miprimita.com

Enloquecidos y Apasionados (13)

en Hetero: General

Como ya dije, este relato es 100% ficticio, pero podría ocurrir. Recomiendo que lo lean desde el primer capítulo, si no lo han hecho ya.

Enloquecidos y Apasionados

e-mail: tioguacho52@yahoo.com.ar

msn: tioguacho52@hotmail.com

Capítulo 13.

El viernes siete de junio, Mica tuvo su segunda consulta con el ginecólogo. La primera había sido el lunes quince de abril… el primer turno que pudimos conseguir, a fin de ver si todo estaba bien, después de sus dos menstruaciones "inaugurales". Sergio Longo, el médico en cuestión, nos dijo que no había de qué preocuparse: todo estaba más que bien, incluyendo su desarrollo psicofísico, pese a que, sin saberlo, coincidió conmigo al decirme, culminada la revisión, que era muy madura en lo que a su mente se refería. También, le recomendó que se cuidara con las relaciones sexuales: obviamente, había descubierto la falta de su himen y ella confesó que "hacía el amor con un muchacho que le gustaba", según mi novia me diría luego. Por poco que me gustara la mentira, era preferible a las consecuencias que habría traído si hubiese dicho: "Tengo relaciones carnales con mi padrino, el que está afuera", o algo similar.

Pero esa segunda vez, Sergio -como lo llamaba mi tierna nena- se puso muy serio al escuchar lo que su paciente le contaba y ver sus últimos análisis.

-Me dejás sin palabras, Micaela -le dijo, con gesto severo-. Espero que tu padrino sea un tipo tolerante y comprensivo, porque, para bien o para mal, poco después de que cumplas los dieciocho años, vas a ser mamá: tenés seis semanas de embarazo. Te aseguro, chiquita, que no quisiera estar en tu lugar ni en el de tu padrino, cuando se lo digas. Ni que hablar del padre de la criatura… bueno, en realidad, me estoy metiendo en temas que no me conciernen. En lo que debo concentrarme, a partir de ahora, es en tu salud y la de tu hijo, que ya está dentro de tu vientre. Ahora, cuando salgas, asegurate de pedirle a mi secretaria una nueva cita conmigo para el mes que viene.

-Para principios de julio, ¿verdad? -consultó la adolescente, con cara de pocos amigos; él asintió.

Longo creyó que su mal humor se debía a la preocupación que su nuevo estado debía estar causándole, cuando la verdad era que no le había gustado para nada que se metieran así en su vida.

Ya en el auto, después de darme la gran noticia que festejamos con un feliz y apasionado beso, me comentó todo lo que el médico le había dicho y cómo se había inmiscuido en su vida.

-Estoy de acuerdo: no debería haberlo hecho -dije, regresando a nuestro departamento-; pero si lo pensás un poco, su reacción es natural, Vida… tenés dieciocho años y, supuestamente, el padre de tu hijo es un pendejo que, a lo sumo, podría tener veinte y que, con toda seguridad, se borraría. Ningún chico de esa edad se hace cargo de un hijo. Su primer argumento es: "¿Cómo sé que es mío?". Entonces, ¿cómo hacés? ¿Quién se hace cargo? ¿Te das cuenta, Cielo?

-Sí, es cierto; pero igual me da bronca. Me hubiese gustado poder decirle que no tenía porqué preocuparse… que el padre de mi hijo es el hombre más fantástico del mundo. -me dijo, con aire de orgullo y una sonrisa que asomó rápidamente, cuando, detenidos en un semáforo, rodeé sus hombros atrayéndola hacia mi cuerpo, habituado a tenerla cerca… a sentir su calor, siempre que se pudiera.

