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Enloquecidos y Apasionados (15)

en Hetero: General

Como ya dije, este relato es 100% ficticio, pero podría ocurrir. Recomiendo que lo lean desde el primer capítulo, si no lo han hecho ya.

Enloquecidos y Apasionados

e-mail: tioguacho52@yahoo.com.ar

msn: tioguacho52@hotmail.com

Capítulo 15.

Había caminado unas quince cuadras, cuando encontré con un Chevrolet Corsa gris que me pareció familiar. A medida que me acercaba, la certeza de que no me equivocaba era cada vez más grande. Me fijé en la patente (matrícula) y tanto las tres letras como los tres números de la misma coincidían. Ya no tenía ninguna duda: era el auto de uno de mis compañeros de trabajo, un ingeniero civil que tenía aproximadamente mi edad y, a veces, cuando nuestros horarios coincidían, hasta almorzábamos juntos en el comedor de la constructora. Pese a nuestras diferentes profesiones, teníamos mucho en común y éramos algo más que compañeros de trabajo. Hasta coincidía que ambos éramos solteros y, según nos confesamos mutuamente, nos habíamos separado de nuestras respectivas últimas ex casi al mismo tiempo. Pronto descubriría que teníamos más en común de lo que yo pensaba.

Al ir acercándome al auto, estacionado en la misma dirección y contra el cordón de la vereda por la cual yo caminaba, distinguí una pareja que se besaba apasionadamente. Pese a no poder ver sus caras de frente, el hombre era Diego Rojas, mi amigo: de eso no me cabía ninguna duda. La chica era una rubia, cuyo perfil -o lo poco que se veía de él- era muy bello. Me dio no sé qué pasar por al lado del coche sin saludarlo; y, si lo hacía, los interrumpiría, lo cual habría sido molesto para ellos y, en cierta forma, embarazoso para mí. Por eso, intenté cruzar la calle, distraído, pensando en quién sería la chica que, por cierto, aparentaba ser muy joven, cuando un bocinazo, una frenada brusca y muchos insultos me sacaron de mis pensamientos y me detuve, como si hubiese chocado contra una pared invisible. Por esas cosas de la mente, lo primero que hice fue mirar hacia el Corsa, cuyo conductor y pasajera se habían separado y me miraban atentamente, no porque fuera yo, sino por el alboroto que, sin querer, había causado.

En ese momento, reconocí a la preciosa adolescente: la había visto en varias ocasiones -especialmente, en el último par de meses-, rondando la oficina de Diego. Al poco tiempo, me enteré, por los chismes de los pasillos y de boca del mismísimo "damnificado", de que era su sobrina.

Por esas cosas del destino, sólo ella se dio cuenta de que los había visto en esa situación tan comprometida para ellos, como inesperada para mí, y aún no había tenido tiempo de decirle nada sobre el tema a su tío. Después de que el Fiat Palio que casi me había atropellado volvió a arrancar y se perdió en la siguiente esquina, los ocupantes del conocido auto gris se bajaron y vinieron a ver cómo me encontraba.

-¡Carlos! -exclamó él, mientras me reponía del susto-. ¡"Linda" manera de encontrarnos un sábado a la tarde, gaucho! Tenemos el corazón a mil…

-¡Y yo, no te digo nada! -respondí, aún temblando, pero sin el nerviosismo de descubrir el pánico en la mirada de mi amigo por haberlo pescado besando a su sobrina… y no precisamente en la mejilla.

-Vení, vamos al auto -me invitó, con su habitual cordialidad; cuando caminábamos hacia el vehículo, recordó que había omitido algo-. Perdón: conocías a Cecilia, mi sobrina, ¿cierto?

-Sólo de vista -confesé, preparándome para darle un besito de saludo que sería retribuido-. ¿Cómo estás, preciosa?

Ella me miró con miedo… como sabría luego, sintió terror de que denunciaría a su tío por "abusar de una menor". Obviamente, no conocía mi historia reciente: mi noviazgo y futura paternidad con Micaela. Pero ese hecho la hizo parca conmigo. Al no conocer su carácter, no le di importancia: "Será tímida", pensé.

