi nena hermosa -sonreí, con dulzura-. Nada que tenga que ver con vos puede darme asco… aunque cuando la saque, tenga un poco de caquita tuya en la verga. Eso jamás va a poder molestarme, mi Vida. En cuanto a que vaya a dolerte, creo que es inevitable… especialmente, la primera vez. Además, es como la primera vez por la conchita: todo depende de la delicadeza con la que te desvirguen; y sabés que voy a hacer lo imposible para que tu dolor sea mínimo.

-¿Sabés una cosa, Papucho? ¡Me muero de ganas de darte mi culito para que tu pijota sea la primera y la única, eso lo juro, en penetrarlo. Es lo único que puedo darte de mi cuerpo que nunca fue usado antes… para esto, claro -rió, por fin, yendo al bañito del cual salió enseguida, con un envase de vaselina en crema, que me alcanzó-. Ahora sí, haceme tuya por el culito…

Corrí una mesita que estaba al lado del sofá, donde mi tierna adolescente se acomodó, ya sin ropa alguna, al igual que yo, boca abajo, con el vientre sobre el posabrazos más cercano a mí; de este modo, su colita quedaba a la altura de mi herramienta, dura, gruesa y larga en toda su extensión, mientras, detrás de mi amada novia yo frotaba mi verga con la vaselina, preparándola para tan delicada tarea, para la cual había sido honrada: encular a mi hermosa nena de trece años por primera vez. Yo debía mantenerme de pie, pero, si he de ser honesto, no me importó. Ella deseaba ese coito anal y yo haría cualquier cosa para satisfacerla. No era que estaba forzándome a hacer nada. Es más, sabía que había hombres que habrían dado su brazo derecho por estar en mi lugar, pero, como suele suceder, Dios da pan al que no tiene dientes, dado que, como quedó establecido en capítulos anteriores, éste no era mi tipo favorito de sexo. Sin embargo, verla así, mirando expectante hacia atrás, buscando mis ojos, con una sonrisa anticipadamente satisfactoria en su encantadora carita, terminó de excitarme.

Volví a cargar la crema en mis dedos índice y cordial, y, como tantas otras veces, cuando teníamos sexo, los introduje en su orificio un poco más oscuro que la piel que lo rodeaba. Sus primeros suspiros de gozo me pusieron a mil y no tardé nada en darme cuenta de que ya estaba lista para su primera penetración anal. Acerqué mi pija a su culito, separé sus nalgas con ambas manos y empecé a meterle el glande en aquel canal un poco dilatado… y que, con cada empujoncito, iba abriéndose más. Pude advertir algún quejido, que no era producido por el placer, precisamente; pero, como en ningún momento me pidió ni insinuó que me detuviera y sabía que eso era lo que mi adolescente deseaba, inspirado también por mi calentura, continué enculándola, hasta que sus gemidos fueron inconfundiblemente placenteros.

-¡Ay, Papiii! ¡Dame más, porfiiiii! -pidió, tan sensual como solía serlo cuando hacíamos el amor, mientras mis bolas ya acariciaban sus cachetes; la tenía totalmente adentro y, por un momento, no pude creer que estábamos culeando y que ambos lo gozábamos. Ella, en tanto, frotaba su botoncito para ayudar a llegar a su orgasmo.

Su vocecita, así como su pedido, terminaron por dar nuevos bríos a mis movimientos de "mete y saca" y, por lo tanto, acelerar la explosión de leche que, por primera vez, inundó sus entrañas por atrás. Cuando mi verga acabó de escupir su lava, la saqué: realmente era impresionante cómo le había abierto el agujero, del cual salía un arroyito de espeso líquido con un tinte rosado, obvia mezcla de mi semen con su sangre, que caía al piso alfombrado. No me importó demasiado: ahora, lo primero era ver si mi tierna novia estaba bien y eso fue, precisamente, lo que le pregunté.

-Sí, estoy bien, Amor… un poco adolorida, pero creo que me voy a poder sentar… dentro de una semana -sonrió, algo forzada, pero enseguida, salió de aquella posición y se acomodó de costado, sobre el sofá, con los pies en el piso. Me senté en el posabrazos más cercano a su cabeza, la cual acaricié con toda la ternura que tenía dentro de mí-… no… no es tan grave. Dijiste que ibas a hacer todo lo posible para que el dolor fuera mínimo y cumpliste. En serio -ratificó, al ver mi cara de preocupación-: me duele como cuando tenés que hacer mucha fuerza y el sorete sale duro y te queda un poco de dolor… bueno: así es como me duele ahora. Pero me quedaron muchas ganas de cagar.

-Debe ser algo parecido a cuando vas al baño y hacés, pero parece que tenés más -especulé, con mi total inexperiencia en la materia, pero sabiendo que muchas chicas, aun de la edad de Mica, habían tenido este tipo de sexo y andaban por ahí como si nada. Esto me tranquilizó.