Esa noche, festejamos la maravillosa noticia con una cena afuera y, cuando regresamos al departamento, la tomé en mis brazos -piernas y todo- y la posé sobre la cama, con una ternura muy especial que ella notó en mis ojos, luego del largo beso apasionado que nos dimos, ella con sus brazos alrededor de mi cuello. Sin pérdida de tiempo, nos desnudamos y comenzamos a acariciarnos mutuamente los cuerpos… aquellas partes que, con ropa (aun con las poquísimas prendas que llevaba mi adorada jovencita), era imposible tocar adecuadamente. Pero, al llegar a su todavía plano vientre, me corrió como una especie de electricidad desde la punta de mis cabellos hasta los dedos gordos de mis pies, un par de lágrimas emotivas rodaron por mis mejillas y un "No puedo creerlo", muy quedo, me quebró la voz.

-La verdad, yo tampoco, Amor -me confesó, endulzándome el oído izquierdo, mientras acercaba su boca a mi cara y rozaba mi mejilla con la suya, para luego ronronear-… pero todavía soy la bebota de la casa, tu bebota, ¿no?

-Claro que sí, mi Cielo… eso siempre será así.

-Bueno: entonces, necesito que me "atiendas" y que me des la lechita, que me toques las tetitas, que me chupes los pezones… para ir practicando, ¿viste? -agregó, con voz traviesa y seductora-. No por otra cosa.

Y, con estas últimas cuatro palabras, me frotó la verga, tomándola en la mano y haciéndomela reaccionar, con lo cual comenzó a pajearme… ¡cómo me gustaba ese tipo de sexo, y más cuando ella me lo practicaba! Ambos fuimos cayendo hacia las sábanas, frenándonos con nuestras manos… ella, con la única que tenía libre. Ya recostados, mi adorada adolescente se sentó sobre la cama y pasó su lengua varias veces sobre mi poronga, como chupando un helado en su cucurucho. Eso, de más está decirlo, me puso a mil, como todo lo que hacía cuando consumábamos nuestro amor. Enseguida, nos reacomodamos y comencé a penetrarla, ella abajo, yo arriba, pero sin aplastar su cuerpo, frágil sólo en apariencia. Mi herramienta entraba y salía frenéticamente de su cuevita de los deseos, mientras mi novia acariciaba sus encantadoras tetitas, que pronto… en unos meses, alcanzarían dimensiones insospechadas poco tiempo atrás, para su edad y cuerpo de adolescente recién estrenada; pero, aun así, seguirían siendo sus "tetitas".

Gemíamos y suspirábamos casi al unísono… era tan bella, viéndola desnuda, despeinada, transpirada, con su flequillo hacia un costado y algunos mechones de pelo pegado a su carita, como al azar, conviertiendo sus finos rasgos semiinfantiles en los de una leona en celo. Pero así y todo, todavía era mi nena hermosa, de quien tan inesperada y enloquecidamente me había enamorado.

-¡¡¡Más, mássss… másssss, Papitooo!!! -gritaba, con sonidos guturales, poseída por la pasión y la lujuria del momento, sintiendo que mi bombeo obedecía a su clamor y, desde luego, al deseo que salía de lo más profundo de mis entrañas-. Dame tu pijota, Amorrrrr… dámela yaaa… ahhhh… aaahhhhh… aaaaaaaaaagggggggghhhhhhhhhh…

Continué, pero sólo unos minutos más, ya que toda esa calentura no hizo más que lograr que mi verga erupcionara dentro de su suave y siempre depilada conchita. Cuando acabé, me desplomé a su lado, fatigado pero muy satisfecho. En un movimiento de nuestras cabezas que pareció ensayado, nuestros rostros se enfrentaron. Inconscientemente, roté mi cuerpo, quedando de costado.

-Te amo -le dije, mirándola profundamente a sus ojos azabache que tanto me habían cautivado desde aquel día de reencuentro, en casa de sus abuelos-… ¿por qué no existirá alguna otra forma de decir "te amo", con palabras?

-No lo sé -me respondió, con una ternura infinita. Aún hoy, recuerdo que esa noche tenía una aureola… que su rostro brillaba con luz propia-. Pero sí sé que puede decirse "te amo" de muchas otras formas; lo que acabás de hacerme… bueno, lo que acabamos de hacer, fue como si me hubieses gritado "¡¡¡te amo!!!" en los oídos, pero sin aturdirme: al contrario, fue como escuchar la canción más linda y suave del mundo… y no la cantaba U2. -agregó, en tono divertido, lo cual rompió ese clima solemne que yo, no sé porqué, me empeñaba en conservar. Nos besamos y, al rato, ambos nos habíamos quedado dormidos… con la luz encendida.