-Hola, Carlos -respondió, con carita de "No digas nada, ¡por favor!", mientras yo abría la puerta trasera derecha para entrar, a fin de que ella volviera a ocupar el asiento del acompañante. Este gesto mío, tan espontáneo como impensado, la tranquilizó un poco-… no, subí vos adelante: yo ya me voy.

Miré a ambos y vi que Cecilia se despedía de Diego con un inocente y lógico beso en la mejilla. La mirada de mi amigo le pidió una explicación por su actitud; primero, su parquedad para conmigo, y luego, su aparente mal humor. En definitiva, mi pobre compañero de trabajo no entendía nada. Luego, observando el bello rostro de la adolescente de ojos verdes, leí sus hermosos labios, cuando le decía a Diego: "Nos vio". Él no pudo o no quiso comprender y quedó confundido hasta que la joven desapareció.

-¿Tenés dinero? Porque te vas en un taxi, ¿no? -interrogó, perplejo, mientras ella caminaba, dándonos la espalda… su cabello le sobrepasaba un poco los hombros. Vestía su uniforme de colegiala.

-Sí, me voy en taxi y tengo dinero para llegar. Salgo a las siete: ¿me pasás a buscar?

-Sí, claro, Amor… cuidate y hasta luego -culminó, y, por toda respuesta, recibió un leve agitar de su mano derecha. Luego, Diego giró su cabeza hacia mí y, no sin cierto orgullo, continuó-. Es la hija de Agustina, mi hermana… te acordás de ella, ¿no?

-¡Por supuesto! La he visto por la constructora, alguna vez. Y ahora te confieso que está muy bien. Es más, Cecilia se le parece bastante.

-Perdoná que sea tan directo -dijo, aún desconcertado-, pero, ¿vos nos viste en el auto, antes que nosotros te viéramos a vos? Eso fue lo que me dijo Ceci, antes cuando se despidió de mí…

-Sí, es cierto -confesé, como si estuviera en falta-; pero no te preocupes, porque…

-¿Y no vas a insultarme? ¿A decirme que soy un degenerado, un enfermo y todas esas cosas? -me interrumpió, desoyendo la última parte de lo que traté de decirle.

-No, porque sería una hipocresía de mi parte.

-¿Por qué una hipocresía? No te entiendo…

-Porque, aunque parezca increíble, ésta es otra de nuestras coincidencias: yo estoy viviendo con mi ahijada de trece años… pero conviviendo en pareja y estamos esperando un hijo: está embarazada -aclaré, absurdamente-. ¿Te das cuenta ahora de porqué sería un hipócrita si te insultara?

-¡¿En serio?! -preguntó, incrédulo, ante la noticia-. ¿Y los padres, qué dicen?

-Los padres saben que está embarazada, pero no, quién es el padre… es un acuerdo al que llegamos, aunque la idea fue de ella… de Micaela, quiero decir.

-Si tenés tiempo, te invito a tomar un café y hablamos tranquilos. -me sugirió y yo asentí.

-Sí, tiempo tengo… y creo que traje el celular para avisarle a Mica que voy a llegar más tarde.

-¡Andá…! -me dijo, ocultando su sonrisa-. Sos un pollerudo…

Enseguida, encendió el motor del auto y, al mismo tiempo, largó la carcajada, a la cual sumé la mía. Unas seis cuadras nos separaron de un bar pequeño y discreto, donde encontramos una mesa libre y pedimos sendos pocillos de café. Allí, antes de comenzar la conversación, tomé mi telefonito y le dije a mi novia que me había encontrado con un amigo y que tardaría más de la cuenta. Le pregunté si todo estaba en orden, a lo cual respondió que sí: Carolina se iría en una media hora, pero que no tenía problema en quedarse sola un rato… que tendría su celular a mano y que, cualquier cosa, me llamaría. Le pedí que me lo prometiera y lo hizo.