Esa noche nos dedicamos al sexo oral y manual, "por las dudas"; pero me aseguró mil veces que ni siquiera tenía molestias. Finalmente, tomamos el sexo anal como una variante más, a la hora de hacer el amor; tampoco esperamos hasta su siguiente menstruación… apenas unos días nos separaron de nuestra siguiente culeada, que ambos gozamos muchísimo.

A principios de mayo, mi nena hermosa me comentó que yo ya tenía una admiradora entre sus compañeras de clase. Su nombre era Carolina Morales.

Solía llevar a mi novia al colegio en el auto. Eso me obligaba a levantarme un poco más temprano, pero el gusto que nos daba estar ese ratito más juntos era impagable. Y, las pocas veces que pude, había pasado a buscarla. Esto era más complicado, porque, pese a que tanto nuestro departamento, mi oficina y el colegio donde iba Mica estaban en el mismo barrio o en barrios vecinos, siempre había demasiado trabajo, como para que pudiera "escaparme" todos los días. Afortunadamente, aquel viernes tres fue una excepción y, calculando la hora de uno de sus recreos, la llamé al celular (en esa época o, al menos, en ese colegio… no recuerdo ese detalle, estaban permitidos los celulares en el establecimiento, pero no usarlo durante horas de clase) y le dije que pasaría a buscarla para almorzar juntos en un restaurante de la zona; luego, la dejaría en casa y yo regresaría a la constructora.

Se acercó corriendo a la ventanilla delantera derecha que, por suerte, estaba abierta, tiró la mochila hacia el asiento trasero y, metiendo la cabeza dentro del auto, me dijo en voz baja, como si alguien pudiera escucharla… tal vez, sí:

-Cielo, Carolina, mi compañera, quiere saber si podemos acercarla a su casa.

-Sí, claro: decile que venga, que la llevo.

Enseguida, le hizo señas a una jovencita, un poco más baja que mi nena (de hecho, como comprobaría luego, era toda menuda) quien se acercó, con paso veloz al auto. Por estar estacionado de la vereda de enfrente, miró cautelosamente al cruzar la calle sin semáforos. Al llegar, me saludó muy tímidamente, desde afuera, con un simple movimiento de cabeza, como asintiendo.

-Ay, Caro -recriminó, simpática, mi ahijada-… dale un beso: te juro que no muerde… por lo menos, la primera vez. -rió brevemente, contagiando un poco a la otra colegiala, en tanto Micaela destrababa el seguro de la puerta trasera izquierda para que su compañera pudiera subir.

Una vez que las dos chicas estuvieron acomodadas en mi autito -mi nena hermosa sentada a mi lado, con el cinturón de seguridad puesto-, miré por el espejo retrovisor y, pese a que mi intención era sólo ver si había mucho tráfico para poder salir y reanudar la marcha, mi mirada quedó fija, por unos instantes, en aquella bella carita de cervatillo asustado. Carolina ovservaba, distraída, a otras compañeras que se alejaban, caminando y conversando, del colegio. Algunas, encendían un cigarrillo, lo cual me remontó a mi propia época del secundario, luego del cual, continué fumando durante un par de años, hasta que una compañera de la universidad, me convenció de que dejara ese mal hábito, que nunca más retomé… ¡gracias, Vero!

De todas maneras, aproveché aquellos momentos de distracción para mirar ese rostro de piel muy blanca. Sus ojos marrones y expresivos eran un canto a la suave mansedumbre que habitaba su alma. Su cabello castaño y rizado, le llegaba hasta la media espalda. El sonrosado de sus mejillas reflejaban, en parte, su timidez y, como sabría después -pero no ese día-, su color natural. Con la nariz pequeña y una amplia sonrisa pensativa, con dientes como perlas que adornaban su boca de finos labios, que acababan de confeccionar ese rostro, acabado en una barbilla redondeada… muy, pero muy bella. No era una perfecta modelo de televisión o de pasarela, pero -como decimos los argentinos- tenía un "ángel" muy especial que la hacía sumamente atractiva.

Cuando, por fin, me sumé al tránsito de la calle, le pregunté adónde vivía.

-No se moleste, señor… siga dos cuadras y déjeme en la esquina. No es necesario llevarme hasta mi casa -dijo, sonrojándose más aún.

-Puede que no sea necesario -sonreí-, pero quiero llevarte hasta tu casa y asegurarme de que llegues bien. Ah, y otra cosa: no sé qué te habrá dicho Mica sobre mí, pero no soy un viejo -agregué, guiñándole un ojo a mi hermosa nena, a mi derecha-; así que, por favor, llamame Carlos y, en lo posible, tuteame. Ahora, princesa, ¿adónde te llevo? Con dirección, por favor.