Unos días después, regresé a casa para almorzar. Mica no estaba en el colegio porque, pese a ser un día hábil, el alumnado primario y secundario había padecido otro de nuestros acostumbrados y, desde todo punto de vista, vergonzosos paros docentes -justificados o no: en este caso, no interesa-, en el cual los únicos perdedores eran los estudiantes, aunque la gran mayoría no lo viera así.

Unos sonidos muy placenteros salían del dormitorio/estudio. Cerré la puerta de entrada sin hacer ruidos; de igual modo, me dirigí a la pieza en cuestión y allí, sobre la cama, estaba mi novia, vibrador en mano, a punto de introducírselo en su cosita, e intuí que no sería la primera vez en esa sesión de sexo solitario.

Si bien admito que era algo muy privado, ya que ella ignoraba completamente mi presencia en el departamento y que, por lo tanto, era obvio que estaba espiándola, no me sentí culpable; ya la había pescado in fraganti en otras ocasiones y me había confesado que, lejos de molestarla, la había excitado mucho más el advertir que yo estaba observándola en silencio… bueno, seguramente algún gemido habría emitido en todos los casos, mientras, habiéndome bajado el cierre del pantalón ante semejantes espectáculos, yo mismo me hacía unas "poderosas" pajas en su honor. Aquel día no fue la excepción: con la casi certeza de que mi adorada adolescente ya sabía que no estaba sola, me desnudé e, intentando no hacer ruido, entré en la pieza, ubicándome al pie de la camita sobre la cual emitía todo tipo de sonido placenteros, en tanto hacía un enérgico mete-y-saca con el juguete en su deliciosa cuevita, con los ojos cerrados, amacando su cuerpo de un lado al otro. Me encantaba verla dándose gusto de ese modo. Desde luego, también me fascinaba meterle mi propia verga, pero, en ese caso, sólo podía sentirla debajo de mí, lo cual no era poco: al contrario. Sin embargo, confieso haberme convertido en un voyeur calificado, pero no con todas las personas… ni siquiera, con todas las chicas de la edad de mi novia. Pero verla a ella, realmente me encendía en llamas. Y ella también gozaba cuando yo la observaba. Yo, verga en mano, hacía un rato que estaba meneándola, a un ritmo no demasiado rápido, a fin de hacer durar ese placer un poco más. Al sentir que ya llegaba mi momento, caminé unos pocos pasos y me reubiqué cerca de su mano izquierda y de su rostro.

-Acercate -me susurró, entre gemidos, al agarrar mi herramienta para darle el "golpe de gracia"-… dámela, Papucho, que quiero toda tu lechita en mi boca.

Como por arte de magia -aunque, de hecho, ni siquiera tuvo que decir "abracadabra"-, su deseo se hizo realidad y comenzó a chupar y tragar todo cuanto salía de mi candente poronga. ¡Sus labios y su lengua hacían maravillas!... sin quitarle mérito al bombeo final con su delicada y hábil manito, claro.

Luego, me tocó a mí ayudarla a llegar a su orgasmo y deleitarme, degustando su néctar. Así, regresé al pie de la cama, en el cual mi sabrosísima nena ya había abierto las piernas todo lo posible, a fin de facilitar el acceso de mi boca a su encharcada conchita. Y así fue: mi lengua no tardó nada en recorrer sus labios mayores, la rajita abierta, gracias a la dilatación producida por el vibrador, y, desde luego, su hinchado y caliente clítoris. Instantes después -no hizo falta mucho trabajo de mi parte, aunque ambos lo disfrutamos muchísimo-, bebí su néctar de la más bella fuente. Obviamente, no salía a chorros (nunca encontré una mujer que tuviera ese tipo de orgasmos exagerados), pero sí saboreé sus deliciosos jugos de adolescente para luego tragarlos, como ella había hecho, una vez más, con mi lava. Sin duda, eran nuestra debilidad, en cuanto a "bebidas sexuales".