Después de una despedida sin disimulos -de hecho, no hizo falta: en ese momento estaba solo-, cruzó por mi mente si había hecho bien en comentarle a Diego lo de la relación que mantenía con mi amada adolescente. Tras unos segundos, concluí que, en el peor de los casos, yo tenía las de ganar, porque no sólo tenía la confesión de mi compañero de trabajo, sino que también los había visto besarse, con lengua y todo: la luz me había permitido ver ese detalle… podría haber sido una ilusión óptica, sin duda, pero si hay algo de lo que puedo jactarme desde siempre, es de mi pulso y mi excelente vista. En cambio, lo mío podría haber sido un simple consuelo inventado; mi eventual y teórico acusador jamás nos había visto en situaciones comprometidas y sólo recordaba a Micaela por fotos que yo había traído de Miami, cuando fui para su Comunión… y les aseguro que, en tres años, mi nena hermosa había cambiado bastante. Por otra parte, Diego, con toda discreción, aprovechó que yo llamaría a mi adolescente, para ir al baño; de modo que ni siquiera presenció nuestro diálogo.

Sin embargo, así como, en su oportunidad, Mica me había dicho que necesitaba una confidente para hablar sobre nuestros temas con alguien imparcial y que ésta había sido una de las razones para contarle todo a Caro, yo también necesitaba alguien de mi generación para que me escuchara y opinara, sin "crucificarme", acerca de mi vida con Micaela. Por ello, me alegré de que uno de mis mejores amigos estuviera en mi misma posición.

Le conté todo: desde nuestro reencuentro en la casa de los padres de Roberto, mi compadre, cómo Mica me sedujo y nos enamoramos prácticamente al instante. Desde luego, me reservé algunos secretos, como su tendencia bisexual y algunas cositas muy "chanchas" que hacíamos juntos. Diego, por su parte, estuvo más ansioso de relatar su relación.

-Lo mío, en cambio, empezó hace dos años y meses -comenzó, con cierta timidez que fue perdiendo a medida que hablaba-. Ceci estaba por cumplir los doce y ya me tenía fascinado, pero temía un rechazo de su parte (ella ignoraba mis verdaderos sentimientos por ella) y, lo que habría sido mucho peor, que se lo dijera a sus padres. Además, no es como en tu caso, que no hay lazos sanguíneos… pero, ya sabés cómo son estas cosas: no podía dejar de verla, porque soy el tío, y siempre hemos sido muy compinches con mi hermana, así que no tenía excusa para no ir a su casa. Para colmo, Ceci siempre fue medio retraída… no era de tener muchas amigas y, por eso, casi nunca salía de su casa. Por lo tanto, era ir a verla a Agus y también la veía a Ceci: era inevitable, ¿viste? Por supuesto, a mí me encantaba verla: tenía la excusa perfecta para darle besitos (inocentes, en esa época), acariciarla… en fin: hacerla de "tío cariñoso". Para mejor, Agus se divorció cuando Cecilia tenía siete años y nunca volvió a tener pareja estable; por lo tanto, mi sobrina necesitaba una figura masculina. Por supuesto, nunca pretendí hacerla de padre, pero… ya sabés: fue como que ella me "adoptó" como el hombre de la casa, a pesar de que no vivía con ellas y, lógicamente, miraba a Agustina con ojos de hermano y nada más.

"Con el tiempo, mi amor ‘hombre/mujer’ hacia Cecilia se hizo incontenible -continuó, después de un sorbo de café-. No sabía cómo planteárselo, pero tenía que hacerlo, porque si no, me iba a volver loco. Sabía perfectamente que no tenía novio ni ningún chico que le gustara, pero me hice el gil y, un día que estábamos solos, se lo pregunté. Se ruborizó bastante menos de lo que yo había imaginado y me dijo que no y que tampoco había besado nunca a nadie en la boca… que no sabía hacerlo; que lo había visto muchas veces en televisión y en películas, pero que le parecía que nunca aprendería. Yo, haciéndome el re boludo, le sugerí que podría enseñarle; ¿y sabés qué? Aceptó, la guachita. Al principio, fueron picos, aunque fui alargándolos hasta calentarme de manera tal que me moría por enseñarle a besar con la boca abierta y con lengua; el momento no tardó en llegar. A esta altura, ya me moría de ganas de hacerla mía… o, por lo menos, de ver y tocar su cuerpito desnudo, pero sabía que sería acelerar demasiado las cosas y que, primero, debía asegurarme que no diría nada a nadie sobre los besos. Por lo tanto, ese día tuve que conformarme con tocarle la colita un poco y simulando que era algo casual, sobre la ropa, por supuesto.