La llevé hasta su casa, esperé a que entrara; con mi novia, la saludamos desde el auto y partimos en cuanto cerró la puerta principal.

-Lo creas o no, Amor -me dijo, suspirando nuestra libertad de poder hablar nuevamente como pareja-, ésta es la chica que te conté… la que cree que sos una masa… o sea, muy buenmozo y que haría cualquier cosa por pasar un rato con vos, a solas. Y me juró que le parecería lo máximo que fueras su primer hombre. Y estoy casi segura que quiere coger conmigo también.

-Pará… vayamos por partes, Cielo -dije, completamente descolocado, intentando no tartamudear-… me, me dejás sin palabras… ¿e-esta chica tan tímida quiere que yo sea su primer hombre?

-Eso me dijo -respondió, con una tranquilidad pasmosa-... además, nos sentamos juntas en clase, me mira todo el tiempo y ya van dos o tres picos que me da, sin pedirme permiso ni perdón… o sea que le gusta darme picos; y creo que, si la dejara o le diera pie, me besaría como Romi… o como vos.

-Pero, mi Vida… si ella tuviera sexo conmigo, ¿no te sentirías celosa? ¡Ojo! Es sólo una suposición -aclaré, para evitar discusiones-. No estoy aceptando la propuesta.

-Sí, ya sé; y acá viene un tema que quisiera hablar con vos… y te pido que no te enojes… ¿okey? -me preguntó, con cara seria. Yo simplemente asentí, y ella continuó-. Bueno, mirá: me pondría muy celosa si yo no participara con ustedes dos, en un trío… el primer trío de mi vida. Sé lo que vas a decirme… yo también lo pensé -se anticipó, antes de que comenzara a recriminarla-: esto significaría decirle o, por lo menos, demostrarle a Caro que existe una relación "especial" entre nosotros… que somos pareja. Pero pensá que yo no tengo con quién hablar de lo nuestro, más que con vos. No me estoy quejando, Amor, pero quisiera tener a alguien más para contarle nuestras cosas… más que nada, para tener otra opinión; alguien que vea las cosas desde afuera, ¿entendés? Una "oreja" que escuche mis alegrías, mis dudas… no sé si me explico.

Claro que se explicaba; por supuesto que la entendía. ¿Cómo no comprender su situación, si a mí me pasaba lo mismo? Sin embargo, no dejaba de ser un tema delicado: una sola denuncia de corrupción de menores, sería el comienzo del fin. No tendría escapatoria si, por ejemplo, Mica era sometida a un examen de ADN del semen que tuviera en el útero o en su orificio trasero. Sería el mío, sin ninguna duda.

Durante el almuerzo, estuve callado; no enojado, sino serio y pensativo, esbozando alguna sonrisa forzada para demostrarle a mi Cielito que mi seriedad se debía exclusivamente a mi preocupación por lo planteado.

Lamenté -y se lo dije- que una de nuestras pocas salidas durante la semana, fuera tan silenciosa y frustrante, pero ella entendió mi punto de vista y, cuando la dejé frente al edificio donde vivíamos, nos despedimos con un tierno beso en la mejilla -sólo para disimular nuestra relación- y un "Te amo" en el oído, que ninguno de los dos pudimos esconder… además, no había motivo para hacerlo.

Apenas pude concentrarme en mi trabajo esa tarde y, cuando dejé el auto en el garaje, a media cuadra del departamento, estaba más confundido que nunca. Mi dulce novia me recibió con un suave beso; llevaba puesto un pantalón vaquero, su remera color naranja un par de coquetas pantuflas celestes, con motivos de Disney a la altura del empeine, y un perro de peluche en su brazo izquierdo.

-Vos me vas a matar, Cielo -me dijo, con cara de estar muy preocupada-, pero le pedí a Caro que venga mañana… quiero decirle la verdad.

No sé qué impidió una reacción violenta de mi parte; quizá, haya sido el asombro y la confusión que me causaron las palabras de mi audaz adolescente… ¿audaz o loca? En ese momento, daba igual.

-Pero todavía podemos hablar de esto… todavía podés inventarle cualquier cosa y decirle que eso era lo que querías contarle, ¿no? -especulé, en cuanto pude volver a razonar.

-Sí, claro -respondió, no del todo convencida-… lo que pasa es que estoy casi segura que no va a decir nada…

-Claro… vos estás casi segura -ironicé, perdiendo la paciencia-; pero, ¿qué pasa si nos delata? ¡A mí, el "casi" no me sirve, Micaela!

-También pensé en eso -contestó, más tranquila que yo-: si dice algo, primero, la acuso de acoso sexual en el colegio. Y, segundo, sería su palabra contra la nuestra… y no es muy probable que le crean. Vos sos un hombre muy conocido entre los vecinos y todos saldrían en tu defensa… y yo sería la primera.