Después, mientras almorzábamos, acordamos que lo anterior había sido un excelente aperitivo. Luego, me miró seria y me dijo algo que me dejó helado, por más de una razón.

-Cielo… estuve pensando que, para las vacaciones de invierno, me voy a ir unos pocos días a ver a Mamá y a Roberto, si me quiere ver. No es que quiera ir, pero siento que no alcanza con decirles por e-mail que estoy embarazada… eso ya lo hice, ya está -añadió, al advertir mi momentánea mudez-; pero creo que, por lo menos, mi Mamá va a querer verme… no sé, ¿qué te parece?

-Bu… bueno -tartamudeé, desorientado, ante ese baldazo de agua congelada-… no sé: si es lo que vos sentís, voy a ver si pido unos días en el trabajo para acompañarte.

-No hace falta, mi Vida -me respondió, tomando mi mano más cercana a ella entre las suyas-; quiero hacer esto sola. Además, me subo aquí, en Ezeiza y me bajo en Los Ángeles: te prometo no bajarme del avión para nada hasta que llegue… palabra. -sonrió, por fin.

-¿Y si tenés que hacer un trasbordo? -pregunté, tontamente.

-Estuve averiguando en Internet y hay algunos vuelos que no hacen trasbordo, pero si hay que hacerlo, lo hago y listo. Lo único que tengo que hacer es seguir a los otros pasajeros. Además, si soy suficientemente grande para darte un hijo… nuestro hijo, también puedo viajar sola, ¿no?

Ante esas respuestas y argumentos lógicos, no pude hacer otra cosa que ceder. Me aseguró, un poco en broma, un poco en serio, que llevaría mucha ropa interior y que la usaría todo el tiempo que no estuviera conmigo.

Después de almorzar, regresando a la oficina, me tranquilicé más y pude ver el "problema" -por así llamarlo- desde otro ángulo… desde su punto de vista. Seguía sin gustarme demasiado la idea de que viajara sola, amén de quedarme sin ella por cinco días o una semana: seguramente, como ella había dicho mientras lavábamos los platos, no sería más que eso… quizá, menos. De todos modos, éste era un tema que debería quedar aclarado vía telefónica o, mejor aún, por e-mail, antes de su visita a sus padres; o, tal vez, sólo a su madre. Si bien era el motivo principal para nuestra convivencia con mi nena hermosa, ese amor filial para con ella nunca había terminado de convencerme y, es más: aún hoy, me da bronca con sólo pensarlo.

El embarazo -al menos en su inicio: no quiero adelantarme a los acontecimientos- fue muy tranquilo; apenas, si tuvo un par de mareos y náuseas que, por suerte, sucedieron cuando estaba en casa. Obviamente, en cuanto supimos lo del nuevo estado de mi novia, fui a hablar al colegio, a fin de que no se sorprendieran si llegaba a tener algunos de los síntomas típicos de la gravidez, y las autoridades casi murieron de asco, ante mi actitud tan natural sobre el asunto. También, argumentaron que no era un buen ejemplo para sus compañeras. De hecho, en un momento dado de nuestra conversación, me advirtieron que podrían expulsarla por algo así.

-¿Ah, sí? -reaccioné, aparentemente tranquilo-. Bueno, ¿qué pretenden: que aborte? Si aborta, podrá seguir en este "maravilloso" colegio, ¿verdad? Si muriera o quedara con un trauma para el resto de su vida, no importaría, ¿no? Admito -mentí descaradamente, sin mayores alternativas- que puede no ser el momento más adecuado para quedar embarazada… digo, porque acaba de empezar su adolescencia; pero, en mi opinión, en este caso, nada justifica un aborto. Y, ante el hecho consumado, ¿qué puede hacerse? ¿Quieren expulsarla? Háganlo… no creo que haya muchos alumnos, a esta altura del año, para ocupar la vacante que dejaría mi ahijada.