"Después, por un tiempo, me evitó… ya no era la misma dulce Ceci que solía ser conmigo. Solo, me di cuenta de que, por lo menos, no me había delatado. El padre, pese a vivir en Neuquén con su nueva familia, se hubiese hecho un viaje a Buenos Aires expresamente para caparme; y mi hermana me hubiese apuñalado en la primera oportunidad que se le presentara… ni una palabra, che. Bueno, a fines del año pasado, Agus recibió una oferta de laburo donde se llenaría de guita; el único problema era que tenía que viajar al norte… a Jujuy, y Cecilia no quería cambiar de colegio; está en segundo año, ¿sabés? -agregó, con orgullo de novio, tío y casi padre: todo junto-. Agustina la entendió y me preguntó si yo no me haría cargo de ella… un poco lo que te pasó a vos con Micaela, ¿no? -preguntó y asentí brevemente, a fin de no interrumpirlo-. Sinceramente, pensé que no iba a resultar, a juzgar por lo sucedido a partir de mis ‘lecciones de besos’; pero en cuanto su madre desapareció de escena, Ceci cambió del día a la noche: empezó a buscarme lenta y disimuladamente, se sentaba a mi lado para ver tele… cada vez, un poco más cerca y con ropa más corta y con más transparencias.

"Gracias a eso, empecé a notar su ropa interior, cada día más chiquita, hasta que una noche, después de bañarse, apareció en mi cuarto, mientras yo preparaba mi ropa para el día siguiente. Tenía puesto un babydoll casi transparente y, abajo, sólo tenía una bombachita, digna de su edad, pero bastante chiquita… era como si fuera un talle menor; y arriba, ¡oh, sorpresa!, no tenía absolutamente nada. A través de la fina tela, se le transparentaba un par de tetitas en crecimiento que nunca antes había visto. Mis ojos se clavaron ahí y, obviamente, ella se dio cuenta que había logrado una de sus metas: la más rápida de conseguir… con sólo mirarla, era suficiente. La otra tuvo que ‘trabajarla’ un poco más. Se me acercó con una sonrisa franca, como las de antes, mientras se cepillaba el cabello recién lavado. Se me sentó al lado, sobre la cama.

‘¿Sabés? Quiero practicar esas clases que me dabas y que yo, por bolu… perdón, por estúpida, corté’, me dijo.

‘¿Qué clases?’, le pregunté, haciéndome el re pelotudo, sólo para confirmar mi sospecha.

‘Ya sabés… las de cómo besar’.

‘Ah, ésas… bueno, como quieras. Veamos lo que te acordás, preciosa. Pero esta vez, si recordás bien esas lecciones, vamos a agregar algo más. ¿Okey?’.

‘Supongo que sí… ¿va a ser lindo?’, me preguntó, con un dejo de desconfianza… en realidad, no sé porqué; después de todo, nunca se había quejado de nada de lo que yo le había hecho".

-Sí, pero eso pudo haber sido por temor -opiné, sin otro objeto que aclarar sus ideas-. Puede que haya pensado que, si se quejaba, vos no le enseñarías más y decidió bancársela para ver si, pasado un tiempito, dejara de molestarle. No sé, digo yo…