Confieso que las palabras de mi novia me dejaron pensando. Después de cenar, me fui a duchar y, a los cinco minutos, entró Mica al baño. Descorrió la cortina y, dejando las pantuflas encima del asiento del inodoro para que no se mojaran, se acercó a mí y me ayudó a lavarme el pecho y la espalda, sin decir palabra. Simplemente, dejó que sus manos expresaran todo su amor por mí, bajando hasta mis nalgas para, después de enjabonarlas, pasar nuevamente a mi parte delantera. Clavó sus ojos en mi herramienta y, sin quitarse prenda alguna, se metió en el cubículo conmigo, donde toda ella empezó a mojarse, ropa incluida. Allí, en cuclillas, comenzó a lavarme la panza, el pubis, rodeó mi verga sin tocarla -pensé que era una especie de venganza- y pasó, muy delicadamente, sus deditos espumosos por mis bolas. Enseguida, tomó mi verga entre su índice y pulgar, corriéndome el prepucio hacia atrás; todo indicaba que se limitaría a higienizar esa parte de mi cuerpo, pero, en lugar de frotarme con sus dedos o, en todo caso, con la esponja, sacó su lengüita y empezó a darme breves, casi imperceptibles, estocadas. De ahí, pasó a lambetazos cada vez más descarados y eróticos, hasta que inclinó la cabeza hacia atrás para mirarme a los ojos, mientras continuaba con sus "travesuras" que pronto se convirtieron en una de las mejores mamadas de mi vida, si bien no terminé dentro de su boquita, sino en su bien cuidada conchita, en la ducha y, desde luego, ella también sin ropa, rodeando mi cintura con sus piernas y besándonos como lo que éramos: dos locos apasionados. En cieta forma, también fue nuestra manera de pedir y recibir disculpas mutuamente.

Al día siguiente -sábado, como se recordará-, Carolina llegó alrededor de las tres de la tarde. Aún no habíamos decidido nada, con mi tierna adolescente, acerca de lo que haríamos. Lo que sí habíamos acordado era que, si se daba, no nos detendríamos hasta lograr lo que ambas chicas, y yo también, claro, deseábamos… en especial, nuestra visitante; sin embargo y como ya era costumbre entre Mica y yo, no forzaríamos ninguna situación, por tentadora o excitante que pareciera.

Caro vestía una remera color rosa viejo, de cuello alto y florcitas blancas rodeando el cuello, así como su parte inferior que apenas le cubría el ombligo. Más abajo, tenía una minifalda marrón claro, cuyo ruedo dejaba ver algo menos de medio muslo. Calzaba zapatillas deportivas blancas y medias tres cuartos del mismo color de la remera.

Mi nena hermosa llevaba una camiseta blanca sin mangas, muy suelta -quizá, para disimular la falta de corpiño- y una faldita de largo discreto, color verde muy claro. Yo, en tanto, tenía una chomba roja, vaqueros y un par de mocasines, toda ropa bastante vieja -la mía, claro está- y, por lo tanto, muy cómoda.

Mi novia abrió la puerta y, tras unos segundos, saliendo de la habitación principal, las sorprendí en un beso algo más largo que un pico. "Se largó -pensé, sonriendo internamente-, pero seamos prudentes". Me hice el que no había visto nada; me acerqué a nuestra visita y la besé en la mejilla, con un humilde "Hola, ¿cómo estás?".

-Muy bien, Carlos… ¿y usted?

-Bien… más que bien. Con dos bellezas en casa, ¿cómo voy a estar? -piropeé, sonriendo a ambas, sin ningún esfuerzo ni mérito. Carolina se sonrojó un poco y el Amor de mi Vida me regaló una mueca cómplice-. Bueno, ¿adónde piensan estar?

-Donde no molestemos -respondió mi nena, sincera. Luego, como para tantear la reacción de su amiga, agregó-: vení, vamos a mi cuarto, ¿querés?

-Sí, claro… donde quieras.

Ambas fueron al dormitorio/estudio (aunque de lo primero sólo tuviera la cama); yo miraba una película, sin prestarle demasiada atención, escuchando las risas y los silencios de las chicas. Cuando comprobé que éstos eran más frecuentes y prolongados que los cuchicheos, intuí que la acción -al menos, la de besarse con lengua- había comenzado. Después, oí que nuestra huésped decía, con voz algo asustada:

-Pero, ¿y si viene tu padrino?

-No te preocupes… mi padrino va a venir únicamente si lo llamamos -escuché que decía mi tierna novia, acercándome en puntas de pie a la puerta de esa habitación-; además, hoy se te va a cumplir más de un deseo, Caro…

-¿Qué me querés decir? -preguntó, entre asustada y ansiosa.

-Ya vas a ver -respondió, Mica, en tono misterioso, sabiendo perfectamente cuál sería el próximo paso-; ya vas a ver…

Continuará