-Puede que no, señor Andrade -aceptó el director, quitándose las gafas y mirándome misteriosamente a los ojos-; pero, a veces, es preferible tener un alumno menos y… bueno, no me haga caso. La alumna Vargas tiene la suerte de ser uno de los mejores estudiantes de la sección secundario, y sería una pena perderla porque, en su momento, no supo cuidarse. Sin embargo, debo decirle que no andaremos con contemplaciones especiales, a menos que sean órdenes de su obstetra. Con esto quiero decirle que, si tiene mareos, por ejemplo, podrá salir del aula a tomar aire fresco, hasta que se recupere del vahído, pero no la enviaremos a su casa; ¿soy claro?

-Ha sido usted extremadamente claro… y comprensivo -ironicé, sin poder evitarlo-. Ahora, si me disculpa, debo regresar a mi trabajo y, supongo, usted al suyo, señor Whiteland, de modo que me retiro.

-Espero que no haya rencores… -dijo, estrechando su mano, la cual acepté sólo por cortesía.

-¿Rencores? No, desde luego que no… ignoro qué pudo haberle dado esa idea -dije, con el mismo tono de mi comentario anterior, mientras me acercaba a la puerta del despacho con paso apurado.

Volviendo a ese junio que dejé sólo por un momento para relatar mi breve reunión con el director del colegio de Mica, el viernes veintiuno me llevé una sorpresa muy especial. Entré con mi llave, como solía hacerlo, e iba a llamar a mi amada adolescente para saber dónde estaba, si estaba, cuando, al dejar el llavero en su lugar, encontré una nota suya. Me decía que nuevamente había tenido que cumplir con su tarea de niñera, pero que esta vez debería quedarse a dormir… que regresaría a la mañana siguiente; como posdata, añadía que había dejado una reemplazante para que no me "aburriera" en su ausencia.

-¿Una reemplazante? -me pregunté, a media voz, pensando que, quizás, había conseguido una muñeca inflable, quién sabe cómo. Fui hasta la habitación/estudio para dejar mi bolsa, y allí comprobé que tanto no me había equivocado: no era inflable, pero sí una adorable muñeca: Carolina Morales. ¡No podía creerlo! Ahí estaba, de pie delante de mí, con su celular en el cinturón y un conejito de peluche entre las manos.

-Me lo regalaron hace un mes, ¿te gusta? Siempre lo llevo cuando voy a dormir a casa de una amiga -me aclaró, acercándome el muñeco-. Mis papás creen que no puedo estar sin él; hasta cierto punto, es cierto, pero hay otras "cosas" que me gustan más… -agregó, acariciándome el rostro, lo cual me dio muchas ganas de comerle la boca. Pero sólo le di un inocente beso en la mejilla y otro en la punta de la nariz.

-¿Así que Mica organizó todo esto? -interrogué, todavía medio mareado, ante ese hecho tan inesperado.

-Sip -afirmó, asintiendo con la cabeza-. Pero te aseguro que no tuvo que insistir nada, nada. Yo quería tener mi primera vez a solas con vos… ¡me moría de ganas! No es que Mica me moleste… al contrario: es muy excitante hacerlo con ella; pero no es lo mismo… por lo menos, no creo que sea igual hacer el amor con una chica o hacer un trío que tener a un hombre todo para una, ¿entendés?

Obviamente, le di la razón. Luego, mientras calentábamos la comida que mi empleada había dejado preparada, no podía dejar de pensar en el "regalito" que mi amada novia me había hecho… "sólo mientras yo no esté", aclararía al otro día; pero, de todos modos, ¿esto incluiría los días que ella estuviera en Estados Unidos, visitando a sus padres?