-Sí, puede ser -respondió, pensativo para continuar casi de inmediato-… de todas formas, le dije que sí, que iba a ser muy lindo, porque iba a enseñarle a abrazar y a acariciar y cómo se sentía cuando se lo hacían a ella, en especial, durante un beso. Dejó el cepillo a un lado y me rodeó el cuello con sus brazos; sólo entonces, me di cuenta de cuánto la había extrañado y cómo deseaba hacerle el amor… pero me dije que ése sería un tema en suspenso, según cómo reaccionara cuando la abrazaba y la besaba. No terminé de especular con todo eso, cuando sentí sus labios contra los míos, abriéndose muy despacio y "obligándome" a hacer lo mismo. Introdujo su lengua en mi boca y yo la imité, comprobando que, a pesar del tiempo transcurrido, lo había aprendido bien y hasta, a lo mejor, le había dado una sorpresa a más de un chico de dieciséis o diecisiete años; nunca me lo dijo y nunca indagué… quizá, algún día le pregunte: todavía estoy a tiempo. Pero bueno, lo cierto es que, en cuanto empezó a besarme de esa manera, yo aproveché para entrar a toquetear. Arranqué por un lugar decente: la espalda, pero bien manoseada, ¿entendés? -me preguntó y, sin dejarme responder, continuó-. Bajé por su cintura… ¡una delicia, che!, hasta la colita, por encima de la bombacha que, sin ser una tanga, dejaba bastante de sus cachetes al aire. Con disimulo, subí un poco su corto babydoll para tener contacto directo con la piel de su cola. Recién ahí, dio un pequeño respingo, pero no pasó de eso. De ahí, volví a subir a su cadera y moví mi mano hacia la parte de adelante de su cuerpo, comenzando por su pancita y subiendo, bastante más rápido de lo que bajé por su espalda, hasta apenas rozar la parte de abajo de sus tetitas: no quería que me rechazara otra vez… hubiese sido horrible, porque ahora vivía conmigo. Pero nada, che… se ve que le gustaban mis caricias directamente sobre su piel y que, de alguna manera, esperaba que lo hiciera. Entonces, fui subiendo muy suave y de a poco, hasta llegar a sus pezones… ¡vieras lo duritos que estaban! No hubo reacción negativa… al contrario, suspiró de placer, y por lo tanto, seguí y metí la otra mano por debajo de su babydoll que, para ese momento, ya lo tenía sobre la barriga.

"Dejamos de besarnos por un instante y, con un ‘Esperᒠen voz muy baja y suave, tomó el ruedo del dichoso babydoll y, estirando los brazos hacia arriba, se lo sacó por la cabeza. Ahora, ya estaba como yo la quería y la había soñado tantas veces… excepto por la bombachita, por supuesto; pero no creí que fuera oportuno pedirle que se la sacara en ese momento.

‘¡Estás hermosa…!’, suspiré. ¡Te juro que no lo podía creer, gaucho! Lo había esperado tanto tiempo, y ahí estaba, frente a mí, casi toda desnudita para mí… sabía que, tarde o temprano, sería mía. Lo que nunca imaginé fue que, al poco tiempo, estaría completamente enamorado de ella.

"Volvimos a besarnos, pero enseguida y con una vocecita a la que nadie en su sano juicio se hubiese podido negar, me pidió que me sacara la ropa. Además de pensar que, si accedía, iba a sentir su cuerpito contra el mío, te juro que lo creí un acto de justicia. O sea, lo que quiero decir es que no pensé ‘¡Ay, qué oportunidad para cogérmela!’… no fue todo lujuria, digamos. De hecho, la deseaba, pero nunca pensé una cosa tan vulgar.

"Pero bueno, me saqué la ropa, menos el calzoncillo; de más está decirte cómo tenía la pija, ¿no? Creo que nunca la había tenido tan dura; y, a pesar de no ser un superdotado en esa materia, se me notaba un buen bulto. Te preguntarás porqué no me desnudé por completo; la razón es muy sencilla: no quería que se sintiera presionada… o sea, si yo estaba sin nada de ropa, ella podía pensar que tenía que hacer lo mismo, ¿entendés? Lo cierto es que volví a sentarme en el mismo lugar de antes… bien pegado ella, como Ceci había elegido estar y ella empezó a tocarme el pecho con las dos manos.

‘Sabía que eras peludo, pero nunca pensé que acariciarte así me gustara tanto. Nunca te había hecho esto, ¿no?’, me comentó, con toda naturalidad… como si estuviésemos hablando de las flores del jardín o del tiempo.

‘No, nunca… y a mí también me gusta sentir tus manos’, aclaré, antes que me lo preguntara; es la clase de cosa que quieren saber las chicas de esa edad, ¿viste?

"Bueno… después, bajó hasta mi vientre; me moría de ganas de que, aunque más no fuera, me rozara la pija por encima del calzoncillo, pero no pasó. Lo que sí pasó es que sus ojos se abrieron como platos, cuando vio mi bulto.

‘¿Y eso?’, me preguntó, asombrada. Después, me dijo: ‘Bueno, sé lo que es y porqué está así de grande… no creas que soy una nenita que no sabe nada. Pero no puedo creer que esté así por mi’.

‘Más vale que lo vayas creyendo, porque está así por vos. Tu cuerpito me vuelve loco’, le confesé, sin complejos. ‘Desde que que empezaste a tener estas curvitas, me tuviste loquito y queriendo que llegara este momento… y no me digas que nunca te diste cuenta, porque no te creo’, le dije, con una sonrisita. Ella, a su vez, me hizo un guiño cómplice, mientras ella también me sonreía.

‘Claro que me di cuenta’, me dijo. ‘¿O por qué te creés que me pongo esta ropita sexy desde que mi mamá se fue a Jujuy?... ¿querés que me saque la bombachita, Diego?’, agregó, y te juro que no pude decir ‘no’. Simplemente, no pude.

"La ayudé a sacársela… esa conchita, ¡por Dios! Se la toqué, como si fuera la primera vez que tocaba una; te aseguro que se me erizó la piel, gaucho… tenía muy pocos pendejitos, y los que tenía eran muy rubios, como el color de su pelo. No podía dejar de tocar esa rajita. Para colmo, Ceci estaba disfrutando muchísimo con mis caricias, así que, por instinto, se abrió bien de piernas para facilitarme la tarea. En un momento dado, me sacó de mi ‘trance’, cuando me preguntó: ‘¿Puedo tocarte el… bulto?’, dudó un instante, en el cual no supo cómo llamar mi poronga. Ah, porque me olvidé de decirte que, cuando la ayudé a sacarse la bombacha, enseguida me terminé de desvestir. Ya no había ningún objeto en dejármelo puesto… ya no la estaría presionando, ¿me entendés? Estábamos completamente desnudos de la cabeza a los pies y, por lo tanto, en igualdad de condiciones.

"Bueno, te decía que me preguntó si me la podía tocar… naturalmente, le dije que sí.

‘Después de todo, yo toqué tu hermosa conchita’, agregué, para que se sintiera más cómoda, más desinhibida y con más libertad.

"Enseguida, me la tocó y te juro que sentí como un ‘shock’ eléctrico que me pasó por todo el cuerpo. Me la rodeó con la mano derecha y, creo que por curiosidad, me corrió el prepucio para atrás, dejando mi glande al aire. Enseguida y sin darse cuenta (ésa fue la impresión que me dio), empezó a mover la mano hacia abajo y hacia arriba.

‘¿Te das cuenta que me estás haciendo una paja?’, le pregunté, a pocos instantes de empezar a jadear y a gemir.

‘Sip’, me contestó, con la naturalidad que la caracterizó desde que entró a mi cuarto esa noche. Y después, agregó, ‘¿Por qué, lo hago mal?’.

‘¡Para nada, mi amor… para nada! Sólo quería saber si sabías…’.

"Yo, a mi vez, no pude más y empecé a tocarle la conchita; te aseguro que era la más chiquita y, al mismo tiempo, la más deseable que había visto en mi vida. Al ratito, estábamos los dos gimiendo y jadeando como animales en celo. No quería penetrarla todavía: no creí que fuera el momento oportuno, pero de alguna forma, no podía terminar con dos simples pajas… la mía y la de Ceci. Entonces, me acosté de espaldas, en la cama, y ella, en esa misma posición, sobre mi cuerpo. Ella ya no alcanzaba mi pija, pero yo me encargué de los dos. Tenía un dedo metido apenas en su rajita y otro rozándole el clítoris… ¡cómo gozaba esa yegüita, qué la parió! Después de estar dándole a nuestros respectivos sexos por un rato, ella había tenido dos o tres orgasmos (no me acuerdo) y yo largué varios chorro de semen que cayeron sobre su pancita. En ese momento, sentí que Ceci ya estaba lista para una lección más avanzada: iba a desvirgarla en cuanto se diera la oportunidad".

Continuará