Terminamos la cena y apenas podía creer que aún no la había besado en la boca… ni un mísero pico -aunque yo ya deseaba mucho más que eso, y ella también-. Logramos terminar de lavar los platos para dejarlos escurriendo, tal era mi costumbre, cuando casi accidentalmente, nos pusimos cara a cara y un solo esbozo de sonrisa por parte de mi visitante bastó para que no me contuviera más y la besara desesperadamente, con lengua, "jueguito" al cual ella respondió a la perfección. Sin vergüenza ni contemplación alguna y con su permiso implícito, comencé a desvestirla. Nunca antes lo había hecho: mi adorada adolescente siempre se había encargado de entregármela completamente desnuda. Sentí un breve temblor recorriendo su encantador cuerpo, mientras le quitaba la remera y mis manos rozaban su aterciopelada piel. Aunque no debí hacerlo, me sorprendí al descubrir que no tenía ropa interior… al menos, le faltaba el corpiño, y supuse que tampoco tendría bombachita… sin duda, Mica estuvo en todos los detalles, como diciendo "¡Presente, mi Vida!".

Al meter mi mano debajo de su faldita de tela de jean, descubrí que no me había equivocado: allí estaba su conchita totalmente depilada -como siempre- y húmeda. Le desprendí esa prenda, que cayó por su propio peso, y con un leve movimiento de pies, se sacó los zapatos, pero todavía vestía medias de niña. Así, la levanté y la deposité sobre mi cama y en seguida, la descalcé para poder ver sus "patitas" en toda su belleza. No tardé nada en desvestirme, mientras la observaba frotarse el clítoris, como una suerte de precalentamiento. De pronto, sus dedos llegaron a la rajita y se introdujeron ahí.

-Ya no vas a necesitarlos, Princesa -dije, observándola, con todas mis ganas-… algo más grueso y muy deseoso de reemplazar tus deditos, pronto entrará para que los dos gocemos mucho.

-Ya sé, Tío -respondió con su vocecita que parecía de niña tímida… al menos, en ese momento-; por eso me estoy preparando.

Dicho esto abrió sus deseables piernas todo lo que pudo y yo ubiqué la punta de mi verga en su entradita. Sentí aquel contacto y perdí el control, metiéndosela de una vez, casi hasta el fondo. No obstante, no hubo queja alguna de dolor, sí, de placer; luego me diría que su "secreto" para soportar semejante arremetida radicaba en que Mica y ella solían jugar con el vibrador y que, varias veces, accidentalmente o no, se lo metían sin demasiada suavidad. Quería acabar dentro de Caro y ella también deseaba lo mismo; me había dicho que no estaba en uno de sus días fértiles… decidí creerle. Acariciaba sus tetitas y pellizcaba sus pezones… ¡ay, qué gusto! Carolina gemía de gozo y yo suspiraba a su mismo ritmo, mientras mi poronga, hecha un hierro candente, entraba y salía de su cálida cuquita a una velocidad que ni yo mismo podía creer.

-¡Dame todo lo que tengas, Tiítooo! -gritó, a punto de tener su primer orgasmo-. ¡Te adorooo! ¡Llename con tu leche calentita! Aghhh… aggghhhh… aaaaggggghhhhhh…

Tomando nuevo impulso, bombeé más profundo, sin disminuir la rapidez que ya me había autoimpuesto y que a ella tanto disfrutaba. Instantes después, sentí su néctar en mi verga y, tras unos segundos, inauguré su útero con lava masculina. ¡¡¡Dios, qué placer!!! De alguna manera, la sensación fue diferente a acabar dentro de Mica… ni mejor, ni peor, ni más o menos placentero: sólo fue diferente; como suele suceder con las mejores cosas de la vida, no podría explicarlo con palabras. Ambos respirábamos agitados, pero ella, recuperándose antes que yo, se acomodó en cuclillas frente a mi pija morcillona y, agachándose, comenzó a chuparla y limpiarla con labios y lengua, tal y como -me diría luego- le había explicado mi novia y ensayado con el vibrador, en varias oportunidades. ¡Estaba hecha una verdadera experta!

-Te quiero… -me ronroneó al oído, ya acostada a mi lado.

-Yo también te quiero, Caro. -le respondí, acariciándole su cabello ensortijado y quitando los mechones mojados que se habían pegado a su rostro de muñeca.

La besé y nos dormimos por un rato.

Continuará